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6 de marzo de 2011

Soy un gato (Natsume Söseki)


 Hay una opinión extendida de que los animales terminan por parecerse a sus dueños (aunque más bien creo que son los dueños los que, con buen criterio, terminan pareciéndose a sus mascotas). Soy un gato, la primera obra de Natsume Söseki, corrobora plenamente esta teoría llevándola un paso más allá ya que el animal asume incluso la filosofía de vida de su amo.

Utilizar el punto de vista de un animal para poner de manifiesto las contradicciones humanas es un recurso frecuente de la Literatura. Las fábulas de los clásicos de la Antigüedad o las del Siglo de las Luces son buena prueba de ello. Al tiempo, permiten un nivel de sátira social y de crítica a las costumbres que de otro modo la censura no toleraría.

Sin embargo, en esta obra de Söseki hay una variante: El protagonista y narrador es un gato pero plenamente integrado en la sociedad humana, que vive en la casa de Kushami -un patético maestro de escuela- y que observa, entre el escándalo y la sorpresa las estúpidas costumbres de su amo y de los amigos que le rodean, una peculiar sociedad que sirve al autor de excusa para los pasajes más cómicos de la novela.

La figura del maestro es el principal objeto de las burlas del gato que no tolera ninguna de sus costumbres salvo la de acariciarle la cabeza mientras dormita en su estudio. Pero qué otra cosa podría esperarse del pobre animal cuando su presencia es simplemente tolerada y ni tan siquiera se le ha puesto un nombre (lo que le avergüenza en extremo ante los gatos del vecindario). ¡Qué mayor prueba de la estupidez de Kashumi que el hecho de no haber nombrado a su gato!

Del maestro apenas conocemos sus ocupaciones profesionales y escolares pues parece pasar el día completo en su estudio, afanado en dormir sin caer al suelo, simulando que estudia, sólo a la espera de la visita de cualquiera de sus variopintos amigos. Sólo conocemos vagamente que imparte clases de Inglés (al igual que Söseki, quien ocupo la cátedra de Literatura Inglesa de la Universidad Imperial) y que sus conocimientos se reducen a cuestiones tan poco prácticas cómo la obra de autores occidentales no muy conocidos (otra autoreferencia al tiempo en el que estuvo becado en Inglaterra y que pasó leyendo compulsivamente en las bibliotecas londinenses).

De entre su círculo de amigos destaca el genial bromista Meitei cuya principal ocupación parece la de tomar el pelo a sus amigos una y otra vez con los comentarios o provocaciones más absurdas sin que estos sean capaces de anticiparse las mismas cayendo repetidamente en sus burlas. Precisamente Meitei es el único amigo de Kushami que el gato tolera a causa de su ingenio y a las anécdotas tan ocurrentes que siempre cuenta. .

Es en muchas ocasiones la voz de Meitei la que emplea Söseki para sus irónicos comentarios sobre la cultura japonesa de la época, incluida una referencia burlesca a sí mismo y por extensión a todo el movimiento literario moderno que pretendía romper con la tradición y temática clásica tan asfixiante, ligada a unos motivos más propios del shogunato.


Porque en definitiva, la era Meiji llevó a Japón a la apertura al exterior (a Occidente en particular) y las nuevas ideas comenzaron a instalarse no sin fuertes resistencias. Así, por estas páginas no sólo desfilan las figuras más relevantes de este movimiento literario moderno sino que se recoge el ansia por el dinero de las nuevas generaciones de industriales (que marcan el despegue de Japón como potencia en este campo hasta casi nuestros días), las nuevas costumbres sociales (se trata en especial el matrimonio como medio de progresión social). La capacidad observadora de Söseki le lleva a no pasar por alto ni siquiera la tendencia a un militarismo que comienza a inculcarse en las escuelas bajo el disfraz de un nacionalismo extremo que desembocaría años después de la expansión imperial japonesa durante la Segunda Guerra Mundial.

Otro de los miembros del círculo del maestro es Kangetsu , un joven tímido que pretende (o cree pretender) a la hija del Sr. Kaneda, un importante empresario vecino del maestro, lo que da lugar a situaciones verdaderamente cómicas en las que se verá envuelto el propio maestro e incluso el gato.

Las tertulias entre estos pacíficos ciudadanos, algo pretenciosos y, al tiempo, totalmente inútiles, harán las delicias del gato que no dejará de sorprenderse de la estupidez de los bípedos que se imponen a la especie gatuna por la mera imposición de la fuerza.

El maestro es un claro representante de una sociedad ensimismada en sí misma. Al igual que Söseki, siente la llamada de Occidente a través de su Literatura y su cultura, por lo que cita de continuo a célebres autores europeos o a sus personajes literarios. Pero, como en cualquier periodo de transición, el peso de la tradición es enorme. No sólo las ropas y las costumbres son plenamente tradicionales sino que las referencias más familiares se hacen a la mitología china o japonesa.

No olvidemos que estamos hablando del Japón de la era Meiji, el Japón que ha superado el shogunato feudal y que trata de abrirse a las fuerzas que mueven el mundo en esas fechas (la industria, la movilidad social, …). Precisamente el rechazo del maestro al mundo de los negocios (su incapacidad para comprender dicho mundo) le condena a un papel incierto: su vocación le aleja de los tiempos pasados pero nada parece unirle a lo que se dibuja en el horizonte generando un vacío que le lleva a la inacción y pasividad. Toda su vida (igual que la de sus amigos) parece un eslabón perdido entre un mundo que fue y uno que está por llegar y que claramente no les será favorable.


La labor de la traducción (a cargo de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés) no sólo cumple con su estricta labor de verter a nuestro idioma el texto original con las sutilidades que se le suponen a este complejo idioma, sino que abarca con ambición la tarea de ilustrar las numerosas referencias a la cultura japonesa tan ajena a la nuestra. Así, abundan las notas al pie de página en las que se explican las referencias a las escuelas literarias, las variedades del teatro japonés, diversas figuras de la política o la historia del Japón, aclaraciones sobre alimentos, vestimentas, etc.

Es por tanto un acierto por parte de la editorial Impedimenta recuperar la obra de Söseki y, en particular, Soy un gato, obra que su autor publicó por entregas y que alcanzó un gran éxito gracias a su comicidad. Quizá hoy en día refleje aún mejor que en su tiempo, ese trance en que se debaten sus personajes, camino de la nada (destino que alcanzará el gato en sus últimas páginas) y que permite trazar numerosos paralelismos con nuestros días Tan solo nos falte, tal vez, el gato que dé cuenta de nuestra estupidez.