14 de septiembre de 2014

El Teatro de Sabbath (Philip Roth)




Sabbath acaba de cumplir 65 años y su vida parece tomar una cuesta abajo sin que se atisbe el final. No se trata de que la artrosis le haya alejado hace ya años de su teatro de títeres, inutilizando sus manos, su única herramienta de trabajo imprescindible. Se trata más bien de que todo lo que le rodea se derrumba.

Hace tan solo unas semanas que ha muerto Drenka, su amante eslava, la única capaz de seguir y aún exacerbar su sexualidad desbocada. Un alma gemela a quien sirve de faro y guía en los Estados Unidos, a donde llegó dejando atrás un convulso pasado y donde regenta un hotel próximo a la casa de Sabbath, junto a su marido y su hijo, agente de la policía local.

Pero también se trata de que Kathy una joven estudiante de la universidad local ha extraviado unas cintas en las que grababa las conversaciones telefónicas que mantenía con Sabbath, un arte de la obscenidad y la decadencia al que Sabbath se aplica con inusitado entusiasmo. La emisión radiofónica de parte de este material en un programa local a cargo de una feminista furibunda le lleva al ostracismo social y a la definitiva ruptura con Roseanna, su esposa, a la que solo se mantenía unido por el necesario sustento económico. Pero este final era previsible. Roseanna culpa a Sabbath de su alcoholismo y ahora que lucha por librarse de esta enfermedad con el apoyo de un grupo de alcohólicos anónimos va enlazando las causas que cree que le llevaron a este vicio y todas apuntan a su marido. Al menos, así parece hacérselo ver la directora del grupo, principal impulsora de la idea de expulsar a Sabbath de su casa y romper así el matrimonio ya maltrecho.

Y el mismo día en que es expulsado de su hogar, Sabbath ha conocido que un antiguo amigo del pasado, Linc se ha suicidado y va a ser enterrado en Nueva York. Hacia allí escapa para refugiarse en la casa de otro compañero de fatigas de esos mejores tiempos, Norman, un exitoso abogado al que conoció cuando comenzó a trabajar de titiritero en los años cincuenta en las calles de Nueva York donde protagonizó su primer escándalo: Haciendo teatro tras una cortina con los dedos de una mano (sin títere alguno), se dedica con los de la otra a desatar la blusa y el sujetador de una joven a la que atrae hasta el improvisado escenario. Cuando sus dedos se deleitan acariciando el pezón, el espectáculo es interrumpido por un policía y todos acaban ante el juez. La comunidad intelectual arma un pequeño revuelo convirtiendo al libidinoso Sabbath en un artista por encima de convenciones y límites morales, la comedia del arte y la vida. Así conoce a Linc y a Norman. Pero también a Nikki, su primera esposa, una joven de delicada sensibilidad que se convierte en la actriz principal de la compañía que funda el propio Sabbath. Pero el equilibrio pronto se quiebra y Nikki desaparece sin que nunca nadie sepa dar paradero de ella.


Vamos siguiendo los pasos de Sabbath en ese remontar el torrente de la memoria para recuperar los hechos esenciales en una narración en la que el pasado y el presente se congenian explicándose recíprocamente y trabando una relación de la que apenas podemos distinguir quién es realmente Sabbath. Y así, asistiremos al último proceso de degradación de Sabbath, mendigando por las calles de Nueva York, siendo expulsado de la casa de Norman, negociando la compra de un pedazo de tierra en el cementerio judío en el que esta enterrada su familia y, en última instancia, buscando la muerte que le libere de una vivencia plena pero atormentada que cree ya llegada a su fin. Pero el fin no siempre está donde se le espera o, simplemente, no está aún a la vista para desespero del desesperado.

