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9 de diciembre de 2021

Libertad (David Fernández Rivera)



 

 

Libertad es la última obra de David Fernández Rivera, un autor que ya ha aparecido en dos ocasiones previas por estos lares. Como en los casos anteriores, este libro representa un salto adelante, un desafío, no solo para el lector, sino principalmente para el propio autor, dotado de una valentía y audacia a partes iguales que sabe conjugar con una coherencia desarmante.


Su proyecto literario evoluciona de un modo natural e implacable, llevando a David cada vez a territorios menos transitados, casi inhóspitos, pero que convierte en fértiles para quienes siguen sus pasos en una aventura de la que los que somos fieles lectores gozamos entre el asombro y la extrañeza.


Porque toda la obra de David tiene esa cualidad inclusiva por la que, si el lector renuncia a sus prejuicios y convencimientos, le permitirá abrirse a un arte diferente, uno que puede emocionar y romper, consolar o remover, convirtiéndose así en partícipe de este extraño viaje. Ahora bien, si quien se acerca a estas páginas no se abre en canal a la experiencia, las palabras, los fonemas, las imágenes y partituras se cerrarán como el secreto inquebrantable de los antiguos arcanos.   


Libertad es una obra que aúna diversos tipos de poesía. Así, encontramos poemas verbales, a los que David Fernández no renuncia, acompañados de poesía fonética, visual y de partituras gráficas. Esta variedad en cuanto al modo de expresarse del autor, no hace sino aumentar el valor que la obra tiene a mis ojos y facilitar de un modo más directo e inmediato su delicada poética.

 

 

Poema Visual Agonía - David Fernández Rivera en Peñarroya-Pueblonuevo 

 Poema visual Agonía - David Fernández Rivera en Peñarroya-Pueblonuevo

 


Libertad es el sustantivo que expresa la idea de potencia, de posibilidad, de independencia. Y la premisa de toda libertad, pese a no ser siempre bien comprendida, es la de despojarse de ataduras, de todo lo superfluo que llevamos con nosotros, que acumulamos en forma de experiencias o traumas.  No es libre quien se ciñe a dictados ajenos, quien asume herencias de terceros como propias. Sí lo es quien atesora un pasado y unas circunstancias para trazar con ellas un nuevo mapa según se van descubriendo ensenadas, lagos, cabos o desiertos que una vez cruzados no han de volver a pisarse.

 

La libertad es, por tanto, un esfuerzo consciente de despojo, de desapego, de romper ataduras. En este sentido,Libertad es un claro ejemplo en el que resuena una poética que no se rinde a expresiones convencionales, como ya nos tiene acostumbrados David Fernández en el resto de su obra. Todo lo contrario, Libertad representa un ejercicio de desarbolamiento de la lírica hasta dejarla reducida a un mínimo puro, en ocasiones algo inaccesible.Y es aquí donde radica la esencia libertaria de esta obra, ya que permite aflorar en el lector las más diversas interpretaciones, ecos o emociones, independientemente de las emociones, sentimientos, reflexiones... que haya buscado proyectar el autor en ella.

 

 

En mi caso, hay poemas verbales como “Luto”, que tocan algo profundo, miedos hundidos en el fondo del estómago que David sabe buscar y exponer sin miramientos.  En otros, como "Pisadas" he podido entrever un pequeño camino de rocas por el que se debe transitar entre saltos ágiles y rápidos y solo al concluir, he descubierto los peligros sorteados y he podido reconstruir la ruta completa que me ha llevado hasta ese punto. 

 



El delirio
succiona
el orfanato
hacia la veleta
subyugada
en la retina.

(Fragmento de "Luto" )

Pero la libertad también se refiere, en un segundo sentido, a la forma en que nos conducimos y expresamos. Y es éste tal vez uno de los aspectos más evidentes en este poemario. En las páginas de Libertad se combinan, al mismo nivel, y esto es lo relevante, los textos con las imágenes y los sonidos. 


Dentro de las propuestas artísticas de Libertad, destaca una suerte de partitura coral que se despliega saliendo del libro en una página doble; también merece especial mención el poema fonético “Zashima”, disponible en su registro escrito y recitado por el propio autor, accesible vía código QR, la tecnología al servicio del Arte.

 

David es ajeno al ego de quien pretende atraer a los lectores a su visión no creyendo ésta más verdadera y válida que la de quien se enfrente a sus poemas. Y esta idea tiene su lógica contraparte en el hecho de que la elaboración poética aquí recogida se realiza con la total abstracción del posible destinatario, es una poesía, por tanto, que nace de la intimidad del autor, de sensibilidad extrema. Nos llega sin ese escudo protector, aunque sea inconsciente, de quien escribe con la perspectiva de ser leído e interpretado, nos alcanza exponiendo a su autor de forma directa y descarnada.


Libertad ha sido publicado en 2021 por Amargord Ediciones y desde la portada nos asalta la obra de David mediante el poema visual “Big Bang”. José Luis Zerón Huguet prologa el libro poniendo al lector en contacto con el trabajo previo de David, su talento en campos muy diversos, y también arroja algunas ideas muy útiles antes de enfrentarse a la lectura. Así llegados, al concluir ésta, se abre el interrogante habitual tras todas sus obras, ¿cuál será la próxima frontera que hará saltar por los aires?, ¿cuál será el desafío que, sin duda, asumirá?


