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3 de octubre de 2021

El Estado emprendedor (Mariana Mazzucato)



 Vivimos tiempos propios para la lectura de El Estado Emprendedor (Mariana Mazzucato, Ed. RBA, 2012). En efecto, cuando se plantea el reparto de una ingente cantidad de fondos europeos para afrontar la recuperación de la recesión provocada por la pandemia, es preciso plantearse hasta qué punto una crisis sanitaria ha forzado el cambio de paradigma económico, en el que el impulso público no es solo el medio por el que se distribuye el flujo financiero sino que es el selector y priorizador de los destinos de los mismos.
Este reparto de fondos públicos viene acompañado por una retórica que nos habla de que toda crisis lleva implícita su oportunidad y, que en este caso, la misma viene en forma de ocasión para transformar nuestro modelo productivo y afrontar así las reformas tantas veces postergadas. Así, se habla de un modelo productivo tecnológico, digital, sostenible, igualitario, inclusivo y demás.
Pero, al margen de toda esta propaganda, existe una corriente de pensamiento económico que ha sobrevivido a la predominancia neoliberal de las décadas recientes y que se ha venido rearmando en los últimos tiempos. Éste es el momento en el que estas nuevas teorías tienen la ocasión de ser llevadas a la práctica puesto que la opinión pública parece favorable a cualquier medida que pueda sacarnos del embrollo económico que nos ha traído el Covid.
Las resonancias históricas del New Deal se hacen evidentes, pero ha llovido mucho desde que todas aquellas políticas se pusieran en marcha y las propuestas se han afinado. Uno de los nombres más citados en cuanto a la inspiración de esta lluvia de fondos y las oportunidades que nos ofrecen es la economista italiana, afincada en Londres, Mariana Mazzucato.
Si bien tiene obras más recientes, lo cierto es que, la situación económica actual invita a elegir este libro, publicado en 2012, para adentrarse en el pensamiento de su autora.
Mazzucato comienza dibujando el relato comúnmente aceptado sobre un Estado hipertrofiado, incapaz de adecuarse a las exigencias de la innovación y el desarrollo, un agente entorpecedor de la actividad privada, tan solo preocupado por tratar de expoliar el beneficio que los arriesgados emprendedores privados logran sacar en contadas ocasiones dada su perseverancia y el juego del libre mercado por el que se benefician grandemente en las ocasiones en que logran el éxito, compensando así el resto de ocasiones en que sus inversiones resultan desastrosas.
Mazzucato propone una visión alternativa. Hasta el comienzo de la liberalización en torno a los años ochenta, el Estado era el principal inversor de riesgo. De hecho, señala cómo todas las tecnologías que han alimentado el crecimiento económico en los últimos cuarenta años han sido fruto del esfuerzo inversor previo del Estado. Internet, la biotecnología, las energías renovables, todo ello tiene su origen en fondos estatales, empresas públicas, oficinas gubernamentales o subvenciones de las que se beneficiaron empresas que hoy pretenden ser las creadoras e innovadoras cuando realmente deberían ser consideradas como las beneficiarias de un esfuerzo público y del sacrificio impositivo de quienes ahora no están recibiendo de vuelta la parte correspondiente.  
Son los Estados que más y mejor invirtieron en sectores que, en su momento, no ofrecían posibilidades de retorno económico, pero que supieron apostar por tecnologías que podían dar frutos a largo plazo los que han logrado consolidar una industria privada fuerte. Es ese esfuerzo previo del Estado el que discrimina qué tecnologías serán viables y cuáles no, permitiendo así que el capital-riesgo privado pudiera arriesgar sus inversiones con una cierta seguridad.
Es la crisis de los años setenta la que genera dudas sobre la actuación estatal y la que empuja los procesos de desregulación y desinversión pública, las privatizaciones, y enaltece al sector privado como único agente capaz de arriesgar sus recursos para mejorar la economía, cambiando el relato comúnmente aceptado sobre el papel del Estado.
La autora dedica sucesivos capítulos a estudiar concretos sectores en los que justificar su teoría. La industria farmacéutica o las grandes tecnológicas como Apple son puestas en un comprometido lugar puesto que se viene a evidenciar que sus aportaciones al crecimiento o a la innovación son más bien escasas. Como mera ejemplificación, citaré que Mazzucato viene a reducir a Steve Jobs a un mero papel de organizador de las oportunidades creadas por el Estado y a la facturación de esas tecnologías de las que se apropia bajo un diseño atractivo. Poco riesgo asumido, poca aportación de base al mundo de la innovación tecnológica, poca apuesta por el futuro. Ni el logaritmo de Google, ni Siri, ni las pantallas táctiles existirían de no ser por la inversión estatal previa.
 