El teatro de Sabbath a que hace referencia el título de la obra, bien puede dar cuenta del hecho de que para el protagonista, gobernado por un egocentrismo hedonista sin límite, todo el que le rodea es un mero objeto del que sacar partido, de quien valerse para lograr los propios fines. Pero esta idea nos hace perder de vista el hecho de que Sabbath es, al tiempo, un ser doliente que lucha por escapar de un pasado que el fantasma de su madre muerta impide borrar. Así, el propio Sabbath se convierte en marioneta de unas fuerzas mayores que le dominan y sólo logra expresarse a través de la provocación y el dolor que causa a su alrededor.

¿Maneja Sabbath los hilos de sus marionetas o es manejado como un  títere? Ésta es la pregunta a la que antes o después el lector deberá dar respuesta mientras avanza en las páginas de esta obra contradictoria y monumental en su empeño por dar cuenta de las pulsiones más brutales de los hombres.

Más allá del propio Sabbath, podemos trasladar la interrogante a nosotros mismos y, sin duda, somos títeres y titiriteros a partes iguales. La pregunta que nos quedará por responder es si, a diferencia de Sabbath podemos aspirar a una salvación, a la remisión de una culpa original que se esconde en su pasado y que poco a poco se va desvelando en las páginas de la novela de una manera conmovedora. Porque comprender a Sabbath no es justificarlo o aplaudirlo, es entender tan solo el complejo mecanismo de acción y reacción que todos guardamos en nuestro interior y que manejamos con mejor o peor fortuna.

El teatro de Sabbath es, sin ningún género de dudas, la obra más compleja de Philip Roth, tanto en ambición temática como respecto al curso de la trama, en el que las escenas del pasado del protagonista se van completando entremezcladas con su presente lastimoso. El modo en que trata a un protagonista tan poco atractivo, que roza la repulsión, es propio de un maestro que sabe mantener la tensión no a través del argumento, sino del juego de ir mostrando los matices que toda personalidad guarda, poco a poco, sin mayor prisa y en la que la voz de Sabbath se combina con la del resto de personajes para crear un verdadero coro, al modo de las tragedias griegas en el que al unísono se nos ofrece la imagen de Sabbath, el excesivo, el lúbrico y lascivo, el herido y amenazado.


 En una obra tan compleja, la labor del traductor (Jordi Fibla) merece especial reconocimiento al ser capaz de trasladar el lenguaje del sátiro y, sin tregua, el más íntimo del amante abandonado, sin romper la convicción del lector de que quien habla es la misma persona.  

Esa persona es Mickey Sabbath, un loco que llora frente al Océano envuelto en la bandera que cubrió el ataúd de su hermano, fallecido en misión de combate a bordo de un B-25 en algún lugar del Pacífico a finales de la Segunda Guerra Mundial, mientras trata de encontrar y nombrar todo aquello que perdió, lo que se fue para no volver, al tiempo que hace recuento de lo que ha rellenado ese terrible vacio que por fin nos es mostrado. Acompañar al viejo titiritero en su viaje es un empeño arduo pero que, como cualquier otro peregrinaje, encierra sorpresas y alegrías a las que ningún  lector debería renunciar.


24 de agosto de 2014

Tune In: The Beatles: All These Years (Mark Lewisohn)




Cuando Mark Lewisohn se reunió con Neil Aspinall para explicarle su proyecto de escribir una biografía sobre los Beatles en tres volúmenes de unas mil páginas cada uno de ellos, se encontró con la sorprendente respuesta que le formuló el director de Apple, la compañía de los Beatles: “¿realmente el mundo necesita una nueva biografía de los chicos?”

Mientras Lewisohn desgranaba todos sus argumentos a favor de una biografía seria, alejada de rumores falsos, hechos sin contrastar, apostasías y loas sin límite y demás vicios de los que están plagadas las obras sobre el grupo, Aspinall probablemente se abstraería volviendo al tiempo en que asistía a la misma clase que Paul McCartney y al inicio de su relación con el grupo, como transportista de los instrumentos y los propios músicos por todos los locales que se atrevieran a contratar a aquellos chicos de los que solo se sabía a ciencia cierta que eran aficionados a dejar plantados a los promotores locales, buscar problemas con el público, comer y fumar en el escenario y buscar más bronca de la necesaria para un talento del que poco se veía por aquel entonces.

