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25 de mayo de 2024

Elvis (Generación Bibliocafé)


 

Tras la publicación de Oro parece …, la Generación Bibliocafé vuelve a la carga con una nueva propuesta, esta vez para sacar a la luz un nuevo título de relatos haciéndolo coincidir con la presentación del espectáculo Elvis: From Memphis to Las Vegas en el Teatro Auditorio La Rambleta de Valencia.  


Dada la premura del proyecto, la longitud del texto se ha visto acortada a unas ochocientas palabras, si bien, esta restricción no parece haber afectado a la inventiva o la capacidad de emocionar de los autores. Más aún, en un par de ocasiones, nos encontramos con unas mínimas expresiones que acercan el texto a las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, presleirías podríamos bautizar al género. 


Aunque uno podría creer que la mayoría de los relatos tendrían al cantante como protagonista, lo cierto es que, en muchos de los casos, ni siquiera es una presencia tangible, tan solo su música es una presencia constante en todos ellos. Sea en forma de canción que se escucha en una comunidad de propietarios de la que nadie conoce el origen, sea en los bailes de adolescentes o en los primeros romances bajo la luz de la luna. Y es que la música tiene esa capacidad para emocionarnos, pero también para evocarnos recuerdos del pasado, incluso para despertar los recuerdos de un antiguo profesor de música, hoy en una residencia de ancianos. También nos lleva al día en que tuvimos que escoger entre los dos jóvenes tan diferentes que nos cortejaban, en la certeza de que erramos en la decisión.


Pero la música no es solo una burbuja en la que nos refugiamos para huir del tiempo que nos ha tocado vivir. Por los barrios peligrosos de Chicago o las calles pobres de Memphis viviremos esa América de la que Elvis habló pocas veces, pero de la que tenía un gran conocimiento. Sus orígenes humildes le llevaron a renegar de los vaqueros, una prenda que se había visto obligado a vestir toda su niñez, o le llevaron a esa ordalía de despilfarro vergonzante, aunque tal vez se le pueda perdonar puesto que de ese modo Elvis creía poder comprar la fidelidad de quienes le rodeaban, sabiendo que su mera persona no parecía ser suficiente para nadie. 


Porque en estos retratos también aflora esa figura ya crepuscular que se consume entre medicamentos y atracones de comida, temeroso de quedar pasado de moda o de no ser recordado tras su muerte. Pero aquí queda probado que nada de ello ocurrió. Vemos cómo una abuela narra a sus nietos su viaje a los Estados Unidos para ver a Elvis en su último concierto (nadie sabía que lo sería) en Indianápolis, otro evento que aparece en varios de estos relatos. 


Este choque generacional se marca en algunas de estas historias. No olvidemos que muchos de los autores apenas nos sosteníamos en pie o ni tan siquiera habíamos nacido cuando Elvis murió. Por eso los padres suelen ser correa de transmisión de la pasión por el músico y la música evoca la niñez del narrador, ese tiempo en el que eran mecidos por las canciones que llegaban desde el radio casette del coche o que nos retrotraen a la infancia cuando casualmente paramos en una emisora de clásicos. 


Y tal vez no sea la música lo que más nos atraiga del cantante. Sin duda, su actitud y apariencia, su juventud insultante y su desvergonzada inocencia en un mundo dominado por los adultos sirvió de estímulo a muchos. Musicalmente llegaron otros después que lo superaron en creatividad y talento, pero como imagen y símbolo, Elvis es imbatible. Así que aquí también tenemos relatos en los que él es de Elvis, ella de los Beatles. 



Y hablando de Liverpool, José Luis Rodríguez, el autor del mejor relato que jamás he leído sobre los Beatles, vuelve a esta conexión. Si Ringo llegó a la banda por George, y éste por Paul y éste por John, Lennon nos llegó por Elvis, ya que antes de él no había nada, solo un incipiente y garrulo skiffle, ante el que la tía Mimi aún podía sentirse confortable. 


