Felicidad
Batista es una autora que causa una profunda impresión. Aunque he llegado a
ella gracias a la Generación Bibliocafé, en cuyos libros colectivos ha
publicado diversos y espléndidos relatos, su actividad literaria no empieza
aquí y ahora, sino que viene de lejos y se proyecta hacia el futuro.
Sus
primeros pasos en las letras los da publicando diversos textos literarios en
revistas de Venezuela, Argentina, Chile y Perú. Ha sido reconocida en varios
premios como el Concurso Literario Gonzalo
Rojas Pizarro o el Concurso de Microcuentos Lebu en Pocas
Palabras. También mantiene un blog de nombre imborrable Buenos
Aires 1929 Café Literario.
El
siguiente paso resultaba inevitable, en forma de un libro bajo su entera
responsabilidad en el que se diera fe de su talento y originalidad. Los
espejos que se miran (Ed. Jam 2014) es una impresionante colección de
relatos y textos breves, acompañados por la sutil presencia de las imágenes de
Fuensanta Niñirola y con una edición a cargo de Mauro Guillén, demiurgo de la
Generación Bibliocafé.
Y
este paso es una apuesta valiente por la Literatura que ama Felicidad, por
aquella que le emociona y que se cuela a raudales por sus páginas. Hay autores
que llegan a la escritura por amor a lo que leen y se les nota. Pero lejos de
remedar sus modelos, Felicidad Batista toma el lenguaje y unas referencias para
convertirlos en una expresión propia que enraíza con una tradición y un modo de
entender la Literatura con el que todo buen lector concordará.
Esto
se aprecia en una vocación de estilo que homogeneiza los relatos que componen Los espejos que se miran, textos
independientes pero en los que hay numerosos puntos en común.
Comencemos
por el más evidente: gran parte de los relatos se ubican en un territorio
imaginario de nombre Bórcor, un paraje de infinitas posibilidades que la autora
sabe explotar. En él se desarrollan historias de amor encelado y crímenes
imposibles; por sus costas y calles pululan marineros en tierra mareados por la
añoranza de un mar que solo ven desde la orilla, o por personajes a la caza de
un destino que parece aguardarles a cada paso pero que finalmente se muestra
tan esquivo como su propia sombra.
Este
Bórcor de Felicidad Batista goza de un clima privilegiado y una insularidad que
tan bien conoce la autora pero en el que los elementos se tornan en ocasiones malencarados,
donde la humedad corrosiva del mar se combina con la tormenta tropical
embarrando los caminos y la mente de sus pacíficos habitantes.
Pero
este tributo al paisaje y, de alguna forma, a la Literatura latinoamericana, no
está reñido con otras influencias entre las que destacan relatos ambientados en
Edimburgo, Nueva York o el Berlín tan amado por Felicidad Batista. También las
referencias literarias se expanden con ejemplos tan brillantes como un
magnífico texto breve sobre Kafka en el que integra la memoria del escritor con
esa incorporeidad y extrañeza que es consustancial a sus obras.
Los
personajes de Felicidad son valientes, no renuncian con facilidad a sus deseos
e impulsos. Pero no es de extrañar dado que muchos de ellos son inanimados.
Libros o fotografías toman la palabra y revelan su alma inquieta,
antropomórfica. Otros muchos personajes son mujeres valientes, que luchan por
romper convenciones, que luchan por sus hijos, por su propia felicidad y que,
en muchos casos, deben partir de Bórcor para encontrarla o para tener la opción
al menos.
El
tiempo histórico de muchos textos se asienta en una indefinición metafórica.
Incluso las referencias a un dictador parecen más bien evocaciones de un
patriarca otoñal. En otras ocasiones, sin embargo, la realidad se hace
evidente, como ocurre en el espléndido relato sobre los hijos desaparecidos
durante la dictadura argentina.
Otro
rasgo distintivo de los relatos recogidos en este volumen es la imposibilidad
de tomar nada por sentado. No es hasta las últimas palabras cuando termina de
escribirse una historia y Felicidad Batista es maestra en ello, sabiendo
dosificar la información o romper con quiebros la comodidad del lector amigo de
dejarse llevar por argumentos rutinarios. Porque lo que aquí encontramos es
auténtica Literatura, relatos en los que las primeras líneas tienden una trampa
al lector que se debe dejar traer y llevar, zarandeándole y envolviéndole en
las trampas de la ficción.
Tal vez Bórcor |
Al
igual que las hermanas del primer relato del libro, y del que éste toma su
título, la Literatura actúa en ocasiones como un espejo en el que volcamos
miedos y obsesiones, pero también nuestra ilusiones. La Literatura nos permite
también rebelarnos contra lo que no nos gusta o incomoda, enmendar lo torcido o
tomar revanchas. Es la oportunidad de convertirnos en creadores de vida y
mundos y ése es precisamente el veneno que ha tomado Felicidad y que le llevará
a nuevos proyectos.
Para
Felicidad, la Literatura es algo más que un espejo de la realidad, es un
ejercicio de estilo, un rigor estético en el que encajan sus ideas y pasiones,
de un modo coherente, solo fácil en apariencia. Porque sus textos tienen el
apoyo de una técnica impecable, pero apenas apreciable (otra gran técnica) y
que surge del aprendizaje de la lectura de grandes autores para lograr forjar
un estilo propio y fluido.
Los espejos que se miran es una propuesta
llena de historias hermosas, duras en ocasiones, siempre interesantes, que dan
cuenta de un talento sobresaliente. No hay mejor recomendación para un libro
que reconocer que, tras su lectura, se han vuelto las páginas a un principio y
se ha vuelto a leer; y que en esa relectura, las palabras solo han ganado en
intensidad, las historias no se han gastado, han crecido en matices y se han
pegado para siempre al recuerdo como un liquen del rocoso Bórcor.