Mostrando entradas con la etiqueta Ariel. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Ariel. Mostrar todas las entradas

21 de junio de 2024

El último proceso de Kafka. El juicio de un legado literario (Benjamin Balint)



Ya hemos hablado en este blog sobre las instrucciones finales de Kafka a su amigo Max Brod (Los testamentos traicionados de Milan Kundera) o de cómo este amigo volvió a incurrir en terribles contradicciones en lo que se refiere a dejar atado y bien atado el futuro de su propio legado y del de los manuscritos originales que recibió como regalo de su amigo y que, por tanto, debían formar parte de su propia herencia (Los dibujos de Franz Kafka).


En El último proceso de Kafka. El juicio de un legado literario (Editorial Ariel, traducción de Joan Andreano Weyland), Benjamin Balint nos describe el complejo entramado jurídico que se abrió tras la marcha de Brod de Praga una fría noche del mes de marzo de 1939, cargando apenas con una maleta repleta de fotografías y recuerdos, de manuscritos propios y de Kafka.


Y aquí comienza ese periplo jurídico confuso del que haremos un breve resumen. Una parte de la obra original de Kafka era propiedad de su familia en tanto que herederos, y así se dispuso de ellos, tanto para su distribución literaria a nivel mundial, como para su entrega física a la Biblioteca Bodleiana de Oxford.


Sin embargo, otra parte de los legados de Kafka, así como otros materiales diversos como fotografías, cuadernos varios, manuscritos, ... pertenecían a Brod al haber sido recibidos como regalo o por haberlos rescatado directamente de la papelera de su amigo. Como muy bien decía Brod, lo que yo no salvé, se perdió definitivamente.


Ya en Israel, Brod trabó amistad con el matrimonio formado por Otto y Esther Hoffe, ambos también de Praga, si bien se conocieron en Tel-Aviv. Esther trabajó como ayudante y secretaria de Brod, hasta el punto de que éste le donó en documento privado los objetos que poseía de Kafka en 1947, ratificando el acto en 1952, con el fin de que pudiera disponer de ellos y, a su muerte, hacer entrega a alguna biblioteca pública, como la de Israel o similar. Ya en 1973, tras la muerte de Brod, Esther quiso disponer de parte de ese legado entregando manuscritos al Archivo de Literatura Alemana de Marbach. Sin embargo, esta transmisión no fue pacífica puesto que requirió la autorización de la justicia israelí que ya entonces comenzaba a plantearse asuntos como la posibilidad de declarar patrimonio nacional determinadas obras de judíos ilustres con preferencia a los legítimos derechos de propiedad de sus titulares. Sin embargo, en esta ocasión, Esther Hoffe se salió con la suya.


Cuando Esther fallece, ya en en 2007, a los 101 años, sus dos hijas acuden al notario a fin de legitimar el testamento de su madre mediante el que las nombra herederas universales. Por el camino Esther había heredado también la obra de Max Brod. Es aquí cuando el estado israelí comienza una pugna por evitar que las obras de Brod y Kafka pasen a manos privadas y alegan todo tipo de argumentos para hacerse con las mismas.


Entre estos argumentos consta el propio testamento de Brod que indica que Esther Hoffe podía disponer en vida de los manuscritos previamente donados por Brod pero que, a su muerte, debía hacerse entrega a una institución preferentemente israelí. Las hijas de Esther tienen a su favor el pronunciamiento derivado de la controversia de 1973 así como las dudas acerca de si los papeles de Kafka debían formar parte del legado de Brod o si ya habían salido del mismo por la donación privada a favor de su madre que se remontaba a finales de los años cuarenta del pasado siglo. Sea como fuere, se requirió el pronunciamiento de diversas instancias judiciales, llegando finalmente el asunto al Tribunal Supremo israelí quien ratificó todas las decisiones previas en contra de las Hoffe.


Si bien Balint dedica gran parte del libro a esta controversia judicial, como no puede ser de otra manera a la vista del título de la obra, lo cierto es que el volumen va mucho más allá y se convierte en un importante documento para reflexionar sobre el valor de los legados, la conservación de las obras maestras de nuestro tiempo, a quién pertenecen las mismas, las luchas nacionalistas y las consecuencias de un sentimiento de odio y culpa derivado de la Shoah que aún sigue afectando a las relaciones entre Alemania e Israel.

 

Vayamos por partes y remontémonos a los comienzos del siglo XX en la fría Praga en la que Kafka y Brod se conocieron trabando una amistad a todas luces improbable. Brod era enérgico, prolífico, confiado, con alta autoestima allí donde Kafka era apesadumbrado, reacio al elogio y a la autoindulgencia, cada línea que escribía era fruto de un gran esfuerzo que solía ser despreciado. Y pese a ello ambos mantuvieron una amistad constante, no sin sus altibajos, durante el resto de la vida de Kafka. Viajaron juntos a París, Suiza o Italia. Iniciaron una novela a dos manos. Planearon un negocio sorprendente anticipando el éxito de las guías Lonely Planet. Brod le publicitó e hizo las funciones de agente literario confiando en todo momento en la calidad de su obra.


Algunos de los capítulos de este libro dan fe de esa hermosa relación en la que el exitoso Brod es capaz de reconocer sin embargo, que el verdadero talento lo tiene su amigo y, en lugar de sufrir por ello, le empuja y anima, ayuda e incluso se encarga de la publicación póstuma de toda su obra dejando en segundo plano la suya propia.


Y continuamos así recorriendo la vida del amigo de Kafka tras la muerte de éste. El libro se torna en un periplo agridulce que da fe de los esfuerzos de Brod por dar a conocer al público la obra inédita de Kafka en un periodo tan complicado como el de entreguerras cuando la amenaza nazi ya comienza a materializarse, cuando su nombre aparece en las listas de autores prohibidos, cuando publicar supone un riesgo para la vida. Y en ese contexto Brod se afana en editar, recomponer, reordenar, titular y suprimir pasajes de los manuscritos de su amigo para conseguir versiones casi plenas de obras inacabadas y fragmentarias.   


