Sabbath
acaba de cumplir 65 años y su vida parece tomar una cuesta abajo sin que se
atisbe el final. No se trata de que la artrosis le haya alejado hace ya años de
su teatro de títeres, inutilizando sus manos, su única herramienta de trabajo
imprescindible. Se trata más bien de que todo lo que le rodea se derrumba.
Hace
tan solo unas semanas que ha muerto Drenka, su amante eslava, la única capaz de
seguir y aún exacerbar su sexualidad desbocada. Un alma gemela a quien sirve de
faro y guía en los Estados Unidos, a donde llegó dejando atrás un convulso
pasado y donde regenta un hotel próximo a la casa de Sabbath, junto a su marido
y su hijo, agente de la policía local.
Pero
también se trata de que Kathy una joven estudiante de la universidad local ha
extraviado unas cintas en las que grababa las conversaciones telefónicas que
mantenía con Sabbath, un arte de la obscenidad y la decadencia al que Sabbath
se aplica con inusitado entusiasmo. La emisión radiofónica de parte de este
material en un programa local a cargo de una feminista furibunda le lleva al
ostracismo social y a la definitiva ruptura con Roseanna, su esposa, a la que
solo se mantenía unido por el necesario sustento económico. Pero este final era
previsible. Roseanna culpa a Sabbath de su alcoholismo y ahora que lucha por
librarse de esta enfermedad con el apoyo de un grupo de alcohólicos anónimos va
enlazando las causas que cree que le llevaron a este vicio y todas apuntan a su
marido. Al menos, así parece hacérselo ver la directora del grupo, principal
impulsora de la idea de expulsar a Sabbath de su casa y romper así el
matrimonio ya maltrecho.
Y
el mismo día en que es expulsado de su hogar, Sabbath ha conocido que un
antiguo amigo del pasado, Linc se ha suicidado y va a ser enterrado en Nueva
York. Hacia allí escapa para refugiarse en la casa de otro compañero de fatigas
de esos mejores tiempos, Norman, un exitoso abogado al que conoció cuando
comenzó a trabajar de titiritero en los años cincuenta en las calles de Nueva
York donde protagonizó su primer escándalo: Haciendo teatro tras una cortina
con los dedos de una mano (sin títere alguno), se dedica con los de la otra a
desatar la blusa y el sujetador de una joven a la que atrae hasta el
improvisado escenario. Cuando sus dedos se deleitan acariciando el pezón, el
espectáculo es interrumpido por un policía y todos acaban ante el juez. La
comunidad intelectual arma un pequeño revuelo convirtiendo al libidinoso Sabbath
en un artista por encima de convenciones y límites morales, la comedia del arte
y la vida. Así conoce a Linc y a Norman. Pero también a Nikki, su primera
esposa, una joven de delicada sensibilidad que se convierte en la actriz
principal de la compañía que funda el propio Sabbath. Pero el equilibrio pronto
se quiebra y Nikki desaparece sin que nunca nadie sepa dar paradero de ella.
Vamos
siguiendo los pasos de Sabbath en ese remontar el torrente de la memoria para
recuperar los hechos esenciales en una narración en la que el pasado y el
presente se congenian explicándose recíprocamente y trabando una relación de la
que apenas podemos distinguir quién es realmente Sabbath. Y así, asistiremos al
último proceso de degradación de Sabbath, mendigando por las calles de Nueva
York, siendo expulsado de la casa de Norman, negociando la compra de un pedazo
de tierra en el cementerio judío en el que esta enterrada su familia y, en
última instancia, buscando la muerte que le libere de una vivencia plena pero
atormentada que cree ya llegada a su fin. Pero el fin no siempre está donde se
le espera o, simplemente, no está aún a la vista para desespero del
desesperado.
El
teatro de Sabbath a que hace referencia el título de la obra, bien puede dar
cuenta del hecho de que para el protagonista, gobernado por un egocentrismo
hedonista sin límite, todo el que le rodea es un mero objeto del que sacar
partido, de quien valerse para lograr los propios fines. Pero esta idea nos
hace perder de vista el hecho de que Sabbath es, al tiempo, un ser doliente que
lucha por escapar de un pasado que el fantasma de su madre muerta impide
borrar. Así, el propio Sabbath se convierte en marioneta de unas fuerzas
mayores que le dominan y sólo logra expresarse a través de la provocación y el
dolor que causa a su alrededor.
¿Maneja
Sabbath los hilos de sus marionetas o es manejado como un títere? Ésta es la pregunta a la que antes o
después el lector deberá dar respuesta mientras avanza en las páginas de esta
obra contradictoria y monumental en su empeño por dar cuenta de las pulsiones
más brutales de los hombres.
Más
allá del propio Sabbath, podemos trasladar la interrogante a nosotros mismos y,
sin duda, somos títeres y titiriteros a partes iguales. La pregunta que nos
quedará por responder es si, a diferencia de Sabbath podemos aspirar a una
salvación, a la remisión de una culpa original que se esconde en su pasado y
que poco a poco se va desvelando en las páginas de la novela de una manera
conmovedora. Porque comprender a Sabbath no es justificarlo o aplaudirlo, es
entender tan solo el complejo mecanismo de acción y reacción que todos
guardamos en nuestro interior y que manejamos con mejor o peor fortuna.
El
teatro de Sabbath
es, sin ningún género de dudas, la obra más compleja de Philip Roth, tanto en
ambición temática como respecto al curso de la trama, en el que las escenas del
pasado del protagonista se van completando entremezcladas con su presente
lastimoso. El modo en que trata a un protagonista tan poco atractivo, que roza
la repulsión, es propio de un maestro que sabe mantener la tensión no a través
del argumento, sino del juego de ir mostrando los matices que toda personalidad
guarda, poco a poco, sin mayor prisa y en la que la voz de Sabbath se combina
con la del resto de personajes para crear un verdadero coro, al modo de las
tragedias griegas en el que al unísono se nos ofrece la imagen de Sabbath, el
excesivo, el lúbrico y lascivo, el herido y amenazado.
En
una obra tan compleja, la labor del traductor (Jordi Fibla) merece especial reconocimiento al ser capaz de
trasladar el lenguaje del sátiro y, sin tregua, el más íntimo del amante
abandonado, sin romper la convicción del lector de que quien habla es la misma
persona.
Esa
persona es Mickey Sabbath, un loco que llora frente al Océano envuelto en la
bandera que cubrió el ataúd de su hermano, fallecido en misión de combate a
bordo de un B-25 en algún lugar del Pacífico a finales de la Segunda Guerra Mundial,
mientras trata de encontrar y nombrar todo aquello que perdió, lo que se fue
para no volver, al tiempo que hace recuento de lo que ha rellenado ese terrible
vacio que por fin nos es mostrado. Acompañar al viejo titiritero en su viaje es
un empeño arduo pero que, como cualquier otro peregrinaje, encierra sorpresas y
alegrías a las que ningún lector debería
renunciar.