En
nuestros días se debate la conveniencia (o no) de una educación separada por
sexos, por capacidad individual, incluso por religión u origen cultural/racial.
El objetivo pretende ser una enseñanza adaptada a cada niño, rehuyendo una
instrucción idéntica para quienes no lo son. Por supuesto, esto no impide que
las posiciones de partida sean ideológicas y el debate discurra en busca de un
respaldo con apariencia objetiva para cada postura.
Pero
olvidamos que durante muchos años y en muchos lugares, no hasta hace demasiado
tiempo también en gran parte de España, la escuela unitaria era la prevalente.
Una escuela en la que un único maestro dividía su tiempo y atención entre
alumnos que aprendían las primeras letras y alumnos que practicaban los
rudimentos de la trigonometría. Poco espacio y tiempo tenía este maestro para
discernir sobre el modelo educativo a seguir.
Es
precisamente éste el escenario en el que se desarrolla Una temporada para silbar
(Ed. Libros del Asteroide,2011, traducción
de Juan Tafur). Una escuela unitaria
de comienzos del siglo XX en un recóndito asentamiento de Montana al que han
llegado recientemente colonos atraídos por promesas de un mejor destino que el
tiempo está revelando como excesivas en el mejor de los casos.
A
esta escuela asisten los tres hermanos Milliron. Su madre falleció hace casi un
año y Oliver, su padre, renunciando a su empeño por sacar adelante a la familia
con sus solas fuerzas, acaba de contratar los servicios de un ama de llaves procedente
de de Chicago, Rose Llewellyn, a través de un anuncio en un periódico. .
Rose
es una mujer muy peculiar. Su energía es inagotable y pronto pone orden en el
caos de la casa de Marias Coulee. Su garbo y energía no solo devolverán el
esplendor a los suelos y cortinas de la vivienda sino que alegrará la vida de
los cuatro hombres que la habitan cohesionando a la familia y ganándose la
confianza y aprecio de todos.
Pero
toda cara tiene su cruz y ésta lleva por nombre Morris, el hermano de Rose, que
ha llegado junto a ella sin oficio conocido más allá de una remota referencia a
un negocio familiar de guantes. Su atildamiento, vocabulario, vestuario y el
modo teórico en que afronta los problemas prácticos parecen lo menos apropiado
para el rudo entorno de un poblado de pioneros.
La
oportunidad para desarrollar su verdadera vocación llegará cuando la maestra
titular de la escuela se fugue con un predicador y él ocupe la vacante a falta
de otro candidato mejor que supla el repentino vacío.
Es
en este momento cuando la novela alcanza el nudo que desarrollará en las
sucesivas páginas, el proceso formativo de los jóvenes, en especial de Paul Milliron,
el mayor, espoleados por los métodos heterodoxos de Morris.
Diversos
acontecimientos irán marcando la vida en la pequeña escuela. Los conflictos
entre los alumnos, las riñas infantiles y las agresiones más peligrosas
rivalizarán con la siempre presente amenaza de algún padre poco proclive al
sistema educativo o la más imprecisa amenaza de la visita del inspector.
Este
último punto no deja de ser relevante toda vez que Paul Milliron terminará
ocupando el puesto de supervisor de educación de Montana. Será en el ejercicio
de su función cuando, muchos años después, regrese por Marias Coulee y rememore
lo vivido en aquel tiempo unido por siempre al silbido alegre de Rose y al talento
docente de Morris.
Narrada
en primera persona, Paul evocará con un deje melancólico la felicidad de
aquellos días sin perder por ello la perspectiva ni evitar los numerosos puntos
negros que marcan, igual que los luminosos, el proceso de maduración que
inevitablemente llega a todo niño.
Una temporada para silbar es una hermosa
narración que se mueve entre lo poético y lo rudo. Una novela de iniciación, de
pioneros y tiempos heroicos dulcificados por el apoyo familiar y la fuerte
solidaridad de una comunidad cohesionada en torno a la escuela, único referente
y vínculo entre los colonos y por la que dejan a un lado las rencillas propias
de granjeros.
Los
personajes de la novela son, sin duda, el mayor de sus atractivos. Acompañamos
a Paul en su proceso de formación y crecimiento, pero también nos identificamos
con su padre, Oliver, en su esfuerzo por asegurar un mejor futuro para sus
hijos mediante su esfuerzo y, fundamente, su ejemplo. Admiramos la habilidad de
Morris para la docencia y el modo en que los pequeños compañeros de los
Milliron compiten, luchan y se apoyan al modo que sus padres lo hacen a otro
nivel.
Ciertamente
casi todos los personajes son tratados con cariño y respeto por el autor que
nos los presenta bondadosos y rectos, o si torcidos, nos muestra los motivos
que traerán nuestro perdón o consideración. Pero, ¿qué es lo que les aleja de
la manida falta de matices tan característica de los personajes de toda mala
novela? Sin duda, el talento de Ivan Doig que sabe pasear a sus
nobles personajes por paisajes desolados, tanto física como moralmente. No les
evita duras pruebas a través de las que deja adivinar el tejido contradictorio
del que están hechos y la lucha que les impulsa a mejorar y superarse.
Una temporada para silbar es una novela amable,
sí, pero no blanda, no fácil o falsa, es una novela con mayúsculas, expresión
de un talento natural para la narración equilibrada. Pocos habrían logrado
idéntico resultado con los mismos elementos.
Pasar
por alto la oportunidad de leer esta novela privará al lector de una visión
única sobre un modo de entender la literatura al que desgraciadamente nos estamos
desacostumbrando con suma facilidad. Y no será por oportunidades como ésta.
Es la primera vez que oigo hablar del autor y la novela. Y me gusta lo que cuentas.
ResponderEliminarSaludos
Agnieszka, no te arrepentirás. Vuelve y cuéntanos.
ResponderEliminarYo lo tengo en casa esperando su momento, pero después de tu reseña creo que voy a adelantarle unos metros.
ResponderEliminarGracias
Teresa
Teresa, no te arrepentirás.
ResponderEliminarSaludos.