16 de septiembre de 2007

Un antropólogo en Marte (Oliver Sacks)


Como un antropólogo en Marte es como describe su experiencia de la vida Temple, la autista del último capítulo de este libro de Oliver Sacks. Temple es un ejemplo de autista altamente funcional que ha superado gracias, entre otras cosas, al lenguaje y su esfuerzo denodado, la terrible triple carencia que asfixia a otros autistas (carencias sociales, comunicativas e imaginativas). Ha logrado desarrollar una brillante carrera profesional a través de su trabajo de investigación en materia de ganado, convirtiéndose en asesora de numerosos proyectos pioneros en todo el mundo, dando clases en la Universidad, escribiendo innumerables ensayos, dando conferencias y dedicando el tiempo que le queda a estudiar el fenómeno del autismo, a escribir sobre él (su libro más importante al respecto es su propia autobiografía) y dar charlas sobre el autismo. Pese a este tremendo éxito, Temple vive incapaz de asumir los sentimientos ajenos, no maneja correctamente el lenguaje irónico, no es capaz de valorar conceptos como "espiritualidad, belleza, amor".
Ha creado una fachada que le permite pasar por uno más, a costa del tremendo esfuerzo de "aprender" comportamientos sociales que observa e imita. Esta extrañeza ante el mundo es lo que la convierte en un antropólogo en Marte.


En la misma situación se encuentra el autor, Oliver Sacks que contempla y nos relata con asombro y cariño las tremendas historias que conforman este volumen y que, al igual que ocurre en El hombre que confundía a su mujer con un sombrero, nos enfrentan a un mundo sobrecogedor del que apenas podemos atisbar una sombra gracias a divulgadores como Sacks.


Las historias de Un antropólogo en Marte vuelven a recoger casos clínicos realmente sorprendentes sin perder nunca la perspectiva humana. El autor acude a casa de los protagonistas, convive con ellos y de ellos aprende que, en muchas ocasiones, lo que parece una grave "deficiencia" no es más que una forma diferente de ser, de comprender o percibir el mundo. ¿De poder superar el autismo, Temple aceptaría la propuesta? La respuesta clara y directa de la bióloga es inmediata: No. No está dispuesta a renunciar a las “ventajas” de su autismo (capacidad de análisis, dedicación a su trabajo, pensamiento visual, retentiva, etc) a cambio de unas aptitudes que parece no necesitar.


Paradójico resulta también el caso del pintor que, tras un leve accidente de tráfico, pierde la percepción del color. Este pintor, cuya obra se basaba en el extenso uso de colores brillantes, reconstruye su vida y obra, sobre el blanco y negro. Sus cuadros ganan fuerza y expresividad y su ambiente social pasa a ser el nocturno dado que la luz del sol le molesta y dificulta la visión. El proceso de adaptación a las nuevas circunstancias es largo y no está exento de dificultades, de pruebas y errores, pero finalmente le conduce a un nuevo equilibrio que le permite sacar partido a una grave incapacidad. ¿Cabe definir su percepción como atrofiada o anormal?¿Desearía volver a ver el color? Nuevamente la respuesta es clara: No.


Otro pintor en apuros es Magnani quien abandonó de niño el pueblo de la Toscana en el que había nacido y en el que su padre había fallecido dejando a su madre abandonada con todos sus hijos por criar. Magnani "congeló" el pueblo de su infancia y lo guardó en su memoria tal cuál quedó a finales de los años 40 con una precisión tal que sus cuadros (cuyo único tema es Pontito) pueden ser vistos como fotografías, reproduciendo detalles nimios con fiel precisión. Su cerebro "vive" en Pontito de modo que, cuando está ante un lienzo, incluso gira la cabeza para poder ver lo que hay a los lados del camino que está pintando. Magnani hace girar toda su vida sobre Pontito al igual que hace su obra pese a no haberlo visitado en decenios. Cuando finalmente acude al pueblo en dos ocasiones, sufre un choque tremendo dado que el pueblo ha seguido el curso de la historia, a diferencia de lo que ocurre con los cuadros que lo representan, y la realidad lucha por abrirse paso. Después de un parón en su obra, Magnani vuelve a pintar como lo hacía antes, añadiendo algún nuevo detalle que ha visto en sus visitas (por ejemplo una antena de televisión, un poste de electricidad) pero dejando la esencia de "su pueblo" intacta, su cerebro se ha impuesto a la realidad.


El último hippie es incapaz de vivir más allá de los primeros años 70, su mundo quedó congelado en aquella época en la que comenzaron sus mareos y fiebres y en que los Grateful Dead eran el grupo de moda en la Costa Oeste con todos sus miembros al completo, mientras para el resto del mundo son recuerdo de una época muerta, al igual que varios de sus integrantes. Greg parece comportarse como las personas lobotomizadas de los años 40 y 50, sin impulsos propios, totalmente ausente y pasivo. Sin embargo, al primer estímulo (unas palabras que se le dirijan, música que suene al fondo de la sala) se convierte en una persona expansiva, atenta y conversadora, aunque anclada en los 70. ¿Sería más feliz en su vida sabiendo que los Dead dejaron de ser lo que representaron para él? Greg no está en disposición de contestar por sí mismo a esta pregunta pero adivinamos la respuesta.


Bennet padece el síndrome de Tourette, una afección neurológica que reduce al individuo a una serie de tics gestuales, orales y de todo tipo que parecen hacer imposible una vida sosegada. Sin embargo, Bennett está felizmente casado, conduce un coche, pilota una pequeña avioneta, da clases en la universidad local y es el cirujano de mayor prestigio en todo su hospital. En las reuniones semanales con sus colegas alarga los brazos hacia el techo, estira las piernas de manera compulsiva, lleva la cabeza hacia el suelo mientras sus hombros se agitan pero su opinión es respetada y nadie parece sorprenderse de su comportamiento. Para poder estudiar y preparar las operaciones más complejas debe consultar sus libros de medicina sentado en una bicicleta estática preparada a tal efecto mientras fuma en pipa. La realización de movimientos mecánicos y rítmicos parece concederle un poco de paz para poder leer sin que su cabeza salte a otra parte. ¿Renunciaría a todo lo que ha conseguido a cambio de perder esas "pequeñas rarezas" como las define su feliz esposa? Seguramente no.


La adaptación no siempre resulta feliz y en ocasiones fracasa. Virgil fue operado de cataratas con más de 40 años tras haber vivido sin visión prácticamente desde los 6 años. Su vida era estable, a punto de casarse, trabajaba como masajista para la YMCA que, al tiempo, le facilitaba una casa, había aprendido a leer en Braille y era autónomo. Su cerebro había hiperdesarrollado el tacto ocupando parte de las zonas que correspondían a la visión. Tras las operación Virgil no logró ver correctamente ni dar coherencia al mundo que se le presentaba ante sus ojos. Incapaz de comprender que la conjunción de dos ojos, una nariz y una boca eran una cara, o de tener una visión tridimensional que le permitiera distinguir qué objeto está cerca, cuál lejos, etc, acabó retornando a su mundo de tinieblas con graves problemas de autoestima y una creciente frustración. Problemas de salud previos (peso excesivo, presión arterial, ...) agravados por su desánimo acabaron por poner punto y final a su vida sin que su cerebro pudiera "recuperarse" de los años que había vivido ciego.


El cerebro es en ocasiones capaz de utilizar sus recursos libres concentrándolos en una determinada aptitud. La capacidad memorística o la habilidad de cálculo más prodigiosa son características comunes a muchos savants generalmente despreciados como espectáculos circenses. Stephen es un niño incapaz de comunicarse pero con unas dotes especiales para el dibujo que suscita interés y se ve alentado a desarrollar una brillante carrera con la publicación de varios libros de dibujos y viajes alrededor del mundo en busca de temas para sus ilustraciones. Stephen es capaz de "atrapar" el estilo de Matisse y hacerlo suyo. No copia los originales, asume su estilo y le agrega el suyo propio. Incluso se aprecia cierta ironía en sus retratos que, sin embargo, no es capaz de transmitir en su vida cotidiana, circunscrito a su condición de adolescente asocial con los conflictos y represiones que ello supone. ¿Tiene capacidad de empatizar o de sentir apego por las personas?¿Siente verdadero aprecio por quienes se esfuerzan por atenderle?¿El contacto social podrá modelar su cerebro para dotarle de cierta capacidad de sentimientos?


