Nacemos ávidos de historias. Desde que somos capaces de entender un vocabulario mínimo nos convertimos en tiranos de nuestros padres, reclamando esa dosis diaria de cuentos para irnos a dormir, para comer o para atarnos los zapatos. En un principio puede ser el gusto de escuchar una voz conocida y tranquilizadora, pero pronto ésta pasa a ser un elemento que cede su lugar a las historias que salen de su boca. Hechizados, pasamos (o podemos pasar) horas enteras escuchando cuentos, incluso el mismo, una y otra vez, agotando la paciencia paterna, materna o filial.
Y sabemos que todos esos mundos se esconden detrás de signos tipográficos para cuya comprensión parece ser necesario el concurso de todos los esfuerzos y conocimientos del mundo. Pero también a ellos llegamos y, tras ingresar en la escuela, comenzamos a casar las palabras escritas con los sonidos que las dan vida. Nuestros ojos se adaptan para detectar meras líneas sin sentido alguno que, sin embargo, ahora parecen dotadas de una coherencia evidente.
Y con descanso, nuestros padres se alejan de nuestros cuartos dejándonos con un gran libro infantil en el regazo para que seamos nosotros quienes, autónomos, nos adentremos en la Literatura. Y, años después, confiarán en que sea la escuela la que continúe caldeando los rescoldos de ese amor infantil por aquellas hermosas historias. Y la escuela, con su racionalismo, sus programas y sus objetivos, trazará el destino de nuestra tarea lectora bajo la forma de textos obligatorios, comentarios, que copiaremos a compañeros de años anteriores, ¡afortunadamente esas lecturas obligatorias gozan de mayor estabilidad que las leyes educativas!.
Llegados a la compleja edad de la adolescencia, acosados por múltiples estímulos -unos biológicos y, por tanto, atemporales y naturales; otros alentados por quienes nos despreciarán por caer en los tentáculos que fabrican y con los que se enriquecen- nos alejaremos del libro. No en vano, el libro parece resultar ajeno a ese hermoso ideal de nuestra sociedad que ve con malos ojos cualquier actividad solitaria, que ensalza los placeres inmediatos y accesibles, sin previo esfuerzo. Y sólo años después, con las decepciones (o alegrías, quién sabe) de la vida, algunos volverán al libro, recuperarán el gusto por un esfuerzo cuya recompensa no está en el horizonte del "ahora" sino más allá de trescientas o cuatrocientas páginas. Pero otros muchos, lectores en potencia, mentes claras, con imaginación, con gusto por aquello que no está manido, perderán sin saberlo un goce que dificilmente sacia. Y tampoco tendría la mayor importancia, nadie es mejor por leer, simplemente les privaron del derecho de elegir, de equivocarse por sí mismos. Eso perdieron. Eso les robamos creyendo que todo les era dado en esta tierra de promisión.
Pennac ha dedicado parte de su obra a la reflexión sobre la escuela y la lectura. Este segundo aspecto lo aborda en Como una novela, libro en el que trata de enumerar y analizar las causas por las que un lector en ciernes se convierte en un renegado de la lectura que huye de las páginas escritas como si éstas representaran el peor de los castigos.
Sin afán de analizar todas las ideas que Pennac aborda en su libro (intenso y fecundo, en contraste con su brevedad) y sin intención jerárquica, podemos empezar por los propios padres que, acosados por un horror vacui legendario, tratarán de completar el tiempo de su hijo en una lucha contra el reloj y a favor de la ansiedad, con todas las actividades extraescolares que impidan el pecaminoso aburrimiento o que acredite la buena salud económica familiar y la preocupación por nuestros hijos (o por alejarlos de nosotros cuanto sea posible, según se mire). El tiempo para madurar lentamente una novela, para saborearla, queda eternamente aplazado. Los padres tampoco son una referencia válida en muchos casos; el lamento de que mi hijo no lee suele provenir de quienes tampoco lo hacen.
La escuela es otra gran destructora de lectores en potencia. Convirtiendo la lectura, ese placer ameno, en una obligación monótona y repetitiva, cumpliendo unos programas que suelen comenzar puntualmente en autores medievales y rara vez culmina en una Literatura más próxima (¿es necesaria esa enseñanza cronológica?¿es pedagógica?).
Otra reflexión de Pennac: "¡Qué pedagogos éramos cuando no estábamos preocupados por la pedagogía!"
