15 de octubre de 2012

Historia Universal de la Infamia (Jorge Luis Borges)




El tiempo de verano es propicio para lecturas dispersas, dejadas atrás por diversos motivos y recuperadas para cubrir las horas de un ocio inexistente el resto del año. Así, durante el mes de agosto, me encontré leyendo al mismo tiempo dos libros que nada deberían tener en común.

24 paseos por Londres es un curioso catálogo de rutas a pie por la capital británica, asomando al lector a callejones y patios que no suelen figurar en guías más convencionales. Gran parte de los altos en el camino tienen lugar bajo placas conmemorativas de hechos criminales, siniestros o, en el mejor de los casos, inquietantemente misteriosos.

Una mañana, pongamos que de un martes, en el paseo dedicado a los aledaños de Oxford Street, leí por primera vez la historia de Arthur Orton, personaje célebre por haberse hecho pasar por el hijo de Lady Tichborne desaparecido en un naufragio en el lejano Caribe. El impostor supo jugar con el deseo de la madre por aferrarse a cualquier esperanza para desterrar la idea de la pérdida de su hijo. Y de este deseo se aprovechó hasta que, a la muerte de Lady Tichborne, el resto de herederos, algo menos románticos y muy preocupados por el número de partes del caudal relicto, denunciaron con éxito al suplantador que terminó pagando su osadía con la prisión y el posterior oprobio.

La tarde de ese martes leí en Historia Universal de la Infamia, primer libro de relatos de Jorge Luis Borges, la misma historia, algo más extensa, ricamente adornada con personajes adicionales y florituras verbales, a la que el escritor argentino había bautizado como El impostor inverosímil Tom Castro.

El impostor Tom Castro
Esta larga introducción sólo sirve para poner de manifiesto una coincidencia que habría hecho las delicias de Borges y que, en sus manos, habría podido dar lugar a un hermoso relato sobre el destino, la cábala o las matemáticas del azar.

Historia Universal de la Infamia es un libro bastante peculiar e interesante pese a no figurar entre los más leídos del escritor argentino. Todas las primeras obras cuentan con dos tipos de público, quienes consideran que es la mejor y que lo que le sigue sólo aspira a igualar su mérito y quienes la creen mero atisbo de una promesa aún por cumplir. 

Lo cierto es que este libro surge como recopilación de unos textos publicados a lo largo de 1933 y 1934 en el suplemento de un diario bonaerense y que un avispado editor (o el propio autor, lo desconozco) supo reunir en un único volumen en 1935 junto con algún añadido, siendo reeditado en 1954 con pocos añadidos y modificaciones. La edición española corre por cuenta de Destino.

Como el título acierta a resumir, Historia Universal de la Infamia no es otra cosa que una colección de episodios protagonizados por malvados delincuentes, impostores, asesinos, piratas y demás ralea, de diverso tiempo y lugar que no tienen otra cosa en común que su iniquidad.

Para cada una de las historias, Borges parte de una fuente concreta, especificada en un epílogo, algunas tan fiables como la Enciclopedia Británica, otras más imprecisas como Vida en el Mississippi de Mark Twain.

Con este escaso material, Borges construye sus relatos en los que combina detalles psicológicos con reflexiones subjetivas, todo ello aderezado por su estilo barroco y algo redundante, estilo al que hace una mención burlesca en la introducción a la edición de 1954.

El primer aspecto que llama la atención en este libro es que Borges toma hechos reales y se esfuerza por literaturizarlos, por trasladar la impresión de que se está ante un relato, no ante una noticia.

En el prólogo ya citado, Borges atribuye a su timidez y vergüenza el hecho de recurrir a narrar hechos reales, evadiendo los imaginarios, bien por falta de confianza en sus dotes inventivas, bien por falta de inspiración. Pero lo cierto es que sólo estamos ante una disculpa dado que la elaboración literaria prima más allá de los hechos en que se basa.

Pocos de los que lean el relato sobre Billy el Niño identificarían al protagonista si no fuera por el uso de su nombre. También yo necesité avanzar bastante en la lectura de El impostor Tom Castro para identificarlo con la historia real que había leído aquella misma mañana.

Jorge Luis Borges
 Incluso los títulos dados a cada relato resultan reveladores de ese talante literario del que Borges apenas puede desprenderse en su escritura: El incivil maestro de ceremonias Kostsuké no Suké, El asesino desinteresado Bill Harrigan o El proveedor de iniquidades Monk Eastman por citar algunos ejemplos.

Como contraste, la mayoría del resto de la obra de Borges trata de recorrer el camino inverso, hacer pasar por reales sus ficciones, dotarlas de fuentes fiables (como la Enciclopedia Británica en su famoso relato Tlön, Uqbar, Orbis Tertius) para mantener ese juego entre realidad e invención que es una de las claves de sus cuentos.  

Y éste es el mérito de un maestro del relato, el conseguir crear una atmósfera propia, un estilo que envuelve los hechos y nos los ofrece ya elaborados y enriquecidos prefigurando lo que será el estilo definitivo del Borges cuentista.  De un lado, la expresión demorada, entretejida de reflexiones, a ratos filosóficas, a ratos irónicas, pero por otro lado, ese juego entre verdad y ficción, matemática y esoterismo, cero e infinito.

Pero esta Historia Universal de la Infamia ofrece más. Ya desde la primera edición se incluyó el relato Hombre de la esquina rosada, única pieza de ficción en la que Borges rinde homenaje al lenguaje porteño y a la vida en los arrabales bonaerenses. Sin duda, el localismo no está reñido con esa universalidad a que se refiere el título del libro ni a la del conjunto de la obra de Borges.