Éstas son las historias que nos presenta Sacks y éstas las cuestiones a las que, en ocasiones responde, y en otras deja para futuras investigaciones o para la simple especulación. Una idea subyace, nuestra concepción de integridad y plenitud, de normalidad, determinan lo que, a sensu contrario, es anormal o deficiente. Los personajes de este libro nos hacen ver que no ser réplicas de nuestro modelo no las hace imperfectas, minusválidas o incapaces. Como un antropólogo, deberíamos abstenernos de juzgar con nuestros prejuicios y etnocentrismo. Este libro es un estupendo antídoto contra esa amenaza y un ejercicio para conocer mejor a nuestros semejantes o a nosotros mismos.

2 de septiembre de 2007

Arthur & George (Julian Barnes)


Arthur & George es un díptico que enfrenta la vida de dos contemporáneos cuyas vidas se cruzaron fugazmente pese a su natural divergencia. George es un joven abogado de origen indio que, en la Inglaterra eduardiana de principios del siglo XX, es acusado, juzgado y condenado por rajar el vientre y causar la muerte de varios animales en un condado rural. Su carácter reservado, sus escasas dotes para la comunicación humana, su origen racial y su exclusivo interés por el mundo del Derecho, despreciando otras aficiones más mundanas como las mujeres o el alcohol, le convierten en un espécimen extraño, una rareza en una comunicad intransigente y dispuesta a atribuirle cualquier iniquidad por no querer ser uno más.
Arthur es, naturalmente, el gran escritor Conan Doyle cuya infancia se vio influida por una educación centrada en los elevados principios morales de la Vieja Inglaterra según los cuáles, el ejercicio de deportes físicos servía para templar las tentaciones de la carne, fumar delante de una dama era considerado una absoluta grosería y el honor propio estaba por encima de cualquier otra cuestión terrenal. Pese a que en su infancia conoció la pobreza relativa como consecuencia de la conducta errática y bohemia de su padre – lo que forzó a su pobre y adorada madre a sacar adelante a su parentela- logró abrirse camino, primero como médico, posteriormente como oftalmólogo y, finalmente, dado que la escasez de clientes le permitía escribir en su despacho profesional, como autor de éxito.
Es conocida la aversión que Conan Doyle acabó desarrollando por Sherlock Holmes a quien mató y posteriormente resucitó ante los ruegos de su público (y de su propia madre). Arthur siempre prefirió sus novelas medievales en las que el ideal caballeresco era la esencia. Precisamente ese ideal es el que le llevó a lo largo de su vida a consagrar sus esfuerzos a diversas causas que consideraba justas. Así, organizó numerosas colectas a favor de desvalidos que llamaban su atención por cualquier motivo- por ejemplo el ganador de la maratón de las olimpiadas de Londres descalificado por haber sido ayudado a levantarse a pocos metros de la meta-, se manifestó en contra del sufragio femenino, tomó partido por la mayoría de asuntos públicos de la Inglaterra de su época e intervino activamente en diversos casos judiciales.
En esta última faceta es donde se encuentran fugazmente la vida de estos dos hombres. Arthur Conan Doyle investigó, escribió artículos, promocionó una comisión del gobierno y logró, finalmente, la anulación de la sentencia que condenaba a siete años de trabajos forzados al bueno de George Edalji, incapaz por otro lado de acercarse a una vaca, no digamos ya de abrirle la panza.
A primera vista se podría establecer una relación natural entre las labores “reales” de investigador justiciero de Conan Doyle y las “ficticias” de su creación literaria. Sin embargo, y a diferencia de lo que señalan facilonamente la mayoría de las críticas que se han publicado de este libro, creo que el origen de este impulso está más relacionado con el carácter de desfacedor de entuertos, casi quijotesco, propio de sus ideales elevados. Su interés era limpiar la vergüenza que sentía como inglés por el estrepitoso fracaso que la administración pública (policía, jueces, jurado popular y políticos) había jugado en este episodio. De hecho, a partir de este suceso, y con el fin de prevenir injusticias similares se crearon los Tribunales de Apelación.
Sin duda, y pese a que el título parece mostrarnos a dos personajes en igualdad de condiciones, el libro gira inevitablemente en torno a la vida de Conan Doyle, no sólo por ser más conocida, sino porque su carácter, su infinita energía, su concepción del honor y la visión que de sí mismo tenía (no precisamente modesta) son un poderoso imán al que Barnes sabe sacar un brillo especial que le hace aún más atrayente.
Sin embargo, y a un nivel puramente literario, es la recreación de la vida de George Edalji, cómo se construye ante nuestros ojos asombrados la personalidad y el esbozo de sus pensamientos más íntimos, lo que da la medida del enorme talento de Julian Barnes. El autor sabe tomar una historia real y trocarla, más allá de la pura anécdota, en un territorio literario propio. Mediante un estilo engañosamente sencillo (apenas parece advertirse el trabajo del autor) y con precisión aritmética, se nos desgrana en paralelo el curso de la vida de estos dos hombres ejemplificando dos formas de entender la vida y afrontar sus desafíos.

30 de agosto de 2007

Días memorables (Michael Cunningham)


Cunningham ha intentado repetir la fórmula del éxito que le llegó con Las horas en esta novela compuesta igualmente sobre la base de tres historias independientes pero, de algún modo, relacionadas entre sí. En Días memorables los elementos cohesionadores de la historia son Nueva York y Walt Whitman. Sin embargo, y a diferencia de su obra anterior, no parecen ser suficientes para dotar de un sentido al libro como conjunto ni aportan un significado especial a esta pequeña trilogía.

Las tres historias transcurren en Nueva York en diferentes momentos históricos (el despunte de la Revolución Industrial, el periodo posterior al 11-S y un futuro en el que Nueva York se convierte en una especie de parque temático testimonio de un tiempo que ha pasado y que se contempla con asombro y curiosidad).

En la máquina es la primera de estas historias en la que su protagonista es un niño que, tras la muerte de su hermano en un accidente laboral, ocupa el lugar de éste tanto en la fábrica como en la familia y, de algún modo, pretende asumirlo también protegiendo a la prometida de su hermano. Lucas tiene dificultades para expresar sus ideas de modo que recurre a los versos de Whitman para expresar sus emociones y para tratar de entender lo que le rodea. La historia se desarrolla con la constante presencia del espíritu del hermano ausente y su influencia.

Sin duda, la mejor de las tres pequeñas novelas por su belleza y lirismo y en la que la presencia de Whitman (tanto a través de sus versos, como física) contribuye a lograr ese objetivo). Cabe destacar que, mientras transcurre esta época, Whitman está aún revisando y completando Hojas de Hierba y en sus versos se refleja igualmente ese mundo naciente de los obreros y las máquinas, frente a la imagen excesivamente pastoral y campestre que se suele atribuir a su obra poética.

La cruzada de los niños es la segunda historia que narra cómo una psicóloga que trabaja para la policía atendiendo llamadas de psicópatas y terroristas, se ve afectada por sus conversaciones con un niño que amenaza con saltar por los aires explotando un bomba en el centro de Nueva York. El pasado de la mujer y su vida insatisfecha llevan a Catherine a tomar la decisión equivocada, y lo que es peor, ser consciente de ello cuando ya es demasiado tarde. Whitman se manifiesta a través del lenguaje de los niños, debidamente manipulados, que pretenden con sus atentados crear una nueva Arcadia rural y poder vivir sobre la hierba como en tiempos pasados.

Esta segunda historia no llega a la altura de la primera pero resulta sumamente interesante el modo en que se va gestando, casi inevitablemente, la decisión de Cat quien, a su vez también busca su propia Arcadia.

