17 de septiembre de 2010

Superfreakonomics (Steven D. Levitt y Stephen J. Dubner)


No hay nada como añadir la mención "Ciencia" delante de cualquier disciplina para que ésta gane reconocimiento y prestigio. El efecto que se consigue es doble: de una parte se legitima la disciplina, y de otra, se crea un lenguaje restringido que actúa como barrera de acceso para los no iniciados.

En el caso de la "Ciencia" Económica, el papel del laboratorio lo suplen las estadísticas. Dado que no podemos hacer pruebas que permitan acreditar nuestras verdades "científicas", al menos, buscaremos respaldo en estadísticas que acrediten que estas verdades se han cumplido en el pasado. En otras palabras, a los estudios económicos habría que aplicarles la misma leyenda que a los fondos de inversión: "experiencias pasados no garantizan similares resultados futuros".

En el grupo de los elegidos nunca han gozado de predicamento aquellos que, desde dentro, tratan de desacralizar el mito y acercarlo a los profanos. Decía el economista John Kenneth Galbraith que no hay verdad que no pueda ser expresada de manera que cualquiera pueda comprender. Por este motivo sus libros tienen una desafiante falta de ecuaciones, gráficos y expresiones jergales y por esa misma razón, muchos economistas despreciaban su obra que no pretendía otra cosa que abrir a un público más amplio un mundo vedado.

En la misma senda, el economista Steven D. Levitt y el periodista Stephen J. Dubner se han conjurado para husmear en multitud de encuestas y estudios de colegas algo extravagantes, combinado con un excelente sexto sentido para la observación y detección de esas pequeñas disonancias que ponen de manifiesto que aún queda mucho por aprender.

Partamos de un ejemplo básico: a la vista de las estadísticas sobre mortalidad en accidentes de tráfico por causa del alcohol y las correspondientes a las de atropellos mortales de peatones ebrios, llegamos a la conclusión de que resulta notablemente más peligroso caminar borracho que conducir en el mismo estado. Sorprendente, ¿verdad? Realmente se trata tan solo de un divertimento que no se puede trasladar a la realidad pero que tiene el sustento de la sagrada estadística. ¿Cuántas decisiones se habrán tomado en base a analogías semejantes?

Menos divertida, y más terrible, es otra estadística que revela que en determinados países y ciudades las huelgas de médicos coinciden con un descenso en la tasa de mortalidad. No lo olvidemos en nuestra próxima visita a Urgencias. Peor aún, de todo el personal sanitario de los hospitales americanos estudiados en otra estadística, el colectivo menos higiénico, el que menos se lava las manos y peor lo hace es precisamente el de los médicos. En un hospital australiano se hizo el experimento de pedir a los médicos que anotasen cada vez que se lavaban las manos según las reglas del hospital obteniéndose como resultado un cumplimiento del 73% según esta autoevaluación. Lo que los médicos ignoraban era que sus auxiliares tenían el cometido de controlar el mismo dato. Resultado: en realidad, los médicos sólo cumplían correctamente el protocolo de higiene en un 9% de los casos.



El caso no es baladí. Hasta la mitad del siglo XIX no se descubrió que la principal causa de muerte en parturientas (y bebés) era la fiebre puerperal ocasionada por los propios médicos que tras realizar prácticas con cadáveres pasaban a atender a las parturientas tras un breve lavado de manos. ¿Cuántas muertes actuales no serán fruto de negligencias e ignorancias de este tipo?

Siguiendo por los mismos derroteros y estudiando la seguridad de las sillas de niño para coche, se ha acreditado que a partir de los dos años de edad no hay diferencia significativa a la hora de evitar un desenlace fatal entre dichas sillitas y el clásico cinturón de seguridad. Y ello pese a que las autoridades de todos los países occidentales han regulado la obligatoriedad de este tipo de protección hasta edades muy avanzadas (en Europa hasta los doce años). ¿A quién beneficia esta medida? ¿A los niños?

Y es que con demasiada frecuencia la regulación gubernamental opta por la medida más ineficaz y cara. Según diversos estudios, la normativa estadounidense en defensa de los trabajadores discapacitados ha favorecido la caída del empleo en este colectivo. La legislación protectora de determinadas especies ha contribuido a su práctica extinción en no pocas ocasiones dado que los agricultores tratan de hacer sus terrenos poco atractivos para que pájaros carpinteros de cresta roja u otras especies en peligro de extinción no decidan establecerse en sus propiedades. Resultado: deforestación y pérdida de hábitat naturales para estas especies.

Pero tampoco creamos que el Estado todo lo hace mal. Hay factores que el mercado no puede corregir. Factores tan arbitrarios y desconcertantes que determinan nuestro éxito en la vida. Veamos. La mayoría de publicaciones científicas relaciona a los investigadores por riguroso orden alfabético; igual ocurre con los ponentes de un Congreso o los miembros de un claustro académico. Según los autores de Superfreakonomics el resultado es que los que aparecen en los primeros puestos de la lista tienen más probabilidades de reconocimiento. Y sí, hay una estadística que acredita que los mayores reconocimientos se los llevan aquellos cuyas letras coinciden con las primeras del alfabeto.

Otro tanto se puede decir respecto de los deportistas nacidos entre los meses de enero y marzo de cada año ya que sus probabilidades de llegar a ser figuras del deporte nacional parecen muy superiores a las del resto de jugadores. La explicación es razonable: las ligas infantiles toman como fecha de corte el 31 de diciembre. Por tanto, ¿quién se llevará más minutos de partido, más atención del entrenador y la afición? Evidentemente aquellos niños nacidos en los primeros meses del año ya que a esas edades una diferencia de pocos meses tiene una repercusión enorme. Aquellos niños que destacan en las ligas infantiles seguirán recibiendo más atención y recibirán las mejores ofertas mientras que los que no han generado tanta expectativa terminarán por desmotivarse abandonando el equipo o pasarán a ocupar una posición de menor relevancia.

Con idéntico afán, los autores de este libro repasan temas candentes de nuestros días como el cambio climático para poner de manifiesto que hay soluciones alternativas y baratas para rebajar la temperatura del Planeta o para paliar los efectos de los tornados. Propuestas más baratas e imaginativas que las de Al Gore pero que caen en el olvido intencionado de los medios; a fin de cuentas, sólo saldrían beneficiados los ciudadanos...

También se estudia el mercado de la prostitución en Chicago desde el punto de vista del precio como barrera de entrada para alcanzar un mercado más selecto o incluso la discriminación de precios en función de la raza del cliente; los beneficios económicos de los chulos o la correlación entre el precio de los servicios (frente al precio de idénticos servicios en los albores del siglo XX).

Se da cuenta de interesantes estudios como el realizado por un discreto inglés que ha determinado las pautas bancarias de los terroristas (tipo de operaciones realizadas, importes, productos contratados, etc.) para determinar con un alto grado de probabilidad qué clientes de su banco son o tienen muchas probabilidades de ser terroristas. Más pacífico es el estudio que realiza Keith Chen en la Facultad de Economía de Yale para aclarar si los animales pueden desarrollar el mismo concepto de dinero (como medida de valor, de intercambio, etc.) que el que tenemos los humanos. Los resultados son realmente sorprendentes: los monos han comenzado a emplear el dinero como elemento de intercambio para lograr favores sexuales. Alguno pensará que estando los monos (capuchinos en este experimento) interesados exclusivamente en la comida y el sexo y parecerse, por tanto, a la variante masculina de la raza humana, el resultado del experimento era totalmente previsible.

Superfreakonomics puede parecer una simple colección de anécdotas divertidas, datos curiosos, estadísticas contradictorias o sorprendentes. Y lo es. Puede parecer un libro para leer de manera relajada, sin cuestionarse demasiado lo que en él se dice. Y lo es. Puede parecer que los interrogantes que plantea, desde la propia portada, buscan atraer la atención y que no siempre la respuesta está a la altura de las expectativas. Y podemos pensar que en ocasiones la escritura es algo errática y los temas van y vuelven con cierto desorden. Y acertaremos. Pero lo que también es cierto es que este libro pone de manifiesto una gran verdad: la realidad es una, pero quizá nunca llegaremos a conocerla. Sólo tenemos como herramienta el modo en que nos aproximamos a ella y, por desgracia, el hombre es cómodo y tiene tendencia a seguir derroteros ya trazados. Los progresos siempre vienen de la mano de aquellos que pierden (intencionadamente o no) el camino de la manada y saben encontrar el suyo, de quienes pueden afrontar un problema clásico desde una perspectiva novedosa, de aquellos que cuestionaron lo que para otros era un hecho indubitado. Para recordarnos esto también sirve este libro. Y es verdad.