Y no solo eso, también pone los primeros ladrillos del inmenso edificio de la kafkología publicando biografías, adelantando interpretaciones, sugiriendo una intención oculta en Kafka que trata de hacer coincidir con la suya propia. Y es tan grande su éxito en esta labor, que la obra de Kafka alcanza un reconocimiento mundial sin parangón. Y pronto llegan las críticas a su labor, a sus dudosos métodos, a su actuación como si fuera el propio escritor, como si la autoridad que emana de su amistad le confiriera los mismos e iguales derechos que al propio escritor. La publicación de testimonios de otros amigos de Kafka, de cartas y diarios, el estudio de los manuscritos en Oxford, todo ello termina por revelar algunas actuaciones no muy ortodoxas del infiel albacea.  


Es este Brod cuestionado y superado por una crítica metodológica contra la que no tenía suficientes herramientas ni conocimientos el que le hace pasar por un personaje algo antipático en nuestros días. Y es aquí donde Balint nos abre los ojos a un Brod distinto. Nos habla de cómo este incansable y voluntarioso hombre que se había convertido en una figura central de la vida cultural y política de Praga, en cierto modo de toda centroeuropa, que se carteaba con Stefan Zweig y otras tantas figuras relevantes de su tiempo, que había sido un gran impulsor y propagandista del sionismo y que, pese a ello, había gozado del respeto de los checos tras la creación de la República Checoslovaca, tuvo que rehacer su vida en esa patria anhelada de Palestina y cómo poco a poco todo su prestigio y labor quedó ensombrecida por la larga figura de su amigo Kafka.


Porque, llegado a Tel-Aviv, apenas pudo recuperar su impulso literario, su genio para trabar relaciones y crear círculos artísticos, revistas, organizar exposiciones o cualquier otro tipo de actividad para las que tanta facilidad había demostrado en su vida anterior.  


Porque lo cierto es que, aunque pronto obtuvo un discreto puesto en el naciente teatro oficial de la ciudad al concluir la guerra, su paso por esa institución se reveló más bien como un modo de apartamiento, de alejamiento oficial de todo tipo de acción relevante.


Brod, que supo hacerse un hueco en la complicada vida cultural centroeuropea, más allá incluso de Viena, que publicaba de manera incansable en todo tipo de revistas, que prolongaba sin tregua, que ejercía de agente literario de sus amigos, Kafka en especial, que pese a ello no dejaba de lado el activismo político y que, más aún, combinaba su vida matrimonial con continuas relaciones extramaritales, no pudo recrear siquiera en una mínima expresión todo aquel ímpetu y protagonismo. Así, pasó los años desde 1939 hasta su muerte en 1968 sumido en un destierro triste y gris. Y es doblemente terrible porque el alejamiento de la tierra natal siempre es doloroso, pero Brod creía ir a un lugar que era el destino sionista por excelencia, la nuEva tierra prometida en la que los judíos podrían liberarse de todos los yugos del pasado. Pero no eligió bien. Así como otros marcharon a Inglaterra, a Estados Unidos, él optó por la coherencia, por una promesa de Estado que aún tardaría años en materializarse y a la que creía poder contribuir.


Sin embargo, nada salió como esperaba. La escasa vida cultural de la futura capital israelí le ignoró de manera continua. No ayudó el hecho de que Brod fuera germanoparlante en un momento en el que los alemanes amenazaban a todos los judíos del mundo, cuando los italianos bombardeaban Tel-Aviv con sorprendente eficiencia, la que no hallaron para ocupar Malta, por ejemplo.


Tampoco ayudó el hecho de que parte de sus intentos de publicar nuevas obras lo fueran en alemán o de que tratase de separar este idioma de los actos de una parte de quienes lo hablaban. Una coherencia que sabemos no siempre es fácil de asimilar por quienes se ven repentinamente liberados de la opresión del pasado. No en vano, todavía la programación de un concierto con obras de Wagner es todo un ejercicio de riesgo en ese país


Brod murió solo, olvidado de todos, con una obra sumida en el olvido. Apenas había una sola librería en Israel que tuviera algún libro escrito por él a la venta. Ninguno en hebreo, todos en ediciones antiguas. Un destino triste.


Y junto a la reivindicación de la vida de Brod, Balint  también nos hace el retrato equivalente las Hoffe, la madre Esther y sus dos hijas Eva y Rut. Esther, quien dedicó su vida a acompañar a Brod en su trabajo y de quien se dice que mantuvo una relación con éste, hecho no muy contrastado, jugó un papel crucial en la vida de Brod ya que era una de las pocas personas en quien podía confiar. Pero la soledad de Brod parecía extenderse en todos aquellos que le rodeaban y así, también las hijas de Esther soportaron una tremenda presión durante el juicio. Balint  traba una cierta relación con Eva al cubrir el procedimiento judicial y nos traza un certero retrato de la desesperanza y desengaño en que vivió sus últimos años, perseguida por una campaña que trató de ridiculizarla y minusvalorarla, de mostrarla como incapaz de tutelar un legado tan impresionante como el que recibió de su madre. Por contra, Eva se veía como un mero actor secundario en un juego, consecuencia del cual, sus vidas fueron pasadas bajo un rodillo implacable.


