“Tratar a diario con la Nada es devastador”
Norman Mailer
Pocas
profesiones tan dadas al autoanálisis y la vanagloria como la del
escritor. Apenas hay un autor que no haya caído en la tentación de
explicar a sus lectores, al mundo, los motivos que le llevaron a su
oficio, sus méritos, lo que pretendía con tal o cual obra o lo
desafortunado del papel de críticos y editores.
Y
estas páginas, llenas de altas consideraciones y un ego desmedido,
suelen contrastar con la pequeñez de la obra del escritor en cuestión,
de modo que el esfuerzo resulta más bien digno de lástima, de cierta
sonrisa condescendiente tan alejada de lo pretendido.
Sin
embargo, cuando estas páginas vienen respaldadas por la obra de un
autor al que se admira y cuyos textos creemos que deben resplandecer por
encima de los de sus colegas, ¡qué efecto tan diferente! Lo que en
otros nos resulta sonrojante y patético, se torna auténtico y admirado
porque, en definitiva, no solemos juzgar tanto la veracidad de lo que
leemos sino la credibilidad de quien lo escribe.
Y
esto es lo que ocurre con Un arte espectral, recopilación de textos de
Norman Mailer sobre la escritura; más precisamente, sobre “su” escritura
y todos sus accidentes y circunstancias. El libro se compone de
materiales diversos (entrevistas, antiguos artículos, algunos inéditos,
conferencias, …) debidamente adaptados, recortados o ampliados, hasta
convertirlos en un conjunto coherente y bien construido en el que Norman
Mailer echa la vista atrás para reflexionar sobre qué significa
escribir, cuáles son sus peajes, pero también sus atajos, las
consecuencias de una vida de escritor o la obra admirada de otros
autores (más admiración sincera cuanto más tiempo lleve muerto el
colega, ya se sabe que los vivos siempre pueden hacer la competencia).
El joven Mailer |
Mailer comienza el periplo por sus inicios como
escritor y sus recuerdos de las clases de escritura en la Universidad.
No cree que dichos cursos aporten mucho al escritor en ciernes pero sí
destaca un valor fundamental: la oportunidad de aprender a sobrellevar
la crítica despiadada del resto de compañeros de curso. Someter un texto
al duro juicio de competidores ansiosos por desmerecer el talento ajeno
o de lograr el reconocimiento general gracias a la perspicacia crítica,
supone una dura prueba que prepara al fututo escritor para lo que le
aguarda.
Y
es que Norman Mailer tuvo la fortuna de lograr un tremendo éxito con su
primera novela, Los desnudos y los muertos, pero le resultó difícil
superar las expectativas de críticos y público en sus siguientes
novelas, siempre criticadas y juzgadas por el rasero de la primera obra.
Mailer cree incluso que su éxito temprano predispuso al mundo literario
en su contra, aunque eso sea ya una apreciación personal.
Lo
cierto es que Mailer reflexiona sobre los motivos por los que una
determinada obra alcanza el éxito de crítica y público y otra, tal vez
de mayor mérito literario, parece caer pronto en el olvido. Llega a la
conclusión de que el factor suerte juega un importante papel. Los
desnudos y los muertos, ambientada en la Segunda Guerra Mundial fue
publicada en 1948, momento en el que el público americano estaba ya
preparado para una novela en la que la imagen heroica de los soldados
comenzaba a resultar algo cargante. Publicada unos años antes (o unos
después) habría resultado menos apta o impactante para el público en
general. Lo contario ocurrió con Noches de la Antigüedad, su novela
ambientada en el Antiguo Egipto y cuya redacción le llevó bastantes
años. Durante todo ese tiempo, la tierra de los faraones pasó a
convertirse en un fenómeno de moda y volvió a caer en el olvido salvo
para los fanáticos. Su publicación coincidió con esta última fase, lo
que justifica -a su juicio-, el escaso interés que recibió una novela
que para él supuso su mayor desafío literario.
La conclusión que extrae de su experiencia es sencilla: no te esfuerces por escribir sobre lo que crees que se convertirá un éxito; las apetencias del público son tan volubles que en el tiempo que tardas en escribir una buena novela, el interés habrá cambiado de foco. Por eso, dado que el ejercicio de la Literatura supone un esfuerzo y un sacrificio tan notable, y el éxito comercial no está asegurado, es preferible centrarse en escribir aquello que nos apasione, aquello que deseemos con toda nuestra fuerza y que nos ayude a soportar el esfuerzo que aguarda por delante.
Pero,
¿tan duro es el oficio de escritor? Uno podría creer que una vida libre
de complicaciones, de horarios, sometida tan solo a la creación y sus
misterios, resulta un agradable modo de pasar por la vida. Sin embargo,
para Mailer, la escritura no es otra cosa que enfrentarse a la Nada, es
lo que define el propio título de este libro: un arte espectral.
