Philip Norman tiene una dilatada dedicación al periodismo musical desde 1964. En los años sesenta, trabajó en diversos periódicos cubriendo el auge del rock inglés y su expansión por el resto del mundo. Sin embargo, no fue hasta 1981 que su nombre saltó definitivamente al público general gracias a Shout!: The Beatles in their generation, tal vez la primera obra que, once años después de la disolución del grupo, afrontaba el reto de revisar con rigor y documentación la historia de la banda, tratando de hacer balance de sus logros y fracasos en un momento en el que las nuevas tendencias musicales parecían muy alejadas del legado que dejaron en 1970.
Esta obra tuvo una gran trascendencia y, sin duda, abrió la puerta a infinidad de títulos que trataron de abordar la misma tarea desde perspectivas complementarias, como los aspectos financieros de Apple, los chismes más íntimos, su vida en Hamburgo y otras tantas historias que escapaban de la edulcorada mirada pública que el cuarteto había recibido hasta la fecha.
Shout! vino a cubrir lagunas de conocimiento que apenas atisbaba la, hasta la fecha, única biografía semioficial de la banda, publicada en 1968 por Hunter Davies y que, por tanto, se acercaba más a una versión dulce que no pudo adentrarse en el proceso de descomposición de la banda que comenzó a dibujarse poco antes de la publicación del volumen.
Entre los méritos de Norman, figura el de establecer hechos irrefutables y el de avanzar diversas ideas que, precisamente apenas un año después del asesinato de John Lennon, pocos podrían atreverse a discutir: el verdadero y casi único talento de la banda era el idealista de las gafas del Ejército de Salvación. Las aportaciones del resto no eran sino adornos, artificios que edulcoraban en parte la rabia y genialidad de Lennon.
Atrapado por el magnetismo de su figura, Norman dio un nuevo paso en 1990 publicando una biografía, pocos discutirán que prácticamente la definitiva, sobre John. En ella continuaba ensalzando su talento y genialidad en un esfuerzo por mitificar la figura del músico que había ido perdiendo algo de fuste a lo largo de la década de los ochenta en la que el peso de obras como Las muchas vidas de Lennon de Albert Goldman, habían dejado reducida a un guiñapo en manos de la omnisciente Yoko Ono.
Si bien, estos antecedentes le colocaban en una excelente posición para publicar una obra similar sobre Paul McCartney, lo cierto es que le llevó bastantes años decidirse a dar el paso. En primer lugar, su visión sobre los Beatles y Lennon y el papel secundario que atribuía a Paul hacía que careciera de sentido dedicar largos años a una labor de investigación y escritura sobre una figura que no parecía merecerlo. De otra parte, y esto es aún más interesante, escribir una biografía sobre cualquier personaje sin poder acceder a las confidencias, opiniones o fuentes de su círculo más íntimo, no parecía una buena idea. Y esto es lo que temía Philip Norman. Su desprecio a la figura y obra de Paul había hecho crecer una pared imaginaria pero muy real para Norman, entre él y su posible biografiado. ¿Cómo se tomaría sir Paul la propuesta de que quien le había menospreciado le dedicara un libro completo? ¿Permitiría que sus amigos, empleados, familiares, fueran contactados con él y entrevistados revelando hechos, anécdotas, detalles que pudieran servir para cimentar esa visión negativa?
Pero, al tiempo, ¿tiene sentido haber dedicado tantos años y cosechado un notable éxito gracias a su trabajo sobre los Beatles y John, pero no poder aprovechar parte de ese conocimiento y contactos para rematar su obra con la publicación de una biografía sobre Paul? Y a todo esto venía a unirse el progresivo redescubrimiento de la obra del bajista, siempre un peldaño por debajo de la obra de cualquier otro artista a ojos de la crítica pero que, en los últimos años comenzaba a ser reivindicado. No solo por sus trabajos más recientes, realmente meritorios desde un punto de vista artístico, sino también porque la evolución de la música, estaba ubicándose en una posición en la que obras hasta la fecha ignoradas o vituperadas, venían a ser recibidas como inspiradoras y precursoras. La desnudez de McCartney casaba perfectamente con parte de los estilos que surgían a comienzos del nuevo milenio. Al tiempo, se conocían más y mejor las diversas colaboraciones de Paul en el mundo underground de los años sesenta, su implicación con la librería Indica o sus coqueteos con la música abstracta que, de manera puntual, pudo colarse en algunos de los cortes de los Beatles. La extraña mezcla de armonías, letras sin sentido y potentes riffs que recorrían los discos de los Wings, incluso su activismo vegano, todo ello parecía volver a poner a Paul en un lugar central. Y había que investigar si esto era mérito del artista o simple capricho del destino.