Pero la escuela no puede competir, aunque quisiera, con esa bestia negra de todo intelectual al uso, o de quien se vanaglorie de serlo aún no siéndolo: la televisión y, más recientemente, los videojuegos e internet. Sabiamente Pennac recoge la escena de un joven obligado a terminar un libro, "mientras no lo acabes, no hay televisión" y expresa claramente nuestras terribles contradicciones: elevamos la televisión a premio y reducimos el libro (cualquier otra actividad) a un castigo, un peaje previo para el paraiso televisivo.
Y toda la mítica que rodea al libro se asocia inevitablemente a aspectos tales como el silencio y el aislamiento. ¿Nadie recuerda que el libro nace para fijar aquello que previamente deriva de una profunda tradición oral? ¿Nadie concibe ya una sesión de lectura en público? ¿Qué pensaría Dickens que recorrió toda Inglaterra y parte de los Estados Unidos haciendo de sus lecturas acontecimientos sociales y culturales imborrables para quienes los presenciaban? ¿Qué Kafka quien leía en voz alta sus relatos a Max Brod, a su hermana favorita o incluso en público (él, el gran tímido)? ¿Cómo lloraría Whitman si viera sus Hojas de Hierba como briznas muertas en una biblioteca en manos de un lector contraído y temeroso? ¿Dónde dejamos espacio para esa otra mítica, la del lector arriesgado, la del que vive para leer con la misma fuerza que vive para amar y para gozar? ¿A alguien le extraña que la lectura no parezca demasiado atractiva?
Pennac, haciendo honor al título de la obra, no quiere terminar con un mal sabor de boca. En las últimas páginas nos regala sus Diez Derechos del lector que, a modo de piedra mosaica, nos permitirán hacer llegar el goce de la lectura a quienes les resulta ajeno, derribando barreras, tópicos, imposiciones carentes de sentido, desacralizando la figura del libro, del autor y del propio lector, acercándolo a ese goce caprichoso que nos conquistó en la infancia.
El derecho a no leer, a no ser presionados para ello, a que nadie ponga en duda nuestra inteligencia porque no leamos. ¿Quién, a fin de cuentas, no tiene rachas en las que, simplemente, no siente apetito lector? Pero también, el derecho a no terminar un libro, a levantarnos del sofá y devolver el libro a su estantería. Quizá años después, retomemos el libro y nos preguntemos vagamente, ¿por qué no nos gustó hace años? Y también, por supuesto, el derecho a no leer todas las palabras, de principio a fin, el poder saltarnos pasajes, centrarnos en lo que más nos gusta (yo añadiría el gusto por volver atrás e, incluso, por saltar adelante libremente sin sentirnos contrabandistas de la peor calaña). El derecho a releer lo que más nos gusta (¿de verdad hay que leer todo lo que se publica sin echar la vista atrás sobre lo que más nos ha enriquecido? ¿tanto perderemos si volvemos a leer lo que nos impresionó o marcó? ¿no serán acaso las editoriales las menos interesadas en la relectura?). Y, por encima de todos, el derecho a leer lo que me de la gana. Que nadie me mire con soberbia o condescendencia si leo determinados libros, si disfruto con Harry Potter aunque tenga cincuenta o setenta años. Que nadie me juzgue por ello y que yo no juzgue a quien lea a Sartre o a Sófocles.
Y así, hasta diez derechos fundamentales para orear nuestra conciencia lectora, despejarla de mitos que la enturbian y degradan. Derechos que vuelvan a hacer del lector el protagonista de los libros.
Otra nota de optimismo; pese a las estadísticas con índices de lectura bajísimos, pese a los periódicos informes sobre la escasa habilidad en lectura comprensiva y los vaticinios de los pedagogos mediáticos que, desde sus ventanas televisivas, denuncian que precisamente la televisión acabará con la lectura, los signos evidencian lo contrario. Que nadie nos engañe, no me imagino a los españoles de los años cincuenta como ávidos lectores impenitentes, siempre con un libro a cuestas; me temo que sus preocupaciones eran otras. Pasear por la Feria del Libro revela colas de adolescentes que han hecho enrojecer de envidia a Antonio Gala; viajar en Metro permite asombrarse de ver a jóvenes leer libros que yo, algo mayor, pero tampoco tanto, he demorado para cuando tenga tiempo que es lo mismo que decir, para nunca. Y también he leído bitácoras escritas por alumnos de Instituto compartiendo sus gustos sobre Literatura, entre opiniones sobre un concierto, un estreno de cine o una serie de dudoso gusto, todo ello con la naturalidad de quien habla de lo que le gusta, lee lo que quiere, sin necesidad de buscar aprobación de nadie. Ese espíritu es el que lleva a los libros, por tanto, los libros (sea cual sea su formato futuro) seguirán vivos, o al menos tan vivos como lo han estado siempre.