Porque, y aquí llegamos al último punto tratado por el autor de este libro, el proceso judicial ponía de manifiesto cuestiones más generales que trascendían realmente a la posesión de unos papeles con más de cien años de antigüedad. Lo que estaba en cuestión era el derecho del estado israelí a poder considerar como patrimonio nacional la obra de cualquier judío con independencia del lugar en el que vivieran o la lengua en que escribieran. Y esto, sin duda, entraba en conflicto con el mismo derecho de otras naciones para las que la obra de un autor en su lengua, escrita en su territorio, con independencia de su religión, formaba parte de su legado nacional. ¿Podría acaso Austria renunciar a la figura de Freud o Zweig? ¿Podría Alemania dejar escapar la obra de uno de los autores en lengua alemana más representativos de su tiempo? Más aún, ¿debería hacerlo tras el Holocausto? No considerar como patrimonio propio estas obras, ¿podría ser visto como una nueva forma de antisemitismo? Rendir homenaje y honrar su memoria podría ser el modo de lograr la reconciliación con los fantasmas de un terrible pasado.



Ya se ha dicho que Esther Hoffe cedió algunos manuscritos a la Biblioteca de Marbach, entre ellos los correspondientes a El proceso. Esta biblioteca se había convertido en la receptora de los principales legados de autores en lengua alemana. Generosos fondos gubernamentales habían permitido la construcción de unas espléndidas instalaciones que permitían no solo la consulta ágil a infinidad de investigadores de los fondos en ella conservados, sino que estos eran custodiados a temperatura constante, con unos controles y cuidados excepcionales. Pero se llegó más allá, cuestionando el verdadero interés que había sentido hasta la fecha el estado israelí por la obra del autor checo. Ni una plaza, ni una calle, ni una biblioteca llevaban su nombre. Apenas había ediciones recientes de su obra. ¿Qué se pretendía reivindicar con la reclamación de sus manuscritos?   


Por contra, la alternativa que podía ofrecer el estado israelí era su Biblioteca Nacional, una institución que apenas poseía legados literarios equiparables, que no tenía instalaciones apropiadas para la conservación de objetos delicados y valiosos a diferencia de Marbach. No contaba con un departamento especializado en lengua alemana, lo que hacía casi inútil poseer los manuscritos de Kafka y aún los de Brod. En suma, la superioridad alemana era evidente en estos aspectos. Pero como no deja de ser habitual en estas controversias, el sentido nacionalista se interpuso con fuerza. La prensa israelí acusó a Alemania de abuso, prepotencia, de pretender hacerse con la obra de Kafka y de asegurar poder cuidar de ella cuando la obra del autor fue prohibida en aquel país durante el periodo nazi y cuando todas las hermanas de Kafka y muchos de sus amigos murieron en las cámaras de gas.


En la polémica terciaron expertos de talla como Reiner Stach o Kaus Wagenbach pero, finalmente, como era de esperar, la justicia israelí se pronunció a favor de su país. Cuando la justicia suiza convalidó la sentencia del Tribunal Supremo israelí, las cajas con el legado de Kafka llegaron de vuelta a Israel y fueron abiertas en la Biblioteca Nacional con gran aparato de prensa, cámaras y publicidad. Tal y como se habían comprometido las autoridades judías, la obra está a disposición de los estudiosos y curiosos a través de la página web de la institución. El sistema no es sencillo ni cómodo pero basta para cumplir formalmente con el requisito.


Ahora bien, queda la última cuestión suscitada por Balint a modo de epílogo: el sentido de los legados literarios hoy en día. Por una parte, la creciente relevancia de estos y la necesidad de que el autor en vida deje instrucciones concretas para su conservación y entrega a una institución apropiada. Solo así se podrán evitar problemas como los de Kafka o Brod. Pero también, y con independencia de que sea necesaria la conservación de estos legados, las nuevas herramientas tecnológicas vuelven en cierta medida irrelevante el destino concreto de los documentos. La difusión en línea de los mismos en formatos de alta definición permite a los estudiosos casi el mismo nivel de estudio que la presencia física en el archivo correspondiente, con los ahorros consiguientes y las dificultades de revisar un documento varias veces según avanza la investigación. Como en todas las cuestiones en que intervienen las nuevas tecnologías, apenas somos capaces de Evaluar el impacto de éstas en todos los campos de nuestras vidas, así que la respuesta aún se hará demorar por un tiempo, pero la pregunta queda formulada.


Llegado a este punto, podemos dar por zanjados todos los procesos a que fue sometida la obra de Kafka. Liberados los manuscritos, las consecuencias prácticas para la kafkología no han sido demasiado relevantes. Ninguna obra inédita, nada que se creyera perdido ha aparecido. Tenemos una apreciable colección de dibujos que sí resulta inédita en gran medida, algunas cartas desconocidas hasta la fecha que no arrojan cambios sustanciales a lo ya sabido sobre la biografía de Kafka. También los cuadernos primorosos con los ejercicios de hebreo, lengua que Kafka comenzó a estudiar ya cercano a su muerte. Tal vez sea éste el mejor consuelo que nos puede quedar, que los cuadernos de un estudiante de hebreo se codean hoy con las mejores obras escritas en esa lengua, que el destino tiene quiebros que nos hacen pensar que Kafka seguirá teniendo motivos para mantener su enigmática sonrisa.

 

 

 

23 de mayo de 2012

Los secretos de la motivación (José Antonio Marina)



- Mamá, no quiero ir al colegio. Me aburro mucho, los niños se meten conmigo y los profesores no me quieren.



- Hijo, tienes que ir al colegio por tres motivos. El primero, porque hay que superar las dificultades. El segundo, porque al hacerlo te sentirás satisfecho y contento. Y el tercero, porque eres el director del colegio.


I

Todos queremos que nuestros hijos estudien, que colaboren en las tareas domésticas, que sean responsables y respetuosos. Pero además, queremos que lo hagan convencidos y de buen grado, satisfechos por el deber cumplido, motivados en una palabra. Y nos parece que no es tan difícil.

