Echar la vista atrás y repasar lo vivido es un ejercicio saludable. Hemos de presuponer que con la experiencia y sabiduría acumulada, uno es capaz de enjuiciar con justeza e imparcialidad lo vivido, reinterpretando las pasiones de juventud, relativizando los éxitos de la madurez y los sinsabores de la vejez. Y damos por buena esta visión, la consideramos el dibujo fiel de una vida, la última palabra en definitiva.
Pero sólo puedo estar de acuerdo en que esa revisión postrera es la definitiva en tanto que no habrá otra que la siga y rebata; más que la definitiva, será la última e indiscutida por imperativo biológico. A lo largo de nuestra vida interpretamos nuestros actos y nuestros deseos en función del momento y de lo aprendido. La visión que de nosotros tenemos varía de continuo; por fortuna, nos rehacemos y reinventamos cada día. Caemos y nos alzamos repetidas veces con tozudez animal para diferenciarnos de los animales cuyas vidas se suponen carentes de objetivo y aspiración final.
Y, sin embargo, lo que para la vida no resulta convincente, para la Literatura es una fuente inagotable, todo un género propio que ha dado lugar a algunas de sus mejores páginas. Adustos ancianos que repasan su vida con imposible precisión en el detalle, en las palabras pronunciadas o escuchadas, en las fechas e incluso horas en que fueron dichas, todo ello para enjuiciar (o justificar, que de todo hay) cada acto, propio o ajeno, reescribiendo la historia definitiva de su vida.
Éste es el caso de El quinto en discordia, novela que abre la llamada Trilogía de Deptford en la que Robertson Davies recurre a sus recuerdos en el Canadá rural de su infancia para narrar tres vidas: la de Boy Staunton, un exitoso hombre de negocios, la de Paul Dempster, un prestidigitador de fama mundial y la de Dunstan Ramsay, un profesor que tiene por especialidad las vidas, reales o míticas, de los santos católicos. Cada una de estas tres novelas se centra en la vida de uno de estos personajes figurando los dos restantes como protagonistas secundarios y ofreciendo un cuadro completo sobre la vida de todos ellos.
En lo que a El quinto en discordia se refiere, nos adentramos en la vida de Dustan Ramsay, en su visión del mundo y en su papel en la vida de los otros dos personajes. Y todo comienza por una pelea en la que Boy Staunton le arroja una bola de nieve que logra esquivar y termina impactando en la sensible esposa del pastor baptista de Deptford lo que provoca el nacimiento prematuro de Paul Dempster y el debilitamiento mental de la madre.
Pese a no haber arrojado esa bola de nieve, Ramsay cargará toda su vida con un sentimiento de culpa por haber sido el verdadero destinatario del golpe esquivado, quien pudo evitar el desencadenamiento de tan terribles acontecimientos. El autor no acierta a explicar si este sentido de la responsabilidad que le lleva a acompañar a la madre de Dempster hasta sus últimos días o a cuidar del pequeño y poco vigoroso niño nace repentinamente de este hecho trivial o si su personalidad habría devenido igualmente en el mismo sentimiento. Lo cierto es que, desde ese momento, Ramsay inicia su periplo vital como tercer vértice de esa extraña relación que une a los tres protagonistas.
Formalmente la novela responde al escrito que Dunstan, recién jubilado y molesto por el tono de los discursos pronunciados en la ceremonia de homenaje y despedida que le ofrecen sus compañeros, decide remitir al director del centro educativo para el que ha trabajado durante toda su carrera con el fin de dejar constancia de que su vida no ha sido tan grisácea y anodina como de esos discursos, benévolos, condescendientes y algo irónicos, puede desprenderse.
