8 de diciembre de 2008

¿Por qué las cebras no tienen úlcera? (Robert M. Sapolsky)



Imaginemos una cebra que pasta tranquilamente junto al resto de la manada en la sabana africana. Sobre ella se abalanza un león hambriento. ¿Qué hace la cebra? Huye violentamente, requiebra al león y, si está sana, es muy probable que logre burlar a su perseguidor. Tras recuperar el aliento y una vez reunida nuevamente la manada, la cebra volverá a pastar plácidamente hasta el próximo susto (quizá el último).

¿Qué es lo que ha ocurrido en la cebra que le ha permitido esa brillante carrera alocada que le ha salvado la vida? La evolución ha dotado a los animales (también al hombre, por supuesto) de un conjunto de recursos que les permiten optar a salvar su vida por esta vez. La mecánica es sencilla: el animal sufre un inmediato estrés que bloquea todas las funciones corporales que consumen energía y que, por tanto, competirían con la más importante de las tareas en ese momento, la huida. Así, la cebra, más bien su sistema fisiológico, bloqueará su actividad estomacal, desaparecerá la eventual sensación de hambre, expulsará incluso los posibles desechos pendientes de evacuar, cualquier sensación de dolor será en gran medida pospuesta (incluso si el león ha desgarrado parte de las entrañas de la cebra), y así sucesivamente con el fin de subordinar todos los esfuerzos y energías a un único objetivo, la supervivencia.

Así ocurre, a grandes rasgos, con los animales, pero también con los humanos. Un cazador paleolítico que acecha una pieza estará en máxima tensión y toda su energía se dirigirá a un único fin, la caza, la huida, … Superado el agente estresante, los niveles corporales vuelven a recuperar ese precario equilibrio.

Pero, ¿qué sucede si el agente estresante no aparece de manera puntual para luego desvanecerse hasta la próxima ocasión?¿Cómo reacciona el cuerpo si el estrés comienza a ser una situación permanente, continua en el tiempo? La respuesta es que la evolución nos dotó muy bien para reaccionar ante agentes estresantes de un tipo que las sociedades occidentales sólo conocen por referencias de libros de Historia, películas o documentales sobre tribus remotas.

El hombre moderno no muere de hambre si no logra cazar, no se ve amenazado por bestias salvajes o climatología extrema. Romperse una pierna es una agradable oportunidad de ausentarse del trabajo y no la probable muerte por inanición en un breve periodo de tiempo. Por el contrario, este hombre, se enfrenta a un mundo en el que las preocupaciones suelen estar situadas en un futuro lejano (p. ej. dentro de dos años mi empresa me prejubilará y con la pensión no me llegará para vivir), meras expectativas (las dificultades económicas de mi empresa quizá le obliguen a reducir personal y yo sea uno de los afectados) y continuadas en el tiempo (mal ambiente laboral, problemas familiares, …).

Y ante todos estos factores nuestro organismo reacciona igual que si fuéramos atacados por una serpiente pitón. Nos pone en alerta máxima, deja de dedicar recursos a funciones básicas (alimentación, inmunidad, memoria, …) para enfrentarse a ese factor a la espera de derrotarlo y reanudar las funciones interrumpidas. El problema es que, al prolongarse en el tiempo ese factor estresante, también lo hacen los efectos que desencadena.

Sapolsky toma este planteamiento como punto de partida de su libro para, a continuación, desplegar las terribles consecuencias que este estrés prolongado ocasiona. La mera lectura del índice de ¿Por qué las cebras no tienen úlcera? da una idea de la inmensidad del esfuerzo de este científico norteamericano, pero puede intimidar al lector más arrojado: Apoplejía, ataque cardíaco y muerte por vudú; Úlcera, colitis y diarrea; Enanismo; Sexo y Reproducción; Estrés y Memoria; Estrés y Sueño; Estrés y Depresión profunda; Envejecimiento y Muerte y así sucesivamente.

Cada capítulo parte de una descripción “evolutiva” que explica para qué se interrumpe o minora una determinada función, cuál es el propósito evolutivo. Por ejemplo, ¿cuál es la razón de que la cebra que huye haya suspendido la digestión repentinamente y de que incluso expulse heces medio líquidas? La digestión requiere un consumo energético tremendo por lo que se suspende automáticamente con el fin de que esa energía pueda acudir a las patas del animal y huir más rápidamente. Con el resto de comida, que está ya en el intestino grueso filtrándose los elementos líquidos para generar unas heces secas, dado que no es otra cosa que deshechos, el cuerpo los expulsará de inmediato como medio de “soltar lastre” y huir más fácilmente (en un humano, este proceso se denomina diarrea y suele atacarnos ante situaciones que nos resultan altamente estresantes pudiendo desembocar en problemas serios caso de persistir en el tiempo).

¿Y qué ocurre con los recuerdos, la memoria en general? El estrés supone, en un primer momento, una mayor atención. La cebra debe estar muy atenta a todo lo que le rodea, qué camino escoger, si de frente acecha otro león o si nuestro perseguidor ha elegido otra presa más fácil. La sabiduría popular conoce este efecto, todo estudiante sabe que a un examen se debe acudir con un cierto punto de tensión para obtener mejores resultados; un exceso de placidez y de relajo puede ser tan perjudicial como una noche en blanco tratando de estudiar lo que no se ha estudiado en todo el curso. Sin embargo, si el factor estresante permanece, nuestro organismo no podrá mantener ese nivel de atención, demasiados recursos, por lo que acaba por caer: el estrés destruye neuronas del hipocampo y reduce el tamaño de éste.

Tras revelar el mecanismo adaptativo, Sapolsky pasa a explicar cómo logra nuestro cuerpo generar esos efectos. Para disminuir la sensación de dolor y permitir huir aún con graves heridas, nuestro organismo genera opioides endógenos que inhiben el dolor. Estos opioides se pueden generar no sólo por estrés, también mediante técnicas de acupuntura que permiten que en China se puedan realizar operaciones quirúrgicas sin necesidad de anestesia.

Esta parte de los capítulos puede resultar algo compleja para los profanos dado que los nombres de proteínas, neurotransmisores y demás actores de este drama no nos son demasiado conocidos. Pero no por ello debemos desanimarnos dado que, ni es necesaria la comprensión del cien por cien de estas explicaciones, ni resultan tan complejas como para que no se puedan seguir con cierto aprovechamiento.

En ocasiones resulta difícil distinguir el efecto de la causa. El estrés lleva inevitablemente a un peor sueño (bien por reducción del número de horas, bien por empeoramiento de su calidad) pero dormir mal es a su vez un factor estresante de primera magnitud. Recordemos que en Vietnam y la Alemania Oriental, impedir dormir durante días enteros a las personas sometidas a interrogatorios era uno de los métodos más eficaces.

Sapolsky también pone de manifiesto que los factores fisiológicos no son los únicos que influyen en cómo nos afecta el estrés, también hay otros aspectos “psicológicos” que determinarán cómo responderá nuestro organismo a un estrés elevado y continuado. Así, estos factores pueden modular los efectos del estrés (tener que dar una charla en público puede resultar estresante pero hay quien lo verá como una oportunidad para la promoción laboral frente a quién simplemente se sentirá incapaz de superarlo, enfermando).

Un ataque cardiaco es un duro golpe que genera un indudable estrés. Sin embargo, los estudios revelan que superan mejor esta situación aquellos que tienen un fuerte entorno familiar o social que aquellos que se enfrentan a la enfermedad desde la soledad. Dos explicaciones puede haber al respecto. Bien en estas personas el estrés es mayor por no poder aliviarse recurriendo a una persona de confianza, generando un mayor número de glucocorticoides, bien estas personas no acaban de seguir a rajatabla las prescripciones médicas ya que nadie les recuerda la medicación a tomar cada noche, les recrimina que vuelvan a fumar, etc. ¿Qué pesa más?¿La vía psiconeuroinmune o la del estilo de vida? Difícil llegar a una conclusión definitiva.

Lo que sí se considera probado es que los factores estresantes que son previsibles o sobre los que podemos (o creemos) tener algún control, generan una menor respuesta nociva. Ejemplo: las ratas de laboratorio que reciben descargas eléctricas tras sonar una campana, se estresan menos que aquellas que reciben la descarga sin aviso previo (un estudiante tendrá un mayor nivel de estrés si no se le informa del tipo de examen final que deberá superar que aquél que es informado de las características concretas de la prueba). Igualmente, conducir un coche suele producir menos estrés que volar en avión pese a saber que las probabilidades estadísticas de sufrir un accidente aéreo son muy inferiores; pese a ello, creemos que conduciendo nuestro coche estará en nuestra mano evitar el accidente, pero sobre el piloto no tenemos ninguna capacidad de influencia.