Claro que de nosotros como padres se espera otro tanto. Que nuestro comportamiento siempre sirva de ejemplo y referencia, que seamos pacientes y cariñosos, con la palabra de ánimo apropiada para la ocasión, nunca dominados por el enfado o la ira, motivados en nuestra tarea de ser padres. Y hay veces que pensamos, mejor que venga otro y lo haga.

Y es que la clave para lograr esas conductas deseadas pero que no siempre resultan apetecibles, ni arrojan resultados inmediatos, está en lo que denominamos motivación, entendiendo por tal, el misterioso motor que nos pone en marcha con vistas a un objetivo y que nos hace perseverar en las tareas necesarias para alcanzarlo.

Pero también hay ocasiones en las que son otros los que tratan de influir en nuestra conducta, de dirigirnos a donde les conviene. Hablo de la publicidad en un sentido amplio, campo en el que la ciencia del comportamiento y la motivación dieron sus primeros pasos y que, a día de hoy, sigue estando en la vanguardia a la hora de determinar qué debe gustarnos, a qué debemos dedicar nuestro tiempo, cómo queremos vernos y sentirnos o incluso a quien debemos votar.


Una de las primeras corrientes de esta ciencia del comportamiento fue la teoría conductista que desde comienzos del siglo XX sostenía que las personas acostumbran a repetir conductas premiadas y a rechazar o evitar conductas castigadas. Premio y castigo se convierten en instrumentos para forzar voluntades. Veamos un ejemplo: Si deseamos que los ciudadanos sean más solidarios deberemos primar este comportamiento premiándolo, por ejemplo, con desgravaciones fiscales. Si deseamos disminuir el número de fumadores, deberemos incrementar los impuestos que gravan el tabaco.

Con una visión tan simple, pero eficaz, parece quedar poco margen para las valoraciones personales, el subconsciente y otros factores emocionales. Cuando en el Reino Unido pretendieron incrementar las donaciones de sangre decidieron retribuirlas. El resultado fue que muchos donantes habituales y altruistas dejaron de donar al ver convertido su gesto en una mera transacción económica o tal vez creyeron que su sangre no sería ya tan necesaria. Pero quienes no donaban habitualmente, tampoco creyeron que el pago compensara sus razones para no hacerlo (molestias, temor a las inyecciones, contagios, etc.). El resultado fue que el nivel global de donaciones cayó y hubo de tornarse al modelo anterior.

Hay muchos más elementos que influyen en el comportamiento y en nuestra motivación. Así, durante los años cincuenta, la psicología cognitiva se alzó frente a la conductista para precisar que el comportamiento es la consecuencia de nuestras creencias por lo que se debe actuar sobre éstas si deseamos un cambio en la conducta.

Teorías como la indefensión aprendida o el efecto Pigmalión traen a primer plano la importancia de la creencia propia (o ajena) sobre nuestras capacidades para alcanzar el objetivo deseado.


Detengámonos en el efecto Pigmalión, resultado de un curioso y controvertido experimento de los años sesenta en el que, al iniciar el curso escolar, se intercambiaron los informes académicos de varios alumnos, de modo que sus profesores identificaron como buenos estudiantes a algunos que no lo eran tanto. El sorprendente resultado fue que, al final del curso, las expectativas de los profesores sobre sus supuestos buenos alumnos, influyeron hasta el punto de mejorar notablemente su rendimiento. Es decir, estos estudiantes tuvieron un nivel de atención y seguimiento superior al que habrían recibido de haber sido identificados como alumnos poco brillantes; cuando estos estudiantes manifestaban no haber entendido alguna cuestión, los profesores creían que no se habían explicado correctamente (en otro caso, habrían podido creer que el problema no era propio sino de la capacidad de los alumnos). Los propios estudiantes se mostraron más interesados en sus tareas académicas al ver que los resultados acompañaban las expectativas de sus profesores.



II

Para hablar de todo esto y aprender a motivarnos a nosotros mismos, orientar a nuestros hijos y ser más libres frente a las manipulaciones ajenas, José Antonio Marina publica Los secretos de la motivación, el tercer libro de su Biblioteca de la Universidad de Padres, tras La educación del talento y El cerebro infantil, combinando nuevamente texto y materiales adicionales en la página web dedicada al libro.


El comportamiento animal responde a impulsos e instintos no siendo determinantes otro tipo de fines. La motivación es exclusiva de los humanos y requiere la existencia de un deseo pero exige un aditamento adicional y es que este deseo vaya dirigido a un fin o meta acorde con nuestro esquema de valores y preferencias. No podemos estar motivados para hacer algo en lo que no creemos o de lo que desconfiamos.

El tercer elemento que cierra la ecuación es lo que Marina denomina facilitadores, elementos o circunstancias que favorecen nuestras acciones. Tener un gran sentido del equilibrio favorece la motivación para las actividades deportivas o de baile; tener mal oído puede ser un obstáculo para las actividades musicales. Tener padres lectores favorecerá el hábito de la lectura; en otro caso, la ausencia de una buena biblioteca pública próxima dificultará el acceso a los libros. La creencia del menor en sus propias habilidades, reforzada muchas veces por sus padres, condicionará su interés y motivación por determinadas actividades (“...a Álvaro le cuestan mucho las matemáticas”, “a Laura no le gusta nada leer”..... ¡y así nunca le gustará!).

Motivación (M) = Deseos (D) + Valores (V) + Facilitadores (F)

Recordemos esta ecuación porque cuando tratemos de crear buenos hábitos de estudio o de urbanidad, deberemos actuar sobre alguna (o varias) de esas tres variables.

¿Cómo podemos actuar sobre ellas? Marina ofrece ocho recursos resultado de las diversas teorías sobre el comportamiento vigentes en la actualidad.

