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10 de octubre de 2025

La ciudad sin judíos (Hugo Bettauer)



Las novelas en torno a la Shoah y el nazismo forman un género en sí mismas, muy apreciado por los lectores. Estas obras suelen ser bastante conocidas y accesibles y cuentan con notables propagandistas y fieles prescriptores, de ahí que el género parezca no tener fin. Por eso, sorprende notablemente que La ciudad sin judíos (Hugo Brautter), publicada por Cátedra con traducción de Miguel Ángel Vega Cernuda, no sea célebre, ni tan siquiera muy conocida, más bien lo contrario, ni siquiera en su país de origen, Austria.


A su favor tiene el tratarse de un texto breve, de muy fácil lectura, sin especiales complejidades estilísticas. No debemos olvidar en este punto el enorme mérito de esta edición de Cátedra. La breve extensión de la novela queda compensada por el abundante texto introductorio que aborda este libro desde muy diversos puntos de vista. La obra del autor, sus adaptaciones fílmicas, las implicaciones políticas, el asesinato del autor, el éxito de ventas, la caída en el olvido, la traducción, las relaciones de ida y vuelta entre las letras castellanas y las austríacas, etc. Asimismo, las notas son abundantísimas, tal vez excesivas al detallar cada mínimo aspecto que el autor cita, sea una calle, un modismo austriaco, un periódico, un personaje célebre, un edificio, un monte o un recodo de un río.


Pero el principal pensamiento que le viene a la mente a uno tras concluir la lectura de esta novela es cómo ha podido pasarle inadvertida por tanto tiempo. Y es que, al margen de la calidad del texto en sí a la que luego nos referiremos, esta obrita tiene todo para ser un título reconocido y leído por un público siempre ávido de lecturas en torno al judaísmo y la Segunda Guerra Mundial.


Comencemos por su argumento. En la Austria posterior al desmembramiento del Imperio austrohúngaro, la necesidad de recuperar el orgullo herido, de evocar una grandeza pasada que la estrechez territorial a que ahora se ve reducida es una afrenta continua y en la que la hiperinflación deja maltrecha la economía, los políticos mayoritarios encuentran una fácil solución: expulsar a todos los judíos, practicantes o asimilados, descendientes incluidos, incluso los convertidos al cristianismo y bautizados, de modo que la pureza de la raza cristiana se convierta en el factor aglutinador que permita dar el salto a una nación ávida de recuperar esplendor y riqueza de manera rápida y sencilla.

 

Evidentemente, las motivaciones raciales, la secular desconfianza, la acusación velada de que los judíos no penan por la crisis igual que los honrados austriacos cristianos, no esconde que esta migración forzosa y repentina viene acompañada por la expropiación de facto de todas las riquezas y propiedades judías, incluyendo empresas, grandes o pequeñas.

 

Pero los planes mejor trazados a menudo se tuercen y pronto se ve que los empresarios que sustituyen a los judíos no son tan avezados, que la crisis internacional golpea aún con mayor crudeza a Austria que ha perdido parte de su apoyo financiero internacional que lograban los judíos con sus empresas multinacionales. Pronto se ve que la vida, no solo en lo económico, también en lo mundano, decae y que las turbas, tan fáciles de manejar como complicadas de controlar cuando se vuelven contra uno, pronto buscarán culpables de las consecuencias de una decisión no muy bien meditada.

 

Continuemos por el contexto histórico de la obra. Ésta fue publicada en una fecha tan temprana como 1924, es decir, cuando los nazis apenas eran vistos como una facción más de los múltiples extremistas que trataban de obtener rédito político del descontento popular por la pérdida de la guerra en todos los países de habla germánica, así como por las terribles consecuencias de la crisis económica, acuciada por las indemnizaciones y desmantelamiento industrial que llegaron tras la firma del Pacto de Versalles.

