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17 de octubre de 2023

Madrid (Andrés Trapiello)


 

Andrés Trapiello y su hermano fueron expulsados de la casa familiar con apenas 18 años por diferencias de todo tipo con su padre. Y el lugar de destino elegido fue Madrid. Sin duda, el contraste entre la pecata vida provinciana de la que provenía y el efervescente momento en que llegó a la capital le impactó de gran manera.

Con un breve interruptus en Valladolid, el principal domicilio de Trapiello ha sido la capital y, en todo este tiempo, ha desarrollado un amor sincero por la misma, en especial, por sus gentes. Este libro (Madrid, Ed. Destino) nace de ese amor y de la afición de Trapiello por recopilar datos, objetos, recuerdos, experiencias y amalgamarlas en textos, no necesariamente analíticos ni ordenados, sino que, como surge la vida, crece de la mezcla y la aplicación de derrumbes.

Este libro se construye, por tanto, desde la propia experiencia del autor. Con sus ojos, sus gustos y manías. Porque no de otra manera se puede uno aproximar a una ciudad en la que vive. La perspectiva siempre debe ser personal e íntima, reflejar cómo se ha vivido en ella, lo que se admira y lo que se detesta, lo que la hace acogedora o lo que expulsa a quien en ella mora.

Por ello, Madrid se asemeja más a una suerte de pequeña autobiografía del autor y de la ciudad, de la combinación de ambas vidas, del modo en que ésta moldea a aquélla. Por eso, uno encuentra en este libro pasajes sobre la historia de Madrid, desde su mítica fundación, que algunos pretenden anterior a la invención del euskera, otra legitimidad mítica, o la del oscuro significado de su nombre. Pasamos por su conquista árabe, su reconquista cristiana, su pasado precortesano y su encumbramiento en tiempos de Felipe II, que desoyó las voces de quienes le aconsejaban que si quería conservar los territorios allende los mares, la capitalidad debía pasar a Lisboa, si quería conservar los reinos hispanos, a Sevilla y que si lo que pretendía era perderlo todo, en Madrid debía quedar la Corte.

Pero esta historia de la Villa es entrecortada, no surge de un plan predefinido sino que asalta al lector a gusto del autor, cuando le apetece, cuando le conviene, cuando pasea sin prisa por la calle Atocha y visita la Iglesia de San Sebastián, a sus ojos una de las más hermosas de Madrid, o cuando gira a la derecha para llegar al barrio de las Musas, hoy de las Letras, con su masificación y hostelería abarrotada, con unas calles estrechas llenas de madrileños, de no madrileños, como posiblemente lo estuvieran en sus tiempos de esplendor en el Siglo de Oro.

 

Y, en ocasiones, el pasear de Trapiello, se torna errático, como lo ha de ser cualquier buen paseo, y nos ofrece viñetas de la vida de escritores que hicieron de Madrid lo que hoy conocemos, de Baroja, de Sánchez Mazas o de Ruano, de Umbral o Cela, pero, por encima de todos ellos, de Galdós, autor a quien considera el verdadero creador de lo que hoy entendemos por ese Madrid histórico, el único Madrid literario que cree conservado en gran parte, a pesar de la hormigonera y la piqueta.

En este discurrir, cambiamos de las terrazas de Serrano en los años setenta, a Aluche y su largo viaje en metro por la Casa de Campo, o a la frenética vida nocturna en clubes de alterne en los que durante una breve temporada acompañó a un antiguo campeón de boxeo en sus esfuerzos por vender libros y enciclopedias ilustradas a tan variopinta clientela.

Pero es el centro, su residencia actual desde hace tiempo, el eje por el que discurre lo principal de su narrar. Vemos cómo la droga pervierte y vacía manzanas completas, cómo la noche se convierte en un momento peligroso para el inocente acto de sacar la basura del portal, y cómo, ironías del destino, las casas al borde del derrumbe, se remozan por completo, guardando tan solo la fachada histórica para convertirse en inaccesibles pisos de lujo, en un barrio reconvertido a escaparate, con tiendas de antigüedades, hornos especializados en pan de espelta o cafés en lo que lo único que importa es que te vean.

