15 de febrero de 2009

La casa de los encuentros (Martin Amis)


La prosa de Martin Amis es brillante. Sus metáforas iluminan el texto, desconciertan al lector perezoso adentrándose en vericuetos poco frecuentados. Construye imágenes sobre las que discursea con habilidad siguiendo un hilo que parece no tener fin para, en un momento, volver de golpe al punto de partida sin más transición que un par de frases bien construidas. Y lo que es su mayor virtud, se convierte en su peor defecto. Todo este arte, este oficio, se estrella frente a la inmensa soledad heladora de la taiga rusa, la dureza de la vida en los campos, en los gulags de la Unión Soviética. La congelación de miembros, el hambre atroz, las cruentas guerras entre las diferentes clases de prisioneros, las crueldades sin límite de los guardianes, no parecen sino decorados acartonados, juguetes desperdigados sin la fuerza que se les presupone y que el autor pretende insuflarles: el tormento no es aprehensible a través de la retórica literaria de Martin Amis, tras la lectura de Todo fluye, la comparación en este aspecto es francamente dolorosa. Hay un claro divorcio entre lo narrado (y cómo se narra) y la realidad que se agazapa tras sus líneas, la que conocemos por los libros de historia o por novelas más sólidas, y ello pese a que Martin Amis ha dedicado abundantes páginas a este tema, a Rusia y a sus dirigentes y sus declaraciones sobre el esfuerzo y dolor que ha representado la escritura de La casa de los encuentros. La forma de La casa de los encuentros responde al modelo de una larga epístola, o correo electrónico, dirigido a su hija para explicarle lo que ocurrió antes de su llegada a los Estados Unidos, para explicarle su vida. Pero estas explicaciones parecen más destinadas a sí mismo que a una hija con la que no parece tener una intimidad real ni una demanda de explicación alguna. En este ajuste de cuentas con el pasado, la voz narrativa muestra un excesivo gusto por las reflexiones y alusiones literarias del mundo anglosajón; al carecer de nombre lo que invita a su identificación con el propio autor con el que comparte la fuerza visual del lenguaje y un peculiar gusto por escucharse a sí mismo. Pero, precisamente, esta voz no parece coherente, resulta más occidental que rusa, más literaria que curtida en la vida que se supone la insufla. Lo que describe se asemeja más a un cuento de terror que a una historia vívida, experimentada en la propia piel. El protagonista narra su historia próximo a la muerte, tras regresar a Rusia desde los Estados Unidos a donde emigró en cuanto le fue posible tras salir de los campos y prosperar económicamente en el mundo de las influencias, los negocios soterrados y la corrupción propia de toda dictadura. La narración toma la forma de una larga carta escrita durante el viaje final al paisaje del gulag de Predposylov, a modo de viaje a los infiernos, al encuentro de sí mismo, de su historia y la de su hermano y la mujer de éste. Como en el viaje de El corazón de las tinieblas, el narrador remonta el curso de un río a la búsqueda de un fantasma, en este caso, de él mismo. Este retorno, aderezado con noticias de la Rusia actual (referencias a la masacre de Beslan o a Putin), convierte la narración en un continuo viaje adelante y atrás en el tiempo, en un vaivén de sentimientos que confunden al lector, pero lo que es peor, en ocasiones también al autor. Pero continuemos. El narrador se remonta a su experiencia en la Segunda Guerra Mundial, más como violador que como soldado, lo que comprometerá su relación normal con las mujeres, la imposibilidad de empatía o ternura, hasta que se topa con Zoya, una atractiva judía por la que sentirá lo más parecido al amor que conocerá antes de ser enviado a la helada Siberia. Por casualidad del destino, su hermanastro Lev, menor en edad, llegará al mismo campo años después por un motivo inverosímil y apolítico. Allí conocerá que, en su ausencia, Lev ha logrado cautivar - no logra explicarse cómo - a Zoya. La extrovertida, elegante y liberada Zoya ha decidido casarse con el reservado Lev, con su callado hermanastro, quien apenas conoce nada del mundo más allá de un puñado de ideales juveniles. Y pese a ese terrible golpe, se impondrá la tarea de proteger a Lev de la furia de otros prisioneros pese a que la vocación pacifista de Lev le hace objeto de todos los ataques imaginable y pese a su indomable decisión de no tomar partido en las terribles guerras fraticidas entre los diferentes grupos de presos. Sin embargo, en la dureza de los campos, los prisioneros pueden gozar de un extraño privilegio concedido muy raramente: recibir una visita, en una desvencijada casa construida por ellos mismos, la casa de los encuentros, en la que los hombres se reúnen por una noche con sus esposas o sus amantes. A su regreso al campo, las caras, las palabras, no pueden ocultar el terrible hecho de que la vida en el campo mata incluso el instinto sexual. Lev logrará con perseverancia el codiciado turno en la casa de los encuentros y allí recibirá a Zoya, la esposa de un matrimonio aún no consumado. En esa casa, en esa noche, ocurrirá algo que marcará el futuro de Lev, su hermanastro y Zoya, misterio que Martin Amis, ocultará cuidadosamente hasta la última página de la novela, si bien, la incertidumbre de la espera parece más satisfactoria que el goce del conocimiento pues tan poca anécdota no parece excusa bastante para sustentar la trama. Una vez fuera del gulag el equilibrio entre el respeto a su hermanastro y el deseo de poseer a Zoya, forma la columna vertebral sobre la que se desarrolla la historia. El narrador comenzará una carrera prometedora en el mundo capitalista de un Estado que ha prohibido el capitalismo, mientras Lev vuelve con su mujer, instalada en un lejano pueblo donde supuestamente iban a ser confinados los judíos rusos. Sus talentos literarios y de cualquier otro tipo se pierden mientras parece caer en una profunda depresión de la que el amor de Zoya no logra rescatarle. La relación con el hermano se limita a encuentros periódicos, en casa de uno u otro, el narrador tratando de impresionar a Lev y Zoya con su éxito económico, Lev con su desprecio por los logros materiales. Pero finalmente, la relación idílica entre el santo Lev y Zoya termina y ésta le abandona. Lev parece revivir momentáneamente, encuentra una nueva compañera que le da un hijo sobre el que se vuelca. Asfixiado por los nuevos tiempos de represión en los ochenta, el narrador decide emigrar a los Estados Unidos pero antes trata de convencer a Zoya para que abandone a su actual pareja y escape con él. El intento termina en un brutal fracaso y debe partir solo. Y, si como se ha señalado, la novela no parece estar a la altura de lo esperado, si fracasa en cuanto a verosimilitud, en cuanto al tono general, ¿cuál es entonces el mérito de esta novela?¿Cuál el motivo que justifique su lectura? De una parte, la fuerza literaria del texto es innegable; en la mejor tradición británica de este género, Martin Amis vuelve a demostrar su tremenda creatividad para el lenguaje, la importancia de las imágenes en la Literatura moderna, la genialidad en metáforas imposibles. Por otro lado, vemos las limitaciones que tiene una literatura demasiado pendiente de sí misma, demasiado explicitada y la dificultad de conciliarla con una realidad metaliteraria. La novela funciona mejor como una parábola que como descripción de un tiempo histórico, como reflexión que como acción. El texto alcanza sus mayores logros al establecer la marcada diferencia de caracteres entre ambos hermanastros, sus opuestas visiones de la vida y de la muerte y el reflejo en su comportamiento en el campo, pero también en su relación con Zoya. La lucha sorda entre ambos no admite armisticio y sólo la muerte de uno de ellos marcará su fin, si bien, no permitirá al sobreviviente el cobro del trofeo deseado. En una burla del destino, el partidario de la lucha, la adaptación a las circunstancias, el paciente constructor de sus propias oportunidades, saldrá vencedor de lo campos, pero ello no le lleva a conquistar todos sus deseos y, también él, deberá reconocer su derrota. Igual le ocurre a Martin Amis, no basta reunir un buen argumento, una ambientación histórica adecuada al tema a tratar y un talento que nadie le niega, para lograr una gran novela. No basta, no.