Pero no todo son malas noticias sólo aptas para hipocondríacos militantes. Sapolsky nos regala una pequeña puerta a la esperanza, con un último capítulo dedicado a las experiencias y métodos de aquellos que parecen haber superado la mala pasada de la evolución que nos ha dotado de un sistema de alerta cuyos costes son, en ocasiones, superiores a las ventajas que nos reporta.

En este capítulo se relacionan algunas de las técnicas que se han estudiado para combatir el estrés. El ejercicio físico moderado parece ser la menos controvertida. Sin embargo, si el ejercicio se convierte en obligación o se practica en exceso deviene en nuevo factor estresante.

Al igual que el ejercicio, las prácticas de relajación y el seguimiento de una fe religiosa parecen tener efectos positivos. Sapolsky plantea, no obstante, la duda de si realmente las personas con mejor control del estrés son practicantes o si es la práctica religiosa la que lleva a que el cuerpo segregue una menor cantidad de glucocorticoides. Resulta difícil alcanzar una conclusión al respecto.

Lo que sí parece cierto es que tener un mayor control sobre los factores estresantes reduce notablemente el estrés. Así, se describe un experimento realizado en un hospital consistente en permitir que los enfermos consumieran libremente analgésicos para reducir el dolor, sin necesidad de que llamaran a una enfermera cada vez que sintieran dolor. Se comprobó como, no sólo el consumo de medicamentos mejoró, sino que, al saber que cuando no resistieran más el dolor podrían poner fin al mismo tomando una pastilla, el nivel de estrés descendió notablemente.

Por otro lado, todos los factores que ayudan a controlar el estrés, pueden convertirse convertirse en nuevos factores estresantes. Por ejemplo, disponer de información sobre el funcionamiento de los aviones permite ganar confianza a aquella persona que tema volar. Sin embargo, un exceso de información puede llevar a aumentar el estrés. Lo mismo ocurre con los lazos familiares, que son una válvula de escape para el estrés cotidiano ...., salvo que la propia familia sea una cárcel que imponga sus criterios y no respete la individualidad de cada uno de sus miembros.

En definitiva, ¿Por qué las cebras no tienen úlcera? no ofrece más receta mágica contra el estrés que el sentido común y la mesura; a cambio, nos da abundantes claves que permiten comprender los efectos tan nocivos que produce en nuestro cuerpo y el por qué de esa rémora que nos ha regalado la Evolución.


23 de noviembre de 2008

El gato sobre la cacerola de leche hirviendo (Manuel Varela)



I

Crítico Literario.- Buenas tardes, estimado Autor.

Autor.- Buenas.

Crítico Literario.- Mi primera apreciación viene referida al hecho de que Ud. establece un claro paralelismo entre el Autor y Dios, parafrasea al narrador bíblico del Génesis, lo que le ubica semióticamente del lado de los escritores omniscientes...

Autor.- ...

Crítico Literario.- ... y para reforzar ese efecto, crea el artificio, la paradoja, de la libertad de los personajes, libertad circunscrita no obstante a los deseos de un Autor que, sólo en apariencia, se ha ausentado...

Autor.- Bueno, como he escrito, me quedé dormido en la cocina, ...

Crítico Literario.- “me dormí”, nuevamente otro bello símil tomado de la Biblia, el sueño de Jacob, a través del cuál, Dios (o el Autor) manifiesta su Voluntad. ¿En qué personaje de la novela se ha metamorfoseado el Autor?¿Tal vez en el rebelde Candelas?¿En el libertario Sirfrido?

Autor.- Bueno, el gato, del que toma nombre el relato...

Crítico Literario.- Ah, ..., el gato. Interesante apreciación ya que el zoomorfismo tiene una extensa tradición literaria desde Esopo hasta Tomeo. Por eso, el gato es el responsable de la multiplicación de los guiones, claro.

Autor.- ...

Crítico Literario.- Es interesante, cuanto más se adentra uno en la compleja trama, más relaciones parece descubrir.

Autor.- ¡Camarero! A mí, casi que no me traiga la cerveza, se me ha puesto un tremendo dolor de cabeza.

Crítico Literario.- Otra vía de aproximación a la temática central de su novela, es la idea de Poder y la corruptibilidad de sus ejecutores. Querría preguntarle por su pesimista visión del Hombre y la imposibilidad de redención que obliga a la renuncia de cualquier forma de dominio sobre otro. Y sin embargo, algunos personajes emplean con buen fin ese Poder.

Autor.- ¿Se refiere a la pareja fornicadora?

Crítico Literario.- No, me refería al grupo de Candelas, pero ya que menciona el sexo, en su novela parece darse un alto grado de promiscuidad, más aún, si me permite, estos ayuntamientos se enmarcan fuera de cualquier relación institucionalizada.

Autor.- Que no están casados, vamos.

Crítico Literario.- Si, eso mismo. Que no están casados, lo cuál parece implicar una desmitificación...

Autor.- La verdad es que creo que le da muchas vueltas a la novela.

Crítico Literario.- ... es mi intención aclarar y desvelar aquellos aspectos que puedan resultar más oscuros para el lector.

Autor.- Pero, ¿Ud. cree que habrá alguna persona que sea incapaz de entender el libro?

Crítico Literario.- Mi trabajo es que nadie corra ese riesgo.

Autor.- ¿Y cree que hablando del sueño de Jacob aclara algo de lo que cuento?

Crítico Literario.- Pongo en valor su obra, por supuesto.

Autor.- Pero yo no quiero que tenga más valor que el que le de el lector.

Crítico Literario.- Ah, el lector; ése es otro aspecto sobre el que he reflexionado largamente...

Autor.- Disculpe, ¿Ud. se ha reído alguna vez leyendo El gato sobre la cacerola de leche hirviendo?

Crítico Literario.- He comprendido el uso que hace del humor como instrumento revelador de una realidad que trasciende.

Autor.- ....

Crítico Literario.- Pero, ¡¡Autor!! ¿Dónde va? Aún no hablamos de la alteridad en El gato sobre ... ¡Maldita sea, otra entrevista que tendré que inventarme!


II

El humor es subversivo. No hay dictadura u opresor conocidos por su sentido del humor. Nada desconcierta más a los poderosos que la ironía; la temen y persiguen. Si eres uno de aquellos a los que no les gusta ver sus ideas puestas en solfa, aparta de ti este libro, no lo entenderás, no te resultará fresco, divertido, sólo intuirás el feroz ataque que se esconde tras sus páginas, inocentes en apariencia, y su falta descabellada de trama, argumento o sentido.

Porque de eso se trata: de una novela breve en la que cada cuál se organiza como puede o sabe, aprovechando el vacío temporal de poder de un autor que prefiere dormir a enderezar la acción, que renuncia a su poder dejando un vacío que algunos se encargarán de arrogarse convirtiéndose en oráculos de la voz dormida. Otros verán la oportunidad de asumir su propio destino y otros, la mayoría, apenas notarán el cambio, sujetos al dictado del autor, o de otros personajes, cumplirán las órdenes que se les imparta, de donde quiera que vengan, cualesquiera que sean.

Los primeros capítulos parecen traer inevitablemente a la memoria del lector los seis personajes en busca de autor de Pirandello, pero, al transcurrir la obra, al profundizarse en la peculiaridad de cada personaje y en las dinámicas que van surgiendo entre ellos, los aspectos existenciales ceden al paso a cuestiones más generales. Rebelión en la granja parece una referencia más apropiada para El gato sobre la cacerola de leche hirviendo.

Pero aquí los animales han sido sustituidos por personajes de una ficción que lleva por disparatado título El gato sobre la cacerola de leche hirviendo (ni el propio título escapará a las críticas de algunos de los personajes de la obra), y las implicaciones políticas que pretendía Orwell han ampliado sus miras a la sociedad actual, su razón de ser, sus tiranías y manipulaciones (mejor aún, sus tiranos y manipuladores). Y es que, tal y como ocurre en la ficción orwelliana, el vacío del Poder es prontamente ocupado por una nueva casta dominante que replica los vicios del pasado, que impone aún mayores sufrimientos a sus antiguos camaradas. En este contexto, cualquier discrepancia es aniquilada.

Y, a diferencia de lo que ocurre en Rebelión en la Granja, donde una nueva ideología reemplaza a la anterior para que nada cambie, los personajes huérfanos de Autor, gozarán del liderazgo de quien asegura hablar en su Nombre, de quien actuará como medium e intérprete, lo que se asemeja más al tipo de manipulaciones a que estamos más acostumbrados hoy en día (la ficción de que nada ha cambiado, aunque todo lo haya hecho).

Aparte de la desconcertante trama, las reflexiones sobre el Poder, la Libertad o el albedrío, conforman el núcleo central de la obra y no dejarán de atrapar al lector en la trampa que el Autor le ha preparado. Será el propio lector quien deba extraer las conclusiones, quien deba tomar partido por las opiniones de los personajes, quien deberá implicarse en su disputa. Y ese es uno de los mayores logros del Autor, lograr esa complicidad con el lector, arrastrarle a dejar el plácido papel de notario de una ficción para asumir el riesgo del pensamiento.

