Tras la lectura del Coloquio de los perros, he decidido dar el paso siguiente y completar el resto de las Novelas Ejemplares. Para ello, he empleado la edición en formato digital de la Biblioteca Nacional que retoma la versión de 1864, que a su vez reproduce la segunda impresión de 1614, salida de la misma imprenta que la edición príncipe del año anterior y las dos partes del Quijote y que viene acompañada de algún artículo interesante sobre la datación de cada novela, las diferencias entre las varias versiones de estos textos e incluye como capítulo separado el Viaje al Parnaso.
Comencemos por explicar que estas obras fueron escritas por Cervantes entre los años 1590 y 1612. Algunas de ellas fueron recopiladas en el conocido como manuscrito de Porras de la Cámara, por lo que presentan diferencias con las versiones finalmente impresas por Juan de la Cuesta. Otras novelas fueron empleadas como interludios en la primera parte del Quijote, siendo precisamente uno de los escasos motivos de crítica que esta obra suscita.
Lo cierto es que, al calor del éxito de esa primera parte, Cervantes, que ya casi había perdido la esperanza de ganar fama literaria, aprovecha para rescatar estos textos, adaptarlos, o incluso redactar alguno nuevo, y así mantener su prestigio a la espera de la publicación de la segunda parte del Quijote en la que ya estaba trabajando.
Así, la primera edición presenta doce novelas a las que la tradición añade una más, La tía fingida, aparecida en el citado manuscrito de Porras y que se atribuye, no sin discusión, a Cervantes.
El prólogo a las novelas nos ofrece varios aspectos de interés. El primero de ellos, pone de manifiesto el relativo aislamiento o la falta de reconocimiento de que era objeto el autor en su época, al menos frente a nombres más afamados. Así, Cervantes señala cómo en las introducciones a las obras, suele escribir algún literato sobre las glorias y méritos del texto en cuestión, pero faltando quien lo haga, se pone él mismo a la tarea. Seguidamente, nos ofrece un autorretrato mordaz: barbas ya canosas, dientes desparejados y en número de tan solo seis, nariz curvada, torpes andares, cargado de hombros, …todo un galán.
Pero tal vez, a los efectos que aquí nos importan, Cervantes nos habla orgulloso y sin mesura sobre la originalidad de este tipo de obras, de las cuáles existen tan solo traducciones de lenguas extranjeras, pero ninguna en castellano, siendo por tanto el primer autor que en nuestro idioma visita este género. Por otro lado, también se explaya en la justificación del término “ejemplares”, que atribuye a su intencionalidad moral, y a que de todas ellas puede sacarse su enseñanza y consejo. Claro nos queda que en aquellos tiempos el divertimento por sí mismo no estaba bien visto y que la gravedad o, cuando menos, la enseñanza moral, debían disfrazarlo convenientemente.
Podemos sostener que, al menos algunas de estas novelas tienen su origen primitivo en proyectos de comedias o entremeses, puesto que siguen normas de engaños, enredos, vueltas de tuerca, fingimientos y disfraces que tan comunes eran en el teatro de aquel tiempo. Pero también destaca en todas ellas la presencia de una idea del honor, entendido más como apariencia que como fundamento y sustancia, de modo que éste podía ser perdido mientras no fuera en público, y que podía recuperarse mediante la venganza o el escarnio notorio del ofendedor.
Y así, avanzamos por cada una de estas novelas, pudiendo encontrar numerosas similitudes e incluso repetición de argumentos manidos hasta la saciedad en la literatura universal, como en el caso de La Gitanilla, una obra en la que una hermosa gitana enamora a un noble que decide abandonar su alto estado y seguir a la grey vagabunda para probar su amor y ser aceptado por los gitanos, alcanzando así el amor de Preciosa. Oportunamente, se descubre finalmente y de modo casual que la niña no es gitana, sino hija de alta cuna, lo que permite recomponer la historia y facilitar un casamiento entre iguales.
