Llegamos al fin al tercer y último volumen de esta monumental biografía de Kafka escrita por Reiner Stach y publicada en dos tomos por Libros del Acantilado (traducción a cargo de Carlos Fortea) Y la primera duda que nos asalta es la relativa al motivo del título de esta última fase de la vida de nuestro autor, Los años del conocimiento.
A partir de 1916, Kafka va adaptando su personalidad a su propia realidad. Cada vez es más consciente de lo que quiere y lo que le impide llegar a ello. Su relación con Felice Bauer va mutando y, con excepciones, momentos en los que nuevamente cae en el autoengaño de años anteriores, va tomando conciencia de que la vida junto a Felice le aleja de la Literatura y que, por tanto, el problema del matrimonio se limita a una cuestión, vivir para la Literatura o no vivir.
Según fluyan los altibajos de su ánimo y autoestima, así será su posición con Felice. En ocasiones se torna exigente y explícito, en otras, vuelve a recluirse en su diatriba de autodesprecio tratando de ofrecer a Felice la oportunidad de rechazarlo. Pero, poco a poco, los acontecimientos ponen de manifiesto que la unión es imposible. Ni siquiera el segundo compromiso matrimonial en firme es ya tomado en serio y, como el propio Stach señala de manera inteligente, la foto que anuncia dicho compromiso, tomada en Budapest, el último día que estuvieron juntos, la única foto conjunta de ambos, refleja el fracaso por anticipado.
Kafka ya no se deja arrastrar tan fácilmente, y con claridad toma con fuerza las riendas de su destino. Sabe que en el ámbito de su familia, su padre concretamente, poco puede hacer y reclama para sí ese ámbito de independencia. La casa en el callejón del oro que su hermana Ottla y una amiga han alquilado, se convierte en el refugio ideal para huir a recluirse en ella y escribir.
Y lo que allí escribe rompe de algún modo con su obra previa. Estos nuevos textos de Kafka reflejan su nuevo modo de sentir, de expresarse y de reflejar una realidad, no sólo la íntima, también la externa. Un mensaje imperial responde inequívocamente a la muerte del emperador Francisco José I, igual que poco antes, En la colonia penitenciaria parecía reflejar los horrores de la mecanización de la vida, sus experiencias profesionales con los accidentes laborales y, en último término, su percepción sobre los horrores de la guerra, la visión de los mutilados que vuelven del frente, con sus horrendas heridas.
Y la guerra se le cuela por más caminos. De una parte, obliga de manera definitiva y con gran alivio para Kafka, al cierre y liquidación de la empresa de asbestos, a cargo de su cuñado, ahora en el frente, y con participación económica suya. Un pequeño desastre financiero para el clan Kafka, una alegría secreta para su primogénito.
Pero laboralmente la guerra irrumpe en el Instituto de Seguros. Éste debe hacerse cargo también de la protección social de quienes regresan del frente y no pueden ya ejercer una profesión. El mecanismo es análogo al de los seguros por accidente y, por tanto, la labor se encomienda a este departamento administrativo que debe asumir una nueva e ingente carga de trabajo con un equipo de funcionarios reducido por las levas. Desaparece la jornada continua y Kafka ha de trabajar largas horas, apenas sin vacaciones y con la severidad moral de quienes ahogan cualquier tipo de queja porque en el frente se vive peor y aquellos que continúan trabajando, sufriendo esa presión laboral, las colas, el estraperlo, no son sino privilegiados.
Pero también Kafka en este nuevo papel, más consciente de sus problemas, incapaz de tomar una decisión que le permita abandonar su trabajo y dedicarse por entero a la Literatura con un enfrentamiento definitivo con su padre, tratará de buscar una solución mágica, una vía de escape que le permita conjugar todos sus complejos equilibrios y que el fruto de sus renovados esfuerzos volcados en la literatura parece ponerle al alcance de su mano. Sin embargo, incapaz de encontrar una solución, opta por el único modo que cree a su alcance para zanjar su vida profesional y así tener opciones literarias. Y esta vía es la de renunciar a su puesto de funcionario y presentarse como voluntario para acudir al frente.