Pero que te vean siempre ha sido una de las prioridades de esta ciudad. El Paseo del Prado no era sino el lugar de comunión entre las clases altas y las más bajas, donde se paseaban los carruajes con las enseñas nobiliarias. También para ese fin estaban los mentideros, los teatros, las iglesias incluso, muchas de ellas hoy derribadas en el afán de ensanchar calles, crear plazas, airear una ciudad que se resistía amotinada a cualquier intento de reforma, como bien descubriría Esquilache.  

 

Pero lo que podemos lamentar como desastre del pasado, la destrucción de obras que hoy sólo podemos evocar en pinturas, no le va a la zaga con los despropósitos que hoy señala Trapiello en nuestra arquitectura moderna. Edificios como el "enchufe" de Colón o las Torres Inclinadas, incluso la Catedral de la Almudena, no parecen gozar del aprecio del autor, ni tan siquiera de la mayoría de los madrileños. Pero, como lo expresa en numerosas ocasiones, todo termina por convertirse en hermoso, solo es necesario el tránsito del tiempo. Así, nos pone de ejemplo la casa de vecinos en la esquina de la plaza de la Villa, residencia del añorado Marías, edificio decimonónico que, en su día, debió parecer a los madrileños una afrenta de modernidad ante construcciones tan vetustas como la Torre de los Lujanes o la Casa Consistorial, pero que, a nuestros ojos, encaja perfectamente en esa ficción que llamamos el Madrid de los Austrias.

Pero para Trapiello, hay algo que parece no haber mejorado con el tiempo, el Rastro. Ese inmenso mercadillo al que ha dedicado un libro completo, y que ha sido su particular refugio cada mañana de domingo, de casi todos los domingos de su vida madrileña y que, poco a poco, ha dejado de convertirse en el lugar en el que comprar fotografías (muchas de las cuales comparte con el lector en el impresionante apartado gráfico del libro) u obras dedicadas por los propios autores a conocidos, a otros escritores, y que atesora en su biblioteca como los auténticos tesoros que son.

Y, aún así, la llegada masiva de mirones, turistas, meros paseantes que, sin criterio, compran lo que se les muestra, con poco nivel de exigencia, sin criterio, han puesto en juego gran parte del tráfico mercantil del Rastro, para convertirlo, nuevamente, en un escaparate, el sitio al que hay que ir para poder decir que la silla en la que se sienta una visita se compró en el Rastro, ante la incomodidad del aludido, que se remueve pensando en las posaderas dudosas que habrán compartido asiento con las suyas. También es de creer que pocos conocerán el sangrante origen del término con el que nos referimos a este gran mercadillo.  

En estas páginas tienen cabida los barrios de las afueras y los más castizos, los parques más conocidos, como el Retiro, y los más recónditos, como el Jardín de Anglona. También toman gran protagonismo los museos, comenzando por el Prado y su hermano moderno, el Reina Sofía, no muy apreciado por Trapiello, el Museo de Bellas Artes, antiguo palacio de Goyeneche, el creador del Nuevo Baztán y valido de Carlos II, aunque, por encima de todos ellos, el Museo Romántico, en el corazón de Malasaña, un contenedor de todo cuanto fue ese siglo XIX tan amado por Trapiello y en cuyas estancias ha pasado muchísimas horas, como visitante y estudioso.

 

 

Pero no es este libro una colección de cultas referencias. También aquí se recogen figuras importantes para otros públicos como Marisol o Ava Gadner, Chicote o toda la farándula de la movida madrileña. También se da buena cuenta del cambio de la ciudad desde los años setenta, comida por la mugre, con un grave problema de salubridad y drogas, y los esfuerzos para adecentarla, remozar sus fachadas, reacondicionar las viviendas sin derribarlas, y el costo que, en todo caso, tiene este cambio, la pérdida de carácter, la multiplicación de franquicias, el cierre de comercios para los vecinos, la gentrificación, espantoso término que, por supuesto, uno ve sobrevolar por estas páginas aunque el pudoroso Trapiello no ose emplearlo.