7 de septiembre de 2010

Momentos estelares de la humanidad (Stefan Zweig)


Stefan Zweig nació en una Austria imperial cuyos días sonaban a su fin. Vivió su madurez intelectual en una Austria sometida a los vaivenes de la política centroeuropea de entreguerras, su crisis económica y sus heridas sin cicatrizar y de mal pronóstico. Finalmente murió en el Nuevo Mundo, en Brasil, sin poder librarse de los fantasmas de su pasado y convencido de que la victoria de la barbarie nazi era inevitable y destruiría toda la herencia cultural de la que había bebido y de la que, con el paso del tiempo pasaría a formar parte y aún representar.

En ese breve lapso de tiempo que representa su vida, sesenta y dos años, entre 1880 y 1942, vivió infinidad de cambios que marcarían su visión de la Historia. Una Historia aún caracterizada por fechas e individuos más que por acontecimientos globales. Una Historia de pequeños episodios que parecían marcar por sí mismos el rumbo de los siglos venideros. Y de esta visión nacen los Momentos estelares de la humanidad.

Estas miniaturas históricas –como las denomina el subtítulo de esta obra- reflejan catorce momentos diversos en los que el genio de una época se condensa (según palabras de Stefan Zweig en el prólogo) en un concreto momento y se encarnan en una persona concreta. Pero pese a los esfuerzos de documentación y reconstrucción histórica verídica, la selección dice más del propio Zweig y su visión del mundo, que de los acontecimientos que describe.

Como buen escritor, Zweig tiene un agudo olfato para los grandes dramas históricos. La muerte de Cicerón, perdidas las esperanzas de un resurgir de la República, la caída de Bizancio por la puerta de atrás en unos trágicos segundos o los dramáticos instantes en los que la batalla de Waterloo pudo haber tenido un diferente desenlace son ejemplos de cómo Zweig, testigo de la decadencia de su tiempo, torna su mirada a épocas con las que encuentra alguna similitud para admirar la grandeza de los que fueron arrollados por los cambios.

Pero las grandes batallas o la caída de un Imperio no son el único objeto de atención de Zweig ya que, como brillante artista, otras miniaturas se centran en momentos históricos tan singulares como la noche en que fue compuesta la Marsellesa o aquella otra en la que Haendel comenzó la composición de El Mesías, resucitando a la vida y a la Música.

Como no podía ser menos, la Literatura tiene su especial presencia en esta obra. La génesis de la Elegía de Marienbad de Goethe, la noche en la que tuvo lugar la falsa ejecución de Dostoievski o los últimos días de Tolstoi son encendidos homenajes a autores amados por Zweig. Yel esmero alcanza también a la forma de estos capítulos. Así, en el episodio sobre Dostoievski no recurre a su elaborada prosa sino que escribe un hermoso poema que conecta el drama del autor ruso con su vocación por los débiles y desamparados. Para el capítulo dedicado a Tolstoi se sirve de una obra teatral autobiográfica e inacabada del propio autor ruso para escribir las últimas escenas con las que culmina el drama de la muerte del “hermano pequeño de Dios”.

Los siglos XIX y XX son los siglos de la Ciencia y, por ello, tampoco ésta escapa de la atención de Zweig quien se fija en la impresionante hazaña de Cyrus W. Field culminando -tras varios fracasos- el tendido del cable telegráfico que conectó los Estados Unidos con Europa en 1858. En esta miniatura Zweig pone de manifiesto que, pese a su concepto de la Historia, deudor de otra época, su sensibilidad a los cambios que suponen un giro radical en la marcha de los tiempos es totalmente moderna: su descripción de las consecuencias que la revolución en las comunicaciones (representadas por el telégrafo) supone a todos los niveles podría aplicarse, palabra por palabra, a las infinitas posibilidades que Internet ha traído a nuestro siglo XXI.

Pocas pasiones hay más fuertes que el dinero. La desesperada búsqueda de la riqueza es una enfermedad propia de todos los tiempos y para la que aún no se ha desarrollado vacuna adecuada. El descubrimiento del Pacífico por parte de Núñez de Balboa tuvo su origen en la búsqueda del mítico Dorado y la fiebre del oro arrasó el reino de Nueva Helvecia y arruinó a J.A.Suter por dos veces, aunque favoreció la colonización de California y su conversión en mítica promesa de abundancia y felicidad aún viva en nuestros días.


Y ni siquiera la proximidad en el tiempo de ciertos hechos o su aversión ideológica nieblan su visión sobre la trascendencia de los mismos. El regreso de Lenin a Rusia desde su exilio suizo a través de territorio alemán o los fallidos intentos de Wilson por impulsar al fin de la Gran Guerra un acuerdo entre las naciones que pusiera fin a los conflictos militares son buena prueba de ello. El primer episodio ha marcado toda la historia del siglo XX y el segundo debería esperar al siguiente conflicto para ver germinar sus primeros frutos que aún hoy siguen pendientes de consolidación a través de la Justicia Internacional, las Naciones Unidas o la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Como el signo trágico de los tiempos que le tocó vivir, la selección de Zweig arroja un saldo favorable a los perdedores, a las derrotas (que para otros fueron victorias) y a los fracasos. Cicerón, Napoleón, Scott o Wilson son ejemplos que Zweig nos muestra para dar testimonio de que la grandeza no siempre se esconde bajo la gloria de los vencedores. La inmortalidad se reserva, según Zweig, para aquellos que saben guardar la coherencia entre sus pensamientos y sus actos, para aquellos que conservan la inquebrantable voluntad de luchar pese a saber que todo ha sido perdido.

En clarividente contraste, los momentos estelares más luminosos y gratificantes, aquellos que engrandecen a quienes los protagonizan, los que representan un triunfo del hombre sobre la muerte, aquellos en los que la belleza se impone a la mediocridad, en los que la obra humana puede redimir a los hombres son los referidos al Arte. Sólo en ellos (y en la Ciencia) parece reconciliarse Zweig con sus semejantes, sólo en ellos parece encontrar sosiego su debilitado espíritu.

Y es que, no perdamos la perspectiva, este libro vale más por cómo lo cuenta que por lo que cuenta. La engolada y en ocasiones afectada prosa de Zweig alcanza en estas miniaturas un virtuosismo desbordante, casi excesivo, del que logró preservar a sus mejores novelas. Ningún personaje es suficientemente noble y audaz, ningún actor de la historia logra evitar mirarse a sí mismo y ser consciente de la trascendencia de sus actos. Ningún hecho queda sin ser admirado por la Humanidad al completo conteniendo la respiración al unísono, … Un Zweig que resultará portentoso para quienes ya conozcan al autor pero que puede resultar abrumador para quienes sean cogidos desprevenidos.

La traducción de Berta Vías Mahou ha sabido preservar ese estilo tan propio de Zweig logrando en ocasiones provocar extrañeza en el lector actual por el uso de expresiones ya pasadas de moda y que hacen aún más verídica la lectura ya que creemos por momentos estar leyendo la versión alemana original y experimentar el mismo hormigueo que, con toda seguridad, siente un lector contemporáneo de habla alemana.

El suicidio frustró la vida de Zweig. Nos gustaría elucubrar sobre qué acontecimientos podría haber seleccionado de haber aguardado por un tiempo los embates de la guerra que se acercaba a su cambio de tornas con paso firme o de haber liberado parte de la enorme presión que él mismo se impuso.

No pocos hechos podrían haber sido dibujados con la maestría del autor austríaco ya que la trágica historia de los años siguientes a su muerte ofrece material suficiente para un volumen similar. Un grupo de jerarcas nazis, todos ellos con estudios superiores y amantes del arte y la cultura, deciden el exterminio sistemático de una raza, la misma a la que pertenecía el propio Zweig quien tanto se esforzó por vincularse a un mundo más amplio que el reducido horizonte judío. Pero también podría haber puesto voz a los muertos en Hiroshima, consecuencia de una única bomba que marcaría el signo de la segunda mitad del siglo XX. Otro momento singular que habría atraído enormemente su atención habrían sido los atentados del 11-S: unas pocas horas bastaron para dar un nuevo giro al curso de la Historia.

