30 de noviembre de 2007

Conversaciones con Kafka (Gustav Janouch)


Conversaciones con Kafka es una obra peculiar. Recoge las conversaciones mantenidas entre 1920 y 1924 por el autor del libro (entonces un joven con inclinaciones literarias y artísticas) con Kafka. Esta extraña amistad nace de la relación laboral del padre de Janouch con Kafka (ambos eran funcionarios del Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo) a quien admira y respeta por sus opiniones y comportamiento. De este modo, Janouch tendrá acceso directo al despacho de Kafka los días en que acuda a visitar a su padre, observándole en su entorno laboral y acompañándole de vuelta a su casa en la Plaza Vieja. Según la relación se vuelve más estable, el joven acompañará a Kafka en alguno de sus paseos vespertinos.

Entre los estudiosos serios de la vida y obra del autor checo este libro no goza de excesivo crédito. Quizá se deba a que Kafka dejó un enorme corpus escrito en forma de correspondencia y diarios que ofrece una ingente información de primera mano sobre su vida y pensamiento. Otra importante razón es que las conversaciones que aquí se recogen aparecen desligadas de contexto, en muchas ocasiones como una acumulación de aforismos agrupados temáticamente. Que el copista de los mismos fuera un joven que sentía una gran admiración por su maestro pero que difícilmente tenía capacidad para reflejar de manera objetiva y alejada del tumultuoso espíritu juvenil, las precisas observaciones de Kafka, es otro argumento en contra de dar plena confianza a lo recogido en el texto.

En la propia introducción del autor se recoge otro hecho sorprendente que explica la diferencia entre la primera versión del libro, publicada por Max Brod, y la edición definitiva con nuevas conversaciones. Según informa Janouch, los párrafos suprimidos en la versión de Brod no fueron rechazados por éste sino que la persona que hizo las copias a máquina para enviarlas a la editorial, suprimió (quizá por ganar tiempo, o porque no eran de su gusto), numerosos pasajes. Las hojas que contenían estas partes hicieron su aparición años después en casa de Janouch, donde siempre habían estado guardadas sin ser consciente de ello. Se ha sugerido la posibilidad de que la adición en la edición definitiva haya sido "adulterada" para incluir reflexiones que puedan apoyar la tesis de un Kafka visionario, profeta de los desastres de la Guerra, el Holocausto o el Comunismo.

Dudas aparte, lo cierto es que este libro nos ofrece una imagen de Kafka algo diferente a la habitual pero, en esencia, totalmente acorde con lo que se sabe de él. Su gravedad y su seriedad a la hora de expresar sus opiniones, sus convicciones sobre el papel de la Literatura en la sociedad o su visión del judío de principios del siglo XX, alejado del gueto pero incapaz de hallar un lugar bajo el sol en el nuevo mundo que está surgiendo son una constante de su pensamiento a través de sus obras de ficción, diarios, correspondencia o estas conversaciones. .

Hay otras escenas que pueden resultar más sorprendentes, como las visitas a iglesias, a las que parece aficionado. Igualmente, Kafka se revela como un consumado conocedor de Praga, de sus recovecos y callejones, sus patios oscuros y los pasadizos más recónditos o la casa en que residieron pintores, políticos o músicos; todo ello le es familiar, como si fuera el cronista de la ciudad. También emerge un Kafka conocedor de la ciencia de su época; en las conversaciones utiliza símiles y metáforas tomadas de la mecánica de los fluidos, los fotones, etc. No parece que se trate, por tanto, de una persona totalmente entregada a sus reflexiones y a sus escritos, ajena del mundo y sus avances.

Esta imagen, que tanto ha distorsionado su figura, se suele ejemplificar con una entrada de su diario en la que coloca al mismo nivel un suceso trivial con la entrada de Rusia en la Primera Guerra Mundial contra Austria-Hungría. Por contra, el Kafka que aquí se nos presenta está muy pendiente de la actividad política de su época por el nacimiento de la República Checa tras el desmembramiento del Imperio Austrohúngaro, las corrientes sociales más extremas, las manifestaciones sindicales o, incluso, el movimiento sionista (su amigo Brod se presentaba a las elecciones por un partido que aspiraba a obtener un escaño por esta opción).

Pero todas estas corrientes sociales, políticas o ideológicas, producían un gran recelo y miedo en Kafka, no por los fines que perseguían, sino por lo que suponen de anulación del individuo. El Hombre, ese ser rico, con matices, capaz del bien y del mal por su propia elección, queda en un segundo plano por el peso de la masa que le instruye de modo que todo atisbo de pensamiento pasa a un segundo plano. Es la masa enfervorecida la que destruye la libertad del individuo imponiendo su propia Ley, su propia forma.

El pensamiento paradójico de Kafka lo abarca todo y corrige las apreciaciones apresuradas de su joven contertulio. Siempre un matiz, cuando no, una opinión en principio disparatada sobre las cuestiones más diversas, sean la Literatura, el Arte, la Vida o la Muerte, y todo ello con la precisión linguística que le es propia. De este modo no se priva de corregir cualquier posible malinterpretación que de sus palabras pueda hacer Janouch (“El lenguaje es el ropaje de lo indestructible que hay en nosotros; un ropaje que nos sobrevive”).

Por las líneas del libro afloran detalles humanos de gran valor, como la información de que al tiempo que defendía judicialmente causas a favor del Instituto, sufragaba de su bolsillo la defensa jurídica del trabajador afectado, como forma de justicia equilibradora salvaguardando al mismo tiempo su lealtad al Instituto y a su propia conciencia. Conversaciones con Kafka nos permite conocer la relación de Kafka con su compañero de despacho a quien respeta pese a la escasa simpatía que éste le profesa; también podemos llegar a comprender cómo su trabajo en el Instituto le causaba tanto malestar y rechazo pese a su desempeño siempre correcto e incluso ejemplar.

Las paradojas de Kafka están muy unidas a su característico sentido del humor que la imagen vulgarizada de su figura ha obviado totalmente en favor de un ser tenebroso y depresivo. Por contra, Janouch (igual que Max Brod) pone de manifiesto las numerosas ocasiones en que sus conversaciones terminaban en una carcajada, o al menos en el especial modo de carcajear que tenía Kafka.
Este libro no será de interés para aquellos que pretendan acercarse a conocer al autor checo, antes bien, les confundirá por su estilo meramente acumulativo y algo desordenado, así como por la seriedad de muchas de las reflexiones que en él se contienen. Para aquellos conocedores de la persona y obra de Kafka el libro puede ser un extraordinario contrapunto con el que disfrutar con cada una de las reflexiones que en él se contienen pues, aunque no hubieran sido pronunciadas por Kafka (al menos en su literalidad), éste las habría suscrito totalmente.
  • Kafka (Nicholas Murray)



25 de noviembre de 2007

Regreso a Babilonia (F. Scott. Fitzgerald)

 


 Algunos críticos consideran Regreso a Babilonia como mi mejor relato; yo no puedo ser objetivo al respecto ya que hay demasiado de mí en él. Supuso el intento de reflejar mi vida tal y como había sido y de proyectar sobre ella un futuro como el que deseaba.

Zelda había sufrido la primera de sus crisis nerviosa lo que la había recluido en un sanatorio, de modo que recuperaba una libertad de acción que no tenía desde hacía años. Superamos así las dificultades de nuestro matrimonio de un modo sencillo, quién sabe si hubiéramos continuado mucho tiempo de haber seguido atados el uno al otro de manera más estrecha. Siempre la amé, pero alejado de ella, con pocas visitas ya que los médicos no las recomendaban en la primera fase de su recuperación, nuestra relación se mantuvo a través de una correspondencia de compleja interpretación pero que nos permitió tomar conciencia de nuestra realidad personal (creo que a Zelda le ocurrió algo parecido, o eso he leído después de mi muerte).

Mi nueva vida pasaba por recuperar mi prestigio de autor con una novela que creía la mejor de todas las que había escrito hasta la fecha pero que luego resultó inapropiada para la época en que se publicó (la Gran Depresión) y tratar de evitar las fiestas y desvaríos a que la intensa vida social que manteníamos Zelda y yo allá donde fuéramos, nos obligaba a asumir.

De nuestro mutuo amor había nacido Scottie a quién tratamos de mantener alejada de toda la locura que nos rodeaba, y creo que lo conseguimos. Pero lo que pudimos salvar para ella, no lo pudimos conseguir para nosotros. El alcohol, como método para superar mi bloqueo de escritor, (¿o quizá fuera el alcohol lo que me bloqueaba como escritor?) acabó por imponerse apartándome definitivamente del sueño de una nueva vida. Pero eso aún no lo sabía aunque ahora todos digan que era tan previsible como inevitable. Quién sabe. Lo cierto es que con todos estos elementos amalgamé una hermosa historia con final amargo como el sabor de la lima en un cóctel.