La guerra, y los valores patrióticos y viriles que se le presumen, parece un argumento lo bastante fuerte como para evitar que su plan se frustre, para que ni su padre - especialmente su padre - pueda alegar algo en contra. Nunca sabremos si realmente era una opción que el propio Kafka vió como viable, si llegó a valorar que las posibilidades de regresar vivo o sano eran escasas. Tal vez fue tan solo su válvula de escape, su amenaza velada que disfrazaba una llamada de atención, un órdago que, sin embargo, cayó sin más porque, como en tantas otras ocasiones, los fantasmas de Praga se conjuran contra él. En su trabajo no se quiere renunciar a un funcionario tan eficiente y capacitado, los argumentos de Kafka se tambalean, tan solo logra que se le reconozca una subida salarial, y una discontinua pero excepcional serie de descansos, breves excedencias para descanso de sus nervios agotados.
En estas escapadas, siempre a entornos naturales, Kafka encuentra esos pequeños balones de oxígeno que le permitirán tomar fuerza, concentrarse en la lectura, desarrollar sus habilidades estilizando su estilo y convenciéndose aún más de sus firmes ideas sobre la Naturaleza y la enfermedad que conlleva la ciudad y sus restricciones sociales y morales.
En estos retiros surgen nuevas amistades, incluso un nuevo romance. En esta ocasión, una joven muchacha, Julie Wohryzek, con quien encuentra un asidero práctico, alegre, desenfadado, alejado totalmente de las tensiones que le imponía, o que se autoimponía, con Felice. Y la fuerza que encuentra Kafka en su interior, en este nuevo deseo en el que no llega a tener del todo claro qué papel jugará la Literatura que parece olvidada por un tiempo, desemboca en un nuevo compromiso matrimonial, tan sorprendente como lo será su abrupto final.
Nuevamente son todas las fuerzas praguenses las que se ciernen contra Kafka, pero ya no solo es su padre, también los amigos tratan de convencer a Franz de lo errado de su decisión, de la disoluta vida de la familia Wohryzek, pero nada de esto parece desanimar a Kafka. La boda sigue adelante aunque, pocos días antes del compromiso, con un Kafka insomne, nuevamente poseído por sus fantasmas, temores, remordimientos y síntomas de histeria, renuncia a la boda.
Este Kafka, que recae nuevamente en algunos comportamientos del pasado, trata sin embargo de rehacerse. Ha salido de su casa y tiene, al fin, vivienda propia en unos apartamentos de un antiguo palacio barroco. Y es allí donde aparece la tuberculosis, compañera de estos últimos años. Pero esta terrible noticia, una noche en la que Kafka se levanta vomitando sangre y que, de una u otra manera, fuerza su regreso al hogar y más bajas laborales y estancias en el campo, le llevará unos años después a conocer a Milena Jesenska.
Este penúltimo amor se presenta de alguna manera como igual de complejo que el mantenido con Felice. Nuevamente es la conversación epistolar la que construye todo el esquema. Nuevamente, la complejidad de la situación de ambos es un fiel predictor del previsible fracaso de la relación. Milena está casada con Ernst Pollak, un admirador de Kafka, vivía en Viena y, por tanto, el compromiso llevaría a una separación y a una más que previsible fijación del domicilio conyugal en Praga.
Pero también Milena aporta algo a Kafka que, por primera vez, le hace imaginar una posible conciliación entre su vida matrimonial y la escritura. Milena escribe, traduce, su implicación en la vida cultural vienesa es importante, pero más aún y por encima de todo, adora las obras de Kafka y ha preparado diversas traducciones al checo de las mismas. Kafka sueña con una vida en la que ambos puedan trabajar al unísono, una comunión espiritual que, nuevamente es autosaboteada de manera inmisericorde cuando todo parece depender tan sólo de una enérgica voluntad final por su parte.
El fin de la guerra y la desmembración del Imperio hacen de Checoslovaquia una nueva nación. Los germanoparlantes pierden el apoyo estatal y se convierten en una minoría real a todos los efectos. Los padres, temerosos de la persecución a los alemanes y, especialmente, a los judíos dentro de aquellos, traspasan el negocio a un familiar e invierten lo obtenido en la compra de un inmueble para su alquiler, inversión más segura que un establecimiento sometido a boicots o vandalismo. Las purgas en el Instituto de Seguros no alcanzan sin embargo a Kafka, cuya falta de significación política hasta la fecha y su dominio del checo le hacen aceptable para la nueva dirección.