En estos años no todo ha sido destrucción y odio. Zweig también habría podido cantar las humanas hazañas de unos hombres dando un paseo lunar y siendo contemplados en directo por medio mundo. Otros hombres cruzando en libertad la Puerta de Brandemburgo habrían sido el perfecto cierre de un círculo iniciado a principios de siglo y la prueba de que la Revolución ya no necesita ser cruenta para triunfar.

Pero este libro quedó por escribir y todos sabemos que la Historia que hoy se vierte en la Literatura es más la que responde a mitos, cruzados y rosacruces que aquella otra que sirve para extraer sus verdaderas lecciones. Zweig nos enseñó a confirmar en la Historia nuestras propias convicciones, a buscar consuelo y refugio en ella, a volver nuestra mirada melancólica a otros tiempos, no siempre mejores. Y con esto ya hizo suficiente.

23 de agosto de 2010

El quinto en discordia (Robertson Davies)



Echar la vista atrás y repasar lo vivido es un ejercicio saludable. Hemos de presuponer que con la experiencia y sabiduría acumulada, uno es capaz de enjuiciar con justeza e imparcialidad lo vivido, reinterpretando las pasiones de juventud, relativizando los éxitos de la madurez y los sinsabores de la vejez. Y damos por buena esta visión, la consideramos el dibujo fiel de una vida, la última palabra en definitiva.

Pero sólo puedo estar de acuerdo en que esa revisión postrera es la definitiva en tanto que no habrá otra que la siga y rebata; más que la definitiva, será la última e indiscutida por imperativo biológico. A lo largo de nuestra vida interpretamos nuestros actos y nuestros deseos en función del momento y de lo aprendido. La visión que de nosotros tenemos varía de continuo; por fortuna, nos rehacemos y reinventamos cada día. Caemos y nos alzamos repetidas veces con tozudez animal para diferenciarnos de los animales cuyas vidas se suponen carentes de objetivo y aspiración final.

Y, sin embargo, lo que para la vida no resulta convincente, para la Literatura es una fuente inagotable, todo un género propio que ha dado lugar a algunas de sus mejores páginas. Adustos ancianos que repasan su vida con imposible precisión en el detalle, en las palabras pronunciadas o escuchadas, en las fechas e incluso horas en que fueron dichas, todo ello para enjuiciar (o justificar, que de todo hay) cada acto, propio o ajeno, reescribiendo la historia definitiva de su vida.

Éste es el caso de El quinto en discordia, novela que abre la llamada Trilogía de Deptford en la que Robertson Davies recurre a sus recuerdos en el Canadá rural de su infancia para narrar tres vidas: la de Boy Staunton, un exitoso hombre de negocios, la de Paul Dempster, un prestidigitador de fama mundial y la de Dunstan Ramsay, un profesor que tiene por especialidad las vidas, reales o míticas, de los santos católicos. Cada una de estas tres novelas se centra en la vida de uno de estos personajes figurando los dos restantes como protagonistas secundarios y ofreciendo un cuadro completo sobre la vida de todos ellos.

En lo que a El quinto en discordia se refiere, nos adentramos en la vida de Dustan Ramsay, en su visión del mundo y en su papel en la vida de los otros dos personajes. Y todo comienza por una pelea en la que Boy Staunton le arroja una bola de nieve que logra esquivar y termina impactando en la sensible esposa del pastor baptista de Deptford lo que provoca el nacimiento prematuro de Paul Dempster y el debilitamiento mental de la madre.

Pese a no haber arrojado esa bola de nieve, Ramsay cargará toda su vida con un sentimiento de culpa por haber sido el verdadero destinatario del golpe esquivado, quien pudo evitar el desencadenamiento de tan terribles acontecimientos. El autor no acierta a explicar si este sentido de la responsabilidad que le lleva a acompañar a la madre de Dempster hasta sus últimos días o a cuidar del pequeño y poco vigoroso niño nace repentinamente de este hecho trivial o si su personalidad habría devenido igualmente en el mismo sentimiento. Lo cierto es que, desde ese momento, Ramsay inicia su periplo vital como tercer vértice de esa extraña relación que une a los tres protagonistas.

Formalmente la novela responde al escrito que Dunstan, recién jubilado y molesto por el tono de los discursos pronunciados en la ceremonia de homenaje y despedida que le ofrecen sus compañeros, decide remitir al director del centro educativo para el que ha trabajado durante toda su carrera con el fin de dejar constancia de que su vida no ha sido tan grisácea y anodina como de esos discursos, benévolos, condescendientes y algo irónicos, puede desprenderse.

Pero este propósito queda pronto olvidado y salvo puntuales referencias al destinatario del informe, asistimos como espectadores a la vida de Ramsay quien, desmintiendo su propia intención original, nos demuestra cómo su vida sólo parece cobrar sentido en relación a la del resto de personajes. Él enseña las artes de prestidigitador a Dempster, él actúa como confidente de Staunton e incluso se beneficia de los consejos financieros de éste y a cambio procura consuelo a su esposa afligida por las infidelidades del magnate. Él cuida a la señora Dempster hasta su muerte sin llegar a reconocer la naturaleza de sus sentimientos envueltos en una mezcla de piedad religiosa, sentimentalismo y honestidad.

El mismo sino parece aplicable a su labor como profesor de Historia ya que se especializa en el estudio de la hagiografía, lo que le convierte nuevamente en espectador de las vidas ajenas, al tiempo que repite su equidistancia esta vez entre sus colegas, mayoritariamente protestantes, y los religiosos católicos que desconfían de un protestante aficionado a sus santos. Extraño en cualquier tierra, sólo su mundo interior y sus convicciones le ofrecen una tabla segura a la que agarrarse para evitar la zozobra.

De esta dependencia de terceros surge precisamente el título de esta novela, El quinto en discordia, que es como se conoce en el mundo de la Ópera y el Teatro a ese personaje necesario para intervenir entre los dos rivales masculinos y femeninos, el que conoce los secretos de todos ellos y que, al igual que Ramsay, viven realmente a través de la vida de los demás sin ser capaces de dotar de impulso a la suya propia.


Pero no nos engañemos, Ramsay no ha logrado el éxito económico, aunque vive de modo más acomodado que el resto de sus colegas profesores gracias a los consejos de Staunton. Tampoco consigue un gran reconocimiento profesional fuera del reducido círculo de especialistas en las vidas reales o inventadas de todo tipo de santos, siendo mirado con cierta indulgencia por el resto de sus compañeros e incluso alumnos. En el amor tampoco parece lograr la plenitud que, sin embargo, anhela. ¿A qué se debe este destino a medio construir pero sin remate?¿A qué este carácter de quinto en discordia que le reduce a pieza necesaria para el éxito ajeno pero carente de un sentido propio?

Lo que nos enseña Robertson Davies en esta novela es que, desafiando a las apariencias, una vida nunca debe ser juzgada por los parámetros de éxito comúnmente admitidos. Y es en este sentido cuando comprendemos que, con justicia, Ramsay considera su vida plena y dotada de sentido, original, alejada de grisáceos caminos previsibles. Su profunda moralidad, su integridad trasnochada, le han permitido mantenerse fiel a la imagen de aquel chico de Deptford que congeló su mundo una fría tarde de su infancia. Y es en ese mismo instante cuando las vidas de Paul Dempster y Boy Staunton, con sus brillos y sus incontables sombras, con su renuncia a sus orígenes, con su afán por reivindicarse a sí mismos a cualquier precio, ajenos a todo, parecen más vacías y erráticas que la del modesto profesor jubilado.

En muchos sentidos estamos ante una obra admirable. Davies tiene una prosa sencilla y precisa que desgrana los acontecimientos con la serenidad de la distancia al igual que ocurre con muchas de las obras de Philip Roth con las que guarda cierto paralelismo. El enorme peso del mundo de la infancia, los acontecimientos históricos entremezclados con la vida de los personajes, los dilemas morales, todo ello conecta a ambos autores. Sin embargo, y teniendo como única referencia esta novela de Davies, su obra parece nacer más de los personajes que de las situaciones sociales o históricas. El dibujo de los personajes es en Davies superior al de Roth, más complejos y menos previsibles, más reales.

Con prólogo de Valentí Puig y traducción esmerada de Natalia Cervera, Libros del Asteroide recupera esta obra publicada por Davies en 1970 e inédita en España junto con las otras dos integrantes de la Trilogía de Deptford en una edición cuidada como es marca de la casa.

El quinto en discordia no es propiamente una novela sobre un antihéroe sino la reivindicación de una postura ante la vida y ante los demás. Una atrevida propuesta a la que el lector deberá estar atento para no caer en la trampa que el propio Davies le presenta. ¿Es realmente Ramsay el quinto en discordia?¿Lo somos nosotros?



