A propósito de nada (Alianza Editorial) es, como muy bien resume el título, un libro sobre nada en particular. No pueden considerarse unas memorias al uso, tampoco una justificación de la posición de Woody Allen respecto de las acusaciones varias de que ha sido objeto en los últimos años. El verdadero sentido que el autor atribuye al título es que su vida merece poco interés, que su persona es escasamente aleccionadora a ningún efecto y que en nada de la vida destaca, pese a lo que, por giros de la impredecible fortuna, se ha visto perseguido por una fama que no le hace justicia.
Ni es un gran cineasta, ni sus métodos de dirección resultan meritorios, ni su supuesta fama de intelectual reflexivo se corresponde con la realidad, ni su dominio del clarinete es la razón por la que las entradas a los conciertos de su banda se agotan.
Esa incredulidad sobre las vías que le han llevado al éxito es la referencia vertebral de la obra, que pretende presentarnos a Allen como una persona normal, como cualquiera de nosotros pero que, con una gran dosis de suerte y una injustificada suficiencia, se ha creído capaz de emular a sus ídolos de juventud, sean dramaturgos como Henry Miller, directores como Bergman o deportistas como cualquier famoso bateador desconocido por estos lares.
El relato se remonta a su nacimiento e infancia, en una familia algo desestructurada, con una madre a la que parece no profesar demasiado afecto, siempre desconfiando de todos, especialmente de su marido y de su hijo, a quienes considera una carga más que una compañía y que, con su fiereza matriarcal, rige con ruda y violenta mano a toda la familia. Su padre, por contra, siempre soñando en enriquecerse con negocios varios, no siempre muy lícitos, no siempre honrosos, pasa a ser una referencia más válida para el niño Allen.
Pese a lo que podemos creer viendo al enclenque gafotas que todos tenemos en mente cuando citamos su nombre, parece que el joven era un gran deportista, no sólo seguidor de los partidos a través de la radio o la prensa, sino también físicamente, en los partidos escolares o en las competiciones organizadas en la calle. De hecho, su principal afición en sus primeros años eran los cómics y el deporte, nada especialmente elevado, nada intelectual, todo lo contrario, parecía sufrir una profunda aversión a cualquier tipo de intelectualismo y más afición por las mujeres y el deporte que por otra causa.
Sin embargo, nos cuenta cómo las compañeras de clase que más admiraba, aquellas por las que sentía auténtica pasión eran precisamente las que más alejadas se encontraban de sus intereses. Con ellas aprendió a colar frases robadas de filósofos, artistas, escritores o actores, de modo que todas sus carencias quedaran ocultas, llegando incluso a la falsificación pura si era necesario. Precisamente ese conocimiento tan disperso le permite soltar dictados de manera tan aleatoria y sin sentido que el oyente debe decidir si se encuentra ante un cretino o ante un genio que calla más que habla, una supuesta impresión de profundidad apenas intuida.
Así nos describe su periplo errático de lecturas, principalmente de aquellas grandes obras que no ha leído ni tiene interés por leer, pero que pueden dar buen rédito cuando se trata de impresionar, una habilidad que sí se arroga.
Pero, sorprendentemente, también ocurre lo mismo con el cine, donde pone de manifiesto la enorme cantidad de grandes clásicos que desconoce y por los que no muestra especial interés, el conocimiento disperso y confuso que contradice, o con el que pretende hacer palidecer su fama de culto. Tampoco se atribuye especial sabiduría en lo que se supone que es su profesión, la de director. De la cámara asegura no saber más que el hecho de que es necesario destapar el objetivo para comenzar a grabar.
También Allen nos ofrece un repaso sobre las mujeres de su vida, desde sus dos primeros y fracasados matrimonios, en un intento por dejar muy claras las razones de las rupturas, y la excelente relación que aún conserva con ellas. Lo mismo que su amistad con Diane Keaton tras poner fin a su breve romance y con la que ha vuelto a trabajar en innumerables películas. Sin duda, todo ello a fin de marcar un claro contraste de su relación con Mia Farrow.
Nos habla de su fobia por los premios, por asistir a ellos, si bien, cuenta con desparpajo la entrega del Príncipe de Asturias, justificado por no hacer una ofensa a una institución como la Monarquía misma y a un país que tanto apoyo y respaldo le ha dado en todas sus películas y donde se le ha permitido rodar en extraordinarias condiciones en esta última época en la que ha sido objeto de un cierto exilio artístico.
Para cualquiera de los que disfrutamos de sus películas, el periplo, algo caótico, con idas y venidas, resulta siempre muy ameno, lleno de anécdotas, de escenas rocambolescas, intuimos que parte de ellas bastante retocadas para acomodarlas al registro humorístico y autodespreciativo que preside la obra.