Charlie Wales regresa a París, escenario de sus mejores días de juerguista, previo al crack del 29, y donde vive su hija -Honoria-, al cuidado de su cuñada (Marion) y su marido. Pretende recuperar la tutela de su hija ya que ha rehecho su vida en Praga, apenas prueba el alcohol (salvo como estímulo para su fuerza de voluntad, cilicio del converso) y para ello debe enfrentarse a la animadversión de Marion quien no puede perdonarle la muerte de su hermana de la que le considera culpable, pese a no guardar relación alguna con ella, al margen de haberse alejado en sus últimos días. Cuando sus planes parecen próximos a cumplirse, el pasado irrumpe en escena, como un enviado del demonio, para torcer la situación y aplazar la decisión sine die.

Como se puede apreciar, hay una larga serie de paralelismos (la mujer desaparecida, la hija alejada de su familia por la que el padre anhela recuperar una vida normal y la superación de los excesos, pero también el destino que golpea incesantemente todos los esfuerzos de Charlie por cumplir sus objetivos, no importa cuánto se esfuerce y luche por ellos). Algún psicoanalista aburrido querrá ver seguramente un intento de “matar” a mi mujer en el relato, pero no hay tal, sólo es una forma de tomar aire después de tantos años juntos.

Evidentemente, la historia se cierra con la derrota de Charlie. Pero sólo se trata de un asalto, queda la libertad soberana del lector para decidir quién ganará finalmente el combate. La lucha por mi vida todos saben quién la ganó, el alcohol, la ruina económica y el corazón que me falló nueve años después. Escribir conjura demonios, pero no los aleja cuando estos ya han sido invocados.

Como soy presuntuoso, y aunque mi fama y reconocimiento son indiscutibles, me permitiré destacar los numerosos méritos que adornan este breve relato, al más puro estilo Fitzgerald. Los diálogos son chispeantes y sustentan toda la acción; sólo algunos pasajes quedan al margen de esta norma, dando paso a la descripción o al relato psicológico. Mi oído siempre estuvo dotado para captar la riqueza y los innumerables matices de una conversación. Pocos como yo han podido reflejarlo en la mortaja que supone para una palabra el papel en el que se congela.

Igual que todos los consumados escritores de relatos desde Chéjov en adelante, sabemos que una historia breve debe callar más de lo que cuenta (justamente lo contrario del prototipo de mujer, la flapper, que puebla muchos de mis relatos y que también supo reflejar Zelda). De este modo, los sobreentendidos juegan un papel esencial, y los elementos más triviales pasan a ser los más relevantes. Si lo he logrado o no en este caso, lo dejo al criterio del lector.

El Saturday Evening Post publicó Regreso a Babilonia el 21 de febrero de 1931, nunca volvería a escribir otro relato que resumiera de igual modo toda mi vida pasada y mis esperanzas de futuro, quizá porque ya no me quedaron esperanzas. Le deseo lo mejor a Charlie Wales, le deseo que permanezca el resto de su vida alejado de la Babilonia que le privó de su hija pero a la que se la supo arrebatar (ese relato quedó por escribir). A mí, a F. Scott Fitzgerald, me tocó la peor parte, vagar eternamente por la Babilonia pecaminosa, la del vicio y el goce, la del placer sin culpa y las rameras. Tampoco está tan mal.

(Reseña apócrifa de F. Scott Fitzgerald)

22 de noviembre de 2007

Zelda y Francis Scott Fitzgerald (Kyra Stromberg)


Francis Scott Fitzgeral resume ejemplarmente la mayoría de las virtudes y defectos de su época, hasta el punto de que su asociación con los "felices veinte" o la era del jazz toma rasgos de simbiosis.
Su origen de clase acomodada no le impidió padecer de un fuerte sentimiento de inferioridad respecto a quienes ocupaban una clase superior a la suya y junto a los que trataba de situarse como un igual, no por su dinero sino por su talento. De este modo, la literatura se convirtió en el arma con la que pretendió asaltar las mansiones con vistas a Central Park o las villas de la Riviera francesa. Afortunadamente para sus lectores (y para él mismo) su talento literario estaba a la altura de este empeño por lo que la calidad de su obra está fuera de discusión en nuestros días.

Con un afán tan grande por acceder a lo más selecto de la sociedad de su tiempo, no parecía lógica la elección de su esposa, una hermosa sureña, hija de un hacendado de clase alta de Montgomery. Zelda le habría permitido formar parte de la pequeña aristocracia del lugar, pero no satisfacer sus anhelos de notoriedad, reconocimiento y riqueza a un nivel más amplio.

Por otro lado, Zelda aspiraba a vivir en el lujo indolente en que se había criado, y sin embargo acabó casándose con un escritor que no había publicado más que un puñado de cuentos y que acababa de ver impresa su primera novela. Un escritor que tenía que consolidar su talento prometedor que aún no le impedía vivir en la estrechez.

Sin embargo, el romance culminó (no sin ciertas tensiones) y el sol brilló sobre la estrella de Scott quien comenzó a ganarse una reputada fama a través de sus cuentos (llegó a ser el escritor de relatos mejor pagado de Estados Unidos) y de los adelantos por cuenta de sus futuras novelas que, generosamente, le daba su editor.

De este modo, provisto de fama y dinero, Scott y Zelda pasaron a ser el ingrediente de moda en cualquier acontecimiento social relevante. El despilfarro y el exceso con el alcohol, sus peleas públicas y las consiguientes reconciliaciones no hicieron otra cosa que aumentar la fama de la pareja.

Sin embargo, estos excesos no parecían mermar la calidad de la obra de Scott Fitzgerald quien parecía capaz de captar la imagen de toda una generación, de toda una época caracterizada (en esos ambientes) por el lujo y el desenfreno, el relativismo moral y la falta de principios y compromiso. Scott era capaz incluso de captar ese lado oscuro del glamour y la riqueza, y así lo dejó plasmado en su novela más conocida, El Gran Gatsby, en la que el protagonista esconde el origen de su fortuna incierta y sufre las consecuencias de su éxito, como si de una justicia se tratase que equilibrara la balanza de la vida.

Al igual que en este personaje, la sombra también se cernía sobre Scott ya que sus gastos (rigurosamente contabilizados en su ledger) superaban con creces los ingresos que su obra literaria le reportaba lo que no hacía otra cosa que aumentar la presión que sufría por publicar más relatos y adelantar su próxima novela y, con el fin de aliviar dicha tensión, se sumergía en nuevos viajes y fiestas alcohólicas acrecentando la espiral en que se veía envuelto.

Entre tanto, la vida y personalidad de Zelda siguió su propio curso. En los principios de su relación actuó como el centro de atracción de las fiestas sociales. Su belleza y encanto cautivaban a sus anfitriones, si bien los excesos con el alcohol terminaban por crear ciertas suspicacias. Pasada esta primera época como Miss Fitzgerald, trató de crear su propia personalidad, desarrollando los más diversos intereses. Así, se dedicó (recuperando una afición de su juventud) a la danza de manera intensiva para luego optar por la literatura como forma de consolidar su propia identidad.

Siempre ha sido muy discutido el papel de Zelda en la literatura de Scott. Es un hecho probado que el escritor tomó prestado abundante material de los diarios y cuadernos de Zelda (lo que no hizo más que crear un cierto sentimiento confuso en ambos). De ahí que el intento de Zelda por publicar sus pequeños relatos (y su única novela) contaron siempre con cierta desconfianza por parte de Scott. De una parte temía que las obras de Zelda se adueñaran del tema de su próxima novela, de otra temía enfrentarse a ella en este campo en el que él siempre había sido el creador admirado. Así, en ocasiones aconsejó que algunos relatos se publicaran como obras conjuntas, para obtener un mejor precio gracias a su nombre. En otras, aconsejó al editor de Zelda, a espaldas de ésta, que la persuadiera para que cejase en su empeño de publicar su novela.

En cualquier caso, y tomara lo que tomara prestado de las ideas de Zelda, el principal papel de ésta en la obra de Scott Fitzgerald es el de modelo de sus personajes femeninos hasta un punto en que es difícil si las protagonistas de sus obras imitan a Zelda o ésta a aquéllas. Un nuevo modelo de mujer, atrevida, autónoma, aflora en sus libros al mismo tiempo que lo hacía en la vida real, flapper era su nombre y Zelda su icono.

Finalmente, la inestable vida de Zelda se quebró comenzando una peregrinación por diversos sanatorios, en Europa y Estados Unidos, para tratarla de diversos problemas nerviosos.

La relación de la pareja se mantuvo pese al forzoso alejamiento y, casi recíproca indiferencia, que se refleja en la correspondencia que intercambiaban. Las nuevas obras de Scott habían perdido el apoyo de gran parte del público que antaño las acogía con admiración; no en vano, la Gran Depresión había modificado definitivamente el panorama de la sociedad norteamericana. Sus relatos cada vez se vendían a peor precio y los problemas económicos continuaban amenazando la vida de Fitzgerald, de modo que éste buscó el refugio en la única industria que parecía sobrevivir a la gran crisis: Hollywood.

En el mundo del cine trató de comenzar una nueva vida marcada por su dedicación, poco fructífera, a la escritura de guiones que apenas verían la luz. Junto a estos trabajos coleccionó pequeñas historias detectivescas en torno a un personaje singular, Pat Hobby, y comenzó a elucubrar sobre su próxima novela, basada en el mundo del cine del que ahora tenía un conocimiento de primera mano.

