Mostrando entradas con la etiqueta Destino. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Destino. Mostrar todas las entradas

17 de octubre de 2023

Madrid (Andrés Trapiello)


 

Andrés Trapiello y su hermano fueron expulsados de la casa familiar con apenas 18 años por diferencias de todo tipo con su padre. Y el lugar de destino elegido fue Madrid. Sin duda, el contraste entre la pecata vida provinciana de la que provenía y el efervescente momento en que llegó a la capital le impactó de gran manera.

Con un breve interruptus en Valladolid, el principal domicilio de Trapiello ha sido la capital y, en todo este tiempo, ha desarrollado un amor sincero por la misma, en especial, por sus gentes. Este libro (Madrid, Ed. Destino) nace de ese amor y de la afición de Trapiello por recopilar datos, objetos, recuerdos, experiencias y amalgamarlas en textos, no necesariamente analíticos ni ordenados, sino que, como surge la vida, crece de la mezcla y la aplicación de derrumbes.

Este libro se construye, por tanto, desde la propia experiencia del autor. Con sus ojos, sus gustos y manías. Porque no de otra manera se puede uno aproximar a una ciudad en la que vive. La perspectiva siempre debe ser personal e íntima, reflejar cómo se ha vivido en ella, lo que se admira y lo que se detesta, lo que la hace acogedora o lo que expulsa a quien en ella mora.

Por ello, Madrid se asemeja más a una suerte de pequeña autobiografía del autor y de la ciudad, de la combinación de ambas vidas, del modo en que ésta moldea a aquélla. Por eso, uno encuentra en este libro pasajes sobre la historia de Madrid, desde su mítica fundación, que algunos pretenden anterior a la invención del euskera, otra legitimidad mítica, o la del oscuro significado de su nombre. Pasamos por su conquista árabe, su reconquista cristiana, su pasado precortesano y su encumbramiento en tiempos de Felipe II, que desoyó las voces de quienes le aconsejaban que si quería conservar los territorios allende los mares, la capitalidad debía pasar a Lisboa, si quería conservar los reinos hispanos, a Sevilla y que si lo que pretendía era perderlo todo, en Madrid debía quedar la Corte.

Pero esta historia de la Villa es entrecortada, no surge de un plan predefinido sino que asalta al lector a gusto del autor, cuando le apetece, cuando le conviene, cuando pasea sin prisa por la calle Atocha y visita la Iglesia de San Sebastián, a sus ojos una de las más hermosas de Madrid, o cuando gira a la derecha para llegar al barrio de las Musas, hoy de las Letras, con su masificación y hostelería abarrotada, con unas calles estrechas llenas de madrileños, de no madrileños, como posiblemente lo estuvieran en sus tiempos de esplendor en el Siglo de Oro.

 

Y, en ocasiones, el pasear de Trapiello, se torna errático, como lo ha de ser cualquier buen paseo, y nos ofrece viñetas de la vida de escritores que hicieron de Madrid lo que hoy conocemos, de Baroja, de Sánchez Mazas o de Ruano, de Umbral o Cela, pero, por encima de todos ellos, de Galdós, autor a quien considera el verdadero creador de lo que hoy entendemos por ese Madrid histórico, el único Madrid literario que cree conservado en gran parte, a pesar de la hormigonera y la piqueta.

En este discurrir, cambiamos de las terrazas de Serrano en los años setenta, a Aluche y su largo viaje en metro por la Casa de Campo, o a la frenética vida nocturna en clubes de alterne en los que durante una breve temporada acompañó a un antiguo campeón de boxeo en sus esfuerzos por vender libros y enciclopedias ilustradas a tan variopinta clientela.

Pero es el centro, su residencia actual desde hace tiempo, el eje por el que discurre lo principal de su narrar. Vemos cómo la droga pervierte y vacía manzanas completas, cómo la noche se convierte en un momento peligroso para el inocente acto de sacar la basura del portal, y cómo, ironías del destino, las casas al borde del derrumbe, se remozan por completo, guardando tan solo la fachada histórica para convertirse en inaccesibles pisos de lujo, en un barrio reconvertido a escaparate, con tiendas de antigüedades, hornos especializados en pan de espelta o cafés en lo que lo único que importa es que te vean.