13 de agosto de 2010

Nueve meses de lectura

Durante los últimos meses, junto a los libros aquí comentados, he dedicado mis horas a un tema del que desconocía casi todo y del que ahora sólo me queda poner en práctica toda la teoría. Fiel al espíritu de dejar constancia de mis lecturas, recojo mis impresiones de estos libros por si pueden ser de interés para algún visitante de este blog.

Qué se puede esperar cuando se está esperando
Heidi Murkoff y Artene Eisenberg
Ediciones Medici
Páginas: 688
Precio: 38,50€

Voluminoso libro que, junto a unos capítulos iniciales introductorios sobre aspectos muy variados (dieta, problemas de concepción, el papel del padre –es un alivio saber que tenemos algo que ver en esta aventura-, etc) se organiza por los meses del embarazo.

En forma de preguntas y respuestas va desgranando para cada mes los aspectos más importantes de cada etapa y aquellos que más pueden preocupar a los padres primerizos. Se explican aquellos aspectos preocupantes, en qué casos se debe llamar al médico, cuándo son normales síntomas que pueden parecer alarmantes, cómo evoluciona el bebé, cuánto debe pesar aproximadamente, qué ejercicios debe realizar la madre, ....

El libro dedica también amplio espacio en sus últimos capítulos al parto, post parto y casos peculiares de embarazo problemático.

Su extensión no debe asustar a nadie puesto que hay capítulos completos que sólo deben ser leídos en caso de afectarnos directamente y el resto, gracias a la organización en torno a preguntas, permite seleccionar aquellas cuestiones que nos interesan, obviando otros aspectos que pueden no estar afectando a la madre.

Selecciono al azar algunas de las preguntas a modo de ejemplo:

- He oído a algunas de mis amigas hablar del test de Apgar, ¿qué es?
- El médico me ha dicho que tengo azúcar en la orina pero que no debo preocuparme. Sin embargo creo que tengo diabetes.
- ¿Debo tomar vitaminas?
- Algunas veces percibo espasmos ligeros en el abdomen. ¿Se trata de patadas o contracciones?
- ¿Es conveniente que aplace mis vacaciones por estar embarazada?

Como se ve, es un libro que aclara muchas dudas pero no recomendable para hipocondríacos/as.


Concepción, embarazo y parto
Miriam Stoppard
Ed. Grijalbo
Páginas: 384
Precio: 30,00€

Este otro libro trata de abarcar igualmente esa etapa tan intensa y hermosa que es el embarazo desde otro punto de vista: temático y no cronológico. Así, los capítulos se refieren al embarazo saludable, el cuidado del feto, cuidados prenatales, un embarazo sensual, etc.

Las abundantes fotografías y dibujos, recuadros diferenciados, esquemas y demás facilitan una lectura más amena y dinámica pero con el inconveniente de que sólo quien haya leído (al menos superficialmente) el libro no tendrá una visión completa de los cambios que está viviendo la madre y el bebé. De este modo puede resultar más complicada la consulta ya que si queremos conocer si se puede hacer ejercicio en el quinto mes de embarazo o la dieta recomendable en un determinado momento, las pruebas que nos mandará el ginecólogo, etc, tendremos la información dispersa.

De este modo, este libro es más una interesante lectura sobre el embarazo que un guía práctica y útil para el día a día. De formato más moderno que el anterior afronta los temas desde una perspectiva más positiva incidiendo en la experiencia que el embarazo supone y menos en aquello que puede y debe preocupar a la embarazada.


Duérmete, niño
Eduard Estivill y Sylvia de Béjar
Debolsillo
Páginas: 160
Precio: 9,95 euros


Polémico libro donde los haya. Si de los artículos de prensa que he leído sobre él tuviera que hacerme una idea, ésa sería que el padre debe ser un monstruo frío que resiste a los lloros de su hijo tras la puerta, agazapado y con cronómetro en mano en busca de su propio descanso.

Pero también cuenta el boca a boca, y la verdad es que basta contrastar las ojeras de los conocidos que no han empleado el método porque aseguran que no se puede ser tan cruel con los niños o que con sus hijos no hay forma, con las de aquellos que parecen descansados y frescos después de haber memorizado cada párrafo del libro.

Y una vez leído, parece que el peso de todo el sistema se apoya en la rutina más que en “dejar llorar”. Sólo creando una rutina (que incluye la disciplina en los horarios, la diferenciación entre el sueño diurno y el nocturno, la cuna, los juguetes, etc) se puede infundir al niño la seguridad y confianza suficiente para lograr que se duerma sin necesidad de agotar el repertorio de nanas o de pasar largas horas acunando al bebé en brazos.

Lo que parece claro es que sólo la creación de esa rutina desde sus primeros días favorecerá el descanso de toda la familia y evitará recurrir al cruento llanto del niño desconsolado.

Como cualquier teoría, sólo importa su eficacia en la práctica (y en mi caso concreto, ser la excepción no me serviría de consuelo) supuesta la firmeza suficiente para no derretirme ante la primera amenaza de gimoteo.

Conste que en estos primeros días no voy por buen camino...

Todo un mundo de sensaciones
Elizabeth Fodor y Mª Carmen García-Castellón
Ed. Pirámide
Páginas: 376
Precio: 27,00€


Este libro pretende ser una guía para que los padres puedan ayudar a su pequeño a adentrarse en un nuevo mundo totalmente desconocido. Las autoras explican que la impresión que del parto se lleva un niño puede ser similar a la que nos llevaríamos nosotros si fuéramos secuestrados por unos alienígenas y llevados a vivir en Marte, con su atmósfera (si es que se puede hablar en esos términos), su gravedad diferente, etc. El esfuerzo de comprensión debe llegar en estos primeros seis meses a través de los sentidos, que es lo que comunica fundamentalmente al bebé con su entorno.

Para ello, se nos ofrece un completo resumen de juegos, técnicas y masajes propios para ir desarrollando la confianza del niño, facilitando su movilidad, su curiosidad y ganándonos su afecto desde el primer día.

Al final de cada capítulo se recoge una ficha resumen de estas actividades propuestas para el mes de que se trate lo que sirve como una estupenda guía esquemática para no olvidar nada. 

Y no es que uno pretenda aplicar todo lo que ha leído. Presumo que finalmente la iniciativa y la intuición paternas pueden resultar más eficaces, pero tener una base mínima (e incluso teorías contrapuestas) puede ser un buen punto de partida.


Prepárate Papá: una guía para padres novatos
Gary Greenberg y Jeannie Hayden
Ed. Grijalbo
Páginas: 240
Precio: 14,50€

Por último, una lectura más cómica en la que se ironiza con los miedos del padre, ese ser torpe que parece quedar apartado de la inicial relación madre-bebé pero que también puede aportar su grano de arena respecto del nuevo habitante de la casa.

Al padre novato se le trata de aleccionar en aspectos tales como la diferencia entre el hermoso aspecto de los bebés de los anuncios televisivos y el engendro que el ginecólogo le entregará en el momento del parto: Un niño amoratado, con la cabeza algo deformada, los ojos hinchados, tal vez cubierto de sangre y con una gruesa capa de vermix que le hace parecer un extraño ser de otro mundo.

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También explica de manera simple (no olvidemos que este libro está escrito para hombres) cómo sacar los gases al niño o cómo sostenerle sin que su cabeza se descuelgue como la de una marioneta. Cómo fabricar los primeros juguetes y cómo emplear al bebé como disculpa para evitar visitas a familiares indeseables (también nos alienta a comprobar cómo aumenta nuestro atractivo ante los ojos de todas las mujeres de mostrándonos como verdaderos padrazos). En definitiva, procura asegurar el papel del padre sin que su orgullo propio se resienta.

Para poder hacerse una idea de este libro, se puede consultar la página de la versión original (http://www.beprepared.net/).



Y esto es todo. Vuelvo a cambiar pañales y a olvidar todo lo leído y aprendido hasta ahora.

11 de julio de 2010

La hija de Robert Poste (Stella Gibbons)



¿Qué tenemos si unimos una novela rural inglesa, sus pasiones ocultas y su parte de brutalidad, con las novelas urbanas, mundanas y autocomplacientes de los años de entreguerras? La respuesta es fácil: La hija de Robert Poste. Dos mundos que raramente se encuentran, que más bien se evitan, pero que entran en contacto (ebullición más bien) para disfrute de los lectores

Veamos. La "hija de Robert Poste" (como se empeñan en llamarla los protagonistas de la novela, desdeñando su verdadero nombre, Flora) queda huérfana a la edad de veinte años. Ante lo escaso de la renta anual heredada decide vivir a costa de sus parientes. Para decidir con quiénes de ellos se instalará escribe una misiva a cada rincón de Gran Bretaña y espera a recibir los diversos ofrecimientos antes de tomar la decisión.