Pero el humor bien entendido debe comenzar por uno mismo, y Manuel Valera lo hace, en su faceta de Autor, un autor algo peculiar que, a ritmo de jazz cae dormido permitiendo que su novela se desbarate con los locos devaneos de sus personajes. En su nombre se construirán tapias, se cometerán atropellos e iniquidades y, finalmente, será ninguneado por sus personajes quienes se autodeterminarán para esquivar la palabra FIN que cualquiera quiera imponerles. Valera recurre con ironía a la clásica disquisición entre quienes sostienen que el Autor determina la totalidad de la obra (quedando su grado de maestría acreditado por la mayor o menor visibilidad de su innegable presencia) y aquellos que se otorgan el papel de meros instrumentos de sus personajes, con vida propia, resistentes a plegarse a los deseos de su creador, capaces de pasar de un segundo plano al protagonismo absoluto. Aquí, el Autor simplemente se duerme mientras la novela se escribe por sí misma. Los personajes apenas son capaces de actuar entre tinieblas ante la falta de un guión al que someterse y sólo los más lucidos lograrán vislumbrar las oportunidades que esto supone.

No desvelaremos más de la obra (mucho hemos dicho ya) pero se puede tener por cierto que cualquiera que se acerque a ella encontrará diversión y originalidad a partes iguales y, si lo desea, momentos para la reflexión sin por ello perder la sonrisa. Para justificar el humor, a veces se le adjetiva de “inteligente” como si pudiera existir lo uno sin lo otro; El gato sobre la cacerola de leche hirviendo es una buena prueba de ello.

Por último, unas palabras para la editorial, Evohé. Por alguna razón, no nos resultará extraño que un libro tan especial sea publicado desde los extrarradios del gran mundo editorial, en una joven editorial que compite con ancianas de venerables barbas y bolsillos repletos. Resulta más fácil acudir a una gran feria internacional y comprar los derechos de un libro que ya esté funcionando en otros mercados ("mercados", qué palabra aplicada a los libros); es más fácil promocionar el libro de un autor reconocido, comprar espacios en revistas y periódicos, negociar con grandes cadenas de librerías, que asumir el riesgo de publicar un libro como El gato sobre la cacerola de leche hirviendo. Que aún en nuestros días haya quienes crean en lo que hacen nos reconcilia con el futuro soñado.

19 de octubre de 2008

El hombre del salto (Don DeLillo)


Es un tópico afirmar que el siglo XXI dio comienzo el 11 de septiembre de 2001 con los atentados contra las Torres Gemelas, por tratarse de un cambio en el paradigma que había definido la relación entre las naciones durante el siglo anterior, poniendo de manifiesto el poder de pequeñas minorías fanatizadas y la fragilidad de las temerosas sociedades occidentales.

Como todo acontecimiento traumático, el atentado requirió de inmediatos y urgentes análisis políticos, periodísticos o psicológicos que, en su práctica totalidad, carecen de vigencia pocos años después. El análisis profundo de las causas del atentado y, principalmente, de las consecuencias y los cambios que dicho atentado han traído y traerán a nuestras vidas, no será posible en tanto no transcurra el tiempo necesario para "tomar distancia" como suelen decir los historiadores.

Pero entonces, ¿qué nos queda entre tanto? La Historia con su lento discurrir, o los medios de comunicación con sus intereses creados y el afán por el titular perfecto, no permiten llegar a un conocimiento satisfactorio. Algunos señalan a la Literatura como un camino de conocimiento válido sobre nuestros propios sentimientos, como el medio idóneo a través del que se puede comprender una sociedad, un sentimiento, un tiempo. Más allá de hechos probados, la Literatura sería capaz de acercarnos a una verdad más cierta (o que se percibe vívidamente como tal). Sólo la Literatura habla en el lenguaje del Hombre y desvela y hace comprensibles las relaciones que otras disciplinas segmentan y aíslan con el efecto de una pérdida de la visión del todo.

No este el lugar para juzgar la corrección de dicha hipótesis defendida, entre otros, por uno de los mayores adalides de la novela moderna, Milan Kundera. Bástenos con señalar que El hombre del salto se presenta como uno más de los intentos por avanzar en este sentido en relación a los atentados de Nueva York (la lista de autores que ha asumido el riesgo de escribir al respecto incluye a escritores de la talla de Paul Auster, John Updike, Martin Amis, Ken Kalfus, ...) y quizá sea el más logrado hasta la fecha.

Don DeLillo parte del centro mismo de la acción y su novela arranca con el protagonista surgiendo de una nube de polvo y cascotes, herido por diminutos fragmentos de cristal, desorientado, confuso y con un maletín en la mano. Keith, ha logrado escapar de la torre en la que acaba de impactar el primer avión y apenas es consciente de lo que ocurre a su alrededor. Cuando un viejo camión de portes para a su lado y el conductor se ofrece para acercarle a cualquier lugar, con tono firme e indubitado, facilita la dirección de la casa de su ex-mujer.

Lianne, abrumada por los atentados, acepta el retorno del marido sin conocer los motivos ni sus intenciones. La vida conyugal parece retomarse, Keith acompaña al hijo común al colegio, vuelve a hacer el amor con Lianne, pero realmente nada es ya lo mismo. Todos los personajes parecen vagar por la novela igual que lo hace el protagonista en las primeras páginas: entre brumas y tinieblas, escombros y ceniza, sin saber muy bien a dónde dirigir sus pasos, vacíos.

Veamos. Justin, el hijo del matrimonio, vive distante de sus padres, lo que puede ser normal en un niño de esa edad que trata de forzar sus primeros signos de independencia. Sin embargo, con dos vecinos, se arma de prismáticos con los que vigila el cielo a la búsqueda de nuevos aviones suicidas; han oído las palabras de Bill Lawton (versión infantil del nombre Bin Laden) quien les ha advertido de que estén pendientes porque los aviones volverán.

Lianne trata de sobrellevar como puede la tensión posterior a los atetados y, en su afán por comprender qué ha ocurrido, decide asumir la revisión y corrección de un libro que parece profetizar el ataque a las torres y del que una editorial prepara un lanzamiento apresurado aprovechando el momento. El regreso de Keith remueve escenas de su pasado dejándola en expectativa respecto a su futuro personal. Los trastornos que advierte en su hijo (mezclando el regreso del padre, los atentados, su creciente aislamiento) y la enfermedad de su madre, alteran un delicado equilibrio emocional que acaba por traicionarla en ocasiones.

El propio Keith parece retraerse socialmente, querer romper con su pasado pero no para iniciar una nueva vida, un proyecto que le haga recuperar la ilusión desvanecida una mañana de septiembre, más bien parece decidido a instalarse en ese momento. Entabla una peculiar relación con Florence, quien resulta ser la dueña del maletín que Keith aferraba creyendo ser suyo cuando volvió a la vida. Entre ambos hay un punto de conexión, los atentados, la experiencia de descender por las escaleras decenas de pisos, sin luz, en silencio o entre gritos, mientras subían los bomberos, sangrando, pisándose unos a otros, sin saber qué ocurre y comprendiendo que algo ha escapado a su control, al control de todos. Sólo entre ellos parece haber comunicación cierta sobre su experiencia, dicha comunicación se revela imposible con otros que no la han vivido.

El resto de personajes filosofa sobre el significado de los atentados, sus causas y consecuencias. La actual pareja de la madre de Lianne, Martin, cuyas dudosas relaciones con el terrorismo en Alemania le hacen resultar aún más delirante, plantea un choque de civilizaciones, el fracaso americano y occidental para comprender fenómenos ajenos, pero resulta fatuo frente a una pareja (Keith y Florence) que hacen el amor sin amor, sólo por la necesidad de contacto con alguien que siente lo mismo, vacío y frío.

Y entre todos ellos, recurrentemente, aparece un personaje que simula una caída, que simula la postura, tantas veces reproducida por la televisión, de un hombre que cae de las torres en una postura imposible. Este artista callejero, o concienciador, o provocador, sacude conciencias con su exhibición, en particular la de Lianne, y es a él a quien parece hacer referencia exclusiva la traducción del título de la novela al español (él es claramente el hombre del salto), perdiendo la calculada ambigüedad del título original (Falling Man) que englobaría igualmente al protagonista, en su caída a los infiernos, en la pérdida de su inocencia, como un ángel caído, incapaz de recuperar el pasado, para siempre perdido.

Los propios terroristas realizan apariciones esporádicas en la obra desde la perspectiva de uno de los protagonistas menores de los ataques. Desde la experiencia en una escuela coránica en Alemania hasta el momento previo al estallido del avión, Don DeLillo humaniza a los terroristas en el sentido de dotarlos de intenciones, hacerlos creíbles, dibujar sus rostros, pero evitando en todo momento hacer comprensibles o justificables sus actos o procurar que resulten agradables al lector y forzar la contradicción entre el individuo considerado aisladamente de sus acciones.