El libro presenta interesantes apéndices, como el de expresiones típicas madrieñas, que en su mayoría, uno consideraría propias de un tiempo pasado no necesariamente de aquí, o de tipos madrileños, como el chulo, el barquillero y los serenos, figura que uno nunca ha terminado de entender, aunque he compartido trabajo con el hijo del último sereno de la Villa, o así lo afirmaba con orgullo.

Con no poca sorna, concluye su obra con un listado de conocidos madrileños, no nacidos en Madrid en su mayoría, pero aquí acogidos y con los que se relaciona de un modo u otro, sin orden ni concierto, con desorden en el criterio de la relación, a veces por orden alfabético del nombre, otras del apellido, otras por mero orden de caída. Como todo el libro, un placer en que perderse, una oportunidad para leer y releer, para saltar lo que no nos interesa en un momento dado, para regodearnos con imágenes y reflexiones repetidas en diversas partes del libro, no siempre siquiera con las mismas palabras, ni con las mismas intenciones.

Porque así es este libro, fiel homenaje a una ciudad que crece como él, de manera orgánica y viva, sin demasiado orden, sin demasiada intención, como lo hacen las ciudades gobernadas más por sus ciudadanos, por sus paseantes y usuarios que por sus líderes, que nunca son tales, aunque lo crean, pagados de sí mismos.

Como es de esperar de un libro de estas características escrito por un literato, cuando uno concluye su lectura desea devolver el libro a la estantería y salir a la calle, a pasear, a revivir lo leído, pero también a leer esas obras citadas y que, tal vez por parecernos demasiado decimonónicas, uno no considera entre sus más inmediatas lecturas. Pero arde el deseo de comprobar si el Madrid actual sigue siendo en gran medida el de Fortunata y Jacinta, donde tal vez solo haya que cambiar los barrios por los que transcurre la trama principal para poder revivir en nuestros días esas historias.

También, ahora que releo estas breves reflexiones sobre un libro tan extenso, mezcla de historia y bitácora, de recuerdos e invitaciones, tengo la sensación de que he caído en ese repetir conceptos según han surgido, de no dar un cuerpo coherente a lo reseñado, de haberme dejado llevar por el mero capricho de lo recordado de su lectura, y así creo haber rendido yo también un homenaje a la ciudad y al libro, a su caos que detestamos pero que, al tiempo, nos engancha como todo lo que está vivo más allá de nuestros deseos.


 

18 de junio de 2023

Las armas y las letras (Andrés Trapiello)

 


 

Armas y letras son términos que se nos antojan opuestos. La razón y la fuerza, el debate y la confrontación, donde terminan las palabras comienza la violencia. Sin embargo, esto no es siempre así, aguerridos batalladores han sido conspicuos artistas del pensamiento y las letras. Basta rememorar nuestro pasado más clásico para reconocer esta doble cara en Cervantes, Garcilaso de la Vega o Calderón de la Barca. Pero también tenemos otros autores que, alejados de los campos de batalla, urdieron sus tramas y pretendieron influir con sus escritos en el curso de los acontecimientos, o en todo caso, dejar constancia de la gloria de los gobernantes o de su ignominia para, de algún modo, ganarse el afecto del poderosos o del arribista.

 

Estas dos vertientes son tan eternas como la idea de conflicto porque, aunque hoy en día creemos vivir en la época del relato, lo cierto es que en todo tiempo y lugar, los poderosos y quienes aspiran a ocupar su posición, han tratado de amalgamar un discurso coherente con sus objetivos, sabiendo que en muchas ocasiones, las batallas más importantes se libran en la conciencia de las personas, que las guerras comienzan a ganarse con la propaganda.