Parecido es el final de La ilustre fregona, que también pasa por bella y discreta, pero que finalmente se rebela como hija de un caballero con abolengo. Porque en la España de este tiempo, la nobleza era un título que no se ganaba sino que se recibía en el nacimiento y todos los dones y atributos derivaban de él, sin que un humilde pudiera mejorar de estado.
Por ello, todas estas jóvenes nobles que no conocen serlo, muestran sin embargo tan altos atributos y tan grandes virtudes que terminan por enamorar a sus iguales, dando pie a que se descubra la verdad de su origen. Este juego de cambio de roles parece propio de nuestro Siglo de Oro ya que, por ejemplo, también es empleado como treta en El perro del hortelano de Lope de Vega, al simularse que Teodoro es hijo de un noble para así poder mejorar de status y ser aceptado finalmente como igual por parte de Diana, condesa de Belflor, dama principal que le ama pero cuyas dudas no logran ser vencidas de otra manera.
Como en los entremeses y comedias, los disfraces y equívocos son buena fuente de situaciones cómicas o paradójicas. En Las dos doncellas, dos jóvenes despechadas por la supuesta traición de su enamorado, toman ropas de varón para lanzarse en busca de ese hombre. Como no puede ser de otra manera, coinciden en el camino y terminan por conocer las desventuras de la otra. Pero, en general, en todas las novelas, nadie es quien dice ser y la mayoría actúan con engaño.
Tampoco Rinconete y Cortadillo escapa parcialmente de este esquema puesto que ambos son jóvenes que han dejado a sus familias acomodadas para recorrer el mundo y vivir sus propias aventuras en una Sevilla plagada de pícaros, ladrones y falsarios, en la misma medida que de funcionarios y mercaderes. Otro tanto sucede con los dos jóvenes que huyen de Burgos a la costa gaditana topándose en medio el camino con Costanza, la ilustre fregona.
Pero esos finales felices y ejemplares no terminan de borrar el paisaje descrito por un Cervantes que trata de disimular bajo su capa de moralista, la bellaquería de un tiempo que sabe reflejar con mano diestra en La tía fingida, una anciana que vive de vender la virginidad de sus pupilas repetidas veces, reconstruyéndola con sus falsas artes cuantas veces sea necesario. O en el caso de El casamiento engañoso, donde el alférez Capuzano se casa con quien cree ser dama distinguida y de posibles, cuando no es sino una criada putera y de la peor estofa, que termina por contagiarle sus enfermedades venéreas. Claro es que, aquí, no se termina de tener claro quién pretendía engañar a quién.
Y otro tanto podría decirse del escenario dibujado en El celoso extremeño, un indiano adinerado que regresa a España para casarse con una joven a la que aventaja en infinitos años y a la que, por celos, mantiene encerrada con una corte de servidoras en una especie de fortaleza de castidad en la que impide todo goce quien ya no tiene fuerzas para disfrutarlo. La verbosidad de Cervantes a la hora de describir las tretas de Loyola para forzar la entrada de ese santuario vestal o los calores sobrevenidos de esas vírgenes de un harén cristiano, dicen mucho sobre su conocimiento de la naturaleza humana, si bien haya de concluir con un final alegórico y moralizante.
Pero vayamos ya a las dos novelas más innovadoras o que de mayor interés me han resultado.
Rinconete y Cortadillo, única novela que conocía previamente gracias a la obligatoriedad de su lectura en mis tiempos escolares, representa, por contra, un mundo de pillos y holgazanes, una cofradía de bandidos y hampones bajo el mando de Monipodio, una especie de Padrino del Siglo de Oro, un jefe de cofrades del delito y la violencia, que tiene un libro de cuentas con todos los encargos recibidos para ajustar, marcar, golpear o lo que proceda a honrados ciudadanos a cambio de un precio.