Es cierto que uno siempre tiene la duda de si todo lo aquí contado no es consecuencia de que Allen, el real, ha ido evolucionando hasta converger con su propio personaje, sin que ya seamos capaces de distinguir a ambos, algo que ocurre a muchos artistas que terminan fagocitados por su imagen, concluyendo mezclando mito y realidad. Aunque Allen aún no ha llegado al extremo de Weissmuller, lo cierto es que sí puede apreciarse ese intento por hacer coincidir los hechos con la imagen proyectada en las películas, en las entrevistas. Algo forzada su fobia a entrar en casas ajenas, a pasar una noche fuera de su propio hogar o compartir baño en la casa familiar de los Hemingway con el hijo de Ernst.
Tal vez las partes menos fantasiosas, o las más interesantes desde el punto de vista del rigor histórico pueden ser las que nos cuentan el funcionamiento del mundo de los cómicos en los años cincuenta y sesenta. Cómo funcionan los clubes, los comienzos del omnipresente y aburrido espectáculo de los monologuistas de hoy en día. Cómo se hacían carreras escribiendo chistes para otros, cómo se pasaba de escritor de chistes a creador de gags, cómo había "escuelas", incluso coaching para progresar, las conexiones entre este mundo de cómicos y el de las comedias teatrales, paso previo al salto al cine, menos culto, pero más lucrativo.
Y llegamos ya al punto al que el propio Allen destina una parte sustancial de la obra, su relación con Mia Farrow y el posterior escándalo sobre su matrimonio con Soon-Yi, la hija adoptada de aquella o los posibles abusos sexuales a Dylan, la hija adoptada por Farrow y Allen.
Comencemos diciendo que si aplicamos un filtro de moralidad, incluso de limpieza del certificado de penales, gran parte de los libros reseñados en este blog desaparecerían. Y si alguien nos dice que Woody Allen no ha sido objeto de ninguna condena, ni tan siquiera ha estado cerca de estarlo por parte de tribunal alguno, deberíamos extender aún más la condena a otros tantos autores, de modo que esta lista de lecturas casi resultaría materia delictiva o reprobable moralmente.
Entre esta nómina de autores, aquí hemos reseñado libros de esclavistas, asesinos, traidores a su patria, condenados por su propia religión, condenados por otra religión, defraudadores de impuestos, adultos casados con menores, etc.
Más aún, creo que quienes gustan de tiznarse con ceniza para exhibir su dolor y luto, siempre de puertas hacia fuera, como hacían los griegos, los que se rasgan las vestiduras por la connivencia con el esclavismo de Mark Twain, un caso también aquí reseñado y comentado, son los mismos que harían lo propio si hubieran nacido hace cien años, y quienes criticarían la entrada en tromba del lenguaje de los negros en sus obras, lo soez y bajo, despreciable e indecente que les resultaría. Porque quienes se arrogan la función de policía de la moral, los que se lamentan a lloros desvergonzados, como plañideras de la nada, son siempre los mismos, en distintos tiempos, pero siempre los mismos.
Y dicho esto, tampoco tiene sentido adelantar aquí la versión de Allen sobre todos estos hechos truculentos, más propios de un serial televisivo de bajo coste. Quien quiera tiene a su acceso la versión del cineasta, la de Mia Farrow, las declaraciones lacrimosas de Dylan, la versión de Soon-Yi, la del hijo que escapó de la tutela de Mia y se posicionó al lado de Woody o la del otro hijo, que hizo lo contrario. Poco edificante, poco clarificador. Y, en el fondo, poco nos importa. en tanto no haya una condena, esa conquista del Derecho moderno, ese rechazo al procedimiento inquisitorial o a los tribunales de honor a los que ahora algunos nos quieren hacer retroceder.
Allen no deja de elogiar a los actores que, sin embargo, se han posicionado en contra suya, a quienes se han negado a protagonizar sus películas o a los que, como modo de implorar el perdón público, han renunciado a los ingresos por su participación en películas recientes suyas. Pero como señala con ironía y desdén, seguramente lo hacen porque los sueldos que paga son escasos, casi de miseria. También sostiene que los pocos que se han mostrado favorables a su causa no han sufrido persecución o represalia alguna. Y que muchos compañeros de profesión, pese a que en la intimidad se solidarizan con él, le aseguran que hacen declaraciones en sentido contrario para evitar su exposición pública.
Y pese a que este largo apartado del libro no deja de ser una autojustificación que tampoco parece que el lector le haya pedido, lo cierto es que deja un sabor de boca agridulce porque uno entiende sus razones personales, pero bien podría haberse hecho un mayor esfuerzo en la parte previa al escándalo y dejar ésta para un anexo, una adenda para quienes estuvieran interesados. También se habría agradecido que muchas de las anécdotas contadas no tuvieran el fin evidente de dejar claro lo respetuoso que es con las mujeres, lo limpio de su carrera y lo tonto que parece ser para muchas cosas y lo mal que se maneja en este tipo de situaciones. Por ello, la valoración del libro, muy entretenido y recomendable durante gran parte de la lectura, se torna algo menos favorable a la vista de su parte final.
Quizá si un día todo este escándalo se aclara podamos leer unas auténticas memorias, un libro completo sobre su arte y que, sin obviar este polémico apartado, no lo condicione de principio a fin. Es seguro que nada más satisfaría al autor y a sus lectores.