7 de febrero de 2009

Todo fluye (Vasili Grossman)


 
 
Iván Grigórievich regresa al mundo de los vivos tras largos años de confinamiento en la Rusia Oriental, en los campos para disidentes, decadentes, socialdemócratas, judíos o médicos, que se fueron llenando a golpe de paranoia de un Stalin que ha fallecido recientemente permitiendo que el país se recupere levemente del miedo que le mantenía encogido. Y sin embargo, este momento de plenitud, de recuperar la posesión de su destino, no parece alegrar a Iván Grigírievich. Enfrentarse a un mundo que ha cambiado, que ha mantenido su pulso mientras el suyo se debatía a menudo entre la vida y la muerte, entre el hielo y las alambradas, la enfermedad y el hambre, parece una tarea excesiva para un débil Iván; la seguridad, la rutina del campo parece más real que todo aquello que sus ojos ven ahora. Nikolái Andréyevich espera a su primo en Moscú mientras repasa lo que ha sido su vida en estos años. Su carrera científica parecía no tomar la altura que todos aseguraban que le correspondía. Otros más ineptos alcanzaban con facilidad los puestos que creía reservados para él. Como científico no se ve excesivamente envuelto en las convulsiones políticas de los años treinta pero la realidad pronto le alcanza y compañeros suyos brillantes comienzan a caer en desgracia. Primero serán judíos, luego simpatizantes de los judíos, luego otros, como en el famoso poema erróneamente atribuido a Bretch. Nikolái teme haber caído también él en desgracia pero realmente está en el lado de los vencedores; no es que acuse a nadie en particular, que denuncie o promueva persecuciones; aunque sí callará ante acusaciones terribles, no alzará la voz ante bárbaras mentiras ni se interrogará a sí mismo sobre las sorprendentes autoacusaciones de los purgados y no tendrá demasiado tiempo para lamentarse por ello ya que las enhorabuenas y los proyectos científicos que antes le eran arrebatados, le son ahora concedidos con pleno reconocimiento. Y es sólo ahora, cuando la cohorte de Stalin ha desaparecido, cuando los excluidos vuelven a sus casas y, si bien no recuperan lo que les fue arrebatado, su sola presencia resulta vergonzante; cuando los discursos públicos reconocen la manipulación de los juicios, de las confesiones de culpabilidad, es ahora, digo, cuando Nikolái siente el susurro acusador de su conciencia. Y más aún cuando espera a su primo, que nunca transigió, que nunca acusó a nadie ni sacó partido de las acusaciones y por ello vio su vida condenada al infierno de los campos. Y prepara su discurso, su argumentación, su justificación. Para todos fue difícil la vida, para todos hubo sufrimientos, querido primo, para todos, no sólo para quienes os levantabais con los miembros congelados, para los que cavabais con palas rotas en el duro hielo y comíais con las manos lo que os arrojaban los guardias, alimentándoos como a las bestias. No sólo hubo dolor, muerte, hambre y enfermedad en los campos. Aunque me veas grueso, en una casa elegante, con una hermosa mujer que sabe cómo hacer de buena anfitriona, no me juzgues por ello, no te creas mejor, más recto, más noble, sólo porque elegiste el camino en el que lo justo era evidente, en el que no había matices, ni dudas, en el que todo lo que hacías es hoy visto como justo. E Iván Grigórievich abandona la casa de su primo sin haber siquiera acusado a éste de nada. Humilde, sin apenas orgullo (quizá con dignidad, esa dignidad tan grande que apenas le cabría en su pequeña maleta de presidiario excarcelado) abandona el comedor de su primo, pisa la alfombra con cuidado, para no dejar la huella de su zapato, como en la nieve, y escapa de Moscú, a Leningrado, en busca de su pasado y de allí escapará de nuevo, haciendo justicia al título de la novela, al igual que Grossman huirá del planteamiento inicial de la novela aquí relatado, del estilo narrativo empleado hasta el momento y buscará, como Iván, el camino que le permita orientarse en este mundo que precisa de una explicación para tanto horror, que no puede ser contemplado con la tranquilidad del novelista sosegado que despliega con arte y oficio una trama que desvela por sus costuras la realidad social, en definitiva, busca una novela que rompa con la novela para afrontar el desafío de describir la historia de su país, su esperanza de futuro. Como queda dicho, hasta este punto, todo el libro parece discurrir por el cauce más tradicional de la Literatura rusa, en el que dos mundos, el de los acomodados y el de los excluidos, ocasionalmente se cruzan mediante enrevesados argumentos que permiten el libre discurrir de sus personajes atormentados. Pero pronto esta apariencia de tradición salta por los aires y la novela se adentra en un nuevo campo en el que la reflexión política, filosófica, histórica se entrevera con unos personajes cuyos perfiles quedan meramente trazados en su esencia, sin descripciones que les pongan cara, sin perfil biográfico que les ubique, simples sombras portadoras de historias o reflexiones que son el sustento de Todo fluye. Grossman, al igual que Iván Grigórievich, tampoco juzga. En uno de los pasajes más célebres del libro, describe las maldades de los informantes, de los delatores, de los simples envidiosos que inventaron acusaciones infundadas, de aquellos que inflamados por el ardor de la Revolución llevaron demasiado lejos sus fines, de quienes antepusieron sus intereses profesionales a los humanitarios y acusaron a colegas que les entorpecían y así, hasta casi agotar los tipos de canalla. Pero no, nosotros tampoco juzguemos, Grossman asegura por boca de uno de estos personajes que no hay inocentes en el mundo de los vivos, todos son, somos, culpables. Sin embargo, tras este trágico enunciado parece no esconderse otra cosa que la dificultad de enjuiciar a cada hombre en sus circunstancias ya que los planteamientos de Todo fluye toman otro derrotero y comienza la implacable denuncia que constituye su parte central. Desde los albores de la Revolución, sus primeros pasos, los regímenes de Lenin -un delicado admirador de la música de Beethoven- y de Stalin, Grossman analiza sagazmente el origen de sus dictados, la discrepancia entre sus políticas y sus vidas personales y los fundamentos de su poder. Grossman, pues no es otro quien actúa como verdadera voz narrativa, describe su teoría sobre el alma esclava de Rusia que la Revolución no hizo otra cosa que perpetuar sojuzgando a millones de ciudadanos, arrojando a la muerte a otros tantos en los campos de prisioneros o matando de hambre a millones de campesinos (la descripción de la extinción de los kulaks es estremecedora). Pudiendo haber optado por el camino de la libertad, abriendo un futuro nuevo para Rusia, se prefirió la más conocida vía de la opresión y la esclavitud a través de las leyes escritas pero también de la política de los hechos, de las denuncias y las amenazas, de la acusación de antipatriotas... Todo ello para mantener al pueblo esclavizado, para impulsar una industria pesada, una economía que permitiera el sostenimiento de una clase privilegiada y de un peso internacional que no sirve para beneficiar al pueblo oprimido. Parece el propio Vasili Grossman quien habla por boca de Iván cuando dice: "Y ahí estoy, acostado en la litera, medio muerto, y siento que en mí sólo queda viva mi fe: la historia de los hombres es la historia de la libertad, de la más pequeña a la más grande; la historia de toda la vida, desde la ameba hasta el género humano, es la historia de la libertad, es el paso de una libertad menor a otra libertad mayor; que la vida en sí misma es libertad. Esa fe me da fuerzas, palpo la preciosa, espléndida, luminosa idea escondida en mis andrajos carcelarios: Todo lo que es inhumano es absurdo e inútil". Ese anhelo de libertad que empañó la vida de Grossman (en lo personal y en lo literario ya que no pudo ver publicada en vida su principal obra, Vida y destino) resulta el oscuro objeto de deseo, el monumental altar ante el que se postra Todo fluye. Pero no sólo reflexiones de este tipo forman el cuerpo central de Todo fluye. Numerosos pasajes de hermosa belleza y lirismo contrastan con la dureza de lo narrado y crean un ambiente de ensoñación continua en el que es difícil no perder el sentido de la realidad, el no olvidar que lo narrado corresponde a una verdad histórica dolorosa. Es en estos momentos en los que mejor se revela el talento literario de Grossman. Este talento permite combinar todos los elementos citados (política, historia, moral, ...) sin desmerecer los aspectos estéticos, creando una obra literaria de gran altura y originalidad cuya lectura es un constante desafío a nuestra comodidad y pereza. Pese a que la fama de Vida y destino, y el reciente éxito editorial en España de la traducción directa del ruso, puede empañar Todo fluye, creo que esta última resume de mejor modo todas las cualidades de su autor. Su estilo literario avanzado, su delicadeza y atención por los pequeños detalles que iluminan toda una escena, su complejo juego de voces narrativas, la inclusión de largos (pero amenos) excursos metaliterarios tienen un mejor campo de juego en Todo fluye. Tal y como se señala en la solapa de la edición, esta obra es el testamento literario de Grossman que ya conocía que Vida y destino no sería publicada (pese a sus numerosos intentos cada vez que se abría un breve periodo de distensión política; sorprendente resulta que Todo fluye sí obtuviera el beneplácito para su publicación ), por lo que no es difícil conjeturar que en ella sintetizó todas sus ideas sobre la vida y la literatura. Sería lamentable por tanto, dejarla de lado como mero apéndice para seguidores incondicionales de este autor o para quienes la prefieran a Vida y destino por su brevedad.