Como en ocasiones anteriores, he tenido el honor de ser invitado a colaborar en este proyecto por parte del autor y editor Mauro Guillén. En mi caso he optado por un relato sobre los últimos minutos de vida del Rey en su baño de Graceland, un escenario también elegido con mejores resultados por Jorge Richter, prueba de esa común fatal atracción que sentimos por la triste y solitaria muerte del cantante. 


De Elvis perdonamos su parafernalia algo hortera, sus trajes dorados y las lentejuelas, los flecos y los monos blancos. También nos hacemos cargo de su escaso valor para tomar las riendas de su carrera y deshacerse del infame coronel Parker una vez que quedó patente la chapucería y engaños a los que le sometía. Nada de esto nos importa porque siempre nos quedará como símbolo. Tal y como aparece en el cómico relato de Fuensanta Niñirola, nunca me pises los zapatos de gamuza azul, podrás hacer lo que quieras, pero eso no. Por cierto, esta escritora y artista también es la ilustradora del volumen.


También por estas páginas aparece el amor de Gladys, su madre, que vió morir al hermano gemelo de Elvis en el mismo parto y que se consagró a su hijo superviviente. También aparece el relato de Priscilla en primera persona o los imitadores del Rey, una terrible secuela del mito. 


No podemos despedirnos sin hacer mención al magnífico relato de Mauro Guillén, una fábula sobre el Elvis retirado tras fingir su muerte, único modo de librarse de sus admiradores, sus falsos amigos o el coronel. Pero solo es un relato, porque como nos recuerda Franz Kelle, Elvis vive y es valenciano. Así que no es de extrañar que se haya pasado por la presentación y que desde uno de los palcos haya movido sus cansadas caderas, probablemente operadas varias veces, sin evitar una sonrisa al ver cómo su obra aún nos sigue inspirando y emocionando. 

 

 

22 de marzo de 2024

En otro país (David Constantine)

 

 


 

David Constantine es traductor, poeta y narrador, y todo ello queda perfectamente reflejado en los relatos que componen En otro país (Libros del Asteroide), una selección de sus mejores obras breves, publicadas por primera vez en España.


Partamos de la premisa de que un libro de relatos no ha de guardar necesariamente una coherencia interna, menos aún si no se trata de un volumen concebido por el propio autor como un conjunto, sino que responde a una recopilación de su obra breve para ser presentada en otros países. Y, sin embargo, los títulos aquí recogidos, tienen una unidad tal, tanto en lo temático como en lo estético, que ha de responder necesariamente a un talento natural del autor para este género, con unas cualidades soberbias para dibujar los rasgos de sus personajes a través de breves palabras, a veces solo sugeridas, y en los que la complicidad con el lector es un requisito inquebrantable y que se ha de renovar página a página.


Porque no de otro modo se debe afrontar la lectura de En otro país. Cada narración requiere de una confianza ciega del lector, que éste se deje llevar, ignorando al principio todo cuanto sucede, disfrutando de ese sentimiento de incomodidad por creerse retratado que en ocasiones le invadirá al transitar por estas páginas, pero rindiéndose finalmente a la intención de Constantine y a su hermosa prosa.


En cierto sentido, todos estos relatos siguen una serie de pautas que pueden explicar su unidad. En todos ellos, el peso de la acción y el argumento recae en dos personajes principales y, en casi todos ellos, una cierta incomprensión, incluso extrañeza, levanta su parapeto invisible entre ambos. También en cada uno de ellos nos asomamos a una soledad que nadie parece romper pese a la compañía mutua, sea por oscuros secretos del pasado, por la pérdida de la naturaleza humana, por la muerte o por el hartazgo.


En todos ellos el final viene a ser un cierre en forma de interrogante, una proposición al lector, una sugerencia apenas esbozada, nunca impuesta. Y para todos ellos viene a ser importante una relectura tras ese final.


Veamos como paradigma el primer relato, del que no desvelamos más de lo que ya se menciona en la solapa del volumen. Un anciano recibe una carta en la que se le comunica la aparición del cuerpo de una joven caída desde lo alto de una montaña en un glaciar hace unos sesenta años y que el calentamiento global ha dejado al descubierto, en su tumba de hielo transparente, tal y como era en su portentosa juventud.


