Sabemos
que la poesía es un arma cargada de futuro, si bien, éste es incierto y desconocemos
qué nos deparará. Nuestra única guía es lo que conocemos del pasado y éste ya
no nos sirve.
También
sabemos que cuando hemos sido despojados de todo, aún nos queda la palabra,
pero estos tiempos parecen desconfiar de ella, abrazándose a la imagen como
única regla. Nos hemos acostumbrado a discursos políticos o publicitarios
vacíos de contenido, disfraces de intenciones aviesas, y la palabra parece el
vehículo del engaño.
Y
si esto es así, ¿realmente queda espacio para la Poesía? ¿Puede aportar algo a
este mundo?¿No será acaso una rémora del pasado, un modo arcaico de expresión
que, como tantos otros, pervive sólo como recuerdo de lo que fue, pero muere en
su intento de pervivir?
David Fernández Rivera sostiene con valentía y empeño que esto no
es así. Desde muy temprana edad ha dedicado su vida a la Poesía. Ésta puede
encarnarse en poemarios como Caminando
entre brumas, o Sáhara, en
creaciones musicales como Ecos de la
noche o en obras de teatro como Hipnosis/ La Colonia, pero en cualquiera de estos ámbitos creativos se agazapa un
único anhelo: dar voz y cabida a un modo de expresión que refleje adecuadamente
el mundo que nos ha tocado vivir y para el que las imágenes y retórica del
pasado parecen no servir.
Ágata (Ediciones Antígona 2014) es el último
exponente de este camino trazado y recorrido con singular perseverancia.
Estamos ante un poemario que reclama un acercamiento alejado de las reglas de
la razón y el discernimiento. Un texto que exige sumergirse en su exuberancia
visual, en sus contrastes lógicos y semánticos o en sus paradojas, desde una
perspectiva en la que prime el instinto del lector. Éste deberá entregarse con
la energía propia del inconsciente, de la asociación libre y, en última
instancia, de la libertad creativa que toda la obra respira y comparte con
quien se acerque a ella.
La
apuesta es arriesgada. Sin duda, el lector se enfrenta a un texto con el que
deberá luchar para dotarle de un significado que le resulte valioso, veraz. Y
es tanta la versatilidad de lo escrito, que la propia guía del autor como
embajador de lo expresado, puede resultar innecesaria ante lo que debe ser un
esfuerzo personal de quien se enfrente a la lectura.
Buscan escuadras de fertilidaden los puños granulados del cemento.En el paso de un ave,el encuentromuestra al horizonte la humedad telúricaen los surcos peinadoscon la ganzúaasilvestradaen la emigracióntaponadadel arado.
En
definitiva, el lector debe hacer suyo el texto entregándose a la experiencia de
su lectura. De otro modo, las imágenes le resultarán ajenas, frías, sin alma o
sentido. La lectura es, por tanto, exigente, pero la recompensa está a la
altura del esfuerzo. Es posible que quien se enfrente a Ágata no obtenga las mismas conclusiones que su autor, que el
significado último de sus poemas no coincida con el que inspiró a su autor.
Pero esto solo es un mérito más del texto, una prueba de su validez y vigencia.
Mientras tanto,las arterias insonorizadasque recubren la fachada exteriorde la factoría,podrían sueños utilizar el poderque todos llevaron dentroy que ahiora desconocenen la arrogancia impasibledel sistema productivo.
La
riqueza visual de los poemas combina a la perfección los elementos cotidianos
de nuestro entorno de un modo que resalta la extrañeza que estos mismo objetos
nos despiertan en el modo en que el autor los representa.
Porque
ésta y no otra es la principal impresión que se obtiene según la lectura
avanza. La seguridad de que el mundo del que nos habla David Fernández es el
mismo al que miramos cada vía, muchas veces sin verlo, sin enfrentarnos a las
aristas que terminan por desgarrarnos sin apenas ser conscientes.
De
ahí la apropiada elección del título de este poemario. El ágata es una piedra
(discúlpese mi ignorancia geológica) formada por diversas capas de variada
coloración, opaca o translúcida, en forma de anillos de árbol. Su dureza la
hace perfecta para todo tipo de usos, pero a efectos de lo que aquí nos
importa, el ágata representa la mezcla de tosquedad y dureza propia de nuestros
días, con la sutilidad de la mezcla de sus colores y sus delicadas formas.
Esta
combinación es la que define Ágata, un
libro en el que la preocupación por el presente no aleja la belleza de las
imágenes, en el que la Naturaleza (una preocupación especial del autor) convive
con la Máquina en paisajes desolados en los que el hombre parece un mero
accidente, pero que pronto emerge como verdadero motor responsable de los
hechos y depositario de un residuo de esperanza. En ocasiones, parecemos estar
en alguna de las escenas de Hipnosis / La
Colonia, prueba de la coherencia estilística y temática del autor.
La identificaciónle llevó a postrarsesobre el péndulodel reloj,mientras repasabaapresuradamentelos intermitentesque deshuesanel chirridoen las hojas metálicassobre el sudor del calendario.
Ágata ha
sido recomendado por la Unión Nacional de
Escritores de España (UNEE), de
la que David Fernández es delegado en
Galicia. El esfuerzo del autor por lograr un mensaje poético válido en nuestros
días ha logrado un éxito notable y, sin duda, su ambición le llevará a
desarrollar aún más esta poética en sucesivas obras. Estaremos atentos.
Son muy pocoslos que aguardaránsin limarel potencial de sus caderas,para así encharcar sin sobresaltos,el púlpito uterinoen las hormas torneadascon la trama verticalde las banderas.