Finalmente, Cual belleza es la tercera historia, ambientada en un futuro no muy lejano, tras un desastre que ha exterminado la vida de gran parte del planeta, en el que conviven humanos, humanoides y seres de otro planeta en condición de semi-siervos. Nueva York es, prácticamente, un destino turístico en el que se puede observar cómo era la vida anterior al desastre, a través de figurantes que pueblan sus calles y visten y actúan tal y como se hacía en aquella época. Un miembro de cada de una de estas “especies” forman el trío que tratan de huir de la ciudad en busca de un mejor destino.

En esta huida atisban un mundo asolado, poblado por bandas sin ley, autoridades impenetrables o grupos de cristianos primitivos. En su destino, Denver, contactan con el creador de Simon quien, para dotarle de algún tipo de sentimiento o sensibilidad, le incluyó en su memoria y circuitos, la obra de Whitman. En el momento de su llegada, el científico está preparando el viaje a un planeta remoto que les permita vivir alejados de la locura en que se ha convertido la Tierra (otra Arcadia imaginaria). Simon decide finalmente no acompañarles en el viaje logrando así superar su condición mecánica de hombre de hojalata.

De las tres historias la primera es ciertamente memorable, como el título del libro indica, la segunda es interesante y bien construida, la tercera parece un tanto forzada al plan prediseñado por el autor. En cualquier caso, cabe destacar que la maestría de la escritura de Cunningham hace de la lectura de todas ellas un placer que recompensa con creces el esfuerzo.

Es obligación del autor ofrecernos en el futuro un libro en el que fondo y forma alcancen un equilibrio que justifique su inclusión entre los mejores escritores de su generación.



26 de agosto de 2007

Historias de Winny de Puh (A.A. Milne)


En una sociedad cada vez más inmadura e infantilizada, incapaz de asumir sus propias responsabilidades, sorprende el menosprecio que recibe la literatura infantil clásica. Cualquiera se sonroja leyendo las aventuras de Alicia, las delirantes peripecias de Peter Pan o las simpáticas canciones del oso Puh. Y sin embargo, los padres ríen y alientan en sus hijos la visión más adulterada que de estos personajes nos ofrece el cine de animación o los parques temáticos, hasta el punto de que los mismo que considerarían impropio de su madurez la lectura de los cuentos de los hermanos Grimm acuden a las salas de cine para ver cómo una rata se convierte en un cocinero – perdón, un restaurador- de éxito.

En fin, uno considera que la madurez estriba en elegir qué leer o qué ver con independencia de lo que haga el vecino y, en consecuencia, no se niega el placer de dedicar parte de su limitado tiempo de ocio a leer las ocurrencias del sombrerero loco, las historias de Long John Silver o las inteligentes conclusiones de Christopher Robin.

Y todo ello por dos razones. El puro ocio en primer lugar. Frente a la visión almibarada y vacía que de estos clásicos ofrecen los medios de comunicación, los originales resultan siempre enormemente frescos y sorprendentes. La acidez y la ternura se combinan al igual que lo hacen en la vida adulta, nunca desprenden ese regusto a moralina nauseabunda que tanto gusta a quienes no los han leído pero pretenden instruirnos.

A.A. Milne dibujó el plano de un bosque mágico habitado por unos seres llenos de buenas intenciones pero tan reales como para estar dotados de todos los defectos que son propios de los humanos. La soberbia, la ignorancia, la envidia o el egocentrismo conviven con la alegría por vivir, el deseo de ayudar, de compartir un proyecto de modo desinteresado. Todo ello bajo la atenta mirada de un ser superior, que aunque vive en ese otro extraño mundo que representan los humanos, suele dejar a un lado sus humanas preocupaciones para compartir su tiempo, su sabiduría y sus temores, con sus mejores amigos, fruto de su propia imaginación.

Milne escribió estos breves cuentos en torno a la figura de su hijo Cristopher Robin y su peluche favorito, el oso Puh, un oso sin Cerebro pero capaz de las mejores ideas. Junto al bueno de Puh creó a su compañero inseparable, Porquete. También se acordó de los canguros Ruth y Kanga, del saltarín Tigle, del sabio Búho, del introvertido y resentido burro Iíyoo o del sabio y parlanchín Conejo entre otros. En sus aventuras, caminan en busca del Polo Norte, a la caza de un Pelifante o a la búsqueda del mejor método para robar la miel a las abejas. Pero también buscarán una casa para Búho o la cola perdida de Iíyoo, celebrarán su cumpleaños y jugarán arrojando palos al río desde un puente.

¿Por qué leer las historias de Winny de Puh? Porque, al igual que ocurre con la literatura adulta, al volver la última página, uno se siente acompañado por sus protagonistas. Su espíritu y personalidad contradictoria iluminan nuestras propias contradicciones, porque cada uno de estos peluches representa una parte de nuestra personalidad no siempre evidente. Una razón más, porque podemos sentirnos de nuevo niños o leerles estas historias a nuestros hijos sin sentir que les estamos vendiendo un puñado de mentiras que de nada les servirán en esta vida, ni les harán mejores, ni más sabios ni más prudentes y que sólo les acercarán más a todo a quello de lo que les queremos preservar. Sólo por eso….

Finalmente, una recomendación: cualquier lectura de las aventuras de Winny, debe comprender los dos libros publicados por Milne (Winny De Puh y El rincón de Winny), y deben ir acompañadas por las impagables ilustraciones de E.H. Shepard, fiel reflejo del texto.

5 de agosto de 2007

El Golem de Praga (Leyendas del gueto judío) / El Golem duerme en Praga


Las leyendas se consideran el medio de expresión popular por excelencia. Muchas de ellas recogen creencias tradicionales sobre el nacimiento de los pueblos, acontecimientos memorables de su historia o simplemente anécdotas de personajes anónimos.

Las leyendas no suelen ser vistas con indiferencia. Muchos las han considerado como la expresión del pueblo y así se han querido preservar, al igual que muchas otras manifestaciones del arte popular, recogiéndolas por escrito y fijándolas. Estas leyendas son, por tanto, el fruto del espíritu de los pueblos y su elaboración a través de la tradición oral representa el acervo de una nación. El romanticismo y el nacionalismo de finales del siglo XIX fueron caldo de cultivo de esta tendencia.

Otros sostienen que las leyendas no son otra cosa que la muestra de una tradición que ata a los pueblos a un pasado empobrecido, tanto en lo material como en lo artístico. Las pequeñas moralejas con que suelen concluir son expresión de una superstición vacía y de la negación del progreso.

En fin, lo que es cierto es que su lectura resulta siempre entretenida (no en vano sólo han llegado a nosotros aquellas que guardan mayores méritos, a diferencia de la literatura actual que vomita los libros con independencia de su valor y procedencia). Por ello resulta refrescante sumergirse en su lectura. Las leyendas de otros países cuentan con la ventaja añadida de no ser conocidas previamente por el lector y de contar con cierto exotismo que las hace más atractivas.

Estos dos libros (El Golem de Praga. Leyendas del Gueto judío y El Golem duerme en Praga) presentan diferentes leyendas – en algunos casos coincidentes aunque con variaciones interesantes- relacionadas con los judíos de Praga. Así, encontramos la explicación del nombre de la sinagoga Vieja-Nueva, el origen del asentamiento de los judíos en Praga y de los privilegios y persecuciones de que fueron objeto.

También aparecen nombres ilustres como el rabino Löwy, Maisel, Pinchas o Rodolfo II. Se nos cuenta la leyenda de la creación del Golem – esa figura antropomorfa de barro cocido que sólo obedecía las órdenes del rabino Löwy y cuyo fin era proteger a los judíos de las iras de los praguenses. Ésta quizá sea la leyenda praguense más conocida ya que ha sido llevada al cine en numerosas ocasiones y Gustav Meyrink publicó en 1915 una estupenda novela sobre la base de esta leyenda.

Como final haré un breve resumen de uno de los episodios relatados sobre la vida del rabino Löwy y que es un ejemplo perfecto del tipo de leyenda recogido en estos dos libros. Este episodio lo he leído en diferentes contextos históricos y con otros personajes lo que muestra hasta que punto la tradición oral se adapta a cada lugar concreto.