Y esta noticia cae como una bomba en la vida del anciano que ha de revivir aquellos días y que, de algún modo, se siente en la obligación de hacer partícipe a su mujer, que ha vivido con una versión de la historia algo azucarada y rebajada pero que ahora intuye la magnitud del engaño del que ha sido objeto. Y no es que el matrimonio se venga abajo, éste se funda en una relación de mera compañía, sin afecto especial, sin apego propio. Y, sin embargo, cómo puede una octogenaria luchar contra el fantasma de una joven que, plenamente conservada, congelada para el futuro, se hace presente en su matrimonio roto, un fantasma que ocupa toda la casa y contra el que no puede luchar, ya no. Y es un fantasma que también dice mucho de su marido, incluso de los motivos que le llevaron a casarse con ella, mismo color de pelo, mismo signo zodiacal, muchas coincidencias pero que, tantos años después de su casamiento, poco importan ya.


O avancemos tan solo ligeramente el argumento del siguiente relato, La fuerza necesaria, en el que se nos describe cómo una persona pierde su alma, no como en el mito de Fausto o en la leyenda de Robert Johnson, simplemente la pierde. Y es entonces cuando la echa en falta, cuando comprende lo diferente que es, y cuando comienza a reconocer a otros como él y a sentirse extraño, alejado, a entender la importancia de lo perdido y la imposibilidad de comunicación con su mujer, sus hijos.


Y así hasta catorce relatos, todos ellos hermosos, todos tristes, sin excesivas concesiones, con mucha poética entre sus líneas, como puede esperarse de un autor que ha sido profesor de Literatura y que también publica libros de poesía, por lo que sabe trasladar de un género a otro sus mejores virtudes.

 


El peso de la espiritualidad en los personajes de estos relatos es notable. Afloran monjas, meras beatas, clérigos, pero también profesores solitarios que supieron marcar impronta en sus alumnos, que recuerdan sus experiencias en la tapia del cementerio en su último día. Y es que la muerte es una presencia tangible en muchas de estas narraciones. Ejemplar es el relato en el que un hombre recién enviudado, queda atrapado en el atasco de una autopista por un supuesto accidente ferroviario y que, desde el arcén, contempla absorto la vida imperturbable de una pareja de ancianos que viven su vida a la vista de todos los conductores. Y no sabemos si siente frustración, envidia secreta o una reconciliación absoluta con la vida, una comunión con el espíritu humano, ni si esta contemplación le sirve de viático salvífico o de expurgación de dolores profundos, porque todo queda tan solo enunciado, y es el lector quien ha de reconstruir los pedazos restantes.


Hablar de En otro país supone no poder pasar por alto la importancia de la traducción a cargo de Celia Filipetto, que ha logrado un texto sugerente, armonioso, sutil y delicado, como entiendo debe ser el original.


Son obras como ésta las que permiten sostener que, en gran medida, desde el siglo pasado, el peso de la mejor tradición literaria ha ido migrando progresivamente de la novela al relato, con una infinidad de autores magistrales, que han sabido suplir las limitaciones de espacio propias de este medio narrativo, poniendo de manifiesto que no siempre los giros impredecibles al final del texto son la esencia misma del texto, la idea de que son obras menores, de mero entreno, que carecen de la profundidad propia de textos más extensos. En suma, autores como David Constantine renuevan su compromiso con un género que aún tiene un gran recorrido por delante y que termina por resultar más versátil y personal que muchas novelas. Acercarse a este libro es una forma de compromiso también por parte del lector, una forma de aprendizaje, un ejercicio de conciencia y de admiración.

 

23 de febrero de 2024

Oro parece ... (Generación Bibliocafé)

 

 


 

Como es sabido por cuantos por aquí pasan, la Generación Bibliocafé no es otra cosa que un grupo de escritores, algunos con obra propia, otros tan solo con sus colaboraciones para este proyecto, que llevan publicados más de veinte libros desde aquel primero que salió casi como un proyecto práctico para culminar un curso sobre edición impartido por el infatigable organizador, dinamizador y entusiasta editor Mauro Guillén, en la sede de la librería Bibliocafé, a cargo de José Luis Rodríguez Núñez, hoy abierta a todos en su versión digital.