Y sabemos que todos esos mundos se esconden detrás de signos tipográficos para cuya comprensión parece ser necesario el concurso de todos los esfuerzos y conocimientos del mundo. Pero también a ellos llegamos y, tras ingresar en la escuela, comenzamos a casar las palabras escritas con los sonidos que las dan vida. Nuestros ojos se adaptan para detectar meras líneas sin sentido alguno que, sin embargo, ahora parecen dotadas de una coherencia evidente.
Y con descanso, nuestros padres se alejan de nuestros cuartos dejándonos con un gran libro infantil en el regazo para que seamos nosotros quienes, autónomos, nos adentremos en la Literatura. Y, años después, confiarán en que sea la escuela la que continúe caldeando los rescoldos de ese amor infantil por aquellas hermosas historias. Y la escuela, con su racionalismo, sus programas y sus objetivos, trazará el destino de nuestra tarea lectora bajo la forma de textos obligatorios, comentarios, que copiaremos a compañeros de años anteriores, ¡afortunadamente esas lecturas obligatorias gozan de mayor estabilidad que las leyes educativas!.
Llegados a la compleja edad de la adolescencia, acosados por múltiples estímulos -unos biológicos y, por tanto, atemporales y naturales; otros alentados por quienes nos despreciarán por caer en los tentáculos que fabrican y con los que se enriquecen- nos alejaremos del libro. No en vano, el libro parece resultar ajeno a ese hermoso ideal de nuestra sociedad que ve con malos ojos cualquier actividad solitaria, que ensalza los placeres inmediatos y accesibles, sin previo esfuerzo. Y sólo años después, con las decepciones (o alegrías, quién sabe) de la vida, algunos volverán al libro, recuperarán el gusto por un esfuerzo cuya recompensa no está en el horizonte del "ahora" sino más allá de trescientas o cuatrocientas páginas. Pero otros muchos, lectores en potencia, mentes claras, con imaginación, con gusto por aquello que no está manido, perderán sin saberlo un goce que dificilmente sacia. Y tampoco tendría la mayor importancia, nadie es mejor por leer, simplemente les privaron del derecho de elegir, de equivocarse por sí mismos. Eso perdieron. Eso les robamos creyendo que todo les era dado en esta tierra de promisión.
Pennac ha dedicado parte de su obra a la reflexión sobre la escuela y la lectura. Este segundo aspecto lo aborda en Como una novela, libro en el que trata de enumerar y analizar las causas por las que un lector en ciernes se convierte en un renegado de la lectura que huye de las páginas escritas como si éstas representaran el peor de los castigos.
Sin afán de analizar todas las ideas que Pennac aborda en su libro (intenso y fecundo, en contraste con su brevedad) y sin intención jerárquica, podemos empezar por los propios padres que, acosados por un horror vacui legendario, tratarán de completar el tiempo de su hijo en una lucha contra el reloj y a favor de la ansiedad, con todas las actividades extraescolares que impidan el pecaminoso aburrimiento o que acredite la buena salud económica familiar y la preocupación por nuestros hijos (o por alejarlos de nosotros cuanto sea posible, según se mire). El tiempo para madurar lentamente una novela, para saborearla, queda eternamente aplazado. Los padres tampoco son una referencia válida en muchos casos; el lamento de que mi hijo no lee suele provenir de quienes tampoco lo hacen.
La escuela es otra gran destructora de lectores en potencia. Convirtiendo la lectura, ese placer ameno, en una obligación monótona y repetitiva, cumpliendo unos programas que suelen comenzar puntualmente en autores medievales y rara vez culmina en una Literatura más próxima (¿es necesaria esa enseñanza cronológica?¿es pedagógica?).
Otra reflexión de Pennac: "¡Qué pedagogos éramos cuando no estábamos preocupados por la pedagogía!"
Pero la escuela no puede competir, aunque quisiera, con esa bestia negra de todo intelectual al uso, o de quien se vanaglorie de serlo aún no siéndolo: la televisión y, más recientemente, los videojuegos e internet. Sabiamente Pennac recoge la escena de un joven obligado a terminar un libro, "mientras no lo acabes, no hay televisión" y expresa claramente nuestras terribles contradicciones: elevamos la televisión a premio y reducimos el libro (cualquier otra actividad) a un castigo, un peaje previo para el paraiso televisivo.
