6 de julio de 2007

De praderas y bosques (Robert Louis Stevenson)


Por motivos de salud, Stevenson tuvo que abandonar la fría y húmeda Gran Bretaña camino de los mares del sur donde disfrutó de los últimos años de su vida y nos regaló alguno de sus mejores cuentos y la inolvidable narración de su estancia en dicho paraíso (En los Mares del Sur).

Camino del Pacífico, atravesó los Estados Unidos y recogió sus impresiones en dos breves escritos que reflejan las luces y las sombras que Stevenson vislumbró en este incipiente país.

El primero de estos escritos (A través de las praderas) narra el viaje en tren desde Nueva York a California rodeado de inmigrantes y sufriendo las penosas condiciones de un viaje largo e incómodo.

El viaje se realiza en pesados trenes atestados de emigrantes camino de la costa Oeste. Sufren las penurias de los días soleados cruzando tierras desérticas, las tormentas y el frío nocturno, el trato rudo, y a veces violento, de los empleados del ferrocarril e incluso la escasez de agua y comida dado que en las escasas y breves paradas de estos trenes, el alimento solía agotarse antes de que todos los pasajeros hubieran hecho acopio de provisiones suficientes hasta la próxima parada.

Esta convivencia arranca diversas observaciones de Stevenson. Así, por ejemplo, destaca el odio que se tiene a los asiáticos (sólo superado por el que se tiene a los indios nativos) a los que se reprocha su falta de modales e higiene. Paradójicamente, señala que son los orientales los únicos que se asean diariamente en condiciones. Es el miedo al desconocido, a lo ajeno, el que paraliza y divide, el que crea barreras y engendra odios. La normativa del ferrocarril ayuda a la segregación: el convoy se forma de tres vagones, uno para familias y mujeres, otro para hombres solos y otro para orientales.

La migración es un fenómeno histórico. Stevenson observa cómo la hambruna de Europa y de Asia empujan a sus habitantes convergiendo sobre América, una tierra virgen, con nuevas costumbres y nuevos modos. El carácter del pueblo americano sorprende al autor escocés, acostumbrado a la ceremoniosidad y la distancia en el trato, a las diferencias de clase. Un americano, sea un dependiente o un sirviente, se consideran al mismo nivel que la persona a quien atiende o sirve. Esta relación de igual se sostiene en el precio del servicio que se ofrece o demanda y en la libertad para prestarlo o no.

También sorprende a Stevenson la primera relación que mantiene con un afroamericano (por seguir la terminología actual) basada también en la desenvoltura y casi, el paternalismo que le muestra al autor. Cierto es que en las palabras de Stevenson no hay racismo, al contrario, pero se deduce una clara conciencia de superioridad basada en la diferencia de clase, lo que nos coloca prácticamente en el mismo punto que el de cualquier persona con prejuicios raciales.

A su llegada a California, el autor nos deja sus impresiones de Monterrey, antigua capital del estado, venida a menos tras la pérdida de la capitalidad con el fin de alejar el recuerdo del origen mejicano de esas tierras. Recogidas bajo el título de La antigua capital del Pacífico.

Basten dos comentarios para poner de manifiesto su fina capacidad de análisis.

De una parte señala, con visión profética, el peligro que los grandes incendios forestales pueden suponer para la zona (como cien años después se pone de manifiesto cada verano).

De otra parta destaca el carácter de los mejicanos, y busca explicaciones a la pérdida de su poder e influencia en una tierra en la que son mayoría y de la que detentaban la mayor parte de la tierra y los recursos tras la anexión. Lejos de considerar la indolencia como la causa principal, en línea con los prejuicios habituales sobre la materia, pone el énfasis en la bonhomía y desinterés por la posesión material. Así explica la confianza en la palabra dada antes que en las cláusulas firmadas en un contrato como un ejemplo de esa confrontación entre dos culturas, una ávida y mercantilista, otra fundada en otros valores que lleva, ineludiblemente, a la expoliación de unos por otros.

En tan pocas páginas no se pueden contener más y mejores reflexiones sobre esa América que descubría con sus propio ojos el autor, muchas de las cuáles pueden ser tan válidas hoy como lo eran entonces. Nos queda la pregunta de si los descendientes de aquellos que acompañaron a Stevenson en su viaje siguen siendo hoy descendientes de inmigrantes o americanos en igualdad de condiciones.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hace tiempo que leí este precioso librito, que resulta encantador y muy atinado. Stevenson es otro de mis autores favoritos.
Un punto que añadiría a tu comentario sobre el tema de los mejicanos, es el de la confrontación de culturas religiosas. La religión católica, con su énfasis en el mundo espiritual, en el más allá, hace que sus seguidores desprecien su intervención en "este" mundo, por lo que dejan el campo libre a los que su religión sí les permite y no sólo les permite, sino que les empuja a moverse en este mundo, y a trabajar y sacar el mayor provecho posible a lo que hay. Max Weber analizó muy atinadamente, en mi opinión, este fenómeno.

Gonzalo Muro dijo...

Gracias por el comentario Ariodante; es verdad que los factores religiosos influyen notablemente en el comportamiento de los pueblos, aunque también creo que la influencia puede ser recíproca: que las religiones se adaptan igualmente a cada situación. Así, siempre se objeta a la "ética protestante" de MAx Weber el que no todos los países protestantes se desarrollaron igulamente y que otros estados fundamentalmente católicos (p. ej. Bélgica) desarrollaron un capitalismo incipiente al mismo tiempo casi que Inglaterra.

En cualqueir caso, el genio de Stevenson captó esas diferencias de carácter, personizadas en el contraste entre la antigua capital de California y el nuevo centro del poder y supo anteponer la objetividad de su pluma a la visión que por su origen anglosajón le era más familiar.

Un abrazo y muy agradecido por la precisión.