Los gatos llegaron de la Protectora hace poco más de un año, con apenas dos meses de vida, algo desconcertados, y pronto se hicieron con su nuevo hogar. Se supone que el primer día tienen que estar en un ámbito más reducido, pero a los diez minutos, Bombón se había escapado de la habitación y había recorrido parte de la casa. Cotton, por naturaleza más reservado y miedoso, solo se atrevió a salir algo más tarde, y siempre volviendo cauteloso a su zona conocida ante cualquier ruido o sorpresa inesperada.
Este carácter se ha mantenido durante muchos meses aunque ahora, Bombón ha desarrollado algún tipo de problema, tal vez de origen congénito, que le ha sacado un poco de este mundo, de su mundo de gatos. Ya no juega a cazar, no juega con su hermano, come poco y solo conserva su manía de subirse a todas partes buscando olores y comida que tiene prohibida.
Pero nada de esto ha cambiado las lealtades que se forjaron desde el primer momento. María, con siete años, dulce y cuidadosa, pronto se apegó más a Bombón, el más alegre y saltarín. Pero ahora que ya no salta, es la que sigue abrazándole más, llevándolo a su habitación cuando queda horas parado sin moverse. Y él se lo agradece subiendo a su cama cuando llega la hora de dormir, o quedándose gran parte del día debajo de la misma o en la alfombra, mirándola jugar. Y no importa que le haya mordido algunas veces o que no siempre controle sus uñas. Ella siempre se lo perdona, lo que no tolera de su hermano lo admite sin rencor de Bombón.
Por contra, Pablo con sus doce años, más nervioso e inquieto que su hermana, pero también más reservado y tímido, pronto se identificó con Cotton, con su reserva gatuna. Ambos leen juntos o juegan a la consola. Pablo le abraza mientras ve la tele y Cotton se deja llevar a todas partes como si fuera un peluche y esto no parece importarle mucho.
Dos hermanos que juegan con dos hermanos, con los caracteres algo intercambiados, parecen una buena combinación de la que todos sacan partido. Pablo ha aprendido a ser algo menos brusco y a pasar más tiempo sentado sin removerse en el sofá como si le dieran descargas eléctricas para que Cotton no se aleje. María ha superado todos sus escrúpulos a los olores, la suciedad y demás. Limpia las babas que a veces le caen a Bombón y no le ha importado que alguna vez haya vomitado o dejado excrementos en su habitación.
Etología felina: una guía básica sobre el comportamiento del gato (Ed. Amazing Books) es un buen libro para poder resolver muchas dudas prácticas sobre gatos. Qué arenero emplear, recomendaciones sobre alimentación y juego, cómo combinar a dos gatos de diferente camada en la misma casa o dónde colocar los cuencos de agua. Temas médicos y comentarios sobre la historia y biología del gato. Un pequeño compendio construido sobre sus cuarenta y siete capítulos organizados en forma de preguntas donde uno puede encontrar pistas y consejos útiles o simplemente dejar pasar sus páginas y maravillarse por las coincidencias que aprecia entre lo leído y sus felinos, o todo lo contrario.
El libro puede leerse de corrido, logrando una visión completa de lo que es imprescindible conocer, pero también funciona gracias a su estructura, como un buen manual de consulta y ayuda ante necesidades o curiosidades concretas.
Rosana Álvarez Bueno es una veterinaria que lleva muchos años dedicada a ver en sus pacientes los efectos de los humanos sobre sus mascotas, incluso de otros compañeros de profesión sobre los animales que se supone que deben sanar. Por ello, propone unos nuevos protocolos para la estancia del gato en las clínicas veterinarias y los propios procesos más complicados de hospitalización o intervenciones. Cada vez que Bombón vuelve de una visita al veterinario comprendemos perfectamente qué quiere decir.
Una visión radicalmente distinta es la que ofrece En la mente de un gato (Ed. RBA), de John Bradshaw, un biólogo que ha consagrado su trabajo a la observación de felinos desde una perspectiva científica y que asegura haber aprendido más sobre los gatos estudiando su evolución y los innumerables estudios biológicos sobre los mismos que de su propia relación con ellos, a los que adora y entre los que vive. Sus colaboraciones en la BBC, The Guardian o varios documentales disponibles en YouTube son una prueba de su competencia en este campo.
De ahí que su libro no pretenda ser un manual para dueños de gatos sino para quien desee conocer a estos animales desde una perspectiva biológica y evolutiva. Porque los gatos domésticos tienen en sus genes dos tendencias cuya combinación les ha traído a nuestro lado después de una larga evolución. Pese a que en origen, el gato salvaje es un cazador solitario, las primeras aglomeraciones de humanos, iniciado el Neolítico, y los depósitos de excedentes de granos, trajeron consigo las plagas de ratas, ratones y otro tipo de roedores que ponían en peligro la subsistencia de la comunidad. Pero quienes comen nuestra comida, eran a su vez plato del gusto de estos felinos que veían aquellos graneros primitivos como un modo más sencillo de garantizarse la ración diaria de proteínas.
