Por diversos vericuetos ha llegado a mis manos El turno de los perdedores, obra de Sergio Lozano y finalista del Premio "Bellvei Negro". Sergio Lozano tiene publicadas otras novelas así como una obra teatral, lo que demuestra una gran versatilidad y diversidad de intereses.
En este caso, y como el propio nombre del premio delata, estamos ante una obra del género negro, un campo que no conozco en profundidad más allá de los grandes clásicos de Hammett y Chandler, pero que siempre ha gozado de gran prestigio y un numeroso grupo de admiradores y compradores compulsivos. No se puede pasar por alto la conexión que hay entre estas novelas y su correlato cinematográfico. Apenas hay una gran obra del género que no tenga versión en la pantalla, normalmente con muy buenos resultados.
Podemos sostener que la agilidad de los textos, los diálogos cortantes y efectistas, una visión descarnada de la realidad y tramas complejas, con giros inesperados, facilitan la conversión en guiones cinematográficos eficaces. Pero también podría sostenerse que el lenguaje del cine forjó la adaptación de las novelas negras en un proceso de influencia recíproca del que ambos mundos obtuvieron notables beneficios.
Sea como fuere, lo cierto es que ya hemos enunciado algunos de los elementos cruciales de este tipo de novelas. La rapidez en el planteamiento de la esencia del relato, el peso de la acción, que impulsa toda la obra, sin que por ello los aspectos psicológicos de los personajes queden necesariamente en un segundo plano. Este peso de la trama se ve reforzado por los frecuentes giros imprevistos, el juego de las apariencias y falsas pistas que ayudan a mantener al lector en vilo durante toda la lectura. También es tributario del género el escaso espacio dejado para las descripciones pausadas, incluso en el caso de los protagonistas, que suelen ser dibujados mediante grandes trazos, perfilados posteriormente, más por los hechos que por la voz omnisciente del narrador.
A diferencia de lo que ocurre con otros palos literarios, estas novelas pueden permitirse un tono agrio y de rudeza descriptiva al amparo de un verismo que de real testimonio de los bajos fondos. También puede frecuentar la política y el dinero como fuentes corruptas, y todo ello sin levantar excesivas ampollas. Así, estas novelas permiten recrear los aspectos más turbios del submundo del crimen y del delito, las drogas y la prostitución, la inmigración ilegal o, simplemente, el hambre que no aparece en otras obras. De hecho, podría establecerse una correlación entre el auge del género y las épocas de crisis, económica o moral, una vía de escape a través de la que dar forma a la sospecha que aún no han certificado los tribunales. Se puede hablar de corrupción cuando es un secreto a voces, se puede denunciar el tráfico mafioso antes de que la evasión de impuestos dicte su sentencia, y así sucesivamente.
Pero volvamos a El turno de los perdedores, una novela de moderada extensión que encaja a la perfección en estos clichés del género, no como mero ejercicio de recreación, sino de manera consciente y voluntaria, tratando de actualizar a nuestro país, nuestro tiempo, esa vitalidad del género. Dadas las características de la novela, es fácil sobrepasar la línea del mero resumen argumental por la del destripe del argumento, error fatal en un estilo en el que la complicidad del lector expectante lo es todo. Así que iremos con cuidado.
La historia podría resumirse como el proceso por el que salta por los aires toda una trama delictiva en la que se mezclan, como suele ocurrir en la realidad, el tráfico de drogas, la corrupción política y la violencia delictiva de los bajos fondos, como brazo ejecutor de los anteriores.