El emperador Rodolfo II invitó a su mesa al rabino Löwy. El camarero real colocó en el centro de la mesa dos bandejas de plata, cada una de ellas con un pescado, pero de diferentes tamaños, uno pequeño y otro grande. El emperador, dubitativo, y no sabiendo cómo proceder, invitó al rabino a que se sirviera en primer lugar. Éste, tras meditarlo durante unos instantes, escogió la bandeja con el pescado mayor, no dejando otra opción al emperador que servirse el pescado pequeño.

El emperador, irritado, preguntó al rabino por el motivo de su proceder, tan poco respetuoso con el emperador que le había invitado a su mesa. El rabino, sorprendido, le preguntó que qué habría hecho él en su lugar, a lo que Rodolfo II contestó sin dudar que habría tomado la bandeja con el pescado pequeño dejando a su invitado el más grande. Pues bien, contestó el rabino, en ese caso tu voluntad habría sido que tú tuvieras el plato pequeño y yo el grande, y así lo he hecho, por lo que he respetado tu voluntad. Ante lo cuál el emperador felicitó al rabino por su sabiduría y mandó al camarero que le trajera un nuevo pescado del mismo tamaño que el que comía el rabino recién sacado de las aguas del Moldava.

3 de agosto de 2007

Cómo cortar un pastel y otros rompecabezas matemáticos (Ian Stewart)


Las matemáticas tienen una injusta fama de materia difícil y abstracta. Lo primero puede ser cierto, en particular cuando nuestra base de partida tiene carencias importantes. Lo segundo es claramente falso. El problema suele venir de que la enseñanza matemática acostumbra presentarse desligada de sus aplicaciones prácticas para centrarse en la realización repetitiva y rutinaria de ejercicios.

Así, por ejemplo, recuerdo haber resuelto infinidad de integrales y, sin embargo, no recuerdo el momento en que se me explicó su utilidad o aplicación. Supongo que bastó una simple introducción y seguidamente decenas y decenas de ejercicios repetitivos y aburridos. Normalmente esta utilidad se aprecia con el estudio de otras disciplinas que se sirven de las matemáticas para obtener sus resultados (por ejemplo, la física o la economía). Lo malo es que para cuando se llega a abordar estas disciplinas en los planes de estudio, la falta de interés y una base inadecuada hacen muy difícil saltar el escollo, la batalla se ha perdido.

En fin, esto parece común a lo que ocurre con el estudio de la literatura. Se fuerza la lectura de La Celestina, Quevedo o Moratín asociando a los ojos de los alumnos la literatura con un asunto arduo, de vocabulario complejo y temática ajena a sus intereses. claro que, cualquier amante de la historia opinará que a su disciplina le ocurre otro tanto dado que la historia más reciente siempre queda relegada por lo que resulta difícil inculcar a un niño el amor por un pasado de hace 500 años. ¿Quién les culpará? creo que en estos asuntos es preferible lanzar un anzuelo apetecible y procurar que un gran número de peces se sienta atraído por él para luego ofrecer conocimientos más especializados y selectos, pero cuando ya hay un caldo de cultivo abonado para estos fines. Claro que, como digo, ésta es mi opinión y seguro que no es la única ni la mejor.

Cómo cortar un pastel responde en cierto modo a la opinión expuesta, llegar al conocimiento a través del entretenimiento. Así, de una parte pretende demostrarnos que las matemáticas pueden resultar enormemente divertidas y, de otra, quiere destacar que cualquier aspecto de las matemáticas (al igual que de cualquier otra ciencia) por ridículo o inútil que parezca (el más claro exponente son los juegos de matemáticas recreativas) acaba por ser de utilidad en otra rama de la Ciencia.

Así, Ian Stewart propone diversos ejemplos de teoremas y puzzles matemáticos aparentemente inútiles, tales como cuál es el mejor método para colocar envases redondos en una caja cuadrada, cuál es el método para encordonar los zapatos que emplea una menor longitud de cordón o cuál es el menor número de colores necesario para pintar un mapa de manera que no haya dos países consecutivos con el mismo color.

Los esfuerzos por descifrar estos enigmas (algunos de ellos planteados hace cientos de años y resueltos sólo en época reciente) han permitido el desarrollo de métodos matemáticos que han tenido posteriormente una aplicación práctica muy útil. Relaciona, por ejemplo, la explicación de por qué se enreda y enrolla el cable del teléfono con la teoría del ADN o la teoría de los colores en un mapa ya citada, con los test para validar la determinar la existencia de errores en placas informáticas.

Ian Stewart es un apasionado de las matemáticas que ha escrito numerosos libros sobre la materia (Locos por las matemáticas, ¿Es Dios un geómetra?, Cartas a una joven matemática) y que sabe transmitir su pasión mediante sencillos artículos que nos ayudan a descubrir por qué debimos estar más atentos en las tardes de nuestro verano infantil.



29 de julio de 2007

Kafka (Nicholas Murray)


I

Reconozco mi total falta de rigurosidad y objetividad ante cualquier texto escrito por Kafka. Desde su Diario, su intensa correspondencia (con amantes, amigos, familia) hasta sus obras, conclusas o no.

En todos ellos respiro un aire familiar, una sensación similar al murmullo de una conversación a la que casi no prestamos atención pero que nos resulta tremendamente agradable, como una melodía conocida. Pese a la evidente absurdidad que plantean muchos de sus escritos (humanos que se convierten en animales, animales que actúan como hombres, y así hasta el infinito) hay algo que convierte dicho absurdo en acontecimientos simplemente excéntricos, asumidos con ordinarios por sus protagonistas y, también, por los lectores.

Se ha hablado mucho del estilo de Kafka, mezcla de naturalismo y expresionismo. De cómo, con un lenguaje preciso y minucioso, detallista hasta el extremo, dibuja escenarios imposibles. Con los mismos materiales que utilizan otros escritores, Kafka, construye una obra personal y característica.

Por ello es comprensible que la lectura de otra biografía de Kafka me haya resultado de enorme interés. A ello se une que ha sido comprada en un reciente viaje a Praga y en una librería llamada “Kafka Bookshop” ubicada en la Plaza de la Ciudad Vieja (centro neurálgico de la vida del autor que vivió en cinco casas distintas de la plaza o calles aledañas) ubicada en el mismo local en el que se encontraba la tienda al por mayor de Hermman Kafka.

II

Murray estructura su estudio en torno a cuatro grandes bloques. El primero de ellos (“Praga”) es un reflejo del contexto histórico, político, social y biográfico en el que se desenvolvieron los primeros años de Kafka hasta la publicación de su primer libro (Contemplación). Las habituales consideraciones sobre la condición de judío, en un tiempo en el que el antisemitismo era una recurrencia habitual, germanohablante cuando el nacionalismo checo se asentaba como otra fuerza más disgregadora del Imperio Austrohúngaro y su delicada situación familiar, sometido a la inquisidora mirada de un padre exitoso en los negocios, hecho a sí mismo y que reprobaba prácticamente cualquier faceta de la vida de su hijo (su vegetarianismo, sus amistades, su literatura, su incapacidad de formar una familia o de comprometerse con el trabajo familiar).
Nada novedoso más allá de la organización sistemática de datos conocidos.

Las tres partes restantes de la biografía se estructuran sobre las tres mujeres que jalonan la vida de Kafka (Felice, Milena y Dora). La relación con Felice Bauer fue fundamentalmente epistolar (pese a sus dos fracasados compromisos matrimoniales) y, desde un punto de vista literario, fue el origen de El Proceso, así como de una de las obras epistolares más extensas de la historia. La disección de estas cartas, confrontadas con correspondencia a amigos y familia, y con los Diarios, ofrece un panorama bastante preciso de los miedos que atenazaban a Kafka, tanto en sus relaciones íntimas con Felice, como en el resto de actividades vitales.

Es cierto que, como asegura Max Brod en la primera biografía sobre Kafka, frente a esta imagen sombría que parece pesar sobre su figura, la realidad era algo menos oscura y su amigo era un alegre conversador, luminoso, ameno y con un gran sentido del humor. Corroboran esta visión más humana y positiva numerosos testimonios directos de otros amigos y de personas que trataron ocasionalmente con Kafka. Cabe pensar que quizá sus Diarios recogen el lado oscuro de su alma, sus peores pesadillas y horrores con el fin de exortizarlos.