Y toda la mítica que rodea al libro se asocia inevitablemente a aspectos tales como el silencio y el aislamiento. ¿Nadie recuerda que el libro nace para fijar aquello que previamente deriva de una profunda tradición oral? ¿Nadie concibe ya una sesión de lectura en público? ¿Qué pensaría Dickens que recorrió toda Inglaterra y parte de los Estados Unidos haciendo de sus lecturas acontecimientos sociales y culturales imborrables para quienes los presenciaban? ¿Qué Kafka quien leía en voz alta sus relatos a Max Brod, a su hermana favorita o incluso en público (él, el gran tímido)? ¿Cómo lloraría Whitman si viera sus Hojas de Hierba como briznas muertas en una biblioteca en manos de un lector contraído y temeroso? ¿Dónde dejamos espacio para esa otra mítica, la del lector arriesgado, la del que vive para leer con la misma fuerza que vive para amar y para gozar? ¿A alguien le extraña que la lectura no parezca demasiado atractiva?
Pennac, haciendo honor al título de la obra, no quiere terminar con un mal sabor de boca. En las últimas páginas nos regala sus Diez Derechos del lector que, a modo de piedra mosaica, nos permitirán hacer llegar el goce de la lectura a quienes les resulta ajeno, derribando barreras, tópicos, imposiciones carentes de sentido, desacralizando la figura del libro, del autor y del propio lector, acercándolo a ese goce caprichoso que nos conquistó en la infancia.
El derecho a no leer, a no ser presionados para ello, a que nadie ponga en duda nuestra inteligencia porque no leamos. ¿Quién, a fin de cuentas, no tiene rachas en las que, simplemente, no siente apetito lector? Pero también, el derecho a no terminar un libro, a levantarnos del sofá y devolver el libro a su estantería. Quizá años después, retomemos el libro y nos preguntemos vagamente, ¿por qué no nos gustó hace años? Y también, por supuesto, el derecho a no leer todas las palabras, de principio a fin, el poder saltarnos pasajes, centrarnos en lo que más nos gusta (yo añadiría el gusto por volver atrás e, incluso, por saltar adelante libremente sin sentirnos contrabandistas de la peor calaña). El derecho a releer lo que más nos gusta (¿de verdad hay que leer todo lo que se publica sin echar la vista atrás sobre lo que más nos ha enriquecido? ¿tanto perderemos si volvemos a leer lo que nos impresionó o marcó? ¿no serán acaso las editoriales las menos interesadas en la relectura?). Y, por encima de todos, el derecho a leer lo que me de la gana. Que nadie me mire con soberbia o condescendencia si leo determinados libros, si disfruto con Harry Potter aunque tenga cincuenta o setenta años. Que nadie me juzgue por ello y que yo no juzgue a quien lea a Sartre o a Sófocles.
Y así, hasta diez derechos fundamentales para orear nuestra conciencia lectora, despejarla de mitos que la enturbian y degradan. Derechos que vuelvan a hacer del lector el protagonista de los libros.
Otra nota de optimismo; pese a las estadísticas con índices de lectura bajísimos, pese a los periódicos informes sobre la escasa habilidad en lectura comprensiva y los vaticinios de los pedagogos mediáticos que, desde sus ventanas televisivas, denuncian que precisamente la televisión acabará con la lectura, los signos evidencian lo contrario. Que nadie nos engañe, no me imagino a los españoles de los años cincuenta como ávidos lectores impenitentes, siempre con un libro a cuestas; me temo que sus preocupaciones eran otras. Pasear por la Feria del Libro revela colas de adolescentes que han hecho enrojecer de envidia a Antonio Gala; viajar en Metro permite asombrarse de ver a jóvenes leer libros que yo, algo mayor, pero tampoco tanto, he demorado para cuando tenga tiempo que es lo mismo que decir, para nunca. Y también he leído bitácoras escritas por alumnos de Instituto compartiendo sus gustos sobre Literatura, entre opiniones sobre un concierto, un estreno de cine o una serie de dudoso gusto, todo ello con la naturalidad de quien habla de lo que le gusta, lee lo que quiere, sin necesidad de buscar aprobación de nadie. Ese espíritu es el que lleva a los libros, por tanto, los libros (sea cual sea su formato futuro) seguirán vivos, o al menos tan vivos como lo han estado siempre.
