20 de abril de 2022

Y se hace música al andar ... con swing (Luis Escalante Ozalla)

 

 

Y se hace música al andar ... con swing es un libro escrito y publicado por Luis Escalante Ozalla, en el que el título no describe adecuadamente su contenido. El propósito de Escalante es el de escribir una especie de historia de los Estados Unidos, en sus aspectos sociales y culturales, pero tomando para ello la música, su verdadera pasión, como vehículo conductor.


Y el empeño está plenamente justificado puesto que la música es un reflejo perfecto de los tiempos. Recoge como el mejor de los termómetros la situación real de un país, de un tiempo, sin que medien demasiadas cortapisas, y esto aplica a las manifestaciones más espontáneas, como pudo ser la música original afroamericana o el rap de los primeros días. La música recoge siempre influencias del pasado, y por ello, podemos seguir un rastro, una traza de lo que hubo y la semilla de lo que vendrá.


Cada uno de los capítulos del libro se organiza en torno a una canción, un tema que pretende ilustrar elementos de la vida americana. No podemos desvelar todos ellos, por eso pondremos algunos ejemplos de cómo el autor sabe escoger el tema preciso y relacionarlo de un modo natural logrando entretener, divulgar y picando la curiosidad del lector que, a través de las citas musicales tiene la oportunidad de ampliar sus conocimientos o de revisitar temas o estilos que hacía tiempo que no escuchaba.


Comencemos por Amazing Grace, una canción que ha sido interpretada por multitud de cantantes y grupos pero cuyo exacto origen no se tiene del todo claro. Al parecer, según nos cuenta Escalante, el texto fue escrito por John Newton, un traficante de esclavos del siglo XVIII quien, durante una terrible tormenta en el Caribe, imploró el perdón divino y prometió a cambio su conversión a una vida más santa. A los pocos minutos, un sol radiante se alzó entre las nubes, no sabemos si con profundo disgusto del traficante, pero lo cierto es que supo cumplir su promesa. Poco a poco, reformó su vida y se dedicó al estudio de la Teología llegando a convertirse en vicario.


Dentro de sus labores pastorales, gustaba de escribir pequeños textos poéticos, tal vez para su mero recitado por parte de la congregación, relacionados con la lectura y sermón del día. Así, llegamos al día de Año Nuevo de 1773, cuando escribió el texto Amazing Grace, sin duda, uno de los más queridos por Newton ya que reflejaba su momento de conversión, su particular caída del caballo.    


De alguna manera, estos salmos se compilaron y cruzaron el Atlántico para uso en las comunidades religiosas de las antiguas colonias americanas, y allí fue donde florecieron durante el renacer espiritual que sufrió la nación en el siglo XIX. No se sabe a ciencia cierta cuál podría ser la melodía empleada en el inicio, pero de las muchas que poblaban los cantorales de la época, terminó por consolidarse la denominada New Britain, que parecía encajar a la perfección con la métrica y sentimiento del poema. Y así nace definitivamente el tema tal y como lo conocemos hoy en día, fruto de un proceso acumulativo y de adaptación que dice mucho sobre la sabiduría de la tradición popular a la hora de forjar sus símbolos.  


La canción fue adoptada por la comunidad de esclavos afroamericanos que, en su mayoría, se habían convertido al cristianismo, una religión que les permitía aferrarse a la posibilidad de un futuro mejor, aunque no estuviera en la Tierra. Y Amazing Grace reflejaba perfectamente esa idea de que no importan los sufrimientos que estemos padeciendo, porque siempre existirá la posibilidad de redención.  


Este mensaje es universal y atemporal. De ahí que la canción haya terminado siendo adoptada por todos, al margen de su raza e ideología. Fue uno de los temas elegidos para poner fin a la Marcha por los Derechos Civiles de 1963 o por la familia de Ronald Reagan en su funeral y ha sido interpretada por activistas de izquierdas como Pete Seeger o por estrellas más conservadoras.


Algo más oscura resulta la historia detrás de canciones como Go Down Moses, en principio un espiritual más en el que reflejar un anhelo, una esperanza de un tiempo mejor pero que, junto a otras muchas canciones, sirvió a lo que se denominó el ferrocarril subterráneo, una compleja trama de contactos, refugios y tapaderas que sirvieron durante muchos años para llevar esclavos desde el profundo Sur a los estados del Norte. Esta cadena de voluntarios, muchos de ellos arriesgando sus vidas en un tiempo en que el linchamiento no era una anécdota, sirvió para liberar a muchos esclavos, pero antes de que la popularizara una serie, su épica quedó mejor reflejada en canciones que en cualquier libro de historia, en los que no ha dejado una huella profunda, prueba de lo secreto y peligroso que era aquel viaje y de que, hasta no hace muchos años, estos temas eran tabú en la sociedad norteamericana.


Así, canciones como Go Down Moses, The Gospel Train o There is a Balm in Gilead y otras tantas, reflejaban algo más que la metáfora de la venida de Moisés, del camino a seguir para alcanzar Jericó y otras tantas figuras bíblicas en las que se escondían realmente pistas ciertas y tangibles que pasaban de plantación en plantación con nombres, señales en árboles o cruces de caminos.


Pero saltemos a 1939, un tiempo que nos parece algo más cercano, y vayamos al Cafe Society, un café mítico de Nueva York en el que las personas de color podían sentarse en las primeras mesas, las mejores, en las que los camareros eran veteranos de la Brigada Lincoln o en el que la cantante residente era Billie Holiday. Es precisamente en este café donde Abel Meeropol le toca una canción que ha compuesto por primera vez para poner letra a uno de sus poemas, uno que le ha sido inspirado por la fotografía que ha cruzado todo el país con un negro colgado de un árbol tras haber sido linchado. Strange Fruit es una hermosa canción con un texto estremecedor en el que se habla de esas extrañas frutas de carne podrida y ojos hinchados que nace de los árboles del bello y placentero Sur.    