En cuanto al estilo, podemos afirmar que El hombre del salto logra su objetivo plenamente. Los personajes, en especial los que han vivido la experiencia directa de los atentados, y el propio narrador, se expresan de un modo peculiar, alusivo (o elusivo en muchas ocasiones), con abundantes repeticiones que parecen no tener otro sentido que ganar tiempo para mejorar la precisión de lo descrito. Las metáforas abundan sin ralentizar la acción, las palabras siempre parecen tener varios significados, al igual que los comportamientos no suelen ser lo que parecen, conformando un peculiar tono que atraviesa toda la novela de irrealidad, provisionalidad onírica. Y este efecto es, sin duda, uno de los mayores logros de la novela.

El hombre del salto, pese a su brevedad, presenta numerosos personajes que juegan un papel importante (no hemos comentado nada respecto de los antiguos compañeros de partida de poker semanal de Keith, su destino tras los atentados o el propio futuro de Keith) e inicia muchos hilos argumentales que no siempre son rematados o incluso que parecen carecer de justificación dentro de la estructura de la novela. Sin embargo, si es cierto lo que afirmábamos al comienzo de este comentario, si la novela debe orientar la búsqueda de una explicación, de un porqué (no necesariamente racional), si realmente aspira a la comprensión, quizá sea el mejor modo de aproximación.

Podemos no comprender los motivos de Keith, de Florence o quizá la novela no ayude a ello, pero también sus vidas quedan truncadas, su discurso coherente y lineal ha quedado roto, como lo quedan algunas de las historias que Don DeLillo describe en la novela. Quizá no entendamos el porqué de ciertos elementos del libro, su justificación o su sentido, pero quizá así es la realidad que debemos afrontar, la irracionalidad, el absurdo, el vacío, todo ello forma parte de un mundo que queremos comprender y que, así visto, la novela refleja adecuadamente. Quizá lo que pueda resultar extraño en las páginas de un libro, es aceptado sin reflexión en la vida diaria y sólo la lectura nos lo revela.

Por ello creo que esta novela ganará peso, cobrará fuerza con el tiempo, se releerá con un ánimo diferente y, quizá, se vea si su vaticinio fue el correcto; si su forma, su estructura, su lenguaje perduran. Mientras tanto, nos queda el placer de acercarnos a un modo de novelar original, en la línea de su autor, que combina aspectos modernos con elementos clásicos.

12 de octubre de 2008

Nápoles 1944 (Norman Lewis)


Con el desembarco de los aliados en Salerno, el 8 de septiembre de 1943 daba comienzo la encarnizada carrera que recorrió toda la península italiana a un ritmo desesperantemente lento y que pretendía amenazar a Alemania desde el sur, distrayendo fuerzas para el proyectado ataque al año siguiente a través del Canal de la Mancha.

Al día siguiente, Norman Lewis, oficial del Servicio de Inteligencia británico, adscrito a la Comandancia del Quinto Ejército Americano, pisaba tierra italiana. La misión de su unidad era garantizar la seguridad en la zona de Nápoles, realizar informes sobre sospechosos, prevenir sabotajes, tejer una red de contactos que permitiera obtener información relevante para el curso de la guerra, etc.

Norman Lewis recoge esta experiencia en este libro en forma de diario (Nápoles 1944. Un oficial del Servicio de Inteligencia en el laberinto italiano), que abarca desde septiembre de 1943 hasta octubre de 1944, en el que vuelca todos los recursos que le han dado fama en el campo de la literatura viajera con obras como Viajes por Indonesia o Voces del viejo mar.

Entrando en materia, el contenido del libro resulta descorazonador. Se suele tener la idea de que, según avanzaban las tropas aliadas, los pueblos liberados recuperaban la paz, el orden y la justicia; cesaba de alguna manera el hambre extrema y se restablecían las estructuras del poder (policía, sanidad, educación, ...). Lo que pone de manifiesto Norman Lewis es precisamente la situación contraria. El desorden aflora tras la liberación, las mujeres (incluso niñas y niños) deben prostituirse con el fin de lograr un mínimo sustento, el contrabando de material robado del ejército alcanza unos niveles de desvergüenza difícilmente tolerable y las tropas de ocupación apenas hacen otra cosa que mirar para otro lado, aduciendo que se trata de cuestiones internas que deben resolverse por las nuevas autoridades italianas, o tratar de sacar provecho y rentabilizar esta situación.

Norman Lewis comprende demasiado pronto que la mayoría de las denuncias que recibe no responden a motivos fundados, sino más bien a venganzas personales, antiguas rivalidades familiares o incluso a desplantes matrimoniales. Todos parecen querer engañar a los incautos soldados para arrimarles a sus intereses, para lograr sus favores, de manera que el joven oficial adoptará una posición de gran escepticismo, tanto ante las denuncias e informaciones que recibe, como ante la actitud de sus superiores que parecen mostrar empeño sólo en detener a pequeños rateros y estraperlistas dejando en libertad a quienes mueven los hilos.

Lewis tiene asignadas labores de vigilancia en algunos pueblos próximos a Nápoles integrantes de la llamada Zona di Camorra. Es sorprendente comprobar cómo esta mafia ha conseguido incluso que muchos de los soldados americanos destinados a esta campaña sean de origen italiano y que alguno de sus cabecillas haya regresado a la región para reorganizar unos negocios que alcanzan incluso al Gobierno Militar Aliado. La omertà, la complicidad encubierta (en muchos casos forzada por el temor) son el caldo de cultivo idóneo para alentar esta situación.

Este paisaje brutal se acompaña de fiebres tifoideas, brotes de malaria e innumerables enfermedades venéreas a las que una destrozada infraestructura sanitaria no puede oponerse. Hay hospitales en los que el único personal sanitario es una enfermera que, al llegar la noche, regresa a dormir a su casa quedando abandonados los heridos y enfermos hasta que, a la mañana siguiente, se hace el recuento de los que han sobrevivido a la noche. En este contexto, los amuletos, procesiones y anuncios de milagros conforman un retorno a la Edad Media: enfermedad, superstición, hambre y abuso de poder son los ingredientes principales de aquellos días.

Ante la falta de sólidas instituciones que provean de alimentos, ropas y medicamentos a la población civil, ésta debe organizarse (atrapada entre las fuerzas de ocupación y la Camorra) para sobrevivir como pueda. Se cortan y roban cables de cobre, se desguazan coches aparcados en calles céntricas a plena luz del día, se confeccionan abrigos con mantas militares robadas o trajes civiles con uniformes militares despiezados y teñidos en colores oscuros ante la indignación de los mandos militares aliados incapaces de ordenar la vida de estos italianos demasiado acostumbrados a que luchar por su supervivencia tras el gobierno fascista y la ocupación alemana.

En ese contexto de precaria estabilidad se mueven a sus anchas quienes pretenden tomar posiciones de cara al futuro. Por eso, no es de extrañar que parte de la tarea de Lewis, como oficial de inteligencia, sea precisamente la de examinar e informar de la multitud de partidos políticos que se van creando al amparo de la nueva situación política. Vemos a individuos del régimen fascista que pretenden reconvertir su ideología para camuflarla bajo un ropaje democrático. Pero también hay quienes, en el fragor de la contienda y la inevitabilidad de un nuevo momento histórico, recuperan del pasado una organización social más propia del Imperio romano, propugnando el abandono de la civilización, recuperar la túnica y la toga, la vida rural todo ello previa secesión del norte industrial.

Pero no sólo los italianos tratan de salir adelante. Los soldados americanos se benefician de su situación económica para birlar las chicas a los napolitanos empobrecidos, cuando para comprar sus favores. Esta situación llega a ocasionar una pequeña "rebelión" de los jóvenes italianos contra los soldados de ocupación. En ocasiones, estas relaciones se tornan más serias y Lewis se verá obligado a realizar numerosos informes sobre la conveniencia o no de dichos matrimonios. Descubre así cómo la necesidad empuja a las mujeres a los brazos de hombres a los que no aman, pero también ve cómo soldados que sólo se comunican con sus "prometidas" por signos, buscan desesperadamente un modo de olvidar la guerra.

Y es que el ejército no es esa máquina que actúa implacablemente, ajena a los sentimientos. Algunos soldados americanos desertan y se unen con sus armas a grupos de bandoleros italianos que caen sobre pueblos indefensos para saquear a sus pobres habitantes. El "fuego amigo" causa casi tantas bajas como el enemigo alemán y la Justicia Militar es aleatoria y dependiente del humor de un juez que desconoce las costumbres locales.