Milena representó la posibilidad de mantener otra relación fundamentalmente epistolar con una mujer que, en esta ocasión, era conocedora de su obra y que llegó a comprenderle como pocas personas de su tiempo. Baste como prueba el elogio fúnebre que escribió tras su muerte y que anticipa con claridad la importancia de la obra de Kafka en un momento en el que, prácticamente la parte más significativa, permanecía inédita.

Dora Diamant fue la mujer que le acompañó durante sus dos últimos años de enfermedad y que le dio la felicidad doméstica que siempre le atrajo pero que, al mismo tiempo, le aterraba y de la que trataba de huir.

Como se ha comentado, la cronología vital se rastrea mediante continuas referencias a los escritos personales de Kafka (diarios, apuntes, correspondencia diversa, ...) pero, finalmente, la obra literaria parece no encontrar un lugar especial en el plan de la biografía. Algunos escritos merecen ciertos comentarios (en particular La Metamorfosis o El Proceso) pero en líneas generales tras la lectura uno no obtiene más que unas claves generales para entender la vida de Kafka y cómo ésta pudo influir en su obra. Sin embargo, es claro que, muchos de sus coetáneos vivieron circunstancias similares y ello no condujo a una obra literaria similar. Queda algo por explicar y Murray no nos desvela el misterio.

Tampoco se ofrece una explicación general del significado literario de Kafka ni del sentido de su obra. Se descarta, en línea con las tendencias habituales, la primera interpretación que hizo su amigo y albacea Max Brod, excesivamente asentada en aspectos religiosos pero sin ofrecer una alternativa. Las más recientes interpretaciones que apuntan que Kafka utilizó el esquema de Crimen y Castigo para plasmar su peripecia vital no encuentran eco. Quizá sea ésta unas de las razones que convierten sus novelas y narraciones en clásicos, la imposibilidad de simplificarlos, de explicarlos. Cada tiempo, cada lector obtendrá aquello que busca y nunca sabremos qué fue lo que buscó el propio Kafka, qué le impulsaba en sus largas noches de creación.


24 de julio de 2007

El niño con el pijama de rayas (John Boyne)


Tratar el tema de los campos de exterminio nazis mediante diversas perspectivas que alivien el horror que instintivamente generan es una técnica habitual. Así ocurre, por ejemplo, en la película italiana La vida es bella en la que el objetivo del protagonista es procurar que su hijo no descubra el horror en que encuentra inmerso.

Lo que puede resultar más novedoso en El niño con el pijama de rayas es que, en esta ocasión, el protagonista es un niño alemán, el hijo del director de uno de esos campos de exterminio.

Nos encontramos ante un pequeño cuento en el que el tratamiento de las situaciones y los personajes se reducen al mínimo imprescindible con total ausencia de matices que enriquezcan o arropen la historia. Considerémoslo como parte del carácter de cuento infantil en el que se inspira el autor. La mayor prueba de dicho aspecto cuentístico es que, al igual que la mayoría de cuentos tradicionales infantiles, que tienen un trasfondo violento y macabro apenas disimulado, El niño con el pijama de rayas tiene un final no apto para la mayoría de los lectores que comprarán la obra y que llorarán desconsolados creyendo estar ante un drama digno de Sófocles.

En cuanto al resto de méritos literarios no cabe decir mucho. Que el narrador sea un niño no debería redundar necesariamente en una simplicidad excesiva o un lenguaje básico. La psique infantil ofrece bastantes posibilidades de exploración como para que el autor pueda sacar lo mejor de sí mismo.

Pero no seamos tan duros. El libro está correctamente escrito, la historia es simple pero directa y eficaz , tiene todos los ingredientes para convertirse, ya lo está haciendo, en un éxito editorial. A ello ayudará, sin lugar a dudas, su próxima adaptación cinematográfica .

Resumiendo el argumento y evitando desvelarlo en exceso, del mismo modo que hace el editor en la contraportada, diremos que se trata de la narración de un niño que acompaña a su padre a un campo de concentración al que ha sido destinado como director del mismo. De este modo, el protagonista pierde todo su arraigo con su escuela, sus amigos, sus abuelos y se esforzará por reconstruir el pequeño mundo al que estaba acostumbrado, sobre todo buscando la amistad.

La pequeña historia tiene el mérito de compaginar la ternura con la tragedia sin caer excesivamente en el sentimentalismo facilón al que tanto se presta la trama. Representa también con bastante acierto la necesidad de afecto humano que el protagonista demanda y que debe buscar por sí mismo.

En definitiva, se trata de un libro cuya lectura nos resultará agradable y ligera (pese al final sombrío) al tiempo que quizá nos permita ver el tema de los campos de concentración desde una perspectiva infrecuente.

8 de julio de 2007

Auschwitz. Los nazis y la “solución final” (Laurence Rees)


Se suele decir que aquellos pueblos que desconocen la Historia están condenados a repetirla. Se trata de una idea en la que subyace un fondo optimista, una visión de la Historia como posibilidad de progreso y mejora. La lectura del texto de Laurence Rees echa por tierra cualquier visión positiva que se pudiera albergar al respecto. Ni el proceso por el que se llegó a adoptar la “solución final”, ni la falta de consecuencias para la mayoría de los SS implicados en la administración de la fábrica de muertos en que se convirtió Auschwitz, ni el trato recibido en muchos países por los supervivientes del Holocausto, ni prácticamente ningún otro asunto tratado por Rees ofrecen esperanza para poder extraer un pequeño consuelo moral de entre tanta barbarie.

Rees sabe combinar los acontecimientos históricos con las pequeñas historias individuales, fruto en su mayor parte del trabajo de investigación para la realización de un documental para la BBC cuyo epílogo es precisamente este libro. De las entrevistas realizadas a antiguos miembros de las SS (así como de las declaraciones de otros ya fallecidos) se puede concluir que el arrepentimiento no figura en el vocabulario de los entrevistados. La opinión habitual de que obraron en cumplimiento de órdenes superiores y de que el contexto de manipulación propagandística y envenenamiento ideológico explican su conducta, queda contradicha. La actitud general es la de que la “solución final” fue un error de los jerarcas nazis fundamentalmente porque atrajo las antipatías y el rechazo internacional impidiendo la coalición de Alemania con los Aliados frente a Rusia, en definitiva, no se discute el fondo moral de la decisión, sino su oportunidad política.

El propio autor destaca en el prólogo del libro lo que le sorprendió el antisemitismo latente que percibió en Europa oriental, pese a la presencia testimonial de la población judía. Este hecho podría explicarse en parte por la propaganda comunista que trató de reducir el componente antisemita de la política nazi para englobar a todos los fallecidos en los campos de exterminio como antifascistas, olvidando que la mayoría de ellos fueron judíos. Entre el resto se cuentan colectivos tan variados como católicos, homosexuales, testigos de Jehová, gitanos, prisioneros políticos, miembros de la Resistencia, prisioneros de guerra, y un largo etcétera.

Precisamente en Europa Oriental los judíos supervivientes del Holocausto que trataron de volver a sus hogares vieron cómo sus casas y negocios habían sido expropiados y entregados a otros en su ausencia sin posibilidad legal de reclamar sus propiedades. En la mayoría de los casos optaron por emigrar al recién fundado estado israelí. Acogidos entre los “suyos” sufrieron un sordo reproche dado que quienes no habían vivido la experiencia de los campos consideraban que los supervivientes habían colaborado en gran medida en la matanza (de hecho, la mayor parte del proceso de muerte en las cámaras de gas, incineración, etc., no se realizaba directamente por los alemanes sino por otros prisioneros seleccionados para estas ingratas labores, reduciendo así el “coste psicológico” que implicaba el estar expuesto a aquellas escenas de horror). También había cierto rechazo debido a que se suponía que los judíos europeos no se habían opuesto con toda sus fuerzas al exterminio (“como ovejas conducidas al matadero”). De ahí que muchos de ellos emigraron finalmente a los Estados Unidos en busca de un sosiego imposible.

