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7 de diciembre de 2015

El alma de las ciudades (Fernando R. Genovés)



Hay quienes miran pero no ven y quienes oyen pero no escuchan. Es frecuente encontrarlos junto a aquellos que hablan pero nada dicen. Del mismo modo, hay muchos que viajan sin moverse de sus propios zapatos, esto es, sin saber a dónde van ni para qué.

Hemos perdido gran parte del control sobre lo que visitamos y lo que allí hacemos. Comenzando por las ofertas last minute que impiden cualquier tipo de planificación; solo importa el viaje, a donde sea, y cuanto antes mejor, luego ya veremos.

Una vez instalados en nuestro destino, tampoco parece que tengamos mucho que opinar. Se suele recurrir al tour organizado, realmente un viaje relámpago que garantiza una instantánea en los lugares más emblemáticos junto a una somera explicación apta para todos los públicos, plagada de chascarrillos y futilidades. Pero los más audaces, quienes presumen de rehuir al rebaño,  también pueden armarse de esas listas de “imprescindibles” del tipo cinco cosas que no puedes dejar de hacer en Dublín, las mejores compras en la Gran Manzana, planes top para un fin de semana en Roma y similares.

Pero tampoco se debe ser tan crítico. La mayoría no somos los herederos de un acaudalado noble inglés o de un próspero y zafio empresario estadounidense, haciendo el gran tour europeo, sin plazos ni preocupación por los gastos.

La cuestión es, por tanto, decidir si aún es posible que la experiencia viajera sea algo más que una conversación en la oficina a la vuelta de las vacaciones. Si visitar lugares ajenos nos amplía como personas y no se asemeja tan solo a una escapada a un inmenso centro comercial o parque temático.   

Para Fernando R. Genovés, viajar supone un reto: descifrar la esencia del lugar visitado. Y a ello se aplica sin pretender ser un Goethe de los tiempos modernos, pero con la confianza de quien se toma la molestia de viajar en cuerpo y alma. Y es que de alma estamos hablando precisamente porque en su última obra  -El alma de las ciudades  (2015)- Genovés pretende asomarse a lo que trasciende de esos decorados en que tantas veces se han convertido las calles y monumentos de las grandes ciudades del mundo.

A esta tarea también tiene dedicada una página web de valioso contenido (Los viajes de Genovés) que es el germen de este libro.

El alma de las ciudades, como la de las personas, se revela de muy diversas maneras, pero casi siempre se llega a ella más por lo que se oculta que por lo que se nos muestra. El camino no siempre es fácil. Como señala el autor, algunas ciudades le resultan claras e inmediatas, sin embargo en otras, pugna por adentrarse en los recovecos y pliegues en los que se cobija.

La ciudad, como entidad orgánica, tiene alma porque tiene historia, realidad geográfica, ciudadanía diferenciada, arquitectura propia, un sinfín de elementos que forman un todo coherente en el que guarda difícil encaje todo aquello que contradiga esa esencia. Entre este magma confuso y revuelto, hurga Genovés en busca de lo diferente y definitivo, de los rasgos que dotan de personalidad a cada urbe sin caer nunca en el exceso de erudición sino limitándose a aquellos elementales para el fin que persigue.


En el periplo de Genovés encontramos urbes tan emblemáticas como Nueva York, París, Londres o Roma, junto a pequeñas ciudades con un refulgente pasado del que aún guardan memoria y restos que lo atestiguan como Gante, Brujas, Bolonia o Lucerna.

Conocer el alma revelada por Genovés de estas ciudades queda al cuidado de cada lector, pero ejemplifiquemos con el que tal vez me haya resultado el hallazgo más coherente y que mejor define a una ciudad por la que siento especial predilección: Ámsterdam.

Es conocido que Ámsterdam (“El mirador de Ámsterdam” como titula Genovés el capítulo dedicado a esta ciudad), al igual que gran parte de Holanda, fue ganada al mar gracias al trabajo incansable de sus habitantes. Esa victoria de la tierra sobre el mar les empujó a la conquista comercial de los océanos compitiendo con los grandes imperios de la época y haciendo de los Países Bajos una tierra rica que atrajo a innumerables inmigrantes que buscaban prosperidad pero, al tiempo, libertad religiosa y de pensamiento que no encontraban en sus tierras y que pudo florecer en esta ciudad de acogida.