Pero que te vean siempre ha sido una de las prioridades de esta ciudad. El Paseo del Prado no era sino el lugar de comunión entre las clases altas y las más bajas, donde se paseaban los carruajes con las enseñas nobiliarias. También para ese fin estaban los mentideros, los teatros, las iglesias incluso, muchas de ellas hoy derribadas en el afán de ensanchar calles, crear plazas, airear una ciudad que se resistía amotinada a cualquier intento de reforma, como bien descubriría Esquilache.  

 

Pero lo que podemos lamentar como desastre del pasado, la destrucción de obras que hoy sólo podemos evocar en pinturas, no le va a la zaga con los despropósitos que hoy señala Trapiello en nuestra arquitectura moderna. Edificios como el "enchufe" de Colón o las Torres Inclinadas, incluso la Catedral de la Almudena, no parecen gozar del aprecio del autor, ni tan siquiera de la mayoría de los madrileños. Pero, como lo expresa en numerosas ocasiones, todo termina por convertirse en hermoso, solo es necesario el tránsito del tiempo. Así, nos pone de ejemplo la casa de vecinos en la esquina de la plaza de la Villa, residencia del añorado Marías, edificio decimonónico que, en su día, debió parecer a los madrileños una afrenta de modernidad ante construcciones tan vetustas como la Torre de los Lujanes o la Casa Consistorial, pero que, a nuestros ojos, encaja perfectamente en esa ficción que llamamos el Madrid de los Austrias.

Pero para Trapiello, hay algo que parece no haber mejorado con el tiempo, el Rastro. Ese inmenso mercadillo al que ha dedicado un libro completo, y que ha sido su particular refugio cada mañana de domingo, de casi todos los domingos de su vida madrileña y que, poco a poco, ha dejado de convertirse en el lugar en el que comprar fotografías (muchas de las cuales comparte con el lector en el impresionante apartado gráfico del libro) u obras dedicadas por los propios autores a conocidos, a otros escritores, y que atesora en su biblioteca como los auténticos tesoros que son.

Y, aún así, la llegada masiva de mirones, turistas, meros paseantes que, sin criterio, compran lo que se les muestra, con poco nivel de exigencia, sin criterio, han puesto en juego gran parte del tráfico mercantil del Rastro, para convertirlo, nuevamente, en un escaparate, el sitio al que hay que ir para poder decir que la silla en la que se sienta una visita se compró en el Rastro, ante la incomodidad del aludido, que se remueve pensando en las posaderas dudosas que habrán compartido asiento con las suyas. También es de creer que pocos conocerán el sangrante origen del término con el que nos referimos a este gran mercadillo.  

En estas páginas tienen cabida los barrios de las afueras y los más castizos, los parques más conocidos, como el Retiro, y los más recónditos, como el Jardín de Anglona. También toman gran protagonismo los museos, comenzando por el Prado y su hermano moderno, el Reina Sofía, no muy apreciado por Trapiello, el Museo de Bellas Artes, antiguo palacio de Goyeneche, el creador del Nuevo Baztán y valido de Carlos II, aunque, por encima de todos ellos, el Museo Romántico, en el corazón de Malasaña, un contenedor de todo cuanto fue ese siglo XIX tan amado por Trapiello y en cuyas estancias ha pasado muchísimas horas, como visitante y estudioso.

 

 

Pero no es este libro una colección de cultas referencias. También aquí se recogen figuras importantes para otros públicos como Marisol o Ava Gadner, Chicote o toda la farándula de la movida madrileña. También se da buena cuenta del cambio de la ciudad desde los años setenta, comida por la mugre, con un grave problema de salubridad y drogas, y los esfuerzos para adecentarla, remozar sus fachadas, reacondicionar las viviendas sin derribarlas, y el costo que, en todo caso, tiene este cambio, la pérdida de carácter, la multiplicación de franquicias, el cierre de comercios para los vecinos, la gentrificación, espantoso término que, por supuesto, uno ve sobrevolar por estas páginas aunque el pudoroso Trapiello no ose emplearlo.