Billie Holiday hará de esta melodía una obra estremecedora, una denuncia épica que ninguna gran compañía de discos querrá publicar y que deberá salir finalmente en una discográfica menor. Como señala Escalante, esta canción conservará su halo maldito ya que no es hasta finales del siglo XX cuando comience a ser versionada por otros artistas. En todo caso, el capítulo reflexiona sobre la canción protesta, el modo en que las canciones fueron asumiendo un deseo de cambio, reflejando una transformación de la sociedad. Y este cambio llegó de un modo sorprendente porque, para cambiar los hechos, los jóvenes del Greenwich Village no buscaron un nuevo lenguaje, sino que tomaron las canciones tradicionales, las que se venían entonando durante los cien últimos años o más, y les dieron un nuevo sentido e impulso, las actualizaron y solo entonces, comenzaron a crear algo nuevo, asumiendo la tradición de la que venían.       


Pero hay muchísimas otras canciones en el libro que nos cuentan otras tantas historias. Acompañamos a Robert Johnson al cruce de caminos en el que vendió su alma al diablo, o asistimos a las mejores casas de prostitución de Nueva Orleans, de la mano de Jerry Roll Morton. Vemos a W. C. Handy crear un nuevo lenguaje musical, o nos asomamos a esa brillante escena creada por los compositores y letristas del Tin Pan Alley, esa fábrica de éxitos que hoy se han convertido en los standars que artistas como Dylan, Rod Stewart o McCartney reverencian en discos de homenaje o saqueo, según se vea.


La música, a diferencia de las personas, no conoce de fronteras, y por ello, las influencias van y vienen de costa a costa, de continente a continente. La música clásica europea, con todo su ornato y parafernalia teórica, también dejó su huella en la música americana como no podía ser de otro modo. Aunque los negros evolucionaron un antiguo instrumento tribal en lo que hoy conocemos como banjo, lo cierto es que el instrumento que tenía más éxito entre esta población era el violín, seguido tal vez del piano. Y en estos instrumentos se practicó por primera vez la escala pentatónica frente a la tradicional de siete notas de la música europea. También aquí nació la síncopa, ese golpe que parece sonar a contratiempo y que dió origen entre otras muchas formas musicales, al cake-walk, predecesor del rag. Y éste estilo viajó a Europa y compositores clásicos y doctos como Debussy lo emplearon en obras tan conocidas como Golliwogg's Cakewalk. Pero la música es siempre un camino de ida y vuelta. Compositores como Dvorák viajaron y vivieron en los Estados Unidos, demostrando que su tradición musical podía incorporarse a obras tan célebres como la Sinfonía del Nuevo Mundo. Esto abría múltiples oportunidades a la naciente música clásica americana. Pudo así despojarse de su sentimiento de inferioridad gracias a figuras como George Gershwin quien logró tomar parte de esa tradición musical americana en su famosa Rhapsoy in blue pero cubriéndola de un clasicismo impecable.


También nos habla Escalante de la evolución del jazz, desde sus orígenes, que podemos citar vagamente en las grabaciones de Louis Amstrong y sus Hot Five, hasta las más modernas versiones, como el be-bop, el cool jazz, el hard-bop, las influencias de la música del Sur del continente y así sucesivamente.


Escalante no da cabida a tradiciones norteamericanas tan relevantes como el country, ni tampoco se hace especial eco del nacimiento del rock and roll y su evolución, que ha tenido el mayor impacto mundial de todas las músicas venidas de los Estados Unidos. Tal vez para estos movimientos haya demasiados libros y el autor no haya querido redundar, aunque sí habría querido ver su opinión sobre músicos menos conocidos como los Almanac Singers o los Weavers, especiales predilecciones personales.


 

En todo caso, Y se hace música al andar ... con swing es un magnífico libro que parte de una premisa original que se muestra exitosa a la hora de integrar la música en el contexto que la vió crecer. Nos hace pensar en cuántos otros libros podrían hacerse sobre la historia de nuestro país o de Europa en su conjunto, o cómo podríamos elegir otros temas para ilustrar diferentes aspectos, económicos o políticos. En fin, una excelente propuesta, un resultado admirable y que excita la curiosidad del lector. No se le puede pedir más, tan solo que continúe publicando obras como ésta.

 

¡Deseo cumplido! También de Escalante, está disponible Nueva Orleans (1717-1917), que narra la vida de esta ciudad, cuna de una cultura musical única, que aún hoy sigue manteniendo ese empuje fruto de una tradición y cultura que aúna el pasado español, francés, la influencia afroamericana y la vida norteamericana. En este libro se amplían algunas historias que también aparecen en Y se hace música al andar ... con swing, como las de Jerry Roll Morton, Louis Amstrong y otros. Pero al concentrarse en una única localización, se aprecia mejor la relación entre los diferentes nombres, los estilos, se ve cómo todos se influyen recíprocamente y cómo la vida, en suma, se funde en la música de manera espontánea. Otro libro, por tanto, totalmente recomendable.   

 

Se acompaña esta reseña de una lista de reproducción de Spotify que recoge en sus primeros 20 títulos las canciones que dan nombre a cada uno de los capítulos del libro. Quizá no siempre hayan sido las versiones canónicas, las originales, en todo caso, son buenos puntos de partida. Siguen otros tantos temas que, a raíz del libro, he vuelto a escuchar o he conocido por primera vez. Otra prueba más de que este libro extiende sus efectos más allá de su última página.