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20 de noviembre de 2024

Kafka (Pietro Citati)

 


¿Quién fue realmente Franz Kafka? En Kafka, Pietro Citati no busca simplificar, sino explorar las complejidades de un autor cuyo genio parece inabarcable. Esta obra no es una biografía, ni un análisis literario al uso, sino un viaje por los recovecos de su mente y sus textos. Desde las tensiones con su padre hasta su obsesión por la literatura como un veneno y un salvavidas, Citati nos sumerge en las contradicciones que definieron al hombre que vislumbró, sin alcanzar, su propia Tierra Prometida.

 

 

Continuamos leyendo obras en torno a Kafka con motivo del centenario de su fallecimiento y, en este caso, toca el turno a este volumen de Pietro Citati, titulado Kafka, sin más, que fue publicado por Acantilado hace ya unos años. Citati es un autor italiano que tiene, entre diversos honores y reconocimientos, el de ser duque del reino de Redonda, lo que nos puede dar una idea del tipo de literatura a que se dedicó este notable intelectual italiano fallecido en 2022.


La principal dificultad de este volumen viene a la hora de definirlo. No se trata de una biografía ni de un estudio de la obra de Kafka. Tampoco pretende ofrecer interpretaciones sobre la misma ni discurrir sobre la vigencia de su obra. Y, sin embargo, es un poco de todo ello.


El esquema central son las obras de Kafka, y para los periodos más vacíos de las mismas, como su vida preliteraria, su periodo de romance con Felice o los últimos meses de vida, los capítulos toman más bien un tono biográfico. En el resto de casos la obra deriva más bien en cierta perífrasis de los principales textos de Kafka y la glosa detallada que de ellos hace Citati.


Precisemos que, por textos, entendemos cualquier narración, novela (esbozada o concluida), diarios, correspondencia, capítulos sueltos y así hasta completar la más diversa de las escrituras del autor. Porque con todas ellas construye Citati un todo completo y coherente en el que pretende hallar un espíritu propio de Kafka, espíritu que como el de todas las personas evoluciona en el tiempo y en el que las prioridades van mutando según la vida nos empuja de uno a otro lado.


Pero la obra de Kafka es tan compleja pese a su brevedad y ofrece tantas posibles interpretaciones, vías de escape y recovecos que Citati no siempre logra salir de algo más que la mera repetición de los argumentos sin ir más allá, así ocurre en el caso de algunos relatos breves que parecen escabullirse entre las manos sin lograr ir más allá de la interpretación convencional.  


Sin embargo, Citati tiene hallazgos muy relevantes a la hora de afrontar el objeto de su estudio. Uno de los mejores ejemplos es el que se refiere a la metáfora de la tierra de Canaán, es decir, un destino liberador, tal vez prometido por un Dios omnímodo pero ausente, territorio al que Kafka debería aspirar, un lugar en el que todas las dificultades parecen menos gravosas. Y esa tierra de Canaán puede ser Felice y, por eso, a ella se aferra pese a todas las dificultades. Porque Kafka es conocedor de que la promesa sagrada implica la renuncia a un veneno que le atormenta y que le tiene atenazado, la Literatura. Sabe que caer en los brazos de la berlinesa es abandonar la Literatura, ambos mundos son incompatibles. Las preocupaciones burguesas por la casa de la pareja, los muebles, las visitas familiares, todo ello conspira contra la creación de Kafka, contra la pureza de la que cree nace toda su inspiración. Al menos así lo cree desde la epifánica noche en la que escribió La condena, trágica puesto que le crea una ilusión de la creación algo alejada de lo que será capaz de reproducir en el futuro, arrastrando sus nervios, su salud o su vida entera. Y esa tierra de Canaán se le muestra sugerente, una forma fácil de salir del torrente en que vive, pero tal vez solo para caer en otro.


Como muy bien reflexiona Citati, Kafka ya vivió en la tierra de Canaán y decidió renunciar a ella. Y en ese tiempo, Moisés era su padre, el temible Hermann Kafka y Canaán era Praga, los alrededores de la Plaza Vieja, ese pequeño círculo al que quedaba constreñida la vida del escritor pero en el que tenía asegurado su porvenir en el próspero negocio familiar, en las rutinas de una familia judía germanófila del Imperio. Tan solo debía someterse a esas manías de su padre, a los cuidados de su madre y a las conveniencias de sus amistades. Y a ello renunció Kafka.


Y la metáfora llega hasta Milena, una amante voluptuosa frente a la casta, tal vez frígida Felice, un torbellino que aúna ese atractivo sexual que Kafka siempre vió como ajeno al matrimonio, más propio de los encuentros casuales (o no) con prostitutas. Pero, además, Milena era una intelectual checa brillante, solo aplastada por su vida en una Viena que veía lo checo como una rusticidad que debía esconderse y por un marido lleno de ego que temía que su esposa le hiciera sombra. Milena era todo lo contrario de Felice de quien tan solo podía admirar su talento práctico, una cualidad totalmente ajena a Kafka. En ella se personifica nuevamente la promesa de una tierra sagrada, de un lugar en el que asentar la nueva vida de Kafka y compatibilizar todas sus inclinaciones. Con Felice la Literatura quedaba proscrita, con Milena podía abrazar ambas, no en vano ella había sido incluso traductora al checo de algunas de sus obras.


Y, sin embargo, Milena tampoco sería el destino feliz de Kafka. Su complicada vida matrimonial se interponía con firmeza. También podemos plantearnos si una relación presidida por una fuerte pulsión sexual que no quedaría reprimida como seguramente hubiera ocurrido con Felice, no habría agotado las fuerzas espirituales de Kafka. Sea como fuere, lo cierto es que en ambos casos el curso de la correspondencia sigue un ritmo similar. Desde el encandilamiento inicial a la contramarcha. Ama pero pone encima de la mesa todas las pegas y miserias que puede aportar a la relación, se desprecia y, con ello, desprecia el amor que se le ofrece, quiere pero a la vez no quiere, prefiere que las cosas ocurran, un impás que ninguna de las mujeres soportará, sin lograr obtener un rechazo explícito del autor, como sí lo recibió otra prometida menos compleja, Julie, la camarera praguense con la que Kafka se comprometió, probablemente con el único fin de cavar una ancha trinchera entre su vida privada y su familia.


