- Mamá, no quiero ir al colegio. Me aburro mucho, los niños se meten conmigo y los profesores no me quieren.
- Hijo, tienes que ir al colegio por tres motivos. El primero, porque hay que superar las dificultades. El segundo, porque al hacerlo te sentirás satisfecho y contento. Y el tercero, porque eres el director del colegio.
I
Todos
queremos que nuestros hijos estudien, que colaboren en las tareas
domésticas, que sean responsables y respetuosos. Pero además, queremos
que lo hagan convencidos y de buen grado, satisfechos por el deber
cumplido, motivados en una palabra. Y nos parece que no es tan difícil.
Claro
que de nosotros como padres se espera otro tanto. Que nuestro
comportamiento siempre sirva de ejemplo y referencia, que seamos
pacientes y cariñosos, con la palabra de ánimo apropiada para la
ocasión, nunca dominados por el enfado o la ira, motivados en nuestra
tarea de ser padres. Y hay veces que pensamos, mejor que venga otro y lo
haga.
Y
es que la clave para lograr esas conductas deseadas pero que no siempre
resultan apetecibles, ni arrojan resultados inmediatos, está en lo que
denominamos motivación, entendiendo por tal, el misterioso motor que nos
pone en marcha con vistas a un objetivo y que nos hace perseverar en
las tareas necesarias para alcanzarlo.
Pero
también hay ocasiones en las que son otros los que tratan de influir en
nuestra conducta, de dirigirnos a donde les conviene. Hablo de la
publicidad en un sentido amplio, campo en el que la ciencia del
comportamiento y la motivación dieron sus primeros pasos y que, a día de
hoy, sigue estando en la vanguardia a la hora de determinar qué debe
gustarnos, a qué debemos dedicar nuestro tiempo, cómo queremos vernos y
sentirnos o incluso a quien debemos votar.
Una de las primeras corrientes de esta ciencia del comportamiento fue la teoría conductista que desde comienzos del siglo XX sostenía que las personas acostumbran a repetir conductas premiadas y a rechazar o evitar conductas castigadas. Premio y castigo se convierten en instrumentos para forzar voluntades. Veamos un ejemplo: Si deseamos que los ciudadanos sean más solidarios deberemos primar este comportamiento premiándolo, por ejemplo, con desgravaciones fiscales. Si deseamos disminuir el número de fumadores, deberemos incrementar los impuestos que gravan el tabaco.
Con
una visión tan simple, pero eficaz, parece quedar poco margen para las
valoraciones personales, el subconsciente y otros factores emocionales.
Cuando en el Reino Unido pretendieron incrementar las donaciones de
sangre decidieron retribuirlas. El resultado fue que muchos donantes
habituales y altruistas dejaron de donar al ver convertido su gesto en
una mera transacción económica o tal vez creyeron que su sangre no sería
ya tan necesaria. Pero quienes no donaban habitualmente, tampoco
creyeron que el pago compensara sus razones para no hacerlo (molestias,
temor a las inyecciones, contagios, etc.). El resultado fue que el nivel
global de donaciones cayó y hubo de tornarse al modelo anterior.
Hay
muchos más elementos que influyen en el comportamiento y en nuestra
motivación. Así, durante los años cincuenta, la psicología cognitiva se
alzó frente a la conductista para precisar que el comportamiento es la
consecuencia de nuestras creencias por lo que se debe actuar sobre éstas
si deseamos un cambio en la conducta.
Teorías como la indefensión aprendida o el efecto Pigmalión
traen a primer plano la importancia de la creencia propia (o ajena)
sobre nuestras capacidades para alcanzar el objetivo deseado.
Detengámonos
en el efecto Pigmalión, resultado de un curioso y controvertido
experimento de los años sesenta en el que, al iniciar el curso escolar,
se intercambiaron los informes académicos de varios alumnos, de modo que
sus profesores identificaron como buenos estudiantes a algunos que no
lo eran tanto. El sorprendente resultado fue que, al final del curso,
las expectativas de los profesores sobre sus supuestos buenos alumnos,
influyeron hasta el punto de mejorar notablemente su rendimiento. Es
decir, estos estudiantes tuvieron un nivel de atención y seguimiento
superior al que habrían recibido de haber sido identificados como
alumnos poco brillantes; cuando estos estudiantes manifestaban no haber
entendido alguna cuestión, los profesores creían que no se habían
explicado correctamente (en otro caso, habrían podido creer que el
problema no era propio sino de la capacidad de los alumnos). Los propios
estudiantes se mostraron más interesados en sus tareas académicas al
ver que los resultados acompañaban las expectativas de sus profesores.