El libro presenta interesantes apéndices, como el de expresiones típicas madrieñas, que en su mayoría, uno consideraría propias de un tiempo pasado no necesariamente de aquí, o de tipos madrileños, como el chulo, el barquillero y los serenos, figura que uno nunca ha terminado de entender, aunque he compartido trabajo con el hijo del último sereno de la Villa, o así lo afirmaba con orgullo.

Con no poca sorna, concluye su obra con un listado de conocidos madrileños, no nacidos en Madrid en su mayoría, pero aquí acogidos y con los que se relaciona de un modo u otro, sin orden ni concierto, con desorden en el criterio de la relación, a veces por orden alfabético del nombre, otras del apellido, otras por mero orden de caída. Como todo el libro, un placer en que perderse, una oportunidad para leer y releer, para saltar lo que no nos interesa en un momento dado, para regodearnos con imágenes y reflexiones repetidas en diversas partes del libro, no siempre siquiera con las mismas palabras, ni con las mismas intenciones.

Porque así es este libro, fiel homenaje a una ciudad que crece como él, de manera orgánica y viva, sin demasiado orden, sin demasiada intención, como lo hacen las ciudades gobernadas más por sus ciudadanos, por sus paseantes y usuarios que por sus líderes, que nunca son tales, aunque lo crean, pagados de sí mismos.

Como es de esperar de un libro de estas características escrito por un literato, cuando uno concluye su lectura desea devolver el libro a la estantería y salir a la calle, a pasear, a revivir lo leído, pero también a leer esas obras citadas y que, tal vez por parecernos demasiado decimonónicas, uno no considera entre sus más inmediatas lecturas. Pero arde el deseo de comprobar si el Madrid actual sigue siendo en gran medida el de Fortunata y Jacinta, donde tal vez solo haya que cambiar los barrios por los que transcurre la trama principal para poder revivir en nuestros días esas historias.

También, ahora que releo estas breves reflexiones sobre un libro tan extenso, mezcla de historia y bitácora, de recuerdos e invitaciones, tengo la sensación de que he caído en ese repetir conceptos según han surgido, de no dar un cuerpo coherente a lo reseñado, de haberme dejado llevar por el mero capricho de lo recordado de su lectura, y así creo haber rendido yo también un homenaje a la ciudad y al libro, a su caos que detestamos pero que, al tiempo, nos engancha como todo lo que está vivo más allá de nuestros deseos.


 

22 de abril de 2023

Las vidas de Miguel de Cervantes: Una biografía distinta (Andrés Trapiello)

 

 


 

 

Andrés Trapiello recibió el encargo de preparar una breve biografía de Miguel de Cervantes después de que el primer elegido por la editorial para este fin, declinara la propuesta una vez iniciada la labor. Así es como nace Las vidas de Miguel de Cervantes: Una biografía distinta (Ed. Destino).

 

Según reconoce Trapiello, este trabajo alimenticio se convirtió en la perfecta ocasión para dedicar el tiempo, siempre escaso, a la lectura de la obra de este genial autor, empleando el adjetivo a modo de metonimia, porque se supone que así ha de expresarse pero sin que nadie realmente haya pasado, salvo estudiosos y académicos en el mejor de los casos, de la lectura del Quijote y, tal vez, de algunas de sus novelas ejemplares, casi siempre como consecuencia de la imposición escolar.

 

Pero no solo de sus obras bebe Trapiello, porque si extensos son el Quijote y La Galatea, en nada resultan comparados con la inagotable bibliografía y biografía en torno a su autor y sus méritos. También a esta ciencia, la cervantología, dedica su tiempo Trapiello, llegando a la conclusión de que cada época, cada momento histórico, precisa de su adaptación y reflejo en la vida de nuestro más famoso escritor. Y leyendo muchas de estas grandes biografías y tratados, llega a la conclusión de que inventan mucho, fabulan otro tanto y no se conforman con lo que por cierto se puede tener, tratando de engrandecer la figura de Cervantes, rastreando los vacíos para completarlos con fragmentos de sus obras como si éstas no fueran sino mensajes cifrados intencionados.

Trapiello afirma su intención de no inventar, de limitarse a los hechos ciertos, a no imaginar los sentimientos de Cervantes, no prejuiciar sus actos ni ir más allá de lo razonable. Y en este esfuerzo, no siempre totalmente logrado, se centra Trapiello, rastreando lo que de más verosímil se encuentra en todas las obras consultadas.