También en la comparación entre El castillo y El proceso, obras que muchos autores consideran variaciones sobre el mismo tema, muestra Citati su finura de análisis. Para él, en El proceso, el protagonista se ve cuestionado, amenazado, acorralado (claramente es conocedor de la teoría de Canetti) y esto le hace saltar, tratar de buscar incansablemente el modo de probar su inocencia. Sin embargo, en El castillo, K. es quien inicia la búsqueda, es él quien quiere llegar al castillo, quien muestra ese interés, esa intención, en el sentido de la interpretación de Brod, de buscar a Dios. Un Dios que, señala Citati, semeja un remedo del relato extraído de El proceso titulado Ante la Ley, porque el castillo parece el destino puesto expresamente a disposición de K. y solo para K.


Y es que en el momento en el que Kafka inicia la escritura de El castillo, ya ha tenido el brote de tuberculosis y, pese a sus esfuerzos por tratar la enfermedad en diversos sanatorios, sabe que ha perdido la partida. Ya no aspira a esa tierra prometida, sabe que el tiempo se agota y sale a buscar la verdad. Ya lo hizo a través de los impresionantes aforismos que redacta en su retiro campestre de Zürau, pero agranda su búsqueda con esta gran novela.


Sin embargo, lo poco que K. logra entrever del castillo no es muy reconfortante. Nos recuerda otros relatos que parecen traídos de su imaginación onírica. En El mensaje del emperador nos habla de la metáfora de la imposibilidad de huir, siempre queda atrapado. El emperador (Dios) muere pero no pasa nada, todo sigue igual, tampoco él quedará liberado aunque muera su padre, huya de él, aunque se case con Felice, no hay escape. Tampoco en La metamorfósis hay posibilidad de huida, el hijo es tolerado, se le alimenta pero se le oculta, todo queda dentro, los trapos sucios se lavan en casa si bien es la hermana la que rompe las normas, la que deja de mostrarle afecto condenando ya a Gregor Samsa a la muerte real.


Por otro lado, también nos ofrece la explicación del cambio entre la dickensiana El desaparecido y el cambio a El proceso. La primera es una obra que fluye, con diversos personaje, riqueza de paisajes, una complejidad que terminó por desbaratar el intento de Kafka y llegar a un final que su técnica es incapaz de completar, le fallan las fuerzas.



Por ello, el siguiente intento novelístico es más acorde a las capacidades que Kafka ha aprendido a reconocer. Los personajes suelen limitar sus apariciones a un capítulo concreto. Cada uno de estos se constriñe a un asunto específico, una escena con comienzo y fin. Un esquema, por tanto, menos fluido, pero más eficaz a la hora de transmitir esa angustia, la asfixia vital que va ahogando poco a poco a Joseph K.


Citati, como escritor, nos ofrece una excelente oportunidad de conocer la trastienda de Kafka, ese modo de construir una historia, de construir un relato portentoso, eficaz, la infinidad de pistas que el autor deja tras de sí, sus referencias, todos los instrumentos narrativos a que un autor puede recurrir. No estamos ante un crítico, sino ante un compañero de profesión de Kafka que se maravilla de los logros de su colega y los comparte con nosotros. En este sentido, la lectura de este libro es gozosa y abre el apetito de volver a los originales, de releer a Kafka con esta nueva visión.


Pero terminemos nuestra historia siguiendo la estela de Canaán. ¿No consiguió Kafka vislumbrar siquiera esta tierra prometida? Como Moisés, quedó varado a orillas del Jordán sin poder llegar a la tierra prometida pero habiéndola vislumbrado en la distancia. Traduzcamos. Los últimos meses de la vida de Kafka suponen su único y auténtico romance puro. Dora Diamant fue la afortunada y quien le permitió atisbar la felicidad que siempre se le había derramado como arena en la palma de las manos. Con ella logra reunir las fuerzas suficientes para abandonar definitivamente Praga y mudarse a Berlín, la peor ciudad en el peor momento, prueba de que su esfuerzo fue decidido. Ni las penurias económicas ni los problemas sociales que permitían atisbar un futuro convulso lograron apagar el entusiasmo de la pareja. Kafka no tuvo que renunciar a la Literatura, al menos no cuando su debilitada salud se lo permitía.


Y con este recuerdo de lo visto abordó su último viaje a Kierling, el último sanatorio, donde falleció hace cien años acompañado de Dora y de su amigo de los últimos años, Robert Klopstock.



 



26 de octubre de 2024

Soy Milena de Praga (Monika Zgustova)

 


 

“Soy Milena de Praga” era el modo en que Milena Jesenská se presentaba cuando se encontraba fuera de su ciudad natal. Y este peculiar comportamiento puede derivar de una notable autoestima, casi como un personaje de la nobleza, Leonor de Aquitania, Cristina de Suecia, o una franca manera de relacionarse sin rodeos ni distanciamientos. Sea como fuere, Monika Zgustova toma ese concepto para escribir una biografía novelada de la joven checa, Soy Milena de Praga (Ed. Galaxia Gutenberg).


Si bien la vida de Milena es principalmente conocida por su breve relación con Kafka, epistolar en gran medida, como todas las relaciones que mantuvo el escritor, lo cierto es que su vida presenta gran interés más allá de este encuentro. No solo la vida de Milena nos permite conocer de primera mano la evolución histórica del convulso periodo de entreguerras en centroeuropa, sino también el papel de las mujeres en ese tiempo en el que la liberación comenzaba a ganar relevancia.


