Se
dice que cuando Kennedy fue asesinado el 22 de noviembre de 1963, los Estados
Unidos quedaron sumidos en un periodo de consternación trufado de rumores,
amenazas y miedos. Las esperanzas de un cambio político y generacional quedaron
cortadas de raíz y la imagen juvenil del Presidente fue sustituida por la mucho
más convencional de Lyndon B. Johnson. Todo volvía a su cauce.
También
se dice que ese periodo de temores generó un repliegue y una tensión soterrada que
fue transmitida a los más jóvenes, en sus últimos años de instituto. Una
generación demasiado joven para haber conocido el origen del rock and roll y
ser seguidores de Elvis, pero lo bastante interesada en la música como para no
aceptar los estereotipos con los que la industria musical quería barrer los
vestigios de ese movimiento que había nacido y crecido libre de su control.
Gracias a emisoras locales o estatales, con DJs independientes (Cousin Brucie, Murray the K y tantos otros) que impulsaban los discos al margen de consideraciones raciales o de buen gusto, estos chavales tenían una ventana abierta por la que dejar escapar la tensión y sacudirse el sopor invernal de aquel final de año lúgubre.
Y
así se cuenta que cuando el 17 de diciembre de 1963 se radió por primera vez I Want To Hold Your Hand en una emisora
(la WWDC de Washington) comenzó a rodar una bola que se convertiría en la beatlemania en estado extremo, más allá
de lo que hasta la fecha ya había ocurrido en Inglaterra y otros países
europeos.
En
efecto, I Want To Hold Your Hand fue
el primer disco de los Beatles publicado en Estados Unidos por Capitol, filial americana
de la EMI inglesa que poseía el catálogo del grupo. Hasta la fecha, y ante el
rechazo de Capitol, EMI había cedido los derechos de los primeros singles de los Beatles a un par de
pequeñas discográficas que apenas habían publicitado los temas. Pero todo
parecía haber cambiado. Sea por la necesidad de una válvula de escape, sea
porque este single encajaba mejor con
los gustos americanos que los previos, lo cierto es que en pocos días las
emisoras parecían dedicadas en exclusiva a propagar la música de los Beatles.
Dado
que apenas había material que radiar, el tiempo se ocupaba con noticias de todo
tipo sobre los cuatro músicos. Su apariencia (ningún adolescente sabía
realmente cómo eran), sus gustos, sus orígenes, sus influencias. Aún no se
había publicado oficialmente el single
en los Estados Unidos y ya era la canción del momento, generando un entusiasmo
fuera de control en torno al grupo.
Los
hechos siguientes son de sobra conocidos. I
Want To Hold Your Hand alcanzó el número 1 de las listas de éxito, Capitol
recuperó los derechos de todo el catálogo inglés de los Beatles y comenzó su
lamentable política de lanzar LPs con contenido diferente al de sus equivalentes
en el resto del mundo, saturando el mercado y copando el Top Ten americano con
sus canciones. Hubo una semana en la que entre los diez singles más vendidos
ocho eran de los Beatles. .
El
grupo viajó poco después a los Estados Unidos y a su llegada al aeropuerto
recientemente rebautizado Kennedy, fueron recibidos por una avalancha de
adolescentes (la mayoría a escondidas de sus padres, abandonando las clases).
Sus ruedas de prensa se convirtieron en un paseo en el que se ganaron a los
periodistas con su sentido del humor, permitiendo llenar decenas de hojas de
prensa con noticias alejadas de temas más dolorosos como la creciente
implicación de los Estados Unidos en Vietnam o la lucha contra la segregación
racial.
Su
actuación en el Ed Sullivan Show supuso durante años récord de audiencia y
expuso por primera vez al público americano la imagen de los Beatles. Sus pelos
largos causaron escándalo más allá de lo que había ocurrido en Inglaterra. Pero
su apariencia y su humor no parecieron despertar un rechazo frontal de los
padres más tolerantes. siguió un concierto en Washington y otra actuación en el
Ed Sullivan Show.
A
su vuelta a Inglaterra dejaron un país ávido por su regreso para la anunciada
gira veraniega. Nuevos discos mantenían el fuego crepitante y las giras de los
tres años siguientes cimentaron la adolescencia de muchos de los que acudían a
sus conciertos o simplemente se entusiasmaban con su música y lo que
representaban.
No
nos engañemos, los miles de adolescentes que llenaban los estadios no acudían a
un concierto de música. Su único deseo era compartir espacio con sus ídolos, respirar
el mismo aire o simplemente vivir una experiencia que se consideraba única. La
música era lo de menos.
De
hecho, los propios músicos eran incapaces de escucharse entre ellos con unos
equipos de sonido muy limitados que, muchas veces, se enchufaban directamente a
la megafonía de los estadios, con el consiguiente efecto de eco, retardo y
distorsión. ¿Cuál es el sentido de tocar música cuando nadie la escucha y tú
mismo no puedes mejorar porque no te escuchas?
Pero
la música terminó por triunfar mas allá del griterío, las carreras y os lloros.
Precisamente fue en los Estados Unidos donde los Beatles dieron su último
concierto, en el Candlestick Park de San Francisco el 29 de agosto de 1966
dando inicio a una etapa centrada en la grabación de música en el estudio
consolidando la tendencia de discos anteriores como Rubber Soul y especialmente Revolver.