Los últimos añadidos son una suerte de viñetas, también fruto de la imaginación del autor, que continúan con la temática criminal y de infamia a que responde el título. En muchos casos parecen esbozos de personajes y escenas que podrían formar parte de futuros escritos.


Pero erraríamos si creyéramos que la lectura de este primer volumen tan solo sirve para completar el conocimiento de la obra del escritor argentino o si la leyéramos buscando las raíces de su genio. El valor de estos pequeños textos se impone por sí mismo. Su brevedad no les resta intensidad y, en todos ellos, podemos disfrutar del fabulista completando los huecos que las fuentes no atienden.

Los datos escuetos no son literarios, son hechos desnudos. Lo que rodea a esos hechos, el color de la noche de un crimen, lo que siente el asesino o lo piedad que implora la víctima son hechos inaprensibles para un historiador al uso. Sólo la Literatura alcanza a dar fe de ellos y sólo gracias a ella estos hechos permanecen en nuestra memoria. Por eso debemos leer, y leer también Historia Universal de la Infamia. 


30 de septiembre de 2012

La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey (Mary Ann Shaffer y Annie Barrows)



Juliet Ashton es una periodista que se ha labrado un nombre durante la Segunda Guerra Mundial gracias a sus artículos semanales en diversos periódicos y revistas bajo el seudónimo de Izzi Bickerstaff en los que ha tratado de buscar el humor entre la desesperación del conflicto.

Terminada la guerra publica una recopilación de los mejores artículos que resulta todo un éxito editorial, hasta el punto de que Juliet se plantea preparar un próximo libro sobre algún tema que no tenga nada que ver con la guerra. En paralelo, recibe el encargo de publicar un artículo largo para el suplemento literario del Times sobre el valor de la lectura.

Una extraña carta procedente de Guernsey, una de las Islas del Canal que fueron ocupadas por los alemanes durante la guerra, le pone en contacto con la curiosa sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey proporcionándole un posible tema para su futuro libro y su artículo, aunque finalmente encontrará mucho más.  

Ésta es la trama principal de La sociedad literaria y el papel de piel de patata de Guernsey, una novela de lectura apacible, escrita en su mayor parte por Mary Ann Shaffer y que, por causa de una enfermedad grave, tuvo que ser concluida por su sobrina Annie Barrows, escritora de cuentos infantiles.  RBA es la editorial responsable de la publicación en España con traducción de Sandra Campos.

La novela no es un relato al uso, sino que toma la forma de epistolario. Los libros basados en correspondencia parecen gozar de buena salud, al menos, mejor que la de nuestro sistema de correo postal. Tal vez se trate de que las cartas ya forman parte de un pasado remoto y exótico que despierta en nosotros una especie de sentimentalismo que nos hace añorar un tiempo sin querer renunciar a las ventajas del presente.

Porque, a fin de cuentas, apenas nos parecería tolerable enviar una carta y esperar pacientemente varios días la respuesta. La urgencia de nuestro tiempo requiere la comunicación inmediata. El correo electrónico mejor que la carta, la mensajería instantánea mejor que una llamada, y una videoconferencia mejor que una conversación ante dos tazas de café.

Y qué decir del contenido de las cartas. Nuestros correos y sms no sólo suprimen vocales y consonantes, incluso palabras, suprimen emociones y comentarios. Por eso nos sentimos algo desubicados ante esas largas cartas del pasado en las que se hacían comentarios personales, se lanzaban preguntas retóricas o se plasmaban inquietudes que apenas encuentran lugar  en nuestras actuales formas de comunicación.

Las autoras
La sociedad literaria y el pastel de piel de parata de Guernsey se compone exclusivamente de cartas, pero a diferencia de lo habitual en el género (intercambio entre dos corresponsales), nos encontramos ante una auténtica novela coral. Más de una decena de personajes intercambian cartas, principalmente con la protagonista, pero también entre los diversos actores secundarios.

A modo de retales, vamos componiendo un cuadro de conjunto en el que las piezas dispersas de cada biografía van encajando y el lector construye su propio relato cronológico dando forma a la novela más allá de los esbozos que nos ofrecen las cartas.

Este esfuerzo de composición que se requiere del lector, hace de la lectura del libro un placer activo, lo suficientemente motivador como para que pasemos por alto que la mayoría de personajes resulten sumamente honrados y honestos, bienintencionados y amigos de sus amigos. A fin de cuentas, esto puede considerarse puro realismo ya que nadie se autorretrata negativamente en una carta y es feo dejar por escrito malas opiniones sobre un tercero (una lección que las nuevas tecnologías parecen habernos hecho olvidar).

Afortunadamente, contamos con dos personajes que sirven de válvula de escape: La malvada Adelaide Addison, que pretende desanimar a Juliet de que emprenda su viaje a Guernsey con maledicencias sobre el círculo literario (que dicen más sobre ella que lo que cuenta sobre otros) y el taimado Markham Reynolds, un americano prepotente y soberbio que cree poder disponer del amor de Juliet por su dinero, su éxito y las posibilidades profesionales que le ofrece como empresario editorial.

Pero hay detalles que hacen escapar a la novela del género pastoril al que parece en ciertos momentos abocada. Según avanza el texto, cobra mayor relevancia el recuerdo reciente de la poca conocida ocupación de las islas del Canal por los nazis, único territorio de Gran Bretaña que llegaron a invadir. Ciertos hechos sombríos y terribles terminan por deslizarse. Así, conocemos la vida de Beatriz, un personaje del que todos hablan y al que poco a poco vamos conociendo. No podremos leer cartas escritas por ella, pero su figura rige los actos de la sociedad literaria y terminará por determinar también la vida de Juliet.