 

Llegamos ya al autor, Hugo Bettauer un polemista, escritor de éxito, judío por más señas, que supo ver como nadie antes cuáles serían las dinámicas que paso a paso seguirían los miembros del NSDAP, los propagandistas de Goebbels, las camisas pardas de las SA. Todo esto lo vio con terrible premonición, o al menos lo puso por escrito, tal vez para conjurar sus miedos, tal vez para tratar de alentar una reacción que hiciera imposible su visión.

 

Pero Bettauer encarna de otro modo la tragedia que se cerniría sobre el pueblo judío. Su fama y posición militante le llevaron a ser asesinado poco después de la publicación de esta obra, es decir, Bettauer fue una de las primeras víctimas del nazismo en Austria y pagó por su denuncia, la que el lector tiene ahora entre sus manos.

 



 

Continuemos con los aspectos más formales de la obra. Ésta es breve, amena, muy ligera pese a que el tema parece de difícil tratamiento. Pero esa liviandad no deriva tanto de la maestría de Bettauer sino más bien de su manejo sencillo, casi simple, del argumento. La trama es sencilla y lineal, apropiada para los libros publicados a modo de folletines y que se vendían a miles en los quioscos de toda Austria. No se buscaba la maestría formal, tan solo la inmediatez y el entretenimiento. Pero aquí Bettauer nos ofrecía algo más, una advertencia, una señal que traía la imagen de un futuro que muchos leerían más bien como ciencia ficción.  


Los aspectos más generales del argumento tienen su correspondiente trama a nivel individual, en forma de una pareja de enamorados que han de separarse por esta incomprensible expulsión. En suma, la obra no es excesivamente meritoria, aunque sin duda, tampoco lo son muchas de las que abordan el tema judío. Así pues, ¿qué es lo que hace que este libro no sea más conocido, aunque solo sea por su carácter casi profético?.

 

Tal vez la razón se encuentre en la solución que propone el autor, ese desenlace happy-end con el que rebaja de golpe toda la gravedad y denuncia que se esconde bajo el planteamiento argumental. Pero, sin duda, este reproche es injusto y solo cobra todo su sentido desde nuestros días, desde nuestro conocimiento de lo que estaba por llegar. No podemos aceptar que, tras una conciencia tan reveladora, Bettauer no nos hable de cámaras de gas, de campos de exterminio y carteras hechas con piel humana. Por el contrario, en esta página se destila un humor e ironía que nos extrañan, precisamente porque creemos que este tema está reñido con esa ironía, porque no podemos aceptar un final feliz sabiendo que éste nunca llegó y que la inocencia del autor rebaja el don de la adivinación y presciencia que le atribuimos al leer las primeras páginas.

 

Sin embargo, Bettauer pagó con su vida por poner de manifiesto tendencias que se harían realidad en poco tiempo. Como tantas veces hemos comentado en estas reseñas, lo que seguramente más enfurecía a sus detractores era el humor. Los políticos partidarios de la expulsión de los judíos son retratados como torpes burócratas, borrachos, simples y codiciosos. Explicitan el deseo de expulsar a los judíos porque estos son mejores, más inteligentes y capaces que ellos, una competencia desleal en suma. Un supremacista tolerará pocas cosas, pero la burla no es una de ellas.    


La ciudad sin judíos es una lectura extraña por tanto, que nos gusta y nos causa incomodidad al tiempo, que nos coloca ante unos hechos tan reveladores y bien argumentados que casi olvidamos que en 1924 nadie parecía capaz de anticiparlo, pero si Bettauer lo hizo, tal vez todos pudieron, todos debieron poder hacerlo, ….. Muchas preguntas, escasas respuestas que Bettauer no nos pudo dar.





 





21 de septiembre de 2025

Frankenstein en Bagdad (Ahmed Saadawi)

 

¿Puede un monstruo hecho de cadáveres ser más humano que quienes lo rodean? Frankenstein en Bagdad de Ahmed Saadawi no revive solo el mito de Shelley: lo injerta en una ciudad destrozada por bombas, venganzas y ausencias. El resultado es una criatura literaria tan perturbadora como necesaria, espejo de un Irak donde lo fantástico se confunde con lo cotidiano y donde la verdadera pesadilla no es el monstruo, sino la realidad.

