Quien conoce las tierras del País Vasco sabe del apego de su gente por las tradiciones ancestrales, de cómo se han conservado deportes rurales antiquísimos, instrumentos autóctonos tan peculiares como la txalaparta o de cómo la figura de los bertsolaris compite en popularidad con la de los pelotaris.
Pero esta mirada al pasado es sólo una cara de este pueblo. La otra mira al futuro. Y de eso hablan los Altos Hornos, la industria pesada y, en nuestros días, la apuesta por la renovación arquitectónica de solares arrasados por la reconversión industrial o la innovación en la alta cocina. Esta línea que une pasado y presente, proyectándolo al futuro, es el eje integrador de los dispersos elementos de Bilbao-New York-Bilbao.
Dar cuenta de los diversos hilos argumentales que se cruzan en esta novela no haría justicia al texto. Las ideas y reflexiones que se deslizan de manera aparentemente casual son el verdadero sustrato de la novela, su mayor fortaleza.
Kirmen Uribe faena en aguas familiares para narrar la historia de su abuelo Liborio, marino de Ondarroa y patrón del Dos amigos. Liborio conoció a algunos ricos e ilustres veraneantes que acudían al pueblo a disfrutar de la temporada estival, como el célebre arquitecto Bastida o el pintor Arteta que también se deslizan por estas páginas completando la historia familiar con acontecimientos y personajes históricos.
El autor nos permite también atisbar sus recuerdos infantiles sobre la figura del padre, José, pionero de la pesca en las aguas de las Rockall, un peñascoso e inhóspito roquedal del Atlántico Norte. Cuando sus recuerdos no son lo suficientemente precisos recurre a charlas con familiares o incluso con patrones de otros barcos que también compartieron penurias con su padre cuando la Armada británica apresó su barco y fue juzgado pescar sin licencia.
Como una hiedra que aprovecha cualquier desconche y costura, el propio Kirmen Uribe se desliza en la novela de continuo, resultando el verdadero elemento cohesionador. Casi a modo de dietario íntimo conocemos de su rechazo a continuar la tradición marina familiar, sus primeros esfuerzos periodísticos, su apuesta por la Literatura e incluso, como en un cuento borgiano, nos informa de la primera frase que ha escrito para el libro que estamos leyendo, y el abandono definitivo de la misma a favor de la que abre la novela en la edición definitiva.
La vida se transforma y los antiguos modos de vida son abandonados perdurando tan solo en el recuerdo de quienes los vivieron o en las palabras de quienes oyeron de ellos. Pero este esfuerzo de nada sirve si las palabras no se preservan por escrito. Parte de la intención de Bilbao-New York-Bilbao es ser testigo respetuoso de esta metamorfosis, de ahí tal vez la referencia circular a que alude el título de la obra.
La pintura juega un papel importante en la novela y Uribe la emplea como metáfora de su visión de la Literatura. Actualmente podemos llegar a conocer los entresijos de un cuadro, sus costuras y evolución, con precisión extrema. Así, diversas técnicas permiten conocer que el artista decidió suprimir un personaje o podemos retirar capas de pintura para aflorar cuerpos desnudos donde manos más recatadas distribuyeron con pudor telas y vegetación.
Y en ocasiones el proceso creativo se hace explícito en obras como las Meninas de Velázquez donde el cuadro da cuenta del propio Velázquez pintando otra obra que intuimos a través de un espejo delator. Es quien observa el cuadro el que debe integrar lo que ve e interpretarlo. Otro tanto ocurre con la pintura cubista. Es el ojo del espectador el que recompone los diversos planos para conformar la imagen completa y real.
Pues bien, de ambas ideas se nutre Bilbao-New York-Bilbao. Kirmen Uribe narra fragmentariamente acontecimientos concretos para que sea el lector quien ocupe los vacíos, complete la historia de manera activa, al modo de la pintura cubista. Y, por otro lado, nada se hurta al lector: La novela es el propio proceso constructivo de la novela. Los caminos de la reflexión por los que transita Uribe mientras piensa en su libro aún por escribir conforman la verdadera novela.
Pero, ¿podemos considerar este libro como novela? Si tomamos los elementos de manera aislada parece que la respuesta debe ser claramente negativa. El autor desgrana anécdotas familiares, explica cómo se interesa por alguna de ellas y cómo trata de corroborar las diferentes informaciones. Sin embargo, retomando la referencia pictórica, ¿un retrato no es Arte por el hecho de reflejar la realidad de manera precisa, sin invento o artificio? Claramente sí. La pintura reflejará la realidad (o no) pero la maestría y genialidad del pintor es ajena a la veracidad de lo pintado. Lo relevante es, por tanto, que los elementos que forman la obra, reales o imaginarios, conformen un todo coherente capaz de emocionar sobre un ideal de belleza o, al menos, cierta pretensión estética.
Por ello, sin duda, Bilbao-New York-Bilbao es una novela, y una novela ciertamente notable en la que el lector se adentra a la espera de un acontecimiento que la dote de sentido para descubrirse a sí mismo envuelto por una narración magnética, plena de reflexiones e ideas que hacen de su lectura un estímulo continuo que debe administrarse con calma, pese a lo breve de su extensión.
Hay muchos otros aspectos que se pueden destacar de la novela. El esfuerzo por integrar tradición y modernidad se refleja en la propia edición, en la que se incluye una lámina desplegable con el mural que Arteta pintó en las paredes de la casa de veraneo de Bastida. Uribe recurre también a copiar correos electrónicos, entradas de diccionarios o de la Wikipedia, pantallas de información del vuelo Frankfurt-Nueva York y otros muchos elementos que quedan integrados plenamente en la narración.
Pero la modernidad no puede ocultar que este libro es un gran homenaje a la tradición oral. Reflexiona sobre la Literatura Vasca, eclipsada por el peso de esa oralidad y por la ausencia, entre otras muchas causas, de un poema épico equiparable al de las lenguas romancea circundantes que funde sus cimientos.
No es casual, por tanto, que Uribe recoja las historias familiares de sus tías, vecinos y amigos como una de las principales fuentes de su novela a modo de homenaje a esa tradición; ya sabemos que la familia es el lugar en el que las verdades se convierten en mitos y la tradición oral sustituye a los hechos.
Y Uribe se esfuerza en integrar esa tradición oral en una narrativa moderna. No es de extrañar la labor de su autor como poeta y su esfuerzo por la divulgación de la poesía vasca, varios de cuyos ejemplos se deslizan por la novela. Incluso el viaje que da título al libro se debe a una invitación para ofrecer un recital de poesía.
Bilbao-New York-Bilbao fue publicada por Seix Barral tras recibir el Premio Nacional de Narrativa 2009 antes de su publicación en castellano (lo que originó cierta polémica). La traducción corre a cargo de Ana Arregi que ha evidenciado un enorme cuidado por respetar la simpleza del texto pero sin perder cierto aliento poético.
Sin duda, será preciso enjuiciar el conjunto de la obra de Kirmen Uribe para valorar la medida de su logro, pero lo observado en Bilbao-New York-Bilbao es un prometedor ejemplo de que la Literatura tiene caminos por los que discurrir en el futuro, de que aún queda mucho por decir y escribir y de que no es negando el pasado (ni aferrándose a él) como se desbroza el horizonte.