Una escena sobre la que vuelven en repetidas ocasiones casi todos los corresponsales es el momento en el que, dándose por perdidas las islas, se organiza la evacuación de la mayoría de los niños a Inglaterra para alejarles del conflicto. Separarte de tus hijos para enviarles lejos de unas islas a punto de ser invadidas, sin saber cuánto puede durar la separación (en la práctica duró cinco años), si ésta será definitiva o si los riesgos serán mayores que los de permanecer en casa debe ser una de las más difíciles decisiones que un padre pueda afrontar. De ahí la importancia que este acontecimiento tiene para todos los habitantes de Guernsey, incluso los que no tienen hijos. Una isla (o cualquier lugar) sin niños es un espacio muerto.

La isla de Guernsey
Pero la guerra ha concluido y todos parecen felices de recuperar a sus hijos, de gozar de la recobrada libertad y de escapar de las penurias y el hambre que han sufrido durante los últimos cinco años. Para los integrantes de la sociedad literaria, la guerra ha supuesto la oportunidad de conocerse de un modo más profundo, de consolidar una amistad y unos lazos que compartirán con Juliet.

El título de esta novela puede llevar a engaño ya que poco se habla de libros y autores. La sociedad nace para evitar una represalia alemana cuando sus futuros miembros son sorprendidos violando el toque de queda y, a partir de ese momento, se organizan reuniones quincenales para discutir sobre los libros que cada miembro lee.

Los gustos son peculiares. Uno lee y relee a Séneca, otro adora a Charles Lamb, otra se dedica a los libros sobre recetas y otro no lee siquiera. Pero lo cierto es que en torno a los libros se forja una amistad que permite a personas que antes se conocían y saludaban exclusivamente como buenos vecinos, otorgarse el título de amigos.

No es poco mérito para los libros. Siempre relacionados con una actividad silenciosa y solitaria, reflejan en esta novela todo su poder pero también su  humildad, quedando relegados a un segundo plano tras abrir la puerta de unas relaciones que ya no los necesitan para mantenerse. ¿Puedo haber mejor prueba de la bondad de la literatura?


16 de septiembre de 2012

Edvard Munch. El alma pintada (Fuensanta Niñirola)




Hay artistas que parecen definir una época, condensar los sentimientos de un tiempo y extraer de ellos una creatividad que los hace clásicos. Edvard Munch es un ejemplo. Su viaje artístico a lo largo del último tercio del siglo XIX y la primera mitad del XX, refleja las tensiones de una época en constante cambio y evolución, pero también su peculiar modo de entenderlos y reflejarlos.

Edvard Munch. El alma pintada es el título del libro con el que Fuensanta Niñirola nos introduce en la vida y obra de este creador tan prolífico. Niñirola reúne la doble condición de artista plástica (con una dilatada carrera acreditada por numerosas exposiciones y trabajos) y la de escritora y crítica literaria. Este libro saca buen provecho de ambas facetas ya que hace comprensible la obra de un autor complejo sin renunciar a explicaciones técnicas y sin dejar en el lector la impresión de que asiste a un mero desfile de imágenes y fechas entre las que se escapa aquello a que hace mención el subtítulo de la obra, el alma del pintor.

Los abundantes recuadros informativos ofrecen noticia de las diversas técnicas del grabado, de los variados movimientos artísticos y culturales del periodo o de la importancia de figuras como Strindberg en la vida de Munch, acercando al lector más profano un conocimiento que no le estorbará en su lectura. 

Fuensanta Niñirola
El texto se inicia con unos capítulos dedicados al ambiente artístico de la última parte del siglo XIX que tan variados y ricos frutos ofreció en todas las artes de la época. La difusión de ideas a través de revistas, la importancia de las tertulias y los círculos literarios, el cosmopolitismo y la ebullición cultural crearon un magma en el que los movimientos artísticos se sucedían unos a otros influyéndose recíprocamente con una imparable rapidez.

Algunas notas que definen esta nueva época son el gusto por lo subjetivo, potenciado por el avance en el conocimiento de la psique a través de las obras de Freud, la filosofía de Nietzsche o el renacimiento del esoterismo. Los artistas dejan en segundo plano el intento por mostrar la realidad (que, por otro lado, ha comenzado a ser captada por la naciente fotografía) para volcarse en reflejar el modo en que interpretan dicha realidad, cómo es a sus ojos.

En el caso de los artistas plásticos, los puntos de diferencia estarán en el enfoque. Los impresionistas pretenderán reflejar la luz tal y como la perciben en cada momento y respecto de diversos objetos y formas, la realidad tal y como se les muestra. Los expresionistas querrán más bien, volcar en la realidad externa sus sentimientos y pensamientos, extraer la inspiración de dentro hacia fuera.

Por otro lado, las técnicas avanzan ofreciendo a los creadores nuevas formas de expresión o mejorando las existentes. Aguatinta, grabados a buril y litografías se integran en la obra de los artistas, más allá de lienzos o acuarelas. Munch experimentará con muchas de estas técnicas, atreviéndose incluso con la fotografía, otorgándole una intencionalidad artística y experimental que le adelanta a su tiempo.

