Mostrando entradas con la etiqueta Seix Barral. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Seix Barral. Mostrar todas las entradas

2 de enero de 2024

Civilizaciones (Laurent Binet)


 

 

Civilizaciones es la última novela de Binet Laurent  (Seix Barral, 2020), completando un arco que va desde la pura narración basada en hechos reales (AHHhH) y la mezcla de realidad y ficción (La séptima función del lenguaje), hasta lanzarse a la pura invención torciendo el brazo a toda la Historia de la Edad Moderna.

 

En el mundo imaginario de Civilizaciones, los pueblos amerindios han sido previamente visitados por los feroces vikingos que, al margen de unos cuantos mitos, les han dejado importantes avances como la rueda, los caballos y mejoras metalúrgicas.

 

Así, cuando Colón se asoma al Caribe en 1492, encontrará unos pueblos algo más avezados que los pacíficos taínos prendidos de sus espejitos y cuentas que nos resultan tan familiares. Por el contrario, la ferocidad y determinación de estos pueblos frustra su regreso a Castilla y, por tanto, para la Europa de la época, su viaje será tan solo un fracaso más del que no se tiene noticia, tan solo la intuición de que, como todos venían sospechando, los cálculos del marino estaban errados.

 

Así que los europeos se vuelcan, abandonando para siempre la vía atlántica, en doblar el Cabo de Buena Esperanza para llegar al comercio con las Indias Orientales y romper así el monopolio árabe de la Ruta de la Seda. Pero, entre tanto, una guerra civil desangra el país de los Incas. En esta lucha, Atahualpa sale el peor parado y debe huir hacia el norte, a través de la espina dorsal de los Andes, perseguido por su hermano en una lucha a muerte. Atahualpa llega al Golfo de México y, tratando de zafarse definitivamente de su hermano, cruza a Cuba en pequeñas barcas con todo su séquito y el ejército que le acompaña.

 

En Cuba será bien recibido, pero poco durará su dicha puesto que las tropas de su hermano están asaltando todas las pequeñas islas caribeñas y no resta demasiado para que la batalla final tenga lugar, con la segura extinción de la estirpe atahualpeña.

 

En este trance, las carabelas varadas y los recuerdos de lo que los viajeros castellanos contaron de su patria a los cubanos comienzan a dar forma a una suerte de escapatoria definitiva, un salto al vacío desapareciendo del mundo conocido, del Viejo Mundo, para cruzar el Atlántico y llegar así a un Nuevo Mundo en el que poder asentarse, ya se verá cómo y qué relación se establecerá con sus habitantes.  

 

Los bravos incas cruzan el mar y llegan a una asolada Lisboa, destruida por un reciente terremoto, lo que pone de manifiesto la debilidad en que se encuentra el reino, permitiendo que Atahualpa y sus generales conozcan las peculiaridades de estos habitantes del Nuevo Mundo, sus costumbres, religión, gobierno y cuanto es necesario para trabar un conocimiento que pronto les será de gran utilidad.

 

Hasta aquí el destripamiento de la trama. Lo que vendrá a partir de este momento queda para el lector interesado en leer la novela. Baste decir que muchos de los hechos históricos que hoy conocemos se mantendrán, si bien, con importantes alteraciones. La batalla de Lepanto, las guerras de religión, la piratería berberisca, los enfrentamientos entre campesinos y nobles, todo ello tendrá un nuevo cariz con la presencia de estos visitantes para los que nuestro viejo continente es el Nuevo Mundo y del que se sienten extrañados por nuestra fe, nuestra tiranía, afán de riqueza y abuso.

 

Reescribir la Historia nos coloca en una situación de extrañeza que desestabiliza parte de nuestro egoísta eurocentrismo. Nos vemos descritos como bárbaros a los que se debe tutelar, como pequeñas tribus divididas por creencias religiosas, cuestiones de clase, nacionalismos de simples ciudades o comarcas, y un sinfín más de simplezas de las que los incas sabrán tomar partido.

 

La gesta ya no es que un puñado de valientes conquiste un imperio, la gesta es haber sido dominados por una fuerza que, con los presupuestos de Binet, se presenta como una alternativa real y plausible. Estar en el lado perdedor de la Historia puede hacernos replantear muchas cuestiones. Si bien la Edad Moderna es el despertar definitivo de Europa en el concierto mundial, no lo fue con motivo de una superioridad de raza o de valores, tal y como venían a sostener los pensadores del imperialismo del siglo XIX. Al contrario, esta obra pone el acento en unos cuantos hechos alternativos que desencadenan unas consecuencias casi implacables y lógicas, si estas palabras pudieran aplicarse a la Historia.