El premio y el castigo ya se han comentado y pueden servir para inhibir conductas totalmente aborrecibles o para lograr resultados en el más corto plazo. Pero pasado ese primer momento, debemos recurrir a instrumentos más sofisticados encaminados a que el niño pueda elegir libremente. Como demostraron los experimentos de Harlow, poco respetuosos con los animales, incluso estos responden a necesidades de afecto en igual o mayor medida que a castigos y premios.


Para ello podemos servirnos de modelos (conductas o personas ejemplares) que aprovechen nuestra capacidad imitatoria sacando partido de las neuronas-espejo. Que nuestros hijos tomen los modelos adecuados resulta vital cuando desde la televisión o la moda se les trata de proponer un universo de modelos a emular con el que es difícil competir y que no siempre persigue aquello que les resulta más beneficioso.


La cuarta herramienta es el cambio de creencias y se apoya en la psicología cognitiva. Como ya hemos comentado, según esta teoría el comportamiento está condicionado por nuestras creencias. Combatir la idea de que errar es vergonzoso favorecerá el emprendimiento y la asunción de riesgos, la innovación y la creatividad. Desmontar la idea de que nuestro hijo no sirve para los estudios le permitirá afrontar en mejores condiciones las tareas escolares y poder elegir en el futuro más libremente si desea o no continuar estudiando.

En quinto lugar, Marina sugiere el cambio de deseos y sentimientos que tiene su razón de ser en las teorías sobre la inteligencia emocional. Hacer atractiva una tarea nos mueve a la acción. Un buen ejemplo es el modo en que Tom Sawyer consigue convencer a sus amigos de que pintar una valla es tan divertido que no sólo hacen por él todo el trabajo, sino que incluso les cobra por dejarles pintar.

Los sentimientos también pueden empujarnos a iniciar una tarea. El problema del hambre mundial es excesivamente abrumador para ser resuelto por un individuo aislado, pero poner cara a este drama permite activar las voluntades. De ahí el gran éxito de los programas de apadrinamiento.


Como sexto recurso, Marina propone el razonamiento. Conocer el porqué hacemos las cosas es una gran ayuda para actuar de buen grado, no en vano somos seres racionales. Explicar detalladamente los motivos es un modo de aclarar a nuestros hijos (o a nosotros mismos) el sentido de una conducta.

Pero, ¡cuidado! El razonamiento es una buena herramienta, pero no podemos olvidar que determinadas tareas deben realizarse por puro deber.

José Antonio Marina no deja pasar por alto la oportunidad para plantear una cuestión espinosa en nuestro tiempo. Determinados comportamientos se llevan a cabo como consecuencia del dictado de nuestra inteligencia, porque consideramos que deben ser realizados sin que por ello obtengamos ventaja, compensación o retribución. ¿Limitamos así nuestra libertad? ¿No debemos hacer caso a los anuncios que nos invitan a vivir sin límites? La respuesta es un rotundo no. Seguir el dictado de nuestros deseos nos ata a ellos, nos esclaviza. Limitar nuestros actos, para conducirnos hacia metas más elevadas, nos libera y perfecciona.

De ahí la importancia de saber educar en la idea de que hay deberes inexcusables de muy variada índole (respeto personal, ayuda, conservación del medio ambiente, ...) que se imponen por sí mismos, como deberes morales fruto de nuestra condición humana, no animal.


El séptimo instrumento para activar la motivación es el entrenamiento. Puede parecer que no tiene mucho que ver con la motivación pero realmente la creación de hábitos ayuda a allanar muchas dificultades futuras. Buenos hábitos de descanso y de ocio permiten ordenar las actividades diarias dejando un espacio para el estudio, ayudar en las tareas de la casa o practicar deportes al aire libre. No dejar las cosas para el último momento es otro hábito que ayudará a estar motivados para tareas que exigen el aplazamiento de la recompensa. Por otro lado, el entrenamiento es clave para facilitar tareas como la lectura o el cálculo mental cuya importancia para la educación futura es clave.

Por último, y como octavo recurso, tenemos la eliminación de obstáculos. Ya hemos comentado la importancia de remover los obstáculos para realizar una tarea, tanto físicos (por ejemplo, problemas de visión o audición dificultarán la atención del menor) o psíquicos (una excesiva presión por parte de padres muy competitivos, falta de tiempo por excesivas actividades extraescolares, amistades inapropiadas, el modo en el que se explica a sí mismo los acontecimientos negativos, ...). No desdeñemos la importancia de lo que pueden parecer pequeños cambios a nuestros ojos pero tener un tremendo impacto en nuestro hijo.

Bien. Ya sabemos cómo hacer prender la llama, pero esto no equivale a garantizar un fuego intenso. Lograr en un primer momento una dedicación entusiasta a unas clases de piano, a un curso de fotografía o a seguir una dieta no es lo que pretendemos, aunque sea necesario. Lo determinante es desarrollar las habilidades suficientes para mantener este esfuerzo de manera continuada hasta el logro del objetivo deseado. Es lo que Marina denomina motivación para la tarea.


Para ello, necesitamos formar en otras habilidades como la disciplina o la superación de la frustración ante los inevitables fracasos; comprender que los errores son el camino necesario para lograr el éxito (y no un baldón en una carrera) o saber mantener una decisión al margen de las opiniones de los amigos. Pero también debemos ser capaces de genera una inteligencia crítica capaz de cuestionar nuestros actos y métodos, la perseverancia no debe equivaler a la tozudez, la flexibilidad debe permitirnos adaptar y corregir lo que sea necesario.

En definitiva, se trata de enseñar a reactivar cualquiera de las tres variables de la ecuación aprendida mediante diversas herramientas (que pueden ser las ocho anteriormente citadas) para perseverar hasta alcanzar el logro final.