Seguidamente, Niñirola se adentra en la figura de Munch, desde una perspectiva cronológica dado que, en este caso, las peripecias vitales determinan la evolución de la obra. Con un criterio puramente personal, he seleccionado tres pinturas representativas de temas y momentos biográficos clave en la obra del pintor noruego. Creo que son representativos de lo que un lector puede encontrar en este libro, abriendo su apetito por profundizar en el resto del texto.

La niña enferma – (1885-1886)


La infancia de Munch se ve rodeada, casi sería mejor decir acechada, por la muerte. Pierde a su madre a los cinco años y a su hermana mayor a los catorce. Otra hermana, Laura, comienza a presentar síntomas de demencia. Él mismo tiene una salud precaria que le hace creer que morirá joven por la tuberculosis o que caerá en la locura. Citando al propio autor, aficionado a dejar testimonio escrito de sus impresiones, “enfermedad, muerte y locura fueron los ángeles negros que velaron mi cuna y desde entonces me han perseguido durante toda mi vida”.

Nada de esto ocurrirá, pero la presencia apremiante de la muerte y el padecimiento marcarán toda su vida. Enfermedad y muerte se convierten, desde un inicio, en temas sobre los que pintará obsesivamente, tal vez como conjuro ante tales amenazas.

Tras una estancia en Paris y los Países Bajos, su ambición se dispara y Munch tratará de encontrar su propia voz. La imagen de su hermana postrada es el cuadro que mejor refleja esa fuerza creadora que dominará el resto de su vida. La luz en el rostro de la enferma, la figura hundida y desamparada de la tía, imagen de la rendición, se combinan con una técnica en la que el artista llegó incluso a rasgar y atacar la pintura dotándola de una fuerza impactante.


El Grito – (1893)


Munch continúa sus viajes por el extranjero asimilando las nuevas corrientes de la época para consolidar su propia visión de la pintura. Una beca le ha permitido una larga estancia en Francia, ampliando su confianza. Su exposición en Berlín es clausurada a los pocos días de la inauguración pero pronto es invitado a Düsseldorf y Munich comenzando el reconocimiento crítico. Su vida dará la mano a la bohemia centroeuropea, si bien, necesitará frecuentes escapadas a los paisajes naturales que le vieron nacer. Vive atrapado en una dicotomía en la que desea entregarse al modo de vida de otros artistas pero su espíritu no es capaz de resistirlo cayendo fácilmente en el alcoholismo o en crisis nerviosas.

Munch es ya un artista maduro, que domina la técnica dejando libertad para plasmar sus sentimientos más profundos, su desesperanza pero también su amor por la naturaleza que sabe expresar con magnificencia.

El grito refleja toda esa tensión atenazante, esa desesperación que apenas puede explicarse racionalmente y que sólo un aullido casi animal, la pura desesperación de una bestia herida, puede expresar.


Autorretrato entre el reloj y la cama (1940-1942)


Damos un salto hasta los últimos años de la vida de Munch. Por el camino hemos dejado la consolidación y el reconocimiento de un gran artista, su dependencia del alcohol, sus crisis nerviosas y la recuperación mediante la vuelta a la Naturaleza. La culminación de El Friso de la Vida, la decoración para estrenos teatrales de Ibsen o las pinturas para la Universidad de Oslo, todo ello fundamental tanto en lo artístico como en lo personal.

Munch ha sobrevivido a su relación con Tulla, una pasión envenenada que le servirá de inspiración para muchas obras en las que refleja una visión pesimista del amor.

Su obra se expone junto a la de los más grandes artistas de su tiempo, pero él se aísla en el campo, se encierra con sus pinturas y continúa trabajando, dando especial importancia a grabados y litografías, haciendo instalar en el sótano de su casa un tórculo.

Munch pintó innumerables autorretratos pero éste me resulta el más conmovedor. Un hombre ya anciano, de pie, se muestra casi sin voluntad ante el espectador. Su espíritu parece haberle abandonado por la puerta abierta tras de sí que deja ver el estudio del pintor, verdadero depósito de su alma. A la izquierda, un reloj de pared, símbolo del tiempo que implacable corre para todos. Pero un detalle importante: este reloj no tiene manillas; para Munch, la hora ya se ha cumplido.

Y, en efecto, a su derecha, una cama le aguarda paciente. Esa cama que tantas veces ha representado en sus cuadros sobre enfermos y moribundos y que ahora le acogerá también a él.

Tres capítulos hermosos de una obra que queda expuesta a nuestros ojos en este libro editado por Ártica y que invita a la relectura (al menos, ese ha sido mi caso) porque, como señala la autora, normalmente admiramos la obra de un artista y queremos  conocer detalles de su vida. Pero, conociendo detalles de su vida, queremos volver a ver su obra y cerrar el círculo.


 Como despedida y cierre, tomemos una de las imágenes que mejor pueden definir a Munch. Un hombre maduro, bien vestido, rodeado de sus cuadros, sus “niños”, de los que tanto le costaba desprenderse y sin los que se encontraba incómodo e inseguro, que posa de perfil, como en un retrato renacentista, y que mira a lo lejos, tan a lo lejos, que su mirada apenas nos habló de otra cosa que no fueran sus temores y pasiones internas.   



2 de septiembre de 2012

Marco Aurelio. Una vida contenida (Fernando R. Genovés)



Marco Aurelio. Una vida contenida es el provocador título del último libro publicado hasta la fecha por Fernando R. Genovés (editorial Evohé) en el que reflexiona sobre el pensamiento de este filósofo emperador y, por extensión, sobre la filosofía estoica y su vigencia.