- Mal de escuela (Daniel Pennac)
Me parece que tu reflexión y tu reseña son muy buenas. No he leído a Pennac, pero si conocía sus famosos diez derechos del lector y me han parecido siempre una magnífica declaración de principios. A lo mejor se pueden resumir en uno. Leer tiene que ser siempre un placer y nunca una obligación.
ResponderEliminarSaludos
Hola.
ResponderEliminarUna vez más enhorabuena por tu entrada. Yo me considero una buena lectora, creo que me voy haciendo mejor con los años, leo lo que me apetece y lo que me gusta y ahora por fin soy capaz de dejar un libro a la mitad si no me gusta sin sentirme culpable.
Yo leo todo el tiempo a todas horas, siempre llevo un libro encima. MI hija M que tiene 5 años en spetiembre no sabía leer y ha aprendido este año y ahora mismo alucino con ella, se sienta a mi lado con su libro y leemos en silencio cada una nuestro libro. El otro día me hizo un dibujo y era yo sentada leyendo.
Mi hija C tiene 3 años y no sabe leer obviamente, pero cuando se acuesta a veces me la encuentro en la puerta de su cuarto para intentar mirar un cuento a la luz que le entra del pasillo y luego se duerme con él debajo de la almohada para que le " cuente la hiztoria al oido".
En fín, me está saliendo un comentario muy maternal y paso.
Yo no concibo mi vida sin leer, me da pena que la gente no lo haga pero es verdad que están en su derecho.
Sobre mis costumbres del lectura escribí esto http://molinos1282.blogspot.com/2008/09/tcnicas-librescas.html
Por cierto..seguro que tú no eres superfluo, escribiendo así es imposible que lo seas.
Saludos
No conocía el libro de Pennac ni su "decálogo", pero lo que comentas en la entrada me parece muy acertado. Por cierto, leyéndola me he acordado de las cualidades que, según Nabokov, tiene que tener "un buen lector": imaginación, memoria, cierto sentido artístico... y un diccionario.
ResponderEliminarYo también reivindico el derecho a dejar un libro a medias. De hecho, y curiosamente, hace muy poco me ha pasado lo que decías: dejé dos veces "Las afinidades electivas" de Goethe, y hace menos de un mes lo he disfrutado, haciéndome esa pregunta: ¿pero por qué no lo terminé?
Es verdad que nadie es mejor ni peor por tener la costumbre de leer, pero, como escuché decir una vez a Víctor Amela, para el lector vocacional es triste ver a personas a las que quiere desinteresarse por la literatura, porque sabe que se están perdiendo un gran placer que está al alcance de su mano.
Hola, Gww. Pasaba por aquí a decirte que mi última entrada se llama precisamente como tu blog. No estoy segura de sí fue coincidencia (pensando ambos en Neruda) o inconscientemente me inspiré en tí.¡Espero que no te importe!
ResponderEliminarY ya puestos; excelente entrada. Estoy de acuerdo con lo que expones (tras leer Como una novela, hice mis propias apostillas a los derechos y establecí un deber: Recordar que la lectura debe ser siempre un placer)
Saludos
Estupenda reseña, ya había escuchado algo sobre este libro, aunque no lo he comprado. Es lamentable lo que sucede con el hábito de lectura; es cierto que, por lo general, ni padres ni escuelas contribuyen a su formación.
ResponderEliminarDe cualquier manera, apuesto también por un futuro seguro para los libros.
¡Saludos!
Fab, totalmente de acuerdo con tu estupendo resumen (muy en la línea de esos diez mandamientos "que se encierran en uno" como se solía decir). La lectura debe ser siempre un placer, sino termina por ser una de las peores torturas.
ResponderEliminarmolinos, con ejemplos como el tuyo es como creo que se hacen los grandes lectores del mañana. Y es verdad, no hay que tener miedo de dejar un libro a medidas. Ya volveremos... o no, libros hay muchos para forzarnos a leer los que menos nos gustan. Me paso por el enlace que nos das, seguro que no tiene desperdicio.
C.C. Buxter, muy interesante la apreciación de Novokov (sobre todo la del diccionario, ese libro presente en toda casa y raramente consultado) .Y es totalmente cierto lo de que cada libro puede tener un momento. Ahora leo libros que, probablemente, no habría disfrutado hace años y viceversa, la intución es la mejor arma (como se dice en medicina, si te apetece comer algo es que no te va a hacer daño, el cuerpo sabe).
Lammermoor, bienvenido a este blog. Muy cierto lo que dices, la guía del buen lector es el placer (al que se verán añadidas muchas otras cosas, sin duda, pero sin esa chispa, todo parece perder sentido). Visitaré tu blog.