 

Por ello, todo bando en conflicto gusta de rodearse de una pequeña corte de artistas y literatos, pensadores y filósofos que atenúen su imagen de carniceros, que les dote de respetabilidad. Así, hay regímenes más hábiles o afortunados en esta empresa. Capa o Picasso dejaron imágenes de un conflicto que han trascendido a su circunstancia local. Menos suerte les cupo a los vencedores, que no lograron éxito tal pese a sus innumerables esfuerzos.   

 

Es precisamente en ese momento histórico, nuestra guerra civil, en el que detiene su atención Andrés Trapiello. La primera edición de Las armas y las letras (Ed. Austral) es de 1984, momento en el que la información sobre este tema era prácticamente inexistente. Desde entonces, las sucesivas ediciones han podido dar cuenta de numerosos avances, descubrimientos, nuevas publicaciones y, por encima de todo, un gran debate.

 

Desde el propio prólogo, Trapiello se separa del maniqueísmo que contamina a quienquiera que se acerque a este conflicto. Para ello, pone en valor algo que resultó muy novedoso en su momento. Es la existencia de una tercera vía, de una alternativa republicana y democrática, opuesta por igual a nacionalsocialismo y a dictadura del proletariado. Una opción que cayó entremedias de dos movimientos que ya entonces peleaban a muerte pero sin desencadenar un conflicto que solo estallaría pocos años después. Ésta es la España de Chaves Nogales, y de tantos otros que tuvieron que exiliarse, no al final de la guerra, con el hundimiento de la República, sino a lo largo de todo el conflicto, perseguidos y suprimidos por ambos bandos.

 

La memoria de todos ellos se honra en este libro y el interés que las obras de estos autores e intelectuales está recibiendo en épocas recientes es un verdadero hito en nuestra historia literaria, tan cainita como le habría gustado decir a Antonio Machado.

 

 

 

Pero, pasado ese reconocimiento que este libro, junto a otras muchas iniciativas similares ha logrado, se deben poner de manifiesto otras virtudes que no son menos relevantes.

 

Como todo conflicto civil, nuestra guerra tuvo la terrible circunstancia de dejar la suerte de cada persona en manos del azar y el capricho. Autores de tendencia derechista fueron sorprendidos en la zona equivocada, lo que les llevó a la muerte, como el caso de Ledesma Ramos o de Maeztu. Por el otro lado, baste citar a Lorca como representación de tantos otros que murieron en cunetas y contra muros de cementerios. Solo unos pocos pudieron refugiarse y huir a su propia zona.

 

Esta separación también llevó a que intelectuales, poetas o escritores tibios o no demasiado significados, se volcaran de inmediato hacia el bando que dominaba su pueblo, su ciudad, su región, tratando así de borrar el recuerdo en sus vecinos del día en que se acudió a la plaza del Ayuntamiento para celebrar la proclamación de la República o los tiempos en los que se paseaba con modales aristocráticos y zapatos relucientes o se publicaban versos insípidos y poco comprometidos.   

 

También asistimos, guiados por la mano de Trapiello, a las arrastradas vidas de quienes mendigar con el reconocimiento de los nuevos gobernantes, con vergonzosa inmoralidad, traicionando a quien fuera menester, ofreciéndose como informador o publicando versos infames sobre la sonrisa de Franco o sobre la lucha del pueblo mientras se vivía en un Madrid semi rodeado y hambriento con privilegios aristocráticos.