Es probable que muchos historiadores o aficionados a serlo objeten muchas de las cuestiones que dibuja Binet, que se planteen si realmente era posible que los hechos se desencadenaran del modo en que lo narra. Poco importa de hecho. En el curso de la lectura, obviando nuestro conocimiento de lo que realmente fue, no parecen detectarse excesivas piruetas, al menos, no mayores que las que el descubrimiento real del Nuevo Mundo supuso. Éste es sin duda un logro de la obra que no debe quedar empañado porque nos presente a unos incas menos sanguinarios que los reales, más preocupados por el bienestar de su pueblo que lo que realmente estuvieron, con una religión capaz de ser asumida como un final  lógico de las creencias cristianas y así en adelante. Si el lector se detiene a cuestionar cada afirmación, cada hecho narrado, perderá el hilo del disfrute y de la imaginación que es parte del juego que este tipo de obras requiere. Es como asistir a un espectáculo de magia molesto porque, en realidad, no hay magia sino truco.


Y éste es el principal mérito de la obra, y no es pequeño. Elegir un punto de la Historia y darle una vuelta de tuerca para, a partir de ese cambio, extraer las consecuencias a futuro. Sin embargo, esto puede funcionar como guión de un podcast de historia ficción o similar ahora que están tan de moda este tipo de ucronías que incluso han saltado con éxito al mundo de las series. Pero para una novela, más aún, para un autor como Binet que ha demostrado un elevado arte para combinar una trama novelesca de auténtico interés con un argumento de mayor peso filosófico o histórico, Civilizaciones parece quedarse en una primera escritura de la novela, a falta de añadirle ese argumento, esa subtrama, los personajes que la doten de una vida más allá del mero artificio recreacionista.

 

La inclusión de personajes de ficción tan solo pretende impulsar y completar la trama histórica. Tampoco se explican muy bien las apariciones de Cervantes, Montaigne o Miguel Ángel que más bien vienen a completar pasajes que no aportan excesivo interés. Queda, por tanto, un regusto amargo al sentir que la idea central de la novela es brillante y ofrece innumerables posibilidades que, de algún modo, han quedado en un texto frío por su mecánico discurrir por los principales hechos del siglo XVI y XVII pero que carece de una historia que es lo que, en definitiva, diferencia una novela de un ensayo.

 

Como toda opinión, ésta puede ser tan errada como el viaje de Colón presentado en estas páginas y por tanto, puede ser contradicha. Nada de lo escrito resta mérito a la labor del autor que, no se puede negar, escribe con arte y sabiduría aunque en esta ocasión no llegue a colmarnos. Impecable es también la labor del traductor, Antonio García Ortega, que ha vertido a nuestra lengua las dos novelas anteriores de Binet. Para quienes gusten de este género, pocos libros podrá encontrar mejor escritos entre tanto auge reciente. Para el resto, siempre quedarán las crónicas de los conquistadores, que aúnan ficción y realidad con la misma maestría.

 

 

 

17 de agosto de 2023

Miss Merkel. El caso de la canciller jubilada (David Safier)

 
  


David Safier es un conocido autor alemán  de libros cómicos. Su primera novela, Maldito karma, dio inicio en 2009 a una impresionante sucesión de éxitos de ventas. Más recientemente ha tratado de repetir el éxito con el inicio de una saga que, a día de hoy, cuenta con dos títulos, pero que probablemente pueda extenderse a unos cuantos más.

La historia es simple pero efectiva. La protagoniza la ex canciller Angela Merkel, recién jubilada y retirada a un pacífico y bucólico pueblo de la Alemania más profunda, en el que trata de recuperar el tiempo perdido junto a Sauer, su marido fiel y algo asocial, su guardaespaldas sufrido y un pequeño perro carlino que le han regalado al despedirse de la cancillería con la noble intención de que los paseos diarios metan en cintura sus kilos de más y al que, menos noblemente, han bautizado con el nombre de Putin.