La última carta que envía es a una remota granja de Sussex llamada Cold Comfort Warm, precisamente el título original de la novela, habitada por unos parientes a los que no ha conocido hasta la fecha y que resultan los únicos que parecen aceptar su propuesta de acogerla bajo su techo. Pero el ofrecimiento llega envuelto en misterios que aún atraen más el interés de Flora. Ciertos derechos que le corresponden y alguna ofensa contra su padre parecen ser el origen de cierto sentimiento de culpabilidad hacia la joven al tiempo que se la teme.

Instalada poco después en la granja se encontrará con un panorama desolador. La casa es grande, descuidada y sucia. Sus familiares parecen más inclinados a la pendencia y la lucha por el poder de la granja que al trabajo en común. El ambiente opresivo, enrarecido y asfixiante viene presidido por Ada Doom, la tía de Flora, una extraña anciana, encerrada en su habitación, que tan sólo baja a las estancias comunes dos veces al año para llevar a cabo lo que denominan el “recuento”, una ceremonia, con tintes feudales, en la que la tía cuenta a los presentes para comprobar quiénes han muerto desde el último recuento.

Flora deberá enfrentarse a la palpable tensión sexual que parece alentar los movimientos de la mayoría de sus primos. El símbolo de esa represión sexual parece simbolizarse en una extraña planta, la parravirgen, a cuyo florecimiento se desatan las más bajas pasiones de la parte masculina de Cold Comfort Warm. Flora es una joven resuelta y dotada de una firme voluntad por lo que al poco de llegar decide tomar resoluciones firmes para cambiar el estado de las cosas enfrentándose incluso a la tía Ada si fuera necesario.

Si logra o no su objetivo y las artimañas que teje con tal fin quedarán de momento ocultos pues en ellas reside gran parte del interés de la novela. Bástenos saber que los actos de Flora se inspiran en su habilidad para diseccionar los verdaderos sentimientos de sus familiares, sepultados bajo una capa de bestialidad que el ambiente parece propiciar y en las sabias máximas recogidas en El sentido común de índole superior del Abbé Fausse-Maigre. Estas máximas son buena prueba del sentido crítico de la autora contra una literatura moralista aún pujante desde los tiempos victorianos.

Stella Gibbons publicó esta obra en 1932 después de haberse dedicado durante varios años al periodismo en el Evening Standard. De esta época conserva su habilidad para las frases directas y sencillas, su estilo desenvuelto y el ritmo trepidante de la acción. Pero, por encima de todo, Gibbons, destaca por su ironía irreverente. No creamos que esta cosmopolita mujer se pone de parte de Flora en su esfuerzo por civilizar el mundo rural y tenebroso que envuelve a la granja. Antes bien, donde su ironía brilla de manera más elegante y fina es precisamente cuando la emplea en poner en evidencia el mundo de las fiestas londinenses, su frivolidad, el papel de las mujeres en esos ambientes y las intrigas para conseguir un buen matrimonio (no necesariamente un buen marido).

La ironía y el humor de Gibbons se derrama en todas direcciones. Ridiculiza el primitivismo rural, pone en evidencia a sus contemporáneos, a los estirados intelectuales, a los predicadores, a quienes reprueban los métodos anticonceptivos, en fin, una lista interminable.



Y la ironía bien entendida comienza por uno mismo, así que Gibbons se pone a ello. En la dedicatoria del libro (a un ficticio caballero llamado Anthony Pookworthy, trasunto del novelista Hugh S. Walpole con el que la periodista mantuvo serias diferencias) afirma: “he empleado cerca de diez años de mi vida creativa en las tareas vulgares y carentes de sentido propias de los trabajos periodísticos. Sólo Dios sabe el efecto que semejantes ocupaciones habrán tenido en mi producción de verdadera literatura.” Pero la burla va un paso más allá y para facilitar que el lector encuentre aquellos pasajes que la propia autora considera más “literarios”, al igual que la guía Baedeker, señala con una, dos o tres estrellas los mejores párrafos, aquellos en los que su pluma brilla con luz propia; el resto habrá de suponerse mero esbozo de escaso interés.

Sus disparos alcanzan también al mundo intelectual del Londres de su época no quedando bien parados los miembros del Círculo de Bloomsbury o aquellos otros excéntricos que tratan de escandalizar a la sociedad con sus teorías o su conducta. Así, crea la figura de Myburg, escritor londinense residente temporal en un pueblo próximo a la granja que trata de cortejar a Flora y cuyas obsesiones sexuales le colocan de hecho al mismo o más bajo nivel que el de la mayoría de los rústicos aldeanos que le rodean y a los que desprecia.

Myburg está embarcado en la escritura de un libro sosteniendo una curiosa teoría sobre las obras de las hermanas Brontë. Según sus investigaciones, apoyadas en unas cartas recientemente descubiertas, el alcoholismo de Branwell no era sino una estratagema para ocultar el de sus hermanas. Con similar fin, las obras que él escribía se publicaban a nombre de las hermanas. Se cree que este personaje (y su perversa idea de las relaciones amorosas) es una burla sobre D.H. Lawrence pero sirve principalmente para conectar la trama de La hija de Robert Poste con Cumbres Borrascosas, obra con la que comparte numerosos elementos, salvo la mirada irónica e irreverente, claro está.

La Literatura parece, por tanto, uno de los principales nutrientes de esta novela ya que, igual que ocurre con el Quijote (no nos alarmemos, las distancias son evidentes), toma elementos de aquellos géneros que la autora desea ridiculizar y con su sentido del humor los pone al descubierto ridiculizándolos.

Esta obra pasa por ser una de las novelas más divertidas de la Literatura inglesa del siglo XX y su éxito inmediato llevó a Gibbons a una fama y reconocimiento de los que aún goza en los países anglosajones, pese a que no volvió a repetir semejante éxito con sus obras posteriores de similar estilo. Sin embargo, no creo que por divertida el lector deba esperar una comedia desenfrenada que levante carcajadas que entorpezcan la lectura. Más bien el divertimento vendrá de la mano de eso que algunos conocen como “humor inglés” y que aunque no sepamos definir nítidamente consiste, entre otras cosas, en combinar situaciones cotidianas con grandes absurdos, un generoso recurso a los juegos de palabras e ingenio, oponer nuestras ideas y costumbres al filtro de la ironía y, en definitiva, tomarnos un poco menos en serio.



Lo que Stella Gibbons no pudo vislumbrar fue que, pese a que su novela transcurre en un futuro próximo a la fecha de su publicación, la Inglaterra real de finales de los años treinta y comienzos de los cuarenta viviría trágicas escenas bajo los bombardeos nazis que se llevarían por delante gran parte del mundo que describe. Los lectores actuales apenas pueden sentirse identificados con el ambiente recreado por Gibbons lo que no impide que saquen provecho de su lectura.

Impedimenta ha preparado una espléndida edición de esta novela con un breve prólogo y traducción de José C. Vales. Por lo general, un traductor debe pasar inadvertido (aunque entiendo que no todos opinarán del mismo modo) logrando que el lector apenas perciba que el texto que lee ha sido escrito en idioma diferente al que tiene ante sus ojos. Sin embargo, en ocasiones es preciso que el traductor (a veces también el editor) salga a la luz para aclarar determinados aspectos que, de otro modo, pueden resultar confusos o dificultan la comprensión y disfrute del texto. Por ejemplo, gran parte del humor de la novela reside en la elección de los nombres de sus actores o de los lugares. En este caso, Vales ha sabido aportar las pinceladas necesarias para lograr ese propósito, aclarando algunos juegos de palabras o precisando aspectos familiares para los lectores de su tiempo, no para los actuales, evitando un protagonismo que corresponde a un texto que, por otro lado, ha sabido traducir de un modo que Flora habría descrito con sus propias palabras como “encantador”.