Esta última novela, El gran magnate, sería publicada póstumamente ya que la vida abandonó a Scott en 1940. Zelda le seguiría penosamente ocho más tarde al fallecer en el incendio del sanatorio en el que estaba internada.

Scott Fitzgerald escribió siempre desde un cierto hedonismo y con una perspectiva vital claramente superficial; sin embargo, supo incrustar en sus personajes suficientes vetas agridulces que humanizan su carácter dotándoles de una profundidad de la que sin duda carecían muchos de los amigos en que se inspiró. Sus crecientes problemas económicos no hicieron sino poner de manifiesto su escepticismo ante las clases acomodadas y la relación fluctuante que mantuvo con ellas. Este sabor amargo vela el optimista paisaje con que suelen abrirse sus obras y nos adentra en dramas sutiles en los que el lenguaje (para cuyo reflejo escrito tenía gran talento) es capaz de impulsar por sí mismo una trama.

Su relación con Zelda refleja igualmente las mismas contradicciones vitales. Deseoso de tener una mujer admirada y de ser envidiado por su causa pero al tiempo, celoso de la sombra que ésta pudiera arrojar sobre su fama. No aceptó los intentos de Zelda por afianzarse como una personalidad propia, empujándola a una crisis psíquica (cuyo origen, no obstante, fue fundamentalmente hereditario) que acabó por hundirla y por destruir su ya delicada relación.

Al cabo, esta relación no hizo sino satisfacer sus intereses. Ambos obtuvieron parte de aquello por lo que se habían unido y, ciertamente, conocieron el amor en sus primeros años. Kyra Stromberg narra este proceso de un modo algo desorientado. Culpemos también a la era del jazz, quizá un poco de mareo y desenfoque sean apropiados cuando se habla de esta vibrante pareja y el tiempo en que vivieron.

11 de noviembre de 2007

Kafka en la orilla (Hareki Murakami)


Kafka en la orilla es un libro extenso que narra la historia de un joven de 15 años (Kafka Tamura) que pretende escapar de la maldición de su padre buscando tomar posesión de su propio destino. En este viaje contará con la ayuda de diversos personajes que le prestan ayuda, comprensión y un poco de luz. Paralelamente a esta trama, prácticamente al mismo nivel, se desarrolla la historia de un anciano con deficiencia mental que actúa como instrumento del destino interviniendo tangencialmente en la historia principal.

Ambos relatos se combinan alternativamente en los sucesivos capítulos con la periódica inclusión de informes médicos, testimonios de declaraciones en el curso de una investigación oficial, etc., lo que configura un pequeño puzzle cuyas piezas se despliegan progresivamente en diversas direcciones hasta ir conformando una imagen de conjunto coherente.

Como primera virtud de la novela hay que destacar su amenidad dado que, pese a su extensión, se lee con interés y sin fatiga. Murakami sabe despejar las incógnitas de su historia progresivamente para mantener el interés del lector. Sin embargo, hay muchos elementos que pueden resultar discordantes dentro de la tradición novelística más ortodoxa. Así, el protagonista tiene un alter ego que se le manifiesta en forma de cuervo y que, en ocasiones, habla por su boca, supliendo su timidez o indecisión. Hay muchos otros elementos propios de la literatura fantástica, como la existencia de mundos paralelos comunicados por puertas que se abren o cierran en función de extrañas circunstancias o actos.
Todos estos ingredientes se insertan en la novela, de tono realista, como si se tratase de elementos factibles y reales al estilo de Kafka, que introducía lo incongruente en la cotidianeidad aunque, en el libro de Murakamo el resultado final no acaba de funcionar puesto que los aspectos fantásticos no parecen integrarse totalmente en el tono de la obra y su necesidad parece, cuanto menos, cuestionable.

Kafka en la orilla recoge infinidad de referencias a la cultura occidental, alejándose su autor del mundo cultural oriental que le es más propio, probablemente buscando un público más amplio y una obra más universal. La referencia más inmediata es al mito de Edipo, con quien se identifica Kafka Tamura y cuyos pasos trata de evitar (no desvelamos el grado de éxito de su empeño por no estropear la lectura). Sófocles nos habla del destino como una fuerza superior a la voluntad del hombre, Murakami somete al protagonista a una prueba similar pero no acaba de desvelar la causa de la maldición Por otro lado, el protagonista del final de la novela no parece muy diferente del de las primeras páginas en cuanto a sabiduría (aunque el autor pretenda hacerlo parecer) o experiencia

Las referencias continúan por toda la novela y referidas a cualquier disciplina artística. Beethoven y su Trío del Archiduque o la Sonata 17 para piano de Schubert reciben extensos comentarios elogiosos por parte de dos personajes. El cine francés de Truffaut (Los 400 golpes) también recibe sus respectivos elogios si bien, es la literatura la que cuenta, como es natural, con un mayor número de referencias. Desde Yeats y sus versos sobre la responsabilidad a Eurípides (Casandra). Kafka es una referencia continua como se ha indicado. Para empezar, Kafka en alemán significa cuervo (nombre del espíritu que acompaña a Tamura), Kafka era reservado y misterioso como lo es el joven prometido de la señora Saeki de quien se enamora el protagonista, y como los personajes del checo, vaga en busca de un sentido para su existencia en un mundo que apenas alcanza a comprender.

Sin embargo, las referencia a grandes personajes históricos o a su pensamiento no dotan por sí mismas a un texto de sentido ni le transfieren su profundidad. Igualmente, las metafísicas reflexiones entre Tamura y el amigo que más le apoya en toda la novela (otro adolescente de sexualidad y biología confusa) parecen impropias de su edad -revelan un conocimiento enciclopédico de la literatura, filosofía, historia, etc, de imposible dominio a tan corta edad- y, en cualquier caso, no siempre se revelan como necesarias, antes bien, en la mayoría de los casos resultan reflexiones forzadas y carentes de interés para el desarrollo de la historia. Es decir, bajo una fachada de grave reflexión y profundidad, al rascar, descubrimos con asombro un pavoroso vacío.

Por último, y pese a que la novela versa sobre el conocimiento de uno mismo, y a que los personajes se plantean continuamente este asunto (aplicado a sí mismos o a otros personajes), sus personalidades y su concepción del mundo no parece variar sustancialmente, ni como fruto de la experiencia ni como consecuencia de su continua reflexión. Ni siquiera el protagonista, que vive una experiencia traumática, parece haber alcanzado un mayor nivel de comprensión (o al menos considero que Murakami no ha sabido plasmarlo adecuadamente)

El personaje más vivo, el único que realmente parece adecuar su vida y su pensamiento a aquello que sucede a su alrededor es Hoshino, un joven camionero que ayuda a Nakata (el anciano deficiente que habla con gatos). Hoshimo acerca a Nakata a su ciudad de destino a bordo del camión que conduce pero acaba dejando su trabajo para adentrarse en un mundo que le es desconocido -personajes irreales que le dan instrucciones sobre cómo abrir y cerrar puertas que comunican este mundo con otros, objetos que llueven del cielo, ...- con plena aceptación. Su receptividad se expande y comienza a apreciar la música clásica, los libros, el cine en blanco y negro, aceptando sus propios sentimientos, en definitiva, crece como persona (y como personaje de la novela) replanteándose su vida y asumiendo un profundo cambio.

La última página de Kafka en la orilla se vuelve con un sabor agridulce. De una parte se disfruta de la lectura, tremendamente seductora y amena, por otro lado, se aprecia que el esfuerzo del autor por crear un mundo complejo, sutil, de elevada reflexión, ha quedado a medio camino. Quizá la próxima vez veamos satisfechas todas nuestras expectativas.

8 de noviembre de 2007

La Gran Vía es New York (Raúl Guerra Garrido)


La Gran Vía de Madrid, que este año cumple su primer centenario, surgió de la necesidad de crear un eje que facilitara las comunicaciones entre las estaciones de Príncipe Pío y Atocha, de abrir un amplio espacio urbano en la maraña de pequeñas calles insalubres que tejían esa zona de Madrid y permitir, al tiempo, la creación de una importante calle comercial con edificios imponentes y modernos, un escaparate de la modernidad en un Madrid.- una España- que vivía aún inmersa en el siglo XIX y alejada en gran medida de las corrientes urbanísticas más importantes de Europa.

Con el tiempo, esta calle ha ido evolucionando de muy diversas maneras conservando siempre su esencia como centro neurálgico de la ciudad, pasarela de tendencias, centro comercial y de negocios. Para quienes vivimos en Madrid, aunque de Madrid no seamos, este libro nos ofrece la oportunidad de adentrarnos en unas escenas y una sociología que no hemos llegado a conocer (los vocingleros del SEPU, los grandes estrenos en sus cines, el esplendor de Chicote o la presencia de ilustres visitantes, desde Hemingway a Eisenhower).