 

Pero poco ejemplifica mejor esta geografía de las desgracias personales, como el caso de los hermanos Machado, Antonio y Manuel. Si bien el primero se significó más políticamente a favor de la República, no podría decirse que Manuel fuera un reaccionario favorable al fascismo. No podemos sostener esa idea sin olvidar que ambos hermanos escribían a cuatro manos obras de teatro, mantenían una relación afectuosa y podían sintonizar también en lo ideológico. Sin embargo, a Antonio la guerra le sorprende en el lado republicano. Pero a Manuel, el 18 de julio le coge en Burgos por una desgraciada circunstancia, la víspera tenía pasaje en tren para regresar a Madrid, pero se retrasa y lo pierde. Al día siguiente estalla el conflicto y los hermanos no volverán a verse. Podemos conjeturar que ambos miraban de reojo la evolución del otro. Cada uno tendiendo a acercarse al gobierno de su lado, tal vez más por prevención o sentimiento del deber que por convicción. Y ninguna imagen mejor del criminal peso de esta guerra, que la de Manuel conducido en un coche oficial del gobierno de Franco a Collioure tras conocer por la prensa republicana, que su hermano ha fallecido en esa ciudad francesa. Y llegar allí y descubrir que también su madre, que acompañaba a su hijo, ha fallecido. Y velar en el cementerio a ambos, tal vez también en compañía del tercer hermano, quién sabe qué se dijeron o si se dijeron algo o si llegaron a verse.

 

Si hay algo que sorprende a nuestros ojos, es la enorme profusión de revistas, ensayos, poemas, dietarios, periódicos y todo tipo de vehículos para la expresión escrita que circularon por ambas zonas. Es fácil creer que ese tiempo estuvo volcado en la guerra, en el conflicto militar, que no se desviaban recursos a otros fines, pero esto viene a poner de manifiesto la importancia que se atribuía a las letras, la fe en su contribución a la victoria final.

 

Y a ellas se aplicaron todo tipo de arribistas o autores consagrados porque difícil era no tomar partido. Y es en estos caminos en los que se entrecruzan Gonzalo Torrente Ballester con Álvaro Cunqueiro, Rafael Alberti con Miguel Hernández. Esta riqueza era sin duda superior en el bando republicano en el que la ideología seguía teniendo un amplio espectro representado por los restos de un republicanismo burgués, los comunistas, en sus facciones infinitas, los anarquistas, .... cada uno con sus órganos, sus periódicos, sus mitineros y poetas, sus revistas. Porque, pese al estado de guerra y el riesgo de que cualquier adjetivo mal medido pudiera llevarte a un paseo del que no se volvía, lo cierto es que en la zona republicana se sigue apreciando una cierta diversidad en los enfoques, en los estilos, una mínima capacidad, no exenta de riesgos, de disidencia con la opinión mayoritaria. Nada de esto era posible en la zona nacional, donde cada publicación era un calco de las estrictas instrucciones (expresadas o asumidas) de la ideología que emanaba del gobierno de Burgos.

 

No tiene sentido desgranar algunas de las innumerables anécdotas, curiosidades o hechos deleznables, traiciones y mendacidades que pueblan estas páginas. Tampoco dar nombre a quienes tan encumbrado lo tuvieron en aquellas fechas. El libro concluye con un interesantísimo índice de autores acompañado por una pequeña nota biográfica y referencia a sus obras, que puede hacer de manual de consulta una vez concluida la lectura del libro.

 

Y aquí llegados, es preferible callar y recomendar tan solo la lectura, dejar irse por estas largas páginas que, sin embargo, se hacen cortas, y recuperar el recuerdo de un tiempo que se nos antojaba algo más gris que lo que Trapiello nos desvela. De poder revivir aquellos años duros en los que aún quedaba tiempo para cuestionarse si el dadaísmo o el futurismo eran reaccionarios o progresistas, afanes tan inútiles y estériles como cualquiera de nuestros actuales debates a golpe de tweet, y poder así comprender que cualquiera tiempo pasado no siempre fue mejor porque ahora las letras hablan mientras las armas callan.




 

 

22 de abril de 2023

Las vidas de Miguel de Cervantes: Una biografía distinta (Andrés Trapiello)

 

 


 

 

Andrés Trapiello recibió el encargo de preparar una breve biografía de Miguel de Cervantes después de que el primer elegido por la editorial para este fin, declinara la propuesta una vez iniciada la labor. Así es como nace Las vidas de Miguel de Cervantes: Una biografía distinta (Ed. Destino).