La obra se articula en la influencia que diversas personas tuvieron en Milena. Comenzando por sus padres. Su madre, Milena también de nombre, falleció cuando apenas había cumplido los dieciséis años, marcando profundamente el porvenir de la niña. Su ausencia dejó al padre, un cirujano y profesor universitario, con la ingrata labor de criar a una pequeña rebelde. Jan Jesenská era un patriota checo en una Praga sometida al Imperio Austrohúngaro en la que la cultura dominante era la alemana, la lengua oficial la alemana y el novio de su hija, germanoparlante. Aunque su rigor extremo fue un freno para la alocada Milena, lo cierto es que su figura semi ausente, siempre preocupado por sus altas ocupaciones, dejó a Milena tiempo libre para desarrollar su espíritu artístico y desinhibido al tiempo que mostraba una especial preocupación por su hija en un tiempo en el que no era frecuente que las jóvenes continuaran estudios más allá de una formación mínima.   


Y la joven no desaprovechó la oportunidad. En efecto, Milena solía frecuentar el café Arco en el que sin duda tuvo que coincidir con Kafka cuando éste apenas era conocido fuera de su círculo de íntimos, pero en el que realmente se enamoró de Ernst Pollak, un joven banquero con grandes intereses culturales, especialmente en o referido a la crítica literaria, que pasaba su tiempo libre en tertulias y círculos literarios. Pese a que Jan Jessenská hizo todos los esfuerzos posibles para que su hija abandonara la relación, poco pudo lograr. Incluso cuando Milena quedó embarazada y recurrió a su padre para que solventara la situación, y éste le apoyó en el aborto, creyendo que era el modo de vencer al pretendiente, erró en su juicio. Finalmente, aceptó la boda a cambio del compromiso de la pareja de abandonar Praga y mudarse a Viena para evitar al padre la vergüenza pública.


Corría el año 1918, final de la guerra en una Viena derrotada, que perdía su capitalidad imperial y se veía humillada por las naciones aliadas. Y en esa Viena Milena comprende que igual que no habría sido aceptada en la Praga recién refundada como capital del estado checoslovaco, tampoco lo sería en la Viena republicana, siendo vista como una checa, una especie de campesina paleta, de emigrada. No creamos que pudo hallar consuelo en su recién creado matrimonio. Cuando la pareja llega a Viena, en la misma estación, Pollak la deja plantada para reunirse con su amante y así  Milena entiende desde el primer momento cuáles son las reglas de la relación. Cuando se asienten en un domicilio la casa quedará dividida en dos partes, la de Pollak, para sus tertulias, trabajo y amantes, la de Milena, para consumirse viva.


Trabajará donde pueda y como pueda, tratando de abrirse camino como reportera, escribiendo para algunos diarios checos sobre las duras condiciones de vida de la población vienesa durante aquellos años, seguro que una lectura que haría las delicias de los praguenses.


Sus esfuerzos literarios son motivo de burla en el círculo praguense de Viena que frecuentan los amigos de Pollak y en el que conoce a célebres personajes como Broch, Werfel y otros tantos. Pero la necesidad sigue apretando y llega a ofrecerse incluso como profesora de checo. No se plantea abandonar a su marido haciendo de la necesidad virtud creyendo que antes o después volverá a nacer el amor que tuvieron cuando fueron novios. Y así, escribe sobre las esposas modernas, desenvueltas y liberales que permiten conductas dudosas en sus maridos como lo más normal del mundo, escribe sobre la Milena que le gustaría asumir que es pero que realmente no se corresponde con su ser íntimo. Trata de suicidarse, sufre de continuo, pero no abandona a Pollak.


Cada vez se refugia más en la Literatura, no tanto en escribirla, por ahora su mundo es el periodístico, sino en la obra de otros, la de Kafka en particular, a quien admira y comienza a traducir algunas de sus obras. Da inicio el intercambio epistolar que culmina en la visita de Franz a Viena durante varios días, un episodio feliz y redentor en la vida de ambos.  


Pollak se muestra celoso cuando conoce los escarceos amorosos de su mujer, pero Milena lo interpreta como un rescoldo de amor y se siente atada a una Viena a la que llama su madrastra, relación similar a la que Kafka mantiene con la madrecita Praga. Ambos comparten también una figura paterna autoritaria y la anécdota de Kafka durante el viaje de regreso a Praga, sus problemas con el visado, dan lugar a la sugerencia de Milena para el germen de El Castillo.



Y tal vez el poder literario de Kafka, no le permita unirse a él, pero sí le da fuerzas para regresar a Praga, reconciliarse con su padre y romper con Pollak. Ya en la ciudad, trata de encontrar empleo como periodista aunque solo recibe la proposición de dirigir la sección femenina de un diario conservador. Y se convierte en una espléndida y conocida periodista en la ciudad, todo un personaje de una renaciente Praga. Conoce a Jaromír Krejcar, un arquitecto comunista del que se enamora y con el que terminará casándose por segunda vez. Su vida es el ejemplo de los felices veinte, aunque el embarazo de Milena y los problemas consiguientes le traerán la desgracia. A punto de dar a luz sufre una caída en uno de sus habituales paseos montañeros y se lesiona una pierna malamente. Los dolores terminan por hacerla adicta a la morfina y debe caminar ayudada por un bastón. Jana su hija es una gran alegría, pero llega en un momento terrible como lo son los días que están marcando el signo de los tiempos. Los años treinta traen la gran crisis económica y el surgimiento del fascismo, junto a la anexión y ocupación de Checoslovaquia por Alemania.


Su marido viaja a Rusia causando la separación definitiva de Milena y ésta comienza a apoyar a los grupos de izquierdas opuestos a los nazis, terminando por ser detenida e internada en el campo de Ravensbrück . Allí habrá conocido a Margarette Buber-Neumann que ha pasado por los campos de Stalin y ha caído en los de Hitler. Milena la admira y terminará por pedirle que escriba sobre su vida, lo que su amiga cumplirá en un libro que es el verdadero testimonio biográfico de la joven que perdió la vida a los cuarenta y siete años por una infección renal mal tratada. Es curioso ver cómo Kafka confió sus diarios a Milena y ésta cumplió su compromiso y cómo ella confió el recuerdo de su vida en Greta quien, contra todo pronóstico, sobrevivió al fin de la guerra y también cumplió el suyo.