Sin embargo, el genio de Lewis permite que asome entre sus páginas el pintoresco color de las calles napolitanas, la sabiduría de sus gentes y sus costumbres. Entre sus informadores se cuenta un importante número de abogados y médicos, sin trabajo ni ocupación conocida salvo la de ostentar su título, que no tienen de qué comer y que son los primeros en ofrecerse como versados contactos a las tropas aliadas (probablemente después de haberlo hecho con las alemanas). De ellos, y de las amistades que sabe granjearse, Lewis aprende y llega a comprender y admirar a este pueblo. Elementos como la religiosidad algo pagana, la figura del "tío de Roma" -con funciones similares a la de las plañideras profesionales-, la buena disposición para la conversación relajada o la resignación fruto de la experiencia histórica acaban por ganarse a Lewis que progresivamente se aleja de sus compañeros identificándose con los ocupados. En parte por este motivo, Lewis es trasladado repentinamente a una misión en el Oriente Próximo de la que sabe que ya no regresará a esa Italia ocupada.

Nápoles 1944 es un ejemplo de literatura de alta calidad, más allá de su carácter de libro testimonial de un momento histórico o de libro de viajes, tal y como lo ha catalogado la editorial. El tono de comedia o vodevil acompaña sus páginas desdramatizando la realidad descrita, sin por ello banalizar la guerra, el hambre o la enfermedad. Lewis sabe crear una confrontación pacífica entre sus orígenes anglosajones y la vitalidad meridional y deja clara su preferencia sin condicionar la posición del lector, saliendo indemne del laberinto italiano a que hace alusión el subtítulo de la obra.


5 de octubre de 2008

El clan de los Kafka (Anthony Northey)

Este pequeño libro aborda, como su título indica, el entorno familiar de Franz Kafka en un sentido amplio. Para ello parte del concepto "Mischpoche", palabra de origen yiddish, con un sentido más amplio que la familia tradicional y que bien podría traducirse por "clan", como se hace en el título del libro publicado por Tusquets en 1989 y de dificil localización en la actualidad. Son suficientemente conocidas las conflictivas relaciones de Kafka con su padre, que contagiaron la relación con su madre y sus hermanas (con la excepción de Ottla). Sin embargo, Northey prefiere centrarse en tíos y primos para rastrear el papel que, como ejemplos de diferentes modos de vida, pudieron representar en los primeros años de la vida de Kafka y su posible empleo como materiales para los trabajos de ficción de Kafka. Repasando a los principales protagonistas, y comenzando por el lado materno de la familia (los Löwy), nos encontramos a los tíos Alfred y Josef (hermanos de Julie, la madre de Kafka). Ambos hermanos vincularon su vida profesional a la adinerada familia francesa Bunau-Varilla lo que les permitió disfrutar de una carrera profesional brillante, al menos desde el punto de vista de los sobrinos praguenses. Paisajes exóticos, destinos peligrosos o recepciones oficiales eran algunas de las constantes en la vida de estos tíos en fuerte contraste con la vida de un comerciante al por mayor de lencería o la de un tímido funcionario del ramo de los seguros laborales en Praga. Josef trabajó por cuenta de los intereses de la familia Bunau-Varilla (y de empresas afines) en el fracasado proyecto francés de construcción del canal de Panamá. Tras el fin de esta empresa, Josef fue empleado en un puesto de responsabilidad en las obras de construcción y explotación de un ferrocarril en el Congo belga. Allí vivió la enfermedad y la inseguridad por las frecuentes revueltas de los nativos (muchos de ellos habían sido llevados al Congo en régimen de semi-esclavitud para la construcción del ferrocarril) pero cumplió con las expectativas que sus benefactores habían depositado en él ya que, años después, le fue encomendado un nuevo trabajo, esta vez en la construcción de la línea férrea entre Taku y Pekín. En 1906 volvió a Francia, se casó ventajosamente y aceptó un nuevo cargo en una empresa ubicada en el Canadá que terminó en un fracaso. Según Northey, no es posible determinar si Kafka llegó a coincidir con su tío en alguna ocasión, pero lo cierto es que ajetreada vida pudo servir de inspiración para componer el relato inconcluso El ferrocarril de Kalda. El propio nombre (Kalda) recuerda inevitablemente el apellido familiar, y la ubicación de la obra en una Rusia invernal pudo responder a un intento por distanciarse de las imágenes africanas que Julie transmitiría en las comidas y cenas familiares, orgullosa de su hermano. También puede responder a información sobre la construcción del ferrocarril en China. Lo cierto es que las duras condiciones de vida, el aislamiento social y el férreo control de la compañía sobre sus trabajadores son elementos comunes entre el relato y la vida de Josef Löwy. Ambos tíos vivieron alguna temporada en Estados Unidos y pudieron servir de inspiración al "tío rico" americano, la figura supuestamente salvadora de El desaparecido, a quien se confía el protagonista para verse posteriormente defraudado. El hermano mayor de Josef, Alfred Löwy, desempeñó un importante cargo en la Compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Cáceres y Portugal y del Oeste de España. Alfred es el famoso "tío de Madrid" (con quien aparece Kafka en la fotografía superior) que visitaría en varias ocasiones el hogar de la familia Kafka en Praga. Alfred permaneció soltero y tenemos constancia (a través de los Diarios) de cómo Kafka se interesó por su modo de sobrellevar la soledad de ese estado, y las respuestas del tío, que parecen haber inspirado algunas de las ficciones de Kafka al respecto. En otro aspecto, el tío Alfred jugó un importante papel en la vida de Franz Kafka ya que, pese a alguna ensoñación de ser recomendado para trabajar en algún país alejado, las gestiones del tío Alfred sirvieron para que Kafka encontrara su primer empleo en la Aseguradora General italiana. Incluso es posible que la familia Kafka recurriera al tío Alfred para financiar la fábrica de asbestos una vez se puso de manifiesto lo poco rentable que era tal empresa. Del lado paterno, la familia tiene otros buenos ejemplos de emprendedores exitosos. En particular, destaca Otto Kafka, hijo del hermano mayor de Herrmann y, por tanto, primo del escritor. Otto había emigrado primero a París, huyendo de las estrecheces de la vida rural de Bohemia, y posteriormente a Argentina. Nuevos viajes le llevaron de vuelta a Europa y finalmente a los Estados Unidos donde comenzó varios negocios que terminaron por darle estabilidad y fortuna. Casado con una moderna mujer, aficionada a los deportes, se puede imaginar el impacto que pudo ocasionar en sus visitas a Praga. De este joven emprendedor pudo tomar Kafka rasgos y elementos para crear a Karl Rossmann de El desaparecido. El hermano menor de Otto (Franz, Frank en Estados Unidos) emigró con la ayuda de su hermano a los 16 años (los mismos que Karl Rossmann cuando es expulsado a tierras americanas) logrando también el éxito económico. Otro primo, Emil Kafka, trabajó también en los Estados Unidos en la empresa Sears, Roebuck & Co., una ejemplar sociedad dedicada a la venta por correspondencia- y cuyas descripciones pudieron ser empleadas por Kafka para la empresa de Chicago que aparece en su novela americana. El trabajo en cadena, el ajetreo, las maquinas implacables, todo ello formó parte de las conversaciones familiares cuando se leían las cartas de los primos lejanos o cuando raramente visitaban a la familia en Europa; y de todo ello guardará Kafka un recuerdo que aflorará paulatinamente en función de las necesidades de su escritura para dar forma a su mundo particular. El ensayo continúa describiendo otras vidas entre las que se cuenta la de un nacionalista checo, renegados del judaísmo, algún abogado de renombre, un rector universitario, un médico, comerciantes y fabricantes, pero también un tío solterón y algo extravagante (el temor de Julie era que su hijo hubiera heredado alguno de los genes de este tío, algo perturbado). Así, se puede entender cómo el padre de Kafka, pese a su innegable éxito en el mundo de los negocios ,gracias a su floreciente negocio al por mayor, podía verse como un pariente pobre al lado de alguno de sus hermanos o sobrinos acaudalados (más avergonzado aún en el caso de la familia política). De aquí se comprenden las enormes expectativas depositadas en el joven Franz, llamado a igualar el éxito familiar, lo que se volvería pronto en contra del escritor, incapaz de sentir esa necesidad de triunfo en los términos que su padre interpretaba. Seguramente, el interés del padre por probar nueva fortuna y encauzar a su hijo en la senda del triunfo económico familiar, tuvo un papel relevante a la hora de admitir y financiar el proyecto de la fábrica de asbestos que tantos problemas traería a las cenas familiares en los años siguientes. Quizá ésta sea la enseñanza principal que se pueda extraer de este volumen. Del resto, quedan un conjunto de imágenes, anécdotas y elementos que, sin duda, tienen su pequeño reflejo en la obra del autor checo y que permiten atisbar los entresijos de la labor creativa aunque, por desgracia, de nada nos sirven a la hora de su interpretación. El texto de este breve ensayo se acompaña de una extraordinaria colección fotográfica, tanto de los protagonistas de la misma, como de los lugares a que se hace mención. La lectura es amena, resultando ciertamente interesante comprobar los diversos medios de medrar empleados por los judíos europeos de finales del siglo XIX y principios del XX. Por desgracias, salvo los que emigraron y permanecieron en los Estados Unidos, la mayoría de los protagonistas de este libro no sobrevivió al Holocausto por lo que carecemos de testimonios directos que puedan corroborar la relación entre todos ellos y la familia nuclear de Kafka. Quedémonos al menos con la idea de que, a pesar del escaso interés que en ocasiones mostró Kafka por fundar una familia, el apego que sintió por la suya fue real y quedó reflejado de una u otra manera en sus obras, a pesar de lo conflictiva y traumática que dicha relación fuera.

