Stefan Zweig nació en una Austria imperial cuyos días sonaban a su fin. Vivió su madurez intelectual en una Austria sometida a los vaivenes de la política centroeuropea de entreguerras, su crisis económica y sus heridas sin cicatrizar y de mal pronóstico. Finalmente murió en el Nuevo Mundo, en Brasil, sin poder librarse de los fantasmas de su pasado y convencido de que la victoria de la barbarie nazi era inevitable y destruiría toda la herencia cultural de la que había bebido y de la que, con el paso del tiempo pasaría a formar parte y aún representar.
En ese breve lapso de tiempo que representa su vida, sesenta y dos años, entre 1880 y 1942, vivió infinidad de cambios que marcarían su visión de la Historia. Una Historia aún caracterizada por fechas e individuos más que por acontecimientos globales. Una Historia de pequeños episodios que parecían marcar por sí mismos el rumbo de los siglos venideros. Y de esta visión nacen los Momentos estelares de la humanidad.
Estas miniaturas históricas –como las denomina el subtítulo de esta obra- reflejan catorce momentos diversos en los que el genio de una época se condensa (según palabras de Stefan Zweig en el prólogo) en un concreto momento y se encarnan en una persona concreta. Pero pese a los esfuerzos de documentación y reconstrucción histórica verídica, la selección dice más del propio Zweig y su visión del mundo, que de los acontecimientos que describe.
Como buen escritor, Zweig tiene un agudo olfato para los grandes dramas históricos. La muerte de Cicerón, perdidas las esperanzas de un resurgir de la República, la caída de Bizancio por la puerta de atrás en unos trágicos segundos o los dramáticos instantes en los que la batalla de Waterloo pudo haber tenido un diferente desenlace son ejemplos de cómo Zweig, testigo de la decadencia de su tiempo, torna su mirada a épocas con las que encuentra alguna similitud para admirar la grandeza de los que fueron arrollados por los cambios.
Pero las grandes batallas o la caída de un Imperio no son el único objeto de atención de Zweig ya que, como brillante artista, otras miniaturas se centran en momentos históricos tan singulares como la noche en que fue compuesta la Marsellesa o aquella otra en la que Haendel comenzó la composición de El Mesías, resucitando a la vida y a la Música.
Como no podía ser menos, la Literatura tiene su especial presencia en esta obra. La génesis de la Elegía de Marienbad de Goethe, la noche en la que tuvo lugar la falsa ejecución de Dostoievski o los últimos días de Tolstoi son encendidos homenajes a autores amados por Zweig. Yel esmero alcanza también a la forma de estos capítulos. Así, en el episodio sobre Dostoievski no recurre a su elaborada prosa sino que escribe un hermoso poema que conecta el drama del autor ruso con su vocación por los débiles y desamparados. Para el capítulo dedicado a Tolstoi se sirve de una obra teatral autobiográfica e inacabada del propio autor ruso para escribir las últimas escenas con las que culmina el drama de la muerte del “hermano pequeño de Dios”.
Los siglos XIX y XX son los siglos de la Ciencia y, por ello, tampoco ésta escapa de la atención de Zweig quien se fija en la impresionante hazaña de Cyrus W. Field culminando -tras varios fracasos- el tendido del cable telegráfico que conectó los Estados Unidos con Europa en 1858. En esta miniatura Zweig pone de manifiesto que, pese a su concepto de la Historia, deudor de otra época, su sensibilidad a los cambios que suponen un giro radical en la marcha de los tiempos es totalmente moderna: su descripción de las consecuencias que la revolución en las comunicaciones (representadas por el telégrafo) supone a todos los niveles podría aplicarse, palabra por palabra, a las infinitas posibilidades que Internet ha traído a nuestro siglo XXI.
Pocas pasiones hay más fuertes que el dinero. La desesperada búsqueda de la riqueza es una enfermedad propia de todos los tiempos y para la que aún no se ha desarrollado vacuna adecuada. El descubrimiento del Pacífico por parte de Núñez de Balboa tuvo su origen en la búsqueda del mítico Dorado y la fiebre del oro arrasó el reino de Nueva Helvecia y arruinó a J.A.Suter por dos veces, aunque favoreció la colonización de California y su conversión en mítica promesa de abundancia y felicidad aún viva en nuestros días.
Y ni siquiera la proximidad en el tiempo de ciertos hechos o su aversión ideológica nieblan su visión sobre la trascendencia de los mismos. El regreso de Lenin a Rusia desde su exilio suizo a través de territorio alemán o los fallidos intentos de Wilson por impulsar al fin de la Gran Guerra un acuerdo entre las naciones que pusiera fin a los conflictos militares son buena prueba de ello. El primer episodio ha marcado toda la historia del siglo XX y el segundo debería esperar al siguiente conflicto para ver germinar sus primeros frutos que aún hoy siguen pendientes de consolidación a través de la Justicia Internacional, las Naciones Unidas o la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Como el signo trágico de los tiempos que le tocó vivir, la selección de Zweig arroja un saldo favorable a los perdedores, a las derrotas (que para otros fueron victorias) y a los fracasos. Cicerón, Napoleón, Scott o Wilson son ejemplos que Zweig nos muestra para dar testimonio de que la grandeza no siempre se esconde bajo la gloria de los vencedores. La inmortalidad se reserva, según Zweig, para aquellos que saben guardar la coherencia entre sus pensamientos y sus actos, para aquellos que conservan la inquebrantable voluntad de luchar pese a saber que todo ha sido perdido.