Esta novela ofrece un fresco magnífico de un tiempo y una ciudad, Sevilla, en la que la gloria del Imperio y las riquezas de las Indias se desbordaban por sus muelles alcanzando a las clases más bajas tan solo mediante el latrocinio, ya que, de otro modo, quedaban excluidas del reparto. Se puede considerar como un personaje más de la novela a esta ciudad, un fondo sobre el que habitan nobles transidos de apariencias, de hermandades y pillos, pícaros y santos. Cervantes conocía bien todos esos ambientes, no en vano allí se encontraba la sede del Consejo de Indias, al que recurrió reiteradamente para tratar de alcanzar sin éxito un nombramiento, un cargo, para pasar a las Indias, si bien, afortunadamente para nuestras letras, nada consiguió obligándole, ya mayor, a volver a tratar de lograr fortuna con su pluma.
Rinconete y Cortadillo toma referencias del género picaresco y, en especial, del Guzmán de Alfarache. En sus páginas vemos el retrato de una sociedad que no acostumbra a aparecer en los relatos más ortodoxos de aquel tiempo pero que, sin duda existió. Cervantes describe a la sociedad de un país que dominaba el mundo cuando apenas podía gobernarse a sí mismo. Los rotos de esta sociedad caen a raudales por entre estas líneas y, sin duda, no había muchos más autores que pudieran tener el olfato para seguir esta pista y ser fieles a una realidad que otros se empeñaban en ocultar.
Pero más meritoria aún resulta El licenciado Vidriera. La historia es de fácil resumen. Un joven parece despertar de un sueño en una tierra que desconoce. Descubierto por dos mozos camino de Salamanca para cursar estudios, pasa a ser su ayuda de cámara, pero tan grande parece su inteligencia, que finalmente es admitido en la propia Universidad y alcanza preclaros conocimientos. Su fama crece, y la admiración que causa es grande, tanto en hombres como en mujeres. Y de aquí le llega la perdición. Una dama cae rendida de su sabiduría pero, debido a su carácter de medio bruja y encantadora, termina por hacerle un conjuro a través de un membrillo que le da a comer. Tras esto, nuestro licenciado enferma y apenas logra salvarse de la muerte. Sin embargo, escapa de ella pero con cierta perturbación mental que le hace creerse hecho de vidrio, temiendo por consiguiente, ser quebrado por cualquier golpe o roce fortuito. Se aleja de la gente, les ruega que no se acerquen, los chiquillos le persiguen y arrojan piedras sobre él sin la menor piedad por su mente, debido a que sus juicios resultan del agrado de todos por su buen tino, alcanza reconocimiento y respeto. Se trata de sanarle pero con escaso éxito, por lo que el ahora conocido como licenciado Vidriera vagará por las calles de Salamanca y recorrerá otras tantas ciudades exhibiendo su lamentable juicio que, sin embargo, tan solo parece nublado en lo que se refiere a su propia corporeidad, ya que comienza a expresar sentencias tan certeras, pensamientos tan profundos y sinceros, tan alejados de los que la prudencia debiera dictarle y por tanto, tan maravillosos y útiles a consideración de quienes le escuchan, que termina por convertirse en una especie de oráculo, de consejero para quien con él se cruce y desee lanzarle preguntas, consultarle futuros actos.
Allá donde acude es tenido por sabio y su fama se acrecienta hasta llegar a conocimiento de nobles patronos que le acogen y cuidan con esmero, no se sabe si por sus brillantes sentencias y prudencia o su por mera bufonería, que la intención de las clases altas nunca se sabe a qué fin para.
La elección del apodo con el que se conocerá a Tomás Rodaja no es casual y muestra una gran inteligencia por parte de Cervantes. El vidrio no solo destaca la fragilidad mental del protagonista, de cualquiera de nosotros, tan fácil de alterar mediante la adulación o el desprecio. Representa, por encima de todo, la transparencia del alma del Licenciado, quien revela cuanto piensa y cree, desnudándose ante los otros, ante los interrogadores, quienes le buscan como para oir lo que ellos no se atreven a expresar en voz alta.