Decimos provocador por diversos motivos, no siendo el menor el de que nuestros tiempos sean más proclives al impulso y la espontaneidad que a la contención. Someterse a límites autoimpuestos por la razón parece tan anticuado como arriesgado para el equilibrio de nuestro espíritu. Todo debe ser probado y nada se ha de callar para sentirnos felices y así, evitar reprimirnos, ese concepto tan reciente pero tan asimilado, culpable de la mayor parte de los males reales o ficticios que nos acechan.

Provocador también porque aunque el cine y la literatura parecen frecuentar la Antigüedad como reclamo para un público ávido de evadirse, no estamos ni ante un personaje heroico (tal y como se interpreta actualmente este término) ni ante un déspota sanguinario que permita el libre vuelo de la imaginación de un guionista.

¿Quién era Marco Aurelio? Nacido en Roma en el año 121, su padre era un respetado político cuya familia estaba emparentada con el emperador Antonino Pío. A la muerte de su padre, Marco Aurelio logró el cariño del emperador quien le nombró sucesor alcanzando el poder a los cuarenta años, edad ya avanzada para la época.


Durante los años anteriores a ejercer la magistratura suprema de Roma, Marco Aurelio cultivó el estudio de la filosofía estoica, muchas de cuyas enseñanzas plasmaría en sus célebres Meditaciones, pero también se esforzó por llevar a la práctica sus creencias y vivir como filósofo.

Filosofía y Poder forman los dos ejes, tanto en lo biográfico como en lo espiritual, en los que se desarrolla la vida de Marco Aurelio ofreciéndole la posibilidad de asumir las enseñanzas estoicas y contrastarlas con su propia experiencia, con el ejercicio del imperium y sus riesgos inherentes, con la necesidad de compaginar su vida pública con su deseo de seguir siendo humilde. En definitiva, su pensamiento debe tanto a sus enseñanzas teóricas, como al contraste de éstas con sus circunstancias vitales, combinación sobre la que supo reflexionar y legar a la posteridad unos pensamientos plenamente vigentes como acierta a acreditar Genovés en esta obra.

Marco Aurelio. Una vida contenida es un libro rico en ideas y reflexiones por lo que elegiremos tan solo algunas para compartirlas y anticipar así parte del contenido que el lector podrá encontrar en sus páginas.

Fernando R. Genovés
El volumen se compone de dos partes bien diferenciadas. La primera de ellas se dedica a cuestiones generales, relativas al pensamiento de los Antiguos y su modo de filosofar frente al de la Edad Moderna. Notables son las diferencias, tanto en cuanto a la metodología empleada (menos sistemática y más derivada de la observación de la naturaleza en el caso de los primeros filósofos) como respecto a los fines perseguidos.

Los Antiguos no pretendían, por regla general, elaborar normas de conducta generales aplicables a cualquier hombre y circunstancia, sino más bien explorar modos de reflexión que permitieran discernir cómo proceder en cada circunstancia.

¿Es deber del hombre anteponer su propia felicidad y contento al bien común? ¿Debemos acaso servir al otro y alejarnos así de nuestros impulsos egoístas? Genovés hace un repaso al modo en que los filósofos, tanto Antiguos como modernos se han enfrentado a esta cuestión. En el pensamiento moderno amarse a uno mismo tiene una connotación “inmoral”; es preciso luchar e imponerse una obligación de servicio para elevarse. Para un estoico, la polémica parece más bien inexistente. Se admite que todo hombre debe amarse a sí mismo sin olvidar el bien y contento de otros, no hay contraposición (o no debe haberla si uno procura conducirse del modo adecuado).

Parecer semejante expresaría, en otro contexto y referido a una cuestión más práctica, Adam Smith quien se esforzó en demostrar que la persecución del beneficio individual no suponía el empobrecimiento ajeno sino el aumento de la riqueza de la nación, fundando así las bases del primer capitalismo.

La segunda parte del libro se centra en el pensamiento de Marco Aurelio, preocupado por estas cuestiones filosóficas y en cómo supo compaginar su carácter humilde y austero con su condición de emperador, que le exigía actuar como garante de una tradición, un ornato y un poder que asumió como un deber.

Porque Marco Aurelio supo ejercer como emperador con todas sus cargas, pero sin renunciar a su pensamiento ni al cuidado de sí mismo. Buena prueba de ello es que sus Meditaciones fueron compuestas precisamente durante sus años de emperador y, muy posiblemente,  de no haber ocupado tal posición, nunca las hubiera escrito o habrían tenido menor alcance y profundidad.

El emperador y el autor
Séneca había advertido sobre la necesidad de ser mejor que la gente vulgar (aunque no opuestos a ellos). La traducción que de tal pensamiento hace Marco Aurelio en una de sus meditaciones es que “la mejor manera de defenderte de ellos consiste en no ser como ellos”. Esta autoexigencia es una de las claves del pensamiento del filósofo. El esfuerzo por perseverar en el estudio y la reflexión, por dirigir la propia vida conforme a unos fines elegidos libremente es lo que nos hace diferentes, mejores.

Esta exigencia y esfuerzo no excluyen la noción de contento, antes bien, la realza dado que sirve para encontrar los verdaderos fines que dignifican la vida. Precisamente esta vocación le empujó a la defensa de las fronteras de un Imperio amenazado por pueblos que trataban de transgredir la marca de civilización que suponía Roma. Ese impulso por perpetuar un lugar en el que Ley y Razón (con todos los límites que ambos conceptos tenían en esa época) tuvieran preeminencia, es el punto en el que se dan la mano el emperador y el filósofo.