Monika Zgustova ha construido una versión novelada de la vida de Milena de la que apenas disponemos de más información de la que se recoge en la citada biografía, así como de los textos que se conservan de sus artículos o las palabras que Kafka le escribió, dado que las respuestas de Milena se perdieron. Con estos mimbres la historia se convierte en esfuerzo desigual al tener periodos de la vida de la checa que son pasados por alto de manera algo precipitada mientras que, en otras ocasiones, la autora se regodea con una escena, como los reencuentros con Kafka en su lecho de muerte o con Jaromir a su regreso de la URSS, en los que concentra gran parte del conocimiento de la relación con ambos hombres. En todo caso, estamos ante un esfuerzo notable por ofrecer un cuadro realista, más allá de las pocas notas conocidas, y tratando de darle un papel propio, no accesorio de sus amantes o maridos, tal y como merece el personaje.

 



8 de octubre de 2024

En casa de John Lennon (Rosaura López Lorenzo)



 

Imagina ser una joven gallega en Nueva York, trabajando en el legendario edificio Dakota. Ahora, imagina que tu jefe es nada menos que John Lennon. Rosaura López Lorenzo vivió esa increíble casualidad y nos lo cuenta con detalle en "En casa de John Lennon", un libro que revela la intimidad del icónico músico, lejos de los flashes y los mitos, a través de los ojos de alguien que compartió con él la simplicidad del día a día.




En la vida se producen casualidades. Algunas de ellas se concatenan y nos regalan cosas hermosas como este libro, En casa de John Lennon (editorial Hércules), escrito por Rosaura López Lorenzo con la colaboración de Eduardo Herrero.


Porque casualidad es que la hija de unos panaderos de Pontevedra termine trabajando como personal de servicio de John Lennon y Yoko Ono en el edificio Dakota de Nueva York durante el periodo en el que el músico se retiró de la vida pública, en la segunda parte de los setenta, hasta su regreso en 1980, retorno truncado por su asesinato.


Pero también es casualidad que Eduardo Herrero fuera enviado por la televisión autonómica gallega (TVG) a Newark para grabar un pequeño reportaje sobre una reunión de gallegos residentes en la costa este norteamericana, y dar con una pandereteira septuagenaria a la que decide entrevistar de manera casual y que ésta le desvele sin más emoción, sólo como un hecho más de su biografía, que fue empleada de John Lennon y que vivió precisamente en el apartamento del que tantas noticias falsas, rumores y leyendas se cuentan. Y no es menos casual que Herrero resultase ser un fiel admirador y conocedor de John y su obra, por lo que se impuso la tarea de dar a conocer la historia de Rosaura.


Ya para terminar, casi resulta más determinante que, como prueba de su buena voluntad, Rosaura solicitara permiso previo a Yoko Ono para despachar estas memorias, aprobación que recibió sin mayor problema, hecho sorprendente cuando es conocida la notable animadversión que Yoko siente por cualquier biógrafo, prueba de la enorme confianza que tenía en Rosaura, en su discreción y buenafe.


Llegando ya al libro en cuestión, En casa de John Lennon, nos encontramos con los recuerdos de Rosaura, agrupados por capítulos temáticos encabezados por alguna cita del propio John. La redacción es sencilla y transparente, sin que apenas se pueda apreciar la mano de un profesional en la posible reelaboración de los mismos, más bien tan solo en forma de poder apuntar algún dato, entresacar citas y otras cuestiones menores como las explicaciones al impresionante apéndice fotográfico que da prueba de muchas de las afirmaciones vertidas en el libro sobre la familiaridad que los Lennon derrocharon con la autora.  


Rosaura, que había llegado a Nueva York en 1962, se había desempeñado como empleada de hogar de diversas familias pudientes, hasta que terminó con los Stanley en el famoso Dakota. Cuando los Stanley deciden mudarse temporalmente a Gran Bretaña, alquilan y luego venden el piso a los Lennon que ya vivían en el edificio pero a condición de que mantenga a Rosaura como empleada. Este compromiso no parece del todo confirmado puesto que la propia Rosaura reconoce que su primer contacto con sus futuros empleadores fue una entrevista con Yoko quien le hizo diversas preguntas con las que poder encargar su carta astral y decidir así si era o no conveniente para la familia. No desvelaremos mucho más sobre este tema y cómo se resuelve, pero sí que pone un toque de atención sobre alguna de las peculiaridades en la vida espiritual de John y Yoko como delicadamente apunta Rosaura. Tal vez a Yoko le debería haber bastado tener en cuenta que Rosaura venía recomendada por los Stanley, el nombre de soltera de Julia, la madre de John, coincidencia que éste no debió pasar por alto.


Pero pese a este comienzo algo azaroso, la vida laboral de Rosaura en el Dakota se convirtió en una agradable sucesión de anécdotas, vivencias y experiencias que atesora con cariño. Pese a que el episodio astrológico citado parece corroborar muchas de las extrañas historias sobre la vida en el Dakota, lo cierto es que gran parte del libro orbita en torno al deseo de rebatir de las mismas. De hecho, no sería mala opción leer este libro al tiempo que se hace lo propio con el infame Las vidas de John Lennon de Albert Goldman.


Así, Rosaura nos señala cómo ninguno de los Lennon acostumbraba a pasearse desnudo por la casa, cómo habría de hacerlo con la cantidad de ropa que tenían.  También asegura que nunca vio a John ebrio o drogado, que su dieta era sana y que la comida que compraban siempre estaba entre lo mejor. Descarta que Yoko ejerciera un papel tiránico sobre John y, por contra, defiende su labor para protegerle de los estragos de la fama, siempre preocupada por su seguridad, por evitar incidentes, por desgracia nunca lo suficiente.