Así, al igual que lo que ya vimos en El coloquio de los perros, en el que la condición animal, semi novelesca de los protagonistas, permitía la crítica social con garantías de impunidad, aquí la locura del licenciado abre una puerta similar por la que disparar contra la hipocresía de la sociedad, la tiranía de los poderosos, los vicios del clero o de los preocupados por el honor y la fama cuando tienen repleto de vergüenzas el trastero de su conciencia.
No deja de ser paradigmático que, una vez recuperado el seso, perdida la transparencia, pero conservado el buen tino de los comentarios, la fama del licenciado decaiga y no encuentre sino en las armas su destino. Como los vociferantes de nuestros días, parecemos más fácilmente impresionables por la extravagancia de los personajes que por su mensaje, más por lo fútil que por lo esencial y no es extraño que, como el licenciado Vidriera, también sintamos el impulso de abandono cuando nos comprendemos meros juguetes en manos de otros.
Vamos concluyendo ya estas breves ideas sobre estas novelas. La más breve de todas ellas es El casamiento engañoso, casi un prólogo o justificación de El coloquio de los perros. Ya hemos dicho que el alférez Campuzano cura las fiebres producidas por la sífilis en el Hospital de la Resurrección de Valladolid. Y allí, en la última noche de su penitencia, poseído por esas fiebres y casi nublada la conciencia, escucha el coloquio de ambos perros, Cipión y Berganza. Cuando sale del hospital, se encuentra con una antiguo compañero de armas al que narra su desventurado casamiento pero le asegura que aún más increíble es la historia que, de seguido, le va a contar, dando así comienzo al coloquio como obra autónoma. Sin embargo, al final de ésta, los canes se refieren al soldado enfebrecido, completando así una referencia circular, de increíble modernidad y, seguramente poco apreciada en su época, técnica narrativa.
La mayoría de las escenas de estas novelas tienen lugar en tabernas, posadas y ventas, en polvorientos caminos, seguramente los mismos por lo que penó Cervantes cuando sirvió al Rey como comisario de abastos. Y los personajes, sin duda, salieron de lo que iba conociendo en sus paradas, en aquellos cruces de caminos, incluso en los calabozos que pisó con más frecuencia de la que le gustaría. Porque podemos creer que, en las partes más verídicas y realistas de estas novelas, Cervantes poco imaginaba, tan solo vertía en papel y palabras lo que había visto y oído. Y es ésta la fuerza que aún conservan sus obras, el no ser paridas de la imaginación sino de una vida que conoció muchas de las miserias y tristezas que narraba.
Es conocida la anécdota que cuenta cómo una embajada de unos franceses, en visita por la capital de España cuando la fama del Quijote ya había cruzado fronteras, solicitó visitar al afamado escritor. A la vista de la condición humilde de éste, se mostraron inicialmente extrañados de que el Estado no le sufragara gastos y estipendios, pero pronto dijeron que si la pobreza le había hecho escribir obras como el Quijote, mejor sería que en pobreza siguiera.
Y es así como llegamos al final. Las Novelas Ejemplares son un disfrute para quien quiera tomarse el esfuerzo de parar de vez en cuando y repasar una frase, un párrafo entero. Para comprender cómo con pocas ideas puede hacerse una referencia a varios conceptos, para ver cómo nacieron expresiones que hoy usamos de continuo o para conocer otras que ya desaparecieron. Para ponderar que la España de aquellos años no se aleja mucho de los nuestros en más aspectos de los que querríamos admitir, para comprender que los mejores autores son quienes saben reflejar su tiempo pero tomando de él lo que de esencial tienen, de modo que el futuro también pueda verse reflejado en el mismo.
- Otras Críticas
- Las vidas de Miguel de Cervantes: Una biografía distinta (Andrés Trapiello)
- El coloquio de los perros (Miguel de Cervantes)
- Shakespeare (Bill Bryson)