Sin embargo, Raúl Guerra Garrido no pretende narrar la historia de esta emblemática vía, todo lo contrario, su perspicaz atención ha compuesto una obra formada por diversas escenas que configuran un collage en el que podemos conocer esta calle no desde la imponencia de sus edificios o los acontecimientos históricos que ha contemplado, sino desde la perspectiva de los ciudadanos que por ella han paseado, comido, bebido o fallecido. Son las historias de estas personas, notables o ignotas, nacionales o inmigrantes, las que a través de sus quehaceres nos hablan de la importancia de esta vía.

Estas historias breves abarcan los más diversos registros y estilos. Nos encontramos con vivaces diálogos, historias policíacas o detectivescas, pequeños sucesos íntimos o grandes acontecimientos históricos. Pero también nos ofrece sus “texturas urbanas” que recogen los textos de los anuncios, reclamos, eslóganes, marcas comerciales o nombres de establecimientos que se pueden encontrar en un paseo por sus aceras como si de un fresco vital se tratara.

También encontramos interesantes recreaciones de dos obras En la colonia penitenciaria o Ante la Ley de Kafka ubicadas en el contexto de la Gran Vía (como ejemplo, el guardián de la puerta de la Ley se ha metamorfoseado en guarda jurado, encargado de impedir que mendigos y drogadictos acampen cerca de la puerta de la empresa que protege).

Y es del conjunto de todas estas historias de lo que surge la comprensión de esta calle, de su significado social, pero también del ser humano que la puebla, que no es especialmente diferente al que puebla cualquier otra calle de cualquier otra ciudad, donde se pasean brazo contra brazo el rufián y el joyero, el representante de artistas y el mozo de cuerda dispuesto a labrarse un futuro. Es este paisaje humano el que se convierte en el protagonista del libro, pasando la Gran Vía a ser el mero escenario en el que discurren sus vidas.

El mundo literario de Guerra Garrido se muestra abigarrado y barroco en ocasiones, directo y moderno en otras, pero siempre acierta en el retrato de los caracteres que dibuja. Los mecanismos psicológicos de sus personajes se revelan a través de sus actos y sus palabras, pero adquieren validez universal, de ahí que este libro no exija del lector un conocimiento de su hábitat geográfico sino un afán por comprender mejor el mundo urbano que le rodea.

22 de octubre de 2007

París no se acaba nunca (Enrique Vila-Matas)


Este libro se construye sobre el esqueleto de una conferencia leída durante tres sesiones por el autor (figurado o no) de estas páginas, tomando como objeto de disertación la ironía y sus implicaciones en el trabajo del creador literario. Ciertamente este tema cede en breve espacio a la narración de los comienzos como escritor de Vila-Matas, o lo que es lo mismo, al nacimiento a la vida y posterior formación de este novel artista cachorro.

La admiración por Hemingway (el autor cree encarnar no sólo el espíritu del narrador americano sino incluso su propio aspecto físico, asunto a todas luces descabellado para quienes conocen a ambos) le lleva a desplazarse a París en las postrimerías del franquismo desde su Barcelona natal protegido por un periodo de gracia concedido por su padre que sufragará los gastos durante un periodo limitado con la esperanza de que su hijo se desengañe de su futuro como escritor y retorne a la prosaica y ordenada vida familiar que de él se espera.

En París fue donde se forjó el talento de Hemingway , el que aprendió los secretos de la escritura (su famosa teoría del iceberg), el que vivió penurias y glorias, el que tuvo encuentros con talentos como Steiner, Scott Fitzgerald, el que escribía sobre el mármol de las mesas en terrazas de cafés acogedores, el que antes de volver a casa compraba un par de botellas de vino barato para engañar el hambre. Y por esos mismos vericuetos decide internarse nuestro protagonista a la caza y captura de una genialidad que intuye al alcance de su mano aunque no sepa cómo atraparla.

Se instala una pequeña e insalubre buhardilla alquilándola ni más ni menos que a Marguerite Duras, quien al enterarse de su intención de convertirse en escritor (astutamente silencia cualquier referencia a su admiración por Hemingway) recibe, junto a una sonrisa condescendiente, una cartulina en la que la escritora le ofrenda el guión al que debe someterse cualquier obra literaria y en el que se recogen términos como ambiente, registros lingüísticos, unidad, estilo, muchos de ellos desconocidos por su arrendatario que, sin embargo tratará de familiarizarse con ellos o dotarles de un significado relevante en su labor creativa. .

Se inicia así el camino que convierte al conferenciante en un autor literario verdadero, aún a pesar de su total y absoluta confusión en lo que a aspectos creativos se refiere durante estos comienzos titubeantes.

En estos años, aprende con gran esfuerzo la explicación de muchos de los requisitos referidos por Duras para la confección de una novela digna, pero el proceso es largo y tortuoso. Debe aprender a renunciar a la imagen que se ha forjado del intelectual o del bohemio como la de un personaje atormentada por la melancolía, la seriedad, el altísimo nivel de exigencia moral, el desprecio a lo popular o vulgar, la distancia. Despreciar la risa (la ironía), vestirse de negro, usar gafas negras y sentarse en terrazas para aspirar a ser visto leyendo a los más ocultos de los poetas malditos envuelto en el humo de una pipa.

Aprende a convivir con estos sentimientos confusos pero los entrevera con relaciones sexuales inconvenientes, con la vida bohemia de muchos de sus amigos con los que tiene ocasión de aprender una nueva forma de vida más optimista, más vital. El cine francés, sus amistades extravagantes con la colonia española y latinoamericana, las fiestas de Paloma Picasso, asistir a conferencias de Borges en librerías clandestinas, ...

Nuestro autor va creciendo como artista sin percibirlo, esa es la mayor ironía de todas las que pueblan el texto. Su experiencia altera su percepción del mundo y, por tanto, su modo de volcarlo en un texto. Pese a que continua dedicado a la escritura de una novela que carece en gran medida de estos caracteres (La asesina ilustrada), que configura la antítesis de lo que está surgiendo en su interior, su crecimiento interior es paralelo a su crecimiento como artista.

En alguna ocasión se sorprende reflexionando sobre la opinión ampliamente extendida de que un autor debe tener experiencias vitales sustanciosas que le enriquezcan para poder crear un mundo propio, característico, y considera que él carece de dicho mundo y sólo puede suplirlo mediante imaginación y esfuerzo. Sin embargo, otra ironía, esa experiencia la está viviendo y le está moldeando; y, al poner punto y final a su primera novela está ya dispuesta a aflorar.

El regreso a Barcelona, no es signo de fracaso – ha sido engañado por una mujer pagada por su padre para que le enamore y le devuelva al hogar familiar – sino el símbolo de que su tiempo de aprendiz ha finalizado.

El estilo del autor facilita la lectura, sobrio y claro, accesible pero sin que ello implique renuncia a un alto nivel de exigencia formal y de fondo. ¿Por qué escribir?¿Qué se adivina en un texto? Pero también, qué es la vida y cómo nos enriquece seamos artistas o menestrales, son algunas de las preguntas que plantea esta lectura.
 Al igual que ocurre con Bartleby y compañía, Vila-Matas escribe sobre la Literatura y puebla su texto de innumerables referencias literarias. Hemingway, Duras, Borges, Unamuno, Eduardo Mendoza o Kafka se pasean por sus páginas dejándonos reflexiones y anécdotas que harán disfrutar a cualquier amante de la Literatura y sus mundos paralelos. Deslindar qué es puramente autobiográfico y qué recreación literaria, forma parte de ese juego de ironías que se nos propone desde un principio.

6 de octubre de 2007

El banquero de los pobres (Muhammad Yunus)


Muhammad Yunus recibió en 2006 el Premio Nobel de la Paz y en 1998 el Príncipe de Asturias de la Concordia por su contribución a la erradicación de la pobreza mediante un innovador mecanismo de préstamos denominado "microcréditos".

El banquero de los pobres describe el nacimiento del proyecto del banco Grameen desde su primera fase experimental en el pueblo de Jobra en 1977 hasta su consolidación actual en numerosos países (alguno de ellos sorprendentes como los Estados Unidos o Noruega). Anteriormente, Yunus era profesor de economía del desarrollo en la Universidad de Chittagong en Bangladesh tras realizar estudios en los Estados Unidos. Sin embargo, día a día observaba cómo sus “bellas teorías” no servían más allá de la pizarra del aula en la que cómodamente enseñaba al margen de la pobreza que acuciaba a la mayoría de sus conciudadanos.

Investigando los motivos de dicha pobreza comprendió varias reglas que forman la base del ideario del banco Grameen. Los pobres, por el hecho de serlo, no son menos innovadores o emprendedores que los grandes empresarios de una sociedad moderna, el mero hecho de seguir vivos en sus circunstancias les acredita como extraordinarios luchadores. Por otro lado, para poder mantener sus pequeñas actividades (venta ambulante, venta de leche, fabricación de sillas de paja, etc) necesitan de dinero para comprar las materias primas. Su única fuente de financiación son los prestamistas locales ya que la banca comercial les está vedada (carecen de antecedentes comerciales, los préstamos que necesitan son de importes tan bajos que el coste de la maquinaria burocrática que estas entidades necesitan excede el importe del préstamo) por lo que las condiciones económicas de dichos préstamos son tan draconianas que apenas les permiten obtener lo necesario para devolver las cuotas correspondientes y sobrevivir hasta el siguiente préstamo.