 

De aquí surgió el entusiasmo por continuar con la misión, incorporando no solo a los participantes en aquél libro inicial. Nació así A fuego lento y todos los libros posteriores, siendo Oro parece …, el último de todos ellos. En esta ocasión, el tema propuesto para dotar de homogeneidad a los relatos es el de las falsas apariencias. Tras la lectura de los 34 relatos, no hay duda de que el asunto en cuestión da de sí.

 

Pero comencemos por el principio y remontemonos a la cita de Pedro Calderón de la Barca con la que se abre el volumen: "Fingimos lo que somos, seamos lo que fingimos". Porque todos somos grandes fingidores al modo de la famosa canción de los Platters , incluso aquellos que se vanaglorian de ir siempre con la verdad por delante mientras nos sueltan la mayor de las mentiras. Todos fingimos lo que no somos. En una entrevista de trabajo, en una reunión de vecinos, en nuestro papel de padres responsables recriminando en nuestros hijos los mismos comportamientos que exhibíamos de jóvenes, por no hablar de lo que de fingimiento tiene todo ritual de cortejo, no solo entre nosotros, también en cualquier especie del reino animal.

 

Este fingimiento es una forma de sobrevivir, de otorgarnos una seguridad relativa, un asidero de confianza. Pero si hablamos de fingimiento y falsas apariencias, de crear una imagen engañosa de la realidad, no nos podemos referir con mayor acierto a otra cosa que a la Literatura, el fingimiento supremo, el puro intento de crear una apariencia de realidad, de llevar a nuestros lectores al lugar que queremos, con la perspectiva que deseamos y elegimos. No queremos otra cosa que colocar a ese humilde destinatario de nuestras palabras en el lugar preciso que cada uno quiere, hacerle partícipe de nuestras ideas y ensoñaciones, compartir con él alguna emoción o reflexión, siempre teniendo claro que esas letras no son sino una gran mentira que tratamos de disfrazar de realidad, no al modo de los discursos oficiales que solo buscan adormecernos sino con el firme propósito de ayudar a levantar unos sueños que hagan menos tediosa la realidad que vemos al apartar los ojos de las páginas.

 

Los maravillosos relatos aquí recogidos ofrecen un amplio muestrario del alcance de estas falsas apariencias, su omnipresencia en todo cuanto nos rodea o sus perniciosos efectos en quienes las padecen. Tenemos las consabidas historias de los malhechores con cara de inocente cordero capaces de las mayores aberraciones concebibles. Pero ya se sabe esa tópica imagen de telediario de los vecinos sorprendidos al descubrir que ese inquilino, el del 4ºB, tan simpático, que ayudaba a las ancianas con el carrito de la compra en el ascensor, tan discreto él, quién iba a pensar…

 

Y su cara inversa, la de quienes afrontan los prejuicios y murmuraciones, los sordos reproches por mostrarse tan solo como extraños, diferentes, tal vez con otra lengua, otro color, otras costumbres que los hacen sospechosos, falsas apariencias negativas que los apartan y separan de la comunidad.  

  

También la mirada en el ombligo de los escritores tiene su lugar. Conocemos la historia de la escritora que se cree magistral cuando apenas es una vulgar plagiadora pero que vive en su propia mentira, tal vez solo creída por ella. O la historia del poeta azucarado que trata de esconder su desviación por el dulce y el merengue.

 

Los amigos también son otra fuente incesante de decepciones y falsas apariencias, los que se aproximan por interés, para burlarte al novio, para sorberte la sangre y separarte del mundo. Y quienes un día rompen deshaciendo ese halo de fingimiento, nunca se sabe si para bien o para mal, hay desencuentros que con el tiempo se ven como una bendición.