 

Según reconoce Trapiello, este trabajo alimenticio se convirtió en la perfecta ocasión para dedicar el tiempo, siempre escaso, a la lectura de la obra de este genial autor, empleando el adjetivo a modo de metonimia, porque se supone que así ha de expresarse pero sin que nadie realmente haya pasado, salvo estudiosos y académicos en el mejor de los casos, de la lectura del Quijote y, tal vez, de algunas de sus novelas ejemplares, casi siempre como consecuencia de la imposición escolar.

 

Pero no solo de sus obras bebe Trapiello, porque si extensos son el Quijote y La Galatea, en nada resultan comparados con la inagotable bibliografía y biografía en torno a su autor y sus méritos. También a esta ciencia, la cervantología, dedica su tiempo Trapiello, llegando a la conclusión de que cada época, cada momento histórico, precisa de su adaptación y reflejo en la vida de nuestro más famoso escritor. Y leyendo muchas de estas grandes biografías y tratados, llega a la conclusión de que inventan mucho, fabulan otro tanto y no se conforman con lo que por cierto se puede tener, tratando de engrandecer la figura de Cervantes, rastreando los vacíos para completarlos con fragmentos de sus obras como si éstas no fueran sino mensajes cifrados intencionados.

Trapiello afirma su intención de no inventar, de limitarse a los hechos ciertos, a no imaginar los sentimientos de Cervantes, no prejuiciar sus actos ni ir más allá de lo razonable. Y en este esfuerzo, no siempre totalmente logrado, se centra Trapiello, rastreando lo que de más verosímil se encuentra en todas las obras consultadas.

De aquí resulta el nombre de este libro, esas vidas a que se hace referencia. Un plural que puede significar que la de Cervantes fue vida multifacética, como soldado, funcionario de abastos, recaudador de impuestos, poeta, dramaturgo, novelista, negociante, .... pero también que el molde de sus hechos biográficos ofrece tantas lagunas como la vida de su compañero de letras, Shakespeare, que hay quienes incluso le niegan el haber escrito lo que se le atribuye. Así pues, también a Cervantes se le pretende hacer una biografía a medida. No es de extrañar por tanto, que haya quienes le vean como judío converso, con la Iglesia hemos topado, lo que explica su dedicación a los impuestos o su intento por borrar parte de su pasado, o difuminarlo mediante matrimonio conveniente, igual que hicieron sus padres. También se explica así su posición frente a los moriscos o su enrolamiento en la milicia y su posterior participación en la batalla de Lepanto.

Pero también la supuesta sodomía, su papel de difamador en libelos cortesanos y otras tantas fábulas, embustes o meras insinuaciones para las que no es dificil encontrar cualquier pasaje del Quijote que permita sustentarla sin fundamento pero con apariencia de verosimilitud para los simples que no saben que lo son.

El libro sigue un itinerario cronológico en el que se va desvelando lo que de la vida de Cervantes se conoce, que es más de lo que podríamos creer, si bien, parte de esta información deriva de prólogos del propio autor o de fuentes tal vez interesadas, pero de las que tampoco hay razones para cuestionar lo que de fundamental pueda haber en ellas.

Trapiello nos informa de sus antecedentes familiares, de su incierta vida en la Corte, de su salto a Italia junto a su hermano, y de la famosa batalla más importante que los siglos vieron, tras la que le vino la pérdida del uso de su mano izquierda, y tiempo después, la caída en manos de los piratas de Berbería y su cautiverio en Argel, siendo este periodo el que, por bien seguro, le marcó de manera definitoria puesto que en numerosas obras, no solo el Quijote, reflejó elementos vividos en Argel.