25 de enero de 2009

La verdad de las mentiras (Mario Vargas Llosa)


Para quienes amamos la Literatura, conocer la opinión de otros lectores resulta altamente estimulante; contrastar una opinión, advertir nuevos matices, una interpretación alternativa, algún significado o perspectiva obviadas en nuestra primera lectura... Pero cuando estas opiniones provienen de un novelista, es decir, de un conocedor de la materia, el interés aumenta; en ocasiones, ver cómo afloran las rencillas gremiales no es el menor de los disfrutes.

En este caso, La verdad de las mentiras es un libro escrito por Mario Vargas Llosa en el que se repasan treinta y cinco obras fundamentales de la Literatura del siglo XX a través de otros tantos artículos publicados por el autor peruano en diversos medios durante los últimos años del pasado siglo.

En la relación de títulos comentados se encuentran algunas de las obras más importantes del pasado siglo, primando las breves sobre las extensas. Tal criterio puede deberse a la más fácil relectura de una obra breve, frente a libros de gran extensión. Por otro lado, en una novela de extensión épica la multitud de temas abrazados puede dificultar el análisis y la exposición de los mismos. Finalmente, no olvidemos que durante el siglo XX, el relato ha recuperado impulso de la mano de autores que han sabido convertir este género en uno de los más interesantes de la actualidad renovando sus formas y técnicas en mayor medida incluso que en el caso de la novela.

En ocasiones parecen haber primado motivos extraliterarios en la selección. Así, no son pocas las obras comentadas cuyo mayor atractivo es la descripción de utopías imaginarias (como Un mundo feliz o Rebelión en la granja) o reales (convertidas en infiernos, como Un día en la vida de Iván Denisovich), la decadencia de un mundo burgués, corrompido por su falta de piedad (Opiniones de un payaso) o por la sexualidad (Lolita, La Muerte en Venecia), etc.