No lo sabemos, probablemente tampoco David tenga la respuesta, solo la intuya. Igual que ha abordado lo textual, lo fonético, lo visual y lo sonoro en una expresión única que no renuncia a nada, es posible que continúe por esta vía. El abandono de una lírica más tradicional forma parte del anhelo por buscar nuevas formas de entender lo lírico, de reflejar sentimientos o estados, pero no de un intento forzado de experimentación. Por ello, creo que la evolución de su poética irá respondiendo a las necesidades de expresión y emocionales del propio autor como ha sido hasta la fecha. Pero, sea como sea su próxima obra, en el tránsito siempre podremos revisitar Libertad y sus anteriores libros, sabiendo que en ellos descubriremos nuevas claves que los iluminarán desde diferentes perspectivas. Porque si algo puede definir la obra de David Fernández es que nunca se agota, nunca defrauda.

 

5 de junio de 2014

Ágata (David Fernández Rivera)




Sabemos que la poesía es un arma cargada de futuro, si bien, éste es incierto y desconocemos qué nos deparará. Nuestra única guía es lo que conocemos del pasado y éste ya no nos sirve.  

También sabemos que cuando hemos sido despojados de todo, aún nos queda la palabra, pero estos tiempos parecen desconfiar de ella, abrazándose a la imagen como única regla. Nos hemos acostumbrado a discursos políticos o publicitarios vacíos de contenido, disfraces de intenciones aviesas, y la palabra parece el vehículo del engaño.

Y si esto es así, ¿realmente queda espacio para la Poesía? ¿Puede aportar algo a este mundo?¿No será acaso una rémora del pasado, un modo arcaico de expresión que, como tantos otros, pervive sólo como recuerdo de lo que fue, pero muere en su intento de pervivir?

David Fernández Rivera sostiene con valentía y empeño que esto no es así. Desde muy temprana edad ha dedicado su vida a la Poesía. Ésta puede encarnarse en poemarios como Caminando entre brumas, o Sáhara, en creaciones musicales como Ecos de la noche o en obras de teatro como Hipnosis/ La Colonia, pero en cualquiera de estos ámbitos creativos se agazapa un único anhelo: dar voz y cabida a un modo de expresión que refleje adecuadamente el mundo que nos ha tocado vivir y para el que las imágenes y retórica del pasado parecen no servir.


Ágata (Ediciones Antígona 2014) es el último exponente de este camino trazado y recorrido con singular perseverancia. Estamos ante un poemario que reclama un acercamiento alejado de las reglas de la razón y el discernimiento. Un texto que exige sumergirse en su exuberancia visual, en sus contrastes lógicos y semánticos o en sus paradojas, desde una perspectiva en la que prime el instinto del lector. Éste deberá entregarse con la energía propia del inconsciente, de la asociación libre y, en última instancia, de la libertad creativa que toda la obra respira y comparte con quien se acerque a ella.

La apuesta es arriesgada. Sin duda, el lector se enfrenta a un texto con el que deberá luchar para dotarle de un significado que le resulte valioso, veraz. Y es tanta la versatilidad de lo escrito, que la propia guía del autor como embajador de lo expresado, puede resultar innecesaria ante lo que debe ser un esfuerzo personal de quien se enfrente a la lectura.

Buscan escuadras de fertilidad
en los puños granulados del cemento.
En el paso de un ave,
el encuentro
muestra al horizonte la humedad telúrica
en los surcos peinados
con la ganzúa
asilvestrada
en la emigración
taponada
del arado.
 
En definitiva, el lector debe hacer suyo el texto entregándose a la experiencia de su lectura. De otro modo, las imágenes le resultarán ajenas, frías, sin alma o sentido. La lectura es, por tanto, exigente, pero la recompensa está a la altura del esfuerzo. Es posible que quien se enfrente a Ágata no obtenga las mismas conclusiones que su autor, que el significado último de sus poemas no coincida con el que inspiró a su autor. Pero esto solo es un mérito más del texto, una prueba de su validez y vigencia.

Mientras tanto,
las arterias insonorizadas
que recubren la fachada exterior
de la factoría,
podrían sueños utilizar el poder
que todos llevaron dentro
y que ahiora desconocen
en la arrogancia impasible
del sistema productivo.
 

La riqueza visual de los poemas combina a la perfección los elementos cotidianos de nuestro entorno de un modo que resalta la extrañeza que estos mismo objetos nos despiertan en el modo en que el autor los representa.

Porque ésta y no otra es la principal impresión que se obtiene según la lectura avanza. La seguridad de que el mundo del que nos habla David Fernández es el mismo al que miramos cada vía, muchas veces sin verlo, sin enfrentarnos a las aristas que terminan por desgarrarnos sin apenas ser conscientes.