Hoal Andrómeda, brindemos pues por el futuro de la Literatura, y porque ese ejemplo de padres, escuela, sociedad en general cunda. Dicen que con esto de la crisis ha aumentado la venta de libros (ir al cine vale lo mismo casi que cualquier libro de bolsillo - palomitas aparte- y lo puedes volver a leer cuando quiera, prestar, usar de pisapapeles, archivador, ... vamos una ganga.
Un abrazo a todos y gracias por vuestra visita.
Me ha gustado mucho cómo has presentado el libro, GWW, y lo que dices que dice Pennac. Ciertamente, leer debe siempre ser un placer. A mi me costó años convencerme de que debía abandonar un libro si no me interesaba. Me sentía muy mal, pero finalmente lo conseguí. A mi hijo, sin embargo, no le cuesta nada: casi todos los libros los deja a mitad o en las primeras páginas...pero nunca le obligué a leer: sólo dejaba libros en su camino, para que se los fuera encontrando, ja ja ja! me temo que no dio resultado. Bueno, no es que no lea en absoluto, pero no del modo que a mi me gustaría, claro que no se puede hacer más.
ResponderEliminarEs cierto que la Escuela es una de las principales responsables de que se odie la lectura. Y la Televisión, la otra; sin embargo, creo que Internet vuelve a reconciliar a los jóvenes con los textos escritos, ya que como no están acostumbrados al papel, ya pasan directamente a la pantalla. A los acostumbrados al papel, nos cuesta más leer en pantalla (o será la edad) pero a los niños o a los jóvenes no...asi que puede que sea el futuro.
Me ha gustado mucho cómo has presentado el libro, GWW, y lo que dices que dice Pennac. Ciertamente, leer debe siempre ser un placer. A mi me costó años convencerme de que debía abandonar un libro si no me interesaba. Me sentía muy mal, pero finalmente lo conseguí. A mi hijo, sin embargo, no le cuesta nada: casi todos los libros los deja a mitad o en las primeras páginas...pero nunca le obligué a leer: sólo dejaba libros en su camino, para que se los fuera encontrando, ja ja ja! me temo que no dio resultado. Bueno, no es que no lea en absoluto, pero no del modo que a mi me gustaría, claro que no se puede hacer más.
ResponderEliminarEs cierto que la Escuela es una de las principales responsables de que se odie la lectura. Y la Televisión, la otra; sin embargo, creo que Internet vuelve a reconciliar a los jóvenes con los textos escritos, ya que como no están acostumbrados al papel, ya pasan directamente a la pantalla. A los acostumbrados al papel, nos cuesta más leer en pantalla (o será la edad) pero a los niños o a los jóvenes no...asi que puede que sea el futuro.
Con esta entrada ha conseguido hasta emocionarme, llevándome a aquellos años de infancia que comenta usted, los que van del paso de los cuentos paternos a la lectura en solitario. Me ha parecido realmente acertada su reflexión sobre cómo los libros se tratan casi com un castigo, y la televisión como un premio. Menuda paradoja. Por suerte a mí me criaron como si los libros fueran un premio (venga, si me acompañas al pryca, te compro un libro)...
ResponderEliminary sé cuánto bien ha podido hacer.
Y recuerdo también a una profesora, Lourdes, en 2º de EGB, que nos leía novelas infantiles de Roald Dahl. Esas que los niños ya no leen porque las hay en peli.
Cuánto he de agradecer.
En cuanto a la novela que reseñas, ha ido directamente a la libreta que llevo siempre encima.
Bravo. Genial como siempre
Gracias por el descubrimiento y su reseña.
Un saludo,
Katrina.
Por aquello de la libertad respeto el gusto de cada cual pero la verdad es que para mis adentros en más de una ocasión pienso “¡pero que mal me lee Fulanito!” y ya con eso le pongo una crucecita, que lo que uno lee dice mucho del uno en cuestión.
ResponderEliminarDigo yo que si nos pasamos la vida criticando la porquería que dan en la tele no va a resultar ahora que todo lo que se publica es bueno y que solo por el hecho de leer ya se está practicando un alto ejercicio cultural, pues para mi que no, que en todas partes cuecen habas, sean las partes esas la tele, internet o un libro.
A mí, que queréis, me parece fenómeno que la gente lea por placer, lo mismo que el que vea ciertos programas basura o coma determinados productos por lo mismo, pero yo personalmente para educar he intentado encauzar y guiar estableciendo unos criterios entre los cuales no estaba el todo vale.