Así que, finalmente, Philip Norman se decidió a dar el paso y contactar con la oficina de Paul para confirmar si habría una disponibilidad para, al menos, no frenar el proyecto. Lo cierto es que el mensaje de vuelta le resultó sorprendente. Si bien Paul no estaría involucrado en el proyecto no se oponía a que el autor pudiera contactar con su entorno para poder trabajar y recabar información de primera mano. Por otro lado, el propio Paul se ofrecía a recibir consultas puntuales sobre hechos cruciales por correo electrónico y contestarlas si lo estimaba oportuno. Suficiente para un punto de partida.
Cuando en 1956 Lonnie Donegan acudió al Empire Theater de Liverpool, Paul merodeó horas antes por las puertas laterales para tratar de ver a su héroe. Junto a él, merodeaban grupos de trabajadores que habían abandonado sus puestos en las cercanas fábricas o en el Albert Dock para rendir tributo a su admirado cantante. Allí vió cómo Lonnie garabateaba de su propio puño y letra un escrito en el que solicitaba a los patronos de los trabajadores que no tuvieran en cuenta su ausencia del trabajo. En esto Paul advirtio la magia de una estrella que se acerca a su público, lo agrada, se hace su igual, aún sabiendo que no lo es. Salvo contadas y notorias excepciones, Paul se mantuvo fiel a este ejemplo de proximidad y empatía, haciendo de su amabilidad la marca distintiva frente a la hosquedad de George, la imprevisible agresividad ácida de John o la insustancialidad de Ringo.
En esto combinaba a la perfección con la tradición familiar de grandes fiestas siempre acompañadas por música en las que todos eran invitados a entrar y formar parte. Como su padre le diría, aprende a tocar un instrumento y todos te invitarán a sus fiestas (Let ´em in). El instrumento era una trompeta, que su padre le había regalado, como máximo símbolo de los combos de swing tan populares hasta la llegada del skiffle. Pero precisamente en el concierto del Donegan, Paul salió con una decisión tomada, abandonaría la trompeta y se dedicaría en cuerpo y alma a la guitarra. Ni rastro de la difundida anécdota de que Paul dejó a un lado la trompeta porque no podía tocar y cantar a la vez, o de que lo hizo por la cicatriz que la boquilla terminaría dejando en los labios de su bello rostro infantil.
El estallido de la fiebre del skiffle coincide con la muerte de Mary, la madre de Paull y la guitarra llegó en el momento adecuado para volcar en ella su frustración. Y en esto coincidió milagrosamente con otro joven con el que pronto le unió la pérdida de la madre y con el que compartía igualmente una pasión insuperable por el naciente rock and roll. Así, los dos jóvenes son presentados en la famosa feria de la parroquia de Woolton, una iglesia próxima a la casa de ambos, en un suburbio de Liverpool, antiguo pueblo, ya asumido por la gran capital que se extendía más allá de su centro, golpeado duramente por los bombardeos de la Luftwafe.
Y de aquí en adelante, la historia es conocida en sus líneas generales. Philip Norman tan solo puede seguir los pasos de cualquier biografía al uso del músico, si bien, su talento sabe dar color y elegir momentos precisos que ayudan a dibujar rasgos de carácter o giros en la vida del grupo y de su bajista. Poco o nada se recoge aquí que no haya sido realmente publicado de un modo u otro por anteriores biógrafos.
En lo que sí aporta una gran novedad es a la hora de dar casi el mismo protagonismo a su etapa post-beatle que a la previa. Por ello, los capítulos de mayor interés son los que abordan temas como la crisis personal y psicológica que le hundió tras la ruptura del grupo, y el modo en el que siempre encaró la superación de esas crisis, con una ética del trabajo y una pasión inagotable por la música que hoy en día le sigue manteniendo, a sus ochenta años recién estrenados, de gira por el mundo y grabando discos.
Es en esa etapa de comienzos de los setenta, cuando se le culpaba de la ruptura de los Beatles, y con la crítica volcada en despreciar su trabajo, cuando se cimenta una imagen de segundón intrascendente que solo en años más recientes se está viendo rehabilitada. Porque lo que en su momento fueron discos deplorados por la crítica, a pesar de sus ventas millonarias, hoy están siendo reconsiderados y reconocidos por su valor y creatividad. Y es su vistazo a su posterior vida artística la que aporta el verdadero interés del libro.
Norman nos explica su interés en la inversión en el mundo de la edición musical y la consiguiente jugada que le gastó su ex-amigo Michael Jackson. También ilumina la importancia de otras facetas artísticas del músico, como el dibujo, la poesía, los libros infantiles, el cine o la música clásica, dando especial presencia a momentos como el estreno del Liverpool Oratory, una pieza clásica compuesta al alimón con Carl Davis y que fue estrenada en la mismísima catedral anglicana de su ciudad natal. Curiosa venganza del tiempo puesto que Paul fue rechazado en su prueba para formar parte del coro infantil catedralicio. Por ello, tuvo que conformarse con el coro de la Iglesia St. Barnabas con el que asistía a bautizos y bodas cobrando pequeñas propinas para emplearlas en comprar comics, o discos. La iglesia, situada junto a Penny Lane, sin embargo, es uno de los pocos elementos de la glorieta que no fue evocado en la canción homónima.
