Charlotte
Salomon es una joven sensible.
Su
madre se ha suicidado, su tía se ha suicidado.
Su país
también se quiere suicidar a manos de Hitler.
Charlotte
es judía y su vida se estrecha cada día.
Y descubre
la pintura. La pintura la libera.
Se
aplica como se aferra el liquen a la roca,
Una colaboración
útil, la pintura la salva,
Ella
renueva la pintura.
Pese a
su raza y religión, ingresa en la Academia,
(Hitler
no lo logró).
Y gana
reconocimientos que la sacan del negro,
Que la
exponen y la ponen en peligro:
Un
tesoro que no se debe mostrar.
Y sus
padres deciden que es hora de que huya.
Viaja
al sur de Francia, junto a sus abuelos también huidos;
Las
fronteras cerrándose ya para siempre.
Y
mientras el Arte crece en ella, la guerra despierta.
La guerra
la sigue a Francia, acorralándola de nuevo,
Recordándola
que su paso por el mundo es breve,
Más
breve que el de los demás, es judía en tiempo equivocado.
Y sufre
de amor, de abandono, de fobias familiares,
De la
falta de arraigo y de la soledad.
Pero la
pintura es su refugio, un consuelo.
Y a
ella se entrega, como solución final,
Como
interpretación de su vida y su destino,
A modo
de diario, un lamer heridas por mil bocas.
Y por
Charlotte sufre obsesión David Foenkinos,
Y a
ella dedica su tiempo, a conocer su obra,
Pero
también a visitar sus ciudades, sus casas,
A
hablar con quienes conocieron a quienes conocieron a Charlotte
Acercándose
a ella, intuyendo o deduciendo, inventando al cabo.
Y para
ella ensaya varios libros,
Obras
que deben equivaler a su pintura.
Sensuales
y delicados, infantiles si cabe,
En su
crudeza, en su sufrimiento o en su redención.
Y al
fin da con una fórmula que le permite acercarse a Charlotte,
Susurrar
lo que ella habría susurrado,
Pintar
con palabras lo que quedó por contar.
Porque
ya intuimos el final: una cámara de gas.
Una
cámara que iguala a todos,
A los
artistas, a los científicos y a los mercachifles,
En la
misma fosa conviviendo en la muerte eterna
Los
rabinos jasídicos con los asimilados,
Los
comerciantes con los míseros mizrajíes,
Las hermanas
de Kafka y sí, Charlotte Salomon.
Y David
Foenkinos escribe su libro para recordarla,
Para
hacerla viva, más de lo que fue en vida.
Y lo
llama Charlotte, para que no queden
dudas.
Y la
forma en que lo escribe es parecido a esto.
Unos
versos que no lo son, una mezcla intrigante
Que no
cansa y que atrapa, que empuja la historia
Como si
no pudiera haberse escrito de otra manera.
En
España lo publica Alfaguara
Y lo
traduce con esmero María Teresa Gallego.
Y quien
lea Charlotte no podrá dejar de vivir
con ella.
Su pasión
por su arte, su confianza (¿o su desesperación?)
Nos
acompañará más allá de la última página.
En
tiempos revueltos las vidas también lo son,
Y aunque
las fuerzas del destino se impongan,
No
bastan para aplastan la conciencia del perseguido.
Por eso
hoy Charlotte vive en cada lector.