Ejemplo practico: Hace dos años pude ir un día a la Feria del Libro de Madrid. En una caseta estaba Ángel González completamente solo, mirando como iba y venía la gente. En otra caseta un poco más allá había una cola enorme que daba yuyu solo de verla y que estaban esperando pacientemente a que les firmaran sus libros los de “Cuarto Milenio”. Que quieres a mi me dio pena lo mal que andamos de culturilla.
Saludos.
Ybrim, no se trata del todo vale y también yo pienso a veces "Pero como puede gustarle ESO". Ahora bien, no me negarás que la mejor manera de educar y acercar la lectura es mediante el disfrute. Y, como todo en esta vida, la lectura es un aprendizaje; poco a poco, vas educando tu gusto y llegará un momento en que instintivamente rechazarás la literatura "Kleenex"
ResponderEliminarSi no lo has leído te recomiendo "Mal de escuela" y verás como Pennac coincide con lo dicho.
Hola GWW, el libro es excelente y no puedo estar más de acuerdo con lo que dices y con lo que dicen las personas que comentan.
ResponderEliminarLeer siempre es un placer, placer por aprender, por conocer,por ecuchar bellas historias.
Paso por aquí de vez en cuando, esta es la primera vez que escribo.
Muy buen blog, gracias por pasar por el mío
Teresa
Ybrim menta a Ángel González... Y he decir que soy aquella que cada año que el maestro fue a la Feria del libro en Madrid, acudí a reflejarme en sus ojos. Grande...
ResponderEliminarPor cierto, en cuanto al post, aprendí hace años que no tendré tiempo en mi vida para leer todo lo que me interesa, así que si un libro no consigue imantarme, lo aparto. Para mí la lectura es además de todo un placer.
Por cierto,es mi primera incursión en su blog, como McArthur amenazo con volver.
Dejar un libro sin leer no he creído nunca que sea pecado, yo aún no he podido con “Ulises” por mucho que Joyce fuera una eminencia y no me acompleja nada, leo para disfrutar pero también para alimentarme, pues creo que la buena literatura nutre, alimenta nuestra mente critica, forma ... además de entretener.
ResponderEliminarPor eso mi opinión anterior, que es un debate que lleva decenas de años abierto.
Por ejemplo Schopenhauer dijo: “El arte de no leer es de suma importancia. Consiste en no echar mano a lo que en cada momento interesa al gran público por el mero hecho de que así suceda, por ejemplo, a los panfletos políticos o literarios, novelas, poesías, etc., que más ruido hacen y que aparecen en varias ediciones en su primer y último año de vida, sino que más bien se ha de tener en cuenta que quien escribe para los necios siempre encuentra un gran público…”
Ayer sucumbí a ese superventas de “Los hombres que no...” Leí 100 páginas y lo cerré anonadada recordando una idea que hace poco escuché en la radio a Jorge Herralde “Cada vez se lee más literatura infantil para adultos.” Así nos va.
Con Penacc estoy de acuerdo en algunas cosas, por ejemplo: “ "En cualquier caso, cuando se habla de violencia en la escuela no hay que olvidar que la escuela es, per se, el lugar de todas las violencias. Es el lugar donde se entrechocan el conocimiento y la ignorancia. Enseñar es violento, es violentar al otro. ¡Todo acto iniciático es violento!", concluye sin dejar de creer en que la violencia que el saber le aplica a la ignorancia está justificada y que el aprendizaje es una forma de canalización de la violencia.” Con otras no, quizás porque él hace años que abandonó la enseñanza y es fácil criticar desde fuera y se vende bien.
Disculpa Gww si mi discrepancia es incomoda pero es que este es uno de esos temas que me da muchas vueltas en la cabeza.
Un saludo.
Ariodante, ¡qué bueno! Así que la técnica de dejar libros como quien no quiere la cosa no siempre funciona. Supongo que lo importante es ofrecer la oportunidad de leer, que no resulte una actividad inverosimil, extraña y ajena. Empezar muchos libros y no terminar ninguno es un vicio propio de muchos grandes autores. No pierdas la esperanza.
ResponderEliminarKatrina, gracias por el comentario (aunque la verdad es que las reflexiones son de Pennac, no mías). Es cierto que convertir la lectura en un premio es una forma inteligente de ganar adeptos para la causa y que la escuela (los maestros más bien) pueden ser un tremendo estímulo. Mi profesor de Literatura y Lengua durante varios años de EGB (qué siglas, suenan como cuando mis mayores hablaban del Bachillerato...) lograba hacer de Lope de Vega un auténtico Spielberg del Siglo de Oro.