Pues bien, la gracia de todo este ingenio se encuentra, al menos en este primer volumen, en que la pacífica y bucólica vida rural se ve alterada por un supuesto crimen al poco de la llegada de Miss Merkel. Y, claro está, algo aburrida y necesitada de emociones fuertes, toma por su propia cuenta las riendas de la investigación, tratando de emular a los sabuesos clásicos del género como Poirot o Holmes, pero tendiendo más bien a una miss Marple teutónica.

Sin duda, muchas de las referencias a la canciller tienen que resultar evidentes para cualquier lector alemán, pero no tan obvias para los que solo la hemos visto periódicamente en los telediarios y poco más. Esto, lejos de ser un inconveniente que nos hará perder alguna ironía de Safier, nos permite creer de forma más convincente en el personaje, al separar la Merkel real de esta anciana amiga de las tartas de manzana y los crímenes de sobremesa.  

Es, por tanto, mérito de Safier el lograr que el texto resulte totalmente inteligible para cualquier lector, en parte porque la trama sigue, con mezcla de homenaje y plagio al mismo tiempo, los pasos de las obras más clásicas del género. No solo Miss Merkel está apoyada por unos patosos y algo patéticos ayudantes, su marido y el detective, sino que debe luchar con su propia autosuficiencia, reconociendo ocasionalmente que también sus menos dotados colaboradores pueden tener mejores ideas que las suyas.

Y estas referencias se explicitan en el libro con menciones directas a obras como Asesinato en el Orient Exprés de Agatha Christie o las menciones a Sherlock Holmes casi constantes. Pero Merkel no es aún una preclara detective, muchas de sus pesquisas concluyen en fracaso y sus intuiciones se revelan tan falsas como las pistas del presunto asesino. De aquí parten muchas de las situaciones cómicas que marcan el tono general de la obra.

Dicho todo esto, el libro es un notable entretenimiento, y la idea es francamente brillante desde un punto de vista promocional. Safier ha creado un personaje nuevo de uno que ya existe, no necesita dibujar sus rasgos, definir su carácter o subrayar su apariencia física más allá de sugerir algo sobre la monotonía de las chaquetas y pantalones de cintura ancha. El personaje se nos hace entrañable al ver cómo lucha por reconstruir en un pequeño entorno rural su liderazgo perdido, cómo establece paralelismos entre las cumbres de la Unión Europea y el cóctel de bienvenida del noble local, en suma, cómo su experiencia política parece haberle servido tan solo para prepararla para este preciso momento y esta concreta investigación.

Sin duda, Safier juega conscientemente con el oculto deseo del lector de mofarse de un personaje tan célebre y no precisamente simpático, que se lo pregunten a los griegos. De poner a su protagonista en situaciones comprometidas, en contextos en los que se humaniza su figura aún a costa de hacerla desdecirse de alguna de sus convicciones políticas.  

 


 

Y aquí se abre inevitablemente la duda de si todo esto hace el libro más interesante para los lectores no alemanes que para los que tienen una experiencia de la canciller de primera mano. De si estos serán capaces de separar sus opiniones políticas de su juicio sobre este detective aficionado. Y, del mismo modo, uno se pregunta qué ocurriría si este libro trajese consigo una franquicia similar para políticos de otro país, y cuáles serían los más probables candidatos entre nuestros ex dirigentes.

Y tras pensar un poco, la verdad es que cualquiera de los candidatos, en su cierta fatuidad y distancia, en su frialdad y soberbia, harían un estupendo papel cómico, aún a costa suya. Quién no pagaría por ver a un Zapatero, un Aznar o un Rajoy tratando de encontrar al asesino del dueño de un comercio de telas de Ciudad Real, sin ir más lejos, poniéndose en evidencia, rebajados al trato con mundanos y no siempre amables ciudadanos que han sufrido sus políticas, que escapan del atrezzo que los equipos de propaganda que organizan en torno a sus confundidos líderes.

 

Porque, en el fondo, todo político que deja su cargo, y que vive de lo que fue (sea o no Registrador o conferenciante de  astronómico caché) siempre tiene ese aspecto medianamente ridículo y patético, esa creencia de que realmente llegó a donde llegó no por los votos recibidos sino por la valía personal, ese punto de engreimiento fatuo que tan bien les encaja a todos ellos.