Seguramente también su memoria se demoraba en los días en que los Beatles tocaban en el club que había inaugurado  Mona Best, la madre de Pete Best, el primer batería estable del grupo. Y seguramente, al evocar ese nombre, sintió algo extraño puesto que poco tiempo después de la inauguración del local se convertiría en amante de Mona y en el mejor amigo de su hijo para quien llevaba el kit de batería en su furgoneta.

También pasaría por su cabeza el día en que los Beatles lograron su primer contrato discográfico en Inglaterra y cómo decidieron deshacerse de Pete Best colocándole en una difícil situación: perder a un amigo y a su amante o seguir como ayudante de un grupo con futuro más que incierto. La decisión que tomó en aquel momento le llevó a la mesa de reuniones de Apple en la que Lewisohn continuaba afanándose por demostrar la importancia de su proyecto y la importancia de contar con el apoyo de la empresa que dirigía el legado musical del grupo. 


Neil Aspinall se había convertido en el manager de la compañía de los Beatles y había logrado, tras la disolución del grupo, convertirse en el fiel custodio de una era, navegando entre las complejas y envenenadas aguas que rodearon los primeros años setenta, plagados de demandas judiciales, pleitos sin fin y enemistades que tardaron años en repararse parcialmente. Pero en todo ese tiempo logró conservar la confianza de los cuatro beatles y sus posteriores herederos.

Finalmente, Lewisohn arrancó una promesa de colaboración en forma de entrevistas y consultas sobre hechos concretos que permitieran contrastar otras fuentes.

Tristemente, Aspinall falleció en 2008 antes de que viera la luz el primer tomo de los tres que forman el ímprobo esfuerzo biográfico de Lewisohn que lleva por título The Beatles: All These Years  y cuyo primer volumen publicado en octubre de 2013 (aún pendiente de traducción al español) se llama apropiadamente Tune In  puesto que se circunscribe a la infancia y adolescencia de los jóvenes hasta la publicación de su segundo single, Please Please Me en 1963.

Para tener una idea de la labor de documentación y criba de los materiales existentes, solo ofreceremos la estimación de la fecha de publicación del segundo y tercer volumen, en 2020 y 2028 respectivamente, si la salud se lo permite.

Como en todos los casos ,se debe comenzar por señalar que un libro sobre los Beatles no es un libro sobre un grupo de música, es un libro sobre la sociedad desde los años cincuenta hasta casi nuestros días, sobre el modo en que se transformó y cómo se adaptaron los valores a una nueva realidad y un nuevo tiempo. Pero también es una lección sobre el modo en que se combina el talento, cómo se logran los objetivos y cómo los excesos pueden tirar por la borda todo lo conseguido sin que por ello la creatividad decaiga. Es la expresión de que los límites siempre nos los imponemos nosotros mismos y es la prueba de que el mundo sigue siempre a los pioneros, a quienes se arriesgan a cruzar fronteras que, para el resto, son límites protectores.


Resumir estas más de mil páginas en pocos párrafos es simplemente imposible. Solo podemos destacar algunos aspectos que tal vez puedan resultar más novedosos para quienes ya estén familiarizados con la historia de los primeros días del grupo.

Se suele creer que los Beatles tenían una fe inquebrantable en su éxito y en que éste llegaría antes o después. Es cierto, pero lo sorprendente es que en varios momentos, la unión de John, George y Paul estuvo a punto de romperse ante la ausencia de contratos y las pocas perspectivas. Más aún, en muchas ocasiones dieron pruebas de tener poco interés por promocionarse, dando plantones e incumpliendo compromisos con promotores lo que les supuso estar vetados en los mejores locales de Liverpool.