Pero la paz no ahorra estragos, esta vez llegan en forma de la gripe española, una complicación para Kafka que pronto la contrae. Su salud ya algo debilitada lucha por vencer al patógeno pero la tuberculosis temprana es un gran peso. Aunque Kafka se salva, el gran esfuerzo pasado se revelaría como fatal a la hora de empeorar el curso de su enfermedad pulmonar.
Nuevos retiros en el campo nos traen otra fase en la obra de Kafka. Si en el callejón del oro fueron los impresionantes relatos de Un médico rural, en Zürau se completan los famosos cuadernos en octavo, repletos de aforismos, sentencias y breves piezas. Un nuevo paso en su proceso de desnudez estilística, un paréntesis en la imaginería habitual pero un nuevo manantial de reflexión y conocimiento, bañado en abundancia por las obras de autores jasídicos y filósofos contemporáneos.
Así, la obra de Kafka madura y progresa, crea esas pequeñas fábulas que, más allá de sus grandes novelas inacabadas, conforman ese universo kafkiano mundialmente reconocible. Pero también es en uno de esos retiros para descansar donde encuentra una remota inspiración para su último gran intento fallido de componer una novela, El castillo.
Reiner reflexiona sobre cómo se trata del intento más ambicioso de Kafka. Una novela en la que la coherencia interna se impone más allá de las indudables conexiones personales, notas autobiográficas, influencias judías y tantas otras cuestiones de las que está impregnada. Es el primer intento de Kafka por construir un argumento plagado de personajes, con tramas paralelas, con historias a las que hay que dar cierre. Y, precisamente por ello, es el mayor fracaso de Kafka desde un punto de vista técnico, o al menos así lo interpretó él, cesando en la escritura al constatar su incapacidad para llegar al último capítulo, más o menos ya pensado, pero que permitiera cerrar todas esas otras historias menores que acompañaban al argumento final. Un esfuerzo que otros autores obvian dejando tantos hilos abiertos como personajes pero que Kafka, con esa integridad, ese purismo estético absoluto e irrenunciable al que se aferraba como ideal de pureza, interpretó como la prueba definitiva de su incapacidad literaria.
Y la enfermedad sigue su curso hasta el punto en que fuerza su retiro laboral a una temprana edad. Liberado de sus obligaciones profesionales alcanza al fin ese objetivo tantas veces deseado. Librarse de la oficina, de ese continuo trasiego de papeles, personas y problemas, de esa contaminación que le ha impedido siempre centrarse en lo que realmente ama. Pero lo ha logrado a tan alto coste, sobre un deterioro físico que se verá como irreversible, con una merma económica que compromete gran parte de las posibilidades de tratamiento a sus solas expensas, que casi sabe a derrota.
Sin embargo, Kafka, en este camino del conocimiento que nos traza Stach, abraza la enfermedad, aún en estos estadios más leves, como la oportunidad esperada. Igual que sus amenazas con alistarse como voluntario en la Primera Guerra Mundial, que su estrafalaria propuesta de matrimonio a Julie, igual que la fallida huida a Berlín en el proyecto abortado por el estallido de la Gran Guerra. La tuberculosis es vista como la última oportunidad, el terrible acontecimiento que Kafka ha estado invocando, aún de manera inconsciente, todo este tiempo y que, de algún modo, ha tomado la decisión por él.
Pero no todo es tan idílico. Le libera de su trabajo, pero los cuidados que necesita le fuerzan al retorno al hogar familiar tras pocos años de independencia, una última derrota tal vez imprevista. También deberá acomodarse a las vacaciones de las hermanas para acompañarlas en sus escapadas al campo, al Báltico como último retiro vacacional que conoció. Y allí encuentra a Dora Dymant, una joven judía imbuida de las tradiciones más ortodoxas por parte de su padre, pero de ansias liberales, comprometida con el Hogar Judío de Berlín, y nace otro romance, sin duda el último y definitivo. Kafka sabe que es su última baza. Sabe que Dora no puede ir a Praga, que es la oportunidad anhelada de escapar definitivamente, de instalarse en Berlín, ya olvidados los sueños de hacer allí una carrera literaria, buscando tan solo un pequeño atisbo de independencia y amor. Por primera vez vive algo parecido a la intimidad con una mujer que no le inhabilita para escribir porque ahora son ya sus problemas de salud el principal impedimento para estos fines.