Rosaura nos cuenta cómo enseñó a John a preparar pan al estilo tradicional gallego y como aquél aseguraba que la actividad de amasar le relajaba y hacía sentir enormemente bien. También conocemos cómo ambos se preocupaban por Julian, quien visitó a la pareja en varias ocasiones en el Dakota forjando una buena relación con Sean, su medio hermano. Rosaura tiene también sus anécdotas sobre Julian, pero no podemos contar aquí todo.  


Las memorias no pretenden ser una exhaustiva visión cronológica, todo lo contrario. Estamos ante recuerdos y anécdotas mínimamente organizadas en torno a temas y anécdotas. Rosaura narra cómo John le pidió ayuda para desatascar un retrete en el que había arrojado la bolsita en la que le entregaban la marihuana que consumía. Y, pese a negar que en ningún momento le viera consumir otro tipo de sustancias, ni que jamás percibiera ningún comportamiento propio de una persona drogodependiente, lo cierto es que describe con gracia la vergüenza y cara de chiquillo travieso pillado en falta con la que John le pidió el favor para evitar que Yoko se enterara.


Y es que la vida doméstica no estaba hecha para John pese a que nos quisiera hacer creer que se pasó cinco años horneando pasteles. Si bien pudo aprender en alguna ocasión a amasar pan, lo cierto es que Rosaura nos cuenta cómo era casi incapaz de prepararse un café narrando la vez en que John olvidó poner agua en la cafetera lo que casi provoca un accidente en la casa. La autora recuperó de la basura la cafetera que estaba totalmente abrasada en su parte inferior y, como nos cuenta, la continuó empleando en su casa cuando recibía visitas ocasionales.


Pero la actividad principal de John parecía la de leer revistas y periódicos (al parecer, estaba suscrito a casi todos los que se publicaban en la ciudad), a hacer sus graciosos bosquejos, con los que se entretenía a todas horas o a tocar o escuchar música. Rosaura sabía bien que ninguno de los montones de papeles tirados por el suelo en la habitación de John debían ser arrojados a la papelera porque John podía querer recuperarlos al día siguiente para retomar una idea, recomponer el texto de una canción inédita o destruirlo de manera definitiva.


Descarta la afirmación de que John era un vago indolente que pasaba gran parte del día tirado en su cama en un sopor somnoliento, viendo la televisión y sin mayor actividad. Por contra, señala que cuando ella llegaba temprano a la casa, John solía estar ya en la cocina leyendo la prensa. También John dedicaba gran parte de su tiempo a Sean, de quien solo quería su felicidad y el tratar de brindarle una infancia como la que él no había tenido y como la que le había hurtado a su primer hijo, Julian.


Pero tal vez los pasajes más entretenidos y enternecedores del libro son los que cuentan las relaciones y conversaciones entre empleadores y empleada. Rosaura nos cuenta cómo un constipado llevó a Yoko a dejarle su tarjeta de crédito junto a una carta autorizando su uso para que pudiera comprarse un abrigo en condiciones que le protegiera del frío invernal neoyorquino, con la aclaración de que no comprara un abrigo de pieles, que ella ya era una mujer casada. Rosaura guarda con cariño ese abrigo, prueba de una confianza y generosidad que muchos discuten. También nos cuenta cómo en una ocasión pasó con el pequeño Sean mucho tiempo jugando en brazos delante de un espejo y que luego llegó a encontrarse fatigada y dolorida. Inmediatamente los Lennon le organizaron una visita a su masajista.


También Rosaura nos describe cómo John se interesaba por su vida, cómo le aconsejaba sobre el modo de  tratar a su hijo, que ya estaba entrando en la adolescencia y del que Rosaura comenzaba a sentirse algo extrañada y separada, como les ocurre a todos los padres de adolescentes. Como John bien le recordó, nadie quiere hablar a sus padres en esa edad de qué chica le gusta, de sus verdaderas preocupaciones y anhelos, bien lo sabía él que no tuvo con quién hacerlo. Incluso Rosaura llevó a su hijo a la casa para que conociera a Sean y pudieran tratarse ocasionalmente, con gran contento de John y Yoko que querían que su hijo se relacionara con todo tipo de personas, no solo con hijos de famosos.


Rosaura se conmueve al recordar cuándo John le decía que le gustaría conocer su pueblo y ella le invitaba con total sinceridad, asegurándole que allí no tendrían muchas comodidades pero que gozarían de una gran paz y de espacio y naturaleza para disfrutar al aire libre. También recuerda con gracia cómo John se maravillaba de que ella no conociera Manitas de plata, un guitarrista flamenco por el que John parecía sentir auténtica devoción.

 

 



El libro continúa por estos derroteros, con invitaciones recíprocas a cumpleaños y aniversarios de boda, con postales y regalos cuando los lennon viajaban a Japón, hasta que la cosa se tuerce y en 1980 Rosaura abandona el servicio de la casa por un incidente del que nos da cuenta y que, desgraciadamente, solo quedó aclarado tras la muerte de John.


Rosaura asegura haber hablado con el asesino de John la víspera del fatídico día, cuando Chapman se encontraba merodeando en el vestíbulo del Dakota sin que pudiera advertir ninguna muestra de excitación, locura o instinto asesino. Como tantos otros, llora la muerte de John, en su caso, no tanto por su música o su simbolismo para muchas causas, sino por la pérdida de una vida a la que fue muy próxima y a quien admiró por su carácter y bondad, su fidelidad y preocupación auténtica por sus semejantes. Sin duda, esto le habría encantado a John, acostumbrado a que tantos se acercaran a él tan solo por la sombra beatle.


La historia continúa más allá de la muerte de John puesto que se reencuentra con Yoko y aclaran los motivos de la disputa citada, vuelve temporalmente al servicio de Sean cuando éste se muda.




El libro concluye con una emotiva carta de Rosaura a John y con un abundante material fotográfico, parte propiedad de Rosaura.