Los Beatles pasaron al mundo de la contracultura con el Sgt Pepper's o Magical
Mistery Tour sin abandonar las listas de éxito. Y allí les siguieron sus
fans, perdiendo a algunos pero ganando a otros, hasta su disolución en 1970,
cerrando así la década que ayudaron a definir.
.
Este
viaje no tendría sentido sino fuera por quienes se vieron influenciados por
aquella música y aquel tiempo. Ellos son los protagonistas y su testimonio es
tanto o más valioso que el de periodistas o historiadores. Menos imparcial pero
más personal, directo y revelador de lo que ocurrió y sus causas. Cuál fue el
desencadenante, cuáles las claves de una histeria que desde fuera es difícil de
comprender.
We´re
Going To See The Beatles – An Oral History of Beatlemania as Told by the Fans
Who were There es precisamente lo que el título
describe, una historia construida por entrevistas a fans que vivieron aquellos
momentos. Kathy Albender, Leslie Barratt, Barbara Allen, Paul Chasman, Mary Ann
Collins, Linda Coopergrew, Douglas Edwards, Lila Kraal o Klaire Krusch son
nombres de algunos de los entrevistados que acudieron a recibir a los Beatles
al aeropuerto Kennedy en su primera visita, que los vieron en el Hollywood Bowl
o que estuvieron en el Shea Stadium.
Todos
ellos cuentan su experiencia, su necesidad de cubrir emocional y sentimentalmente
sus primeros años de juventud con una banda sonora, con una imagen y con un
estilo que no terminaban de encontrar. Todos cuentan el impacto inicial de la
música y, solo posteriormente, el impacto visual a través de la televisión o en
directo. La experiencia en los conciertos, donde muchas fans se hacían el firme
propósito de no gritar pero terminaban gritando, llorando y corriendo como
todas las demás, perdiendo zapatos pero conservando las entradas como recuerdo
hasta nuestros días.
Los
textos van acompañados de fotografías de los protagonistas antes de los
conciertos, en sus habitaciones empapeladas de fotos de sus músicos preferidos,
con sus vestidos tratando de asemejarse a la oda inglesa dando un tono más
personal e íntimo al relato.
El
libro se organiza cronológicamente y cada capítulo va precedido de una
explicación para poner en contexto las declaraciones posteriores lo que ayuda a
articular y dar coherencia a un relato que, de otro modo, resultaría inconexo y
fuera de contexto especialmente para los que no estén muy familiarizados con la
historia del grupo.
La
compilación es obra de Gary Berman y cuenta con un prólogo
de Sid
Bernstein, promotor, entre otros, del concierto en el Shea Stadium.
También prologa Mark Lapidos, organizador de The Fest For Beatles Fans
No
nos engañemos. El libro está escrito por fanáticos de los Beatles y es de
consumo interno, para conversos avanzados. No es un relato histórico de la
beatlemania en los Estados Unidos. Es más bien una ventana abierta para quienes
no pudieron vivir ese tiempo o quienes quieran recordarlo (a veces sólo lo
escrito ofrece legitimidad al recuerdo). Pero me resisto a creer que este libro
no pueda tener interés para otro tipo de lectores. Así, el relato de las
condiciones de vida americana es muy revelador. Cómo los jóvenes apenas salían
de sus casas sin sus transistores, a la espera de oír un nuevo éxito capaz de
cambiarles la vida, lo que solía ocurrir casi cada semana, como es habitual a
esa edad. Las tretas para evitar el férreo control de os padres sobre qué
discos comprar.
Cómo
se organizaban los conciertos de la época, plenos de amateurismo, en los que los Beatles no eran más que el último grupo
en un cartel en el que se mezclaban grupos de éxito con actuaciones más propias
del mundo circense o de la comedia. Cómo se trataba de manipular a los jóvenes
y volverles en contra de la música que amaban, especialmente durante la última
gira del 66.
La
segregación racial aparece con toda su crudeza, al igual que los problemas
adicionales de los jóvenes de colegios católicos donde seguir al grupo era un
auténtico problema, por no hablar de dejar crecer el pelo o llevar fotografías
de sus ídolos. También se pone de manifiesto cómo el negocio de la música de la
época estaba en manos de pequeños empresarios locales, capaces de alquilar
espacios que apenas reunían los requisitos de seguridad mínimos para acoger a
grandes multitudes exaltadas. También queda de manifiesto cómo los fans crecen
y maduran al mismo tiempo que su grupo, variando sus objetivos vitales y
tejiendo una relación permanente en el tiempo.
El
lector podrá pensar qué habría hecho en el caso de vivir aquel tiempo. Ceder a
la locura o si aferrarse a la cultura bienpensante. También me he preguntado
que habría hecho como padre, mejor aún, qué haré como padre cuando llegue el
momento y de qué lado estaré. Como advertía Dylan, otro genio de su tiempo,
pocos meses antes de I Want To Hold Your
Hand, “padres y madres de esta nación, no critiquéis lo que no sois capaces
de comprender”. Y para esto sirve el libro, para entender aquello que tal vez
no seamos capaces de comprendamos.