Y no es que estas obras no sean brillantes, más bien, la atención de Vargas Llosa se centra en el sentido de las mismas dentro de su contexto histórico, con independencia de que hayan o no perdido su vigencia histórica.

Incluso, en algunos comentarios, los aspectos puramente literarios son dejados en un segundo plano para abrir paso a una reflexión sobre la naturaleza de las utopías del siglo XX frente a las del siglo XVII y XVIII en las que el futuro se veía como una promesa de felicidad. En el siglo XX el futuro ya está aquí y lo que parece dejar intuir no refleja ya esa idea de felicidad, sino más bien la de la dominación y sumisión. Una vena de pesimismo recorre este siglo atravesado por dos terribles conflictos mundiales y multitud de guerras regionales. Por ello, es importante la reflexión sobre el hombre, su papel en el mundo, su sentido. Y a este aspecto también han contribuido numerosas obras que analizan aspectos tan diversos como la espiritualidad (El Poder y la Gloria), la grandeza de la derrota (El viejo y el Mar), los mecanismos de la culpa (Al este del Edén), la violencia (Santuario) o el significado de la moderna vida urbana (Manhattan Transfer o Trópico de Cáncer).

Nada parece escapar a los ojos de los escritores de este siglo, más empeñados si cabe que sus antecesores en interpretar el mundo que les rodea, en dotarlo de sentido a través de unos argumentos y unas técnicas que, en ocasiones, buscan la ruptura con la tradición anterior (Nadja introduce el surrealismo en la novela moderna; Siete cuentos góticos crea un género totalmente ajeno a su época; La señora Dalloway abre la novela a los sorprendentes detalles y minucias que pasaban inadvertidos hasta la fecha, recreándose en la introspección más sutil).

Entre las ausencias más notables, autores como Kafka, alguno de los escritores norteamericanos del último tercio del pasado siglo, Borges o Gabriel García Márquez, de quien se conoce su falta de entusiasmo recíproco, lo que no quita para que sus novelas puedan contarse entre las mejores de este siglo, y merecer un espacio propio entre las aquí comentadas.

Aclaremos, no obstante, que Vargas Llosa en ningún momento pretende hacer una selección de las mejores novelas del siglo XX, más bien se trata de elegir libros al hilo de preferencias personales y reflexionar sobre los mismos. Y es precisamente de su condición de escritor de donde nacen sus más jugosos comentarios y reflexiones sobre cuestiones técnicas, en particular, el papel del narrador, su presencia en el texto, evidente o no, los diversos puntos de vista narrativos, la pretensión de suplantar o subvertir la realidad.

Podemos considerar a Vargas Llosa como un narrador clásico, continuador de la corriente del siglo XIX que viene a colocar al escritor en la omnisciencia en la mayoría de sus escritos y en los que el gusto por la narración sobrepasa con mucho la necesidad de aportar nuevos esquemas formales al mundo de la novela. Por este motivo, es interesante observar cómo Vargas Llosa presta especial interés a obras que parecen alejadas de su universo narrativo; así, sus loas y admiración por Nadja de André Breton o El lobo estepario de Hermann Hesse.

El libro viene prologado por un breve ensayo que da título al conjunto (La verdad de las mentiras) en el que Vargas Llosa reflexiona sobre la pregunta que muchos de sus lectores acostumbran a plantearle: "¿Qué hay de verdad en sus libros?". Y es que la cuestión de si lo que se cuenta en los libros es verdad, mentira, si pretende o no reflejar la realidad o rebatirla, si todo autor anhela escribir sus novelas en clave autobiográfica, son cuestiones casi tan antiguas como el propio oficio del escribiente.

La tesis de Vargas Llosa es que la Literatura representa claramente una mentira, una ficción. Esa mentira puede responder a diversos fines, el escapismo frente a un mundo que nos oprime, el deseo de plantear escenarios más acordes con nuestros deseos, en un voluntarismo optimista. En otras ocasiones, la pretensión es la más feroz e implacable crítica al mundo que nos rodea (y en este aspecto destacan muchas de las obras aquí comentadas) por lo que la relación entre el Poder y la Literatura siempre ha sido delicada. La ironía, como medio de crear distancia y aparentar una escasa beligerancia es uno de los instrumentos más útiles a este fin.

Pero, en un sentido aún más profundo, Vargas Llosa señala que la Literatura es un vehículo de conocimiento. Las Ciencias ofrecen una imagen totalmente parcelaria del conocimiento humano. Su especialización impide al profano estar al tanto, no sólo de los avances más relevantes, sino de tener una visión global. Por ello, la Literatura une a los hombres en su conocimiento, pone de manifiesto aquellos sentimientos e inclinaciones que tienen en común, invita a crear un ámbito de reflexión crítica, de cuestionamiento de los valores que nos son ofrecidos o vendidos como evidentes o necesarios (nuevamente otra fricción con el Poder, cuya máxima expresión es la quema de libros realizada por los nazis en la Babelplatz en 1933).

Pero el Poder también trata de hacerse con el mundo que es propio de la Literatura. Observa Vargas Llosa que una de las características definitorias de una sociedad cerrada es la confusión entre Historia y ficción. Cuando el Poder suplanta los hechos por su visión de los mismos, cuando inventa mitos y glorias como si fueran reales para sustentar su ideología, debe crear una Literatura que encarne esos mismos valores, hasta el punto que aquellos que no han caído aún en esa burda manipulación no podrán distinguir una de otra.

El libro se cierra con otro pequeño artículo en el que Vargas Llosa cuestiona la idea que suele ser frecuentemente expuesta cuando alguien le pide que firme un libro para un tercero, al que le gusta mucho la lectura. Vargas Llosa siempre replica: "¿y a Ud. no le gusta?". La respuesta del hombre (siempre un hombre) es que sí, que a él también le gusta, pero que no tiene tiempo. Y es que lo libros, la ficción, la Literatura se ve como un pasatiempo, una ocupación trivial para cuando no tenemos otra cosa mejor que hacer, nada más importante entre manos. Y efectivamente, nada más eficaz que esta idea para dinamitar las bases de la Literatura. Si realmente es un entretenimiento (que también lo es, pero no sólo eso), podemos prescindir de ella, podemos suprimirla sin más coste que el de buscar otro divertimento.