Y luchando contra ellos fue como la muerte sorprendió al filósofo emperador, en un campamento cerca de la actual Viena en el año 180. Más de mil ochocientos años han transcurrido desde entonces y el mundo ha cambiado mucho. Cayó Roma como cayeron otros tantos imperios; las fronteras de entonces se han desfigurado y hoy parecen gobernarnos los que antes acechaban en la Germania las señales del debilitamiento del poder de Roma. Pero, en otro sentido, nuestros tiempos plantean problemas parejos a los que fueron objeto de la reflexión de Marco Aurelio.

La moralidad de la conducta pública y el deber para con uno mismo y para el conjunto de los ciudadanos. La importancia de saber gobernarse a sí mismo para poder hacerlo con otros. La noción de un vivir contento alejada de una mera satisfacción externa y material. Impedir que el individuo quede sepultado por intereses que le son ajenos.

Y es que las meditaciones de un antiguo emperador romano aún pueden ayudarnos a reflexionar sobre cómo conducirnos en el mundo al modo en el que enseñaban los Antiguos, sin abstracciones retóricas, apegados a esta realidad en que vivimos que, como dijo Kafka “no tengo derecho a combatir, pero que en cierta medida tengo el derecho de representar.” 

19 de agosto de 2012

Obra Selecta (Cyril Connolly)



Afirman los psicólogos que en el pódium, son el oro y el bronce quienes más satisfechos se sienten. Frente a ellos, el medallista que obtiene la plata rumia su frustración por haber perdido el primer puesto. Si esto es cierto, bien nos puede servir como símil para definir la vida del célebre -no en nuestro país- Cyril Connolly (1903 – 1974).

Educado en Eton y Oxford con cierta brillantez y mucha presunción, todo parecía favorecer la promesa de una brillante carrera, probablemente en el mundo de las letras. Nada de eso ocurrió. Su única novela (The Rock Pool - 1936) fue un pobre intento de ironizar sobre los miembros de la bohemia inglesa que otros supieron hacer mejor, en fondo y forma. Nunca volvería a intentarlo recluyéndose en la crítica literaria, la bibliofilia y el esnobismo intelectual para proteger su endeble autoestima.

En 1939 publicó Enemigos de la promesa (título en cierto modo autoparódico), una obra que resumía sus opiniones sobre la literatura de su tiempo, tratando de hacer balance y anticipar las características que serían necesarias en los siguientes diez años para escribir libros perdurables, al menos otros diez años. Expone su teoría sobre la contraposición entre lo que denomina el estilo mandarín (cierta afectación manierista propia de grandes figuras como Joyce o Proust que dominaron la literatura de los años veinte) y un estilo más directo caracterizado por una naturalidad y limpieza que busca comunicar hechos antes que sensaciones. En este grupo incluye a autores como Hemingway que dominaban la escena literaria de lo años treinta. Connolly creía que la ley pendular ejercería su dictado volviendo a preponderar el estilo mandarín durante un tiempo. Lo que no pudo prever fue el impacto que la Segunda Guerra Mundial tendría en la democratización de la cultura (algunos preferirían llamarlo vulgarización), su masificación, la influencia de la prensa y el cine, ... demasiadas cosas.

Pero Enemigos de la promesa es mucho más que un libro sobre crítica literaria. Su segunda parte recoge los peligros que, según Connolly, acechan la vida del literato que desee crear una obra perdurable. No sorprende la extensión y precisión con que los describe (el ejercicio de la crítica literaria, el periodismo, la bebida y otros vicios, los éxitos tempranos, la política, ...) dado que él ya había caído en varios de ellos. La tercera parte de este volumen es, sin duda, la que mejor pone de manifiesto lo que pudo haber sido Connolly de no haber caído en sus propios demonios y haberse dejado llevar por cierta indolencia (de la que siempre hacía gala con gran sentido del humor) y su gusto por la buena vida. Sus recuerdos de los años de formación en las prestigiosas escuelas de St. Cyprian’s y de Eton son relatos memorables de un sistema congelado en el tiempo, capaz de crear grandes hombres o monstruos temibles. Nos describe el modo de enseñar a los clásicos de la Antigüedad (según Connolly, la versión que de ellos se ofrecía en Eton era tan ajena a la realidad que finalmente quedó sorprendido cuando pudo traducir directamente los textos en cuestión sin pasar por las traducciones “oficiales” y las interpretaciones de sus maestros).

Eton
En 1939 Connolly fundó la revista Horizon que dirigió hasta su desaparición en 1949  convirtiéndola en la referencia del movimiento moderno en la que escribirían genios como Ezra Pound, Yeats o T.S. Eliot.

En 1943 la ruptura de su matrimonio con la americana Jean Bakewell le sumió en una crisis profunda que plasmó en un diario en el que dejó constancia de sus reflexiones sobre el amor, la muerte, la literatura y otras mil cuestiones. Estos textos vieron la luz en 1944 bajo el título de La tumba inquieta siendo uno de los libros más inclasificables de su tiempo.


 A partir de ese momento y superada la crisis personal (otros dos matrimonios –incluso el ultimo de ellos, feliz- lo acredita) Connolly limitaría su actividad a las columnas periodísticas y a raros artículos y opúsculos como el dedicado a ofrecer su personal explicación sobre la fuga a Rusia de dos agentes dobles del Servicio Secreto Británico a los que conocía personalmente (Los diplomáticos desaparecidos – 1952).

Su labor periodística es la que, a la postre, le concedería el reconocimiento y aplauso que no pudo encontrar como poeta, su verdadero sueño. La variedad de estos textos es tan amplia que no se explica tan solo por lo amplio del periodo que abarca (1929 - 1974) sino por su soberbia erudición y su talento para un género en el que siempre evitó la rutina y el convencionalismo.