La idea de Muhammad Yunus es sustituir a estos financieros locales prestando fondos a un interés más bajo sin las complicaciones que suele imponer la banca tradicional. En su sistema, el banco Grameen, no hay contratos firmados (la mayoría de los prestatarios no sabe escribir), sus préstamos son de muy poco importe (“microcréditos”) y a corto plazo. Si un prestamista no puede pagar un plazo no se le lleva a los tribunales, se estudia su caso y se le concede una moratoria de los intereses, o se le hace un nuevo préstamo o se prolonga la vigencia del mismo para ajustar la cuota a un importe asumible por el prestatario. De este modo, la filosofía convencional según la cuál el prestamista debe tomar todas las garantías precisas para recuperar lo prestado se torna en la contraria: el prestatario no impagará salvo que le sea totalmente imposible porque precisamente este préstamo es su única oportunidad para salir de la pobreza, no se ve al deudor como un riesgo en potencia sino como un emprendedor en potencia que sólo necesita combustible financiero. Actualmente, tal y como ha ocurrido a lo largo de toda su historia, el banco Grameen, cuenta con el ratio de morosidad más bajo de todo Bangladesh.

El libro describe el proceso por el cuál el proyecto se extendió desde la localidad de Jobra a la región de Tangail, al resto de Bangladesh y a otros países del mundo. Yunus narra cómo tuvieron que luchar para conseguir financiación de los bancos nacionales y cómo obtuvieron la independencia económica a partir de los años 90. También se explica el crecimiento de la entidad a la hora de ofrecer nuevos servicios, las sociedades que se están creando en torno al banco (p. ej. el de suministro de telefonía móvil o de internet, sanidad, etc). Se recoge el balance del banco en el año 2004 y se da cuentas del proceso de transformación del banco Grameen en Grameen II, básicamente la misma entidad pero como mayor capacidad de adaptarse a las necesidades de sus clientes.

Son innumerables las lecciones que se extraen de la lectura del libro por lo que me limitaré a comentar algunas de ellas dejando al lector que descubra directamente en el libro de Yunus todo lo que de aprovechable hay en él.

El banco Grameen se dirige fundamentalmente a las mujeres de los extractos más pobres de la sociedad (una sociedad, por otro lado, fundamentalmente musulmana en la que el papel de la mujer es ajeno al manejo de la economía familiar, privilegio reservado al varón). Para obtener un préstamo Grameen, se debe formar un grupo de 4-5 prestamistas potenciales que acuden a unos cursillos de información sobre la operativa del banco, tras los que se realizan unos exámenes que deben aprobar todos los integrantes del grupo. El préstamo se concede individualmente pero el grupo toma un papel fundamental dado que si uno de sus integrantes tiene dificultades para pagar sus cuotas, impide que el resto de miembros del grupo puedan mejorar las condiciones de sus propios préstamos. De este modo se fomenta la cooperación mutua y el aprendizaje de errores ajenos. Estos grupos se unen a otros de la misma localidad eligiendo un representante (todo un honor) y el esquema se repite hasta llegar a agrupaciones de ámbito nacional.

Las sociedades que prestan servicios accesorios siguen la misma filosofía que el banco Grameen. Como ejemplo, parecería que en pueblos en los que apenas hay medios para garantizar la salud o la educación, la telefonía móvil es un lujo superfluo o frívolo. Sin embargo, Grameen ha optado por un modelo que acerca las nuevas tecnologías a los estratos más pobres de la sociedad de modo que les sean rentables. Así, en cada pueblo hay una persona con un teléfono móvil de la operadora de Grameen, que es el “negocio” de una mujer cuyo trabajo consiste en cobrar dinero por dejar utilizar su móvil y actuar como recadera del resto de vecinos. De este modo, el pueblo se beneficia de las ventajas de la comunicación (principalmente en casos de necesidad) y una persona puede salir de la pobreza gracias a ello.

Esta filosofía de obtener un beneficio para repartirlo entre los que lo generan es la clave en la distinción de las empresas tradicionales (volcadas a la obtención de beneficios para el empresario, al margen de cualquier tipo de “beneficio social”) y el nuevo modelo de empresa que representa Grameen. El propio autor ve un futuro en el que, cada vez más, las empresas del primer tipo incorporarán objetivos sociales (de hecho, las nuevas tendencias en materia de responsabilidad social corporativa parecen encaminarse en este sentido).

Igualmente, respecto de la clásica distinción ideológica entre derecha e izquierda, Yunus se sitúa en un nuevo paradigma. Admite valores considerados como propios de izquierda (solidaridad, lucha contra la discriminación, etc) pero discrepa del modo en el que la izquierda concibe la labor del Estado como proveedor de servicios para los desfavorecidos. Así, considera que cualquier ayuda que se pretenda conceder, desde el Estado o instituciones internacionales, para luchar contra la pobreza sólo sirve para expulsar de la recepción de las mismas a los más pobres del colectivo objeto de la ayuda. Igual ocurre con los servicios de los estados desarrollados, la Seguridad Social, por ejemplo, no es un mecanismo de ayuda para los más desfavorecidos sino para consolidar los beneficios de muchos que no lo son.

Por otro lado considera, al igual que los ideólogos del liberalismo más estricto, que cualquier ayuda que se conceda sólo sirve para acomodar en esa situación al receptor de la misma. Yunus describe los problemas que se encuentra cuando proyectos como el del banco Grameen pretenden instalarse en países prósperos. En el caso de Estados Unidos se sorprendió de que, inicialmente, nadie estaba dispuesto a luchar para salir adelante con un pequeño negocio (p. ej. venta ambulante de tacos, o arreglos de ropa a domicilio, reparación de muebles, etc) porque al comenzar una actividad deberían renunciar a todo o parte del subsidio de desempleo. ¿Son menos emprendedores los pobres de Estados Unidos que los de Bangladesh? No, simplemente, el emprendedor que todos llevamos dentro se repliega cuando el Estado nos subvenciona.

Ideas como ésta hacen de la lectura del libro un revulsivo y un desafío a las ideas establecidas. Por otro lado, Yunus combina las grandes ideas y los proyectos generales del banco con las pequeñas historias de muchos de los prestatarios de Grameen que han logrado salir adelante gracias a sus propios esfuerzos (nada deben a la caridad o al voluntarismo de ONG alguna). Las vidas de estas personas son las que abren una ventana a la realidad de modo, que al igual que Yunus, decidió dejar sus “bellas teorías macroeconómicas”, podamos entrar y salir de estos debates ideológicos con la mente un poco más clara y menos dogmática.

1 de octubre de 2007

Una soledad muy ruidosa (Bohumil Hrabal)


Bohumil Hrabal es dueño de una voz propia en el mundo de la literatura contemporánea. Su gusto por temas de gran trascendencia se adereza con un estilo alegre y desenvuelto, protagonizado por personajes que escapan de la mediocridad gracias al exquisito trato que el autor les concede, nada de lo que hagan es visto con desagrado por Hrabal como ya vimos en Yo que he servido al Rey de Inglaterra y, por tanto, el lector se contagia de esa simpatía.

La vida del escritor checo fue una colección de trabajos variopintos hasta los años 50. La experiencia de estos primeros años de formación le sirvió de caldo de cultivo para muchos de sus textos entre los que se encuentra Una soledad muy ruidosa cuyo protagonista es el trabajador de una prensa de papel en un frío y húmedo sótano por cuyo techo caen desde la calle los papeles y libros, desechados por el mundo exterior, que deben ser prensados y empaquetados.

Estos libros son una de sus pequeñas ventanas al mundo. Cada día lleva a su casa algún ejemplar indultado y con él tapiza las paredes de su habitación, su salón e incluso su cuarto de baño, con riesgo continuo de desprendimientos. En ellos aprende las palabras de Jesucristo y Buda, Schiller y Kant o Goethe entre otros muchos. Como él mismo asegura, ha asimilado sus palabras hasta el punto de ser incapaz de reconocer cuáles son sus propios pensamientos, y así sufre inusitadas batallas mentales entre ideas contrapuestas y sus respectivos filósofos adalides. Éste es precisamente el ruido que inunda la soledad de este pequeño hombre.

Pero también hay vida fuera del sótano y de los libros, y así a veces visita a un tío suyo que, ya retirado de su trabajo en los ferrocarriles, ha instalado raíles, una pequeña estación y un tren en el terreno adyacente a su casa. Este entrañable personaje es la semblanza de un familiar de Hrabal con el que vivió durante el final de la Segunda Guerra Mundial y que trabajaba de guardavías de una pequeña estación y en el que se inspiró para escribir la que es quizá su obra más conocida, Trenes rigurosamente vigilados.

Al igual que su tío, cuando se retire del trabajo que ama por encima de todas las cosas, comprará la máquina de prensar (para ello ya está ahorrando) y la instalará en su propio jardín y, una vez al año, enseñara a sus vecinos los secretos del prensado del papel y les dejará hacer su propio fardo por un módico precio.