Sus habilidades musicales no eran sobresalientes y tan solo se diferenciaban de otros grupos en su capacidad de armonizar. No hablemos de sus composiciones que, en aquellos días, no pasaban de meros ensayos, prueba y error, que no veían la luz en sus actuaciones públicas, probablemente por pudor.

Por otro lado, se destaca la figura de John como centro del grupo y, a su alrededor, la pugna de Paul por ocupar el lugar junto al líder frente a otros miembros (Stu o incluso George) o con los amigos existencialistas de Hamburgo o los compañeros de piso de John. De hecho, la imagen de John y Paul como los dos líderes naturales del grupo frente a George no surge hasta que en 1962, a la vista de los probables contratos que su manager Brian Epstein les promete, comienzan a componer juntos una gran cantidad de material consolidando una relación que les uniría para siempre en el mundo de los derechos editoriales dejando en un segundo plano a George y Ringo.

Lewisohn no escatima las imágenes de unos jóvenes rozando la delincuencia al hacerse con amplificadores ajenos, comprando guitarras a plazos sin atender los pagos, robando directamente armónicas, etc. La vida en Hamburgo, dura y peligrosa, les llevó a conocer los calabozos de la policía alemana y la deportación, a mezclarse con mafias y a conocer a lo peor de la escena criminal local. Para sobrellevarlo y poder cumplir con sus exigentes compromisos de ocho horas de música en directo, el recurso al Preludin era obligatorio.



Pero entre tanta degradación surge un sonido más compacto y una confianza que va más allá de su apariencia. Desaliñados, oliendo mal y comportándose como auténticos macarras en el escenario, logran un impacto a su regreso a Liverpool que les lleva a hacerse con la plaza de banda residente en The Cavern donde les conocerá Brian Epstein que verá algo que nadie más atisba en ellos, tomándolos en serio y convenciéndose de que puede convertirlos en algo más grande que Elvis. Una mezcla de atracción sexual y gusto por lo teatral y la puesta en escena le lleva a proponerse como manager y convertirse en su adalid, imponiendo con tacto y escalonadamente modificaciones que los chicos aceptan progresivamente. Destaca que, dadas las escasas pruebas de su capacidad compositiva hasta la fecha, Brian siempre confiara en sus canciones haciendo de ello el punto fuerte en su intensa labor en busca de un contrato discográfico.

A diferencia de lo que se suele creer, éste no llegó después de numerosos rechazos tras escuchar George Martín unas cintas. Lo cierto es que Martín rechazó al grupo y solo una lucha en la trastienda por parte de los dueños de los derechos de dos canciones de Lennon-McCartney lograron forzarle a darles una oportunidad que creyó poder desbaratar pronto.

Sin embargo, nada salió como lo planeado pro George Martin. El empeño del grupo por hacer sonar su propio material en la primera grabación logró interesar al productor y arrancar una segunda grabación en la que nuevamente los chicos lograron que los temas fueran propios, la cara A Please Please Me ya es historia.

No tiene mérito decir que he disfrutado de cada página del libro leyéndolo como si se tratara de una novela, una invención de un autor inteligente y preciso, atento a la acción pero sin desdeñar las compleja red de relaciones que se forma entre varios individuos con un fin común pero que tratan de preservar su propia personalidad, no eludiendo los conflictos, en muchos casos potenciándolos hacia dentro pero ofreciendo una imagen de unidad, nosotros frente al resto, que marcaría sus relaciones en los siguientes años.

No sería apropiado recomendar esta obra para quienes no estén interesados especialmente en la materia (ellos se lo pierden), pero tampoco puedo dejar pasar por alto que me he sentido más cautivado y atrapado por ella que por la mayoría de las novelas que he leído recientemente. Queda dicho. 


13 de julio de 2014

Noticia de este Mundo (Gonzalo Muro)



Desde Confieso que he leído llevo varios años publicando comentarios, reseñas y recomendaciones sobre libros que leo y que creo que merecen ser leídos.

En ocasiones algún autor se ha sentido molesto, algún traductor ofendido, cosas que pasan cuando se trata de manifestar una opinión sincera.