Pero este propósito queda pronto olvidado y salvo puntuales referencias al destinatario del informe, asistimos como espectadores a la vida de Ramsay quien, desmintiendo su propia intención original, nos demuestra cómo su vida sólo parece cobrar sentido en relación a la del resto de personajes. Él enseña las artes de prestidigitador a Dempster, él actúa como confidente de Staunton e incluso se beneficia de los consejos financieros de éste y a cambio procura consuelo a su esposa afligida por las infidelidades del magnate. Él cuida a la señora Dempster hasta su muerte sin llegar a reconocer la naturaleza de sus sentimientos envueltos en una mezcla de piedad religiosa, sentimentalismo y honestidad.
El mismo sino parece aplicable a su labor como profesor de Historia ya que se especializa en el estudio de la hagiografía, lo que le convierte nuevamente en espectador de las vidas ajenas, al tiempo que repite su equidistancia esta vez entre sus colegas, mayoritariamente protestantes, y los religiosos católicos que desconfían de un protestante aficionado a sus santos. Extraño en cualquier tierra, sólo su mundo interior y sus convicciones le ofrecen una tabla segura a la que agarrarse para evitar la zozobra.
De esta dependencia de terceros surge precisamente el título de esta novela, El quinto en discordia, que es como se conoce en el mundo de la Ópera y el Teatro a ese personaje necesario para intervenir entre los dos rivales masculinos y femeninos, el que conoce los secretos de todos ellos y que, al igual que Ramsay, viven realmente a través de la vida de los demás sin ser capaces de dotar de impulso a la suya propia.
Pero no nos engañemos, Ramsay no ha logrado el éxito económico, aunque vive de modo más acomodado que el resto de sus colegas profesores gracias a los consejos de Staunton. Tampoco consigue un gran reconocimiento profesional fuera del reducido círculo de especialistas en las vidas reales o inventadas de todo tipo de santos, siendo mirado con cierta indulgencia por el resto de sus compañeros e incluso alumnos. En el amor tampoco parece lograr la plenitud que, sin embargo, anhela. ¿A qué se debe este destino a medio construir pero sin remate?¿A qué este carácter de quinto en discordia que le reduce a pieza necesaria para el éxito ajeno pero carente de un sentido propio?
Lo que nos enseña Robertson Davies en esta novela es que, desafiando a las apariencias, una vida nunca debe ser juzgada por los parámetros de éxito comúnmente admitidos. Y es en este sentido cuando comprendemos que, con justicia, Ramsay considera su vida plena y dotada de sentido, original, alejada de grisáceos caminos previsibles. Su profunda moralidad, su integridad trasnochada, le han permitido mantenerse fiel a la imagen de aquel chico de Deptford que congeló su mundo una fría tarde de su infancia. Y es en ese mismo instante cuando las vidas de Paul Dempster y Boy Staunton, con sus brillos y sus incontables sombras, con su renuncia a sus orígenes, con su afán por reivindicarse a sí mismos a cualquier precio, ajenos a todo, parecen más vacías y erráticas que la del modesto profesor jubilado.
En muchos sentidos estamos ante una obra admirable. Davies tiene una prosa sencilla y precisa que desgrana los acontecimientos con la serenidad de la distancia al igual que ocurre con muchas de las obras de Philip Roth con las que guarda cierto paralelismo. El enorme peso del mundo de la infancia, los acontecimientos históricos entremezclados con la vida de los personajes, los dilemas morales, todo ello conecta a ambos autores. Sin embargo, y teniendo como única referencia esta novela de Davies, su obra parece nacer más de los personajes que de las situaciones sociales o históricas. El dibujo de los personajes es en Davies superior al de Roth, más complejos y menos previsibles, más reales.
Con prólogo de Valentí Puig y traducción esmerada de Natalia Cervera, Libros del Asteroide recupera esta obra publicada por Davies en 1970 e inédita en España junto con las otras dos integrantes de la Trilogía de Deptford en una edición cuidada como es marca de la casa.
El quinto en discordia no es propiamente una novela sobre un antihéroe sino la reivindicación de una postura ante la vida y ante los demás. Una atrevida propuesta a la que el lector deberá estar atento para no caer en la trampa que el propio Davies le presenta. ¿Es realmente Ramsay el quinto en discordia?¿Lo somos nosotros?