Otros personajes pueblan las páginas del libro ofreciendo ese fresco a medio camino entre una comedia amable y un amargo sabor que no sabemos de donde procede. Y es que, finalmente, la desgracia se precipita sobre nuestro hombre feliz. Ha oído hablar de una enorme prensadora de papel instalada en una ciudad cercana, capaz de hacer en un día el trabajo que una máquina como la suya hace en una semana.

Cuando decide visitar la máquina queda sorprendido, no sólo por su tamaño y eficiencia, sino por los propios trabajadores, jóvenes, limpios y ¡bebiendo leche en lugar de cerveza!. Incluso con vacaciones pagadas por el sindicato que les organiza viajes al extranjero, el último año a Grecia. Y comprende que él nunca ha disfrutado de un viaje al extranjero, conoce de Grecia a sus autores y sueña que podría acompañar al grupo y mostrarles las ruinas y los lugares en los que Platón y Sócrates ofrecían su sabiduría, o donde se representaban las obras de Sófocles. Pero nada de ello ha visto y sólo tiene sus libros y sus ideas. Y decide volver a su sótano, y rendir como estos jóvenes, abandonar la cerveza por la leche y trabajar a destajo. Pero ya es tarde, su jefe que nunca le ha respetado no aprecia su esfuerzo, le insulta y decide contratar a dos nuevos empleados relegándole a él a tareas de limpieza y al despido. Es el fin.

La prosa poética de Hrabal plantea en cierto modo el mismo problema que Alonso Quijano: la imposición de la literatura sobre la vida. El amor por las historias, por los libros, pero al tiempo, la imposibilidad de crear; el protagonista de Una soledad muy ruidosa no escribe, carece de originalidad y pensamiento propio, sorbido su seso. Sin lugar a dudas se trata de una maldición que muchos desearían disfrutar.

16 de septiembre de 2007

Un antropólogo en Marte (Oliver Sacks)


Como un antropólogo en Marte es como describe su experiencia de la vida Temple, la autista del último capítulo de este libro de Oliver Sacks. Temple es un ejemplo de autista altamente funcional que ha superado gracias, entre otras cosas, al lenguaje y su esfuerzo denodado, la terrible triple carencia que asfixia a otros autistas (carencias sociales, comunicativas e imaginativas). Ha logrado desarrollar una brillante carrera profesional a través de su trabajo de investigación en materia de ganado, convirtiéndose en asesora de numerosos proyectos pioneros en todo el mundo, dando clases en la Universidad, escribiendo innumerables ensayos, dando conferencias y dedicando el tiempo que le queda a estudiar el fenómeno del autismo, a escribir sobre él (su libro más importante al respecto es su propia autobiografía) y dar charlas sobre el autismo. Pese a este tremendo éxito, Temple vive incapaz de asumir los sentimientos ajenos, no maneja correctamente el lenguaje irónico, no es capaz de valorar conceptos como "espiritualidad, belleza, amor".
Ha creado una fachada que le permite pasar por uno más, a costa del tremendo esfuerzo de "aprender" comportamientos sociales que observa e imita. Esta extrañeza ante el mundo es lo que la convierte en un antropólogo en Marte.


En la misma situación se encuentra el autor, Oliver Sacks que contempla y nos relata con asombro y cariño las tremendas historias que conforman este volumen y que, al igual que ocurre en El hombre que confundía a su mujer con un sombrero, nos enfrentan a un mundo sobrecogedor del que apenas podemos atisbar una sombra gracias a divulgadores como Sacks.


Las historias de Un antropólogo en Marte vuelven a recoger casos clínicos realmente sorprendentes sin perder nunca la perspectiva humana. El autor acude a casa de los protagonistas, convive con ellos y de ellos aprende que, en muchas ocasiones, lo que parece una grave "deficiencia" no es más que una forma diferente de ser, de comprender o percibir el mundo. ¿De poder superar el autismo, Temple aceptaría la propuesta? La respuesta clara y directa de la bióloga es inmediata: No. No está dispuesta a renunciar a las “ventajas” de su autismo (capacidad de análisis, dedicación a su trabajo, pensamiento visual, retentiva, etc) a cambio de unas aptitudes que parece no necesitar.


Paradójico resulta también el caso del pintor que, tras un leve accidente de tráfico, pierde la percepción del color. Este pintor, cuya obra se basaba en el extenso uso de colores brillantes, reconstruye su vida y obra, sobre el blanco y negro. Sus cuadros ganan fuerza y expresividad y su ambiente social pasa a ser el nocturno dado que la luz del sol le molesta y dificulta la visión. El proceso de adaptación a las nuevas circunstancias es largo y no está exento de dificultades, de pruebas y errores, pero finalmente le conduce a un nuevo equilibrio que le permite sacar partido a una grave incapacidad. ¿Cabe definir su percepción como atrofiada o anormal?¿Desearía volver a ver el color? Nuevamente la respuesta es clara: No.


Otro pintor en apuros es Magnani quien abandonó de niño el pueblo de la Toscana en el que había nacido y en el que su padre había fallecido dejando a su madre abandonada con todos sus hijos por criar. Magnani "congeló" el pueblo de su infancia y lo guardó en su memoria tal cuál quedó a finales de los años 40 con una precisión tal que sus cuadros (cuyo único tema es Pontito) pueden ser vistos como fotografías, reproduciendo detalles nimios con fiel precisión. Su cerebro "vive" en Pontito de modo que, cuando está ante un lienzo, incluso gira la cabeza para poder ver lo que hay a los lados del camino que está pintando. Magnani hace girar toda su vida sobre Pontito al igual que hace su obra pese a no haberlo visitado en decenios. Cuando finalmente acude al pueblo en dos ocasiones, sufre un choque tremendo dado que el pueblo ha seguido el curso de la historia, a diferencia de lo que ocurre con los cuadros que lo representan, y la realidad lucha por abrirse paso. Después de un parón en su obra, Magnani vuelve a pintar como lo hacía antes, añadiendo algún nuevo detalle que ha visto en sus visitas (por ejemplo una antena de televisión, un poste de electricidad) pero dejando la esencia de "su pueblo" intacta, su cerebro se ha impuesto a la realidad.


El último hippie es incapaz de vivir más allá de los primeros años 70, su mundo quedó congelado en aquella época en la que comenzaron sus mareos y fiebres y en que los Grateful Dead eran el grupo de moda en la Costa Oeste con todos sus miembros al completo, mientras para el resto del mundo son recuerdo de una época muerta, al igual que varios de sus integrantes. Greg parece comportarse como las personas lobotomizadas de los años 40 y 50, sin impulsos propios, totalmente ausente y pasivo. Sin embargo, al primer estímulo (unas palabras que se le dirijan, música que suene al fondo de la sala) se convierte en una persona expansiva, atenta y conversadora, aunque anclada en los 70. ¿Sería más feliz en su vida sabiendo que los Dead dejaron de ser lo que representaron para él? Greg no está en disposición de contestar por sí mismo a esta pregunta pero adivinamos la respuesta.


Bennet padece el síndrome de Tourette, una afección neurológica que reduce al individuo a una serie de tics gestuales, orales y de todo tipo que parecen hacer imposible una vida sosegada. Sin embargo, Bennett está felizmente casado, conduce un coche, pilota una pequeña avioneta, da clases en la universidad local y es el cirujano de mayor prestigio en todo su hospital. En las reuniones semanales con sus colegas alarga los brazos hacia el techo, estira las piernas de manera compulsiva, lleva la cabeza hacia el suelo mientras sus hombros se agitan pero su opinión es respetada y nadie parece sorprenderse de su comportamiento. Para poder estudiar y preparar las operaciones más complejas debe consultar sus libros de medicina sentado en una bicicleta estática preparada a tal efecto mientras fuma en pipa. La realización de movimientos mecánicos y rítmicos parece concederle un poco de paz para poder leer sin que su cabeza salte a otra parte. ¿Renunciaría a todo lo que ha conseguido a cambio de perder esas "pequeñas rarezas" como las define su feliz esposa? Seguramente no.


La adaptación no siempre resulta feliz y en ocasiones fracasa. Virgil fue operado de cataratas con más de 40 años tras haber vivido sin visión prácticamente desde los 6 años. Su vida era estable, a punto de casarse, trabajaba como masajista para la YMCA que, al tiempo, le facilitaba una casa, había aprendido a leer en Braille y era autónomo. Su cerebro había hiperdesarrollado el tacto ocupando parte de las zonas que correspondían a la visión. Tras las operación Virgil no logró ver correctamente ni dar coherencia al mundo que se le presentaba ante sus ojos. Incapaz de comprender que la conjunción de dos ojos, una nariz y una boca eran una cara, o de tener una visión tridimensional que le permitiera distinguir qué objeto está cerca, cuál lejos, etc, acabó retornando a su mundo de tinieblas con graves problemas de autoestima y una creciente frustración. Problemas de salud previos (peso excesivo, presión arterial, ...) agravados por su desánimo acabaron por poner punto y final a su vida sin que su cerebro pudiera "recuperarse" de los años que había vivido ciego.


