¿Qué se puede decir de una novela que toma como inspiración un hecho tan silencioso como la muerte de un hijo y lo convierte en un retrato deslumbrante del amor, el dolor y la resiliencia? Con Hamnet, Maggie O’Farrell nos ofrece una visión profundamente humana de los vacíos que deja la pérdida, mientras reimagina con maestría la vida familiar de Shakespeare. Es una historia que late, tan vívida y apasionante como los textos que dieron forma al mito del dramaturgo.
El mercado está saturado de obras en las que se toma a un personaje histórico y, con apenas tres apuntes biográficos, se construye una historia de ficción, normalmente pobremente documentada, malamente escrita, en torno a cualquier misterio que ronde lo conspiranoico a ser posible, y ya tenemos la receta de la mayoría de las novelas que actualmente pueblan las secciones de la llamada novela histórica de nuestras librerías.
No se trata de reivindicar una fidelidad histórica a prueba de catedráticos de abolengo, un rigorismo que sepulte la ficción, pero cuando se lee una novela que sabe combinar a la perfección el equilibrio entre la reconstrucción histórica rigurosa con una escritura virtuosa, uno puede reconciliarse con el género.
Y éste es el caso de Hamnet, la novela escrita por Maggie O'Farrell y publicada en España por Libros del Asteroide, con traducción de Concha Cardeñoso.
Este libro toma como punto de partida la vida familiar de Shakespeare, mejor dicho, la vida de la familia que dejó atrás el escritor, en Stratford-upon-Avon. Si poco se sabe del autor teatral, menos aún se puede certificar sobre su familia. Es conocido que su esposa era ocho años mayor que él, que tenía una buena dote pues su padre era un granjero rico que falleció cuando aún ella era una niña y que debieron casarse como consecuencia del embarazo de Anne Hathaway, éste era su nombre, puesto que la primera hija del matrimonio, Susanna, nació apenas a los seis meses de la boda.
Otros dos hijos llegarían poco después, Hamnet y Judith, gemelos, que nacieron cuando ya el padre había viajado a Londres para labrarse un porvenir. Las visitas al hogar familiar eran escasas, bien porque las obligaciones cada vez mayores del autor y empresario retenían cerca de la Corte, bien porque la relación entre ambos cónyuges no era el mejor reclamo para un hombre que comenzaba a gozar de gran reconocimiento y prestigio.
Pero Hamnet moriría pronto, con apenas once años y por razones desconocidas. Poco podemos aventurar sobre el sufrimiento que esta pérdida pudo traer a la familia. En aquella época la mortalidad infantil podría hacer que la muerte de un hijo se asumiera como una desgracia altamente probable, pero este dato frío nada nos dice sobre el dolor de los padres.
Sin embargo, en el caso de Hamnet podemos tener un cierto atisbo del impacto que su muerte tuvo en el padre ya que, apenas unos años después, escribió su tragedia Hamlet, variación del nombre de su hijo, basada precisamente en la idea de un muerto, un fantasma que atormenta al protagonista, una variación invertida sobre lo que pudo sufrir William en su condición de padre.
Se ha discutido mucho sobre el tipo de relación del matrimonio. Hay quien sostiene que el no haber seguido al pater familias a Londres cuando su fortuna parecía permitirle acoger a su parentela es una señal inequívoca de que no había afecto real, que el exitoso escritor prefería tener las manos libres en un ambiente que hemos de suponer libertino y licencioso. Pero si hay quien discute incluso la autoría de sus obras, qué no ocurrirá con cada uno de los pocos datos que de su biografía se tienen.
Y aquí es donde aparece Maggie O'Farrell, para elaborar una ficción sobre esos mimbres, un relato totalmente plausible, perfectamente coherente y estructurado, combinando unos pocos hechos reales y aportando otros muchos para conformar un todo hermoso y sorprendente.
En las páginas de Hamnet no se menciona ni una sola vez el apellido del dramaturgo, e incluso se cambian algunos nombres, como el de la propia esposa, Anne por Agnes, que es el nombre por el que el padre de ésta la designó en su voluntad testamentaria, tal vez como signo de que este libro no pretende ser una reconstrucción histórica como tal, sino que los hechos se toman como mero apoyo, soportes en los que atar una historia mayor, la de un matrimonio con sus alegrías y dificultades, desde la ilusión inicial del enamoramiento, al dolor por la separación y la posterior muerte del pequeño, un foso que tal vez separaría para siempre a los progenitores, atados a unas sensibilidades muy diferentes y que encontraron vías de expresarse diversas.
Para lograrlo, Maggie O'Farrell hace posar el peso de la trama en la esposa, Agnes, dotándolo de un perfil algo misterioso, venida del bosque casi como un ser mitológico. Sin duda, debió ser una mujer con fuerte personalidad para sacar adelante a su familia en ausencia del padre, pero aquí la autora va un paso más allá y la convierte en una especie de augur, capaz de sentir acontecimientos futuros con tan solo tocar la mano de una persona. Así, sabrá que la cabeza de su marido tiene un mundo completo en su interior, aunque no sea capaz de expresar en qué puede traducirse tamaña excentricidad. Agnes se convierte en una protagonista portentosa, con una personalidad muy definida y atractiva. Con apenas algunos rasgos introductorios, el personaje se nos va revelando con todos sus matices, desde la sensibilidad, el amor por sus hijos, su compasión por el resto de familiares, pero también una profunda cabezonería, un cierto carácter montaraz y rebelde, una combinación de difícil manejo para los miembros de la familia política. También veremos cómo se retuerce de dolor y se recoge interiormente a la muerte de su hijo, convencida de no haber sabido leer adecuadamente las señales.
Pero más aún, podemos compartir su angustia al no comprender el modo en que su marido asume la muerte de Hamnet, que vuelva a abandonar a la familia apenas el niño yace bajo tierra. Qué será necesario para que Shakespeare vuelva a ellos, qué calamidad habrá de caer sobre la familia. Esta pequeña mujer de su tiempo, con una formación limitada pero una intuición inmensa se debate interiormente entre el dolor y el odio según las cartas del marido se van espaciando hasta que alguien le muestra un papel con el anuncio de la nueva obra de su marido, Hamlet. Cómo habrá podido usar el nombre de su hijo, ese sagrado y bendito nombre, para sus negocios, para exhibirlo ante quienes no llegaron nunca a conocerlo.
El texto está repleto de olores y sabores, de descripciones sutiles que nos ayudan a dar forma a los personajes. En ocasiones, el punto de vista narrativo pasa de la madre a los hijos, al marido, definiendo cada voz con una personalidad definida y completa. Los momentos más duros, los referidos a la muerte de Hamnet, resultan angustiosos por el dramatismo que sabe trasladar Maggie O'Farrell sin caer en el patetismo del que huye con firmeza.
Sin duda, el éxito comercial y de crítica de la novela es más que merecido, y empuja a leer otros títulos de la ya más que respetable colección de libros publicados por la autora. Su habilidad y talento parecen casi naturales, una garantía que habrá que confirmar en futuras lecturas.
Hamlet (Shakespeare)
La tempestad (Shakespeare)
Shakespeare (Bill Bryson)


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