Parece fácil escribir sobre el trabajo ajeno, pero uno siempre se enfrenta a una pregunta traicionera. ¿Tú lo sabes hacer mejor?

La pregunta es tramposa por varios motivos. El primero, porque ser incapaz de escribir una gran novela no equivale a no saber leerla. El segundo, porque esconde y cobija a quien no acepta la crítica, no está dispuesto a admitir que no a todos gusta lo que decimos, lo que escribimos o cómo lo hacemos. Nace aquí la extendida y consolidada idea de que el crítico es el escritor, músico o pintor frustrado.

Los habituales de esta página ya conocen alguna colaboración mía en varios libros de la Generación Bibliocafé, debidamente reseñados en su momento. También conocen la reseña-relato sobre Un lugar limpio y bien iluminado de Hemingway

Pero ha llegado el momento de dar un paso más y presentar un libro con textos publicados de manera dispersa y otros que permanecían inéditos hasta la fecha. En definitiva, de asumir que, por esta vez, seré yo el valorado y comentado, malinterpretado o elogiado. 

En este empeño he sido acompañado por Fuensanta Niñirola, que ha colaborado con sus espléndidas ilustraciones que completan los textos iluminándolos con una belleza que la palabra no siempre alcanza, así como por Mauro Guillén en su encomiable (y paciente) papel de editor.

Lo que se puede encontrar en las páginas de Noticia de este Mundo no es otra cosa que el espíritu de este tiempo, una mezcla de alegrías y penurias en continua transformación. Somos nosotros quienes las damos sentido en cada momento, hilos conductores y verdaderos escritores de nuestros destinos.

El juego entre ficción y realidad, el modo en que la primera hace soportable la segunda pero también nos tiende sus trampas, puede resumir el tema principal de la mayoría de los textos. Pero esto es solo lo que uno mismo interpreta cuando lo lee. Sea el lector quien se sienta libre de extraer su propio sentido a lo que no son sino palabras e imágenes.

Como introducción para quien esté interesado en la obra, sirvan estas palabras de uno de los textos aquí publicados y que bien podrían servir como punto de partida.



Canción del Retorno

Sentado entre la maleza, alzo mi rostro al sol de la mañana. Siento sus rayos calentar mis músculos y aspiro un aire que comienza a arremolinarse. Abro lo ojos y se dibujan árboles, laderas y rocas. Una nube cubre de sombra repentina mi figura y aprovecho para tensar mis piernas y levantar mi cuerpo. Armado de mis sentidos asumo un nuevo día, dispuesto a consumirlo. Mis pasos son guiados por un instinto ya casi olvidado, no buscan nada pues todo les es conocido, sólo vagan, recuerdan el camino. Y así, llego a ti, a dejarte estas palabras tanto tiempo postergadas, a recuperar esa costumbre ya lejana. Aquí las dejo, donde siempre habitaron pero no fueron pronunciadas. Aquí las tienes, como un mapa en tu mano. No busques sentido, sólo su música, no quieras retenerlas, sólo tararea.


Noticia de este Mundo puede adquirirse en formato digital pinchando aquí.
También se puede solicitar en formato físico a través de esta dirección greatwhitewonder@gmail.com

5 de julio de 2014

Musicofilia (Oliver Sacks)




Conozco a muchos amantes de la pintura que disfrutan de este arte profundamente, pero no me imagino a ninguno de ellos llorando ante un cuadro.

Conozco a infinidad de ávidos lectores que devoran cuanto pasa bajo sus ojos con ansia irracional, pero creo que de prácticamente ninguno de ellos podría decir que leer la primera línea de una novela les estremezca o arrebate hasta el punto de ser víctimas de sus propios sentimientos.

