Dicen que una mentira repetida mil veces termina por convertirse en verdad. Pero Roscoe sabe que la verdad está en los detalles aunque estos sean inventados y que basta con que muchos crean en una mentira para hacer de ella una vedad. En su vida como líder del Partido Demócrata de Albany ha tenido oportunidades sobradas de comprobarlo.
Los resultados electorales o las tasaciones inmobiliarias, las casas de citas y los locales de peleas de gallos, las apuestas ilegales o la distribución de cerveza durante la Prohibición son su terreno de juego predilecto en el que despliega toda su inteligencia e ingenio para lograr que la realidad tozuda se doblegue sumisa ante sus decisiones. Cómo lograr los votos de ventaja que ha pronosticado, cómo cerrar un periódico que insinúa poseer información sensible o cómo poner contra las cuerdas al gobernador republicano con acusaciones falsas (quizá tan sólo algo endebles, no olvidemos que los republicanos también saben jugar).
La realidad se confunde con lo inventado, la verdad queda al mismo nivel que la más burda patraña, todo un
escenario para un público hastiado que se retira para dejar hacer. ¿Pero qué piensa Roscoe? ¿Acaso él conoce la verdad? Tal vez sea más fácil vivir en la mentira siendo ajeno a ella que urdirla y ver sus resquicios. ¿Acaso puede Roscoe soportar por más tiempo ese mundo complejo en el que la rueda no debe parar de girar pues arrollaría cuanto ama en esta vida?
Porque Roscoe no es un inmoral depravado que anhele el poder y la gloria. Hijo de Félix Conway, un alcalde de Albany al que las acusaciones de corrupción arruinaron su carrera política, Roscoe evitará presentarse a cargos públicos, preferirá la maquinaria del partido, los bastidores, los hilos de cobre que transmiten sus pensamientos hasta el último rincón de la ciudad.
Junto a Patsy y Elisha formará el triunvirato que domina Albany, combinando negocios y política, amenazas y conjuras con un reparto de poderes digno de la mejor película: Roscoe, la inteligencia; Elisha, su irresistible encanto y su dinero; Patsy, la fuerza y el coraje, el control de las cloacas de Albany.
Pero Elisha se suicida (¿acaso es otra mentira?¿un mensaje que Roscoe debe descifrar?) y Roscoe se ve obligado a reconstruir la realidad arrostrando las mentidas, enfrentándose a cada incógnita desde un nuevo ángulo.
La muerte de su amigo despeja otros interrogantes largamente aplazados: Verónica, la viuda de Elisha, con quien decidió casarse por su dinero dejando de lado su breve romance con Roscoe. ¿Querría Elisha favorecer su reencuentro?¿Aún podrá Roscoe avivar los rescoldos de una pasión juvenil que conserva casi intacta y pura?¿Acaso su vida habría cambiado de haber permanecido Verónica a su lado?
Y si así fuera, ¿habría evitado Roscoe caer en la degradación posterior? Esto sólo sería posible si fuera una persona que busca la verdad y el bien, pero, ¿alguna vez lo hizo?¿alguna vez dejó de hacerlo?
Muchas preguntas, ¿verdad? Pero todas ellas se plantea Roscoe mientras traza los planes para una última batalla con la que pretende el golpe maestro y definitivo que le redima de un pasado titubeante que ahora contempla con desengaño propio de la madurez. Dejar la política, reconquistar el amor de Verónica, abandonar la vida estéril que ha llevado hasta el momento; todo parecen nobles fines. Quizá su tiempo ha pasado, acaba de terminar la Segunda Guerra Mundial, los soldados vuelven a casa y otros derroteros parecen adivinarse en el horizonte que barrerán el tiempo de entreguerras, pero Roscoe cree que precisamente éste es su momento, aquél en el que podrá recuperar su destino, cualquiera que sea, y despojarse de cuanto la ha vida le ha ido prendiendo en estos años.
William Kennedy, en su condición de periodista de Albany, conoce a la perfección la ciudad pero, fundamentalmente, conoce los resortes del alma humana y logra introducir coherencia en un argumento que parece estallar en mil direcciones. El autor tiene el talento suficiente para convertir a su protagonista, que en manos menos expertas sería un simple cínico, en un personaje emotivo, de complejidades que el lector deberá ir descifrando, pero gozando siempre de su simpatía y comprensión.
Kennedy nos muestra al hombre que manipula y miente, que tiene contactos dudosos pero que, al tiempo, lucha por su felicidad después de despertar de una terrible resaca. Un hombre no tan diferente al lector, que también conoce sus propios compromisos y engaños. Keneddy nos habla precisamente de esa distancia que separa nuestros sueños e ilusiones de la realidad y de cómo se agranda a cada momento si no somos capaces de hacer acopio de toda nuestra valentía.
Porque en definitiva, Roscoe, negocios de amor y guerra nos habla de cómo nos adaptamos a las circunstancias, a veces por comodidad o cobardía y de cómo creemos que seguimos siendo dueños de nuestro destino cuando realmente estamos atrapados por él, y de cómo fabricamos nuestras excusas, nuestra justificación. Como muy bien nos susurrará al oído Roscoe, una mentira es verdad si los demás creen en ella.
También nos explica la necesidad de tejer intrincadas redes de complicidad y recíproca dependencia para sostener esa realidad paralela que algunos llaman política y que realmente se aplica a cualquier faceta de la vida. Y nos habla de la fuerza intangible de estos lazos y la imposibilidad de soltarlos sin rajar ese velo que hemos creado a nuestro alrededor.
Roscoe, negocios de amor y guerra (Roscoe a secas en su título original) ha sido traducida por Jordy Fibla y publicada por Libros del Asteroide en su afán por reivindicar a autores americanos poco o nada conocidos que abordan cuestiones fundamentales en sus novelas. Sin duda, las obras de Robertson Davies tienen mayor hondura moral y Edward Lewis Wallant ofrece un lenguaje e imágenes más brillantes, pero esta novela sorprende por su capacidad para atrapar al lector con un argumento complejo y variado pero bien articulado, en definitiva, por ser buena literatura.