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14 de septiembre de 2023

Rojo y Negro (Stendhal)

 


 

Cuando uno lee un libro y trata de reflexionar sobre la obra, lo hace inevitablemente desde esa perspectiva pasiva, como receptor del mensaje, intérprete de lo leído y siempre en función de lo que ha sentido y elucubrado durante la lectura. Sin embargo, en demasiadas ocasiones olvidamos lo que realmente es el origen último del libro, su autor y el proceso de escritura del texto que nosotros leemos pero que antes alguien ha tenido que escribir.

Y es desde este punto de vista como podemos percibir en autores como Stendhal y libros como Rojo y Negro (Editorial Alba, traducido y anotado por María Teresa Gallego Urrutia) el inmenso goce de la escritura, el placer por demorar las tramas, reflexionar y agotar las exposiciones, reproducir las conversaciones incluso en sus repeticiones y circunloquios más prescindibles; los paisajes pintados con la misma minuciosidad que los rasgos de carácter del protagonista o las tensiones entre los personajes.

Así, como es el caso, podemos adivinar el goce del autor al escribir y su enérgica voluntad para no perder ese entusiasmo hasta la última página, y cuando todo ello va unido a una pasmosa facilidad por narrar de manera sencilla pero efectiva, directa pero elegante, fluida pero íntima, nos encontramos ante una obra maestra.

Y todo ello sin que necesariamente el asunto tratado realmente nos atraiga de una manera especial o que los personajes susciten en nosotros una simpatía que nos lleve a empatizar con sus desvelos. Incluso cuando desconocemos gran parte de los acontecimientos históricos que subyacen a la trama y que tan importantes resultaban para el autor pero que en su día, no precisaban ser explicitados por resultar de común conocimiento a la fecha de la publicación de la obra.

Comencemos por este punto. Tras la derrota de Napoleón en Waterloo, se produjo la restauración en el trono de los Borrones, en la figura de Luis XVIII, sobrino del decapitado Luis XIV. A Luis, le sucedió Carlos X. El extremismo de gran parte de sus partidarios, que lucharon por reducir aún más la participación de las clases burguesas en el gobierno, en un tiempo en el que el desarrollo industrial estaba comenzando a despegar, trajo una serie de tensiones entre los partidarios de una apertura, bien al modo de la monarquía británica, bien al de un nuevo Napoleón, y quienes querían el regreso al Antiguo Régimen.

Una serie de revueltas en París durante tres días de 1830, fuerzan el derrocamiento de Carlos X y se entrona a Luis Feñipede Orleans como nuevo monarca, un rey burgués de efímero reinado.

Julien Sorel, el protagonista de Rojo y Negro, es hijo de un acaudalado carpintero de una población inventada, Verrières, en el Franco Condado. Sus escasas dotes para el trabajo físico y su despierta inteligencia le acercarán a los estudios bíblicos y a una más que probable ordenación, gracias al interés que se toma un sacerdote local. Así, merced a sus estudios de latín y teología, pronto consigue el puesto de preceptor de los hijos del alcalde de la población y comienza así una carrera en la que se verá de continuo catapultado a las más altas posiciones hasta formar parte del servicio del marqués de La Mole, a cuyas órdenes realizará diversas labores políticas en favor del partido de la reacción.

Pero, pese a lo que podamos creer, Sorel realmente no parece en su fuero interno un ferviente seguidor de dicho bando. Antes bien, admira a Napoleón y lamenta no haber nacido unos años antes para haber formado parte de su ejército y obtener así la gloria. Con su elevada inteligencia y su desmesurada autoestima, no renuncia a esa fama y reconocimiento, si bien, en estos tiempos, deberá buscarla entre unas clases a las que desprecia en secreto, pero de las que tratará de aprovecharse para medrar.

 

 

 

Sin embargo, no las desprecia hasta el punto de renunciar a sus ventajas ni, muy especialmente, a enamorarse y enamorar a las esposas fieles y devotas de sus señores.  Se nos presenta así el amor romántico, casi un preludio de la literatura que estará por llegar pocas décadas después. Stendhal anticipa esa mezcla entre deber y deseo, hipocresía y sinceridad, freno y pasión, que tantas obras repitieron a lo largo del siglo XIX.