De ahí la apropiada elección del título de este poemario. El ágata es una piedra (discúlpese mi ignorancia geológica) formada por diversas capas de variada coloración, opaca o translúcida, en forma de anillos de árbol. Su dureza la hace perfecta para todo tipo de usos, pero a efectos de lo que aquí nos importa, el ágata representa la mezcla de tosquedad y dureza propia de nuestros días, con la sutilidad de la mezcla de sus colores y sus delicadas formas. 

Esta combinación es la que define Ágata, un libro en el que la preocupación por el presente no aleja la belleza de las imágenes, en el que la Naturaleza (una preocupación especial del autor) convive con la Máquina en paisajes desolados en los que el hombre parece un mero accidente, pero que pronto emerge como verdadero motor responsable de los hechos y depositario de un residuo de esperanza. En ocasiones, parecemos estar en alguna de las escenas de Hipnosis / La Colonia, prueba de la coherencia estilística y temática del autor.


La identificación
le llevó a postrarse
sobre el péndulo
del reloj,
mientras repasaba
apresuradamente
los intermitentes
que deshuesan
el chirrido
en las hojas metálicas
sobre el sudor del calendario.

Ágata ha sido recomendado por la Unión Nacional de Escritores de España (UNEE), de la que David Fernández es delegado en Galicia. El esfuerzo del autor por lograr un mensaje poético válido en nuestros días ha logrado un éxito notable y, sin duda, su ambición le llevará a desarrollar aún más esta poética en sucesivas obras. Estaremos atentos. 

Son muy pocos
los que aguardarán
sin limar
el potencial de sus caderas,
para así encharcar sin sobresaltos,
el púlpito uterino
en las hormas torneadas
con la trama vertical
de las banderas.
 

6 de mayo de 2007

Redobles de Tambor y Diarios de Guerra (Walt Whitman)


 
 
Walt Whitman cimenta su fama en la exaltación del Hombre y la Vida. La pasión y el gozo se combinan a lo largo de sus versos, la Naturaleza forma un marco perfecto en el que dar cabida a su panteísmo laico. Si el hombre es, por encima de todo, un animal político, capaz de relacionarse y resolver sus problemas mediante el compromiso, la guerra es la negación de dicha idea. Una guerra supone la incapacidad de superar las diferencias por medios no violentos. La guerra engendra muerte, destrucción, pobreza, hambre y, a cambio, no acostumbra a beneficiar a los pueblos que las ganan (quizá sí a sus dirigentes). En definitiva, la guerra parece la antítesis de la temática propia de Whitman. Precisamente Redobles de Tambor permite apreciar cómo el espíritu del autor emerge entre el desastre de la Guerra de Secesión enfrentándose a la realidad y adecuándola a su visión de Literatura. Durante los años de la guerra Whitman dedicó parte de su tiempo a acompañar a los heridos en los hospitales de campaña que rodeaban Nueva York y, en ocasiones, en algunos hospitales próximos a campos de batalla. Trató de consolar a soldados que sólo aguardaban la muerte y de confortar a quienes veían sus cuerpos mutilados. Incluso se planteó alistarse como voluntario en la primera etapa de la contienda pero, su edad y el ser el sostén económico de parte de su familia, le disuadieron Precisamente los primeros poemas de Redobles de Tambor presentan el conflicto como algo heroico y digno de admiración. Es la nobleza de alma la que se muestra en los jóvenes combatientes y Whitman sucumbe a los brillos de los desfiles y las banderas.

Según avanza la guerra, las visiones gloriosas se sustituyen por los cuerpos muertos, heridos o mutilados que regresan en carretas desde los campos de batalla. Este golpe de realidad reorienta los poemas de Whitman hacia el Hombre, personificado en la figura del soldado, sin que importen sus colores o banderas. Es el ser humano, maltratado y torturado por la guerra, un ente abstracto que aparece ajeno al mundo y que, como los dioses griegos parece golpear con arbitrario capricho.

En este contexto donde la vida parece carecer de valor es donde, nuevamente, Whitman canta la grandeza de los hombres, en su pequeñez y su vulnerabilidad encuentra nuevos motivos para identificarse con todos y cada uno de los soldados que combaten enconadamente entre sí.

El volumen se acompaña de un breve diario de guerra en el que Whitman detalla sus labores de enfermero, sus viajes en tal cometido y sus experiencias directas del conflicto, siendo un complemento perfecto para la lectura y comprensión del poemario.

Por último, esta obra muestra un ejemplo de cómo, en líneas generales, un pueblo salido de una guerra civil terrible, supera sus divisiones enfrentándose unido al futuro. En ninguna de los versos de Whitman (ni los escritos durante la guerra, ni los escritos al concluir el conflicto) muestran odio por el Sur. La guerra no es una lucha de ideas o sistemas económicos contrapuestos, sino una escenario de destrucción irracional que trata de destruir al hombre pero que, al tiempo, revela su grandeza. Sea del Norte o del Sur, cada hombre encierra un milagro. No hay buenos y malos, sólo hombres, superándose de este modo la tremenda contradicción entre el tiempo que le tocó vivir y los ideales que siempre alentaron la obra del viejo hermoso Walt Whitman.