Y dejamos al lector devoto que descubra por sí mismo las otras muchas historias que aquí se cuentan si bien, por encima de todo, el libro da cuenta de la autora más que de John, de cómo Rosaura se labró una carrera, un futuro, gracias a su carácter llano y sencillo, a su fidelidad y a su cercanía. Como bien dice, el tiempo coloca a todos en su sitio, y a ella le deja en un buen lugar dentro del panorama de las buenas personas de las que siempre se vieron rodeados los chicos. De gente como Mal Evans, Pete Shotton, Brian Epstein , Neil Aspinall, George Martin, Derek Taylor, Freda Kelly y tantos otros, que pese a los muchos inconvenientes y problemas que sin duda trae trabajar con cualquiera de ellos, siempre prefirieron no defraudar la confianza que les fue depositada.





10 de abril de 2024

Kafka (III): Los años del conocimiento (Reiner Stach)

 


Llegamos al fin al tercer y último volumen de esta monumental biografía de Kafka escrita por Reiner Stach y publicada en dos tomos por Libros del Acantilado (traducción a cargo de Carlos Fortea) Y la primera duda que nos asalta es la relativa al motivo del título de esta última fase de la vida de nuestro autor, Los años del conocimiento.  


A partir de 1916, Kafka va adaptando su personalidad a su propia realidad. Cada vez es más consciente de lo que quiere y lo que le impide llegar a ello. Su relación con Felice Bauer va mutando y, con excepciones, momentos en los que nuevamente cae en el autoengaño de años anteriores, va tomando conciencia de que la vida junto a Felice le aleja de la Literatura y que, por tanto, el problema del matrimonio se limita a una cuestión, vivir para la Literatura o no vivir.


Según fluyan los altibajos de su ánimo y autoestima, así será su posición con Felice. En ocasiones se torna exigente y explícito, en otras, vuelve a recluirse en su diatriba de autodesprecio tratando de ofrecer a Felice la oportunidad de rechazarlo. Pero, poco a poco, los acontecimientos ponen de manifiesto que la unión es imposible. Ni siquiera el segundo compromiso matrimonial en firme es ya tomado en serio y, como el propio Stach señala de manera inteligente, la foto que anuncia dicho compromiso, tomada en Budapest, el último día que estuvieron juntos, la única foto conjunta de ambos, refleja el fracaso por anticipado.


Kafka ya no se deja arrastrar tan fácilmente, y con claridad toma con fuerza las riendas de su destino. Sabe que en el ámbito de su familia, su padre concretamente, poco puede hacer y reclama para sí ese ámbito de independencia. La casa en el callejón del oro que su hermana Ottla y una amiga han alquilado, se convierte en el refugio ideal para huir a recluirse en ella y escribir.


Y lo que allí escribe rompe de algún modo con su obra previa. Estos nuevos textos de Kafka reflejan su nuevo modo de sentir, de expresarse y de reflejar una realidad, no sólo la íntima, también la externa. Un mensaje imperial responde inequívocamente a la muerte del emperador Francisco José I, igual que poco antes, En la colonia penitenciaria parecía reflejar los horrores de la mecanización de la vida, sus experiencias profesionales con los accidentes laborales y, en último término, su percepción sobre los horrores de la guerra, la visión de los mutilados que vuelven del frente, con sus horrendas heridas.


Y la guerra se le cuela por más caminos. De una parte, obliga de manera definitiva y con gran alivio para Kafka, al cierre y liquidación de la empresa de asbestos, a cargo de su cuñado, ahora en el frente, y con participación económica suya. Un pequeño desastre financiero para el clan Kafka, una alegría secreta para su primogénito.


Pero laboralmente la guerra irrumpe en el Instituto de Seguros. Éste debe hacerse cargo también de la protección social de quienes regresan del frente y no pueden ya ejercer una profesión. El mecanismo es análogo al de los seguros por accidente y, por tanto, la labor se encomienda a este departamento administrativo que debe asumir una nueva e ingente carga de trabajo con un equipo de funcionarios reducido por las levas. Desaparece la jornada continua y Kafka ha de trabajar largas horas, apenas sin vacaciones y con la severidad moral de quienes ahogan cualquier tipo de queja porque en el frente se vive peor y aquellos que continúan trabajando, sufriendo esa presión laboral, las colas, el estraperlo, no son sino privilegiados.


Pero también Kafka en este nuevo papel, más consciente de sus problemas, incapaz de tomar una decisión que le permita abandonar su trabajo y dedicarse por entero a la Literatura con un enfrentamiento definitivo con su padre, tratará de buscar una solución mágica, una vía de escape que le permita conjugar todos sus complejos equilibrios y que el fruto de sus renovados esfuerzos volcados en la literatura parece ponerle al alcance de su mano. Sin embargo, incapaz de encontrar una solución, opta por el único modo que cree a su alcance para zanjar su vida profesional y así tener opciones literarias. Y esta vía es la de renunciar a su puesto de funcionario y presentarse como voluntario para acudir al frente.


La guerra, y los valores patrióticos y viriles que se le presumen, parece un argumento lo bastante fuerte como para evitar que su plan se frustre, para que ni su padre - especialmente su padre - pueda alegar algo en contra. Nunca sabremos si realmente era una opción que el propio Kafka vió como viable, si llegó a valorar que las posibilidades de regresar vivo o sano eran escasas. Tal vez fue tan solo su válvula de escape, su amenaza velada que disfrazaba una llamada de atención, un órdago que, sin embargo, cayó sin más porque, como en tantas otras ocasiones, los fantasmas de Praga se conjuran contra él. En su trabajo no se quiere renunciar a un funcionario tan eficiente y capacitado, los argumentos de Kafka se tambalean, tan solo logra que se le reconozca una subida salarial, y una discontinua pero excepcional serie de descansos, breves excedencias para descanso de sus nervios agotados.