Frankenstein de Mary Shelley es un monstruo que surge del temor a los avances científicos, una chispa eléctrica que pone en pie todos los temores de un tiempo que se asoma al milagro de crear vida al margen del Creador y que, por tanto, ha de expiar esos pecados.

Pero nuestros días ya han conocido esos milagros biológicos o, al menos, conviven con la certeza de que están al alcance de la mano, y las cuestiones éticas quedan muy lejos de la opinión de la mayoría. En franco contraste con este futuro de promisión, muchos países viven entregados a otros miedos, más clásicos y conocidos: los miedos de siempre.

Un coche bomba arranca la vida de los niños (siempre hay niños en las calles de estos países), y sus madres gritan y se golpean el rostro porque está en nuestros genes enterrar a nuestros padres, pero nada nos prepara para enterrar el cuerpo de nuestros hijos. Y los padres, que siempre parecen llegar más tarde al lugar de los hechos, vociferan exaltados contra el culpable, directo o no, de la matanza, clamando venganza porque, en nuestra base tribal, todo daño recibido se paga con daño infligido: una justa equidad con milenios de tradición.

Y si no es un coche, será un registro armado de la vivienda que la destroza, expone las miserias a ojos extraños, avergüenza a los ancianos y a las mujeres. Y si no fuera esto, sería un ataque mal medido, un daño colateral, una bala perdida o una persona que desaparece sin más; no se sabe si por voluntad propia, para cumplir el mandamiento de la venganza, o privada de voluntad por haber estado, sin más culpa, en el lugar equivocado.

Y si todo esto no bastara, sería la falta de electricidad o su suministro intermitente, la falta de alimentos, la basura en las calles, la destrucción de hospitales y escuelas o la más absoluta pérdida de valor de la vida humana.

Porque todo esto sufren los personajes de Frankenstein en Bagdad (Libros del Asteroide, traducción de Ana G. Bardají), sin duda una de las mejores novelas que he leído recientemente, y que recrea de un modo original y hermoso el mito de Prometeo.

Se puede definir este libro como una obra coral en la que diversas tramas argumentales se cruzan como el dédalo de las calles de un bazar persa. La arteria principal la forma Hadi, buhonero en los lindes de la sociedad que, llevado por una misión que no alcanza a comprender, recoge restos humanos de los infinitos atentados que destrozan Bagdad para ir construyendo un cuerpo formado por todos esos desechos que los equipos de limpieza han olvidado, tal vez bajo un coche o más allá de la verja de un parque. Su idea es entregar el resultado final a las autoridades médicas como representación de todos los cuerpos insepultos que el conflicto deja a diario.


Sin embargo, por medios increíbles, la vida encuentra acomodo en el cuerpo parcheado de restos humanos. E insuflado de vida, el Sin Nombre, que es como Hadi lo llama, comenzará otro siniestro periplo para cumplir un destino no previsto por su creador.

Decidido a vengar la muerte de cada uno de los que han aportado alguna parte de su cuerpo al conjunto, el Como-se-llame emprende una cruzada que sólo concluirá cuando el último pedazo de carne que porta haya encontrado su justa compensación. Y para ello, amparado en una fuerza ciclópea, impropia de lo abigarrado de su cuerpo y de su naturaleza inmortal, inicia su tránsito terrenal en el que arrastrará a muchos otros.

Y en ese camino, mezcla de insensatez y locura, el Como-se-llame recorre el barrio de Karrada, en el que sus habitantes forman una comunidad heterogénea. Elisheva, una anciana cristiana que habla con el San Jorge de un cuadro colgado en su salón, implora el regreso de su hijo, desaparecido en la guerra con Irán. Una vecina envidiosa pero caritativa odia por encima de todo al arribista que se está haciendo con la mayoría de las casas del barrio, amenazando a sus ocupantes o engañándolos, aprovechándose del clima de violencia y terror en que viven todos ellos.