Cuál sea la utilidad de la Literatura es una difícil pregunta. El temor que le profesa el Poder es la mejor expresión de que no es un simple entretenimiento banal. Es un tópico señalar que el fútbol (igual que la guerra) es una vía de escape que es empleada por muchos gobiernos para unir a sus ciudadanos o para oscurecer problemas reales. No conozco de ningún Estado que haya planteado una masiva campaña de lectura con el mismo fin. Más bien, se procura que aquellos envenenados por el terrible vicio de la lectura compulsiva, tengan textos más afines a las ideas del Estado correspondiente o totalmente apolíticos, atemporales. Pero nunca se busca favorecer un incremento del número de pensantes autónomos porque al final, ése es el mayor y mejor fruto de la lectura, el que mejor nos reconcilia con nuestra dignidad humana y ésta es la mayor verdad que emerge de entre todas las mentiras de la Literatura.

17 de enero de 2009

Stasiland (Anna Funder)



El 4 de septiembre de 1989 comenzaron en Leipzig las primeras manifestaciones masivas en contra del régimen comunista que sustentaba a la República Democrática Alemana. Pese a las escasas noticias de los medios oficiales, las demostraciones públicas se contagiaron a otras ciudades de la Alemania Oriental, culminando el 4 de noviembre con una manifestación en la Alexander Platz de Berlín de un millón de personas.

Con el fin de terminar con estas manifestaciones y la pésima imagen que ofrecían en el extranjero, el 9 de noviembre se aprobó una nueva regulación que permitiría el tránsito entre Berlín Este y Berlín Oeste mediante unos pases de visita. Esa misma noche, Günter Schabowski, miembro del Politburó comunista, convocó una rueda de prensa televisada en directo para dar cuenta de dicha normativa (que aún no estaba en vigor ni había sido desarrollada al detalle). Una pregunta indiscreta de un periodista (¿Cuándo entrará en vigor esa medida?) sorprendió a Schabowski, poco acostumbrado a que se le interrogara tan abiertamente y tan fuera de guión. Dudoso, tembloroso, buscó en sus papeles y finalmente de su boca salieron las palabras que adelantarían la inevitable caída del Muro: En cuanto lo diga, ... inmediatamente.

Una riada de alemanes orientales se lanzó a cruzar la frontera y pasar al paraíso occidental representado por los grandes almacenes del Berlín Occidental que lograron sus mejores ventas aquella noche; permanecieron abiertos hasta el amanecer. Los guardas de fronteras se vieron desbordados por la situación, sin recibir órdenes de sus superiores, no tuvieron otra alternativa que franquear el paso a miles de berlineses. De esta manera se ponía fin a un largo paréntesis en el que Alemania había vivido separada dando inicio a un proceso que culminaría en la reunificación bajo un mismo Estado.

Años después de la unificación, una australiana -Anna Funder- trabaja para un canal de televisión alemán que emite para el extranjero. Una de sus tareas consiste en responder las cartas que se reciben de televidentes interesados en cierto programa, datos de un documental, etc. De alguna de esas cartas, recoge la impresión de que el esfuerzo que ha supuesto la reunificación ha tenido su particular precio: el afán por superar (o negar directamente) las diferencias entre los actuales alemanes del Este con los del Oeste y obviar cualquier revisión del pasado. A diferencia del proceso de desnazificación que tuvo lugar al final de la II Guerra Mundial (en particular en la RDA), la vida bajo la Alemania Oriental, los signos de resistencia y subversión, parecen ocultos y vergonzantes ante el desinterés general. Sus propuestas para realizar un programa especial sobre este asunto son rechazadas por la dirección de la cadena lo que la lleva a investigar personalmente. El resultado de esta tarea es Stasiland (aproximadamente, El país de la Stasi, la policía secreta alemana).

Stasiland nace, por tanto, como un libro de investigación que recoge testimonios de quienes vivieron bajo la RDA, lucharon contra ella o, sin oponerse especialmente a lo que representaba, sufrieron las consecuencias de vivir en uno de los regímenes más obsesionados por la amenaza que representaban sus propios ciudadanos (una ironía en un Estado autodenominado República Democrática; hecho que no pasó inadvertido en las manifestaciones de 1989 en las que los asistentes gritaban “nosotros somos el Pueblo”). Noventa y siete mil empleados directos y ciento setenta y tres mil informantes periódicos (ciudadanos con sus propios trabajos, sus familias, que una vez a la semana, acudían a un despacho para contar a un miembro de la Stasi las novedades de sus vecinos, conocidos e incluso familiares) constituyen la mayor proporción de informante por habitante de la Historia.

Pero Stasiland es mucho más que una colección de testimonios, es pura Literatura, si bien, no oculto que el tema me atrae y puede condicionar mi objetividad. Anna Funder es la protagonista indiscutible de su propio libro. Nos cuenta cómo contacta con los entrevistados, cómo se implica con ellos, su interés sincero por conocer las secuelas psicológicas que muchos padecen; también su temor cuando se entrevista con antiguos miembros de la Stasi.

Rompiendo definitivamente las fronteras entre un investigador y sus fuentes, conocemos sus sentimientos, la opresión que en ocasiones se le contagia de las historias que escucha, su necesidad de escapar, desconectar, su afán por comprender el significado que para algunos tiene la palabra perdón, la palabra olvido. Y el lector sigue sus peripecias sabiendo que, a partir de un punto, el inicial objetivo de rendir testimonio ha pasado a un segundo plano, que la búsqueda de Anna se convierte en una obsesión personal.

Y es que los testimonios no resultan fríos, notariales. Incluso los de quienes colaboraron con los servicios de seguridad de la RDA, los de quienes añoran aquel mundo y creen que se avecina el tiempo de un nuevo cambio, del definitivo retorno a la sociedad sin clases tras esta breve y decepcionante aventura capitalista, tienen el calor y la viveza de auténticos personajes literarios. Anna Funder logra dar una hondura literaria a personajes como Miriam, encarcelada siendo aún adolescente por una travesura juvenil y marcada para el resto de su vida por ese hecho y por la extraña muerte de su pareja. O la de Julia, su casera, que pasa de ser una mujer extraña y algo trastornada que no tiene historia que contar, hasta que ésta es desvelada sutilmente y explica tantas cosas.

