Que
el tamaño no importa es una afirmación que no siempre resulta pacífica, pero Fernando
R. Genovés la toma por bandera y reivindica en su último libro publicado
(Dos
veces bueno, Editorial Evohé 2014)
el valor de lo breve, lo corto, lo que ocupa poco espacio físico para así
reivindicar sin más artificios lo principal y somero, la urdimbre que sostiene
el pensamiento y el vivir.
Dos veces bueno es, como anticipa su subtítulo, Breviario
de aforismos y apuntamientos, algo más que una colección de aforismos,
pero por ellos comenzaremos siguiendo el curso definido por el autor.
Según
el diccionario de la Real Academia de la Lengua, se entiende por aforismo una sentencia breve y doctrinal que se propone como regla en alguna ciencia
o arte.
Bajo esta definición tan imprecisa como sugerente
se ha venido inundando el mercado de libros de todo pelaje que recopilan sentencias,
pensamientos, ocurrencias y extravagancias de cuanto gran hombre (o no) ha
pisado este mundo, sobreentendiendo que estas pequeñas píldoras de sabiduría
son capaces de sanar espíritus maltrechos, iluminar nuestros pesarosos días o
elevar nuestro intelecto a cotas que aún no vislumbra.
Y, sin embargo, hubo un tiempo en el que este
género gozó de un notable prestigio y fue cultivado por autores que lo elevaron
a un nivel en el que lo literario y lo filosófico se daban la mano invitando a
los lectores inteligentes a una reflexión sobre lo que se escondía tras las
breves palabras que actuaban como punto de partida y no como fin de ruta.
Porque esa es la esencia de todo buen
aforismo, su capacidad de abrir una perspectiva al lector que le invite a
discurrir sobre lo sugerido, lo que va más allá de lo estrictamente dicho. El
aforismo debiera ser la expresión visible de un pensamiento del que surge y no
un mero fruto ingenioso en busca de un pensamiento que lo justifique.
Y, bajo esta premisa, es reconfortante
descubrir que el aforismo sigue contando con hábiles artesanos en nuestros días
y que esas breves sentencias continúan ejerciendo el poder de disparar la
curiosidad y la autoexigencia del lector.
Yo viajo por el mundo para expandir mi vida.Los límites de mi viaje son los límites de mi mundo.
Los aforismos recogidos en Dos
veces bueno son el resultado de la acumulación de experiencia y
conocimiento por parte de Fernando R. Genovés
y, por tanto, reúnen lo profundo de su pensamiento y lo variado de sus
intereses. Podemos vislumbrar las ecos del concepto de contento y vida
contenida a que aspiraban Marco Aurelio
o Montaigne, pero también lejanas
evocaciones kafkianas o más
personales aproximaciones a la idea de
amistad y el ejercicio de la libertad como medio de realización
personal.
Hay lugares, ay, llenos de patriotas hasta la bandera.
Como resulta habitual en la obra de Genovés, el lenguaje es un aliado en la
misión de transmitir el pensamiento: paradojas, ironías, homofonías, paronimias
y demás recursos no hacen del aforismo una salida ingeniosa sino un modo de
atraer directamente el interés del lector mediante asociaciones, en ocasiones
asombrosas y, siempre, sorprendentes. .
Pero el libro continúa adentrándose en
secciones que esconden pequeñas escenas en las que el autor aborda un género
fabulesco y literario que combina ficción con reflexión, anécdotas personales
con referencias históricas o actuales. Es un empeño que hasta la fecha
desconocía en Genovés y del que sale
bien librado.
Divisa para una vida ética del presente y lo contingente: “La vida, sin ir más lejos”.He aquí la base de la ética: el cuidado de uno mismo por sí mismo a fin de evitar que otro ocupe su lugar.
Por las páginas de este libro van desfilando
los conceptos de amistad y familiaridad, la conveniencia de la soledad bien
entendida, la discusión sobre el paradero de la felicidad o incluso un breve
formulario de preguntas y respuestas sobre cuestiones tan variadas como qué es
el cine, la poesía (“palabras escritas en
un pentagrama”), la vida, el hombre, o la muerte.
También el arte es objeto de especial
atención, en particular, el arte moderno, con el fin de señalar la frontera
entre el que es capaz de generar sorpresa y provocación frente al que solo
busca la venta y la explotación del escándalo sin responder a un fundamento o
una técnica.
Las comparaciones no son odiosas; son ociosas.Aquella mañana, tras despertar, tuve una pesadilla.
El autor también dedica unas páginas a la
escritura, comenzando por su declaración Por
qué escribo llegando incluso a relatar sus primeros pasos en el oficio con temblorosos
poemas de juventud, entre las dudas y la dificultad de juzgar la obra propia.
Seguidamente, nos describe su concepto de escritura (experiencia gozosa, no
traumática o doliente), la necesaria soledad y sosiego que precisa para el
ejercicio de este noble oficio y culmina la obra con cinco consejos para el
joven escritor que son fruto tanto de su innegable experiencia en este campo
como, sin lugar a dudas, de su pensamiento y ética, práctica y sencilla, poco
amiga del exceso y el estallido al que no sigue un trabajo riguroso.
Como muy bien se señala en el prólogo, Dos
veces bueno puede leerse de principio a fin o a golpes intermitentes.
En ocasiones, debe dejarse a un lado mientras se trata de discernir el sentido
de uno de sus aforismos y, en todo caso, puede y debe leerse a saltos
intermitentes sin que ello desmerezca el conjunto de la obra puesto que toda
ella está dotada de la coherencia que le da el pensamiento del que emana.
No estamos, por tanto, ante una obra
compleja, árida o erudita, sino ante un desafío al alcance de cualquiera deseoso
de asumir el riesgo de salir de los caminos trillados y sentarse en el borde
del camino a observar lo que acontece con algo de distancia, un punto de humor
y sin miedo a tener ideas propias.
Sabiduría al zen por zenUn sabio zen inculca en un pupilo de mirada azul la funesta creencia en el yo, a través de un mandato. Probable diálogo:
- Debes desprenderte del yo, si anhelas alcanzar la sabiduría y la paz interna.
- ¿Quién?¿Yo?- Sí, tú.
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