La brutal actualidad no es ajena a la novela, sacudida por los atentados y por la presencia de facciones que luchan por el control de barrios o incluso de una simple manzana, aún a costa de la vida de los pacíficos habitantes que no pueden confiarse a las fuerzas de un Estado que no solo es débil y está intervenido por las autoridades ocupantes, sino que refleja en su interior todas las contradicciones que Irak arrastra desde su independencia, tal y como da cuenta el coronel Surur.

Los soldados estadounidenses aparecen y desaparecen de manera casi caprichosa por los escenarios de la desgracia. Siempre sin rostro, siempre sin nombre: una fuerza mecánica, como rambos de atrezo, meros figurantes que carecen de personalidad y vestigio humano frente al Como-se-llame, no Ahmed Saadawi, sino el narrador de la novela, es un narrador caprichoso que, de un modo similar al de Cide Hamete Benengeli, nos desvela lo que le ha sido revelado por otras fuentes y entremezcla su narración con las mil y una historias que inventa Hadi, ese Homero que trata de buscar cordura en un mundo tan lleno de brutalidad y falto de sentido como pudo ser el de los aqueos.

Pero no hablamos de un tiempo pasado hace casi tres milenios, sino de nuestros días extraños, en los que se mezcla una ciudad atenazada por el miedo y la violencia, apenas sin suministro de agua potable, pero en la que muchos de sus habitantes disfrutan de un smartphone con el que consultar internet.

Y es en este tiempo extraño, pero a la vez tan parejo al de la Antigüedad, en el que se puede atribuir al Como-se-llame todos los sueños y esperanzas, o los temores y remordimientos que cada uno quiera atribuirle, porque lo inalcanzable e inexplicable tiene ese poder: el de un mito compartido en el que cada uno encuentra la explicación que le quiera atribuir.

El relato de Saadawi se mueve en esa fina línea en la que la crudeza y violencia que describe se suaviza por un genio narrativo deslumbrante. Su sabiduría para combinar los personajes más humanos y creíbles con un tono que se acerca al realismo mágico de autores como Rushdie hace de Frankenstein en Bagdad un libro memorable que nos hace recuperar el gusto por una lectura que ansía devorar capítulo tras capítulo, al tiempo que lamenta acercarse al final de la historia.

La triste realidad iraquí y las penurias de sus habitantes son un desaliñado decorado para esta obra maestra que, sin duda, el autor habría preferido no escribir. Pero su brillo literario nos permite acercarnos a una realidad desde una perspectiva más cierta y humana que la de cualquier titular del telediario, apenas quince segundos de sangre y terror. Aquí, por el contrario, la rabia y el dolor, la esperanza y la crueldad encuentran un mejor reflejo, puesto que la literatura es, a muchos efectos, el mejor espejo de una realidad cuando esta nos es negada por otras vías.

Y quizá por eso este Frankenstein moderno no provoque miedo, sino comprensión. Porque el verdadero horror no está en lo fantástico, sino en lo cotidiano: en una ciudad que sangra, en unos cuerpos mutilados, en una justicia imposible. Frankenstein en Bagdad no es solo una novela poderosa, es también una elegía política, una meditación moral, una advertencia universal.

 

 

28 de febrero de 2025

Sueños olvidados y otros relatos (Stefan Zweig)



Stefan Zweig fue un escritor que entendió como pocos el alma humana y sus contradicciones. Su prosa envolvente, su capacidad para ahondar en las emociones más recónditas y su mirada nostálgica hacia un mundo en desaparición hacen de cada uno de sus relatos una pieza inolvidable. En Encuentros entre libros, Zweig nos lleva de la mano a través de cinco historias donde el amor, en sus múltiples formas, se convierte en el eje central de la existencia. Desde el fulgor del primer amor hasta la desolación del exilio y la pérdida, cada relato nos recuerda por qué este autor sigue cautivando a generaciones de lectores.