II
Para
hablar de todo esto y aprender a motivarnos a nosotros mismos, orientar
a nuestros hijos y ser más libres frente a las manipulaciones ajenas, José Antonio Marina publica Los secretos de la motivación, el tercer libro de su Biblioteca de la Universidad de Padres, tras La educación del talento y El cerebro infantil, combinando nuevamente texto y materiales adicionales en la página web dedicada al libro.
El
comportamiento animal responde a impulsos e instintos no siendo
determinantes otro tipo de fines. La motivación es exclusiva de los
humanos y requiere la existencia de un deseo pero exige un aditamento adicional y es que este deseo vaya dirigido a un fin o meta acorde con nuestro esquema de valores y preferencias. No podemos estar motivados para hacer algo en lo que no creemos o de lo que desconfiamos.
El tercer elemento que cierra la ecuación es lo que Marina denomina facilitadores,
elementos o circunstancias que favorecen nuestras acciones. Tener un
gran sentido del equilibrio favorece la motivación para las actividades
deportivas o de baile; tener mal oído puede ser un obstáculo para las
actividades musicales. Tener padres lectores favorecerá el hábito de la
lectura; en otro caso, la ausencia de una buena biblioteca pública
próxima dificultará el acceso a los libros. La creencia del menor en sus
propias habilidades, reforzada muchas veces por sus padres,
condicionará su interés y motivación por determinadas actividades (“...a
Álvaro le cuestan mucho las matemáticas”, “a Laura no le gusta nada
leer”..... ¡y así nunca le gustará!).
Motivación (M) = Deseos (D) + Valores (V) + Facilitadores (F)
Recordemos
esta ecuación porque cuando tratemos de crear buenos hábitos de estudio
o de urbanidad, deberemos actuar sobre alguna (o varias) de esas tres
variables.
¿Cómo
podemos actuar sobre ellas? Marina ofrece ocho recursos resultado de
las diversas teorías sobre el comportamiento vigentes en la actualidad.
El premio y el castigo
ya se han comentado y pueden servir para inhibir conductas totalmente
aborrecibles o para lograr resultados en el más corto plazo. Pero pasado
ese primer momento, debemos recurrir a instrumentos más sofisticados
encaminados a que el niño pueda elegir libremente. Como demostraron los
experimentos de Harlow, poco respetuosos con los animales, incluso estos
responden a necesidades de afecto en igual o mayor medida que a
castigos y premios.
Para ello podemos servirnos de modelos
(conductas o personas ejemplares) que aprovechen nuestra capacidad
imitatoria sacando partido de las neuronas-espejo. Que nuestros hijos
tomen los modelos adecuados resulta vital cuando desde la televisión o
la moda se les trata de proponer un universo de modelos a emular con el
que es difícil competir y que no siempre persigue aquello que les
resulta más beneficioso.
La cuarta herramienta es el cambio de creencias
y se apoya en la psicología cognitiva. Como ya hemos comentado, según
esta teoría el comportamiento está condicionado por nuestras creencias.
Combatir la idea de que errar es vergonzoso favorecerá el emprendimiento
y la asunción de riesgos, la innovación y la creatividad. Desmontar la
idea de que nuestro hijo no sirve para los estudios le permitirá
afrontar en mejores condiciones las tareas escolares y poder elegir en
el futuro más libremente si desea o no continuar estudiando.
En quinto lugar, Marina sugiere el cambio de deseos y sentimientos
que tiene su razón de ser en las teorías sobre la inteligencia
emocional. Hacer atractiva una tarea nos mueve a la acción. Un buen
ejemplo es el modo en que Tom Sawyer consigue convencer a sus amigos de
que pintar una valla es tan divertido que no sólo hacen por él todo el
trabajo, sino que incluso les cobra por dejarles pintar.
Los
sentimientos también pueden empujarnos a iniciar una tarea. El problema
del hambre mundial es excesivamente abrumador para ser resuelto por un
individuo aislado, pero poner cara a este drama permite activar las
voluntades. De ahí el gran éxito de los programas de apadrinamiento.
Como sexto recurso, Marina propone el razonamiento. Conocer el porqué hacemos las cosas es una gran ayuda para actuar de buen grado, no en vano somos seres racionales. Explicar detalladamente los motivos es un modo de aclarar a nuestros hijos (o a nosotros mismos) el sentido de una conducta.