Anna visita la sede de la Stasi, los aposentos de Mielke, los ficheros con detalles absurdos de ciudadanos anónimos y toda la extraña parafernalia de audífonos, jarras de olor o las salas de interrogatorio. Pero también visita a las "mujeres del puzzle" un grupo de personas (fundamentalmente mujeres) empleados con el fin de reconstruir los miles y miles de pedacitos de papel de los archivos que los miembros de la Stasi rompieron las vísperas de la caída de la RDA y que no tuvieron tiempo de quemar.

En la mano de esas personas, de su laborioso y paciente trabajo, está el reconstruir la paranoia de unos gobernantes que temían a su pueblo. En ellos confía Miriam para conocer la verdad sobre la muerte de Charlie y en ellos confían miles de ciudadanos del Este que desean conocer cómo eran controlados, cómo el Estado conocía sus infidelidades antes que sus mujeres, la radio que escuchaban, los libros que leían o los insultos a los responsables del Partido que se pronunciaban en voz baja, en el comedor de la casa de unos a quienes llamaban amigos.

Es a través de las propias vivencias de Anna como vamos acercándonos realmente al sentimiento de estas personas. Sentimos el frío y humedad de su piso sin calefacción en las afueras de Berlín con las intempestivas visitas de Julia, el miedo que siente al citarse con un antiguo agente secreto que colabora con una asociación que persigue la contrapublicidad frente a las mentiras que el capitalismo difunde de lo que fue la RDA. Sentimos su angustia y dolor cuando no logra despedirse de Miriam, sin duda el personaje que más impacta a Anna.

Historias de madres separadas de sus hijos, de un individuo (el que pintó para Honecker la línea blanca sobre la que se construyó el Muro y que ahora vive obsesionado por su espíritu) conviven con las de antiguos miembros de la Stasi reconvertidos a consultores de empresas de seguridad privada o con paseos por las afueras de Postdam identificando los puestos de salida de los bunkers secretos de la Stasi junto a uno de sus antiguos vigilantes.

También conocemos, a través de un amigo de Anna, antiguo miembro de uno de los grupos más famosos de la RDA, obligado a disolverse por el régimen (ahora han vuelto a reeditarse sus discos), el desolador mundo cultural que pretendían imponer los gobernantes comunistas. Asistimos asombrados al intento de crear un baile (el Lipsi) que compitiera con el twist, baile occidental que amenazaba con corromper las virtudes alemanas recuperando antiguos movimientos de baile tradicional mezclado con un poco de atrevimiento.

El tratamiento que Anna Funder hace de todo ello es, ya se ha puesto de manifiesto, claramente literario, por lo que se pierde parte del realismo, del horror que aquella época supuso, pero se gana en la intensidad de lo descrito, en lo emocional de las historias narradas y, por emocional, no me refiero a que se busquen los aspectos más hirientes, sino a que se crea un claro vínculo entre la narración y el lector.

Stasiland ha ganado varios premios (el Samuel Johnson de la BBC en 2004, mejor libro de no-ficción según el Guardian en 2003, ...), pero el mejor de todos ellos es el recuerdo que dejan sus páginas. No he podido localizar traducción al español, probablemente porque no resulta un tema de interés en nuestro país, aquejado de diferentes (pero similares) problemas de ajuste con su pasado. Por ello, el esfuerzo de Anna Funder tiene un especial calado en quienes podemos identificar situaciones similares algo más próximas y que no han merecido un tratamiento similar sino más bien el propio del panfleto.


8 de enero de 2009

El mundo según Monsanto (Marie-Monique Robin)


I

Toda nueva tecnología que se presente al mundo debe contar a priori con la existencia de dos corrientes enfrentadas. De una parte, la de aquellos que se oponen a la misma por sistema (luddistas es la denominación anglosajona), que consideran que los avances alterarán definitivamente nuestro sistema de valores, nuestro modo de vida o, simplemente, su bienestar económico y sus privilegios. De otro lado, habrá quienes valoren positivamente cualquier innovación sin atender a sus consecuencias a medio plazo, a la falta de pruebas suficientes que determinen su inocuidad, que pretenden su imposición desde arriba, al modo del Despotismo Ilustrado.

Las promesas de hace unos años sobre alimentos que actuarían como medicamentos para prevenir el raquitismo o el escorbuto o la promesa de semillas milagrosas que darían cosechas capaces de paliar el hambre en el mundo han caído en el olvido, pero muchos ciudadanos conservan la idea de que los OGM (alimentos manipulados genéticamente) son altamente beneficiosos para la salud y un avance para toda la Humanidad.

Es claro que el interés de las empresas de biotecnología está en que esa buena imagen se mantenga, responda o no a la realidad. También es admisible que haya organizaciones que traten de negar esa imagen idílica, que defiendan una agricultura no industrial que permita un margen de supervivencia a pequeños campesinos que no pueden pagar el alto coste de estas nuevas semillas y que para ello defiendan que los OGM son perjudiciales para la salud (y para las economías de muchos agricultores del Tercer y el Segundo Mundo).

Y entre medias queda un amplio campo de batalla en el que se debaten aquellos que no se oponen por principio a ninguna novedad pero que no están dispuestos a pagar cualquier precio, que prefieren conocer toda la información para poder valorar la conveniencia o no de la aplicación de una nueva tecnología. Para esta enorme masa de población, la información científica fiable y la credibilidad de los reguladores públicos debieran ser el puntal en el que se basara su confianza. Por desgracia, como veremos y pone de manifiesto este libro, hay sobrados motivos para creer que ni contamos con información fidedigna (por parte de ninguno de los implicados), ni podemos confiar plenamente en la bondad de nuestras autoridades sanitarias y alimentarias.

También podríamos creer también que los científicos, las Universidades, las revistas especializadas, pondrían de manifiesto con pruebas irrefutables la inocuidad de estos alimentos (o su peligrosidad). Vivimos en un cómodo entorno en el que nos consideramos protegidos suficientemente de cualquier peligro y, por tanto, parece que si estos alimentos se van imponiendo, es porque son más rentables e incluso más beneficiosos para nuestra salud. Pero el problema es que todas esas premisas son falsas.

No hay realmente un control de las autoridades alimentarias ni hay un auténtico control de la comunidad científica internacional, como explicaremos más adelante. Sólo parece haber un tremendo pulso mercantil en el que el juego de las patentes, el dumping o la connivencia con los estamentos políticos parecen ser las reglas del juego. En definitiva, la introducción de los OGM supone un tremendo cambio que ha sido substraído del debate político y, en sociedades civiles débiles, del debate social. La información de que se dispone es altamente sesgada e interesada por lo que formarse una opinión es extremadamente difícil y costoso. Esta indefinición e ignorancia es el perfecto campo de cultivo para el abuso y la manipulación.