De aquí resulta el nombre de este libro, esas vidas a que se hace referencia. Un plural que puede significar que la de Cervantes fue vida multifacética, como soldado, funcionario de abastos, recaudador de impuestos, poeta, dramaturgo, novelista, negociante, .... pero también que el molde de sus hechos biográficos ofrece tantas lagunas como la vida de su compañero de letras, Shakespeare, que hay quienes incluso le niegan el haber escrito lo que se le atribuye. Así pues, también a Cervantes se le pretende hacer una biografía a medida. No es de extrañar por tanto, que haya quienes le vean como judío converso, con la Iglesia hemos topado, lo que explica su dedicación a los impuestos o su intento por borrar parte de su pasado, o difuminarlo mediante matrimonio conveniente, igual que hicieron sus padres. También se explica así su posición frente a los moriscos o su enrolamiento en la milicia y su posterior participación en la batalla de Lepanto.

Pero también la supuesta sodomía, su papel de difamador en libelos cortesanos y otras tantas fábulas, embustes o meras insinuaciones para las que no es dificil encontrar cualquier pasaje del Quijote que permita sustentarla sin fundamento pero con apariencia de verosimilitud para los simples que no saben que lo son.

El libro sigue un itinerario cronológico en el que se va desvelando lo que de la vida de Cervantes se conoce, que es más de lo que podríamos creer, si bien, parte de esta información deriva de prólogos del propio autor o de fuentes tal vez interesadas, pero de las que tampoco hay razones para cuestionar lo que de fundamental pueda haber en ellas.

Trapiello nos informa de sus antecedentes familiares, de su incierta vida en la Corte, de su salto a Italia junto a su hermano, y de la famosa batalla más importante que los siglos vieron, tras la que le vino la pérdida del uso de su mano izquierda, y tiempo después, la caída en manos de los piratas de Berbería y su cautiverio en Argel, siendo este periodo el que, por bien seguro, le marcó de manera definitoria puesto que en numerosas obras, no solo el Quijote, reflejó elementos vividos en Argel.

Se cuestiona lo extraño y precipitado de su matrimonio con Catalina de Salazar y Palacios, a quien dejó en Esquivias al poco de casarse, partiendo para negocios inciertos en Sevilla. Se nos habla de su supuesta hija natural, Isabel, fruto de sus amores ilegítimos con Ana de Villafranca. Una vida amorosa compleja, pero que debería bastar para alejar la posible homosexualidad del autor. Se nos detalla el poco éxito de Cervantes en sus intentos por lograr reconocimiento a sus propuestas teatrales siguiendo la estela de Lope de Rueda, de quien era un notable admirador, pero que pronto fue desplazado por la fuerza creadora de Lope de Vega.

También conocemos de su papel como funcionario de abastos para la Gran Armada y las excomuniones de que fue objeto por hacer cumplir su mandato incluso frente a clérigos y ordenados. Le vemos sometido a investigación cuando, tras la derrota de la flota, llegó la orden de Felipe II de averiguar qué había ocurrido con los suministros para la Armada, y se descubrió la inmensa corrupción de sus funcionarios, entre ellos, la del responsable directo de nuestro biografiado. Pero de ello salió indemne puesto que al poco fue comisionado para la recaudación de impuestos, de la que nuevamente salió con investigación y pena de cárcel.

Y es allí donde algunos sostienen que dio comienzo a la escritura de su Quijote, tal vez como una más de sus futuras novelas ejemplares, sin el deseo o voluntad de hacer de ella algo más. Pero lo mismo se cuenta que pudo ocurrir durante su apresamiento en Argel o durante las interminables sobremesas en Esquivias, donde pudo conocer historias que terminarían por darle soporte a muchas otras que terminan por aflorar en su obra.