 

Los amores también ofrecen un considerable catálogo de falsas apariencias, desde la inocencia del primero de todos ellos, el que se recuerda por siempre, pero con una imagen tan desfigurada, tan alejada de la realidad que no deja de ser un falso engaño, una referencia mítica o, en este caso, platónica.

 

Pero las apariencias no solo vienen por la vía de los hechos, también las palabras crean apariencias, pretendemos ser más modernos y más comprometidos con nuestros neolenguajes que no hacen sino disfrazar la misma realidad de siempre bajo una nueva capa de pintura, simple y cutre la más de las veces.

 

talleres literarios valencia 

 

Pero, sin duda, el mayor escenario de las falsas apariencias es el hogar, en sacrosanto altar de la intimidad que, sin embargo, guarda secretos inconfesables para quienes se han prometido no guardar secreto y compartirlo todo, todo menos amantes, secretos de alcoba o descansillo, actividades paralelas, aunque sean caritativas, que mi mano derecha no sepa lo que hace la izquierda o que mi media costilla no me vea repartiendo comida en un comedor social, no sea que se avergüence de mí, tal vez así algunos sobrellevan la dureza de esa entrega para la que nadie nos educa.

 

Y por estas páginas seguiremos encontrando personajes y situaciones paradójicas como el psiquiatra enfermo, el acosador que frecuenta los parques, el prócer del régimen anterior y su avergonzada nieta o la virtuosa madre esposa que sobrelleva con cristiana devoción sus tareas y responsabilidades.

 

En mi caso personal, se añade un motivo adicional de falsa apariencia, cual es el de figurar como escritor al lado de auténticos maestros en el arte de seducir y confundir, de guiarnos a paisajes imaginarios de tremenda vitalidad y fuerza, poesía y belleza. Me siento, por tanto, un poco farsante y embaucador por haberme colado una vez más en estas páginas, pero, en honor a la temática del libro, creo poder saber de qué se trata y me da cierto derecho, esta vez sí que con plena autoridad, a hablar de estas falsas apariencias.

 

Y como todos tenemos escondida alguna falsa apariencia, algún tipo de falso señuelo, todos podemos encontrar uno o varios relatos en los que sentirnos retratados o denunciados, reivindicados o despreciados. A cada cual lo que le toque, oro o plata a su elección. 

 

 

1 de diciembre de 2022

Salgan con los libros en alto (Generación Bibliocafé)

 

 

Hace poco más de diez años, en una pequeña librería de Valencia, se reunieron un grupo de personas interesadas en el mundo de la edición de libros. Bajo el tutelaje de Mauro Guillén se completó la formación teórica con un proyecto real, una antología de relatos, que permitiría no solo poner en práctica muchas de las cuestiones tratadas en las sesiones, sino abrir una ventana para autores noveles.


Diez años después y unos veinte libros más tarde, la Generación Bibliocafé vuelve a las andadas para celebrar este décimo aniversario, publicando Salgan con los libros en alto, una colección de 45 relatos, esta vez en torno al mundo que le vió nacer, las librerías. Cada relato viene seguido por la recomendación del autor de una librería y los motivos de dicha elección.


Y es que, para los amantes de la Literatura, los libros son el objeto de pasión y de adoración, pero en este rito, la librería es la iglesia y el librero el sumo sacerdote, por lo que ambas instituciones tienen bien merecido este homenaje.


Todos atesoramos recuerdos de nuestras primeras visitas a las librerías, tal vez de alguna en especial, por su proximidad a nuestra casa, porque ya desapareció, porque era casi la única en nuestro entorno. Porque aún podemos rememorar ese olor peculiar y ese amontonamiento de libros en un tiempo anterior a que la mercadotecnia lo abrazara todo, y aún antes de que la venta on line terminara con un modo de entender este negocio.


