Existe
una larga tradición en las letras inglesas que ha terminado por convertirse en
un género peculiar que difícilmente podemos encontrar en otras literaturas. Se
trata de la novela humorística, escrita en gran medida por miembros de familias
con conexiones aristocráticas, en muchos casos venidas a menos o a nada.
Quizá
sea este progresivo descenso social, esta ruina sobrevenida, lo que contribuye
a crear este peculiar humor teñido de cierto cinismo y autoparodia. Porque
estas obras reflejan los peores vicios de la clase pudiente británica, sus
extravagancias y sus costumbres totalmente anacrónicas que les alejan
rápidamente del tiempo en que viven. Casi podría decirse que esta sociedad
decadente se aferra, por partes iguales a un esnobismo que rechaza las
tradiciones buscando el escándalo y a unas costumbres rituales que aún les
distinguen del resto.
Autores
como Wodehouse, Evelyn Waugh o Tom Sharpe son maestros de este género
complicado pero de gran éxito, tanto dentro como fuera de Inglaterra. La presencia
de damas como Stella Gibbons, Muriel
Spark o Penelope Fitzgerald forman
un especial territorio en el que la visión femenina aporta unos matices que, en
ocasiones, bebe de fuentes tan dispersas como Jane Austen y sus pasiones amorosas, como de las comedias
isabelinas.
Nancy
Mitford es una de
estas maestras. Nacida en el seno de una opulenta familia, cosechó un
importante éxito comercial y crítico con obras como A la caza del amor o La bendición.
En
esta ocasión, Libros del Asteroide presenta Trifulca a la vista, una
novela que añade la interesante y arriesgada novedad de introducir la ideología
nazi en el centro de su argumento.
Dos
jóvenes decadentes y algo disolutos (Noel Foster y Jasper Aspect) se instalan
en una posada rural, el Jolly Roger
de Chalford, una pequeña y perdida aldea del interior de Inglaterra, con el ánimo de cazar a Eugenia Malmains, una
joven heredera que vive en el campo, protegida por sus abuelos que custodian su honra y su considerable
fortuna, prácticamente aislada de su entorno. Pero el empuje del nacionalsocialismo
en la Inglaterra de los años treinta le lleva a acoger esta ideología y a
fundar una célula local de jóvenes fanáticos. La actividad se reduce a
exagerados mítines ante sorprendidos y apáticos pueblerinos que tan solo
atienden lo que oyen por tratarse de la nieta de los Chalford y que, en muchas
ocasiones, se afilian al partido pagando la correspondiente cuota como pagan
otro tipo de prebendas, una especie de tradición local con el único fin de que
les dejen en paz.
Pero
para los dos aspirantes londinenses, el Jolly
Roger reserva una sorpresa. En él se hospedan dos hermosas mujeres con
buenas razones para esconderse en tan recóndito rincón. Lady Marjorie acaba de
dejar plantado en el altar a su joven y aristócrata pretendiente y busca
refugio hasta que pase la tormenta y decida qué hacer con su vida sentimental.
Su mejor amiga, Poppy, vive atada a un marido que la conviene pero al que no
ama ni respeta y que lleva un tiempo cortejando a una bailarina.
Si
no fuera poco con los visitantes, Noel pronto conoce a Anne-Marie Lace, una
belleza local cuyas ansias artísticas y cosmopolitas chocan con la vida que su
marido, un granjero acomodado, le ofrece. Para superar las limitaciones de su
vida cotidiana, la señora Lace finge un acento francés, cambia de vestido cada
pocas horas y se rodea de un grupo de bohemios pacifistas que pronto entrarán
en conflicto con los socialunionistas de Eugenia.
En
una sociedad cerrada como la de la aristocracia inglesa, todos se conocen o
conocen a alguien que conoce a otros. Así, cuando lady Chalford descubre que
dos familiares de antiguos amigos suyos se encuentran en el pueblo (Jasper y
Poppy) les invita a su mansión y les traslada sus temores por el futuro de Eugenia:
aislada no puede conocer a su futuro marido pero abrir las puertas de su vida a
la realidad que la circunda desatará las pasiones que arruinaron la vida de su
madre, un incidente sobre el que nadie parece querer hablar. .
La
propuesta de Poppy para que pueda conocer a jóvenes elegantes y atractivos es
organizar en los jardines de la mansión una fiesta que incluya una
representación histórica que reproduzca la vista a la mansión del rey Jorge III
y la reina Carlota así como otros episodios de la historia británica.
Nancy Mitford |
A partir de este punto, toda la narración se encamina con paso inexorable a esta
representación teatral como clímax de la trama. Poco a poco cada uno de los
excéntricos personajes y las absurdas situaciones que crean van encajando en
una especie de remedo de las comedias teatrales de enredo en las que todo
parece ir conjugándose para la traca final.
De
ahí lo apropiado del título, esa trifulca a la vista, el lío que se ve venir
casi desde un comienzo en el que las proclamas socialunionistas se entremezclan
con desavenencias conyugales, propuestas de matrimonio, rechazos, unos
detectives privados que parecen haber salido de la nada y otros muchos
elementos que contribuyen al jolgorio de los protagonista y, sin duda, al
placer del lector.
Hoy
podemos preguntarnos si la ironía y desenfado con que Eugenia Malmains enardece
a sus acólitos nazis resulta una burla apropiada a la vista de los hechos que
vendrían después. Pero incluso antes del Holocausto, Nancy Mitford tuvo ocasión de plantearse lo idóneo de la publicación
de la novela. Su hermana, Diana Mitford,
era la esposa de Oswald Mosley, líder
del partido nazi inglés y procuró por todos los medios disuadir a la autora de llevar
adelante el proyecto. La publicación del libro en 1935 supuso el fin de las
relaciones entre ambas durante los siguientes diez años así como numerosas tensiones
con el resto de su familia, bien por su ridiculización del nacionalsocialismo,
y el consiguiente daño a Diana, bien por el tratamiento ligero que se hacía en
la novela del matrimonio y el divorcio.
Los
aspectos biográficos pesaban demasiado y eran tan evidentes que la autora se
negó a reeditar la obra en vida. Afortunadamente su legado ha pervivido
permitiendo que vuelva a publicarse y traducirse (en este caso, por cuenta de Patricia
Antón).
Si
hay un tiempo para cada cosa en la vida, es cierto que el de Trifulca a la vista merece que sea éste.
Coincidencias no le faltan. Tenemos clases sociales que se resisten a perder un
poder del que ya carecen, unos principios que solo cuentan en apariencia, un
deseo de apariencia que precede a cualquier modo de honestidad y, en suma, un
sainete social que nos recuerda vagamente a los patéticos y cómicos
protagonistas de esta novela. Todo ello invita a leer esta novela con el
interés que merece y la perspectiva histórica que hoy tenemos y que nos falta
para juzgar nuestro tiempo.
- La librería (Penelope Fitzgerald)
- La hija de Robert Poste (Stella Gibbons)