Pero como en los otros libros de esta colección, Marina no nos habla sólo de cómo motivar a nuestros hijos para que estudien o hagan lo que creemos que les resulta conveniente sino que continúa con su proyecto de “inteligencia triunfante”, formando personalidades abiertas, capaces de enfrentarse a sus propias limitaciones sin que éstas resulten una pesada carga que impida un crecimiento pleno y una inteligencia crítica, cuestionadora y resolutiva. En este proyecto la motivación es una herramienta clave para mantener una dirección firme, para ser capaces de guiar con constancia, no exenta de esfuerzo, nuestro comportamiento hacia los fines que nuestra inteligencia crea apropiados.

Así que ya nunca pensaré “que venga otro y lo haga”.

25 de noviembre de 2011

El cerebro infantil. La gran oportunidad (José Antonio Marina)



El cerebro infantil: La gran oportunidad es el segundo volumen que publica José Antonio Marina para la Biblioteca de la Universidad de Padres (a través de la editorial Ariel) tras La educación del talento.

La filosofía y organización repite el mismo esquema que el libro anterior: Cada capítulo comienza con una serie de exposiciones teóricas, posteriormente se da paso a la opinión de expertos y eminencias en la materia y finalmente, se abre un diálogo entre el autor y diversos interlocutores en una simulación de una conversación informal en la cafetería del campus emplazando al lector para que se continúe el diálogo en el foro abierto para cada capítulo en la página web de la Biblioteca de la Universidad de Padres.

Porque el libro tiene su propia página web que permite tener acceso a abundante información agrupada por capítulos (perfiles y biografías de los expertos citados, referencias bibliográficas, entrevistas, artículos, videos, ...) que sirven para satisfacer la curiosidad de los más exigentes que quieran dar un paso más allá del texto y abrir nuevas vías de reflexión.

Entrando ya en el contenido del propio libro, obviaremos los primeros capítulos que dan cuenta del conocimiento más reciente sobre la arquitectura del cerebro, dado que es un tema abundantemente tratado en muchas otras obras, dejando que sea el propio José Antonio Marina quien nos explique este apartado.




Gracias José Antonio. Es ahora cuando entramos ya en la verdadera esencia de esta obra, que no es otra que el modo en el que los padres -y profesores- pueden ayudar a sus hijos a la vista de estos conocimientos, sacando partido de esa extraordinaria estructura que es nuestro cerebro.

Marina tiene claro cuál debe ser el objetivo de lo que denomina la Nueva Frontera Educativa: forjar la personalidad del niño para que sea capaz de desarrollarse en un entorno cambiante con las mejores armas posibles, como son el optimismo, la creatividad, la resilencia, etc.

Los conocimientos de la Ciencia de nuestros días nos alejan del modelo del buen salvaje tan querido por los ilustrados del siglo XVIII, de esa metáfora de la tabla rasa sobre la que podemos dejar la impronta que deseemos. No, los bebés vienen a este mundo con una parte de las cartas ya repartidas, lo que limita y condiciona de algún modo la labor educativa, que deberá acomodarse a estas circunstancias para lograr el objetivo citado.


Tres son estos grandes condicionantes previos: el sexo, la propia capacidad individual y el temperamento. El sexo, a través del sistema hormonal afecta a funciones neurológicas, al modo de sentir y de relacionarnos. Asimismo, cada niño tiene características y capacidades propias que les diferencian del resto. Unos son más intrépidos y extrovertidos, otros captan mejor las ideas teóricas pero son más lentos con las prácticas. Finalmente, el temperamento es el conjunto de elementos heredados como son la sociabilidad, la emocionabilidad o el nivel de actividad.

Todos estos factores no son inmutables, pero sí difíciles de “ajustar” y deben ser tenidos en cuenta a la hora de educar a los hijos para hacerlo de manera personalizada, adecuándonos a cada temperamento y al ritmo de cada niño. Esto hace de la educación una labor realmente interesante y sumamente compleja.

Para ello, podemos apoyarnos en una de las más sorprendentes propiedades del cerebro: la plasticidad. Sabemos que las estructuras cerebrales no son fijas, que no es cierto que aquellas habilidades que no hayamos desarrollado antes de los tres años nos resultarán prácticamente inasequibles. Que no es cierto que el número de neuronas de las que disponemos sea un número decreciente, sino que su producción no se ve alterada por la edad. Que las conexiones se rehacen en función de las circunstancias (p. ej. en caso de accidentes que afectan a funciones cerebrales básicas) o de nuestro propio influjo (p. ej. cuando comenzamos a estudiar un nuevo idioma).



La plasticidad es, por tanto, la principal herramienta de los educadores, la expresión científica de que su labor tiene sentido, de que podemos influir y afinar esas cartas que la genética nos entrega arbitrariamente. ¿Y cómo influir en el cerebro para sacarle partido? La apuesta de Marina pasa, entre otros puntos, por reivindicar la denostada memoria, no entendiéndola al modo tradicional, sino más bien como el conjunto de comportamientos, esquemas de respuesta y estrategias “aprendidas”. Su ejemplo es muy clarificador: Nadal debe “memorizar” cada movimiento, cada posición de sus músculos, cada reacción ante el saque de un contrincante, todo debe haber sido ejercitado, memorizado previamente y organizado en esquemas de respuesta dado que en el terreno de juego es imposible racionalizar lo que debe hacer. La memoria es la capacidad para automatizar esos movimientos y reaccionar.

El recuerdo es la forma en la que la memoria recupera y reconstruye la imagen del pasado en el presente, es el germen de emociones, favorece la creatividad y el buen gobierno de nuestra inteligencia.