 

 

Toda la obra de Stefan Zweig está ganando un prestigio considerable entre los lectores gracias a la labor editora que ha llevado a la publicación en los últimos años de casi toda su obra literaria, ensayística, correspondencia, diarios,innumerables biografías y estudios sobre el autor austriaco.

 

Es en este contexto en el que se encuadra la publicación por la editorial Alba de este pequeño volumen que recoge cinco relatos de Stefan Zweig no muy conocidos con la excepción de Mendel, el de los libros. Todos ellos guardan un punto de conexión en torno al amor en sus más diversas y amplias acepciones.

 

Se trata de una colección que pone a prueba la habilidad del autor en el género del relato, tanto en su versión más reducida cómo en aquella en la que la extensión le acerca al formato de novela breve. Pero en ambos extremos Zweig se mueve con soltura y sabe captar la atención del lector con una aparente desenvoltura que empuja a pasar las páginas a un ritmo trepidante pese a que sus tramas no son especialmente afectas a los tiempos en que vivimos y dejan un regusto a un pasado moroso en los detalles y aplicado en la elección precisa de cada palabra, cada adjetivo empleado para describir unos sentimientos que nos sorprenden por lo contenido y profundo.


El primero de los relatos aborda el tema del primer amor, el que nace con la inocencia e ideales de la juventud, el que se cree eterno y pleno de sentido, el que desdeña los convencionalismos y la timoratería de la sociedad adulta. Ese amor que, sin embargo, cuando queda atrás, como siempre lo termina haciendo, no son muchos los primeros amores que terminan siendo únicos, se ve con cierta vergüenza y condescendencia. Nos coloca en una posición incómoda y puede llegar a ser negado y borrado de nuestra memoria hasta que algún viento venido de lejos remueve las ascuas, no sabemos con qué consecuencias.  


El segundo relato aborda el amor imposible, el que no se atreve a expresarse por la certeza del rechazo. Sea por las diferencias de clase, por la timidez del amante o por la absoluta indiferencia del ser amado. Lo cierto es que este amor se lleva por dentro con un dolor trágico que no siempre tiene un feliz final. Tal vez sea el relato más estereotipado de los cinco aquí recogidos, pero en todo caso, Zweig sabe darle un toque distintivo, y casi un sentimiento holístico, tal vez exagerado en su trágico desenlace pero eficaz en el devenir de la narración, siempre atenta a cada pequeño aleteo de unos sentimientos exacerbados.


Pasamos al tercer relato, una interesante historia sobre un imposible triángulo amoroso entre un joven y dos de sus primas con las que convive en una casa solariega durante un verano de juventud. Como suele ocurrir, el joven se enamora de la prima equivocada y es, al tiempo, objeto de adoración de la segunda. ¿Cómo afrontar una situación en la que parece fácil tomar a quien nos ama, pero para lo que se requiere renunciar a quien amamos? Una elección no siempre fácil, menos aún cuando estamos movidos por el juvenil ardor que no permite medir correctamente nuestras propias fuerzas y las intenciones de quienes nos rodean.  


Pero entramos ya en los mejores relatos del volumen. Hasta aquí, estamos en los términos de un amor convencional, esperable en los relatos al uso. Sin embargo, en la cuarta historia nos encontramos con un joven pupilo que siente una devoción inquebrantable por su viejo profesor, que parece regalarle una confianza desusada, lanzándose incluso, ante las súplicas del alumno, a retomar los trabajos de su gran obra nunca concluida. Pero no es solo lo académico lo que se entremezcla en este relato. La esposa del profesor, más joven que éste, entra en escena con una ambigüedad calculada ante el desconcierto del joven. No podemos desvelar más sobre la historia, pero sí asegurar al lector que lo que tendrá por delante si lee el relato poco puede parecerse a lo que deja entrever esta breve introducción. El radical planteamiento de Zweig, casi impensable en aquella época, nos deja un sentimiento de sorpresa y una visión sobre este autor del que creíamos conocer casi todo.