Pero todo esto no deja de ser una sencilla suposición porque nada queda claro en el texto. En ocasiones podemos inclinarnos a pensar así, en otras podemos creer que Sorel solo busca el amor en las mujeres que en su infancia le fue negado o que su ambición sin freno puede más que las razones del corazón, que sus conquistas son tan solo una herramienta más en su egoísta vida y que, como el protagonista de la canción de los burgueses de Jacques Brel, él es partidario, por encima de todo, de sí mismo.

Porque, si algún mérito tiene este libro, ése es el de cerrar la última página y no tener una respuesta definitiva. Este Sorel nos sigue resultando tan inaprehensible como lo es nuestro vecino de arriba, al que vemos todos los días, del que conocemos gran parte de su vida pero del que no podemos decir con seguridad en qué cree realmente. Algunos lo llaman novela sicológica pero, en realidad, es realismo simple y puro ya que todos deducimos la psique del prójimo tomando torpemente como referencia lo que afirman y sus actos, un acertijo que no suele tener forma de contraste.

Éste es el nudo gordiano de la novela sicológica, de Rojo y Negro, ése ir y venir entre un extremo y otro sin saber cuál es la verdadera intención, y todo ello pese a los alardes de diálogos interiores que, cuanto más extensos, más a confusión nos llevan. Y si alguien, llegado el final del libro, con el giro de acontecimientos de los últimos capítulos, cree aclarado el misterio, deberá antes bien meditar sobre las largas y apasionadas páginas que preceden y en cuál de todas ellas se recoge el alma de Sorel, igual que ninguno de nuestros actos da testimonio completo de la nuestra.

 

23 de noviembre de 2021

Crimen y Castigo (Fiodor M. Dostoievski)




La Literatura acumula obras clásicas a una velocidad vertiginosa. No solo tenemos las nuevas producciones que se van publicando bajo ese marchamo, sino que nuestra vocación multicultural e inclusiva obliga a una continua revisión del canon existente para “descubrir” obras que quedaron ocultas bajo el peso de otras en el pasado. Así, escritos hasta hace poco considerados menores o marginales pasan al primer plano de los focos gozando de reediciones críticas. Incluso se publican obras completas de autores que apenas trascendieron a su tiempo y lugar. Los reclamos nos llegan de la literatura hindú, la persa, la árabe o la china del imperio Ming, todas ellas, con su enorme e indudable poso y la apremiante exigencia de ser leídas como un acto inaplazable, ya no de disfrute, sino de reparación histórica.

Tal es así, que en ocasiones nos descubrimos con enormes vacíos en nuestras lecturas clásicas de obras antes incuestionables y que ahora pugnan entre otras tantas por ganar nuestra atención. Por eso no es mala idea retomar en ocasiones algunos de estos grandes clásicos para leerlos por primera vez, incluso releerlos.   

En mi caso, el turno ha sido para Crimen y Castigo, escrita por Fiodor M. Dostoievski en 1866, en la edición de Alba (2017), traducida por Fernando Otero que aporta adicionalmente unas muy útiles notas al pie de página para aclarar determinadas expresiones y circunstancias de la época.

Como toda buena lectura, nos obliga a hacer un primer esfuerzo para adaptarnos a un tipo de novela con el que ya no estamos familiarizados. No es que hoy en día no abunden las novelas extensas, todo lo contrario, se puede afirmar que existe un género en el que el libro se vende al peso, con gran éxito de lectores que parecen hacer cálculo del precio al que sale la página. Se trata más bien del ritmo y cadencia del devenir de la trama, sin la urgente necesidad de que algo ocurra o esté a punto de suceder para atraer la atención de un lector siempre presto a abandonar la lectura por cualquiera de las demandantes e innumerables alternativas lúdicas a nuestro alcance.

Aquí es donde destacan las obras de los grandes autores rusos o muchas otras del siglo XIX en las que el argumento se despliega de manera cadenciosa, sin inesperados quiebros y sin importar que casi desde un inicio, el lector pueda intuir cuál será el final. Lo importante es, por tanto, el devenir del argumento, el desarrollo de la trama, la construcción de los personajes o las descripciones exhaustivas que tanto nos contrarían hoy en día.