El cerebro es en ocasiones capaz de utilizar sus recursos libres concentrándolos en una determinada aptitud. La capacidad memorística o la habilidad de cálculo más prodigiosa son características comunes a muchos savants generalmente despreciados como espectáculos circenses. Stephen es un niño incapaz de comunicarse pero con unas dotes especiales para el dibujo que suscita interés y se ve alentado a desarrollar una brillante carrera con la publicación de varios libros de dibujos y viajes alrededor del mundo en busca de temas para sus ilustraciones. Stephen es capaz de "atrapar" el estilo de Matisse y hacerlo suyo. No copia los originales, asume su estilo y le agrega el suyo propio. Incluso se aprecia cierta ironía en sus retratos que, sin embargo, no es capaz de transmitir en su vida cotidiana, circunscrito a su condición de adolescente asocial con los conflictos y represiones que ello supone. ¿Tiene capacidad de empatizar o de sentir apego por las personas?¿Siente verdadero aprecio por quienes se esfuerzan por atenderle?¿El contacto social podrá modelar su cerebro para dotarle de cierta capacidad de sentimientos?


Éstas son las historias que nos presenta Sacks y éstas las cuestiones a las que, en ocasiones responde, y en otras deja para futuras investigaciones o para la simple especulación. Una idea subyace, nuestra concepción de integridad y plenitud, de normalidad, determinan lo que, a sensu contrario, es anormal o deficiente. Los personajes de este libro nos hacen ver que no ser réplicas de nuestro modelo no las hace imperfectas, minusválidas o incapaces. Como un antropólogo, deberíamos abstenernos de juzgar con nuestros prejuicios y etnocentrismo. Este libro es un estupendo antídoto contra esa amenaza y un ejercicio para conocer mejor a nuestros semejantes o a nosotros mismos.

2 de septiembre de 2007

Arthur & George (Julian Barnes)


Arthur & George es un díptico que enfrenta la vida de dos contemporáneos cuyas vidas se cruzaron fugazmente pese a su natural divergencia. George es un joven abogado de origen indio que, en la Inglaterra eduardiana de principios del siglo XX, es acusado, juzgado y condenado por rajar el vientre y causar la muerte de varios animales en un condado rural. Su carácter reservado, sus escasas dotes para la comunicación humana, su origen racial y su exclusivo interés por el mundo del Derecho, despreciando otras aficiones más mundanas como las mujeres o el alcohol, le convierten en un espécimen extraño, una rareza en una comunicad intransigente y dispuesta a atribuirle cualquier iniquidad por no querer ser uno más.
Arthur es, naturalmente, el gran escritor Conan Doyle cuya infancia se vio influida por una educación centrada en los elevados principios morales de la Vieja Inglaterra según los cuáles, el ejercicio de deportes físicos servía para templar las tentaciones de la carne, fumar delante de una dama era considerado una absoluta grosería y el honor propio estaba por encima de cualquier otra cuestión terrenal. Pese a que en su infancia conoció la pobreza relativa como consecuencia de la conducta errática y bohemia de su padre – lo que forzó a su pobre y adorada madre a sacar adelante a su parentela- logró abrirse camino, primero como médico, posteriormente como oftalmólogo y, finalmente, dado que la escasez de clientes le permitía escribir en su despacho profesional, como autor de éxito.
Es conocida la aversión que Conan Doyle acabó desarrollando por Sherlock Holmes a quien mató y posteriormente resucitó ante los ruegos de su público (y de su propia madre). Arthur siempre prefirió sus novelas medievales en las que el ideal caballeresco era la esencia. Precisamente ese ideal es el que le llevó a lo largo de su vida a consagrar sus esfuerzos a diversas causas que consideraba justas. Así, organizó numerosas colectas a favor de desvalidos que llamaban su atención por cualquier motivo- por ejemplo el ganador de la maratón de las olimpiadas de Londres descalificado por haber sido ayudado a levantarse a pocos metros de la meta-, se manifestó en contra del sufragio femenino, tomó partido por la mayoría de asuntos públicos de la Inglaterra de su época e intervino activamente en diversos casos judiciales.
En esta última faceta es donde se encuentran fugazmente la vida de estos dos hombres. Arthur Conan Doyle investigó, escribió artículos, promocionó una comisión del gobierno y logró, finalmente, la anulación de la sentencia que condenaba a siete años de trabajos forzados al bueno de George Edalji, incapaz por otro lado de acercarse a una vaca, no digamos ya de abrirle la panza.
A primera vista se podría establecer una relación natural entre las labores “reales” de investigador justiciero de Conan Doyle y las “ficticias” de su creación literaria. Sin embargo, y a diferencia de lo que señalan facilonamente la mayoría de las críticas que se han publicado de este libro, creo que el origen de este impulso está más relacionado con el carácter de desfacedor de entuertos, casi quijotesco, propio de sus ideales elevados. Su interés era limpiar la vergüenza que sentía como inglés por el estrepitoso fracaso que la administración pública (policía, jueces, jurado popular y políticos) había jugado en este episodio. De hecho, a partir de este suceso, y con el fin de prevenir injusticias similares se crearon los Tribunales de Apelación.
Sin duda, y pese a que el título parece mostrarnos a dos personajes en igualdad de condiciones, el libro gira inevitablemente en torno a la vida de Conan Doyle, no sólo por ser más conocida, sino porque su carácter, su infinita energía, su concepción del honor y la visión que de sí mismo tenía (no precisamente modesta) son un poderoso imán al que Barnes sabe sacar un brillo especial que le hace aún más atrayente.
Sin embargo, y a un nivel puramente literario, es la recreación de la vida de George Edalji, cómo se construye ante nuestros ojos asombrados la personalidad y el esbozo de sus pensamientos más íntimos, lo que da la medida del enorme talento de Julian Barnes. El autor sabe tomar una historia real y trocarla, más allá de la pura anécdota, en un territorio literario propio. Mediante un estilo engañosamente sencillo (apenas parece advertirse el trabajo del autor) y con precisión aritmética, se nos desgrana en paralelo el curso de la vida de estos dos hombres ejemplificando dos formas de entender la vida y afrontar sus desafíos.

30 de agosto de 2007

Días memorables (Michael Cunningham)


Cunningham ha intentado repetir la fórmula del éxito que le llegó con Las horas en esta novela compuesta igualmente sobre la base de tres historias independientes pero, de algún modo, relacionadas entre sí. En Días memorables los elementos cohesionadores de la historia son Nueva York y Walt Whitman. Sin embargo, y a diferencia de su obra anterior, no parecen ser suficientes para dotar de un sentido al libro como conjunto ni aportan un significado especial a esta pequeña trilogía.

Las tres historias transcurren en Nueva York en diferentes momentos históricos (el despunte de la Revolución Industrial, el periodo posterior al 11-S y un futuro en el que Nueva York se convierte en una especie de parque temático testimonio de un tiempo que ha pasado y que se contempla con asombro y curiosidad).

En la máquina es la primera de estas historias en la que su protagonista es un niño que, tras la muerte de su hermano en un accidente laboral, ocupa el lugar de éste tanto en la fábrica como en la familia y, de algún modo, pretende asumirlo también protegiendo a la prometida de su hermano. Lucas tiene dificultades para expresar sus ideas de modo que recurre a los versos de Whitman para expresar sus emociones y para tratar de entender lo que le rodea. La historia se desarrolla con la constante presencia del espíritu del hermano ausente y su influencia.

Sin duda, la mejor de las tres pequeñas novelas por su belleza y lirismo y en la que la presencia de Whitman (tanto a través de sus versos, como física) contribuye a lograr ese objetivo). Cabe destacar que, mientras transcurre esta época, Whitman está aún revisando y completando Hojas de Hierba y en sus versos se refleja igualmente ese mundo naciente de los obreros y las máquinas, frente a la imagen excesivamente pastoral y campestre que se suele atribuir a su obra poética.

La cruzada de los niños es la segunda historia que narra cómo una psicóloga que trabaja para la policía atendiendo llamadas de psicópatas y terroristas, se ve afectada por sus conversaciones con un niño que amenaza con saltar por los aires explotando un bomba en el centro de Nueva York. El pasado de la mujer y su vida insatisfecha llevan a Catherine a tomar la decisión equivocada, y lo que es peor, ser consciente de ello cuando ya es demasiado tarde. Whitman se manifiesta a través del lenguaje de los niños, debidamente manipulados, que pretenden con sus atentados crear una nueva Arcadia rural y poder vivir sobre la hierba como en tiempos pasados.

Esta segunda historia no llega a la altura de la primera pero resulta sumamente interesante el modo en que se va gestando, casi inevitablemente, la decisión de Cat quien, a su vez también busca su propia Arcadia.

Finalmente, Cual belleza es la tercera historia, ambientada en un futuro no muy lejano, tras un desastre que ha exterminado la vida de gran parte del planeta, en el que conviven humanos, humanoides y seres de otro planeta en condición de semi-siervos. Nueva York es, prácticamente, un destino turístico en el que se puede observar cómo era la vida anterior al desastre, a través de figurantes que pueblan sus calles y visten y actúan tal y como se hacía en aquella época. Un miembro de cada de una de estas “especies” forman el trío que tratan de huir de la ciudad en busca de un mejor destino.

