Es difícil sustraerse a la polémica que ha suscitado este libro y su autora. Pero, por ahora, preferiré dejarla a un lado, centrándome tan sólo en aquello que realmente nos importa aquí, su historia, su estilo y su valor como libro.
Y aquí comienza otro de los problemas, la dificultad para poder encajar Feria en un estilo concreto. Podemos avanzar que, de manera simplificada, Feria es un libro sobre los recuerdos de familia y niñez de su autora, Ana Iris Simón, una periodista que ha desarrollado una temprana carrera en Madrid. Estos recuerdos, fragmentarios, en ocasiones repetitivos, se entreveran con escenas actuales, con reflexiones de la propia autora, opiniones de sus actuales amigos y colegas. Son recuerdos que abarcan desde los olores de un recinto ferial en días de fiesta patronal, a la música que acompañaba cada una de las escenas descritas. Que avanzan por el proceso de iniciación de la niña en la vida, del mismo modo en que se refleja su regreso a las mismas esencias de las que salió.
Pero, desde el primer capítulo, aparece la supuesta génesis, el germen vital de la obra, un sentimiento de la autora, que de alguna manera se presenta como generacional, denunciando o, al menos, cuestionando, si todas esas verdades que se nos han vendido sobre la modernidad no son otra cosa que un engaño, tal vez capitalista, para explotarnos hasta la saciedad y hacernos creer que una carrera, un máster y un Erasmus, un empleo precario, pero en una empresa con muchas máquinas de café gratuito y talleres de mindfulness, era el verdadero paraíso. Y así, Ana Oris se cuestiona si el paraíso no estaba en otra parte, al menos, si éste no puede encontrarse en otros tantos sitios, tal vez en aquellos de los que tratábamos de huir.
Y así es como este tono, un poco de denuncia, un poco de decepción y caída del caballo, se cuela por las páginas como una columna vertebradora, justificadora del esfuerzo de remembranza. Sin embargo, Ana Iris Simón logra no deslizarse sobre esa deriva fácil que se abre bajo sus pies, y solo ocasionalmente explicita estas reflexiones y deja, por tanto, el recuerdo de sus años mozos en una gozosa recreación que toma aliento por sí misma, sin buscar redimir aquellas miserias, ese atraso a nuestros ojos, el contraste con su decepción del mundo actual. Y es de agradecer poder disfrutar de sus pequeñas viñetas, de esas estampas familiares que podrían hallar eco en las de muchos de nosotros en uno u otro sentido, sin que debamos participar de sus actuales opiniones, sin que nos exija otra cosa que disfrutar de su humor y su gracia al narrarlas.
Porque, por último, no estamos aquí en una mezcla del típico libro del hipster de vuelta al pueblo, pasado por el efecto Yo también fui a la E.G.B. Lo que hace Ana Iris Simón es un verdadero esfuerzo literario, un relato convincente, difícil de encasillar por lo que vengo describiendo, pero de alta aspiración. No en vano la autora se ha ganado la vida hasta la fecha en el periodismo y sabe sacar partido del estilo conciso y de las imágenes cautivadoras, maneja con tino y sabiduría los golpes de efecto y nunca pierde un cierto equilibrio entre lo meramente personal, lo que solo a ella importa y lo que puede gozar de un valor más general, con el que el lector pueda identificarse.
En estas páginas aparecen personajes memorables, como la madre de Ana Iris, a la que solo llama por su nombre, nunca mamá, la de sus abuelos feriantes o su nutrida tribu de tíos y primos. Una maraña familiar no exenta de tensiones y conflictos, pero que ejerce de pegamento para todo el clan. Una familia que ejemplifica esa variedad en la que se combinan los curas y monjas con los represaliados de la Guerra Civil, los menesterosos y los medrosos junto a unos cuantos secretos como toda buena familia debe tener.
Y, al fin, este libro se me representa a una menor escala que la pretendida por la tan citada polémica. No termino de entenderlo como una crítica a la modernidad, más bien lo veo como una reconciliación de la autora, una asunción de su pasado, con su familia, a la que sin duda ha despreciado o ignorado, de la que se habrá separado por diversas circunstancias, de la que habrá hablado poco a sus compañeros de Universidad, creyendo que todos ellos son hijos de alta alcurnia. Y es así visto como aflora una ternura y un desamparo que contagian ese amor por personajes tan pintorescos o anodinos, según el foco que los ilumine, como los que pueblan nuestros retratos familiares.
Y de todo este batiburrillo resulta una obra de difícil encaje pero de una lectura entretenida, que invita a la reflexión, que no está exenta de hermosos pasajes y que ha sido escrita con alarde de estilo. No es así de extrañar que su impacto principal venga por el éxito de ventas que la ha acompañado desde su publicación.
Y esta polémica nace de quienes entienden que la opción de volver a un pueblo, a sus costumbres más carpetovetónicas, no puede ser sino una opción errónea. Quienes entienden como traición el recordar aquello de donde venimos, con la visión algo naíf de los niños que fuimos, edulcorando sus lados más amables para así obviar el resto. Pero, ¿qué otra cosa es el recuerdo sino el filtro y la venda que siempre nos ponemos? Que pretender fundar una familia y regirla por los criterios que esos padres deciden, no es más que una prueba de que el pasado se repite de manera inexorable y de que la modernidad aún no ha calado lo bastante y que las fuerzas del atraso y la opresión siguen campando a sus anchas, especialmente más allá de las autovías de circunvalación de las grandes ciudades. Y es así como llegamos al sarcasmo sorprendente en el que quienes se arrogan el papel de adalides de esa modernidad desde posiciones de progreso, compartan bandera con McDonalds, con Google o con los intereses inmobiliarios que potencian la gentrificación, lo peor ya digo, no es compartir esas ideas, lo peor es ondear banderas, cualesquiera, para esgrimirlas frente al otro, para huir del debate, porque ante una bandera no hay más que obediencia, si no ¿para qué están? Y así nos va.
Feria ha sido publicada por Círculo de Tiza en 2020 e incide en algunas ideas que flotan en el ambiente desde la decepción de los cambios políticos que se formularon el 15M. Otras obras señalan también contradicciones de nuestros días y conceptos como el de la España vacía o el pinchazo de la burbuja hipster y las ideas de modernidad que hasta la fecha eran credo absoluto y absolutista pero que son cuestionadas actualmente desde el campo cultural con fiereza por autores como Víctor Lenore.
Sea como fuere, este texto, su éxito y trascendencia, no debía pesar sobre su autora hasta el punto de bloquearla o encasillarla. Al contrario, debería volver a publicar cuanto antes una obra que ratifique su calidad literaria, que valide su atrevimiento y que funde una carrera que este primer libro solo presagia, acreditando así una calidad más allá del trasfondo ideológico de su autora que, para qué engañarnos, poco nos interesa.