Se cuestiona lo extraño y precipitado de su matrimonio con Catalina de Salazar y Palacios, a quien dejó en Esquivias al poco de casarse, partiendo para negocios inciertos en Sevilla. Se nos habla de su supuesta hija natural, Isabel, fruto de sus amores ilegítimos con Ana de Villafranca. Una vida amorosa compleja, pero que debería bastar para alejar la posible homosexualidad del autor. Se nos detalla el poco éxito de Cervantes en sus intentos por lograr reconocimiento a sus propuestas teatrales siguiendo la estela de Lope de Rueda, de quien era un notable admirador, pero que pronto fue desplazado por la fuerza creadora de Lope de Vega.

También conocemos de su papel como funcionario de abastos para la Gran Armada y las excomuniones de que fue objeto por hacer cumplir su mandato incluso frente a clérigos y ordenados. Le vemos sometido a investigación cuando, tras la derrota de la flota, llegó la orden de Felipe II de averiguar qué había ocurrido con los suministros para la Armada, y se descubrió la inmensa corrupción de sus funcionarios, entre ellos, la del responsable directo de nuestro biografiado. Pero de ello salió indemne puesto que al poco fue comisionado para la recaudación de impuestos, de la que nuevamente salió con investigación y pena de cárcel.

Y es allí donde algunos sostienen que dio comienzo a la escritura de su Quijote, tal vez como una más de sus futuras novelas ejemplares, sin el deseo o voluntad de hacer de ella algo más. Pero lo mismo se cuenta que pudo ocurrir durante su apresamiento en Argel o durante las interminables sobremesas en Esquivias, donde pudo conocer historias que terminarían por darle soporte a muchas otras que terminan por aflorar en su obra.

Sin embargo, lo cierto es que el Quijote surgió de su imaginación fértil y de su conocimiento de la vida. En su condición de funcionario recorrió los caminos de Andalucía, Murcia, La Mancha, .... Por cuestiones varias residió en Madrid, Toledo, Sevilla, Valladolid, también en el extranjero. Y en su vida tuvo ocasión de tratar con las más variadas personas, nobles, eclesiásticos, villanos, ladrones y ganapanes, cristianos viejos y nuevos, moriscos y labradores burdos. Con soldados y berberiscos, con autores dramáticos y poetas, con impresores y alcahuetas. En suma, todo ese conocimiento acumulado no le sirvió de mucho cuando trató de replicar modos ya explorados, cuando tan solo pretendió hallar medio de vida en la escritura a la moda, con entremeses y pequeñas obras, o cuando ofreció su versión propia de la pastoril Diana de Montemayor, con La Galatea. Tampoco cuando quiso, con el Viaje al Parnaso, dedicarse a la lírica y a la loa hacia otros poetas, sin duda, esperando infructuosamente que el favor le fuera devuelto.

Sin embargo, será cuando ya mayor, vencido de otros tantos intentos de medrar, fracasados sus gestiones para pasar a América como funcionario, buscando refugio nuevamente en las letras, encuentre un vehículo con el que dar salida a todo lo que había experimentado, sentido y vivido. Será cuando su imaginación no quede encorsetada en moldes ajenos, cuando tal vez ni siquiera pretendiera ya el éxito que tantas veces le había sido negado, cuando logre crear su mejor obra, de las mejores de nuestra lengua, cuando se reivindica.

 


Y tampoco es de extrañar que, encontrado ese filón, ese nuevo modo de hacer, que ya estaba en camino pero que en nuestra lengua aún no era fértil, tratase de alentar esa pequeña llama, y comenzara a escribir la segunda parte del Quijote. Y tampoco es de sorprender que, cuando un tercero, por nombre falso Avellaneda, se permitió adelantarse y publicar una segunda obra, Cervantes creyó ver nuevamente el peligro, el de que su fama y éxito sobrevenido pudiera tornarse fugaz y finito. Y así, nuestro autor creció aún se creció más y defendió a muerte su obra y su creación. Según Trapiello, según la mayor parte de los críticos, la segunda parte del Quijote es, sin duda, mucho mejor que la primera. Y lo es porque Cervantes, no solo se sintió atacado en lo personal por las acusaciones del falso Avellaneda, sino porque se manipulaba y abarataba a sus personajes, a su Sancho, a su Alonso Quijano.