En clarividente contraste, los momentos estelares más luminosos y gratificantes, aquellos que engrandecen a quienes los protagonizan, los que representan un triunfo del hombre sobre la muerte, aquellos en los que la belleza se impone a la mediocridad, en los que la obra humana puede redimir a los hombres son los referidos al Arte. Sólo en ellos (y en la Ciencia) parece reconciliarse Zweig con sus semejantes, sólo en ellos parece encontrar sosiego su debilitado espíritu.
Y es que, no perdamos la perspectiva, este libro vale más por cómo lo cuenta que por lo que cuenta. La engolada y en ocasiones afectada prosa de Zweig alcanza en estas miniaturas un virtuosismo desbordante, casi excesivo, del que logró preservar a sus mejores novelas. Ningún personaje es suficientemente noble y audaz, ningún actor de la historia logra evitar mirarse a sí mismo y ser consciente de la trascendencia de sus actos. Ningún hecho queda sin ser admirado por la Humanidad al completo conteniendo la respiración al unísono, … Un Zweig que resultará portentoso para quienes ya conozcan al autor pero que puede resultar abrumador para quienes sean cogidos desprevenidos.
La traducción de Berta Vías Mahou ha sabido preservar ese estilo tan propio de Zweig logrando en ocasiones provocar extrañeza en el lector actual por el uso de expresiones ya pasadas de moda y que hacen aún más verídica la lectura ya que creemos por momentos estar leyendo la versión alemana original y experimentar el mismo hormigueo que, con toda seguridad, siente un lector contemporáneo de habla alemana.
El suicidio frustró la vida de Zweig. Nos gustaría elucubrar sobre qué acontecimientos podría haber seleccionado de haber aguardado por un tiempo los embates de la guerra que se acercaba a su cambio de tornas con paso firme o de haber liberado parte de la enorme presión que él mismo se impuso.
No pocos hechos podrían haber sido dibujados con la maestría del autor austríaco ya que la trágica historia de los años siguientes a su muerte ofrece material suficiente para un volumen similar. Un grupo de jerarcas nazis, todos ellos con estudios superiores y amantes del arte y la cultura, deciden el exterminio sistemático de una raza, la misma a la que pertenecía el propio Zweig quien tanto se esforzó por vincularse a un mundo más amplio que el reducido horizonte judío. Pero también podría haber puesto voz a los muertos en Hiroshima, consecuencia de una única bomba que marcaría el signo de la segunda mitad del siglo XX. Otro momento singular que habría atraído enormemente su atención habrían sido los atentados del 11-S: unas pocas horas bastaron para dar un nuevo giro al curso de la Historia.
En estos años no todo ha sido destrucción y odio. Zweig también habría podido cantar las humanas hazañas de unos hombres dando un paseo lunar y siendo contemplados en directo por medio mundo. Otros hombres cruzando en libertad la Puerta de Brandemburgo habrían sido el perfecto cierre de un círculo iniciado a principios de siglo y la prueba de que la Revolución ya no necesita ser cruenta para triunfar.
Pero este libro quedó por escribir y todos sabemos que la Historia que hoy se vierte en la Literatura es más la que responde a mitos, cruzados y rosacruces que aquella otra que sirve para extraer sus verdaderas lecciones. Zweig nos enseñó a confirmar en la Historia nuestras propias convicciones, a buscar consuelo y refugio en ella, a volver nuestra mirada melancólica a otros tiempos, no siempre mejores. Y con esto ya hizo suficiente.
Buenas...veo que tienes tiempo para leer...:)
ResponderEliminarYo leí este de Zweig hace años y curiosamente lo que más recuerdo es lo del tendido del cable por debajo del océano.
Zweig tiene una prosa como bien dices que resulta curiosa pero yo tengo debilidad por él. Sus memorias me parecen fundamentales para conocer la Europa en la que vivimos.
Excelente reseña..como siempre.
Bueno, y te olvidas del momento más estelar de todos: el gol de Iniesta en la final del Mundial :D
ResponderEliminarEste es el único libro de Zweig que he leído, y me gustó muchísimo. La selección es aleatoria y personalísima, pero tiene mucho interés. Mi favorito es el dedicado a Waterloo (una de mis tres batallas favoritas), aunque históricamente no es del todo correcto (atribur la derrota al pobre Grouchy es demasiado simplista). Si te interesa, yo suelo recomendar los capítulos que Victor Hugo dedica a Waterloo en "Los miserables", aunque aquí la interpretación histórica es todavía más discutible.
En definitiva, como dices, no se trata tanto de lo que se cuenta, sino de cómo se cuenta. La caída de Bizancio, primero salvada de milagro y luego derrotada por una puerta trasera; el fusilamiento frustrado in extremis; la muerte de Scott en la Antártida... ¡qué libro más bueno!
