Emaús es una pequeña aldea de Palestina a la que se dirigen unos peregrinos, de vuelta a su hogar, tras pasar la Pascua en Jerusalén. En el camino comentan las últimas noticias y rumores sobre la resurrección de Jesús. En su andar se cruzan con otro caminante al que se unen y al que dan cuenta de estas nuevas que el desconocido parece ignorar. Llegados a Emaús, invitan al forastero a su casa a cenar y, en ese momento, en el simple acto de partir el pan, descubren que su invitado es el mismo Jesucristo resucitado, que se desvanece ante sus ojos. La estupefacción les lleva a preguntarse con asombro "le tuvimos entre nosotros, ¿cómo no le supimos reconocer?"
El mismo estupor parece sorprender a los protagonistas de la última novela de Alessandro Baricco. Cuatro adolescentes (uno de ellos actuando como narrador) se adentran en la vida desde sus confortables y anodinas existencias propias de una clase media que ha perdido la fe en los ideales que propugna pero que insiste en transmitir a sus hijos.
Estos amigos viven en una pequeña ciudad de provincias, en el seno de familias convencionales con todo lo que ello supone en la Italia de la época: fuertes sentimientos religiosos, una ética del esfuerzo y del sentido de la vida, de lo que es decente y de lo que no lo es. Baricco hace una perfecta descripción del ambiente asfixiante de estos cuatro amigos, arropados por unas ideas muy claras sobre las conveniencias y lo adecuado, la necesidad de reprimir los anhelos propios, la supeditación de goces estéticos o físicos a fines más elevados. En definitiva, hace un espléndido retrato de estas pequeñas vidas, pequeñas no por tratarse de jóvenes, sino pequeñas por su horizonte.
Pero lo que parece evidente para el lector no lo es para los protagonistas que atisban una forma de heroísmo en su particular discurrir por la vida. Alejar cualquier pretensión de orgullo, acercarse a las miserias de los hombres (acuden como voluntarios a un hospital de enfermos terminales) o procurar, con una inocencia rayana en la ignorancia, que otros adopten su credo y visión.
Sin embargo, hay un mundo más allá de sus expectativas y de sus miras, un mundo que atisban lejanamente y que se materializa en la figura de Andre, una joven de clase alta cuyas costumbres, desinhibición y descaro desprecian. Su familia nos es como las suyas, sus nombres no son como los de ellos, sus creencias (si es que las tienen) les son ajenas ya que estos adinerados de toda la vida parecen tener sus propias normas de conducta, inmorales e incluso ofensivas.
Y aunque entre ellos mantienen la ficción de que la joven no les interesa, poco a poco, Andre comienza a convertirse en una figura relevante en sus vidas. Los protagonistas se aproximarán a ella de un modo diferente, cada uno en función de sus propias inclinaciones y personalidad (hasta ese momento oculta bajo un manto de uniformidad).
Y Andre les toca a todos, como un veneno, a cada cual con peor fortuna. Nada les había preparado en la vida para lo que se les muestra a través de la ventana abierta que representa la joven. Sus firmes creencias son puestas en cuestión coincidiendo con el gran ecuador de la adolescencia y ninguno parece quedar inmune. Pese a que se resisten, sus formas de rebelarse denotan que algo se ha roto. Los esfuerzos por recuperar la vida en el punto en que pareció torcerse, por acogerse a los ritos y ritmos cotidianos, lo que antaño parecía tener sentido, resultan deslucidos y entreverados con sentimientos de culpa y pecado. Atrapados entre su educación y el deseo de ruptura, terminarán por quebrarse ellos mismos.
Podría pensarse que estamos ante una novela de iniciación, del paso de la inocencia a la madurez o incluso una novela sobre la culpa o el pecado pero a mi juicio estamos realmente ante una novela de revelación. Entiendo por tal aquella que reflexiona sobre unas vivencias que apenas pueden ser interpretadas por sus protagonistas y que el autor ofrece a sus lectores para que estos puedan responder a la pregunta desesperada que planea sobre el texto, ¿cómo no lo supimos reconocer? El siguiente paso es preguntarse si el autor logra su objetivo, si consigue revelarnos (a nosotros, pero también a sí mismo) aquella verdad que se escapa a los protagonistas del relato. La respuesta es indudable, Baricco hace un impecable (e implacable) análisis de la realidad desmenuzando los sentimientos que se van apoderando de los jóvenes hasta sacudir por completo sus creencias y convicciones.
¿Qué vida era preferible? ¿La anterior a Andre, previsiblemente tranquilizadora y confortable? ¿La nueva vida en la que son dueños de su recién conquistada autonomía? El autor no se pronuncia, los protagonistas tampoco ya que nadie puede volver atrás en el tiempo y fingir que nada ha ocurrido. Para los lectores tampoco será tarea fácil responder, pero Baricco nos empuja a alcanzar nuestra propia “revelación”.
El gran logro de Baricco reside en su capacidad para encontrar el lirismo y la melancolía, los colores y las melodías en este ambiente opresivo, asfixiante. Más aún puesto que Emaús es una novela dura en la que no se ahorran detalles escabrosos, escenas de sexo o sórdidas; pero no por ello Baricco deja de lado su peculiar estilo narrativo. Al contrario, su estilo, aplicado a este argumento, resalta los aspectos más ásperos del texto. Pocos autores lograrían combinar la dureza del contenido, el juicio preciso, con la belleza (la misma que los protagonistas declinarían) que preside cada página. Por idénticos motivos es necesario alabar la labor de la traducción de Xavier González Rodríguez que ha sabido mantener ese lirismo y delicadeza en la edición en español.
Para Baricco este texto ha debido ser un duro ejercicio personal ya que, inevitablemente, se puede creer que encierra muchos elementos autobiográficos. Quizá no tanto en la trama como en los ambientes, en la descripción de los hogares sofocantes que tuvo que vivir en su infancia y juventud en Turín.
Lo cierto es que, como los peregrinos de Emaús, recorremos un mundo que apenas comprendemos (aunque finjamos hacerlo) y sólo acontecimientos excepcionales nos despiertan y sacuden. Para algunos es la pérdida de un familiar (o la venida al mundo de un recién nacido), es el deterioro de la salud, es cualquier acontecimiento que nos hace exclamar tópicamente, "ahora valoro las cosas que realmente importan". Esa reflexión es el signo claro de que también nosotros podemos preguntarnos ¿por qué no supimos verlo? Luego no nos quejemos de que nuestros anhelos se desvanezcan demasiado pronto.