Y así tenemos a un Kafka que parece triunfar de un modo que ni él mismo pudo nunca sospechar, un Kafka que logra de alguna manera imponerse a sus propios miedos y condicionantes, que en el momento en que más difícil era todo, con su enfermedad, con su jubilación, con una paga menguada en un Berlín sacudido por los conflictos sociales, golpeado por una hiperinflación que devoraba todos sus ingresos, logra al fin imponer su voluntad.
Será por poco tiempo porque pronto llega el proceso final y muerte, cuya dureza no nos es ahorrada por Stach, con amplios detalles médicos, con el peregrinar por diversos especialistas, médicos, hospitales, con sus últimos días, imposibilitado casi para hablar, debiendo escribir en unas cuartillas todo cuanto necesitaba o quería trasladar y que fueron recopiladas por su fiel amigo de estos últimos días, Robert Klopstock, y acompañado por una Dora que se esforzó por hacer de este tránsito un momento menos doloroso, que vió como Kafka corregía las galeradas de Un artista del hambre hasta la víspera de su fallecimiento, que logró también ella escapar a los fantasmas de Praga.
Stach dibuja con claridad todo este viaje del modo en que lo ha hecho en los otros dos volúmenes, con una mezcla de erudición, documentación y adivinación, insuflando vida a las decisiones de Kafka. Nos habla de su compleja relación con diversos editores, especialmente con Kurt Wolff, su relación estrecha pero no exenta de dificultades con Max Brod, el papel del padre, tratando de manera extensa su famosa carta al mismo, pasando sin embargo bastante por encima del tema de las voluntades testamentarias del autor o sin citar en absoluto los aspectos complicados del legado de Kafka y los complejos procesos judiciales a que ha dado lugar.
Las notas y bibliografía son ingentes, como no puede ser de otro modo en una obra que ha llevado a su autor más de una década de trabajo. Pero en ningún momento se tiene la impresión de que el texto resulte abrumador para el lector. El esfuerzo por poner en contexto todas las circunstancias sociales, políticas, económicas y de todo tipo de aquella época son loables y hacen de la lectura un auténtico placer.
Pero llegados a este punto, cerrada ya la vida del autor, nos queda nuevamente la pregunta que desde el propio prólogo nos avanzaba Stach. Ante la lectura de las obras de Kafka, caben dos interrogantes, qué quiere decir lo que nos escribe, abriendo un camino a la hermenéutica, o porqué escribió esto, atando de manera indisoluble vida y obra. Ambas opciones son antitéticas, si bien se conjugan cuando uno piensa en que Kafka trabajaba con los materiales que su vida le llevaba hasta su mesa de escritura. Con toda su viveza biográfica, con sus detalles plenos, con sus nombres de protagonistas tan fácilmente adjudicables a él mismo o a amantes y amigos. Pero también pretendía que la escritura guardara una coherencia propia, interna, que la obra tuviera un valor por sí misma más allá de las implicaciones emocionales que pudiera tener para él.
Por desgracia, los primeros esfuerzos de Max Brod por dar a conocer la obra de su amigo rompieron esa intención de Kafka en un intento de orientar la interpretación de sus textos en base a la autoridad moral de ser su amigo más cercano, presumirse que contaba con información de primera mano y, por encima de todo, presentarse como el salvador de la aniquilación total de la obra. Pero hoy en día ya hemos superado con creces ese tiempo y una nueva base se abre para la interpretación de su legado literario. Una interpretación que tome en cuenta el modo en que Kafka escribía sus textos, cómo trabajaba técnicamente, pero que permita liberarse o dejar en su contexto esta influencia. A un esfuerzo tan loable contribuye Stach con su obra. Una síntesis de la síntesis del conocimiento que de Kafka tenemos hoy en día tal y como afirma en su prólogo y que, sin duda, pronto será superada por más información, más datos y manuscritos en un continuo devenir al que se someten muy pocos autores y que da la medida de porqué todavía hoy, a 99 años de su fallecimiento, aún nos resulta imprescindible.
- Kafka (I): Los primeros años (Reiner Stach)
- Kafka (II). Los años de las decisiones (Reiner Stach)
- ¿Éste es Kafka?: 99 hallazgos (Reiner Stach)
- Kafka
- Otras Críticas