20 de septiembre de 2008

La Praga de Kafka (Klaus Wagenbach)


Pocos autores de la Literatura Universal pueden identificarse con una ciudad de manera tan estrecha como Kafka con Praga. Él mismo señalaba que "Praga no te deja. [...].Esta madrecita tiene garras".

Las especiales circunstancias de la Praga de finales del siglo XIX y principios del XX siempre han sido citadas como el caldo de cultivo de una especial sensibilidad que afloraría en diversas artes, entre ellas la Literatura, con figuras brillantes entre las que destaca por encima de todas ellas Franz Kafka.

Capital del reino de Bohemia e integrada en el Imperio Austrohúngaro, con una minoría de población de lengua y cultura alemana -muy activa social y económicamente-, y otra minoría judía (dentro de la cuál volvía a repetirse la división anterior, si bien con un mayor peso del componente alemán), Praga era un ciudad en cuyas calles se cruzaban las manifestaciones de los trabajadores de los barrios obreros periféricos, de los nacionalistas checos o las esporádicas explosiones de persecución antisemita.

Su centro histórico ha sido conversado en bastante buen estado, pese a los bombardeos durante la II Guerra Mundial y el urbanismo que la siguió, lo que nos permite hacernos una idea cabal de cómo era esa Praga en la que vivió Kafka. Aclararemos que este interés va poco más allá de la curiosidad del lector que desea conocer algo mejor a uno de sus autores favoritos, ya que contemplar el portal de su casa natal o la fachada del edificio al que acudió como estudiante de instituto, apenas si nos dice algo de su escritura.

Hecha esta salvedad, volvemos al libro escrito por Wagenbach para satisfacer esa curiosidad histórica y acercarnos más al hombre, que no a su obra, para lo que desglosa metódicamente todos aquellos lugares que tuvieron cierta relevancia en la vida del autor checo, acompañando una foto de la época cuando es posible, ubicándola en un mapa (de hecho dos, uno con lel nombre de las calles en alemán y otro en checo) y describiendo su situación y estado actual.

El texto, como no puede ser de otra manera, recoge ciertas notas biográficas esquemáticas que permiten seguir adecuadamente a aquellos que no estén familiarizados con la vida de Kafka. La relación de lugares descritos. Asimismo, se acompañan algunos textos del propio Kafka (tomados de su correspondencia, diarios o incluso de obras de ficción como Descripción de una lucha) con los que se pretende dotar de mayor viveza y realismo las descripciones de Wagenbach.

Este breve libro se organiza temáticamente en cuatro bloques. El primero de ellos (“Las casas") enumera las diferentes viviendas en las que Kafka vivió o escribió, tratando de aclarar en cada caso qué obras principales fueron escritas en cada uno de esos inmuebles. Wagenbach no deja escapar la oportunidad de hacer precisiones en los lugares debidos. Por ejemplo. la vista desde la ventana de la habitación de Kafka en la casa del Barco pudo ser tomada para la confección de la escena final de La condena.

Wagenbach llega hasta el punto de aclarar la situación actual de muchos de esos inmuebles o de facilitar información sobre cómo acceder a algunos patios interiores de las viviendas (en ocasiones, el acceso es más fácil desde otros portales) o en destacar la belleza de las escaleras centrales para acceder a los diferentes pisos.

Por supuesto, que en este apartado aparecen también las casas de Max Brod, el salón literario de Berta Fanta o los diferentes locales en los que Hermann Kafka regentó su floreciente negocio de comercio al por menor y posteriormente al por mayor, así como la temible ubicación de la fábrica de asbestos que tanto problemas y angustia ocasionó al escritor. Kafka era socio capitalista con el fin de completar la participación de su cuñado (proviniente de la dote de su esposa, Elli Kafka) y de poder controlar los aspectos económicos de la misma. La participación de Kafka (con dinero prestado de su padre) fue sugerida por éste mismo (a fin de cuentas, había estudiado Derecho) por lo que no es muy correcto afirmar como hace Wagenbach, que aceptó dicha participación después de mucha insistencia de su padre.

El segundo bloque temático (La carrera de funcionario) visita las sedes de las diferentes instituciones educativas por las que pasó Kafka (escuela primaria, instituto, las diversas dependencias de la Universidad alemana e incluso los lugares en los que realizó el año de prácticas obligatorio).

De ahí pasamos a la sede de la Assicurazzioni Generali, entidad de seguros de origen italiano, en la que Kafka comenzó a trabajar gracias a una recomendación, y cuya larga jornada laboral resultaba incompatible con sus aficiones literarias lo que le llevó a buscar otro empleo, como funcionario, en el Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo, la temible "oficina" de la que ya escapó hasta su jubilación anticipada por su tuberculosis.

En ambos empleos (y en la fábrica de asbestos) se forjó la representación de la Vida, frente a Literatura, del mundo real, frente al mundo en el que Kafka soñaba, esa idea según la cuál, las condiciones perfectas para desarrollar su escritura, se daban en lo más profundo de un túnel, sin ruidos y al que la comida fuera colocada por un sirviente silente al otro lado de una puerta en el extremo del túnel.

Pese a los agrios comentarios de Kafka sobre su vida laboral, no debemos olvidar que en el Instituto alcanzó puestos de cierta responsabilidad y gozó de la confianza de sus superiores. Finalmente, tampoco se puede pasar por alta que su trabajo técnico es una pequeña clave que explica determinados aspectos de su obra.

El tercer apartado (Paseos predilectos) recoge tres itinerarios que pretenden dar testimonio de alguno de los largos y hermosos paseos que Kafka acostumbraba a dar por las tardes, solo o en compañía de algún amigo, antes de la cena y de encerrarse en su cuarto a escribir.

El primero de ellos (subida al monte San Lorenzo) prácticamente es el itinerario que recorre el protagonista de Descripción de una lucha y parte de la estatua de Carlos IV en la plaza de los Cruzados hasta lo alto del monte San Lorenzo lo que, además de permitirnos disfrutar de unas hermosas vistas, nos ofrece la posibilidad de contemplar los restos de la muralla del hambre (en la que pudo hallar inspiración para componer La construcción de la muralla china o visitar el emplazamiento de la cantera de Strahov, lugar al que fue conducido Joseph K. para ser ejecutado.

Los otros dos paseos (del Belvedere al parque Chotek y Malá Strana y el Jardín botánico y Troja) son otra oportunidad excepcional de recorrer la Praga de la época de principios de siglo (bastante bien conservada) y de hacerse una idea del concepto de "paseo" que Kafka tenía y ponía en práctica.

Finalmente, el último apartado (Lugares literarios y de esparcimiento) trata de compensar la imagen de escritor solitario y atormentado en favor de un Kafka que frecuentaba cafés literarios, salas de conferencias y conciertos, proyecciones de películas, etc.

Se ubican muchos de los cafés frecuentados por Kafka en su juventud, como el mítico Café Savoy (donde conoció la tradición del teatro yiddish), el Café City, el Louvre, el Corso y el Arco.

También aparecen las bibliotecas y librerías que frecuentaba, así como las dos escuelas de natación, donde practicaba en verano con su bote de remos por el Moldava.

Tampoco olvida Wagenbach la ubicación de las primeras salas de cine de Praga, o el Rudolfinum o la Casa de la Municipalidad, centros culturales de primer orden incluso hoy en día o los lugares en los que Kafka realizó lecturas públicas de sus obras o presentó las de otros (como la sede del Antiguo Ayuntamiento Judío.

Fiel hasta el extremo a su intención de no dejar un cabo suelto, también se nos facilitan indicaciones para visitar el cementerio judío de Straschnitz donde Kafka fue enterrado en junio de 1924.

La Praga de Kafka es un libro para apasionados de la obra de este autor que quieran aproximarse a su escenario vital. Lectura imprescindible por su carácter práctico para quien vaya a visitar Praga con la idea de rendir tributo a su genial escritor o para quienes, conociendo ya la ciudad, quieran evocar los lugares ya visitados.

Wagenbach es un gran experto en Kafka y ha escrito varias libros al respecto, llegando a recopilar todas las fotografías conocidas en las que aparece dicho autor (Franz Kafka. Imágenes de s vida). Tuvo la suerte de trabajar en la editorial S. Fischer en el momento en el que se preparaba la publicación de El proceso, hecho que le marcó de manera definitiva. Tiempo después se independizaría fundando varios sellos editoriales de diverso contenido con un compromiso político muy profundo.