También se plantea Marina si tenemos capacidad para mejorar la inteligencia de nuestros hijos (y, de paso, la nuestra). La buena noticia es que la idea que tengamos de nuestra inteligencia condiciona nuestra capacidad de aprender. La inteligencia puede mejorar en cuanto a su estructura (fomentando la creatividad o la atención, el interés por el entorno) o en cuanto a su contenido. Hay que enseñar al niño a que maneje su propio cerebro para lograr potenciar sus extraordinarias facultades.



Todos conocemos a personas que han perdido el interés por su entorno, que carecen de la motivación suficiente para interrogarse, que han reducido su vida intelectual a una mera rutina. La inteligencia de estas personas se reducirá paulatinamente.

Aclarado que nuestra inteligencia cognitiva puede mejorar, ¿podemos decir lo mismo de la inteligencia emocional? Entendemos por inteligencia emocional aquélla que contribuye del modo más poderoso a dominar nuestros sentimientos, a motivarnos, que configura una visión del mundo a través de las relaciones con otras personas y que, en definitiva, condiciona todo nuestro proyecto vital. Y también a esta inteligencia le es aplicable la plasticidad, la capacidad para ser moldeada. Por eso la educación debe esforzarse en forjar una inteligencia emocional capaz de contribuir del mejor modo posible a construir ese objetivo. Es durante el segundo año de la vida del niño cuando se forman las conexiones que le permitirán controlar sus propias emociones y, en gran medida, el éxito en esta fase determinará el grado de impulsividad, de autocontrol, que tendrá el adulto del mañana. De ahí que la importancia de la disciplina sea vital desde un principio, como modo de dar seguridad al bebé al tiempo que se le educa en las habilidades emocionales que le servirán el día de mañana.

Pero, ¡cuidado! La disciplina a que nos referimos es la que marca límites lógicos al niño (no la que limita al niño), es la que se enseña al niño (no la que se le impone) y es la que va acompañada de afecto y cariño (no la que hace el papel de “poli malo”).


Y hablando de afectividad, dado que estilos afectivos que pueden no ayudar a un desarrollo pleno, hay que fomentar aquellos que permitan un crecimiento en positivo. Muchas respuestas emocionales proceden del temperamento por lo que son difícilmente modificables pero la educación sí puede cambiar la estructura de nuestro cerebro aprovechando la plasticidad. El esfuerzo merece la pena.

Por último, Marina se centra en la inteligencia ejecutiva, la que lleva a la práctica lo planeado, la responsable de pasar a la acción. Docentes y padres deberán potenciar la voluntad, como capacidad de hacer proyectos, la dilación en el tiempo de la recompensa, etc. Somos capaces de anticipar el futuro y proyectar lo que deseamos a muy largo plazo.

Educar a un hijo no es fácil, de hecho, las dudas aguardan a cada instante porque la teoría siempre parece sencilla, evidente; la práctica, inalcanzable. Muchos factores nos desvían de lo que sabemos que debemos hacer. El cansancio, la paciencia que nuestros hijos saben llevar al límite, los consejos ajenos que parecen funcionar en todos los niños menos en los propios, todo conspira para que no siempre nos comportemos como sabemos que debemos hacerlo y no siempre sepamos cómo hacerlo. Por eso, y porque queremos a nuestros hijos, tener unas cuantas ideas claras será un gran ayuda.

Como nuestros hijos, debemos aprender a retrasar la recompensa, a saber que nuestros esfuerzos de hoy, darán su fruto mañana. Como ellos, nuestros cerebros se adaptan a las circunstancias y nos superamos cuando queremos superarnos. Y por ello, cuando les educamos, nos educamos.



30 de enero de 2011

La educación del talento (José Antonio Marina)



Cuando hablamos con preocupación de la situación de la educación, solemos centrarnos en la enseñanza reglada, olvidando otros elementos al menos tan relevantes. Todos coincidimos en que la familia es otra pieza clave de la educación; difícil es la tarea de un profesor si no cuenta con el respaldo y apoyo de los padres del alumno.

Pero con más frecuencia olvidamos otros dos factores que condicionan igualmente la educación de nuestros hijos (en general, la educación como habilidad para aprender y desarrollar nuestras potencialidades, sea cual sea nuestra edad), como son la cultura y la sociedad.

La cultura como conjunto de conocimientos, actitudes y talentos fruto de un largo proceso de decantación que refleja nuestro modo de entender la vida y nos inserta en un cuadro completo y coherente (lo que no impide cierto grado de adaptación y flexibilidad) que facilita la comprensión de nuestro entorno, nuestra posición en la vida y nuestra relación con los otros.

Hay culturas que favorecen la iniciativa individual, la asunción de riesgos y sus consiguientes responsabilidades, que no penalizan el fracaso pero premian el éxito. En el lado opuesto, hay culturas en las que la acción colectiva prima sobre la individual, en las que la estabilidad es un valor y desconfían de cualquier modo de diferenciación que rompa la homogeneidad social. Culturas que favorecen o toleran la violencia y culturas que la limitan, culturas que fomentan el respeto por el otro o culturas que elevan barreras.

Dependiendo de la cultura en la que nos desenvolvamos, nuestra vida potenciará unas habilidades en detrimento de otras. Queda margen para la decisión y el carácter individual, por supuesto, pero en términos generales, el condicionante cultural será un elemento muy relevante.

El otro factor apuntado que afecta directamente a nuestra capacidad de aprendizaje y al modo en que lo hacemos es el entorno social en el que nos desarrollamos. Éste es un elemento más inmediato y cambiante que la cultura, y quizá por ello, igual o más influyente. Una sociedad que prime el éxito rápido generará unos alumnos diferentes a otra sociedad en la que el aplazamiento de la recompensa suponga un estímulo, no un freno, a nuestros esfuerzos. Una sociedad que no valore la formación y la educación, que convierta en referencia para sus jóvenes modelos de conducta que hacen gala de su escasa preparación, está favoreciendo que sus próximas generaciones repliquen dicho modelo.