Mailer
es de los autores que defiende eso que en otros suena a retórica vacía,
la idea de que cada personaje, a partir de un punto, comienza a
escribir su propio guión, en un proceso gradual en el que se parte de un
comienzo someramente planeado que pronto devienen en una situación en
la que la novela se tambalea entre permanecer bajo el control del autor,
languideciendo torpemente, o saltar al vacío para hallar su propio
sentido, para lo cual se sirve del autor. Es esta acrobacia la que mejor
define la idea de enfrentarse a la Nada.
¿Y
realmente es la novela la que dirige la mano del autor? También aquí la
opinión de Mailer tiene su especial significado ya que para el autor
americano, el Mal (lo mismo que el Bien) son fuerzas reales que se
manifiestan en nuestras vidas cotidianas y que en ocasiones pugnan por
imponerse en nuestro interior. Esta idea, que tan bien reflejó en El castillo en el bosque, implica que muchas de sus obras pueden ser fruto
de la inspiración del Mal, o de alguna manifestación de éste, lo que no
deja de resultar algo inquietante en un autor que ha fijados sus miras
en vidas tan poco edificantes como puedan ser las de Oswald, Hitler o
Gary Gilmore, el asesino de La canción del Verdugo.
También
en otros sentidos, la escritura supone una lucha contra la Nada. Para
Mailer, el proceso de escribir una novela resulta extenuante. La
dedicación diaria a la silla y el folio en blanco forman parte de un
ritual que incluye largas horas sin escribir absolutamente nada, repasar
lo escrito, reelaborar por completo una novela, cambiar al personaje
principal por un secundario cuando ya se tenía prácticamente concluido
el texto, y así una interminable relación de problemas y dificultades
que convierten el oficio de escritor, según Mailer, en uno de los más
ingratos que pueda conocerse.
Respecto
a los personajes, Mailer prefiere aquellos con fuerte personalidad,
capaces de ir cambiando a lo largo de la novela, de aprender de lo
narrado y adaptarse. Critica con dureza la obra de autores -como Saul
Bellow (al que, por otro lado, admira)- por la escasa consistencia de
sus personajes, más bien pensados como figurantes para sus estupendas
tramas. Lo fundamental es, por tanto, observar cómo actúan las personas,
como les influye lo que ocurre a su alrededor.
Porque
Mailer defiende la obra como vehículo de indagación, primeramente
personal, del propio escritor, seguidamente del lector, de cada lector.
Según este planteamiento, una obra es más meritoria, más elevada, cuando
genera reacciones opuestas en los lectores. Que un mismo texto pueda
llevar a unos a la risa y a otros al llanto. Una respuesta homogénea
equivale a un fraude, una manipulación del escritor que juega con
sentimientos y emociones previsibles.
Avancemos
algo más en lo que este volumen nos propone y que evidencia la
versatilidad del autor. Dos ejemplos de muestra. El primero es su
espléndido análisis de una película clave en la historia del cine, El
último tango en Paris. Comienza por alabar las intenciones del director y
el talento de Brando para ir avanzando en el metraje y concluir
considerando que el miedo al fracaso y la falta de coherencia a la hora
de llevar a las últimas consecuencias la fuerza del argumento son la
prueba irrefutable del fracaso artístico de la película. El segundo
ejemplo es una prodigiosa reseña sobre Huckleberry Finn, escrita como si
fuera una novela contemporánea en la que Mark Twain rinde sincero
homenaje a los estilos de todos los grandes escritores americanos, desde
Hemingway a Faulker, pasando por Sinclair Lewis y John Irving. No he
conocido forma más hermosa e irónica de expresar el impacto de una obra
en las generaciones futuras de escritores.
Esta
colección de textos, publicada en su versión original en el año 2003,
ha sido recuperada por la editorial Planeta con traducción de Elvio
Gandolfo y puede considerarse como su testamento ideológico sobre la
Literatura. Pero, ¿deben interesarnos realmente sus opiniones?¿No es
preferible saltar directos a su obra, verdadero testimonio de sus
convicciones literarias?
Lo
que he aprendido leyendo este libro, es que la persona, el autor, es el
marco de la obra. Como afirma en diversos pasajes, nadie puede escribir
decentemente sobre alguien más inteligente que uno mismo, ése es el
límite. No basta querer escribir, ni forzarse a ello, a la espera de que
nos asalten las musas. No, hace falta algo más, algo a lo que no todos
tienen acceso (no todo el que escribe es un escritor) y que Mailer
define como esas fuerzas (Mal o Bien) que se sirven de uno. Tal vez,
mientras compilaba y reescribía los textos para Un arte espectral,
Mailer sonreía sabiendo que pocos autores podrían escribir con
sinceridad sobre las trastiendas y tramoyas de la Literatura y que él
era uno de ellos. Seguro que en esos momentos ni Mal ni Bien se
sirvieron de él, sólo la Literatura le permitió desvelar alguno de sus
misterios. Y por eso ha merecido la pena.