Sin embargo, lo cierto es que el Quijote surgió de su imaginación fértil y de su conocimiento de la vida. En su condición de funcionario recorrió los caminos de Andalucía, Murcia, La Mancha, .... Por cuestiones varias residió en Madrid, Toledo, Sevilla, Valladolid, también en el extranjero. Y en su vida tuvo ocasión de tratar con las más variadas personas, nobles, eclesiásticos, villanos, ladrones y ganapanes, cristianos viejos y nuevos, moriscos y labradores burdos. Con soldados y berberiscos, con autores dramáticos y poetas, con impresores y alcahuetas. En suma, todo ese conocimiento acumulado no le sirvió de mucho cuando trató de replicar modos ya explorados, cuando tan solo pretendió hallar medio de vida en la escritura a la moda, con entremeses y pequeñas obras, o cuando ofreció su versión propia de la pastoril Diana de Montemayor, con La Galatea. Tampoco cuando quiso, con el Viaje al Parnaso, dedicarse a la lírica y a la loa hacia otros poetas, sin duda, esperando infructuosamente que el favor le fuera devuelto.

Sin embargo, será cuando ya mayor, vencido de otros tantos intentos de medrar, fracasados sus gestiones para pasar a América como funcionario, buscando refugio nuevamente en las letras, encuentre un vehículo con el que dar salida a todo lo que había experimentado, sentido y vivido. Será cuando su imaginación no quede encorsetada en moldes ajenos, cuando tal vez ni siquiera pretendiera ya el éxito que tantas veces le había sido negado, cuando logre crear su mejor obra, de las mejores de nuestra lengua, cuando se reivindica.

 


Y tampoco es de extrañar que, encontrado ese filón, ese nuevo modo de hacer, que ya estaba en camino pero que en nuestra lengua aún no era fértil, tratase de alentar esa pequeña llama, y comenzara a escribir la segunda parte del Quijote. Y tampoco es de sorprender que, cuando un tercero, por nombre falso Avellaneda, se permitió adelantarse y publicar una segunda obra, Cervantes creyó ver nuevamente el peligro, el de que su fama y éxito sobrevenido pudiera tornarse fugaz y finito. Y así, nuestro autor creció aún se creció más y defendió a muerte su obra y su creación. Según Trapiello, según la mayor parte de los críticos, la segunda parte del Quijote es, sin duda, mucho mejor que la primera. Y lo es porque Cervantes, no solo se sintió atacado en lo personal por las acusaciones del falso Avellaneda, sino porque se manipulaba y abarataba a sus personajes, a su Sancho, a su Alonso Quijano.

Así, igual que en la primera parte ya había creado un juego especular, con una narración que no era del autor, ni de los protagonistas, sino del moro Cide Hamete Benengeli, Cervantes logra doblar la apuesta en un juego autorreferencial que hace avanzar la novela para convertirla en el género literario por antonomasia hasta nuestros días. Aquí, los propios personajes se referirán a la obra falsa que les retrata. Don Quijote y Sancho se toparon con un individuo de nombre Jerónimo, como el supuesto autor que se escondía tras el seudónimo de Avellaneda, que está leyendo el Quijote apócrifo y que, rendido ante el verdadero hidalgo, le reconocerá como el auténtico. Pero también sus protagonistas enmendarán conscientemente el punto final de su viaje, para desviarlo de la ruta propuesta por el falsario autor. Y, no más, Cervantes, decide matar a su héroe para impedir futuras aventuras, para dar su última palabra, ese "vale" con el que se cierra la obra.

El libro de Trapiello se completa con una pequeña colección de artículos del autor, algunos a raíz de aniversarios, otros escritos en disputa con Francisco Rico, autor de una muy reconocida edición anotada del Quijote, pero lo importante ya está dicho. Esta segunda parte viene más referida a la influencia de la obra de Cervantes y a cómo se reinterpreta en tiempos posteriores a la muerte del autor, en el siglo XVIII, en tiempos del Romanticismo, o la idea que de él tenía Pérez Galdós, y su posterior vindicación por parte de los noventayochistas, y así sucesivamente.

El libro se lee de manera amena, no a otra cosa invita la vida ajetreada del autor, pero también Trapiello sabe poner de su parte, seleccionando lo fundamental y no dejándose enredar por las disputas de los cervantistas. En suma, su amor por la obra pesa más que la erudición, y estas páginas son una invitación constante a dejar el volumen a un lado y dirigirse a las fuentes, a las páginas sobre las que se escribe. Pero el libro es importante porque aporta información y contexto, explicaciones sobre la cultura de nuestro siglo de Oro, de su política y religión, que ya no nos resultan tan obvias, y también del complicado mundillo literario en el que tuvo que batirse Cervantes, normalmente con poca fortuna, lleno de ofensas y recados, vulneración de los derechos de autor, aún no reconocidos como tales, envidias y maledicencias.

