Mauricio o las elecciones primarias es la última novela de Eduardo Mendoza, el autor que declaró la muerte del género a pesar de ser (o precisamente por serlo) uno de sus exponentes más lúcidos, y con una obra que se aproxima al género desde su perspectiva más clásica.
Según afirma la solapa del libro, y las numerosas críticas y reseñas publicadas en el momento de la aparición de la obra, el texto se centra en la España de los años ochenta y en el papel de la política en aquellos años desde el punto de vista de un profesional que, desde su idealismo, participa en unas elecciones autonómicas en Cataluña
Tras la lectura de la novela, no puedo decir que su contenido se corresponda con dicha temática. Más bien, y desde mi punto de vista, el texto nos habla del compromiso. Mauricio es un dentista (hoy diríamos odontólogo) que disfruta de una relativa prosperidad económica y una vida notablemente aburrida. Carga con un pasado universitario activo políticamente pero del que ya se ha desentendido y su breve intervención en unas elecciones autonómicas catalanas como candidato socialista de relleno no hace otra cosa que confirmar y reforzar su decepción por la política.
Superado el trauma del fin de la Dictadura y del intento de golpe de estado de 1982, el logro de la tan ansiada libertad dejó en la cuneta las ilusiones e ideales de una generación que ansiaba un cambio social y que, una vez logrado superficialmente el cambio democrático, abandonó la gestión de la democracia a una nueva especie de políticos sin alma ni escrúpulos, pendientes tan sólo del juego de poder y de su propia supervivencia.
Una época que, en contraste con los años setenta, se refugió en el hedonismo y la autocomplacencia con el afán de engañar el vacío que la pérdida de los ideales había supuesto, dejando el campo abierto para los medrosos de siempre.
No obstante, Mauricio intenta construir un marco ético sobre el que sustentar su existencia. No sólo se compromete con su profesión, por la que siente una infinita pasión, sino que se hace responsable de sus propios errores, cuidando a una enferma terminal aún poniendo en riesgo la relación con la mujer que ama. Intenta actuar de acuerdo a sus convicciones y, aunque no lucha por ellas, trata de no quebrantarlas.
Por las páginas de la novela aparecen y desaparecen numerosos personajes que dotan de contenido y variedad a la trama. El abogado que emplea a la novia de Mauricio, un detective privado que trabaja para ese bufete, los padres y hermana de Mauricio, un primo de éste que vive en Israel y muchos más. Precisamente esta variedad logra amenizar la insípida vida de Mauricio y el argumento de la obra, a costa de perder coherencia dado que, en muchas ocasiones, la aparición de estos secundarios parece tomada por los pelos y no acaba de entenderse la aportación a la novela que suponen algunas derivaciones del argumento que no acaban por resolverse.
Por ejemplo, no parece excesivamente justificada la peripecia de la novia de Mauricio en Ginebra y sus ambiguos sentimientos hacia un joven abogado al que conoce en ese viaje. Este abogado vuelve a aparecer posteriormente como presunto traidor a la firma barcelonesa para la que supuestamente trabajaba. Y todo ello parece servir como vehículo para poner de manifiesto la contradicción entre los ideales de unos y la venalidad y miserias de otros.
Sin embargo, la maestría de Mendoza contribuye a hacer olvidar esos aspectos y empuja el interés del lector hacia una trama que, en manos de otros, resultaría perfectamente olvidable. La escritura de Mendoza es de apariencia sencilla pero sólo porque en el proceso de escritura depura el estilo y el lenguaje hasta hacer honor a la máxima de la Real Academia (“Limpia, brilla y da esplendor”).
Aunque la fama del autor no se cimentará en esta novela, se puede tener por bien leída dado que supera en concepción y estilo a la mayoría de obras que pueblan las estanterías de superventas en los grandes almacenes y, con mejor o peor fortuna, aborda temas que merecen una reflexión. La voz de Mauricio puede ser la de una parte de la sociedad que no está de acuerdo, ni con lo que hacen sus gobiernos, sus empresarios, sus intelectuales o sus medios de comunicación pero que, hastiados, abandonan la lucha permitiendo la supervivencia de los peores.