Al margen de los relatos individuales, todos ellos de brutal intensidad, la mayor aportación del autor es la exposición de su teoría sobre el proceso que llevó a la adopción de la “solución final” y que consistía en la eliminación sistemática y podríamos decir, científica, de toda una raza.

Si bien es cierto que Hitler culpó a los judíos de la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial y sostuvo la necesidad de erradicarlos de la sociedad alemana, la eliminación física de todos los judíos, se descartaba como antigermánica dado que los dirigentes nazis se consideraban el epígono de la civilización occidental. En los primeros años de la guerra se plantearon incluso la concentración de todos los judíos en alguna de la colonias ultramarinas de Francia como forma de solucionar el problema de la germanización de parte de los territorios ocupados.

Sin embargo, diversos acontecimientos y decisiones adoptadas por los nazis creaban las condiciones para nuevas decisiones. Las medidas sobre los judíos creaban problemas para cuya solución era preciso adoptar nuevas medidas que, a su vez, engendraban nuevos problemas para cuya solución se tomaban nuevas decisiones en un proceso endiablado en el que se terminó por asumir la necesidad de la eliminación física total de la presencia judía en la Europa ocupada. Lo más aterrador de esta decisión es que, por primera vez en la Historia, no sólo se decide la eliminación “total” de un pueblo, sino que se hace de manera fría, planificada, sistemática y prolongada en el tiempo, con una eficacia que sólo el siglo XX con sus avances técnicos, habría permitido.

La política de germanización de las tierras ocupadas adyacentes a Alemania forzó la expulsión de, entre otros, un gran número de judíos que residían en dichas zonas. La concentración en guetos y la prohibición de trabajar a los judíos (para preservar esos puestos para trabajadores arios) trajo consigo nuevos problemas. La invasión de la Unión Soviética –cuyos habitantes eran considerados subhumanos, más aún los judíos rusos- llevó a la creación de brigadas especializadas en la eliminación física de judíos, comisarios políticos, etc, de manera indiscriminada, como no se había hecho anteriormente en el frente occidental. Estas matanzas, cuyo “coste psicológico” era enorme para los miembros de las SS (ni siquiera a ellos les resultaba soportable matar diariamente a mujeres, ancianos y niños, a sangre fría) forzó la búsqueda de alternativas. Una de ellas fue la de utilizar gases letales, siendo las primera cámaras de gas, camiones adaptados a tal fin.

Todo ello posibilitó un medio de exterminación masivo que no precisaba la implicación de un gran número de alemanes en el proceso (como he comentado, otros prisioneros se encargaban de cortar el pelo a los que iban a ser llevados a las cámaras de gas, de buscaban entre sus ropas objetos de valor, de sacar los cuerpos con destino a los crematorios, etc.)

La necesidad de fuerza de trabajo llevó a la creación de campos y subcampos con fines de explotación de mano de obra esclava para lo que era necesario movilizar a los trabajadores aptos de los guetos. Dejar en ellos sólo a mujeres, niños e incapaces era condenarlos a una muerte segura y a los problemas de salubridad subsiguientes, con un alto coste para los ocupantes nazis; de ahí que fuera preferido transportar en trenes a las familias completas y luego, una vez llegados al campo, se realizaba la “selección” separando a los trabajadores aptos del resto que eran llevados directamente a las cámaras de gas.

Mientras se iba poniendo de manifiesto la dificultad de ganar la guerra, el problema judío se convertía en un asunto de venganza. El propio Hitler aseguró que no quería que los judíos obtuvieran beneficio de la guerra. La venganza y el odio se convirtieron finalmente en la razón última del exterminio y la única capaz de explicar el gasto de recursos que suponía la persecución y exterminio de los judíos cuando se tenía a los rusos camino de Berlín.

Esta sucesión de hechos, el crear la situación que fuerza la adopción de ulteriores decisiones de manera que se está ante un proceso de dar un paso adelanto en la locura, tomar tiempo para asumir dicha decisión y prepararse para el siguiente paso, son la única explicación coherente que puede dar cuenta de este proceso, pero al tiempo, es la mayor prueba de que caer en dicha espiral de locura no es tan imposible como pudiera parecer si nos limitamos a analizar la “solución final” como un designio nazi que las circunstancias de la guerra permitieron que se llevara a cabo. Lo terrible es que, analizando los periódicos podemos asistir a procesos de este tipo. Por ejemplo, la propia ocupación de territorios palestinos, la creación de asentamientos, el levantamiento de un muro de separación, parecen llevar una lógica perversa similar. Dónde se ponga el límite a esta carrera depende de la capacidad de analizar la realidad de manera objetiva parece el único antídoto posible.

Para contradecir a Rees, y lograr un final hermoso del que su historia necesariamente carece, concluiremos con el ejemplo de Dinamarca y el trato que durante la ocupación se dispensó, con carácter general, a los judíos. Sus autoridades se opusieron a la adopción de medidas antisemitas (al contrario de lo que hicieron las de otros países occidentales ocupados, como Francia o Eslovenia) y apoyaron de manera activa la evacuación de la población judía a Suecia cuando los nazis decidieron la deportación de los judíos daneses. Igualmente, la mayoría de los judíos que regresó a sus hogares tras la guerra no tuvo que enfrentarse a los odios, prejuicios y problemas legales que tuvieron que padecer la mayoría de los supervivientes en la Europa Oriental. La elección es siempre posible.

6 de julio de 2007

De praderas y bosques (Robert Louis Stevenson)


Por motivos de salud, Stevenson tuvo que abandonar la fría y húmeda Gran Bretaña camino de los mares del sur donde disfrutó de los últimos años de su vida y nos regaló alguno de sus mejores cuentos y la inolvidable narración de su estancia en dicho paraíso (En los Mares del Sur).

Camino del Pacífico, atravesó los Estados Unidos y recogió sus impresiones en dos breves escritos que reflejan las luces y las sombras que Stevenson vislumbró en este incipiente país.

El primero de estos escritos (A través de las praderas) narra el viaje en tren desde Nueva York a California rodeado de inmigrantes y sufriendo las penosas condiciones de un viaje largo e incómodo.

El viaje se realiza en pesados trenes atestados de emigrantes camino de la costa Oeste. Sufren las penurias de los días soleados cruzando tierras desérticas, las tormentas y el frío nocturno, el trato rudo, y a veces violento, de los empleados del ferrocarril e incluso la escasez de agua y comida dado que en las escasas y breves paradas de estos trenes, el alimento solía agotarse antes de que todos los pasajeros hubieran hecho acopio de provisiones suficientes hasta la próxima parada.

Esta convivencia arranca diversas observaciones de Stevenson. Así, por ejemplo, destaca el odio que se tiene a los asiáticos (sólo superado por el que se tiene a los indios nativos) a los que se reprocha su falta de modales e higiene. Paradójicamente, señala que son los orientales los únicos que se asean diariamente en condiciones. Es el miedo al desconocido, a lo ajeno, el que paraliza y divide, el que crea barreras y engendra odios. La normativa del ferrocarril ayuda a la segregación: el convoy se forma de tres vagones, uno para familias y mujeres, otro para hombres solos y otro para orientales.

La migración es un fenómeno histórico. Stevenson observa cómo la hambruna de Europa y de Asia empujan a sus habitantes convergiendo sobre América, una tierra virgen, con nuevas costumbres y nuevos modos. El carácter del pueblo americano sorprende al autor escocés, acostumbrado a la ceremoniosidad y la distancia en el trato, a las diferencias de clase. Un americano, sea un dependiente o un sirviente, se consideran al mismo nivel que la persona a quien atiende o sirve. Esta relación de igual se sostiene en el precio del servicio que se ofrece o demanda y en la libertad para prestarlo o no.

También sorprende a Stevenson la primera relación que mantiene con un afroamericano (por seguir la terminología actual) basada también en la desenvoltura y casi, el paternalismo que le muestra al autor. Cierto es que en las palabras de Stevenson no hay racismo, al contrario, pero se deduce una clara conciencia de superioridad basada en la diferencia de clase, lo que nos coloca prácticamente en el mismo punto que el de cualquier persona con prejuicios raciales.