27 de junio de 2010

El maestro y Margarita (Mijaíl Bulgákov)


En los duros años treinta, la URSS vivía envuelta en un ambiente de grisácea pobreza y miedo atenazante. El hambre causaba estragos y era empleada como arma política para la eliminación de enemigos de la Revolución -reales o imaginarios- como el campesinado ucraniano. La delación era un temor con el que había que convivir: todos sabían lo que suponía una citación de la policía pero nadie era capaz de averiguar los motivos de la misma. La paranoia de Stalin impulsó unas purgas que acabaron con millones de ciudadanos encarcelados, expulsados del país o condenados a muerte en uno de los episodios más sanguinarios de la historia del siglo XX.

Pero todos estos sufrimientos quedaban justificados como medio para alcanzar una nueva sociedad. Ese nuevo mundo requería crear paradigmas propios en todos los órdenes de la vida y acabar con cualquier rémora del pasado. Nuevas leyes, nuevas reglas sociales, nueva forma de producción, nueva educación, pero también un nuevo Arte, alejado de los parámetros burgueses. Un Arte que reflejase ese titánico esfuerzo por imponer los ideales del Comunismo y que diera cuenta de la cruenta lucha que se estaba llevando a cabo. Había nacido el realismo socialista.

Sin embargo, bajo esa capa de oficialismo inmovilista, un escritor conocido fundamentalmente por su dedicación al teatro, trabajaba con ahínco en una obra que contravenía todo lo que se movía a su alrededor. Lo que escribía subvertía el orden vigente; desde las premisas artísticas del Estado a las posturas sociales más ortodoxas. Una obra que criticaba la opulencia de unos pocos, la docilidad de la clase intelectual o el adoctrinamiento de los literatos y que cuestionaba de manera radical ese principio de realismo y de finalidad aleccionadora e instrumental que se atribuía a cualquier manifestación artística. En definitiva, se trataba de una obra burguesa que es la etiqueta que justificaba la exclusión de los desafectos al Régimen.

Y es que Mijaíl Bulgákov escribió una novela fantasiosa, en ocasiones próxima a la fábula infantil, en otras a los relatos góticos, enormemente corrosiva, tremendamente divertida y eminentemente inútil (al menos, inútil a los ojos de un censor soviético). No es de extrañar que hasta 1966 no viera la luz en una versión mutilada por la censura. Habían transcurrido veintiséis años desde la muerte de su autor, pero la fama de este libro sólo ha crecido desde entonces, trascendiendo a su época y siendo una referencia para lectores de cualquier pelaje.

Nada sabemos de los motivos que impulsaron a Bulgákov a dedicar su talento a esta novela desconcertante puesto que no debió albergar duda alguna sobre la imposibilidad de su publicación. ¿Escribió para la posteridad sabiendo que la locura de los líderes siempre es transitoria y que antes o después habría un cambio que favorecería su publicación? Tal vez.

Prefiero pensar que El maestro y Margarita fue escrita a impulsos de su ironía, regocijándose en las desternillantes escenas en las que sus personajes trastocaban todo el orden anodino de las calles moscovitas, haciendo saltar por los aires la dictadura de lo real y razonable. En su ensueño, ejecutó su cruel venganza por el rechazo de Stalin a su solicitud de salida de la URSS, por su apartamiento de la vida pública y el riesgo constante de ser deportado. Bulgákov no emigró a tierras extranjeras como tantos otros, su refugio y exilio fueron su imaginación y su talento. Bulgákov escribió varias versiones de este libro y no la dio por finalizada, por lo que la versión final fue concluida por su esposa.


Pero, ¿qué narra la historia de El maestro y Margarita? La trama conductora es muy sencilla: el Diablo y una pequeña comitiva estrafalaria -incluye por ejemplo a un gato que se comporta como un hombre, o tal vez, un hombre con apariencia de gato- llegan a Moscú y allá por donde pasan se suceden los más inverosímiles acontecimientos. Arden las casas, el dinero pierde su valor convertido en etiquetas de botellas de vino, honorables ciudadanos aparecen repentinamente en Yalta o Leningrado, hermosas damas se convierten en brujas con escoba voladora, ...

En torno a esta trama principal se agrupan otras dos narraciones. La primera es la historia de amor entre Margarita y un escritor algo mayor que ella cuyo manuscrito sobre la vida de Poncio Pilatos ha sido rechazado por las editoriales moscovitas llevando casi a la locura al autor. Igual que Bulgákov quemó el manuscrito con la primera versión de esta novela, en una autoparodia, el maestro quema su manuscrito. Pero en la novela, reino de la imaginación, Voland entrega una copia intacta al maestro evitándole así el trabajo que le supuso a Bulgákov reescribir toda la obra. 

Margarita es elegida por Voland para acompañarle en el Gran Baile del Plenilunio Primaveral, una fiesta que cada año se celebra en un lugar diferente y al que acuden unos invitados bastante especiales. En agradecimiento al papel de Margarita en dicho acontecimiento, Voland –como un pequeño genio embotellado- concede un deseo a la joven, que no es otro que el de reunirse nuevamente con el maestro rescatándole así del sanatorio y reencontrándose felizmente.
l tercer hilo argumental lo forman pasajes de la novela del maestro: la historia de Poncio Pilatos, de su encuentro con el vagabundo Ga-Nozri al que no se atreve a salvar de la condena a muerte que le propone Caifás pese a creerle inocente.

Estas tres tramas se entretejen a lo largo de las páginas de El maestro y Margarita si bien la historia de Poncio Pilatos, aunque bien construida y en un estilo realista muy diferente al del resto, parece algo ajena al conjunto de la novela. Hay quien sostiene que la figura del tribuno romano es una referencia al propio Stalin pero no se terminan de ver elementos suficientes que acrediten dicha opinión. Más bien creo que actúa como contrapunto de la historia sobre Voland ya que, al igual que Bulgákov nos ofrece una peculiar visión de Satán, también la figura de Jesús resulta más humana y menos mística que las hagiografías al uso.

Y es que Voland es un Satanás un tanto especial. No se puede negar que resulta simpático. La mayor parte de sus felonías las cometen sus secuaces, pero más a modo de juego infantil y caprichoso que con maldad. Asaselo, Koróviev y Popota se divierten burlando a las milicias, irrumpiendo en una tienda para extranjeros con el ánimo de comprar un arenque o incendiando apartamentos llevando hasta el límite de la locura a quienes se cruzan con ellos. Es éste un diablo particular que no busca especialmente el mal y que, con su poder, parece impartir una cierta justicia poniendo en evidencia a los mezquinos burócratas que se cruzan a su paso. No es por tanto un remedo del Fausto de Goethe (aunque de él tome muchos elementos), sino una creación original y propia de Bulgákov.

La edición de Debolsillo se inicia con un prólogo de José María Guelbenzu que ayuda a poner en contexto esta obra y que facilita el inicio de la lectura dejando cumplida constancia de su admiración por esta obra. La traducción de Amaya Lacasa aporta los matices suficientes para disfrutar de esa mezcla de estilos y técnicas que se conjugan en El maestro y Margarita y que abarcan desde el realismo a las imágenes más poéticas.

El epílogo esconde una brillante ironía, una cruel burla al tiempo en que fue escrita. Al hilo de las investigaciones policiales abiertas para esclarecer los motivos del desbarajuste caótico que se ha adueñado por unos de días de Moscú, se adereza una versión asumible en los informes oficiales. Donde hubo masas caminando por las calles con lujosos vestidos o con los bolsillos repletos de dinero que luego desaparecía, encontraron meros ejemplos de hipnosis. Donde las personas eran transportadas a miles de kilómetros sin saber cómo, realmente se estaba ante actos de desaprensivos amigos del vodka. Todo tiene explicación. Los propios afectados asumen su parte de culpa, firman confesiones y creen la versión que se les presenta ante sus ojos. Un claro remedo y burla de las purgas de Stalin en las que muchos de los ejecutados confesaban cualquier tipo de culpa, no siempre gracias a la tortura como señala Vasili Grossman en Todo fluye.

Así, El maestro y Margarita concluye como lo que es, un brutal desafío al realismo socialista. Ridiculiza a las milicias, al espionaje de las vidas privadas, a quienes dudan de la existencia de lo inmaterial,... Es un desafío y un alegato a favor de la imaginación más desbordante, un homenaje al romanticismo y al lirismo. Y ello, ¡gran provocación!, olvidando que toda obra debe responder a una finalidad clara, ser un eslabón más en la cadena que nos lleva al hombre nuevo, una lección para el pueblo. No, El maestro y Margarita no enseñó nada al pueblo soviético puesto que no pudo ser leída en su momento. La pregunta es si aún hoy podemos aprender algo de su lectura; y la respuesta será evidente para todos los que hayan disfrutado de estas páginas.