El acercamiento al hombre tuvo lugar en gatos salvajes con un peso menor de su tendencia "antisocial" y, de hecho, solo los gatos menos temerosos del hombre y menos agresivos con éste fueron los que terminaron por ser tolerados por aquellos primitivos agricultores. Y de aquí nace, tras una larga evolución, ese gato doméstico que conserva ese instinto para la caza, que es lo que le hace útil para el hombre, y esa tendencia a socializar con nosotros, que le permite ser aceptado en nuestro círculo.
Como señala el autor, la más reciente tendencia a castrar a nuestros gatos puede llevar a que en el futuro el "gen" de esa sociabilidad pueda convertirse en recesivo y que los gatos callejeros, más esquivos, menos sociales por carácter o circunstancias, desarrollen más ampliamente el gen de la caza, es decir, el proceso inverso al de la domesticación.
Por otro lado, es sabido que cuando un gato doméstico se cruza con un gato salvaje (no callejero) engendra camadas de gatos que tienen un marcado carácter de gato salvaje, poco de doméstico, es decir, que en los pocos miles de años del proceso de domesticación, estamos aún en un momento intermedio. Todo diferente al perro, cuya domesticación puede remontarse al Paleolítico y, por tanto, lleva un proceso de acomodación al hombre a cuestas infinitamente superior.
Pero esto es una de las cosas que más nos atrae de los gatos. Ese carácter reservado e indiferente, esa mirada displicente que nos dirigen dejando claramente a las claras que nos toman por meros sirvientes suyos, ocupantes de su territorio de caza, tan solo levemente tolerados por ellos. Y por eso nos encanta ver cómo saltan a por sus juguetes y se retuercen en el aire y cómo caen perfectamente, elásticos y ágiles. Cómo andan orgullosamente, con sus andares que les emparentan claramente con los leones o los leopardos, tan solo levemente diferentes en tamaño. Por eso tal vez, Cotton y Bombón sientan especial gusto en ver escenas de documentales sobre grandes felinos.
Porque, finalmente, cada gato es un mundo, como lo somos cualquiera de nosotros. Los gatos tienen buenos y malos días. Momentos en los que les apetece jugar, y en los que Cotton juega como si fuera un perro a traer una pelota de felpa a nuestros pies y a lanzarse de nuevo a por ella cuando la arrojamos lejos. Claro que, lo hará siempre y cuando le dé la gana y durante el tiempo que le plazca. No tendrá empacho en dejarte plantado con cara de idiota cuando lances la pelota por octava vez y, sin tan siquiera mirarla, se gire y se vaya de tu lado. A esto algunos lo llamarían asertividad, otros egoísmo, pero a nosotros nos encanta, es como si dijera, juega tú solo que ya he perdido bastante tiempo contigo. ¡Qué carácter!
Este libro nos habla de aquellos rasgos que han sido premiados por la evolución por ofrecer algún tipo de ventaja hasta tener el gato tal y como lo conocemos hoy en día, si bien, el último capítulo, sobre el gato del futuro, plantea un mar de interrogantes, de posibles vías de evolución y de apuestas que ninguno de nosotros tendrá oportunidad de verificar porque es un destino que se forja día a día pero que se aprecia solo en la perspectiva de los siglos.
Bombón grita desde una habitación del fondo y llegamos corriendo. Cotton está también gritando encima suyo, al principio creemos que están peleando aunque sería la primera vez que vemos algo así, pero pronto comprendemos que Bombón está vomitando entre grandes dolores. Cotton tan solo le acompaña e imita su ruido o trataba de avisarnos. Les separamos e intentamos ayudarle y limpiarle. Llevamos a Bombón al baño para que esté más tranquilo mientras limpiamos y Cotton se sienta al lado de la puerta, como si vigilara, por curiosidad, por preocupación. Cada vez que pasamos, nos maúlla y mira como diciendo, que mi hermano está ahí dentro, no le hacéis caso.
Cuando le dejamos salir, está más tranquilo y ambos se miran y Cotton le asea como solo los gatos saben hacer. María y Pablo quedan algo más tranquilos, pasó el susto y a nadie le importa que hayan quedado restos de vómito en la alfombra, de caca por el camino y que tal vez Bombón no tenga ahora el mejor perfume del mundo pese a que le hemos limpiado del mejor modo posible. Ellos solo saben que tienen los mejores gatos del mundo y yo la mejor camada.
PD. En la mente de un perro (Ed. RBA) de Alexandra Horowirz es otro libro que aborda para los perros un planteamiento similar que el visto para los gatos. En este caso, la autora combina sus experiencias personales con su perra y su labor profesional como psicóloga. Como aún no tenemos perro, tal vez su lectura me haya resultado menos interesante, al menos, me he sentido menos implicado, menos tentado a reflejar lo experimentado con lo leído que en el caso de los gatos, pero todo está por llegar.
- Soy un gato (Natsume Söseki
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