En esta huida atisban un mundo asolado, poblado por bandas sin ley, autoridades impenetrables o grupos de cristianos primitivos. En su destino, Denver, contactan con el creador de Simon quien, para dotarle de algún tipo de sentimiento o sensibilidad, le incluyó en su memoria y circuitos, la obra de Whitman. En el momento de su llegada, el científico está preparando el viaje a un planeta remoto que les permita vivir alejados de la locura en que se ha convertido la Tierra (otra Arcadia imaginaria). Simon decide finalmente no acompañarles en el viaje logrando así superar su condición mecánica de hombre de hojalata.

De las tres historias la primera es ciertamente memorable, como el título del libro indica, la segunda es interesante y bien construida, la tercera parece un tanto forzada al plan prediseñado por el autor. En cualquier caso, cabe destacar que la maestría de la escritura de Cunningham hace de la lectura de todas ellas un placer que recompensa con creces el esfuerzo.

Es obligación del autor ofrecernos en el futuro un libro en el que fondo y forma alcancen un equilibrio que justifique su inclusión entre los mejores escritores de su generación.



26 de agosto de 2007

Historias de Winny de Puh (A.A. Milne)


En una sociedad cada vez más inmadura e infantilizada, incapaz de asumir sus propias responsabilidades, sorprende el menosprecio que recibe la literatura infantil clásica. Cualquiera se sonroja leyendo las aventuras de Alicia, las delirantes peripecias de Peter Pan o las simpáticas canciones del oso Puh. Y sin embargo, los padres ríen y alientan en sus hijos la visión más adulterada que de estos personajes nos ofrece el cine de animación o los parques temáticos, hasta el punto de que los mismo que considerarían impropio de su madurez la lectura de los cuentos de los hermanos Grimm acuden a las salas de cine para ver cómo una rata se convierte en un cocinero – perdón, un restaurador- de éxito.

En fin, uno considera que la madurez estriba en elegir qué leer o qué ver con independencia de lo que haga el vecino y, en consecuencia, no se niega el placer de dedicar parte de su limitado tiempo de ocio a leer las ocurrencias del sombrerero loco, las historias de Long John Silver o las inteligentes conclusiones de Christopher Robin.

Y todo ello por dos razones. El puro ocio en primer lugar. Frente a la visión almibarada y vacía que de estos clásicos ofrecen los medios de comunicación, los originales resultan siempre enormemente frescos y sorprendentes. La acidez y la ternura se combinan al igual que lo hacen en la vida adulta, nunca desprenden ese regusto a moralina nauseabunda que tanto gusta a quienes no los han leído pero pretenden instruirnos.

A.A. Milne dibujó el plano de un bosque mágico habitado por unos seres llenos de buenas intenciones pero tan reales como para estar dotados de todos los defectos que son propios de los humanos. La soberbia, la ignorancia, la envidia o el egocentrismo conviven con la alegría por vivir, el deseo de ayudar, de compartir un proyecto de modo desinteresado. Todo ello bajo la atenta mirada de un ser superior, que aunque vive en ese otro extraño mundo que representan los humanos, suele dejar a un lado sus humanas preocupaciones para compartir su tiempo, su sabiduría y sus temores, con sus mejores amigos, fruto de su propia imaginación.

Milne escribió estos breves cuentos en torno a la figura de su hijo Cristopher Robin y su peluche favorito, el oso Puh, un oso sin Cerebro pero capaz de las mejores ideas. Junto al bueno de Puh creó a su compañero inseparable, Porquete. También se acordó de los canguros Ruth y Kanga, del saltarín Tigle, del sabio Búho, del introvertido y resentido burro Iíyoo o del sabio y parlanchín Conejo entre otros. En sus aventuras, caminan en busca del Polo Norte, a la caza de un Pelifante o a la búsqueda del mejor método para robar la miel a las abejas. Pero también buscarán una casa para Búho o la cola perdida de Iíyoo, celebrarán su cumpleaños y jugarán arrojando palos al río desde un puente.

¿Por qué leer las historias de Winny de Puh? Porque, al igual que ocurre con la literatura adulta, al volver la última página, uno se siente acompañado por sus protagonistas. Su espíritu y personalidad contradictoria iluminan nuestras propias contradicciones, porque cada uno de estos peluches representa una parte de nuestra personalidad no siempre evidente. Una razón más, porque podemos sentirnos de nuevo niños o leerles estas historias a nuestros hijos sin sentir que les estamos vendiendo un puñado de mentiras que de nada les servirán en esta vida, ni les harán mejores, ni más sabios ni más prudentes y que sólo les acercarán más a todo a quello de lo que les queremos preservar. Sólo por eso….

Finalmente, una recomendación: cualquier lectura de las aventuras de Winny, debe comprender los dos libros publicados por Milne (Winny De Puh y El rincón de Winny), y deben ir acompañadas por las impagables ilustraciones de E.H. Shepard, fiel reflejo del texto.

5 de agosto de 2007

El Golem de Praga (Leyendas del gueto judío) / El Golem duerme en Praga


Las leyendas se consideran el medio de expresión popular por excelencia. Muchas de ellas recogen creencias tradicionales sobre el nacimiento de los pueblos, acontecimientos memorables de su historia o simplemente anécdotas de personajes anónimos.

Las leyendas no suelen ser vistas con indiferencia. Muchos las han considerado como la expresión del pueblo y así se han querido preservar, al igual que muchas otras manifestaciones del arte popular, recogiéndolas por escrito y fijándolas. Estas leyendas son, por tanto, el fruto del espíritu de los pueblos y su elaboración a través de la tradición oral representa el acervo de una nación. El romanticismo y el nacionalismo de finales del siglo XIX fueron caldo de cultivo de esta tendencia.

Otros sostienen que las leyendas no son otra cosa que la muestra de una tradición que ata a los pueblos a un pasado empobrecido, tanto en lo material como en lo artístico. Las pequeñas moralejas con que suelen concluir son expresión de una superstición vacía y de la negación del progreso.

En fin, lo que es cierto es que su lectura resulta siempre entretenida (no en vano sólo han llegado a nosotros aquellas que guardan mayores méritos, a diferencia de la literatura actual que vomita los libros con independencia de su valor y procedencia). Por ello resulta refrescante sumergirse en su lectura. Las leyendas de otros países cuentan con la ventaja añadida de no ser conocidas previamente por el lector y de contar con cierto exotismo que las hace más atractivas.

Estos dos libros (El Golem de Praga. Leyendas del Gueto judío y El Golem duerme en Praga) presentan diferentes leyendas – en algunos casos coincidentes aunque con variaciones interesantes- relacionadas con los judíos de Praga. Así, encontramos la explicación del nombre de la sinagoga Vieja-Nueva, el origen del asentamiento de los judíos en Praga y de los privilegios y persecuciones de que fueron objeto.

También aparecen nombres ilustres como el rabino Löwy, Maisel, Pinchas o Rodolfo II. Se nos cuenta la leyenda de la creación del Golem – esa figura antropomorfa de barro cocido que sólo obedecía las órdenes del rabino Löwy y cuyo fin era proteger a los judíos de las iras de los praguenses. Ésta quizá sea la leyenda praguense más conocida ya que ha sido llevada al cine en numerosas ocasiones y Gustav Meyrink publicó en 1915 una estupenda novela sobre la base de esta leyenda.

Como final haré un breve resumen de uno de los episodios relatados sobre la vida del rabino Löwy y que es un ejemplo perfecto del tipo de leyenda recogido en estos dos libros. Este episodio lo he leído en diferentes contextos históricos y con otros personajes lo que muestra hasta que punto la tradición oral se adapta a cada lugar concreto.

El emperador Rodolfo II invitó a su mesa al rabino Löwy. El camarero real colocó en el centro de la mesa dos bandejas de plata, cada una de ellas con un pescado, pero de diferentes tamaños, uno pequeño y otro grande. El emperador, dubitativo, y no sabiendo cómo proceder, invitó al rabino a que se sirviera en primer lugar. Éste, tras meditarlo durante unos instantes, escogió la bandeja con el pescado mayor, no dejando otra opción al emperador que servirse el pescado pequeño.

El emperador, irritado, preguntó al rabino por el motivo de su proceder, tan poco respetuoso con el emperador que le había invitado a su mesa. El rabino, sorprendido, le preguntó que qué habría hecho él en su lugar, a lo que Rodolfo II contestó sin dudar que habría tomado la bandeja con el pescado pequeño dejando a su invitado el más grande. Pues bien, contestó el rabino, en ese caso tu voluntad habría sido que tú tuvieras el plato pequeño y yo el grande, y así lo he hecho, por lo que he respetado tu voluntad. Ante lo cuál el emperador felicitó al rabino por su sabiduría y mandó al camarero que le trajera un nuevo pescado del mismo tamaño que el que comía el rabino recién sacado de las aguas del Moldava.