En estas escapadas, siempre a entornos naturales, Kafka encuentra esos pequeños balones de oxígeno que le permitirán tomar fuerza, concentrarse en la lectura, desarrollar sus habilidades estilizando su estilo y convenciéndose aún más de sus firmes ideas sobre la Naturaleza y la enfermedad que conlleva la ciudad y sus restricciones sociales y morales.


En estos retiros surgen nuevas amistades, incluso un nuevo romance. En esta ocasión, una joven muchacha, Julie Wohryzek, con quien encuentra un asidero práctico, alegre, desenfadado, alejado totalmente de las tensiones que le imponía, o que se autoimponía, con Felice. Y la fuerza que encuentra Kafka en su interior, en este nuevo deseo en el que no llega a tener del todo claro qué papel jugará la Literatura que parece olvidada por un tiempo, desemboca en un nuevo compromiso matrimonial, tan sorprendente como lo será su abrupto final.


Nuevamente son todas las fuerzas praguenses las que se ciernen contra Kafka, pero ya no solo es su padre, también los amigos tratan de convencer a Franz de lo errado de su decisión, de la disoluta vida de la familia Wohryzek, pero nada de esto parece desanimar a Kafka. La boda sigue adelante aunque, pocos días antes del compromiso, con un Kafka insomne, nuevamente poseído por sus fantasmas, temores, remordimientos y síntomas de histeria, renuncia a la boda.


Este Kafka, que recae nuevamente en algunos comportamientos del pasado, trata sin embargo de rehacerse. Ha salido de su casa y tiene, al fin, vivienda propia en unos apartamentos de un antiguo palacio barroco. Y es allí donde aparece la tuberculosis, compañera de estos últimos años. Pero esta terrible noticia, una noche en la que Kafka se levanta vomitando sangre y que, de una u otra manera, fuerza su regreso al hogar y más bajas laborales y estancias en el campo, le llevará unos años después a conocer a Milena Jesenska.


Este penúltimo amor se presenta de alguna manera como igual de complejo que el mantenido con Felice. Nuevamente es la conversación epistolar la que construye todo el esquema. Nuevamente, la complejidad de la situación de ambos es un fiel predictor del previsible fracaso de la relación. Milena está casada con Ernst Pollak, un admirador de Kafka, vivía en Viena y, por tanto, el compromiso llevaría a una separación y a una más que previsible fijación del domicilio conyugal en Praga.

 

Pero también Milena aporta algo a Kafka que, por primera vez, le hace  imaginar una posible conciliación entre su vida matrimonial y la escritura. Milena escribe, traduce, su implicación en la vida cultural vienesa es importante, pero más aún y por encima de todo, adora las obras de Kafka y ha preparado diversas traducciones al checo de las mismas. Kafka sueña con una vida en la que ambos puedan trabajar al unísono, una comunión espiritual que, nuevamente es autosaboteada de manera inmisericorde cuando todo parece depender tan sólo de una enérgica voluntad final por su parte.


El fin de la guerra y la desmembración del Imperio hacen de Checoslovaquia una nueva nación. Los germanoparlantes pierden el apoyo estatal y se convierten en una minoría real a todos los efectos. Los padres, temerosos de la persecución a los alemanes y, especialmente, a los judíos dentro de aquellos, traspasan el negocio a un familiar e invierten lo obtenido en la compra de un inmueble para su alquiler, inversión más segura que un establecimiento sometido a boicots o vandalismo. Las purgas en el Instituto de Seguros no alcanzan sin embargo a Kafka, cuya falta de significación política hasta la fecha y su dominio del checo le hacen aceptable para la nueva dirección.


Pero la paz no ahorra estragos, esta vez llegan en forma de la gripe española, una complicación para Kafka que pronto la contrae. Su salud ya algo debilitada lucha por vencer al patógeno pero la tuberculosis temprana es un gran peso. Aunque Kafka se salva, el  gran esfuerzo pasado se revelaría como fatal a la hora de empeorar el curso de su enfermedad pulmonar.  


Nuevos retiros en el campo nos traen otra fase en la obra de Kafka. Si en el callejón del oro fueron los impresionantes relatos de Un médico rural, en Zürau se completan los famosos cuadernos en octavo, repletos de aforismos, sentencias y breves piezas. Un nuevo paso en su proceso de desnudez estilística, un paréntesis en la imaginería habitual pero un nuevo manantial de reflexión y conocimiento, bañado en abundancia por las obras de autores jasídicos y filósofos contemporáneos.   


 

Así, la obra de Kafka madura y progresa, crea esas pequeñas fábulas que, más allá de sus grandes novelas inacabadas, conforman ese universo kafkiano mundialmente reconocible. Pero también es en uno de esos retiros para descansar donde encuentra una remota inspiración para su último gran intento fallido de componer una novela, El castillo.


Reiner reflexiona sobre cómo se trata del intento más ambicioso de Kafka. Una novela en la que la coherencia interna se impone más allá de las indudables conexiones personales, notas autobiográficas, influencias judías y tantas otras cuestiones de las que está impregnada. Es el primer intento de Kafka por construir un argumento plagado de personajes, con tramas paralelas, con historias a las que hay que dar cierre. Y, precisamente por ello, es el mayor fracaso de Kafka desde un punto de vista técnico, o al menos así lo interpretó él, cesando en la escritura al constatar su incapacidad para llegar al último capítulo, más o menos ya pensado, pero que permitiera cerrar todas esas otras historias menores que acompañaban al argumento final. Un esfuerzo que otros autores obvian dejando tantos hilos abiertos como personajes pero que Kafka, con esa integridad, ese purismo estético absoluto e irrenunciable al que se aferraba como ideal de pureza, interpretó como la prueba definitiva de su incapacidad literaria.   