  • Miss Merkel. El caso de la canciller jubilada ha sido publicado por la editorial Seix Barral el pasado 2021 en la colección Biblioteca Formentor, con traducción de María José Díez Pérez. Como se ha dicho, el libro se lee de manera sencilla, entretiene y permite establecer paralelismos curiosos entre la política germana y otros ilustres compañeros de profesión. La trama es lo bastante liviana como para que no se ponga a prueba la perspicacia del lector a la hora de destripar el crimen y anticiparse a la venerable Merkel, porque el disfrute no está en destapar al asesino, si lo hubiere, sino en seguir los pasos de Merkel haciendo tartas de manzana, agachándose para recoger las cacas de Putin, contándonos cómo se enamoró de Sauer o ayudando a su alelado guardaespaldas a superar sus traumas de amor, quién se lo iba a decir.

 

 

6 de noviembre de 2022

La séptima función del lenguaje (Laurent Binet)


 

Laurent Binet es toda una figura de las letras francesas con apenas tres novelas publicadas. Su primera obra, HHhH, fue reconocida con el Premio Goncourt de Primera Novela, mezclaba el género novelesco con la investigación para describir el atentado contra Reinhard Heydrich en Praga, donde el autor había vivido un tiempo.

 

Pero en este caso, veremos su segunda obra, La séptima función del lenguaje, publicada por Seix Barral con traducción de Adolfo García Ortega. Este trabajo también ha recibido diversos reconocimientos y premios así como reseñas muy favorables.  

Comencemos ya. Según Roman Jakobson, el reputado lingüista ruso, el lenguaje presenta seis funciones que lo definen y determinan. Entre éstas se encuentran algunas como la poética, la expresiva o la metalingüística. No obstante, se puede plantear la hipótesis de una séptima función que consistiría en la consecución de un resultado por su mera enunciación. Esto es, igual que en la Biblia, Dios dice: “Hágase la luz” y la luz se hizo. En otras palabras, podría existir una séptima función que permitiera a su conocedor lograr todos sus objetivos, convencer y, por tanto, disponer de las voluntades ajenas, convertirse en el demiurgo de la palabra.

 

Y es esta séptima función, sugerida o intuida por Jakobson la que parece haber sido descubierta y desarrollada para su puesta en práctica por Roland Barthes, un crítico literario y semiólogo francés. Barthes es atropellado en extrañas circunstancias en 1980, justamente después de un almuerzo con François Mitterrand, candidato a la Presidencia de la República Francesa. Hay quien sospecha que la muerte del semiólogo no es accidental y que trae causa de sus investigaciones y de ese almuerzo en el que presumiblemente ha dado a conocer la potencia de esta nueva función y sus virtudes a un aspirante a la Jefatura del Estado con un amplio programa de reformas que requerirán importantes consensos y enfrentarse a una dura resistencia.  

 

La trama detectivesca en torno a este accidente y sus posibles móviles es lo que estructura toda la obra, pero lo que la da relevancia y diferencia de cualquier otro thriller policíaco, es la comedia humana que subyace a ese mundo intelectualizado de la Francia de finales de los setenta y primeros ochenta. Ese mundo tan admirado por otros tantos intelectuales extranjeros aún en nuestros días pero que aquí queda dibujado como una mundana confluencia de egoísmos, miserias y bajezas, traiciones y vacuidad, pose e hipocresía.

 

Bayard es el agente encargado de la investigación del presunto atropello. La elección no es muy afortunada ya que el detective no está especialmente preparado ni formado para comprender las tareas a las que se dedicaba Barthes, ni sus posibles asesinos. Tampoco tiene un bagaje cultural que le permita abordar con solvencia, o ganarse el respeto, de los personajes de esta secta cultural que, durante la segunda mitad del pasado siglo, conformaron gran parte del modo de pensar que aún hoy perdura. 



 

El autor ha aprendido de los best-sellers de intriga, los que conjugan las tramas trepidantes en las que se entrecruzan las nuevas tecnologías con las sectas y cofradías secretas que emergen de un pasado remoto y desconocido salvo para los iniciados. Y aquí, el cicerone que ayuda a cruzar este cenagoso mundo académico, con sus infinitos matices y sus guerras soterradas o declaradas será Herzog, un joven profesor de Literatura con los conocimientos suficientes para guiar a Bayard por esta jungla ignota. La tensión y roces entre ambos personajes, arquetipos del pensamiento conservador y el de izquierdas, toma un importante en la novela, en la que, de alguna manera, se advierte una evolución en el pensamiento de ambos, una permeabilidad que les hace madurar intelectualmente, una especie de pareja al modo de otras tantas de la Literatura, perfectas para poner el punto y el contrapunto a cada situación.  