13 de junio de 2010

Branding Universitario: Marcando la diferencia (Miguel Carmelo y Sergio Calvo)


Nunca se ha debatido tanto en torno a la educación como en nuestros días. Se discuten sus métodos, la autoridad del profesor, las materias troncales, su contenido y sus horas de enseñanza semanal (ganar una hora para las matemáticas o la lengua parece guardar la clave del cambio de nuestro modelo, sin importar en apariencia la calidad de esas horas). Y todo ello mientras en los índices comparativos que se publican, la calidad de nuestra enseñanza se aleja de los puestos de cabeza (en los que, de todos modos, tampoco se estuvimos nunca).

La cita que abre este libro es ya un clásico: "la vida es aquello que te ocurre mientras estás ocupado con otros planes" que le cantara John Lennon a su hijo y parece resumir perfectamente el sino de nuestra Educación. Mientras se debate si el profesor es autoridad pública para penar las agresiones de que es objeto o si la tarima es una rémora del pasado, los alumnos entran y salen de nuestro sistema educativo como de una cadena de producción de escasa eficacia y numerosos descartes.

En tan complejo y, por desgracia, ideologizado debate, la educación universitaria tampoco escapa de críticas. Cara, masificada, burocrática, ajena a la realidad, alejada de las necesidades empresariales, con escasa labor investigadora, ... En este desolado panorama han surgido en los últimos tiempos numerosas universidades privadas que han introducido cierto dinamismo en un sector caracterizado por un alto grado de intervención y fuerte resistencia al cambio.

Desde uno de estos nuevos centros -la Universidad Europea de Madrid- surge este pequeño libro (Branding Universitario: Marcando la diferencia) escrito por el presidente de la misma, Miguel Carmelo, y el director de su campus en Valencia, Sergio Calvo, en el que tratan de contribuir a este debate. Y el punto de partida no puede ser más original y polémico en nuestro contexto: la aplicación del marketing al mercado universitario.

Y es que en la imagen sagrada de la Universidad, nada parece más ajeno que la idea de mercado; pero tampoco nada es inmutable. Los autores hacen un repaso (una de las partes más interesante del libro) a la evolución de la Universidad desde su nacimiento en la Baja Edad Media, los esfuerzos por secularizarla, por adecuar sus enseñanzas a las necesidades de cada tiempo, su apertura democrática, tanto a nivel jerárquico como a nivel de acceso a capas más amplias de la población. Esta institución siempre ha terminado por adecuarse a las demandas de la sociedad y esto es aún más cierto hoy en día cuando su coste es tan elevado que ninguna sociedad puede permitir su ineficiencia.

Los autores definen lo que denominan el "equilibrio estratégico" de las empresas del Conocimiento como aquél capaz de aunar la excelencia académica con la excelencia empresarial al tiempo que procuran conjugar la promoción de una acción social responsable con el desarrollo individual de sus alumnos. Encontrar el equilibro entre estos elementos, muchas veces vistos como contrapuestos, es el pilar sobre el que se debate el liderazgo universitario en el futuro próximo.



También se trata en esta obra de superar la idea de que el marketing es mera publicidad, imagen sin nada detrás. Por contra, se defiende el marketing como la oportunidad para definir qué modelo de Universidad quiere ser cada centro, qué planes de estudio quiere potenciar, cuáles son sus ventajas competitivas frente a otras Universidades, a qué público van a dirigirse. Este esfuerzo por definirse es la base sobre la que se armonizarán el resto de actuaciones.

Un paso importante es la identificación del público al que va a ir dirigido el marketing. En una empresa tradicional, el público objetivo es el consumidor. En el caso de la Universidad el tema es algo más complejo. De una parte tenemos a los estudiantes, los usuarios propiamente dichos, que valorarán determinados aspectos de la Universidad (prácticas en empresas, apoyo al estudiante, programas de investigación y de intercambio con universidades extranjeras, actividades deportivas, instalaciones, etc) que difieren de los que valorarán aquellos que pagan los gastos (Estado y/o familias).

Pese a que el importe de las matrículas supone un porcentaje mínimo en la financiación de las Universidades públicas, tampoco podemos dejar pasar por alto que el coste de estancia y manutención para aquellos estudiantes que no residan en ciudades con Universidad, o sin la Facultad correspondiente, resulta más que prohibitivo sin que las ayudas públicas logren paliar esta situación.

En una época de recortes presupuestarios, el mantenimiento del gasto educativo puede estar amenazado (a fin de cuentas, este gasto es soportado por todos los ciudadanos y si la Universidad no cumple sus objetivos, la sociedad no obtiene el retorno de la inversión que tanto esfuerzo le supone en forma de impuestos). Por ello, cada Universidad pública se deberá esforzar por diferenciarse del resto en un afán por acreditar la rentabilidad social (que no económica) de su proyecto con el fin de pugnar por los fondos menguantes del Estado; pero también deberá demostrar la validez de su modelo frente a las nacientes Universidades privadas.

En el caso de estas últimas, el coste económico es soportado mayoritariamente por las familias. Pues bien, las Universidades deben justificar ante éstas el esfuerzo económico que se les exige y que, en última instancia, viene favorecido por las oportunidades de empleo al término de la formación universitaria. A mayores expectativas de colocación, mayor disposición a realizar un desembolso adicional.

Por último, no podemos dejar de lado a aquellos estudiantes que acceden en su edad adulta por primera vez a la Universidad o a aquellos que desean completar su formación mediante una segunda titulación o un curso de postgrado, tan de moda actualmente. Este tipo de cliente, cada vez más frecuente, requiere un tratamiento especial y diferenciado dado que su nivel de exigencia será muy superior al del resto de estudiantes. Sus objetivos y expectativas son muy concretas y para lograrlas están dispuestos a pagar un alto coste, tanto económico como de tiempo de ocio y familiar sacrificado.

Aunque propiamente no se pueda hablar de que los empleados de las Universidades sean sus clientes, el marketing tampoco puede dejar pasar por alto que, como en la mayoría de las empresas del sector terciario, los profesionales que se unen al proyecto son la clave para su éxito. Los mejores profesores son aquellos que logran motivar a sus alumnos para enseñarles a aprender, en el aula y fuera de ella. Son aquellos que les forman en las disciplinas que imparten, que hacen de ellos profesionales competentes pero también ciudadanos responsables. Son aquellos capaces de innovar, de abrir líneas de investigación, de crear claustros cohesionados que se convertirán en un activo para la Universidad en la que trabajen.

Baste con pensar en las grandes universidades americanas. Un alumno podrá elegir entre diversas Facultades de Economía en función de sus propias preferencias y conociendo qué tipo de orientación, de investigaciones y de proyectos que se lideran desde cada una de ellas. Igual ocurre con los estudios de Medicina, de Física o de Biología. La especialización es la clave de su éxito y ésta sólo llega de la mano de grandes claustros que ofrecen una imagen de marca propia. Pero lograr esta imagen es también labor del marketing, de nada sirven los mejores profesionales si no se les da a conocer.

Y las empresas. También ellas, públicas o privadas, demandan de las Universidades profesionales preparados, capaces de tomar decisiones por su cuenta, libres de una carga teórica que frene su pensamiento original y que condicione su actuación. Las empresas son, en definitiva, el destino último de la enseñanza universitaria. Una sociedad no necesita médicos si no es para que ejerzan la medicina, ni necesita abogados o psicólogos para mejorar la satisfacción personal de estos titulados. Por ello, la Universidad no puede dar la espalda a quienes reciben los frutos de su éxito o su fracaso.

La Universidad del futuro deberá contrapesar todos estos intereses para diseñar un modelo educativo que les dote de coherencia y a partir del cuál se pueda abordar la labor de definir hacia dónde queremos caminar.

Branding Universitario desarrolla todos estos temas y avanza diversos aspectos centrados ya en la teoría del marketing propiamente dicha pero con aplicación a este sector, si bien, lo realmente novedoso del libro son las ideas aquí resumidas, aquellas que rompen con una tendencia secular según la cuál, la Universidad debe centrarse en educar conforme unos programas establecidos, con escasa atención a los alumnos, sus necesidades reales y las de la sociedad que invierte en esta educación.

1 de mayo de 2010

Kafka. Imágenes de una vida (Klaus Wagenbach)




Klaus Wagenbach es un reputado editor alemán que durante la Guerra Fría jugó un importante papel en la vida literaria de la Alemania Occidental con su editorial Wagenbach Verlag, aún hoy editando libros. Sus primeros pasos en el mundo de la edición los dio en S. Fischer durante los años cincuenta, donde colaboró en la edición de El proceso.