Pero lo que parece imposible o improbable con libros, cuadros, esculturas o arquitectura, está al alcance de cualquiera a través de la música. Porque sí conozco a muchas personas que aún sin estar dotadas musicalmente, sin ser capaces de cantar y acertar una sola nota de la canción más trivial, sin poder distinguir un bajo de un piano o sin poder apreciar la diferencia entre dos personas que cantan al unísono o en armonía, pueden emocionarse hasta las lágrimas o excitarse hasta el paroxismo con una determinada canción.


 Y todo esto es ajeno a la apreciación de un arte como tal. Nadie queda libre del influjo de la música. Quien la estudia y domina escalas y armonía podrá disfrutarla de un modo diferente a quien sólo es capaz de dejarse llevar y tararear en la ducha. Pero no me atrevería a apostar por quién disfruta más.

La música nos afecta de un modo que ninguna otra actividad creativa humana consigue, estableciendo una conexión directa entre nuestros sentimientos y lo que escuchamos, pero también entremezclando nuestras vivencias con los sonidos que nos rodean y que, posteriormente, permiten a nuestro cerebro recuperar lo vivido como una llave a un tiempo pasado y tal vez olvidado.

Tradicionalmente el primer aspecto, la conexión entre música y sentimientos, ha sido explotada a conciencia. Desde el movimiento romántico a los cantantes melódicos más histriónicos, la música ha modelado nuestros sentimientos y ha sido su más eficaz vehículo de expresión.

Solo en épocas más recientes se ha estudiado de manera sistemática el influjo de la música en nuestro cerebro. Los primeros psicólogos y neurólogos abrieron paso a través del estudio de casos singulares. Posteriormente, la tecnología ha permitido radiografiar la actividad cerebral favoreciendo un acercamiento más científico y evitando los casos más extremos y llamativos, creando una neurología de la normalidad.

El reputado neurólogo Oliver Sacks ha dedicado su último libro a recopilar gran parte de la información disponible sobre el cerebro y la música, el modo en que nos influye pero también los infinitos modos en que la música se adueña de nuestras mentes, no siempre para bien, y de qué modo la música puede acudir en ayuda del enfermo.
 
Oliver Sacks
 Resulta sorprendente que haya esperado al final de su carrera (Sacks nació en 1933) para escribir esta obra ya que la música forma parte de su vida del mismo modo que la neurología o la química. Buen pianista, aprendió de sus padres el amor por la música y ha vivido siempre rodeado de partituras e instrumentos. La música le ha servido para aumentar su disfrute de la vida y para salir airoso en momentos difíciles. Pero tal vez por todo ello, cuando ya no es esperable un nuevo gran trabajo, es concebible que  Sacks haya preferido esperar a escribir este libro como testimonio de su pasión.

Como es habitual en toda su obra, Musicofilia (Ed. Anagrama, 2009 traducida por Damián Alou) se compone de diversos capítulos alrededor de casos clínicos descritos con la delicadeza y cercanía que hacen de sus libros un goce continuo pese a lo arduo del tema o lo espantoso de las situaciones descritas.

Porque también la música engendra monstruos. La primera parte del volumen (Poseídos por la música) describe cómo en ocasiones la música puede convertirse en una obsesión. Es el caso de Tony Cicoria, un médico totalmente ajeno a cualquier interés por la música más allá del silbido camino del trabajo pero que, tras sobrevivir a un rayo, desarrolla una pavorosa afición por el piano que termina por dominar a la perfección a costa de su vida profesional y su matrimonio.

Parecido patrón siguen quienes sufren de lo que Sacks denomina “gusanos musicales”, pequeñas secuencias de apenas segundos, pocas notas, repetidas de manera insistente durante horas, hasta casi hacer enloquecer a quien las padece. Es curioso que, en muchos casos, esta dolencia sucede a músicos profesionales arruinando su carrera, incapaces de volver a tocar con normalidad o de lograr la concentración necesaria para sus tareas de composición.


Pero en otras ocasiones, estos músicos logran reconvertir su arte y explorar los sonidos de su mente para sus creaciones, un arte lunático o demente pero no por ello menos emotivo o hermoso.