 

Pero lo que aleja a La séptima función del lenguaje de una mera novela de intriga es la combinación de ficción y realidad, la aparición de hechos reales como el propio atropello y muerte de Barthes en extrañas circunstancias, el atentado de la estación de Bolonia o la campaña electoral para la Presidencia de Francia. También el que los personajes que aparecen sean en su gran mayoría famosos intelectuales como Althusser, Derrida, Aragón o Bernard-Henrp Lévy.   

En muchas ocasiones, las explicaciones de Herzog no son bastantes para un lector no familiarizado con esta rama del conocimiento lingüístico o filosófico, y en otras, tan solo sirve para espolear la búsqueda de más información, de referencias, en las que se descubre que gran parte de lo aquí relatado, de las conversaciones, los odios y rivalidades son reales, que el trabajo de Binet ha sido ingente pero que ha logrado empacar toda esa información en una trama que se lee sin pausa, que avanza de manera natural pese a los numerosos interludios y que deja en el lector el inapreciable deseo de que el libro se prolongase más allá del último capítulo.

 

En este caso, uno se cree tentado de apostar a que el autor ha querido escribir su propia versión de El nombre de la rosa, lo que no sería de extrañar puesto que Umberto Eco es precisamente uno de los personajes de La séptima función del lenguaje.Y la comparación no es superflua puesto que Binet combina conocimiento y habilidad literaria con suficiente maña como para asombrar a sus lectores con la misma eficacia que mostró Eco en su primera novela. Un talento que confiamos en que también haya quedado de manifiesto en su tercera obra, Civilizaciones, aunque esto quedará para otro día.

     

 

 

 




1 de febrero de 2016

Ha Vuelto (Timur Vermes)



Se habla mucho recientemente sobre la publicación en Alemania de Mein Kampf tras largos años de prohibición y clandestinidad. Las opiniones son variopintas. Hay quienes cree que el peligro potencial de la obra está latente, que las fuerzas del Mal pueden desencadenarse nuevamente con furia. Por el contrario, los hay que opinan que la prohibición es cosa del pasado, que la madurez de Alemania puede asimilar un encuentro con su pasado más odioso.



Lo que parece claro es que el libro  carece ya de todo potencial incendiario más allá de esta perecedera discusión que ha desatado su publicación. Hay un desfase evidente entre el discurso del libro y la realidad actual alemana no se parece demasiado a la de entreguerras, humillada en Versalles, inestable políticamente, con un peso de las clases rurales y tradicionales muy importante.



Tampoco la dialéctica hitleriana parecería hoy capaz de enardecer a las masas, más bien lo contrario, la demagogia de nuestros días busca otros estilos, otros modos. Además, aquí hablamos de libros, y no es el papel el medio más atractivo para iniciar una revolución cuando pocos leen lo que excede de 140 caracteres y, a decir de los expertos, Mi lucha no está precisamente bien escrito.

               

Pero nada de ello quita fuego al mensaje que subyace en las páginas de Mein Kampf.  El peligro sigue aquí, agazapado a la espera de su oportunidad, como siempre lo ha hecho. Ésta es la tesis de Ha vuelto (Ed. Seix Barral 2013 traducción de Carmen Gauger), el inquietante e increíblemente divertido relato de Timur Vermes en el que pone encima de la mesa los peligros reales de una ideología que parece extinta, o no.



La trama es fácil de desvelar. A comienzos del siglo XXI, en un descampado de Berlín, próximo a la antigua Cancillería del Reich, Hitler recobra el conocimiento. El olor a gasolina que impregna su uniforme le ayuda a recordar dónde está. Lo primero que le extraña es la ausencia del estruendo de los obuses soviéticos o de edificios en ruinas. Por contra, solo ve construcciones algo toscas pero firmes y recientes. Unos niños se le acercan y el Führer comienza a vislumbrar la realidad de nuestros días en sus extrañas ropas o en el modo tan irrespetuoso en que hablan pareciendo no reconocerle. Al fin, sale del descampado y se adentra en el Berlín moderno, el de las grandes plazas y los edificios de arquitectos de renombre que han ocupado el lugar dejado por las ruinas de la guerra.