Escritos que abarcan todos los registros imaginables. Comencemos por la crónica viajera (El arte de viajar –1931), sus recuerdos de la Francia de la Costa Azul en su juventud (La hormiga león – 1936) o la Grecia de la posguerra bañada por su ironía sobre la creciente masificación del turismo que tanto difería de su aristocrático modo de entender el viaje (Volver a Grecia – 1954).

Sus propias aficiones no escapan a la crítica de este irreverente escéptico. La bibliofilia (y las manías obsesivas de estos peligrosos amigos de nuestros más preciados libros) tuvieron buena presencia en títulos como La fiebre de las primeras ediciones (1963) o El año del bibliófilo (1967). Impagable también su relato de las desdichas en la búsqueda de mansión por todos los alrededores de Londres, siempre atado a las dudas sobre los vicios ocultos de cada inmueble y la sombra de sus actuales propietarios (Confesiones de un cazador de casas - 1967).


Memorables sus piezas sobre la crítica literaria a la que describe como una actividad de a tiempo completo y salario de media jornada en la que, a su juicio, no se precisa ni tan siquiera leer completo un libro para poder hacer una buena reseña. ¿Acaso un catador de vinos precisa consumir toda la botella? (Nuevas novelas – 1935)

De estilo más serio resulta el interesante Barcelona (1936) en el que el autor hace una descripción a los lectores del New Statesman de lo que allí vio al ser enviado como corresponsal durante los primeros meses de nuestra guerra civil.  

Connolly tampoco abandonó para siempre la ficción dando prueba de su estilo humorístico en títulos como Bond cambia de chaqueta (1962) mofándose de un James Bond travestido para una misión secreta que resulta de lo más sorprendente. O La caída de Jonathan Edax (1961) en el que se burla de los coleccionistas (un poco de él mismo).
 
Volviendo a la crítica literaria, sus artículos sobre los más célebres autores del movimiento moderno al que consagró su vida (Ezra Pound, Cummings, Yeats, Auden, Eliot, Dylan Thomas, ...) son un buen ejemplo de su modo de entender la crítica literaria. 


Su estilo irónico y subjetivo puede no resultar muy ortodoxo. Nunca pretendió ser objetivo. Sus pasiones y sus fobias aparecen claramente en estas páginas por lo que nadie deberá recurrir a él para tener una visión completa de la literatura del pasado siglo, pero sí para conocer la obra de aquellos autores por los que profesaba una auténtica admiración. Su encendida pasión es contagiosa y alegre. Su continuo uso de versos como ejemplo de sus afirmaciones son una guía perfecta y una muestra de su aquilatado buen gusto.

Lumen ha recopilado en un volumen los dos libros principales de Connolly (Enemigos de la Promesa y La tumba inquieta) así como el resto de artículos aquí citados y muchos otros hasta completar más de mil páginas en la versión de bolsillo. La edición a cargo de Andreu Jaume (con traducciones de Miguel Aguilar, Mauricio Bach y Jordi Fibla) ofrece algún aditivo respecto a la versión inglesa, lo que es de agradecer.

La extensión de estas "obras selectas" no debe desalentar su lectura dado que su estilo ameno pronto nos atraerá. Su fragilidad emocional expuesta tan de manifiesto nos permitirá acogerlo pasando por alto su elitismo (algo forzado en ocasiones) o sus peculiares gustos. Tras la última página culparemos a la editorial por no haber publicado un segundo volumen con más material y apenados, nos quedaremos ante la inmensa tarea de digerir la obra de un hombre que siempre se consideró un fracasado por no satisfacer las expectativas que otros depositaron en él. Las mías se cumplieron sobradamente.

30 de julio de 2012

Beatles Memorabilia: La colección de Julian Lennon



Julian Lennon no nació en un buen momento. Sus padres, Cynthia y John, se habían casado precipitadamente el 23 de agosto de 1962, poco antes de que se lanzase el primer single de los Beatles, al descubrir que ella había quedado embarazada. El matrimonio se celebró para evitar el escándalo de un hijo fuera del matrimonio, pero al tiempo, el enlace se mantuvo como un pequeño secreto a voces. No se quería que nada enturbiara el entusiasmo de las fans locales.

Julian Lennon nació el día 8 de abril de 1963. Su padre no asistió al parto. Se encontraba de gira por Inglaterra. Eran los primeros días de la beatlemanía y John se convirtió en el padre ausente. Grabaciones, giras, películas, toda una vida difícil de conciliar con el hogar y los cuidados a un recién nacido.




Julian creció en la mansión de Weybridge, en Surrey, cuidado por su madre y el personal de servicio, disfrutando de las breves estancias de su célebre padre y suspirando por pasar más tiempo con él. Cuando llegó la oportunidad, el fin de las giras tras el verano del 66, John no recuperó el tiempo perdido. Las drogas, las largas sesiones de grabación nocturnas, las amistades dudosas, todo ello alejaba a John de una vida familiar convencional y de una esposa con la que no podía compartir las excentricidades de su nueva personalidad.

Julian perdió a su padre un poco más cuando irrumpió Yoko Ono propiciando la separación de sus padres en noviembre de 1968. Y volvió a perderle un poco más cuando el músico se instaló definitivamente en Estados Unidos a principios de los años setenta. Compartió con él breves vacaciones e incluso asistió a las sesiones de grabación del álbum Walls and Bridges en el que acompaña a su padre a la batería en el tema final, Ya Ya.