Y de la música clásica y sus otros trabajos en este campo, pasamos a obras como Twin Freaks o su carrera bajo el seudónimo de Fireman con el que ha publicado tres discos junto al productor Youth que le han granjeado reconocimiento en el mundo de la música electrónica.
Y es que Paul siempre ha necesitado de una espoleta que prendiera la mecha de su creatividad. Su gran competitividad le hace tratar de superarse a sí mismo y a quien se le ponga en frente. De ahí su importante nómina de colaboradores como Michael Jackson, Eric Stewart, Stevie Wonder o Nigel Gpdrich. Pero pocos han logrado auparle más alto en esta tarea como Elvis Costello a finales de los años ochenta, con el que logró una dupla que le inspìró en los tiempos en que componía enfrente de John, sentados en casa de éste, ambas guitarras hacia la izquierda al ser Paul zurdo y pudiendo ver y aprender los acordes que tocaba el otro.
Pero Norman no escapa al único aspecto deplorable de la vida personal de Paul, como el divorcio de Heather Mills. El escándalo público, las filtraciones, las entrevistas a la modelo, poco pudo hacer más por dañar la imagen de Paul, y sin embargo, salió indemne, fortalecido a pesar del coste millonario de todo el asunto. Norman aborda la polémica con cierta frialdad y distanciamiento, con el esfuerzo por no mostrar partido, tal vez convencido de que los hechos dieron la razón al músico.
Pero otras muchas cuestiones aparecen por estas páginas. El nunca suficientemente bien valorado aporte de Linda Eastman a la hora de recuperar el ánimo de Paul en 1970 y de acompañarle en todas sus giras haciendo el papel de la esposa que no sabe tocar los teclados pero que allí está, que me critiquen si quieren. También la importancia de la vida familiar. Nos cuenta cómo en las giras americanas, se llevaba a sus hijos y iban cambiándose de casa según los conciertos viajaban de una costa a otra. Cada noche, los McCartney tomaban un avión privado para regresar a la casa y pasar la noche y el resto del día siguiente junto a sus hijos.
También pasamos por el controvertido capítulo de la detención en Tokyo por posesión de drogas y la disolución de los Wings. Por su conversión al vegetarianismo de la mano de Linda, o de su defensa de los derechos de los animales junto a PETA.
Norman, en su intento por rehabilitarse de su antigua pasión por Lennon, explica cómo Paul era el verdadero hijo de trabajadores, de obreros, una humilde familia, no como la de Lennon, quien vivía en una casa pudiente, atendido a cualquier hora por su tía Mimi, aunque en este esfuerzo llega a olvidar lo desgraciado de su relación con su padre, con su madre, el que la casa de Menlove Avenue tenía que ser compartida con estudiantes de la Universidad de Liverpool ya que los ingresos de la tía no alcanzaban para pagar las facturas tras la muerte del tío George.
También se pone en valor la inversión realizada por el músico en el LIPA, la sede de su antiguo Instituto que quedó abandonada y para cuya rehabilitación aportó y recaudó fondos construyendo el actual Liverpool Institute of Performing Arts, una escuela internacional para jóvenes talentos que quieran desarrollar su futuro en el mundo de las artes escénicas y por cuya Aula Magna, Paul acostumbra a pasar para dar una clase magistral por curso.
Las más de 1.100 página de Paul McCartney: La biografía (Ed. Malpaso), con traducción de Eduardo Hojman, dan cuenta de otras muchísimas cuestiones, no todas ellas conocidas, tampoco muchas grandes novedades. Su principal mérito es ofrecer una mirada completa a la vida del bajista, dando la suficiente importancia a su etapa posterior a los Beatles, sin duda, la menos conocida y la peor interpretada.
Estamos en el año en que Paul cumple su 80 cumpleaños y en el que ha cerrado de manera espectacular el festival de Glastonbury. También vemos cómo el músico goza de un nuevo reconocimiento incluso por su papel dentro de los Beatles (puesto en valor a los ojos de todo el mundo en la serie Get Back o en McCartney 3, 2, 1), cómo está rodeado del halago de otros grandes músicos y con nuevos discos que alcanzan en Estados Unidos o Inglaterra el número 1, convertido en el único artista que ha logrado alcanzar durante seis décadas consecutivas el histórico récord de colocar en dicho puesto al menos uno de sus trabajos.
Es difícil adivinar cuánto tiempo nos queda de su vida artística, tal vez la hayamos contemplado ya en su totalidad. Pero es también el momento adecuado para comprender la mayor moraleja de la vida de este talentoso artista. Y ésta no es otra que comprender que el trabajo incesante y la confianza en uno mismo, la búsqueda de una pequeña ayuda de la amistad y el saber mantener mínimamente los pies en la tierra, logran dar sus frutos, y que el amor que siembras es igual al amor que recibes, como nos dejó escrito en el epitafio de la última canción de los Beatles.