Con La Praga de Kafka, Wagenbach ha logrado combinar información actualizada, ubicaciones precisas (nombre de las calles en alemán y checo numeradas en el mapa correspondiente, números de portal actuales junto al original de la época de Kafka), fotografías en blanco y negro, referencias biográficas y textos originales de una manera convincente y amena, evitando entrar en detalles excesivos que entorpecerían la lectura y dando sentido al subtítulo de la obra "Guía de Viajes y de Lectura".




13 de septiembre de 2008

Kafka (II). Los años de las decisiones (Reiner Stach)

"La vida del doctor Kafka, funcionario de seguros y escritor judío de Praga, duró 40 años y 11 meses. De ellos, 16 años y seis meses y medio correspondieron a su formación escolar y universitaria, y 14 años y ocho meses y medio a la actividad profesional. A la edad de 39 años, Franz Kafka obtuvo el retiro. Murió de tuberculosis de laringe en un sanatorio de Viena. Aparte de sus estancias en Alemania -sobre todo, viajes de fin de semana-, Kafka pasó unos 45 días en el extranjero. Conoció Berlín, Múnich, Zúrich, París, Milán, Venecia, Verona, Viena, y Budapest. Vio el mar en un total de tres ocasiones: el mar del Norte, el mar Báltico y el Adriático italiano. Además, fue testigo de una guerra mundial"
I
Estos párrafos (los dos primeros de la Introducción) dan la correcta medida del titánico esfuerzo desplegado por Reiner Stach a la hora de escribir este ambicioso libro (Kafka. Los años de las decisiones), primero de una serie que pretende convertirse en una biografía completa del autor praguense. Precisión absoluta en cuanto a las afirmaciones vertidas y a la expresión de las mismas son, por tanto, las divisas de Stach a la hora de abordar este trabajo, reflejando así cierta identificación con el estilo literario del biografiado. Y es que el autor, experto en la obra de Kafka y con varios libros sobre el famoso escritor a sus espaldas, es consciente de que la kafkología, es decir, la mitología alrededor de este escritor, tiene sus propias reglas y su propio discurso totalmente desligado de la realidad, un mundo que se alimenta a sí mismo; hay que centrar nuevamente nuestras ideas tomando como base hechos ciertos, citas tomadas de diarios y correspondencia (pero no necesariamente aquellas que han quedado ya desgastadas por su uso y abuso, por su empleo partidista para defender una opinión apriorística) no cediendo al impulso de dar un salto al vacío y especular sobre la trascendencia de determinados acontecimientos en la vida del biografiado si carecemos de la certeza suficiente o, al menos, si no tenemos una probabilidad de veracidad muy elevada. En definitiva, perder el miedo al vacío, a los espacios en blanco, renunciar al deseo de completitud y omnisciencia, ese vicio tan frecuente de las biografías al uso y que tanto se explota con fines comerciales. Precisamente éste es uno de los motivos por el que Stach centra este libro en lo que denomina "los años de las decisiones", aquellos comprendidos entre 1910 y 1915, años en los que asistimos a hechos tan trascendentales como la confirmación de las dotes literarias de Kafka, su relación con Felice Bauer (y su posterior ruptura), la creciente confirmación de su carácter, disociado entre la Vida y la Literatura; el afianzamiento de una firme voluntad de abandonar su cómodo y seguro trabajo de funcionario, la vida familiar en Praga, y partir a Berlín para comenzar una nueva vida, proyecto éste frustrado por el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Evita así, la biografía juvenil esbozada por otros autores, pero que presenta excesivos espacios en blanco como para fundamentar en ellos conclusiones perdurables. El libro tiene, en su edición española, 650 páginas de texto a las que hay que sumar 59 en las que se recogen las notas correspondientes, un índice onomástico, de obras citadas, etc. Y en ese gran teatro en blanco, Stach sabe ir desplegando con paciencia infinita las claves precisas para comprender estos años de la vida de Kafka. Tampoco ahorra detalles para hacer comprender al lector aspectos sociales e históricos relevantes. Así, se describen las desavenencias internas de los sionistas tras la muerte de Herzl, el efecto que la acogida de judíos orientales provenientes de Galitzia tuvo en Praga tras 1915, el novedoso campo de los seguros laborales en el que Kafka trabajó con pericia o los preliminares de la Gran Guerra, acontecimiento que tanta importancia tendría en el curso del siglo XX, pero también sobre Kafka, pese a su manida imagen de indiferente a los acontecimientos de su tiempo. Si tuviéramos que elegir el momento más trascendental en la vida de Kafka, aquél a partir del cuál se pueda trazar una línea divisoria de no retorno, sería sin duda la noche del 13 de agosto de 1912. Durante esa noche, sumido en una especie de trance, Kafka escribe su primer relato completo, el primero con el que siente plenamente identificado, el que deja atrás los esfuerzos recopilados para la publicación de su primer libro (Contemplación). Pese al agotamiento natural, Kafka siente la fuerza de una naturaleza que actúa a través suyo, que le impele a escribir y que logra dar forma a una narración en la que, todavía tiempo después, el propio Kafka continuaría encontrando claves que ignoraba en el momento de su escritura. Los esfuerzos anteriores de Kafka con las letras se han perdido en su gran mayoría, tenemos ejemplos desperdigados en sus diarios, los fragmentos de Descripción de una lucha o las viñetas recogidas en el citado Contemplación. Sin embargo, La condena nacía de un esfuerzo y una conciencia muy diferente; en ella se encuentran muchos de los elementos sobre los que girará el resto de la obra de Kafka (integración de elementos personales en el texto, la idea de culpa y castigo, la figura de una autoridad que administra la pena, ...). Se inicia así el primer estallido creativo de Kafka ya que, pocos días después comienza La metamorfosis y da comienzo a su novela americana, El desaparecido, consolidando el mundo literario y estético por el que hoy es conocido. En ellas volcará su mundo interior, pero también sus conflictivas relaciones familiares que le atormentaban y que tanto hicieron por desacreditar ante él la idea de familia. Pero esta noche supuso algo muy importante para Kafka: la confirmación de que lo que hasta aquel momento no era sino un deseo, una intuición, una potencia a desarrollar, era realidad, acto. Era capaz de convertir sus esfuerzos sobre el papel en Literatura, y a un nivel al que ya jamás querrá renunciar. Se explica así su enrome sentido crítico, su afán por destruir sus bosquejos y no dar por buena y finalizada una obra hasta lograr esa perfección de la que ya se sabía capaz. Esa cima se convertirá en el paradigma al que se aferrará en sus horas más bajas y para cuyo favorecimiento sacrificará parte de su salud y, en gran medida, su relación con Felice Bauer.
II
En esa importante noche Kafka ya se encontraba "bajo la influencia" de la señorita de Berlín, lo que no deja de resultar sorprendente dado que la primera impresión que ésta la causó no parece haber sido muy favorable. En su primer encuentro en la casa de Max Brod, precisamente el día en el que ambos elegían el orden en el que aparecerían las piezas de Contemplación, la primera impresión no fue la definitiva y, cuando Kafka acompañó a Felice a su hotel antes de que ésta continuara viaje, la decisión y aparente confianza de la muchacha cautivaron al escritor. Pocos días después, la primera tímida carta de Kafka dirigida a Berlín daría inicio a una de las más famosas e intensas correspondencias de la historia de la literatura. Stach ilumina los motivos por los que Kafka pudo enamorarse de Felice (y viceversa) pese a la falta aparente de puntos de conexión. Inicialmente, Felice tenía aquello de lo que Kafka creía carecer, sentido práctico, carácter definido e independencia, aunque pronto pudo ver que también podía sentir un enorme desconsuelo y desamparo. Habitualmente, dado que las cartas de Felice a Kafka fueron supuestamente destruidas por éste, sólo hemos tenido acceso a información de una de las dos partes. Stach hace un esfuerzo por trazar un dibujo fiel de la joven Felice, de su exitosa (y estresante) vida laboral y de los complicados problemas de todo tipo que tuvo que afrontar su familia y que, sin duda, tuvieron su peso en la relación con su prometido de Praga (su hermano pequeño tuvo que emigrar a América como el protagonista de El desaparecido, para huir del escándalo y tal vez de prisión, su hermana crió a un niño en la ignorancia de sus padres, ...). De la mano de Stach se nos van desvelando los pormenores de la relación hasta la ruptura de su compromiso, con todos sus peculiares accidentes, casi dignos de una comedia de enredo del Siglo de Oro: ambos mantienen su correspondencia en relativo secreto familiar pero la madre de Kafka descubre una carta y decide escribir en paralelo a Felice pidiéndole que le guarde el secreto, Kafka remite una carta a Felice dirigida a su padre en la que pide su mano en unos términos que ningún padre podría aceptar, la irrupción tan controvertida de Grete Bloch como mediadora, finalmente como una partícipe más, o las apariciones puntuales de Max Brod como enviado de Kafka, ... Durante esta relación, Kafka gana conciencia de su dualidad; de una parte está llamado a una vida como la que Felice desea, aún con sus miedos y su ansiedad, para lo que debe renunciar a esa otra parte de sí que le llama a la escritura. De ahí sus reparos al compromiso, incluso sus escasos contactos físicos (apenas unas cuantas visitas de Kafka a Berlín en las que se vieron pocas horas, algunas de ellas en presencia de terceras personas, restando así cualquier posibilidad de intimidad), los miedos sexuales de Kafka (probablemente también de ella), los continuos lamentos de sus cartas en los que pretende ponerla en guardia frente a él, a su carácter y debilidades.