El mundo según Monsanto, de la investigadora francesa Marie-Monique Robin, se acerca a este oscuro mundo a través de uno de sus mejores exponentes, la empresa de Saint. Louis que parece aproximarse a pasos de gigante a una situación de monopolio de facto en determinados mercados (algunos asesores bursátiles creen que será la siguiente gran empresa, tras Microsoft, en sufrir el rigor de las leyes americanas anti-trust). Este libro describe la historia de Monsanto desde su nacimiento, su evolución como empresa de pesticidas y su conversión a empresa biotecnológica tras diversos reveses legales por variados problemas con sus pesticidas.

Repasando la historia de esta empresa, su tradición acreditada judicialmente de manipulación de estudios científicos, ocultamiento de pruebas, etc., la autora concluye que su actuación con los OGM sigue las mismas pautas que en su pasado inmediato y que sólo cuando la presión social y las acciones legales logren acorralar a Monsanto se logrará que ésta reconozca haber conocido los efectos de sus productos y no haber hecho nada al respecto. Para entonces será demasiado tarde para todos aquellos que hayan fallecido o nacido con malformaciones congénitas, o que hayan perdido sus tierras o hayan visto sus cosechas arruinadas.

Este libro ha sido redactado con gran lujo de detalles, información científica, histórica, judicial, etc., por lo que no entraremos en precisiones excesivas. Para no caer en el mismo error que denunciamos, tampoco daremos credibilidad absoluta a lo que en el libro se plantea, pues se coloca a la vanguardia de la lucha contra los OGM y quizá lo necesario sea una mayor inversión en investigación y una moratoria en su comercialización. Sin embargo, la autora pone en el centro del debate algunas cuestiones que afectan no sólo a Monsanto, sino a todas las empresas de biotecnología y no sólo al sector de los OGM y que, por su indubitabilidad, parecen más estremecedoras que los propios OGM en sí, puesto que ponen en tela de juicio todo el sistema científico, público y sanitario de nuestras sociedades.

En estos aspectos me centraré, dejando los concretos detalles sobre Monsanto para quien desee adentrarse con la lectura de este libro en su tenebrosa historia y su incierto futuro.

II

- Sistema de puertas giratorias ("revolving doors"): así se conoce en los Estados Unidos a los saltos entre la empresa privada y la actividad política y viceversa. Así, es tan probable que el responsable de una empresa de biotecnología pase a ocupar un alto cargo en la FAD (autoridad alimentaria de los Estados Unidos) en el momento en el que ésta debate la autorización de determinado componente que fabrica la empresa del "prófugo" como que, tras una actuación política a favor de los alimentos transgénicos, el cargo político pase a ocupar un puesto de responsabilidad en la empresa directamente beneficiada por su decisión. En ocasiones el camino de ida y vuelta llega a repetirse varias veces.

La sospecha de trato de favor no parece desencaminada, al igual que la impresión de que una empresa puede presionar para lograr colocar a hombres de su confianza en puestos clave relacionados con su actividad. La falta de una normativa clara que defina incompatibilidades juega en contra del interés público y a favor de la manipulación de las empresas.

Como contrapeso a esta confusión entre lo público y lo privado, hay una figura regulada jurídicamente en los Estados Unidos, denominada Whistleblowers (lanzador de alertas) referida a aquellas personas que, trabajando para una administración pública o una gran corporación privada, en un determinado momento, constatan que sus responsables adoptan decisiones claramente ilegales o contrarias al interés público denunciándolo. Estas personas sufren un inmediato ostracismo del que las asociaciones de whistleblowers tratan de protegerlos, no siempre con éxito, por el alto coste de los procedimientos judiciales que conlleva. En El mundo según Monsanto se recogen tristemente numerosos ejemplos de científicos o periodistas que denunciaron la actuación de Monsanto y otras empresas, o las decisiones de la Administración al respecto, y sufrieron una persecución que les llevó a la degradación laboral, al despido encubierto, o a la supresión de financiación para nuevos estudios.


- Consenso científico: La Ciencia se ha ganado una merecida reputación de exactitud. Parece inconcebible que dos científicos mantengan opiniones diferentes sobre un mismo aspecto. Sin embargo, la controversia y los resultados totalmente opuestos es la norma cuando se trata de determinar los efectos sobre la salud en humanos o animales de determinado medicamento, componentes químicos, etc. La razón es clara, ante la imposibilidad de pruebas directas, se realizan estudios sobre animales de laboratorio cuyas reacciones se estiman similares a las humanas y se les expone de diversas maneras al agente novedoso, comparando los efectos con una población de control -es decir, con un grupo similar de animales que no sufre exposición al elemento objeto del estudio-. Pasado un tiempo, se estudian y comparan diversos aspectos del metabolismo de ambos grupos para apreciar las diferencias significativas.

Y aquí es donde comienzan los problemas. La variedad del animal escogido para la prueba no siempre es inocente (p. ej. hay variedades de ratas más resistentes a determinados agentes), la duración del estudio puede ser manipulado de manera que los resultados se "corten" antes de que los efectos nocivos se manifiesten. En ocasiones, Robin denuncia que se ha retirado del cómputo de los resultados de estos estudios a animales que morían durante el estudio (¿consecuencia de la exposición al elemento objeto de la prueba?) como ocurrió en ciertos experimentos relacionados con la hormona del crecimiento bovino.

Estudios que pretendían determinar si el trabajo en una planta de Monsanto afectaba a la salud de los empleados, se vieron manipulados al incluir a personal que no trabajaba en plantas de producción o no computar a los fallecidos.

De estas sospechas no escapan las grandes (y reputadas) revistas científicas. Para la publicación de un estudio en sus páginas se requiere la previa valoración de un comité editorial formado por varios científicos expertos en la materia. La elección de estos no es siempre casual y el deber de secreto sobre el contenido del artículo cuya publicación se evalúa se infringe sistemáticamente con filtraciones que permiten la entrada en juego de las presiones sobre el consejo editorial de las revistas por parte de las grandes empresas. Precisamente son las empresas de biotecnología, farmacéuticas, etc., las que aportan el mayor volumen de publicidad con la que se financian estas revistas. ¿Quién se atreverá a desafiar a quien le da de comer? En los pocos casos en que se ha publicado un estudio en contra de los OGM han surgido inmediatamente estudios que pretenden desacreditar los resultados publicados, poner en duda la pericia de los científicos implicados y sembrar un mar de confusión.