De este conocimiento temprano nace la devoción de Klaus Wagenbach por el escritor checo, que le ha llevado a la publicación de diversas obras sobre su vida y su obra y a recorrer media Europa para conocer de primera mano aquellos lugares en los que Kafka vivió, a los que viajó o por los que simplemente pasó en algún momento de su breve vida. Fruto de este esfuerzo y dedicación, Wagenbach ha recopilado la más impresionante y completa colección de fotografías sobre el escritor que existe en la actualidad.

Como no podía ser menos, Klaus Wagenbach no ha resistido la tentación de publicar este legado fotográfico -en España, gracias a Galaxia Gutenberg- en un libro en el que los textos pasan a ocupar un segundo lugar, como breves pinceladas históricas y biográficas, cediendo total protagonismo a las imágenes. No se trata, por tanto, de un libro pensado para quienes quieran conocer a Franz Kafka. Todos los que compren el libro serán devotos admiradores a los que no es preciso aclarar mucho ante la fotografía del sanatorio de Kierling o del patio trasero de la fábrica de asbesto que tantos sinsabores llevó a la familia Kafka.

Cualquier lector potencial de este hermoso libro conocerá sin duda todos estos aspectos por lo que el texto no aportaría novedad y enturbiaría el disfrute. Lo que sí encontrará este lector ideal es la práctica totalidad de fotografías conocidas de Franz Kafka, junto con una espléndida colección de retratos familiares y de amigos; de edificios y lugares significativos en la vida de Kafka y una serie muy variada de imágenes de época que permiten hacerse una idea de otros aspectos de la vida de Kafka, como puede ser la del ambiente en las fábricas que debía inspeccionar o el de las calles de Praga, con sus castañeros y vendedores de café ambulantes.

Una imagen vale más que mil palabras –aunque dudo que un escritor, menos aún Kafka, admitiera este tópico- pero lo cierto es que estas fotografías permiten comprender perfectamente muchos aspectos de la vida del escritor de un modo que ni sus diarios reflejan. Paseando por sus páginas comprenderemos las ansias de prosperidad social que Hermann depositó en su hijo; absorberemos los orígenes modestos en Osek, las innumerables privaciones que gustaba relatar a sus hijos en las comidas. Hijo del carnicero, emigró a la capital donde se dedicó a la venta ambulante hasta su matrimonio con Julie Löwy, hija de un comerciante próspero de Podebrady. Fundar un establecimiento, dedicarse al comercio mayorista y mejorar la ubicación del negocio hasta alcanzar los bajos del palacio Kinsky fueron los hitos que acreditaban la verdad de un mensaje que su hijo se resistía a asumir: esfuerzo, perseverancia, disciplina y dedicación exclusiva al negocio.



Las fotografías del hijo -varón y primogénito- revelan ese deseo de ascenso social. Un niño siempre elegantemente vestido, que acudía al Instituto de Bachillerato de Lengua Alemana o que formaba parte de la exigua minoría de ciudadanos bohemios que accedía a la Universidad y al más reducido aún número que lo hacía en la Universidad Alemana de Praga (apenas 1.500 estudiantes). Para Hermann Kafka, la religión pasaba a un segundo plano como atestigua la fotografía de la invitación a la bar-mitsvá nombrándola como “confirmación” según la costumbre asimilatoria que trataba de borrar las distinciones entre las costumbres de los judíos y las cristianas.



Pero también nos toparemos con las imágenes de los amigos del escritor, poco adecuados a tales expectativas, amigos no muy del gusto del padre, que perdían el tiempo en discusiones filosóficas y en reuniones literarias en cafés.

La labor de Wagenbach es tan exhaustiva que ha logrado reunir imágenes de prácticamente todas las mujeres que recibieron las atenciones de Kafka, lo que incluye no sólo a Felice Bauer, Milena Jesenská y Dora Diamant. Junto a ellas podremos ver la famosa fotografía de Kafka en la que posa con bombín junto a un perro pero en la que, ya completa, se ve a la camarera Hansi Julie Szokoll.



También se muestra una borrosa imagen de Kafka junto a la hija de los vigilantes de la casa natal de Goethe, joven de la que Kafka se enamoró perdidamente durante su estancia en Weimar sin llegar nunca a manifestar su amor. Los sanatorios y, en general, los viajes de placer de Kafka fueron sus principal nutriente amoroso. Así, conoció a Gerti Wasner, “suiza”, o a Julie Wohryzek, a cuya relación se opuso con firmeza Hermann Kafka por su origen humilde lo que fue uno de los detonantes de la Carta al Padre.



Tras contemplar este extenso catálogo fotográfico nos veremos obligados a descartar la imagen del santo asceta que tanto se esforzó en propagar Max Brod.


También, frente a la consideración de un Kafka encerrado en los límites de Praga, y aún de la Ciudad Vieja, este libro pone imágenes a la más que notable vida viajera del escritos dado que la combinación de sus viajes de trabajo, los de placer y los trasiegos por diversos sanatorios de Centroeuropa, le llevaron a Paris, Venecia, Riva, Dinamarca, Munich, Berlín -donde llegó a residir junto a Dora Diamant-, .... Ha habido escritores más viajeros, sin duda, pero para un funcionario con escasas vacaciones, graves problemas de salud y que murió joven, podemos afirmar que tuvo algo más que esporádicas salidas. Baste contrastar sus periplos con la de muchos escritores españoles del siglo XX (con la excepción de los que tuvieron que partir al exilio) para relegar la imagen de una Praga devoradora a una simple metáfora.



Otro lugar común en torno a la vida de Kafka es el que le convierte en un funcionario gris de la maquinaria burocrática. Sin embargo, la obligatoriedad del aseguramiento laboral y la protección al trabajador eran materias punteras en su momento, campos novedosos en los que entidades como el Instituo en el que Kafka trabajaba crearon el marco en el que se desenvolverían prácticamente hasta nuestros días. Y dentro de ambiente "pionero" Kafka logró ocupar un relevante puesto en del Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo siendo bien considerado por sus responsables; prueba de ello fue la resistencia a concederle la jubilación anticipada pese a lo avanzado de su enfermedad. En esta obra Wagenbach selecciona una amplia colección de estampas de poblaciones a las que Kafka debía acudir para inspeccionar sus fábricas y talleres, postales enviadas desde alejadas poblaciones industriales bohemias y alguna selección de informes técnicos publicados por el esritor.


Wagenbach también nos permite atisbar la vida familiar de los Kafka con fotrografías de los abuelos y de una multitud de tíos y sobrinos entre los que destacan el tío Siegfred (que le serviría de inspiración para El médico rural), cuya vida de solterón empedernido y mujeriego pudo ser un referente para Kafka. También podemos ver algunas fotografías de Alfred Löwy, el tío de Madrid, y de una de sus tarjetas de presentación con dirección en la Estación de las Delicias. Veremos también a los primos que emigraron a América con diversa fortuna y que en tan gran medida impulsaron su inspiración al escribir El desaparecido, su novela americana.



Kafka, imágenes de una vida es una obra enriquecedora. En ella se recogen las habituales estampas que pueblan las biografías del escritor junto con un buen puñado de imágenes novedosas. La "ambientación" gracias a imágenes de lugares como pensiones, sanatorios, pueblos o fábricas ayudan a comprender mejor un tiempo en el que pasear por las calles de Praga resultaba azaroso, no por la multitud de turistas como hoy en día, sino por los tranvías de tracción animal o en el que la ergonomía en el trabajo no contemplaba que las secretarias tuvieran sillas con respaldo. Un tiempo en el que las pocas fotografías que se hacían llevaban aparejada una escenografía cuya pompa no buscaba otra que reflejar la prosperidad del retratado; tiempos en los que una clase de Derecho era cosa de apenas quince alumnos o en los que un paseo de diez minutos levaba desde el centro de la ciudad al campo y en el que asistir a una función de teatro en un café suponía enfrentarse a la autoridad paterna.

Todo esto nos ayuda a comprender Klaus Wagenbach; a comprende ese época, que en parte es la nuestra y de la que Kafka dijo: “Yo he asumido intensamente la negatividad de mi tiempo, que además me es muy cercano, y que no tengo derecho a combatir, pero que en cierta medida tengo el derecho de representar.”







Aprovecho para agradecer a F. Niñirolas la maravillosa cabecera con la que hoy se ha renovado la apariencia de Confieso que he leído.