Y esa esencia marinera y abierta, de no ocultar nada y estar prestos para la partida, ha quedado reflejada en los amplios ventanales descortinados de sus casas asomadas a los canales (y no estoy pensando solo en los escaparates del Barrio Rojo), pero también en su cocina, en el ansia por aprovechar cada último rayo de sol en minúsculas terrazas, en una arquitectura que combina lo antiguo con lo moderno sin las estridencias y contrastes propios de otras ciudades europeas.  

Otro ejemplo: De Viena (“La seguridad de sentirse Viena”) se señala su tendencia a  cierto ensimismamiento, a encerrarse, tal vez por su tortuoso pasado, repleto de asedios y amenazas frente al turco o los eslavos, necesitada de una monarquía protectora que se reveló como causa de su hundimiento. De ahí la importancia de ese recogimiento en cafés, grandes palacios y una realidad paralela a ritmo de vals.


Último ejemplo: De Berlín (“Berlín sobre Berlín”) destaca su vitalidad, esa capacidad para resurgir tras desastres tan terribles como la Segunda Guerra Mundial o la separación en dos ciudades que tuvieron el penoso honor de encarnar dos ideas del mundo totalmente opuestas dejando un poso de duplicidad que  bien refleja esa historia alemana, capaz de lo mejor y lo peor.

El alma de las ciudades puede leerse de tirón, capítulo a capítulo, pero también tomando el índice como hoja de ruta que nos ayude a saltar de una parada a otra, según la preferencia del viajero lector. Puede emplearse con gran provecho por quien pretenda visitar en breve alguna de estas ciudades con el fin de formarse una primera opinión o puede leerse tras un viaje por el mero capricho de contrastar las impresiones propias con las del autor.

En mi caso, el libro ha servido para recordar paisajes, confirmar impresiones o modificar opiniones si así procedía (ha sido el caso de Gante) y, en todo caso, para viajar sin salir de casa, varado por otras obligaciones.


Sea cual sea el propósito con el que el lector se aproxime a El alma de las ciudades, se encontrará con una lectura amena y motivadora, que invita a la reflexión (¿cuál es el alma de mi propia ciudad?) y en la que también se podrán encontrar hermosísimas páginas con auténtica aspiración literaria, en la línea ya comentada previamente de su anterior obra Dos veces bueno y todo ello sin olvidar las notables paradojas y juegos de palabras tan afines a Genovés y que forman ya parte indisociable de su escritura.


Entiendo que el libro está aún por concluir, no porque sus páginas precisen de revisión o reescritura, sino porque la pasión viajera de su autor seguro que nos ofrece ampliaciones que sigan la pista de sus itinerarios y gustosos estaremos de seguirlo en el empeño.  



5 de octubre de 2014

Dos veces bueno: Breviario de aforismos y apuntamientos (Fernando R. Genovés)



Que el tamaño no importa es una afirmación que no siempre resulta pacífica, pero Fernando R. Genovés la toma por bandera y reivindica en su último libro publicado (Dos veces bueno, Editorial Evohé 2014) el valor de lo breve, lo corto, lo que ocupa poco espacio físico para así reivindicar sin más artificios lo principal y somero, la urdimbre que sostiene el pensamiento y el vivir.

Dos veces bueno es, como anticipa su subtítulo, Breviario de aforismos y apuntamientos, algo más que una colección de aforismos, pero por ellos comenzaremos siguiendo el curso definido por el autor.  

Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, se entiende por aforismo una sentencia breve y doctrinal que se propone como regla en alguna ciencia o arte.

Bajo esta definición tan imprecisa como sugerente se ha venido inundando el mercado de libros de todo pelaje que recopilan sentencias, pensamientos, ocurrencias y extravagancias de cuanto gran hombre (o no) ha pisado este mundo, sobreentendiendo que estas pequeñas píldoras de sabiduría son capaces de sanar espíritus maltrechos, iluminar nuestros pesarosos días o elevar nuestro intelecto a cotas que aún no vislumbra.

Y, sin embargo, hubo un tiempo en el que este género gozó de un notable prestigio y fue cultivado por autores que lo elevaron a un nivel en el que lo literario y lo filosófico se daban la mano invitando a los lectores inteligentes a una reflexión sobre lo que se escondía tras las breves palabras que actuaban como punto de partida y no como fin de ruta.