Todo el trabajo de profesores y padres suele quedar en nada cuando se enfrenta a las opiniones de los compañeros de pupitre o a los estereotipos que divulgan la publicidad o las series de moda. Cuando estos valores son asumidos por la sociedad en su conjunto, o cuando no se ofrece un marco alternativo coherente y atractivo, poco o nada se puede hacer.

En conclusión, sobre los pobres y sufridos alumnos se ciernen fuerzas con fines y objetivos dispares. El sistema institucionalizado de enseñanza (con sus vaivenes políticos), la familia, la cultura y la sociedad, todo ello luchando por educar a nuestros hijos para un entorno igualmente complejo y con todas las incertidumbres sobre el futuro que podamos imaginar. Porque, ¿qué tipo de educación requieren nuestros hijos para los desafíos del año 2025? ¿Podemos siquiera anticipar cuáles serán?

Ante este panorama, José Antonio Marina decidió hace varios años fundar la Universidad de Padres con el fin de orientar y formar a padres (también a docentes) en las habilidades y técnicas que mejor puedan ayudar a hijos y alumnos para los retos del mañana fomentando los talentos que todos tenemos desde una perspectiva global, no sólo de conocimientos. Las aspiración por tanto no es el éxito escolar sino el éxito vital.



Como extensión de los trabajos de esta Universidad se ha lanzado la Biblioteca de Padres (de la mano de la editorial Ariel) en la que se publicarán diversos libros de los que La educación del talento es el primero hasta la fecha.

En este libro, Marina hace un análisis de los factores citados anteriormente que influyen en la educación y elabora una teoría de la inteligencia que descompone en dos grandes facetas complementarias de cuyo equilibrio dependerá el éxito del alumno, entendido por tal no los resultados académicos sino la capacidad de aprender y llevar a la práctica lo aprendido, de guardar coherencia entre lo pensado y lo vivido o, en resumen, su capacidad para ser razonablemente feliz.

Al hilo de las nuevas tecnologías, el libro viene complementado por una interesante página web en la que, capítulo por capítulo, se incluyen numerosos documentos, artículos, referencias bibliográficas, videos, etc. todos ellos de grandes expertos en cada una de las materias (motivación, creatividad, inteligencia emocional, …). Toda una invitación para aquellos cuya curiosidad haya sido picada por la lectura del libro o para quienes quieran aprender un poco más en esta ingente tarea.



 Entrando en materia, el primer elemento que funda la inteligencia lo denomina inteligencia generadora, que es la encargada de elaborar respuestas a problemas concretos, aquella que sueña con ideas (no necesariamente realizables o útiles), que mira el mundo que le rodea sin dar por válido y definitivo ningún elemento, admitiendo la capacidad para cambiar el entorno.



Esta inteligencia, que muchas veces actúa a nivel inconsciente, es también la responsable de generar habilidades como la motivación, la empatía o la creatividad y la labor de padres y profesionales de la enseñanza consiste precisamente en potenciarla creando un entorno de autoconfianza, libertad, capacidad crítica y sociabilidad.

Por otro lado, tenemos a la inteligencia ejecutiva cuya misión principal consiste en recibir las ideas que le aporta la inteligencia generadora y descartar aquellas que no resulten practicables, las que no resulten adecuadas a las circunstancias o las que puedan complicar más que resolver. Es, por tanto, la que actúa como baluarte defensivo, la que devuelve al taller de ideas todo aquello que rechaza, forzando a la inteligencia generadora a superarse a sí misma, a reelaborar su análisis con nuevas informaciones y a lograr así una mejor respuesta que volverá a ser filtrada hasta su aceptación definitiva.



Y entonces comienza la siguiente tarea de la inteligencia ejecutiva, tal vez la más importante, la que completa el proceso del talento y que consiste en llevar a la práctica la idea, planificar su aplicación, mantener la constancia y el esfuerzo, perseverar hasta que la idea se hace realidad.

De nada sirve una creatividad desbordante si no tenemos suficiente capacidad crítica para comprender qué sirve y qué no. Pero tampoco podemos desarrollar nuestro talento sino somos capaces de alentar esa creatividad. Finalmente, no lograremos nuestros objetivos si carecemos de la constancia suficiente para lograr nuestros objetivos o si no sabemos evaluar los resultados para poder adaptar nuestros proyectos. Por tanto, el equilibrio de todos estos elementos será lo que determine el desarrollo de nuestras capacidades y el éxito vital a que hacíamos referencia. .

Marina señala igualmente la importancia de la evaluación de los resultados, de contrastar lo esperado con lo logrado de modo que aprendamos de nuestros errores y vayamos matizando nuestras decisiones, acomodándolas mediante un ajuste fino a la realidad, desarrollando así una inteligencia social que nos integre en nuestro entorno.

Pero en definitiva, ¿qué pueden hacer los padres para que este pequeño milagro tenga lugar? Poco, la verdad. Deben favorecer y alentar la creatividad de sus hijos evitando la profecía de la tía que crió a John Lennon, “la guitarra está bien, pero nunca te ganarás la vida con ella”. Pero al tiempo hay que formar (formarnos, esto sirve para todos) en un espíritu crítico que ayude a ser conscientes de nuestras posibilidades; que desarrolle la confianza en uno mismo y la estructure en torno a unos principios de libertad y respeto.

¿Que cómo se hace? En fin, si la respuesta fuera sencilla y pudiera contenerse en las páginas un libro es seguro que éste no sería necesario. Las respuestas son vagas y nunca podemos recurrir a reglas generales, cada momento y persona necesitan de un tipo de estímulo diferente. De lo que no cabe duda es de que ese estímulo, ese disparo en la diana que sirve para propulsar nuestros talentos existe, sólo debemos encontrarlo.