Rodión Raskólnikov es un estudiante arruinado que decide asesinar a su prestamista y usurera en el convencimiento de que no hace sino un acto de justicia al extirpar del cuerpo social a un ser despreciable, especialmente frente a la muy alta consideración que tiene de sí mismo, de sus méritos y altura moral, pero muy por encima de todo, de la exigencia de que todo esto le sea reconocido como evidente.

Este crimen, sin embargo, le generará una serie de remordimientos y frenesíes psíquicos, un continuo torbellino de sentimientos que le hacen enfermar poniendo en peligro su vida. En medio de esta tortura, tiene que enfrentar el inminente casamiento de su hermana con una persona a la que no ama y, al tiempo, conoce a Sofía, una joven que debe prostituirse para poder sacar adelante a su familia, cuyo padre no hace otra cosa que gastar en vodka el poco dinero que entra en casa pero que, pese a la deshonra que la acompaña confía en la bondad divina y en la posibilidad de la expiación y la salvación de las almas.

Dicho así, no parece mucho para más de 600 páginas, pero lo cierto es que, poco a poco, el lento desplegar de todas estas piezas nos va atrapando, cayendo en la trampa de Dostoievski, sorprendidos tal vez de que una historia tan alejada de nuestro tiempo, sensibilidad y convicciones, pueda hacernos reflexionar como a cualquier lector ruso contemporáneo del autor. Porque esto es el verdadero signo de un clásico, el poder interrogarnos y cuestionar nuestras firmes convicciones con la misma fiereza y vitalidad que la que tenía cuando se escribió.

Porque el protagonista, tras cometer su crimen, comienza a ser corroído por sus remordimientos hasta hacerle enfermar. Su arrogancia le hace frecuentar a los investigadores del asesinato, tentando así al azar o a que cualquier palabra o acto le traicione, todo ello sin que el sentimiento de culpa deje de desplegar sus terribles efectos pero pugnando en todo momento con ese sentido de superioridad moral que parece justificar la muerte de quienes se interponen en el camino de aquellos cuyo destino ha sido juzgado como más elevado.

El comportamiento del joven se torna errático, imprevisible, y quienes le aprecian sienten temor por su salud física, pero fundamentalmente mental, muchos creen que ha enloquecido. Es esta lucha entre su conciencia y los motivos, supuestamente éticos que le impulsaron al crimen, lo que forma el nervio central de la novela. Sobre esta dicotomía que ya anticipa el título de la obra, Dostoievski elabora tramas secundarias pero siempre directamente relacionadas de un modo u otro con el protagonista de manera que no termina por haber un solo personaje que no juegue un papel en estos cruciales días de Raskólnikov.

Crimen y castigo inspiró a Kafka en la escritura de El proceso, hasta el punto de replicar casi de manera milimétrica determinadas escenas. Para el escritor praguense, Crimen y castigo representaba lo que la Literatura debe hacer, morder con saña al lector, asaltarle y dejarle totalmente indefenso y expuesto.         

Y es así como esta obra aún nos interpela hoy en día. ¿El crimen, la corrupción o la maldad tienen su perverso efecto, más allá de la justicia legal, la expresada por los hombres en sus códigos? ¿Solo el arrepentimiento sincero puede romper esa mancha que se extiende por todo nuestro ser? ¿Existen motivos, personas, por encima de dichos códigos, más elevados, merecedores de un tratamiento especial o todos estamos sometidos a esa extraña ley no escrita pero grabada a fuego en el alma de los hombres? ¿Es esta idea aplicable no solo a individuos concretos o también puede servir para grupos sociales, incluso naciones? ¿Es la razón de Estado un fin superior que debe imponerse a los ciudadanos a cualquier coste?