En la segunda parte de Musicofilia (Una musicalidad variada) Sacks repasa casos como la sinestesia musical, en la que el sujeto identifica notas o escalas con colores o sabores, una experiencia más habitual de lo sospechado. Esto enlaza con la presencia excepcional de personas con tono absoluto, capaces de identificar una nota de manera perfecta. Pero esta perfección puede perderse con facilidad lo que altera de manera definitiva la percepción musical del individuo que, en ocasiones, termina por no ser capaz de distinguir una simple armonía.

En Memoria, movimiento y música,  Sacks destaca la conexión entre enfermedades como el Parkinson y la música como medio de mitigar sus manifestaciones más aparatosas o el síndrome de Tourette cuyos espasmos y tics parecen controlarse cuando el paciente se enfrenta a una actividad musical tal y como ya había relatado en obras anteriores. .

Parecida influencia parece ofrecer la música en el caso de la afasia, la incapacidad para el lenguaje (su emisión o comprensión)  y que, sin embargo parece ser burlada cuando la música entra en juego. Personas incapaces de pronunciar una frase completa pueden elaborar complicadas reflexiones empleando melodías conocidas.  

Por último,  en Emoción, Identidad y Música, el autor reflexiona sobre la depresión, los sueños musicales y otras interacciones entre los aspectos más sensitivos de nuestro espíritu y la música.

Los archivos de Oliver Sacks se nutren no sólo de su actividad clínica profesional sino de la inagotable correspondencia que los lectores de sus libros le hacen llegar con casos propios o de familiares y que, continuada en el tiempo, permite un estudio a medio y largo plazo realmente enriquecedor.

Musicofilia  lleva por subtítulo Relatos de la música y el cerebro, y nada más apropiado para definir este libro que da cuenta con pasión y amor de todas las manifestaciones que la música tiene en nuestro cerebro, en muchas ocasiones aderezadas con anécdotas personales del propio autor o con referencias a célebres músicos o compositores.

No recomendaría este libro para quienes aún creen que poner a su hijo todas las noches la Pequeña serenata nocturna de Mozart hará a sus hijos más inteligentes. Sí para quienes crean que la música se puede disfrutar con pasión y racionalidad y que, escuchen a Satie o a los Ramones, sean capaces de vibrar con la combinación de 12 doce notas.  


5 de junio de 2014

Ágata (David Fernández Rivera)




Sabemos que la poesía es un arma cargada de futuro, si bien, éste es incierto y desconocemos qué nos deparará. Nuestra única guía es lo que conocemos del pasado y éste ya no nos sirve.  

También sabemos que cuando hemos sido despojados de todo, aún nos queda la palabra, pero estos tiempos parecen desconfiar de ella, abrazándose a la imagen como única regla. Nos hemos acostumbrado a discursos políticos o publicitarios vacíos de contenido, disfraces de intenciones aviesas, y la palabra parece el vehículo del engaño.

Y si esto es así, ¿realmente queda espacio para la Poesía? ¿Puede aportar algo a este mundo?¿No será acaso una rémora del pasado, un modo arcaico de expresión que, como tantos otros, pervive sólo como recuerdo de lo que fue, pero muere en su intento de pervivir?

David Fernández Rivera sostiene con valentía y empeño que esto no es así. Desde muy temprana edad ha dedicado su vida a la Poesía. Ésta puede encarnarse en poemarios como Caminando entre brumas, o Sáhara, en creaciones musicales como Ecos de la noche o en obras de teatro como Hipnosis/ La Colonia, pero en cualquiera de estos ámbitos creativos se agazapa un único anhelo: dar voz y cabida a un modo de expresión que refleje adecuadamente el mundo que nos ha tocado vivir y para el que las imágenes y retórica del pasado parecen no servir.