Porque esa es la esencia de todo buen aforismo, su capacidad de abrir una perspectiva al lector que le invite a discurrir sobre lo sugerido, lo que va más allá de lo estrictamente dicho. El aforismo debiera ser la expresión visible de un pensamiento del que surge y no un mero fruto ingenioso en busca de un pensamiento que lo justifique.

Y, bajo esta premisa, es reconfortante descubrir que el aforismo sigue contando con hábiles artesanos en nuestros días y que esas breves sentencias continúan ejerciendo el poder de disparar la curiosidad y la autoexigencia del lector.

Yo viajo por el mundo para expandir mi vida.
Los límites de mi viaje son los límites de mi mundo.

Los aforismos recogidos en Dos veces bueno son el resultado de la acumulación de experiencia y conocimiento por parte de Fernando R. Genovés y, por tanto, reúnen lo profundo de su pensamiento y lo variado de sus intereses. Podemos vislumbrar las ecos del concepto de contento y vida contenida a que aspiraban Marco Aurelio o Montaigne, pero también lejanas evocaciones kafkianas o más personales aproximaciones a la idea de  amistad y el ejercicio de la libertad como medio de realización personal.

Hay lugares, ay, llenos de patriotas hasta la bandera.
Como resulta habitual en la obra de Genovés, el lenguaje es un aliado en la misión de transmitir el pensamiento: paradojas, ironías, homofonías, paronimias y demás recursos no hacen del aforismo una salida ingeniosa sino un modo de atraer directamente el interés del lector mediante asociaciones, en ocasiones asombrosas y, siempre, sorprendentes.  .

Pero el libro continúa adentrándose en secciones que esconden pequeñas escenas en las que el autor aborda un género fabulesco y literario que combina ficción con reflexión, anécdotas personales con referencias históricas o actuales. Es un empeño que hasta la fecha desconocía en Genovés y del que sale bien librado.  


Divisa para una vida ética del presente y lo contingente: “La vida, sin ir más lejos”.

He aquí la base de la ética: el cuidado de uno mismo por sí mismo a fin de evitar que otro ocupe su lugar.
 

Por las páginas de este libro van desfilando los conceptos de amistad y familiaridad, la conveniencia de la soledad bien entendida, la discusión sobre el paradero de la felicidad o incluso un breve formulario de preguntas y respuestas sobre cuestiones tan variadas como qué es el cine, la poesía (“palabras escritas en un pentagrama”), la vida, el hombre, o la muerte.

También el arte es objeto de especial atención, en particular, el arte moderno, con el fin de señalar la frontera entre el que es capaz de generar sorpresa y provocación frente al que solo busca la venta y la explotación del escándalo sin responder a un fundamento o una técnica.


Las comparaciones no son odiosas; son ociosas.
Aquella mañana, tras despertar, tuve una pesadilla.

El autor también dedica unas páginas a la escritura, comenzando por su declaración Por qué escribo llegando incluso a relatar sus primeros pasos en el oficio con temblorosos poemas de juventud, entre las dudas y la dificultad de juzgar la obra propia. Seguidamente, nos describe su concepto de escritura (experiencia gozosa, no traumática o doliente), la necesaria soledad y sosiego que precisa para el ejercicio de este noble oficio y culmina la obra con cinco consejos para el joven escritor que son fruto tanto de su innegable experiencia en este campo como, sin lugar a dudas, de su pensamiento y ética, práctica y sencilla, poco amiga del exceso y el estallido al que no sigue un  trabajo riguroso.

Como muy bien se señala en el prólogo, Dos veces bueno puede leerse de principio a fin o a golpes intermitentes. En ocasiones, debe dejarse a un lado mientras se trata de discernir el sentido de uno de sus aforismos y, en todo caso, puede y debe leerse a saltos intermitentes sin que ello desmerezca el conjunto de la obra puesto que toda ella está dotada de la coherencia que le da el pensamiento del que emana.

No estamos, por tanto, ante una obra compleja, árida o erudita, sino ante un desafío al alcance de cualquiera deseoso de asumir el riesgo de salir de los caminos trillados y sentarse en el borde del camino a observar lo que acontece con algo de distancia, un punto de humor y sin miedo a tener ideas propias.  
Sabiduría al zen por zen
Un sabio zen inculca en un pupilo de mirada azul la funesta creencia en el yo, a través de un mandato. Probable diálogo:

- Debes desprenderte del yo, si anhelas alcanzar la sabiduría y la paz interna.

- ¿Quién?¿Yo?
- Sí, tú.