El quinto relato nos cuenta la historia de un burgués adinerado en una pequeña ciudad alemana, aficionado al arte, que ha logrado acaparar una extensa colección de antigüedades de todo tipo y valor. Al pueblo llega un marchante de Berlín con la intención de tratar de engañar al anciano y hacerse, por un módico precio, con alguna ganga. Lo que allí encontrará le deja anonadado. El relato es una excelente visión de la pesadumbre y desesperanza que se cernió sobre la derrotada Alemania tras la Primera Guerra Mundial. Toda la crudeza y desolación del conflicto llega a esta pequeña ciudad y sus terribles consecuencias son la causa de la sorpresa del marchante.


Pero llegamos aquí a la obra maestra de esta colección, sin duda, de lo mejor escrito jamás por Zweig, Mendel, el de los libros. Mendel es un judío oriundo de la Galitzia oriental. Huyendo de los pogromos, llega a Viena donde se establece en un café para desarrollar su trabajo, mezcla de mercader de libros de segunda mano, conseguidor de obras totalmente inencontrables y, por encima de todo, apasionado divulgador de todo su vasto conocimiento sobre ediciones, precios, catálogos, colecciones privadas, hasta el punto de ser más eficaz que el mejor archivo de biblioteca concebible.


Mendel vive por y para sus libros. Sus ropas son miserables, su alimentación paupérrima, pero su pasión infinita. A él acuden quienes deben consultar obras sobre temas que nadie parece conocer, él se encarga de localizar los libros que los más afamados bibliotecarios de Viena dan por desaparecidos o atribuyen a meras leyendas. Mendel vive en su mundo de papel, alejado de cualquier realidad que no esté comprendida en las páginas de un catálogo, una revista o un libro. Por eso, cuando estalla la Primera Guerra Mundial, parece no enterarse, ser ajeno a un conflicto que nada tiene que ver con el motor de su increíble y plena vida.


 

Pero la realidad terminará por pinchar su burbuja. Las desgracias de un extranjero en un país enemigo le muestran que su pacifismo e indiferencia a la política y locura general no le sirven de vacuna, no le protegen de nada. Solo cuando algunos de aquellos a quienes ayudó a completar sus colecciones bibliófilas se interesan por su estado, logra salir del confinamiento que le han impuesto las autoridades. Pero la vida real ya se ha colado como un veneno en su vida que apenas logra recuperar su prestancia previa. Los libros ya no parecen bastar en un nuevo mundo que trata de rehacerse entre las ruinas dejadas por el conflicto, las ilusiones de los jóvenes de comienzos de siglo, como el propio Zweig, sus ilusiones y esperanzas quedan a trás, quedan en un mundo al que Mendel ya no puede volver y que le arrastra con la misma fuerza que va desgranando hechos implacables camino de un nuevo conflicto.


También Zweig, logra prestigio y reconocimiento gracias a los libros, pero esto no le salva de ser considerado un autor degenerado, contaminado por su decadencia burguesa y por su marca judía de nacimiento. Pese a lograr huir de Viena y refugiarse en Londres y, finalmente, huir a Brasil, tampoco allí parece creerse seguro y decide poner fin a sus días. Apenas en el momento en que la guerra está girando sus engranajes a favor de los aliados, justo en el momento en el que millones de personas en toda Europa continental desearían ocupar el cómodo y, hasta cierto punto, holgado exilio, Stefan Zweig deja escrita su última página en forma de nota de suicidio que explica poco, si es que alguna vez estas líneas han servido para explicar algo.  