Porque, en aquellos tiempos, los libros no se ordenaban en mesas por secciones o por ventas. Normalmente, se amontonaban de un modo casi casual, las estanterías no estaban hechas tanto para el disfrute del comprador sino para lo que son según su propia etimología, para que los libros estuvieran, sin más, a manos del librero, a quien se preguntaba por un título y, con la confianza de un chamán, se dirigía a la balda concreta para rescatar el último ejemplar disponible, sin necesidad de comprobar las existencias en un ordenador. Y si la memoria fallaba, si el libro no se encontraba donde se esperaba, el librero sacaba otros libros, otras alternativas y uno terminaba saliendo de la librería con un volumen que no sabía que realmente era el que deseaba, feliz al fin y al cabo, porque la librería era eso, un lugar con magia y encanto, no una charcutería donde uno siempre sabe qué quiere y donde no se espera que el tendero te proponga comprar salchichón si preguntas por chorizo.

 

Y de todo esto y un poco más es de lo que hablan los relatos recogidos en Salgan con los libros en alto. Aquí tenemos librerías para todos los gustos. Librerías escondidas dentro de un faro, dentro de un cuadro, librerías que sirven de refugio para perseguidos, que insuflan sueños de libertad. Librerías que, en tiempos no muy lejanos en nuestro país, y totalmente actuales en otros, sirven como distribuidoras de títulos prohibidos, de ideas perversas, como lo son todas aquellas que desafían lo establecido, las leyes y las costumbres. Librerías con trastiendas en las que se venden revistas, se distribuyen panfletos, donde se organizan reuniones clandestinas. Librerías de su tiempo, al fin y al cabo.  


También tenemos librerías que acogen en su seno a los pequeños lectores, cuidando con mimo esas pequeñas letras que harán surgir mañana a los grandes lectores, tal vez incluso a futuros escritores. Pero también hay librerías envueltas de misterio, en las que se cometen crímenes de los que solo los libros son testigos, y librerías que abren sus puertas a mundos mágicos, mundos en los que el límite lo pone cada uno según su criterio, su ensoñación.


En los relatos aparecen librerías y libreros vocacionales, conspicuos organizadores de presentaciones, clubes de lectura, presentes en redes sociales para dar a conocer su mercancía, para expandir esa cultura luchando contra gigantes. Y también tenemos librerías como centros de encuentro, donde surgen romances o flirteos, incluso donde se puede disfrutar del sexo a escondidas.  


También los libros, como habitantes de estos comercios, toman su propia vida a espaldas de los ojos de sus dueños. Cambian de lugar ante la sorpresa de los libreros o se enzarzan en polémicas como sus futuros lectores, a los que esperan con ansia cada vez que se levanta la persiana, felices de hallar un nuevo hogar, temerosos del trato que recibirán.


Y, como no podría ser de otra manera, tenemos ese sueño húmedo de todo lector, esa idea romántica de dejarlo todo y abrir una librería, de vivir rodeado de libros, olvidando que estos no se venden solos y que la realidad no está siempre a la altura de nuestros anhelos. Más aún en nuestros días, cuando, pese a algunas noticias que quieren traer esperanza, lo cierto es que todos sabemos que el futuro nunca da a torcer su mano y que la senda está trazada. Que la lectura no es competencia para el fútbol, las series, la inmensa oferta lúdica, que las compras por internet restan otra parte de la cuota de negocio, que va quedando reducida, escuálida, que cada librería que cierra genera lágrimas y disgustos, severos movimientos de cabeza y profundas reflexiones, siempre demasiado tarde, siempre demasiado inútiles.


Pero, por eso, es también bueno que estos relatos nos hablen de esos recuerdos de un pasado mejor, de aquellas visitas y compras que nos dieron forma. Porque fijándolos, convirtiéndolos en relatos, se hace el mejor homenaje posible a estos santos lugares.


Y por sus páginas, uno se reencuentra con autores amigos, conocidos de otros libros anteriores de la Generación Bibliocafé, como Fuensanta Niñirola, Sergio Barce, Felicidad Batista o Antonio Briones, y descubre a otros autores cuyos textos logran emocionarle, con los que te puedes identificar fácilmente.


Como en otros libros de la Generación Bibliocafé, y gracias a la generosa invitación de Mauro, he tenido el privilegio de poder participar con un relato, La librería no se cierra, y poder recomendar una librería de mi ciudad natal.