A su llegada a California, el autor nos deja sus impresiones de Monterrey, antigua capital del estado, venida a menos tras la pérdida de la capitalidad con el fin de alejar el recuerdo del origen mejicano de esas tierras. Recogidas bajo el título de La antigua capital del Pacífico.

Basten dos comentarios para poner de manifiesto su fina capacidad de análisis.

De una parte señala, con visión profética, el peligro que los grandes incendios forestales pueden suponer para la zona (como cien años después se pone de manifiesto cada verano).

De otra parta destaca el carácter de los mejicanos, y busca explicaciones a la pérdida de su poder e influencia en una tierra en la que son mayoría y de la que detentaban la mayor parte de la tierra y los recursos tras la anexión. Lejos de considerar la indolencia como la causa principal, en línea con los prejuicios habituales sobre la materia, pone el énfasis en la bonhomía y desinterés por la posesión material. Así explica la confianza en la palabra dada antes que en las cláusulas firmadas en un contrato como un ejemplo de esa confrontación entre dos culturas, una ávida y mercantilista, otra fundada en otros valores que lleva, ineludiblemente, a la expoliación de unos por otros.

En tan pocas páginas no se pueden contener más y mejores reflexiones sobre esa América que descubría con sus propio ojos el autor, muchas de las cuáles pueden ser tan válidas hoy como lo eran entonces. Nos queda la pregunta de si los descendientes de aquellos que acompañaron a Stevenson en su viaje siguen siendo hoy descendientes de inmigrantes o americanos en igualdad de condiciones.

14 de junio de 2007

Viajes por el Scriptorium (Paul Auster)


Reconozco que disfruto leyendo a Paul Auster. Su estilo y su temática me atraen y siempre espero su última obra con interés, sabiendo que éste no se verá defraudado. Sin embargo, ese terrible momento ha llegado. Viajes por el Scriptorium es una obra inacabada, apenas esbozada, sin interés evidente para cualquier lector objetivo (excluyo a fanáticos del autor que tendrán cierto interés de coleccionista por ella). Tras su lectura, sólo puedo decir que su mayor virtud es su brevedad.

Evidentemente, no todas las novelas de un autor pueden brillar al mismo nivel. García Márquez nunca ha vuelto a escribir Cien años de soledad y, con toda seguridad, ha renunciado a hacerlo. Sin embargo, de todo gran autor se espera un mínimo rescoldo de respeto a sus lectores. Arrojar al mercado unas páginas como las que nos regala Auster es una afrenta para quienes conocen de lo que es capaz. Y pese a esta inmensa decepción, no albergo duda, nos volverá a sorprender con brillantes historias y personajes inolvidables. De ahí la irritación que asalta mientras se leen sus páginas, ¿por qué?, ¿con qué fin? Quizá una forma de cerrar un ciclo, quizá un divertimento del autor (no del lector, por supuesto).

En una habitación (se desconoce en qué época y lugar) un anciano envuelto en las brumas del olvido trata de recordar quién es, quiénes son los personajes que le rodean y visitan, al tiempo que ojea unas fotografías y un manuscrito dejado con alguna intención en el escritorio de su habitación y que parecen guardar una remota relación con su pasado y con su actual situación.

La figura de un hombre asaltado en su habitación por desconocidos que parecen conocer más de su vida que él mismo, y la asunción de la situación por parte del protagonista, nos remite directamente a las primeras páginas de El Proceso. Sin embargo, lo que en Kafka se convierte en una pesadilla y una reflexión sobre el sentido de la vida (o lo que cada uno prefiera en virtud de las múltiples interpretaciones a las que este libro se presta), en Viajes por el Scriptorium se convierte en una vaciedad al no plantear ninguna cuestión relevante al lector, que asiste impávido a los acontecimientos.

El tema de la novela puede ser una reflexión sobre la escritura, a modo de novela dentro de la novela, en la que el autor pasa a convertirse en un personaje literario más. Sin embargo, y a diferencia de lo que ocurría a los personajes de la célebre obra de Pirandello, en esta ocasión parece ser el autor el que busca desesperadamente actores de su repertorio pasado que justifiquen este viaje.

No basta el guiño a la propia obra (¿egolatría o paradoja humorística?) o tratar de establecer conexiones con obras ya publicadas por el autor. Tampoco sirve remedar el propio estilo. La fórmula debe renovarse en cada libro para no perder el interés.

Para reconciliarme con Auster, releo el pequeño volumen que publicó Anagrama con motivo de la entrega del Premio Príncipe de Asturias al autor en 2006. Este pequeño libro recoge un artículo de Justo Navarro sobre diversos aspectos de la vida de Paul Auster que han influido en su modo de ver el mundo y de transmitirlo o convertirlo en palabras. Así, la muerte de su padre, sus estancias en Europa o la muerte fortuita de un compañero en un campamento de verano, entre otras, van conformando un mapa de sucesos que nos lleva a entender algo mejor la obra de Auster.

Le sigue una entrevista realizada por Eduardo Lago con motivo de la publicación en España de la obra Brooklyn Follies en la que se plantean igualmente diversas cuestiones referentes a la concepción de la novela. Asimismo, el propio Auster anuncia el contenido de su próxima novela (Viajes por el Scriptorium) de la que dice que, a diferencia del resto de sus obras que son de elaboración lenta y sosegada, ésta surgió de su pluma con una facilidad sorprendente (sorpresa que, como ya he indicado, se desvanece al leerla y encuentra una lógica explicación, su escaso interés). En la entrevista Paul Auster hace referencia a la importancia del Quijote como obra fundamental de la literatura moderna (algunos comparan a los protagonistas de Tombuctú con don Quijote y Sancho).

A continuación Jorge Herralde incluye dos textos que recogen la presentación que éste hizo del autor americano en el Círculo de Bellas Artes tras la publicación en España de El libro de las ilusiones con alguna reflexión sobre la obra del autor. También se recoge la presentación de Herralde en un diálogo abierto entre Paul Auster, Pedro Almodóvar y el público tras la entrega de los premios Príncipe de Asturias.

A renglón seguido se recoge el discurso de Paul Auster en la ceremonia de entrega de los premios Príncipe de Asturias. En este discurso, trata de explicar por qué escribe y cuál es la utilidad de la escritura. La respuesta es que todo Arte es útil por su inutilidad. La actividad carente de utilidad inmediata es la que nos separa de los demás animales. La narración responde a una necesidad humana y los escritores no hacen sino responder a dicha llamada.

Finalmente se recoge una cronología/bibliografía comentada del autor que permite comprobar cómo el éxito le llega tras innumerables tentativas, en el teatro, los guiones mudos, la traducción, la poesía, etc.

De este pequeño homenaje obtengo el consuelo de que podremos ver en breve nuevamente al mejor Auster, el que bebe en las fuentes de la cotidianeidad y nos la explica de manera amena y elegante.

10 de junio de 2007

Viajes con Heródoto (Ryszard Kapuscinski)


Una sabia mezcla de historia y actualidad permite amenizar cualquier texto viajero que se precie. En ocasiones, el peso de la obra se apoya más en la Historia en la medida en que el viajero se limita a rememorar mediante la visita de los lugares correspondientes, los hecho o personajes que los han situado en el mapa geográfico, iconográfico o sentimental del lector. En otras ocasiones, el recurso a la Historia es un simple aderezo para centrar al lector en las peripecias de quien escribe. Por último, cuando éstas carecen de interés (o el autor no es capaz de transmitirlo) el texto únicamente tiene de interés su faceta rememorativa.

Creo que es esta última categoría en la que puede ubicarse la obra de Kapuscinski, Viajes con Heródoto. No diré que la vida del célebre periodista y escritor polaco carezca de interés, sólo que éste brilla por su ausencia en la obra. Kapuscinski visita la India, China, Egipto, Irán o el Congo, en momentos clave de su historia, pero nada de ello aflora en las líneas que leemos. Es cierto que el autor ya nos ha dejado espléndidos textos sobre estos países con anterioridad, pero uno no puede dejar de pensar que algo le ha sido negado.