  
Mazzucato plantea que resultaría adecuado que el Estado recuperara parte de los fondos invertidos en el desarrollo de estas innovaciones mediante un sistema fiscal equitativo que gravase los beneficios obtenidos por el sector privado en la explotación de los sectores impulsados por las agencias gubernamentales.
Sin embargo, pronto abandona este enfoque para centrarse de una manera decidida en su visión del Estado como un agente empresarial privilegiado, no un mero recaudador, capaz de reorientar la actividad económica con sus decisiones.
Para ello, es necesario en primer lugar, modificar el relato y admitir el papel emprendedor del Estado adecuando los criterios con los que se mide la eficacia de éste. Se habrá de admitir, que la inversión en sectores estratégicos tiene efectos a largo plazo y no siempre las tecnologías desarrolladas tienen aplicación para la industria o fines pensados inicialmente. También hay que asumir que este papel innovador conlleva, de manera inevitable, la certeza de que muchas inversiones resultarán infructuosas sin que este hecho deba comprometer la visión que tenemos del Estado. Ni los criterios contables actuales, ni las teorías sobre inversión pública que se vienen manejando resultan aplicables a este nuevo escenario.
Aunque es algo simple reducir una teoría económica al contenido de un libro y, más aún, pretender que los párrafos anteriores recojan de una manera clara y completa lo que El Estado Emprendedor nos ofrece, lo cierto es que Mazzucato tiene una visión de la inversión pública que va más allá de las antiguas teorías keynesianas. Ella misma relata de manera expresa la distancia con ese legado. Según la teoría clásica de Keynes, podría invertirse dinero público en el mero vaciado de un inmenso agujero lleno de arena y esto, sin ofrecer utilidad práctica alguna, ya reportaría un importante beneficio económico al pagarse a los trabajadores y poner así en circulación recursos económicos que se expandirán por todo el sistema con los correspondientes efectos multiplicadores que cualquier estudiante de Economía bien conoce.
Muy al contrario, el Estado en el que confía Mazzucato es un ente capaz de tomar decisiones arriesgadas, de mantenerlas en el tiempo, con independencia de los vaivenes políticos. Es un Estado que puede asumir pérdidas considerables en inversiones que no llegan a buen puerto con la esperanza de que otras sí lo harán generando un relevante crecimiento económico cuyos efectos beneficiarán a todos, ciudadanos y empresas privadas y de los que también el Estado deberá tomar su parte, precisamente, para continuar con su labor emprendedora. En esta visión el Estado asume el papel de empresario que describía Schumpeter como fuerza de creación y destrucción de modelo económico.
La autora ocupa un posicionamiento que, aunque puede estar muy de actualidad y tener todo el sentido en nuestro contexto actual, no resultará del agrado de muchos.
De una parte, quienes defiendan la idea de un sector privado capaz de generar todo el progreso, la innovación y la inversión arriesgada que necesitan nuestras economías de una manera más eficiente y económica para el contribuyente que lo que pueda hacer el sector público, mantendrán sus posiciones firmes frente a cualquier modo de intervención estatal, siempre sospechosa de estar guiada por decisiones políticas, ideológicas o de interés electoral más que por mera eficacia económica.
Pero, por otro lado, este Estado de Mazzucato no parece contemplar las funciones que otros muchos le reclaman como redistribuidor de riqueza, protector de los consumidores, impulsor de las medidas de género, proveedor de servicios educativos, sanitarios, de protección al desempleado, al trabajador, al pensionista, etc . Este Estado parece aceptar el papel del capitalismo y reivindicarlo para sí, implica una visión del sector público centrada en lo macroeconómico más allá de ideologías.
De hecho, este último punto resulta trascendente. Aunque, por orgullo, cada generación gusta de creer que vive en un punto de inflexión de la historia, lo cierto es que solo el paso del tiempo permite vislumbrar la trascendencia de acontecimientos que hoy nos parecen cruciales y que fuerzan un cambio de tendencia. Y es precisamente en los últimos tiempos cuando emerge para muchos países, especialmente aquellos que están en vías de desarrollo, una expresión tan anticuada como desafortunada, la referencia de modelos económicos centralizados que se muestran como más exitosos que los del primer mundo.
De ahí que una tesis tan vacía de ideología, al menos, aparentemente, como la presentada por este libro, pueda ser abrazada por un gobierno democrático o uno autoritario sin mayor problema. Y es precisamente este punto el que más reparos me ha despertado, más allá de algunas exageraciones en la preponderancia del papel del Estado y la minusvaloración de la labor realizada por el sector privado que funciona como detonante del debate y del replanteamiento que exige la autora.
Pero lo que Mazzucato no aclara, al menos no en esta obra, es qué persigue el crecimiento económico de este Estado emprendedor. ¿Tan solo generar oportunidades que permitan a las economías continuar despuntando frente a las industrias de otras naciones?, ¿generar beneficios que puedan repartirse mediante un esfuerzo impositivo?. Quizá en este punto podamos volver al interrogante que planteaba J. K. Galbraith en The Affluent Society y preguntarnos precisamente para qué queremos crecer, qué queremos hacer con ese crecimiento. Y para esta pregunta, tendremos que seguir buceando en otras obras de esta nueva economía que Mazzucato, entre otros muchos, abandera.