Ya solo queda pasar de las palabras a los hechos, sugerir la compra de este libro, recomendar la compra de cualquier otro de la Generación Bibliocafé y confiar en que esta aventura pueda llegar a cumplir más años y más libros, y que estos siempre puedan tener la fortuna de encontrarse en nuestras librerías preferidas.




13 de marzo de 2022

Temblor y otros cuentos perturbadores (J. Mordel)

 

 

La Literatura es un esfuerzo de creación en el que el autor toma el control y dirige, como un demiurgo caprichoso, las principales líneas del mundo que pretende levantar. En ocasiones, este esfuerzo consciente supone replicar el nuestro, sus conductas e ideas, su lógica y su física, dando lugar a los estilos realistas. En el otro extremo tenemos la labor de quienes erigen mundos que contravienen el que nos toca habitar, en una suerte de metaverso ficcional con el que salda deudas que en esta vida deja pendientes, o simplemente, busca provocar una reacción, una incomodidad perturbadora. Estaríamos en los confines de la ficción fantástica.


Entre ambos extremos discurre el quehacer literario, una alquimia que combina una proporción determinada de estos dos opuestos y a la que cada autor añade a su gusto sus propias convicciones estéticas para crear lo que venimos a llamar el estilo propio de cada creador.


De entre todos los estilos posibles, siento especial predilección por aquellos en los que el paisaje en el que se desarrolla la historia es presentado como un trasunto de nuestra vida, un retrato de la cotidianeidad, entendiendo ésta como lo que deriva de lo ordinario, lo habitual sin imprevistos, pero que guarda en su interior un elemento disruptor, totalmente fuera de lugar, anómalo y como venido de otra realidad, pero que la maestría del escritor nos hace creer plausible, verídico sin posible cuestionamiento.

   

Así, no encuentro mejor ejemplo que el de Kafka, capaz de combinar la pequeña y mediocre vida de un oficinista amanecido como un terrible y gigante insecto o la lucha desesperada y a contrarreloj de quien busca encontrar el origen de una acusación que terminará por llevarle a la condena última sin apenas atisbar motivo o causa. Es en estos escritos donde el sentimiento de extrañeza, que creo que es el que mejor los define, alcanza su mayor poder evocador y en el que se condensan las bondades de los extremos a que aludimos al comienzo de esta disertación.


Y es este sentimiento el que he vivido en muchas de las ocho historias que completan Temblor y otros cuentos perturbadores, volumen escrito por J. Mordel en lo que es su primera incursión literaria publicada. Curiosamente, en la introducción a la obra, el propio autor enumera las referencias posibles, los elementos que toma de diversos escritores del género fantástico, entre otros, y en las que no se encuentra el autor  de El castillo, pero esto no es más que la prueba de que este volumen puede resultar estimulante para muy diversos tipos de lectores, con diferentes gustos y aspiraciones.

 

El volumen condensa diversos estilos en los que se combinan el monólogo interior, la narrativa más convencional, los elementos fantásticos, en ocasiones con notas de terror o, al menos, de esa perturbación que se invoca desde el propio título del libro.


Comencemos por el principio, igual que hace Mordel, con su relato Historia contada por un vagabundo en el que un desastrado y alcoholizado rapsoda describe a un supuesto público entre el que nos hallamos sentados, sin saber el cómo o el porqué, la línea del tiempo físico de nuestro mundo. Desde el big bang hasta nuestros días, todas las luces y sombras, las extinciones sucesivas y las destrucciones a las que tan aficionados somos, sin olvidar la vida espiritual de los humanos, seres que hemos sido llamados para regir este espacio concreto por un tiempo definido, apenas un segundo geológico. Y esta obra de teatro que se despliega ante nuestros ojos parece una sucesión de casualidades (causalidades para algunos) que, en boca de un vagabundo alcoholizado, se muestran como una broma, una pesadilla, ante la que alza la voz, chulesco contra el autor, esa parodia de un Creador al que su Verbo traiciona,  saboteando, cambiando sus pulsiones y aportando sus propias opiniones. Este Molloy al que se alude en el propio texto se expresa con una verborrea inagotable, llena de adjetivos, de enumeraciones infinitas, de contradicciones explicitadas, en suma, de un estilo abigarrado que volverá a aparecer en posteriores relatos y que pone de manifiesto una notable pericia del autor puesto que en manos menos hábiles, podría convertirse en un ominoso monumento al aburrimiento y el tedio.