Así, igual que en la primera parte ya había creado un juego especular, con una narración que no era del autor, ni de los protagonistas, sino del moro Cide Hamete Benengeli, Cervantes logra doblar la apuesta en un juego autorreferencial que hace avanzar la novela para convertirla en el género literario por antonomasia hasta nuestros días. Aquí, los propios personajes se referirán a la obra falsa que les retrata. Don Quijote y Sancho se toparon con un individuo de nombre Jerónimo, como el supuesto autor que se escondía tras el seudónimo de Avellaneda, que está leyendo el Quijote apócrifo y que, rendido ante el verdadero hidalgo, le reconocerá como el auténtico. Pero también sus protagonistas enmendarán conscientemente el punto final de su viaje, para desviarlo de la ruta propuesta por el falsario autor. Y, no más, Cervantes, decide matar a su héroe para impedir futuras aventuras, para dar su última palabra, ese "vale" con el que se cierra la obra.

El libro de Trapiello se completa con una pequeña colección de artículos del autor, algunos a raíz de aniversarios, otros escritos en disputa con Francisco Rico, autor de una muy reconocida edición anotada del Quijote, pero lo importante ya está dicho. Esta segunda parte viene más referida a la influencia de la obra de Cervantes y a cómo se reinterpreta en tiempos posteriores a la muerte del autor, en el siglo XVIII, en tiempos del Romanticismo, o la idea que de él tenía Pérez Galdós, y su posterior vindicación por parte de los noventayochistas, y así sucesivamente.

El libro se lee de manera amena, no a otra cosa invita la vida ajetreada del autor, pero también Trapiello sabe poner de su parte, seleccionando lo fundamental y no dejándose enredar por las disputas de los cervantistas. En suma, su amor por la obra pesa más que la erudición, y estas páginas son una invitación constante a dejar el volumen a un lado y dirigirse a las fuentes, a las páginas sobre las que se escribe. Pero el libro es importante porque aporta información y contexto, explicaciones sobre la cultura de nuestro siglo de Oro, de su política y religión, que ya no nos resultan tan obvias, y también del complicado mundillo literario en el que tuvo que batirse Cervantes, normalmente con poca fortuna, lleno de ofensas y recados, vulneración de los derechos de autor, aún no reconocidos como tales, envidias y maledicencias.

Pero Trapiello no cae en la adulación. Sabe reconocer que gran parte de las obras de su biografiado no resisten comparación con el Quijote, han perdido vigencia en nuestros días. A nadie encomienda la visita a Los trabajos de Persiles y Segismunda, menos aún al Viaje al Parnaso. De hecho, se muestra sorprendido del esfuerzo del autor por tratar de completar la segunda parte de La Galatea hasta casi el día de su muerte.

Pero tanto las dos partes del Quijote, como sus Novelas Ejemplares, en la medida en la que supusieron un cambio en el paradigma de su tiempo y abrieron las fronteras de nuestra lengua, bastan para el reconocimiento eterno de la fama de Cervantes. Por otro lado, Trapiello reconoce también en el estilo del autor una claridad y concisión, una intención de alejarse de florituras y adornos estériles, que forma junto a su original modo de entender la narración una dupla imbatible.

No ha mucho tiempo, Trapiello recibió el encargo de preparar una versión actualizada y puesta al día del Quijote, una adecuación del vocabulario fundamentalmente, con el fin de acercar la obra a ojos más modernos, sin llegar a desvirtuar su estilo ni hacer perder su esencia. En suma, lograr para los lectores hispanohablantes lo que los extranjeros consiguen con cada nueva traducción. Desconozco la calidad de este intento, pero desde luego, no tengo duda de que este libro que ahora concluyo fue pasaporte bastante para que se le concediera tal oportunidad que, por seguro, disfrutó tanto o más que la escritura del presente.