La obra es rica en personajes y, aunque el ritmo ágil impide una profundidad real en muchos de ellos, lo cierto es que cumplen suficientemente su papel de comparsas en mayor o menor medida porque, realmente, el argumento se organiza en tres vértices principales representados cada uno de ellos por su correspondiente protagonista. Eduardo es un policía cuya misión es desarticular la trama delictiva en la que ha logrado infiltrarse, al tiempo que lucha por conservar su vida en terreno tan hostil. Cristina es la inspectora policial encargada de la investigación. Entre ambos existe una ambivalencia afectiva, por así decirlo. Cristina no solo teme por la suerte de Eduardo sino que, gran profesional como es, tratará de que la operación termine con un éxito completo, desarticulando todas las ramificaciones, incluyendo las políticas, pese a quien pese. Esto le colocará en una difícil posición ante sus superiores, más cerca del poder real, más próximos a sufrir las consecuencias de que caiga quien no debería caer, de que salgan a la luz determinadas cuestiones que a casi nadie interesa airear.
Para cerrar el triángulo citado, llegamos a Ale, el eslabón débil de la banda, el punto a través del que Eduardo tratará de descubrir y arrestar a todos los participantes. Ale es, sin duda, el personaje más trabajado y mejor conseguido de toda la novela. En sus vacilaciones y temores, en su infancia poco prometedora, en su iniciación en el crimen, Lozano crea ese vínculo que ganará la simpatía del lector y que le convertirá en el personaje más complejo de la obra, el más vívido y realista, pleno de contradicciones y deseos contrapuestos.
Pero no pasemos por alto que los tres son perdedores, esos a los que se cita en el propio título. Eduardo en un escalón funcionarial bajo, Cristina limitada por las presiones políticas a las que se pliegan sus responsables, en un cálculo que media entre el efecto mediático de las actuaciones policiales y el no tocar las narices a los poderosos. Alejandro porque no deja de ser el matón, el que sufre el desprecio de su jefe, un mafioso local, quien le cree una mera máquina ejecutora, un medio para lograr sus fines, pero del que se puede prescindir en cualquier momento si así fuera necesario.
Son los perdedores, los que ocupan un lugar más bajo, no necesariamente en la escala social, sino en la escala moral de sus propios mundos, los que nunca parece que podrán optar a mejores puestos, a otra dimensión. Y es en torno a ellos donde habita el núcleo argumental de la novela y el vínculo emocional con los lectores.
Desde un punto de vista formal, ya hemos comentado que la novela se construye sobre los estereotipos del género, si bien, aporta una viveza en los diálogos sobre los que se apoya en gran medida toda la acción confiriéndole una agilidad y viveza que te empuja a avanzar sobre sus breves, casi esquemáticas escenas. Y es que Lozano ahorra en gran medida las descripciones sustituyéndolas por unos diálogos ágiles y bien construidos, casi propios de un guión cinematográfico, característica que igualmente aplica a los saltos continuos entre un escenario y otro, logrando mantener al tiempo la atención del lector en varias escenas que se van superponiendo a modo coral.
Pese a que la trama es lo principal y todo está encaminado al final, ese clímax con sorpresa que da un giro inesperado al argumento, podemos encontrar pequeñas reflexiones, algunas tópicas, propias del género, pero otras que denotan una gran originalidad y audacia al insertarlas en un contexto poco propicio. Así, pasamos del humor negro ("LLevo veinte años rodeado de ratas, ¿crees que no distingo el olor a queso? ") a la ironía paradójica ("Cuando la muerte te persigue solo tienes dos opciones, huir o enfrentarte a ella. La segunda opción es la que siempre eligen los tontos y los valientes. Lo difícil es saber a cuál de esos dos grupos perteneces"), sin olvidar la inesperada aparición de pasajes líricos, en especial los que describen las pocas relaciones sinceras y honestas que aparecen en la novela.
Poco más podemos adelantar, no sabremos si el final es feliz o no, si los perdedores aprovecharán su turno o si el silencio caerá sobre sus actos, si Cristina borrará el recuerdo doloroso que guarda Eduardo o si Ale logra deshacer su propio laberinto interior. Esto queda como labor para cada lector. Por nuestra parte queda solo recomendar la lectura de El turno de los perdedores y desear que la leve puerta abierta al final del libro de paso a una secuela a la altura.