A cambio, Kapuscinski se centra en la obra de Heródoto, cuya lectura le acompañó en la solitaria vida de corresponsal extranjero. Como él mismo afirma, el personaje del historiador griego se le hizo tan familiar como el de muchas personas a las que había tratado en vida, llegando a identificarse con su forma de pensar y sentir el mundo. De ahí, que gran parte de su interés se centre, no sólo en las narraciones recogidas en la Historia sino en la propia vida y persona del hombre que la alumbró.

Quién era, cómo vivía, si viajaba solo o acompañado, si tomaba notas o poseía una extraordinaria memoria, son las preguntas que, perdido en la selva en medio de una guerra tribal o en la desvencijada habitación de un hotel chino, se hace Kapuscinski. También se interesa por los silencios del griego, por ejemplo se toma su tiempo para dilucidar cómo pudieron los babilonios matar a la mayoría de sus mujeres e hijos para reducir el número de bocas a alimentar antes del asedio de la ciudad por el rey persa Darío, o qué se sufre cuando se es empalado o cuando se pierde el favor de los dioses.

Y es que Heródoto, pese a la monumentalidad de su obra, es un narrador brillante y conciso. No se detiene en detalles, salvo aquellos que resulten imprescindibles para la comprensión del texto. Tampoco le importan los sentimientos, no escribe para una sociedad que desconoce el significado del dolor físico o del hambre o de la muerte violenta. Para los lectores (u oyentes) contemporáneos, no era información relevante la brutalidad de la guerra o los sentimientos de un padre que debe ver morir a sus hijos. Sólo aquellos comportamientos propios de los bárbaros merecen una cierta atención por parte de Heródoto, sobre el resto: silencio.

Convivir con dioses brutales, arbitrarios y caprichosos es habitual, el sentido de Justicia no se basa en la equidad, la explotación del trabajo humano mediante la esclavitud es el motor de la sociedad. Nada de ello sorprende a Heródoto y por nada de ello se explaya. A su público le importan más las grandes gestas, la heroicidad de los reyes y la vida de sus antepasados, las miserias cotidianas las encuentran de continuo y no necesitan de pregonero.

Para Heródoto, lo fundamental resulta conocer al vecino, entenderlo. Nunca juzga ni enjuicia los comportamientos ajenos; sólo investiga y trata de dilucidad lo que es real de lo que no lo es de entre las innumerables informaciones que le llegan. Precisamente, este afán por la verdad es una de las mayores lecciones que Kapuscinski extrae de la Historia. Heródoto trata de comprobar y contrastar todas sus fuentes. Cuando puede, realiza comprobaciones personales, cuando no, lo indica en su texto (“según dicen, así he oído, al decir de muchos”). Esta actitud le lleva a emparentar su tarea con la del periodista moderno que debe mantenerse objetivo y describir lo que ve sin juicios añadidos.

Otra de las enseñanzas de Heródoto es el concepto de otredad. El extranjero, el bárbaro, el otro, lo es en contraposición a nosotros. Sólo existe el otro porque existe el nosotros. Nos definimos en relación a otros. Tal tribu come a sus muertos, tal pueblo los entierra, tal otro los quema. Nada es mejor ni peor, sólo diferente en relación a lo que nosotros hacemos. El mundo mediterráneo, diminuto y cerrado hoy en día, encapsulado en el tiempo, era en tiempo de Heródoto, una aldea global como pueda serlo hoy nuestro planeta. Internet no existía pero las comunicaciones marítimas a través de cretenses, fenicios o egipcios hacían las veces. La inmigración era una realidad más contundente que en nuestros tiempos, los inmigrantes fundaban ciudades en territorios extranjeros, regidas por las mismas leyes del país del que provenían sus habitantes.

Ante esta realidad, el anciano historiador griego muestra el camino del respeto y la aceptación del otro como único modo para evitar una lucha fraticida como la que enfrentaba a griegos y persas o a atenienses y espartanos. Kapuscinski no responde a la cuestión de si Heródoto era un relativista moral, aunque con toda seguridad, admitiría límites a la tolerancia.

Tras pasar la última página, se llega a la convicción de que Kapuscinski leía a Heródoto porque al plantearse cuestiones que siguen siendo de actualidad, obtenía enseñanzas duraderas. Un escritor polaco del siglo XX y un historiador griego anterior a Cristo se encuentran en la misma encrucijada y ante las mismas cuestiones, con más de dos mil años de diferencia. De sus reflexiones no obtendremos la respuesta definitiva (¿existe acaso?) a muchas de ellas, pero sí que avanzaremos en nuestra comprensión de los problemas.

20 de mayo de 2007

En Maremma (David Leavitt y Mark Mitchell)

 


 

La literatura de viajes siempre resulta interesante en cualquiera de sus variaciones. Podemos conocer de primera mano regiones que nos eran desconocidas o tener una visión alternativa de alguna que ya conocemos. Experiencias sorprendentes, retazos de historia y geografía se combinan para hacer de la lectura un entretenimiento instructivo al tiempo.

Pero, en ocasiones, podemos disfrutar de la narraciones de viajes por el propio país y conocer cómo nos ven los extraños. Como se suele afirmar en sicología, la visión de uno mismo no es completa hasta que no se confronta con la de otros. De ahí que la conocer la experiencia de personas ajenas a nuestra cultura y tradición aporta un punto de vista alternativo enriquecedor y, sin duda, un cierto componente morboso.

También hay narraciones en las que se nos ofrece más información sobre el propio autor que sobre lo que describe. Vemos sus prejuicios, su forma de entender la vida y de actuar, contrapuesta a la que describe. Esta lectura en negativo resulta especialmente frecuente cuando el lugar descrito es conocido por el lector. Sin ir más lejos, las narraciones de los viajeros del siglo XIX por la España romántica que soñaban y que se adaptaba a sus tópicos preconcebidos.

Todas estas características se dan cita en este pequeño libro escrito mano a mano por . Dos atolondrados escritores americanos deciden emular a los personajes de su adorado Foster y abandonan su país para instalarse en Italia. Una vez saciada su ansia de historia y arte, de experiencias variopintas y de conocimiento de sus nuevos vecinos, acaban por comprar una casa en un rincón olvidado de la Toscana, en busca de una vida relajada y tranquila que les permita escribir y leer al calor de una chimenea.

Reformar la destartalada "villa", comprar los muebles, elegir las cortinas y los suelos, los árboles, flores y hierbas para el pequeño jardín se convierten en una lucha entre la idea que ambos tienen de lo que debe ser una casa toscana y la idea que los italianos tienen de lo que debe ser una casa cómoda y confortable. Unos italianos interesados en huir de su absorbente patrimonio artístico sustituyendo la madera y el mármol por el metacrilato o las baldosas de terrazo por la tarima flotante, por no hablar de una buena calefacción de gas en vez de la inútil, costosa y dificil de encender chimenea.

Ese contraste entre el sueño de Italia y la Italia real es una de las columnas que vertebran En Maremma. Sin embargo, la tendencia contraria se pone igualmente de manifiesto a cada página. Para la mentalidad práctica americana, ni las costumbres de consumo de los italianos, ni su sistema burocrático resultan comprensibles. Baste para ello seguir las peripecias de los autores para obtener un permiso de conducir italiano.

Donde parece no haber lugar a disputa alguna es en materia gastronómica dada la afición de ambos a la cocina italiana de la que son grandes conocedores, teóricos y prácticos. Amantes de la buena mesa y de la comida reposada seguida de su sobremesa pertinente. El ritmo lento de vida (quizá más propio de esta región rural apartada de las grandes ciudades) sea lo que resulta más difícil de asumir para la pareja, y al mismo tiempo lo que más acaban por valorar.

Muchas pueden ser las coincidencias entre esta Italia rural algo anclada en el pasado, y una España que aún retiene parte de su inercia agazapada en el recuerdo. Por ello, no es infrecuente interrumpir la lectura para reflexionar sobre qué habrían pensado Mark y David de este nuestro país o sorprendernos de las numerosas conexiones entre dos pueblos mediterráneos, conun pasado que en lugar de ser trampolín hacia un futuro parece ser una losa de la que no saben cómo escapar. Lean, lean y saquen su propia conclusión.