Pero Trapiello no cae en la adulación. Sabe reconocer que gran parte de las obras de su biografiado no resisten comparación con el Quijote, han perdido vigencia en nuestros días. A nadie encomienda la visita a Los trabajos de Persiles y Segismunda, menos aún al Viaje al Parnaso. De hecho, se muestra sorprendido del esfuerzo del autor por tratar de completar la segunda parte de La Galatea hasta casi el día de su muerte.

Pero tanto las dos partes del Quijote, como sus Novelas Ejemplares, en la medida en la que supusieron un cambio en el paradigma de su tiempo y abrieron las fronteras de nuestra lengua, bastan para el reconocimiento eterno de la fama de Cervantes. Por otro lado, Trapiello reconoce también en el estilo del autor una claridad y concisión, una intención de alejarse de florituras y adornos estériles, que forma junto a su original modo de entender la narración una dupla imbatible.

No ha mucho tiempo, Trapiello recibió el encargo de preparar una versión actualizada y puesta al día del Quijote, una adecuación del vocabulario fundamentalmente, con el fin de acercar la obra a ojos más modernos, sin llegar a desvirtuar su estilo ni hacer perder su esencia. En suma, lograr para los lectores hispanohablantes lo que los extranjeros consiguen con cada nueva traducción. Desconozco la calidad de este intento, pero desde luego, no tengo duda de que este libro que ahora concluyo fue pasaporte bastante para que se le concediera tal oportunidad que, por seguro, disfrutó tanto o más que la escritura del presente.

 

 

 

 

 

15 de octubre de 2012

Historia Universal de la Infamia (Jorge Luis Borges)




El tiempo de verano es propicio para lecturas dispersas, dejadas atrás por diversos motivos y recuperadas para cubrir las horas de un ocio inexistente el resto del año. Así, durante el mes de agosto, me encontré leyendo al mismo tiempo dos libros que nada deberían tener en común.

24 paseos por Londres es un curioso catálogo de rutas a pie por la capital británica, asomando al lector a callejones y patios que no suelen figurar en guías más convencionales. Gran parte de los altos en el camino tienen lugar bajo placas conmemorativas de hechos criminales, siniestros o, en el mejor de los casos, inquietantemente misteriosos.

Una mañana, pongamos que de un martes, en el paseo dedicado a los aledaños de Oxford Street, leí por primera vez la historia de Arthur Orton, personaje célebre por haberse hecho pasar por el hijo de Lady Tichborne desaparecido en un naufragio en el lejano Caribe. El impostor supo jugar con el deseo de la madre por aferrarse a cualquier esperanza para desterrar la idea de la pérdida de su hijo. Y de este deseo se aprovechó hasta que, a la muerte de Lady Tichborne, el resto de herederos, algo menos románticos y muy preocupados por el número de partes del caudal relicto, denunciaron con éxito al suplantador que terminó pagando su osadía con la prisión y el posterior oprobio.

La tarde de ese martes leí en Historia Universal de la Infamia, primer libro de relatos de Jorge Luis Borges, la misma historia, algo más extensa, ricamente adornada con personajes adicionales y florituras verbales, a la que el escritor argentino había bautizado como El impostor inverosímil Tom Castro.

El impostor Tom Castro
Esta larga introducción sólo sirve para poner de manifiesto una coincidencia que habría hecho las delicias de Borges y que, en sus manos, habría podido dar lugar a un hermoso relato sobre el destino, la cábala o las matemáticas del azar.

Historia Universal de la Infamia es un libro bastante peculiar e interesante pese a no figurar entre los más leídos del escritor argentino. Todas las primeras obras cuentan con dos tipos de público, quienes consideran que es la mejor y que lo que le sigue sólo aspira a igualar su mérito y quienes la creen mero atisbo de una promesa aún por cumplir. 

Lo cierto es que este libro surge como recopilación de unos textos publicados a lo largo de 1933 y 1934 en el suplemento de un diario bonaerense y que un avispado editor (o el propio autor, lo desconozco) supo reunir en un único volumen en 1935 junto con algún añadido, siendo reeditado en 1954 con pocos añadidos y modificaciones. La edición española corre por cuenta de Destino.