  
Hitler es atendido por un quiosquero cuyos orígenes raciales no son precisamente arios y que le toma por uno de tantos imitadores. El joven pronto descubre que el Hitler que ha adoptado, al que alimenta y que de hecho se instala en su quiosco a falta de mejor hogar, se ha metido tanto en su papel que es incapaz de renunciar a hacerse pasar por Hitler, expresándose siempre con vehemencia y negándose a facilitar su verdadero nombre más allá de la lacónica respuesta de rigor: Adolf.
.

Y ésta es la desgracia que deberá afrontar Adolf, pocos parecen tomarle en serio, ni siquiera los inmigrantes que regentan una tintorería a la que lleva su uniforme le temen, al contrario, le piden un autógrafo. Todos ven en él a un imitador más, tal vez al mejor, una réplica perfecta de las maneras, las palabras y las ideas del dictador. De este modo, el protagonista de la novela puede expresarse como el verdadero Hitler que es realmente, sin importunar las conciencias ni levantar ampollas; se supone que es un cómico, y sus exabruptos levantan sonrisas aunque no logren desactivar el mensaje. La libertad de expresión le ampara.



Pronto es “descubierto” por los directivos de una cadena de televisión que le contratan como humorista. Hitler se adueña del nuevo medio, se familiariza con las nuevas tecnologías y se hace viral en las redes sociales. Las campañas para prohibir el programa que presenta solo logran aumentar su popularidad.



 Las escenas hilarantes se suceden, como aquella en la que acude rodeado de cámaras a la sede del partido que dice inspirarse en su ideario y al que ridiculiza por su escasa voluntad y capacidad para inspirar al pueblo alemán los verdaderos valores nacionalsocialistas. También resultan brillantes los pasajes en los que el protagonista interpreta la realidad de los tiempos modernos en clave de los años treinta, como cuando interpreta la abundante presencia turca en las calles de Berlín como consecuencia de la política de alianzas que él mantuvo con el antiguo imperio otomano.



Pero este Hitler también encuentra conexiones entre su pensamiento y el ecologismo, su pasión por la naturaleza y paisajes alemanes y su desdén por el capitalismo consumista que dedica recursos a cuestiones ajenas al interés del pueblo alemán, le llevan a tomar de cada ideología aquello que le conviene, ofreciendo un cóctel en el que cada cual pueda tomar la parte que le interese y así sumar adeptos.



El Hitler que nos presenta Timur Vermes no es solo el odioso dictador de la historia. Es también un ser humano capaz de sentir ternura por su secretaria, una joven de estética siniestra, a la que da consejos en su romance con un trabajador de su programa, del que también se convierte en consejero amoroso, aún reconocimiento su escaso conocimiento de la materia y emocionándose recordando a Eva Braun.  



En suma, Ha Vuelto nos ofrece un Hitler que, al igual que a los personajes con los que se cruza en la novela, no despierta nuestro rechazo visceral, que resulta cómico en su modo de interpretar la realidad, hasta parecer un pobre tarado por el que sentir lástima.



Y ésta es la fuerza de la novela, el hecho de que caemos cautivados por un personaje hasta el punto de olvidar lo repugnante de su pensamiento, tal vez en proceso similar al que pasaron muchos alemanes que en su día le dieron su apoyo y que no pudieron (o no quisieron) dar marcha atrás.

 



El libro pone de manifiesto las debilidades de nuestra sociedad, las grietas por las que dejamos resquicios para que se asienten semillas que resultarán difíciles de arrancar. Así, la frivolidad que parece haberse convertido en el principal motor de gran parte de nuestros actos, o la defensa de las libertades para quien pretende suprimirlas, la escasa firmeza ante la radicalización del discurso exaltado y así sucesivamente. 


La lectura de Ha Vuelto resulta extraña y ambivalente, planteando infinidad de preguntas, muchas de ellas sin respuesta. ¿Es posible que se repita en nuestros días el mismo fenómeno que conoció la Europa de entreguerras? ¿Creemos haber aprendido de los errores del pasado al tiempo que volvemos a caer en los mismos? ¿Dónde está, o debería estar, el límite para el discurso exaltado, el que incita al odio o a subvertir el acervo común?


La novela no está hecha para responder a estas preguntas, tan solo para formularlas. Desde luego, Ha Vuelto cumple con creces este propósito y al tiempo, reconozcámoslo, es una divertidísima lectura.