Tal vez Zweig, como Mendel, sabía que la guerra podría pasar, pero su vida, su mundo había quedado atrás. Todo aquello que amaba, los libros, las ideas que defendía, sus amistades y las naciones en que nació y vivía, todo se desmoronaba al margen del curso de la guerra. Y para no seguir los pasos de Mendel, el de los libros, decidió adelantar el fin de una obra de la que ya creía escrita la parte fundamental.






25 de enero de 2025

Encuentros entre libros (Stefan Zweig)


 

La literatura, esa mágica ventana al alma humana, encuentra en Stefan Zweig a uno de sus más apasionados defensores. En Encuentros entre libros, el genio austríaco nos invita a una travesía única por su universo literario, una mezcla de veneración y análisis que coloca al libro como el vehículo supremo del conocimiento y la emoción. Esta obra no es solo un compendio de ensayos; es una declaración de amor al acto de leer y escribir, que nos lleva desde los grandes nombres como Goethe o Mann hasta los ecos de cuentos infantiles y leyendas universales. ¿Qué significa realmente vivir sin libros? Zweig no solo lo reflexiona, sino que nos lo muestra con la intensidad de quien no podría concebirlo.


La editorial Acantilado continúa con su loable iniciativa de traer a nuestro idioma y lectores actuales la totalidad de la obra de Stefan Zweig, bastante abandonada en esta lengua hasta fechas recientes y ahora hiper publicada con denuncias cruzadas por derechos de traducción, reproducción y demás.

Encuentros con libros forma parte de este empeño y solo podría entenderse a su amparo. El volumen recoge una selección de la amplia obra escrita del autor austríaco reseñando obras ajenas, introducciones a libros de otros escritores, amigos o no,  prólogos, o escritos sobre la importancia de los libros.

Este material tan heterogéneo y desigual ofrece una visión inédita de Zweig que nos acerca a su figura desde una perspectiva totalmente inédita. Cómo veía las obras de sus contemporáneos o qué valoraba en éstas y, por tanto, cuáles eran sus principales valores estéticos e intelectuales en la apreciación de la obra ajena que, de algún modo, deberían verse reflejados en la propia.

Para Zweig la cultura, entendiendo por tal las letras, la música y el arte, eran el sustento espiritual del hombre. Y este sustento nos llegaba fundamentalmente a través de los libros, de ahí lo acertado de la selección del título de este compilado. Porque para Zweig lo que viene a distinguir al hombre de la bestia es esa capacidad de emoción a través del espíritu, la sublimación del intelecto a través de las letras o las imágenes o notas musicales, estímulos para los que se precisa de una formación y capacitación previa.

En dos de los ensayos aquí recogidos, sin duda los más sustanciosos de todo el volumen, se reflexiona sobre esta idea central del pensamiento de Zweig. Así, El libro como acceso al mundo y El libro como imagen del mundo son la cara y cruz de su ideario. Porque los libros, la obra escrita son el perfecto reflejo, la expresión máxima de lo que el mundo es, de manera que podemos afirmar que todo lo humano se encuentra recogido en los libros y estos reflejan, y así deben hacerlo, esa realidad que, de otro modo, nos resulta más inaprehensible. Pero, al mismo tiempo, los libros son el medio de acceso al mundo, cosa lógica si estos son el reflejo de aquél. Por tanto, la palabra escrita es el modo a través del que obtenemos el conocimiento de una realidad que previamente ha sido condensada por nuestros antecesores y coetáneos en sus obras.

En estos textos Zweig nos narra la sorprendente historia del camarero analfabeto de un crucero que le lleva por el Atlántico que le pide que obre como mediador para leer la carta de su enamorada. Zweig se pregunta cómo puede ser la inaudita vida de alguien que no conoce el mundo a través de los libros, que vive a través de lo que sus sentidos, sin filtro estético alguno, pueden informarle. El desconcierto absoluto del escritor queda patente en sus reflexiones al respecto.