No he leído a este autor, pero parece que su visión de la Historia (no por los acontecimientos que señala sino por cómo lo hace) es necesariamente pesimista; de hecho, se suicidó después. El punto de vista sobre la realidad de cualquier escritor (sería ampliable a cualquier artista) nunca es ajeno a el momento que le ha tocado vivir, hable o no de historia. Y, la verdad, le tocó una época de grandes tormentas en Europa. Apuntado queda, un saludo.
ResponderEliminarReleí hace unos meses "La partida de ajedrez" y me volvió a gustar muchísimo. Dejé constancia en mi blog. Me he propuesto recuperar a Zweig a medida que pueda, porque he leído poco y todo el mundo coincide en que vale la pena. El problema es el de siempre, la inmensidad de la tarea, el plan infinito, o como he descubierto últimamente, el crecimiento imparable de la pila TBR (to be read).
ResponderEliminarUn saludo
Hola, Gww.
ResponderEliminarLeí este libro el verano pasado. Una de las cosas que me llamó más la atención es la forma en que la traductora -a la que habría que felicitar- consigue mantener la tensión que Zweig le da a su obra.
¡Te invade la tensión mientras lees el capítulo dedicado a la caida de Bizancio!
Ya lo dije alguna otra vez; es un autor que me sedujo desde el primer momento, cuando leí Carta de una desconocida, sobre la que también hablaste.
Gww, ya lo tengo en lista de espera. Me encanta este escritor y leyéndote me parece que será una lectura provechosa.
ResponderEliminarYo he leído Carta de una desconocida y 24 horas en la vida de una mujer, los dos fantásticos.
Qué pena que se suicidó, cuantos libros nos hemos perdido.
Un saludo
Teresa
Zweig es una autor al que admiro profundamente. Y una de las cosas que me gustan de él es la gran pasión que pone en sus textos, del que este libro es un ejemplo. Quizá, como señalas, pudiera resultar abrumador a algunos lectores. Para mí es, sencillamente, fascinante. Saludos cordiales.
ResponderEliminarHola molinos. Pues el del tendido del cable telegráfico es uno de los que más me gustaron. Y también tengo pendiente sus memorias, así que pronto lo verás aquí reseñado.
ResponderEliminarC.C. Buxter, efectivamente, el gol de Iniesta en manos de Zweig habría sido una epopeya a la altura de cualquier otra de las gestas aquí narradas.
Hola babel, creo que efectivamente, este libro es hijo de su tiempo y de la peculiar circunstancia temporal que le tocó vivir a Zweig. Como dices, pocas épocas han condensado tantos acontecimientos y tanta incertidumbre, parte de la cual favoreció cierto pesimismo del autor.
Golem, tengo pendiente de leer la novela de ajedrez (otro más para la creciente pila TBR como la has bautizado).
Lammermoor, sí que es admirable la labor de la traducción porque ha preservado cierto regusto antiguo y preciosista lo que añade otro placer a la lectura ya que estamos acostumbrados a textos algo más pobres y convencionales en nuestros días.
Teresa, espero que te guste. Yo tengo aún pendiente el de 24 horas pero acabará cayendo...
Isabel, gracias por tu comentario. La pasión con la que escribe puede ser una de las claves de su estilo tan pulido pero, al tiempo, tan actual. Curiosa mezcla que hace que sea un autor fascinante como dices.
Un abrazo a todos.
Efectivamente, a Zweig da gusto leerle por cómo cuenta las cosas. Leí este libro hace siglos, y se me quedó, principalmente grabada la imagen de Nuñez de Balboa visualizando el Océano Pacífico. No sé por qué, pero es lo que más recuerdo de ese libro. Me transmitió una emoción intensísima esa visión.En fin, como siempre, das en el clavo con tus reseñas, GWW. Y yo siempre las leo tarde.
ResponderEliminar¡Qué interesante, Gww!! No conocía este libro pero será maravilloso pasear por esos momentos seleccionados de forma tan individual por tan buen escritor.
ResponderEliminar¡Saludos!
Hola Ariodante, cada uno tiene su "momento" preferido, pero creo que Núñez de Balboa no sale muy bien parado... El mío favorito creo que es el de Tolstoi porque es un modo muy original de contar el final del autor ruso a través de un pequeño fragmento teatral.
ResponderEliminarAndrómeda, seguro que este libro te gusta (aún no conozco ha nadie que no haya disfrutado con él).
Un abrazo.
De alguna forma me recuerda "Sueños de sueños" de Tabucchi, donde se condensa, en el momento de un sueño nocturno, la fuerza del genio de las mas diversas luminarias que ha dado el género. De Zwaig me interesa "Carta de una desconocida".... ¡Saludos!
ResponderEliminarHola Maya, no conozco esa obra que citas aunque de Tabucchi leí hace mucho tiempo un par de novelas que me gustaron bastante.En cuanto a Carta de una desconocida, léela en cuanto puedas, te gustará.
ResponderEliminarSaludos.