Pero no fue hasta el 8 de diciembre de 1980 cuando Julian perdió toda posibilidad de recuperar una relación estable con su padre.

¿Qué pasaba por su cabeza cuando resultaba más fácil ver a su padre a través de las noticias de la televisión que en su propia casa?¿Cómo le afectó ver a su padre retirándose del mundo de la música para cuidar a Sean, el hijo que tuvo con Yoko en 1975?¿Qué cuando a la muerte de su padre no tenía más objetos suyos que dos guitarras que le había regalado?

Y cuando Julian decide dedicarse a la música, ¿cómo sobrelleva las inevitables comparaciones con su padre, icono de varias generaciones? ¿cómo la acusación de imitar el estilo de su predecesor o incluso su aspecto físico?


La familia Lennon
No tengo dudas de que Julian, a la vista de lo comentado, podría haberse decantado con igual probabilidad, hacia el odio más radical o hacia la admiración obsesiva. ¿Qué inclinó la balanza hacia este amor por su padre? La errática vida sentimental de Cynthia tras su divorcio (varios matrimonios y sus correspondientes divorcios) no ayudó a la estabilidad del adolescente, para quien su padre se convirtió en la figura que ocasionalmente le rescataba para hacer maravillosos viajes, el que se erigía como portavoz de causas nobles o gracias al que su apellido tenía reconocimiento allá donde fuera. O tal vez. la muerte prematura John, envolvió a la figura del padre en un aura de mito, la ilusión de lo que podría haber sido.

Sea como fuere, y dados los escasos recuerdos íntimos, familiares, Julian decidió hacerse con su propia colección de recuerdos públicos pujando en subastas por todo el mundo para conseguir objetos relacionados con la vida de John o del grupo que le dio fama y le apartó de su hijo durante los años sesenta.



Con paciencia de coleccionista Julian ha ido recopilando estos recuerdos interesándose por todo aquello que pudiera guardar algún rescoldo que avivara su pasión por el padre perdido. Esta colección ha ido ganando tamaño hasta el punto de convertirse en una de las más completas en su género. Como un paso más para reconciliarse con su pasado, Julian ha decidido abrirla a todos aquellos que amaron la música de su padre organizando una exposición itinerante con el material y publicando un libro que recoja fotografías comentadas de los objetos de la colección. Parte de los fondos recaudados por ambas iniciativas serán destinados a la fundación White Feather (Pluma Blanca) creada por el propio Julian para ayudar a promover y recaudar fondos para causas humanitarias.

Beatles Memorabilia: La colección de Julian Lennon responde por tanto a este doble objetivo, homenajear a su padre y recaudar fondos. La edición de Grijalbo es espléndida y de calidad. Cada objeto va acompañado de breves comentarios a cargo de Brian Southhall, antiguo empleado de EMI y escritor de varios libros de éxito sobre temas musicales, como una historia de los míticos estudios Abbey Road. También se incluyen comentarios más personales de Julian, explicando el origen de ciertos fetiches y los recuerdos que le evocan.



El libro es una oportunidad para repasar la historia del mítico grupo desde una perspectiva diferente, saboreando y rememorando a breves sorbos una época y una música que sigue siendo actual. Modelos de guitarra como los empleados por Lennon en los primeros días de los Beatles en Hamburgo, cartulinas autografiadas por los cuatro músicos y multitud de discos de oro conmemorativos. Entradas a conciertos y objetos de memorabilia que inundaron el mercado en el punto álgido de la beatlemanía, comparten protagonismo con objetos más personales como la capa que Lennon vistió durante el rodaje de Help!, la máquina con la que diseñaba sus propias insignias o la chaqueta afgana que usó durante el verano del 67.

También aparecen ediciones de los libros publicados por John durante los años sesenta con sus historias descabelladas y sus hilarantes juegos de palabras e incluso postales dirigidas a John por su tía o de John al propio Julian y que éste perdió en alguna en alguna mudanza y por las que tenido que pujar para recuperarlas.



Al ordenarse los objetos cronológicamente, asistimos a los días de éxito internacional de los Beatles pero también, según pasamos las páginas, a los momentos más amargos y complejos, muchos de ellos desde la perspectiva de Julian, entonces un niño que asumía como normal la popularidad de su padre.

Cualquiera que conozca la música de los Beatles, sabrá que Julian jugó un papel relevante en su música. Al menos tres canciones del grupo fueron escritas gracias a él. Lucy O’Donnell era una niña de cuatro años que compartía pupitre con Julian en la escuela y a quien éste dibujó suspendida en el aire bajo un cielo rebosante de brillantes estrellas. Lucy In The Sky With Diamonds era el título que Julian escogió para este dibujo infantil que impresionó a John hasta el punto de mostrárselo a Paul en una visita a su casa de Weybridge. Ambos crearon el esquema básico de la famosa canción aquella misma tarde.


Lucy
Al año siguiente, poco después de la ruptura de Cynthia y John, Paul acudió a visitar a Julian y a Cynthia. En el coche comenzó a componer una canción de ánimo para Julian. Hey Jules se convertiría poco después en Hey Jude. Menos conocida, pero tal vez más emotiva para Julian, es la canción Good Night, una nana escrita por John para su hijo y que interpretó Ringo en el White Album.


Paul y Julian

No puede pasarse por alto que el John Lennon aquí evocado es precisamente el público, el del célebre músico. El John que trata de recuperar Julian es el que nos pertenece a todos, triste paradoja de quien anheló la felicidad y los sueños que su padre llevó al mundo a través de su música pero con quien no los pudo compartir.