Pero,
¡cuidado! El razonamiento es una buena herramienta, pero no podemos
olvidar que determinadas tareas deben realizarse por puro deber.
José
Antonio Marina no deja pasar por alto la oportunidad para plantear una
cuestión espinosa en nuestro tiempo. Determinados comportamientos se
llevan a cabo como consecuencia del dictado de nuestra inteligencia,
porque consideramos que deben ser realizados sin que por ello obtengamos
ventaja, compensación o retribución. ¿Limitamos así nuestra libertad?
¿No debemos hacer caso a los anuncios que nos invitan a vivir sin
límites? La respuesta es un rotundo no. Seguir el dictado de nuestros
deseos nos ata a ellos, nos esclaviza. Limitar nuestros actos, para
conducirnos hacia metas más elevadas, nos libera y perfecciona.
De
ahí la importancia de saber educar en la idea de que hay deberes
inexcusables de muy variada índole (respeto personal, ayuda,
conservación del medio ambiente, ...) que se imponen por sí mismos, como
deberes morales fruto de nuestra condición humana, no animal.
El séptimo instrumento para activar la motivación es el entrenamiento. Puede parecer que no tiene mucho que ver con la motivación pero realmente la creación de hábitos ayuda a allanar muchas dificultades futuras. Buenos hábitos de descanso y de ocio permiten ordenar las actividades diarias dejando un espacio para el estudio, ayudar en las tareas de la casa o practicar deportes al aire libre. No dejar las cosas para el último momento es otro hábito que ayudará a estar motivados para tareas que exigen el aplazamiento de la recompensa. Por otro lado, el entrenamiento es clave para facilitar tareas como la lectura o el cálculo mental cuya importancia para la educación futura es clave.
Por último, y como octavo recurso, tenemos la eliminación de obstáculos.
Ya hemos comentado la importancia de remover los obstáculos para
realizar una tarea, tanto físicos (por ejemplo, problemas de visión o
audición dificultarán la atención del menor) o psíquicos (una excesiva
presión por parte de padres muy competitivos, falta de tiempo por
excesivas actividades extraescolares, amistades inapropiadas, el modo en
el que se explica a sí mismo los acontecimientos negativos, ...). No
desdeñemos la importancia de lo que pueden parecer pequeños cambios a
nuestros ojos pero tener un tremendo impacto en nuestro hijo.
Bien.
Ya sabemos cómo hacer prender la llama, pero esto no equivale a
garantizar un fuego intenso. Lograr en un primer momento una dedicación
entusiasta a unas clases de piano, a un curso de fotografía o a seguir
una dieta no es lo que pretendemos, aunque sea necesario. Lo
determinante es desarrollar las habilidades suficientes para mantener
este esfuerzo de manera continuada hasta el logro del objetivo deseado.
Es lo que Marina denomina motivación para la tarea.
Para ello, necesitamos formar en otras habilidades como la disciplina o la superación de la frustración ante los inevitables fracasos; comprender que los errores son el camino necesario para lograr el éxito (y no un baldón en una carrera) o saber mantener una decisión al margen de las opiniones de los amigos. Pero también debemos ser capaces de genera una inteligencia crítica capaz de cuestionar nuestros actos y métodos, la perseverancia no debe equivaler a la tozudez, la flexibilidad debe permitirnos adaptar y corregir lo que sea necesario.
En
definitiva, se trata de enseñar a reactivar cualquiera de las tres
variables de la ecuación aprendida mediante diversas herramientas (que
pueden ser las ocho anteriormente citadas) para perseverar hasta
alcanzar el logro final.
Pero
como en los otros libros de esta colección, Marina no nos habla sólo de
cómo motivar a nuestros hijos para que estudien o hagan lo que creemos
que les resulta conveniente sino que continúa con su proyecto de
“inteligencia triunfante”, formando personalidades abiertas, capaces de
enfrentarse a sus propias limitaciones sin que éstas resulten una pesada
carga que impida un crecimiento pleno y una inteligencia crítica,
cuestionadora y resolutiva. En este proyecto la motivación es una
herramienta clave para mantener una dirección firme, para ser capaces de
guiar con constancia, no exenta de esfuerzo, nuestro comportamiento
hacia los fines que nuestra inteligencia crea apropiados.
Así que ya nunca pensaré “que venga otro y lo haga”.