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9 de enero de 2022

Agua dura (Sergi Bellver)

 

 

Llego a este autor gracias a un artículo de Juan Soto Ibars en el que habla de la publicación de la primera novela de Sergi Bellver, una obra que, por un lado ninguno de sus conocidos esperaba y que, por otro, todos sabían que llegaría. Una obra madura, envidiable, pura Literatura con mayúsculas. Y la sorpresa no viene de la duda sobre la calidad literaria del autor o del interés que sus escritos pudieran tener para el público.

 

Lo que suscitaba la tremenda incertidumbre de sus amigos era la vida seminómada y escasamente estructurada del autor. De casa en casa de amigos, conocidos, benefactores o cualquier otra persona que pudiera encontrar motivos para dar cobijo en su sofá a alguien que se dedica a la Literatura. En ese peregrinar continuo, tan lejos de la habitación, ruidosa, pero castillo al resguardo de la mirada del padre, que era el habitáculo de Kafka, o de los cafés en los que tantos se jactaban en otros siglos de haber escrito sus mejores obras, Bellver, parecía perseguir un destino trágico, el de que su vida terminase por resultar más interesante que cualquier historia que pudiera relatar.

 

Aún no soy capaz de separar la parte real del artículo, de la ficticia, de la mera exageración o de la pequeña broma seguramente compartida por autor y periodista, pues ambos son amigos y colaboradores puntuales. Una revisión de la ficha biográfica de Sergi Bellver se puede llevar por delante parte de ese nomadismo y absentismo laboral perpetuo.

 

Pero sea como sea el personaje, es éste antes que su obra, lo que atrae mi atención. Y sin más vueltas, busco información sobre el escritor a partir de la referencia de esta primera novela. Claro es que, como todo buen arqueólogo, rastreo hacia atrás y descubro que Del silencio, puede ser su primera novela, pero no la única obra publicada por Bellver.

 

Así, me encuentro con Agua dura, una primera colección de relatos publicada por Ediciones del Viento en 2013 y que, en 2021, pandemia mediante, ha visto una nueva publicación en digital para garantizar la lectura a cuantos quieran tener acceso a la misma.

 

Y yo soy uno de ellos. Los comentarios sobre Agua Dura son vibrantes, se habla de unos relatos que perduran en el recuerdo del lector, que precisan de un tiempo de reposo, de una lucidez y un dominio de los recursos sin igual, uno de los mejores libros de relatos en nuestra lengua de los últimos tiempos.

 

Ante estas afirmaciones tan incontestables, uno no tiene más alternativa que 

lanzarse a disfrutar del festín o reunir argumentos para rebatirlas. Y, me adelanto al final de la reseña, yo me encuentro entre los primeros.

 

Reseñar un libro de relatos no es sencillo. Cada uno de los cuentos tiene sus propias normas, sus personajes, sus temas y su ritmo. Normalmente, más aún tratándose de un escritor novel, son resultado de una mezcolanza de primeras publicaciones dispersas, de juegos de prueba o error con resultados variopintos. En suma, un cajón de sastre con el que se pretende recopilar todo lo escrito hasta la fecha, como punto de partida, mojón que marca más un punto de partida con el que medir la valía de la obra futura. Así, individualmente pueden resultar brillantes, como conjunto, suelen dejar algo que desear.

 

Pese a que los autores, o los comentaristas, tratarán de enhebrar un lugar común, un punto de conexión entre todos ellos, algo que dote de sentido al conjunto, más allá de lo necesario la mayoría de las veces este esfuerzo resulta en vano.  

 

Pero, si no se puede hablar de la obra en su conjunto puesto que poco tiene en 

común, y  tampoco podemos entrar a desentrañar cada una de las narraciones, ¿qué nos queda? ¿Palabrería vacía que busque tan solo recopilar sin sentido adjetivos positivos, negativos o neutros con el fin de dejar la impresión cierta de si nos ha gustado la obra, si deja indiferente o si nos ha disgustado?Abro así mi torpe intento para dejar constancia de las impresiones que Agua dura me ha dejado.  

 

Todos los que venimos de otra ciudad, esas que no se precian de tener "la mejor agua de España", en particular, esas que tienen lo que se llama agua calcárea, sabemos que se trata de un agua diferente. Lo sabemos más ahora, cuando volvemos para pasar unos días y tus hijos te dicen que ese agua sabe mal, que no es como la de casa, su casa, no tu casa. Para tí sigue siendo la natural, la que tiene cuerpo y no parece un líquido insípido y flojo, también la que echa a perder todas las cafeteras, lavadoras, lavavajillas, todo cuanto esté en contacto con ella durante un tiempo prolongado.

 

 


 

Pues bien, ese agua, la que se invoca desde el propio título del libro, es la que da forma, o deforma a los protagonistas de todos los relatos. Puede decirse que la vida, como el agua, les ha moldeado, ha erosionado todas sus aristas, en unos casos hasta redondearlas, en otros para afilarlas más.

 

Estos son los personajes de Agua dura. En sus relatos, al menos en los principales, cada personaje parece estar en un momento definitivo y definitorio, en un tornaviaje, huyendo de un pasado, llegando allí por causa de ese pasado, no se sabe a ciencia cierta. Pero en todos ellos, cada historia parece condensar una trayectoria vital, al menos un cambio.

 

Estos personajes también gustan de arracimarse en parejas, no necesariamente en el sentido que todos le damos. Dos hermanos, separados por miles de kilómetros o por la laguna estigia en forma de canal holandés, hermanos que heredan una propiedad que les devuelve al pasado o hermanos que tratan de cumplir una venganza que les llama de manera brutal. Siempre hermanos, porque aunque en algún caso no lo sean biológicamente, sí lo son en el mismo modo en que el agua y la roca se hermanan y acoplan sus cuerpos, tan diversos en su naturaleza, sólida, líquida, pero tan duros y resistentes, agua dura que todo lo impregna y que, como decía uno de los glosadores del libro, efectivamente, sigue dejando su efecto erosionador al volver la última página. Porque sí, al final, me quedo en este lado, en el de los arrobados admiradores de Sergi Bellver en este su primer libro, su bautizo literario como él mismo señala en su atento prólogo.

 

En el mismo, señala un origen muy personal de estas historias, una vinculación emocional de la que ningún esfuerzo estético o artístico, debería quedar al margen. Sin embargo, lo personal no debe confundir al lector, quien no debe orientar su lectura a tratar de discernir los elementos biográficos del escritor. Al contrario, debe buscar los propios en esos textos, ya que toda buena obra iluminará aspectos propios que nos eran desconocidos, que no nos atrevíamos a afrontar o que, simplemente, alcanzan una nueva perspectiva desde la voz de otro.

 

Por eso, hace bien Bellver en no desvelar más, en destacar tan solo algunos otros elementos constantes en sus narraciones, como los coches, los animales, sin avanzar lógica o semántica alguna. Al fin, tal como nos dice, alza su copa para que los nuevos lectores podamos gozar de un vino que cree reciclado, tal vez mejorado de su avinagramiento inicial, y acierta. Salud.