Como el título acierta a resumir, Historia Universal de la Infamia no es otra cosa que una colección de episodios protagonizados por malvados delincuentes, impostores, asesinos, piratas y demás ralea, de diverso tiempo y lugar que no tienen otra cosa en común que su iniquidad.

Para cada una de las historias, Borges parte de una fuente concreta, especificada en un epílogo, algunas tan fiables como la Enciclopedia Británica, otras más imprecisas como Vida en el Mississippi de Mark Twain.

Con este escaso material, Borges construye sus relatos en los que combina detalles psicológicos con reflexiones subjetivas, todo ello aderezado por su estilo barroco y algo redundante, estilo al que hace una mención burlesca en la introducción a la edición de 1954.

El primer aspecto que llama la atención en este libro es que Borges toma hechos reales y se esfuerza por literaturizarlos, por trasladar la impresión de que se está ante un relato, no ante una noticia.

En el prólogo ya citado, Borges atribuye a su timidez y vergüenza el hecho de recurrir a narrar hechos reales, evadiendo los imaginarios, bien por falta de confianza en sus dotes inventivas, bien por falta de inspiración. Pero lo cierto es que sólo estamos ante una disculpa dado que la elaboración literaria prima más allá de los hechos en que se basa.

Pocos de los que lean el relato sobre Billy el Niño identificarían al protagonista si no fuera por el uso de su nombre. También yo necesité avanzar bastante en la lectura de El impostor Tom Castro para identificarlo con la historia real que había leído aquella misma mañana.

Jorge Luis Borges
 Incluso los títulos dados a cada relato resultan reveladores de ese talante literario del que Borges apenas puede desprenderse en su escritura: El incivil maestro de ceremonias Kostsuké no Suké, El asesino desinteresado Bill Harrigan o El proveedor de iniquidades Monk Eastman por citar algunos ejemplos.

Como contraste, la mayoría del resto de la obra de Borges trata de recorrer el camino inverso, hacer pasar por reales sus ficciones, dotarlas de fuentes fiables (como la Enciclopedia Británica en su famoso relato Tlön, Uqbar, Orbis Tertius) para mantener ese juego entre realidad e invención que es una de las claves de sus cuentos.  

Y éste es el mérito de un maestro del relato, el conseguir crear una atmósfera propia, un estilo que envuelve los hechos y nos los ofrece ya elaborados y enriquecidos prefigurando lo que será el estilo definitivo del Borges cuentista.  De un lado, la expresión demorada, entretejida de reflexiones, a ratos filosóficas, a ratos irónicas, pero por otro lado, ese juego entre verdad y ficción, matemática y esoterismo, cero e infinito.

Pero esta Historia Universal de la Infamia ofrece más. Ya desde la primera edición se incluyó el relato Hombre de la esquina rosada, única pieza de ficción en la que Borges rinde homenaje al lenguaje porteño y a la vida en los arrabales bonaerenses. Sin duda, el localismo no está reñido con esa universalidad a que se refiere el título del libro ni a la del conjunto de la obra de Borges.

Los últimos añadidos son una suerte de viñetas, también fruto de la imaginación del autor, que continúan con la temática criminal y de infamia a que responde el título. En muchos casos parecen esbozos de personajes y escenas que podrían formar parte de futuros escritos.


Pero erraríamos si creyéramos que la lectura de este primer volumen tan solo sirve para completar el conocimiento de la obra del escritor argentino o si la leyéramos buscando las raíces de su genio. El valor de estos pequeños textos se impone por sí mismo. Su brevedad no les resta intensidad y, en todos ellos, podemos disfrutar del fabulista completando los huecos que las fuentes no atienden.

Los datos escuetos no son literarios, son hechos desnudos. Lo que rodea a esos hechos, el color de la noche de un crimen, lo que siente el asesino o lo piedad que implora la víctima son hechos inaprensibles para un historiador al uso. Sólo la Literatura alcanza a dar fe de ellos y sólo gracias a ella estos hechos permanecen en nuestra memoria. Por eso debemos leer, y leer también Historia Universal de la Infamia.