Parece que la realidad que nos asalta desde los campos de fútbol, los reality show, o los sorprendentes ingresos millonarios de youtubers en una perpetua preadolescencia desmienten la tan manida idea de que el trabajo, el esfuerzo, el bien, la educación, todo ello termina por dar sus ricos frutos. No pensamos ya así, no creemos que el buen comportamiento nos haga mejores, ni que el mal termine por volverse en contra nuestra. No son muchos los ejemplos que así lo acrediten, al menos no son los que se nos muestran sin decoro. Pero sabemos que bajo esa máscara de fatuidad y vacío, de aparente falta de conciencia, de escrúpulo, la vida sigue su curso, que nuestros hijos siguen recibiendo el mismo mensaje de sus padres, que nuestros amigos y conocidos se conducen conforme su conciencia.

Porque el final de la novela parece dar a entender que el castigo redime al criminal, que los buenos y santos sentimientos de Sofía sacan a Raskólnikov de su impudicia. La mayoría de las reseñas y comentarios nos hablan del valor del amor como símbolo de la redención de los hombres en la figura de estos dos atribulados personajes. Pero también pudiera ser que Raskólnikov ha sido vencido, que no ha tenido el valor para afrontar hasta sus últimas consecuencias su responsabilidad y forzar así sus razones.

El autor me parece algo ambiguo en este punto, no creo que el final sea evidente y tan literal como se nos hace creer. Quizá de lo que nos quiere advertir Dostoievski es de que su protagonista no se salió con la suya, que su teoría quedó sin evidencia, pero que hemos de estar alerta, que vendrán otros que tratarán de hacer lo mismo, de creerse por encima de las leyes morales. Alerta en aquellos tiempos de zozobra y agitación social de una Rusia que caía por el precipicio, tentada en ocasiones por sus santones ortodoxos o por sus sectas extremistas, un panorama que desembocaría en la Revolución. Pero Dostoievski no lo vería, escarmentado como estuvo de todas las conjuras clandestinas que le llevaron a su encarcelamiento y posterior simulacro de fusilamiento, visitó también Siberia y encontró en la tradición y fuerza del espíritu ruso la esperanza que antes había buscado en los movimientos anti zaristas. Tal vez parte de esa redención quedó reflejada en Crimen y castigo, tal vez esa obra sea el equivalente en ficción a su travesía personal.  

Sin duda, el excesivo dramatismo a nuestros ojos de los personajes de Crimen y castigo les aleja de nosotros. Pero el fondo de sus tribulaciones, la lucha contra sus tentaciones o el juicio que merecen cuando caen en ellas puede ser una reflexión oportuna, relevante, porque nada que nos ocurra, pese a nuestra presunción y egolatría, es original, todo ha ocurrido ya y cualquier solución está testada, en la realidad o en la ficción.


 

5 de agosto de 2006

Cuentos completos (Herman Melville)


El peso de la ballena blanca ha ocultado el resto de la obra de Melville. De sus relatos breves (no demasiados) apenas se tiene noticia en el panorama literario español fuera de Bartleby el escribiente y Billy Budd.

Este volumen cubre este vacío mediante la recopilación de los cuentos de Melville, alguno de ellos descartado por el propio autor y nunca publicados en vida, otros escritos como introducción a obras de terceros,
etc.

Resulta sorprendente la frescura de muchas de estas historias, tan alejadas del estereotipo de su autor, apesadumbrado por el mal, la culpa, etc. Así, nos encontramos con relatos de humor parodiando las crónicas de los corresponsales de guerra y de los héroes americanos; con relatos de ingenio, reflexiones en torno a la felicidad, sus orígenes y e modo de preservarla o la distancia entre éxito y fracaso en función del observador.

Igualmente, encontramos innovaciones en lo formal con relatos de estructura díptica en los que dos historias sin relación alguna en cuanto a su argumento se unen bajo un titulo común. Como no podía ser de otra manera, también la religión aparece en estos cuentos, si bien en este caso para denunciar el fundamentalismo puritano.

Incluso alguno de estos relatos prefigura en su estilo, el de autores posteriores como Edgar Allan Poe (en el caso del relato "El campanario") o incluso de Kafka ("Los ´gueses" recuerda a los escritos de Kafka sobre la gran muralla o "Yo y mi chimenea" en el que la chimenea es el verdadero protagonista de la narración).

La variedad de estilos, temas y argumentos presentados por Melville permiten una revisión completa de la figura de su autor, dando vigencia a su visión de la literatura.