Tras la publicación de Oro parece …, la Generación Bibliocafé vuelve a la carga con una nueva propuesta, esta vez para sacar a la luz un nuevo título de relatos haciéndolo coincidir con la presentación del espectáculo Elvis: From Memphis to Las Vegas en el Teatro Auditorio La Rambleta de Valencia.
Dada la premura del proyecto, la longitud del texto se ha visto acortada a unas ochocientas palabras, si bien, esta restricción no parece haber afectado a la inventiva o la capacidad de emocionar de los autores. Más aún, en un par de ocasiones, nos encontramos con unas mínimas expresiones que acercan el texto a las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, presleirías podríamos bautizar al género.
Aunque uno podría creer que la mayoría de los relatos tendrían al cantante como protagonista, lo cierto es que, en muchos de los casos, ni siquiera es una presencia tangible, tan solo su música es una presencia constante en todos ellos. Sea en forma de canción que se escucha en una comunidad de propietarios de la que nadie conoce el origen, sea en los bailes de adolescentes o en los primeros romances bajo la luz de la luna. Y es que la música tiene esa capacidad para emocionarnos, pero también para evocarnos recuerdos del pasado, incluso para despertar los recuerdos de un antiguo profesor de música, hoy en una residencia de ancianos. También nos lleva al día en que tuvimos que escoger entre los dos jóvenes tan diferentes que nos cortejaban, en la certeza de que erramos en la decisión.
Pero la música no es solo una burbuja en la que nos refugiamos para huir del tiempo que nos ha tocado vivir. Por los barrios peligrosos de Chicago o las calles pobres de Memphis viviremos esa América de la que Elvis habló pocas veces, pero de la que tenía un gran conocimiento. Sus orígenes humildes le llevaron a renegar de los vaqueros, una prenda que se había visto obligado a vestir toda su niñez, o le llevaron a esa ordalía de despilfarro vergonzante, aunque tal vez se le pueda perdonar puesto que de ese modo Elvis creía poder comprar la fidelidad de quienes le rodeaban, sabiendo que su mera persona no parecía ser suficiente para nadie.
Porque en estos retratos también aflora esa figura ya crepuscular que se consume entre medicamentos y atracones de comida, temeroso de quedar pasado de moda o de no ser recordado tras su muerte. Pero aquí queda probado que nada de ello ocurrió. Vemos cómo una abuela narra a sus nietos su viaje a los Estados Unidos para ver a Elvis en su último concierto (nadie sabía que lo sería) en Indianápolis, otro evento que aparece en varios de estos relatos.
Este choque generacional se marca en algunas de estas historias. No olvidemos que muchos de los autores apenas nos sosteníamos en pie o ni tan siquiera habíamos nacido cuando Elvis murió. Por eso los padres suelen ser correa de transmisión de la pasión por el músico y la música evoca la niñez del narrador, ese tiempo en el que eran mecidos por las canciones que llegaban desde el radio casette del coche o que nos retrotraen a la infancia cuando casualmente paramos en una emisora de clásicos.
Y tal vez no sea la música lo que más nos atraiga del cantante. Sin duda, su actitud y apariencia, su juventud insultante y su desvergonzada inocencia en un mundo dominado por los adultos sirvió de estímulo a muchos. Musicalmente llegaron otros después que lo superaron en creatividad y talento, pero como imagen y símbolo, Elvis es imbatible. Así que aquí también tenemos relatos en los que él es de Elvis, ella de los Beatles.
Y hablando de Liverpool, José Luis Rodríguez, el autor del mejor relato que jamás he leído sobre los Beatles, vuelve a esta conexión. Si Ringo llegó a la banda por George, y éste por Paul y éste por John, Lennon nos llegó por Elvis, ya que antes de él no había nada, solo un incipiente y garrulo skiffle, ante el que la tía Mimi aún podía sentirse confortable.
Como en ocasiones anteriores, he tenido el honor de ser invitado a colaborar en este proyecto por parte del autor y editor Mauro Guillén. En mi caso he optado por un relato sobre los últimos minutos de vida del Rey en su baño de Graceland, un escenario también elegido con mejores resultados por Jorge Richter, prueba de esa común fatal atracción que sentimos por la triste y solitaria muerte del cantante.
De Elvis perdonamos su parafernalia algo hortera, sus trajes dorados y las lentejuelas, los flecos y los monos blancos. También nos hacemos cargo de su escaso valor para tomar las riendas de su carrera y deshacerse del infame coronel Parker una vez que quedó patente la chapucería y engaños a los que le sometía. Nada de esto nos importa porque siempre nos quedará como símbolo. Tal y como aparece en el cómico relato de Fuensanta Niñirola, nunca me pises los zapatos de gamuza azul, podrás hacer lo que quieras, pero eso no. Por cierto, esta escritora y artista también es la ilustradora del volumen.
También por estas páginas aparece el amor de Gladys, su madre, que vió morir al hermano gemelo de Elvis en el mismo parto y que se consagró a su hijo superviviente. También aparece el relato de Priscilla en primera persona o los imitadores del Rey, una terrible secuela del mito.
No podemos despedirnos sin hacer mención al magnífico relato de Mauro Guillén, una fábula sobre el Elvis retirado tras fingir su muerte, único modo de librarse de sus admiradores, sus falsos amigos o el coronel. Pero solo es un relato, porque como nos recuerda Franz Kelle, Elvis vive y es valenciano. Así que no es de extrañar que se haya pasado por la presentación y que desde uno de los palcos haya movido sus cansadas caderas, probablemente operadas varias veces, sin evitar una sonrisa al ver cómo su obra aún nos sigue inspirando y emocionando.
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