- Autoridades públicas: finalmente, la imparcialidad de las autoridades sanitarias y alimentarias y su defensa del interés público se ven amenazadas por diferentes vías. Tenemos, de un lado, las ya citadas "puertas giratorias" que cuestionan la independencia de criterio de estos organismos. Marie-Monique Robin describe espeluznantes ejemplos de esta perversión.

Pero no sólo eso, cuando organismos como la FAD americana o sus equivalentes europeos deben decidir sobre la comercialización de un nuevo aditamento, pesticida o alimento, no realizan directamente las pruebas que consideran oportunas sino que es la propia empresa solicitante de la autorización la que aporta la documentación científica que considera oportuna (eso sí, hay unos mínimos establecidos legalmente y la administración puede pedir más información si lo considera oportuno). A la vista de lo comentado anteriormente sobre la fiabilidad de este tipo de estudios, podemos concluir que no es imposible que estos organismos públicos decidan sobre una base, digámoslo así, parcial e interesada.

En el caso de los OGM, la industria de la biotecnología ha dado un paso más. Ha logrado la imposición del principio de la equivalencia en sustancia que puede enunciarse aproximadamente de la siguiente manera: "los componentes de los alimentos procedentes de una planta modificada genéticamente serán los mismos o similares en sustancia que aquellos que se encuentran en los alimentos". Es decir, se exige autorización para la comercialización de un zumo de tomate al que se añada un determinado aditivo pero no se exige autorización alguna en el caso de que se modifique genéticamente el tomate empleado para fabricar dicho zumo con el fin de que genere una sustancia que haga los efectos de pesticida y le proteja de determinadas plagas. Esta modificación, en apariencia más relevante, no precisa de autorización alguna en gran parte del mundo "por principio".

Consecuencia casi inmediata de este principio es la no obligatoriedad de que los productos manipulados genéticamente lleven indicación en su etiquetado que los identifique (esta normativa no se aplica en la Unión Europea). De este modo se impide que los consumidores puedan evitar (si así lo desean) los productos manipulados genéticamente. Pero no sólo eso, en Estados Unidos se prohíbe cualquier etiquetado del que se desprenda que el producto comercializado no ha sido manipulado genéticamente. Y, si admitimos que los OGM son idénticos a los productos no manipulados genéticamente, parece coherente que no se hagan distinciones en su etiquetado. De este modo se hurta al público su derecho a conocer y elegir qué compra (las encuestas ponen de manifiesto un creciente y mayoritario rechazo a estos productos).

- La Ley de hierro de las patentes: en aparente contradicción con el principio de equivalencia en esencia, las empresas biotecnológicas han logrado lo impensable hace años: patentar especies vegetales, organismos vivos, alegando que, al introducir una modificación genética, han aportado una novedad a una semilla que preexistía pero creando una semilla nueva, objeto de patente.

Las consecuencias comerciales de estas patentes son evidentes. La práctica agrícola de reservar parte de las semillas para el cultivo del año siguiente pasa a estar prohibida puesto que se infringen los derechos de propiedad del patentador. De este modo, los agricultores deben comprar cada año las semillas de la próxima cosecha al precio que marque la empresa (Monsanto establece contratos de varios años de duración).

Peor aún, Monsanto ha contratado en Estados Unidos los servicios de varias agencias de detectives privados que recorren los campos a la búsqueda de agricultores que infrinjan la prohibición de reservar semillas. Los procedimientos judiciales largos, complejos y caros pueden llevar a la ruina a los agricultores; la jurisdicción de los contratos de Monsanto se fija en St. Louis, sede social de la empresa, lo que puede dar una idea de la sensibilidad de los jueces y jurados que fallan estos procedimientos judiciales.

Pero, rizando más el rizo, nadie puede impedir que en un campo en el que se han cultivado semillas manipuladas genéticamente hace años, comiencen a germinar espontáneamente; o que el aire o los animales expandan estos cultivos a tierras vecinas. Monsanto ha llevado a los tribunales exitosamente a estos campesinos totalmente ajenos a los OGM.

- Rentabilidad de los OGM: Otro grave problema al que se enfrentan los agricultores en el medio plazo es el de la resistencia a los pesticidas. La principal modificación genética introducida en las semillas de maíz o soja es la de un gen con efecto pesticida. La exposición continuada a este gen lleva a que las plagas (malas hierbas, pulgones, ...) se adapten al pesticida con mayor facilidad, lo que obliga a los campesinos a volver a gastar cada vez más dinero en nuevos pesticidas (esto afecta tanto a los que emplean OGM como a los que no).

Más problemas para el futuro: La proliferación de estas semillas supone la eliminación de muchas variedades autóctonas lo que, no sólo empobrece nuestra cultura, sino que puede llevar a que una plaga que afecte exclusivamente a estas semillas provoque una hambruna mundial de dimensiones desconocidas.

Y otro más: parece que el deterioro de determinados suelos, su empobrecimiento, está llevando a unos rendimientos decrecientes con un mayor coste lo que pone en peligro la viabilidad de muchos productores que confiaron en las promesas de futuro.

III

Como se pone de manifiesto en El mundo según Monsanto, hay muchos claroscuros en todo lo que rodea los OGM, no siendo la transparencia la norma de actuación de las empresas de biotecnología. La falta de información clara e independiente impide la existencia de un debate social sobre los OGM, lo que los convierte en objeto de controversias en muchas ocasiones apriorísticas y demagógicas. Desbrozar la compleja trama de intereses subyacentes (políticos, económicos, científicos, patentes, ...) favorecería ese necesario debate y este libro permite hacer luz sobre algunos de esos intereses creados.

El mundo según Monsanto dedica un amplio espacio a describir los orígenes de Monsanto y su implicación en diversos escándalos relacionados con los pesticidas que ha venido comercializando con anterioridad a su reconversión en empresa biotecnológica. Los últimos capítulos se dedican a estudiar los efectos de los OGM en países como México, Argentina, Paraguay, Brasil o India. En ocasiones, el texto se torna excesivamente técnico, con un gusto por la precisión que excede una finalidad meramente divulgativa; pero lo cierto es que tras su lectura cientos de preguntas saltarán a la boca del lector atento, … y ya sabemos que el primer paso para obtener respuestas adecuadas es la formulación de las preguntas pertinentes.