III
Y sin embargo, a la ruptura del compromiso (y tras un periodo de vacío y confusión), Kafka decide poner en práctica un proyecto sobre el que había meditado anteriormente y que se planteó como alternativa antes de decidirse sobre el compromiso con Felice. Su intención era instalarse en Berlín, dejando así la Praga opresiva en la que vivía su familia, la oficina, la fábrica de asbestos y cuantas preocupaciones le torturaban. Deseaba comenzar a trabajar humildemente como periodista, como redactor, como fuera, para poder llegar a ganarse la vida como escritor en dos años (tiempo para el que le alcanzaban sus ahorros). La Primera Guerra Mundial nos privó de conocer lo que habría ocurrido. Lo cierto es que Kafka tuvo que quedarse en Praga, si bien no fue llamado a filas, frustrando así todos sus planes. Lejos de acobardarse o hundirse en la desesperación (en línea con su imagen estereotipada), Kafka dio muestra de su firmeza y decisión volcándose en la escritura dando lugar a uno de sus periodos más fructíferos, en el que continuó agregando capítulos a El desaparecido, inició su novela más famosa (El proceso) y escribió En la colonia penitenciaria. En las peores condiciones para un autor tan exigente en cuanto al entorno a la hora de escribir, tuvo que cambiar de vivienda en varias ocasiones (sus hermanas y sobrinos volvieron a la casa familiar tras la marcha de sus maridos a la guerra, debiendo ser él quien abandonara su habitación), trabajar más intensamente en el Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo (escaso de personal), vivir las penurias y desgracias que la guerra llevó consigo a la población civil, etc. Con el fin de evitar la dispersión en el trabajo, que hizo languidecer El desaparecido, para su nueva novela (El proceso), Kafka decidió cambiar su método de trabajo para lo que redactó el primer capítulo y el último. A continuación fue esbozando capítulos y completándolos según su impulso creador le dictaba, lo que explica el caos editorial que su publicación póstuma ocasionó ya que los capítulos no están numerados, algunos están incompletos y otros no son más que unos breves párrafos. Este esfuerzo creativo duró unos seis meses que concluyen cuando Kafka debe dedicar más tiempo a la fábrica de asbestos y el pozo de imágenes del que bebe el escritor parece secarse. El libro de Stach finaliza con Kafka tomando un tren en la estación de Budapest (tras acompañar a su hermana Elli en una visita a su marido en el frente húngaro), ignorando que Felice se encuentra, en ese mismo momento, de visita en la misma ciudad; kafkiana casualidad.
IV
Pero entre sus páginas, Stach nos habla de muchas más cosas. Asistimos a la evolución laboral del funcionario, a su progreso laboral y a la asunción de nuevas responsabilidades. Frente a la imagen que transmitía en las cartas a Felice y en sus Diarios, su trabajo en el Instituto era realmente relevante, gozando en todo momento de la confianza de sus superiores. Por este motivo, tuvo que realizar numerosos viajes a ciudades del norte de Bohemia (la zona industrial del reino) con el fin de representar al organismo ante los tribunales o inspeccionar directamente las empresas aseguradas. Su precisión en el lenguaje, su acertado ingenio para la resolución de dificultares, en apariencia irresolubles, y su domino de los aspectos técnicos en materia de prevención de accidentes, le convirtieron en una pieza clave dentro del Instituto. De todo ello da cuenta Stach mediante documentación y ejemplos suficientes. Incluso conocemos los arduos esfuerzos por lograr una mejora en las condiciones salariales de su grupo funcionarial, en cuyo portavoz y representante se erigió Kafka. Todo lo cuál no impide que Kafka siempre viera la "oficina" como lo opuesto al "trabajo" que, para él, comenzaba al caer la noche y recluirse en su cuarto, entre sus papeles y cuadernos. Precisamente su vinculación al ramo del seguro laboral y a la prevención de accidentes le puso en contacto con diversos aspectos de la nueva época que se avecinaba y que encontrarán eco en sus relatos. Así, la progresiva burocratización, la pérdida del valor del trabajo individual (para suplir esta carencia, entre otros motivos, Kafka trabajó como jardinero en varios periodos de su vida, durante sus tardes libres), así como el peligro físico de la tecnología. Este aspecto, lo comprobaba de primera mano cuando recibía las visitas en su despacho de trabajadores horriblemente mutilados por herramientas poco fiables. Todo ello tiene su pequeño papel en la configuración del cosmos vertido en sus obras. Igualmente, su estilo de redacción, su gusto enfermizo por la precisión y exactitud de las palabras, la desnudez de sus textos (que, por otro lado, crea su propia belleza y poesía) son tributarias de su formación de jurista y de su trabajo posterior, alejándole del estilo de los escritores praguenses (y aún alemanes) de la época. Stach también nos hace partícipes de los pensamientos de Kafka en torno a la posibilidad de enloquecer, al tiempo que jugaba con los recursos que de ello podía obtener para su creación literaria (al modo de Strindberg) o las vagas alusiones al suicidio ocasionadas por los reproches de su padre ante su desinterés por la fábrica de asbestos. En este sentido, Stach aclara respecto de la corriente dominante, que fue el propio hijo quien (como abogado) sugirió a su padre el recurso de figurar como socio capitalista del negocio de su cuñado, de modo que se pudiera tener acceso a los libros contables para garantizar el éxito de la empresa y evitar la pérdida de la dote de Elli (con cuyo capital no bastaba para arrancar el negocio). También conocemos el mundillo literario de Praga, los esfuerzos de muchos de los amigos de Kafka por lanzarse a vivir de su talento, de ser editados, de convertirse en figuras relevantes y la distancia (mediando entre cierta envidia sana y desinterés) con que les observaba Kafka. También atisbamos la relación entre Kafka y Musil, escritores tan diversos pero que impulsarían la novela del siglo XX más allá de los estrechos límites impuestos por sus predecesores y cómo la guerra mundial frustró una colaboración que habría resultado histórica. Alejamos así la idea de un autor aislado del mundo literario de su momento, ya que estuvo siempre al tanto de lo que se escribía, de las polémicas literarias (por ejemplo de la que enfrentó a su amigo Brod con Kraus). También nos describe el mundo de los sanatorios naturistas que Kafka comenzó a frecuentar ya en esta época y en los que tuvo contacto con la medicina más heterodoxa del momento. Baños de sol, exposición al aire libre o nudismo, son algunas de las "recetas" que se empleaban en estos sanatorios a los que se acudía no sólo por enfermedad, sino para descansar y ponerse "a tono". Aquí se afianzó la desconfianza de Kafka en la medicina convencional que justifica las numerosas estancias en sanatorios similares una vez se manifestó la tuberculosis años después. Precisamente en uno de estos sanatorios Kafka conoció a la muchacha de Riva, una joven de la que se enamoró (o al menos de la que guardó un buen recuerdo) cuando su relación con Felice ya había naufragado de hecho. Enamoramientos de este tipo no fueron infrecuentes en la vida de Kafka ya que, en un viaje con Max Brod en el que estuvieron varios días en el pueblo natal de Goethe, se enamoró de la hija de los propietarios de la casa del autor alemán a pesar de ser casi una niña y de apenas poder haber intercambiado una palabra. Es de agradecer que, según los criterios impuestos por Stach respecto a afirmaciones meramente valorativas, no pretenda ofrecer una interpretación de las obras de Kafka. Stach se limita a presentar las claves que de la biografía se desprenden y que Kafka empleó como mimbres para trenzar sus historias, sin avanzar por ello en la posible interpretación de las mismas, afán que sería totalmente estéril dada la universalidad de su obra. Dicha tarea interpretativa queda en manos del lector que, tras este libro, tiene más herramientas e información para poder extraer sus propias conclusiones. Sólo queda esperar que en este primer volumen no se agote la intención de continuar con el resto de la vida de Kafka, no porque así se tendría la biografía definitiva (algo totalmente imposible, como pone de manifiesto la reciente aparición de nuevos documentos de Kafka en Israel), sino por el placer de acompañar la eficiente mirada de Stach en los restantes años de la corta vida del autor checo.