Y la enfermedad sigue su curso hasta el punto en que fuerza su retiro laboral a una temprana edad. Liberado de sus obligaciones profesionales alcanza al fin ese objetivo tantas veces deseado. Librarse de la oficina, de ese continuo trasiego de papeles, personas y problemas, de esa contaminación que le ha impedido siempre centrarse en lo que realmente ama. Pero lo ha logrado a tan alto coste, sobre un deterioro físico que se verá como irreversible, con una merma económica que compromete gran parte de las posibilidades de tratamiento a sus solas expensas, que casi sabe a derrota.


Sin embargo, Kafka, en este camino del conocimiento que nos traza Stach, abraza la enfermedad, aún en estos estadios más leves, como la oportunidad esperada. Igual que sus amenazas con alistarse como voluntario en la Primera Guerra Mundial, que su estrafalaria propuesta de matrimonio a Julie, igual que la fallida huida a Berlín en el proyecto abortado por el estallido de la Gran Guerra. La tuberculosis es vista como la última oportunidad, el terrible acontecimiento que Kafka ha estado invocando, aún de manera inconsciente, todo este tiempo y que, de algún modo, ha tomado la decisión por él.


Pero no todo es tan idílico. Le libera de su trabajo, pero los cuidados que necesita le fuerzan al retorno al hogar familiar tras pocos años de independencia, una última derrota tal vez imprevista. También deberá acomodarse a las vacaciones de las hermanas para acompañarlas en sus escapadas al campo, al Báltico como último retiro vacacional que conoció. Y allí encuentra a Dora Dymant, una joven judía imbuida de las tradiciones más ortodoxas por parte de su padre, pero de ansias liberales, comprometida con el Hogar Judío de Berlín, y nace otro romance, sin duda el último y definitivo. Kafka sabe que es su última baza. Sabe que Dora no puede ir a Praga, que es la oportunidad anhelada de escapar definitivamente, de instalarse en Berlín, ya olvidados los sueños de hacer allí una carrera literaria, buscando tan solo un pequeño atisbo de independencia y amor. Por primera vez vive algo parecido a la intimidad con una mujer que no le inhabilita para escribir porque ahora son ya sus problemas de salud el principal impedimento para estos fines.


Y así tenemos a un Kafka que parece triunfar de un modo que ni él mismo pudo nunca sospechar, un Kafka que logra de alguna manera imponerse a sus propios miedos y condicionantes, que en el momento en que más difícil era todo, con su enfermedad, con su jubilación, con una paga menguada en un Berlín sacudido por los conflictos sociales, golpeado por una hiperinflación que devoraba todos sus ingresos, logra al fin imponer su voluntad.

 

Será por poco tiempo porque pronto llega el proceso final y muerte, cuya dureza no nos es ahorrada por Stach, con amplios detalles médicos, con el peregrinar por diversos especialistas, médicos, hospitales, con sus últimos días, imposibilitado casi para hablar, debiendo escribir en unas cuartillas todo cuanto necesitaba o quería trasladar y que fueron recopiladas por su fiel amigo de estos últimos días, Robert Klopstock, y acompañado por una Dora que se esforzó por hacer de este tránsito un momento menos doloroso, que vió como Kafka corregía las galeradas de Un artista del hambre hasta la víspera de su fallecimiento, que logró también ella escapar a los fantasmas de Praga.


Stach dibuja con claridad todo este viaje del modo en que lo ha hecho en los otros dos volúmenes, con una mezcla de erudición, documentación y adivinación, insuflando vida a las decisiones de Kafka. Nos habla de su compleja relación con diversos editores, especialmente con Kurt Wolff, su relación estrecha pero no exenta de dificultades con Max Brod, el papel del padre, tratando de manera extensa su famosa carta al mismo, pasando sin embargo bastante por encima del tema de las voluntades testamentarias del autor o sin citar en absoluto los aspectos complicados del legado de Kafka y los complejos procesos judiciales a que ha dado lugar.


Las notas y bibliografía son ingentes, como no puede ser de otro modo en una obra que ha llevado a su autor más de una década de trabajo. Pero en ningún momento se tiene la impresión de que el texto resulte abrumador para el lector. El esfuerzo por poner en contexto todas las circunstancias sociales, políticas, económicas y de todo tipo de aquella época son loables y hacen de la lectura un auténtico placer.


Pero llegados a este punto, cerrada ya la vida del autor, nos queda nuevamente la pregunta que desde el propio prólogo nos avanzaba Stach. Ante la lectura de las obras de Kafka, caben dos interrogantes, qué quiere decir lo que nos escribe, abriendo un camino a la hermenéutica, o porqué escribió esto, atando de manera indisoluble vida y obra. Ambas opciones son antitéticas, si bien se conjugan cuando uno piensa en que Kafka trabajaba con los materiales que su vida le llevaba hasta su mesa de escritura. Con toda su viveza biográfica, con sus detalles plenos, con sus nombres de protagonistas tan fácilmente adjudicables a él mismo o a amantes y amigos. Pero también pretendía que la escritura guardara una coherencia propia, interna, que la obra tuviera un valor por sí misma más allá de las implicaciones emocionales que pudiera tener para él.  


Por desgracia, los primeros esfuerzos de Max Brod por dar a conocer la obra de su amigo rompieron esa intención de Kafka en un  intento de orientar la interpretación de sus textos en base a la autoridad moral de ser su amigo más cercano, presumirse que contaba con información de primera mano y, por encima de todo, presentarse como el salvador de la aniquilación total de la obra. Pero hoy en día ya hemos superado con creces ese tiempo y una nueva base se abre para la interpretación de su legado literario. Una interpretación que tome en cuenta el modo en que Kafka escribía sus textos, cómo trabajaba técnicamente, pero que permita liberarse o dejar en su contexto esta influencia. A un esfuerzo tan loable contribuye Stach con su obra. Una síntesis de la síntesis del conocimiento que de Kafka tenemos hoy en día tal y como afirma en su prólogo y que, sin duda, pronto será superada por más información, más datos y manuscritos en un continuo devenir al que se someten muy pocos autores y que da la medida de porqué todavía hoy, a 99 años de su fallecimiento, aún nos resulta imprescindible.