Ybrim, en gran parte estoy de acuerdo contigo, no creo que las posturas sean antagónicas o irreconciliables. La lectura prende por el placer, si no hay placer y surge la obligación, la llama se apaga. Sin esa primera llama no hay fuego que caliente. Y es cierto que hay determinadas obras que prevalecen sobre el resto por su calidad literaria, su contenido o su importancia histórica, pero forzarse a leerlas nos privaría de su goce. El ejemplo personal que pones (Ulises) es una prueba de ella.
Por otro lado, bienvenida toda opinión alterantiva a la que manifiesto yo o cualquier otro que opine (se supone que leemos porque eso nos permite forjar nuestro propio criterio; no nos privemos de manifestarlo). Muy agradecido por tus comentarios, las aportaciones que haces con las citas de Schopenhauer y Pennac (supongo que extraídas de Mal de Escuela que aún no he leído) y, por cierto, creo que yo también vi eso mismo que señalas en la Feria de Libro.
Lammermoor, coincidimos con esa idea de que la lectura es un camino de aprendizaje. Hay que tantear muchos terrenos, autores, estilos y, poco a poco, por "selección natural" se termina leyendo aquello que más nos enriquece.
Teresa, gracias por tu visita y el comentario y felicidades también por tu blog, que es un estupendo ejemplo de lecturas. Escribe y vuelve cuando quieras.
Deluto, agradezco la visita y prometo esperar la próxima como un japonés en alerta. En cuanto a la imposibilidad de leer todo, Harold Bloom señalaba en su polémico "canon occidental" la importancia de centrarse en los grandes autores, aquellos que nos iluminan con sus obras, los que mejor han sabido reflejar la naturaleza humana. Quizá un poco extremista (un poco de frivolidad de vez en cuando viene bien para relajarse) me parece mejor tu criterio, dado que no puedo leer todo, no perderé el tiempo en leer aquello de lo que no disfruto.
Un abrazo a todos, gracias por vuestros comentarios y enhorabuena porque todas vuestras opiniones reflejan que sois unos extraordinarios lectores, de esos que todo autor querría para sí.
Felicidades por esta entrada, francamente interesante y preciosa. Me gusta leer en voz alta, pero he de reconocer que pocas veces tengo la oportunidad, pues no abundan los oyentes. Cuando leo un artículo que me ha gustado, parece que lo disfruto el doble al escucharlo y compartirlo. Será la magia del relato oral, ese que tanto disfrutamos en la infancia y seguimos añorando. Saludos cordiales.
ResponderEliminarHola Isabel, gracias por tu comentario. Comparto contigo tu gusto por la lectura en alta voz, creo que muchos textos se disfrutan más leyéndolos en alto, se recurdan mejor, nos afectan más emocionalmente, ...
ResponderEliminarAhora mismo me voy a dar un paseo por esas Mujeres de Roma.
Un saludo.
Y las actualizaciones cuando
ResponderEliminarLeox, todo llega. La verdad es que he estado un tiempo "fuera de circulación" pero he podido seguir leyendo así que ahora sólo queda ir escribiendo.
ResponderEliminarEspero que te guste la reseña de El maestro de almas.
Un abrazo.
Me ha encantado -al contrario de la reseña anterior- tanto el libro como la reseña. Haré lo posible por conseguirlo.
ResponderEliminarMe recuerda un poco a la colección Espacios para la lectura que publica en México, el Fondo de Cultura Económica.
Un saludo Salvatore y gracias por tu comentario. Seguro que este libro te gusta, es muy sugerente y ofrece muchas ideas sobre cómo preservar esa alegría primitiva que despertaba en nosotros la lectura.
ResponderEliminarUn abrazo.
Reseña finalista del concurso "las mejores reseñas del 2009" del blog Libros y Literatura
ResponderEliminarCreo que este libro debería ser de obligada lectura (y puesta en práctica) para todos los profesores de literatura. Así, como hace Pennac, es cómo hay que empezar a inculcar la literatura. No leyendo La Regenta y haciendo un resumen.
ResponderEliminarUn abrazo
No puedo más que estar de acuerdo contigo Leo, la lectura es una experiencia que hay que vivirla, y hacerla viva, y para ello no bastan unas fichas y unos resúmenes que los alumnos se pasan entre ellos de año en año.
ResponderEliminarSaludos.
Tú lo has dicho: los lectores no sois mejores personas.
ResponderEliminarFirmado: un ignorante.