El
tiempo de verano es propicio para lecturas dispersas, dejadas atrás por
diversos motivos y recuperadas para cubrir las horas de un ocio inexistente el
resto del año. Así, durante el mes de agosto, me encontré leyendo al mismo
tiempo dos libros que nada deberían tener en común.
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paseos por Londres
es un curioso catálogo de rutas a pie por la capital británica, asomando al
lector a callejones y patios que no suelen figurar en guías más convencionales.
Gran parte de los altos en el camino tienen lugar bajo placas conmemorativas de
hechos criminales, siniestros o, en el mejor de los casos, inquietantemente
misteriosos.
Una
mañana, pongamos que de un martes, en el paseo dedicado a los aledaños de
Oxford Street, leí por primera vez la historia de Arthur Orton, personaje
célebre por haberse hecho pasar por el hijo de Lady Tichborne desaparecido en
un naufragio en el lejano Caribe. El impostor supo jugar con el deseo de la
madre por aferrarse a cualquier esperanza para desterrar la idea de la pérdida
de su hijo. Y de este deseo se aprovechó hasta que, a la muerte de Lady Tichborne,
el resto de herederos, algo menos románticos y muy preocupados por el número de
partes del caudal relicto, denunciaron con éxito al suplantador que terminó
pagando su osadía con la prisión y el posterior oprobio.
La
tarde de ese martes leí en Historia Universal de la Infamia, primer
libro de relatos de Jorge Luis Borges, la misma historia, algo más extensa,
ricamente adornada con personajes adicionales y florituras verbales, a la que el
escritor argentino había bautizado como El impostor inverosímil Tom Castro.
El impostor Tom Castro |
Esta
larga introducción sólo sirve para poner de manifiesto una coincidencia que
habría hecho las delicias de Borges y que, en sus manos, habría podido dar
lugar a un hermoso relato sobre el destino, la cábala o las matemáticas del
azar.
Historia
Universal de la Infamia es un libro bastante peculiar e interesante pese a no
figurar entre los más leídos del escritor argentino. Todas las primeras obras cuentan
con dos tipos de público, quienes consideran que es la mejor y que lo que le
sigue sólo aspira a igualar su mérito y quienes la creen mero atisbo de una
promesa aún por cumplir.
Lo
cierto es que este libro surge como recopilación de unos textos publicados a lo
largo de 1933 y 1934 en el suplemento de un diario bonaerense y que un avispado
editor (o el propio autor, lo desconozco) supo reunir en un único volumen en
1935 junto con algún añadido, siendo reeditado en 1954 con pocos añadidos y
modificaciones. La edición española corre por cuenta de Destino.
Como
el título acierta a resumir, Historia Universal de la Infamia no es otra
cosa que una colección de episodios protagonizados por malvados delincuentes,
impostores, asesinos, piratas y demás ralea, de diverso tiempo y lugar que no
tienen otra cosa en común que su iniquidad.
Para
cada una de las historias, Borges parte de una fuente concreta, especificada en
un epílogo, algunas tan fiables como la Enciclopedia Británica, otras más
imprecisas como Vida en el Mississippi de Mark Twain.
Con
este escaso material, Borges construye sus relatos en los que combina detalles
psicológicos con reflexiones subjetivas, todo ello aderezado por su estilo
barroco y algo redundante, estilo al que hace una mención burlesca en la
introducción a la edición de 1954.
El
primer aspecto que llama la atención en este libro es que Borges toma hechos
reales y se esfuerza por literaturizarlos, por trasladar la impresión de que se
está ante un relato, no ante una noticia.
En
el prólogo ya citado, Borges atribuye a su timidez y vergüenza el hecho de
recurrir a narrar hechos reales, evadiendo los imaginarios, bien por falta de
confianza en sus dotes inventivas, bien por falta de inspiración. Pero lo
cierto es que sólo estamos ante una disculpa dado que la elaboración literaria
prima más allá de los hechos en que se basa.
Pocos
de los que lean el relato sobre Billy el Niño identificarían al protagonista si
no fuera por el uso de su nombre. También yo necesité avanzar bastante en la
lectura de El impostor Tom Castro para identificarlo con la historia
real que había leído aquella misma mañana.
Jorge Luis Borges |
Incluso
los títulos dados a cada relato resultan reveladores de ese talante literario
del que Borges apenas puede desprenderse en su escritura: El incivil maestro de ceremonias Kostsuké no Suké, El asesino desinteresado Bill Harrigan o
El proveedor de iniquidades Monk Eastman por
citar algunos ejemplos.
Como
contraste, la mayoría del resto de la obra de Borges trata de recorrer el camino
inverso, hacer pasar por reales sus ficciones, dotarlas de fuentes fiables
(como la Enciclopedia Británica en su famoso relato Tlön, Uqbar, Orbis Tertius) para mantener ese juego entre realidad
e invención que es una de las claves de sus cuentos.
Y
éste es el mérito de un maestro del relato, el conseguir crear una atmósfera
propia, un estilo que envuelve los hechos y nos los ofrece ya elaborados y
enriquecidos prefigurando lo que será el estilo definitivo del Borges
cuentista. De un lado, la expresión
demorada, entretejida de reflexiones, a ratos filosóficas, a ratos irónicas,
pero por otro lado, ese juego entre verdad y ficción, matemática y esoterismo,
cero e infinito.
Pero
esta Historia Universal de la Infamia
ofrece más. Ya desde la primera edición se incluyó el relato Hombre de la esquina rosada, única pieza
de ficción en la que Borges rinde homenaje al lenguaje porteño y a la vida en
los arrabales bonaerenses. Sin duda, el localismo no está reñido con esa
universalidad a que se refiere el título del libro ni a la del conjunto de la
obra de Borges.
Los
últimos añadidos son una suerte de viñetas, también fruto de la imaginación del
autor, que continúan con la temática criminal y de infamia a que responde el
título. En muchos casos parecen esbozos de personajes y escenas que podrían
formar parte de futuros escritos.
Pero
erraríamos si creyéramos que la lectura de este primer volumen tan solo sirve
para completar el conocimiento de la obra del escritor argentino o si la
leyéramos buscando las raíces de su genio. El valor de estos pequeños textos se
impone por sí mismo. Su brevedad no les resta intensidad y, en todos ellos,
podemos disfrutar del fabulista completando los huecos que las fuentes no
atienden.
Los
datos escuetos no son literarios, son hechos desnudos. Lo que rodea a esos
hechos, el color de la noche de un crimen, lo que siente el asesino o lo piedad
que implora la víctima son hechos inaprensibles para un historiador al uso.
Sólo la Literatura alcanza a dar fe de ellos y sólo gracias a ella estos hechos
permanecen en nuestra memoria. Por eso debemos leer, y leer también Historia Universal de la Infamia.