No olvidemos que Zweig es el autor de Magallanes, un libro en el que narra la gesta del navegante, tomando cuanta información precisa de libros, sin plantearse la necesidad de experimentar una parte de lo que su biografiado vivió o sin tratar siquiera de ponerse en su lugar más allá de un punto de vista metafórico. Queda claro que para Zweig la experiencia viva es irrelevante al lado de la vivencia que logra a través de los libros.

 

 

Tampoco nos debe extrañar por tanto que, entre reseñas y comentarios a libros de amigos y protegidos como Joseph Roth, también haga su aparición Mahler o El malestar en la cultura de Freud, todos ellos ilustres vieneses, junto a comentarios sobre el Emilio de Rousseau. Y es que para Zweig la escritura no es un mero divertimento o un medio de experimentación vacío. En el escrito aquí recogido sobre el Ulises de Joyce se muestra de un lado escéptico sobre si este libro puede encuadrarse en la novelística como género y le otorga poco recorrido en la historia de la Literatura, si bien, de otro lado, solicita respeto al autor, no nos engañemos, aquí puede jugar el corporativismo, no olvidemos que Joyce residió largo tiempo en la austríaca Trieste, residuo de ese tiempo imperial del ayer, y que el propio Zweig pronto vería cómo sus obras eran acusadas de degeneradas, aquello que más podía aterrorizar a nuestro autor y que sus libros pronto arderían en las hogueras de Bebelplatz. Así también es sobrecogedor su comentario sobre la mejor obra de las letras alemanas recientes, Carlota en Weimar de Thomas Mann, que tiene la desgracia de haber sido prohibida en Alemania, precisamente el país en el que mejor habría de ser comprendida.  

Pero sigamos adelante con estos treinta y cuatro escritos que el editor ha considerado adecuado recoger de manera temática antes que cronológica. La materia es casi tan variada y amplia como lo es la curiosidad del autor austríaco. Así, tenemos una introducción a las obras de Goethe, una figura central en las letras alemanas, otro omnívoro libresco que, sin embargo, tenía una vena más aventurera y empírica que Zweig. Y pese a ello uno cree que nuestro autor sueña de algún modo con poder llegar a emular al genio alemán. Por si acaso, también tenemos otros escritos sobre luminarias menos cegadoras como Heine, Rilke o el agrio Kleist, otro autor admirado también por el contemporáneo Franz Kafka, un prófugo de la vida social con una fuerza literaria que querría tomar como modelo.

También se aprecia el gran influjo de otras literaturas, especialmente la francesa con escritos sobre Flaubert o Balzac, y rusa en especial Dostoievski. Sorprende la aparición de Whitman, tal vez algo ajeno a la tradición literaria centroeuropea, lo que viene a poner de manifiesto ese interés inagotable de Zweig por todo lo impreso.  

Pero no solo de alta literatura vive el intelecto, también en el recuerdo de las primeras letras infantiles encuentra motivos de gozo, redescubriendo obras de los hermanos Grimm o Verne. No olvidemos que para Zweig el libro es siempre útil, puerta de la percepción del mundo. Y ésa es la medida de su valía, siempre y cuando se exprese de manera estéticamente hermosa. Por esto mismo, veremos aparecer en estas páginas Las mil y una noches o las obras de Rabondranath Tagore.

El problema con el que se encontrará el lector será que no podrá contrastar muchas de estas opiniones con referencias propias. Gran parte de los autores reseñados y comentados son ajenos a nuestros días y geografía. Otros, como Goethe, Kleist o Heine parecen algo alejados en el tiempo.

De lo dicho hay que concluir que este libro, por sí mismo, no es sino un regalo para los fanáticos de la obra de su autor, para quienes quieran completar un conocimiento casi enciclopédico sobre el mismo. También se revela como un perfecto complemento a la lectura de El mundo de ayer, esa especie de autobiografía, tanto del autor como del tiempo que añoraba en ese perpetuo pensamiento de que cualquiera tiempo pasado siempre fue mejor.