Ágata (Ediciones Antígona 2014) es el último exponente de este camino trazado y recorrido con singular perseverancia. Estamos ante un poemario que reclama un acercamiento alejado de las reglas de la razón y el discernimiento. Un texto que exige sumergirse en su exuberancia visual, en sus contrastes lógicos y semánticos o en sus paradojas, desde una perspectiva en la que prime el instinto del lector. Éste deberá entregarse con la energía propia del inconsciente, de la asociación libre y, en última instancia, de la libertad creativa que toda la obra respira y comparte con quien se acerque a ella.

La apuesta es arriesgada. Sin duda, el lector se enfrenta a un texto con el que deberá luchar para dotarle de un significado que le resulte valioso, veraz. Y es tanta la versatilidad de lo escrito, que la propia guía del autor como embajador de lo expresado, puede resultar innecesaria ante lo que debe ser un esfuerzo personal de quien se enfrente a la lectura.

Buscan escuadras de fertilidad
en los puños granulados del cemento.
En el paso de un ave,
el encuentro
muestra al horizonte la humedad telúrica
en los surcos peinados
con la ganzúa
asilvestrada
en la emigración
taponada
del arado.
 
En definitiva, el lector debe hacer suyo el texto entregándose a la experiencia de su lectura. De otro modo, las imágenes le resultarán ajenas, frías, sin alma o sentido. La lectura es, por tanto, exigente, pero la recompensa está a la altura del esfuerzo. Es posible que quien se enfrente a Ágata no obtenga las mismas conclusiones que su autor, que el significado último de sus poemas no coincida con el que inspiró a su autor. Pero esto solo es un mérito más del texto, una prueba de su validez y vigencia.

Mientras tanto,
las arterias insonorizadas
que recubren la fachada exterior
de la factoría,
podrían sueños utilizar el poder
que todos llevaron dentro
y que ahiora desconocen
en la arrogancia impasible
del sistema productivo.
 

La riqueza visual de los poemas combina a la perfección los elementos cotidianos de nuestro entorno de un modo que resalta la extrañeza que estos mismo objetos nos despiertan en el modo en que el autor los representa.

Porque ésta y no otra es la principal impresión que se obtiene según la lectura avanza. La seguridad de que el mundo del que nos habla David Fernández es el mismo al que miramos cada vía, muchas veces sin verlo, sin enfrentarnos a las aristas que terminan por desgarrarnos sin apenas ser conscientes.

De ahí la apropiada elección del título de este poemario. El ágata es una piedra (discúlpese mi ignorancia geológica) formada por diversas capas de variada coloración, opaca o translúcida, en forma de anillos de árbol. Su dureza la hace perfecta para todo tipo de usos, pero a efectos de lo que aquí nos importa, el ágata representa la mezcla de tosquedad y dureza propia de nuestros días, con la sutilidad de la mezcla de sus colores y sus delicadas formas. 

Esta combinación es la que define Ágata, un libro en el que la preocupación por el presente no aleja la belleza de las imágenes, en el que la Naturaleza (una preocupación especial del autor) convive con la Máquina en paisajes desolados en los que el hombre parece un mero accidente, pero que pronto emerge como verdadero motor responsable de los hechos y depositario de un residuo de esperanza. En ocasiones, parecemos estar en alguna de las escenas de Hipnosis / La Colonia, prueba de la coherencia estilística y temática del autor.


La identificación
le llevó a postrarse
sobre el péndulo
del reloj,
mientras repasaba
apresuradamente
los intermitentes
que deshuesan
el chirrido
en las hojas metálicas
sobre el sudor del calendario.

Ágata ha sido recomendado por la Unión Nacional de Escritores de España (UNEE), de la que David Fernández es delegado en Galicia. El esfuerzo del autor por lograr un mensaje poético válido en nuestros días ha logrado un éxito notable y, sin duda, su ambición le llevará a desarrollar aún más esta poética en sucesivas obras. Estaremos atentos. 

Son muy pocos
los que aguardarán
sin limar
el potencial de sus caderas,
para así encharcar sin sobresaltos,
el púlpito uterino
en las hormas torneadas
con la trama vertical
de las banderas.