Tras esta introducción a un mundo enloquecido, entramos en los relatos centrales del libro. En ellos, Mordel despliega diversos estilos en los que muestra soltura y eficacia. Aunque en todos ellos existe un punto de irracionalidad, sorpresa o fantasía, una inquietante perturbación que no siempre se manifiesta desde las primeras líneas pero que aguarda paciente al lector desprevenido.


En algunos relatos vuelve a ese monólogo interior enloquecido y febril, preeminentemente en Temblor, expresado en esta ocasión en boca de un escritor frustrado que vuelca sus pensamientos en cartas nunca dirigidas a nadie, aunque tal vez a todos, con el mero fin de poder compartirlos consigo mismo a través de su pluma.


La Literatura ocupa un lugar primordial en estos relatos, no solo en las referencias explícitas del autor, sino en los propios personajes, declamantes teatrales, escritores, lectores, investigadores,... .El peso de la escritura y la lectura como medio de autoconocimiento se revela como un elemento vertebrador de la obra, aunque este saber en ocasiones lleva a los personajes a alejarse de sus congéneres, a expresar sentimientos de superioridad y desprecio frente a quienes se muestran anodinos y ajenos al entendimiento, quienes viven como ganado, prestos a alimentarse de un pienso vacío y alienante. En ocasiones, la vida de estas personas no es sino un vehículo del que pueden servirse oscuros personajes, como ocurre en el relato Morfeo eterno.   


Pero los elementos que se despliegan en estos relatos apuntan en muy diversas direcciones. Tenemos el casi poético y enormemente bello Estúpidamente real, un relato escalofriante al tiempo que hermosísimo, o la ensoñación propia de Sade de El mensaje. El apocalíptico Superluna o el más convencional, El lugar de los deseos, que muestran otras caras del poliédrico conjunto de relatos aquí recogido.  


La prosa de J. Mordel puede ser sencilla y directa pero en ocasiones se torna barroca, incluso con reminiscencias del Siglo de Oro como las referencias recurrentes a Natura y Cerebro. Porque esa contraposición entre lo que nos dicta la Naturaleza, con sus limitaciones, sus imposiciones, y nuestro Cerebro, intelecto, capaz de elevarnos más allá de esa pedestre fisiología es el vórtice sobre el que bascula nuestra existencia y en el que la pira es alimentada por hordas de cuerpos que solo viven frente a los pocos que se alzan sobre el humo y cuyas vidas tienen sentido. Esta especie de nihilismo, encuentra ecos literarios en grandes clásicos, como Crimen y Castigo, pero se distancia en cuanto al empleo de la fantasía y el lenguaje.


Temblor y otros cuentos perturbadores es una excelente colección de relatoscuentos que se aleja de los convencionalismos propios del género. Ofrece una personalísima voz que desconcierta al tiempo que atrapa y que obliga a una lectura pausada, en ocasiones, a la relectura. El uso del lenguaje es magnífico y despliega innumerables hallazgos que hacen que el esfuerzo realmente merezca la pena. Solo queda conocer cuál será el paso siguiente del autor y hacia dónde dirigirá su obra para confirmar así esta magnífica primera impresión.


No deben desanimarse quienes no estén familiarizados con la literatura fantástica, de ciencia ficción u otros derroteros afines, ni siquiera por la sinópsis publicitaria. La mayoría de los relatos entronca con una tradición más clásica que la que parece darse a entender, y pueden disfrutarse sin necesidad de ser seguidor de esos géneros, simplemente dejándose llevar como en el ensueño de un eterno Morfeo.