La
Generación Bibliocafé
ha alcanzado su mayoría de edad con la presentación de Por Amor al Arte,
colección de 28 relatos escritos en torno a los museos, las obras de arte que
cobijan o los espectadores que les dan vida.
Esta
madurez salta a la vista gracias a la maravillosa obra de arte que Horacio Silva ha preparado para
la cubierta. Un corazón envuelto en rojos para la portada y en verdes esmeralda
para la contraportada. No podría haber mejor homenaje al tema de este libro que
el llegar envuelto de arte original y de gran calidad.
Para
la ocasión, se ha optado por las dos ediciones habituales hasta la fecha (formato
electrónico a través de Amazon y versión en papel con tapa blanda distribuida
en varias librerías de Valencia) y se ha sumado una edición en rústica que hace
auténticos honores a la portada de Horacio Silva y que acomoda mejor las más de
300 páginas de este volumen.
También
para esta ocasión se ha llevado a cabo una presentación pública con mayor
proyección y en un marco perfectamente adecuado al contenido de la obra: el Museo
Centro del Carmen.
Pero
pasemos ya a lo que verdaderamente nos ocupa, que no es otra cosa que los
relatos en torno al arte. Como es habitual y previsible, de un número tan
amplio de autores resulta una variedad de enfoques y estilos que enriquecen al
conjunto.
Aunque
el arte puede tener casi tanta antigüedad como nuestra especie (basta leer los
manuales de Historia del Arte), lo cierto es que los nombres de los grandes
artistas no nos llegan hasta muy avanzada la Historia. La transición del
artesano al artista supone un proceso largo y complejo, con altibajos, que
queda espléndidamente reflejado en el relato de Josep Asensi.
El
artista tiene su propia mitología, entre musas e inspiración acierta a
encontrar la fuente de su creatividad y a perderla a cada poco. De esta lucha
nos habla Elena Casero.
Pero
aunque los artistas puedan agostarse y perder su originalidad creativa, el Arte
como tal siempre se revitaliza con movimientos de vanguardia que sacuden la
escena hasta asentarse y precisar de nuevos estímulos. La importancia de la
forma es vital en estos -ismos y José
Luis Sandín nos ofrece una muestra genial de cómo transmitir en pocas líneas
todo un mundo de sentimientos que impresiona.
El
arte goza de admiradores en todas partes y para ello surgen los museos, grandes
colecciones que atesoran las mejores creaciones del mundo. En ellas se reúnen
los amantes del arte, como en el relato de Inmaculada López, o en ellos se
inicia una relación amorosa que encuentra su punto de equilibrio en el amor por
la cocina (otro arte al que la Generación Bibliocafé rindió cumplido tributo)
como en el relato de Alina Especies.
Los
museos nos sirven también como estímulo a la creatividad o como bálsamo para el
alma, como nos cuenta Alicia Muñoz.
Esos
museos suelen ocupar antiguos palacios o iglesias, espacios a la altura de su
contenido. Algunos de ellos son evocadores por sí mismos de más sentimientos y
goces que las obras que lo forman, como es el caso del Museo del Romanticismo a
cuyos fantasmas nos presenta Antonio Briones. Pero el Arte en ocasiones se
esconde en pequeños museos que antes fueron fábricas de ladrillos, como en el
caso del Museu de la Rajolería que nos presenta Benjamín Blanch en el que un
joven y un anciano cierran el círculo del edificio y los fines que lo mantienen
vivo.
Otro
ejemplo es el Museo Centro del Carmen, en otros tiempos monasterio, en el que tiene lugar el relato del editor
Mauro Guillén (¿sabía mientras lo escribía que en ese museo tendría lugar la
presentación?).
Pero
los museos, albergando sus valiosísimas obras, no solo son objeto de admiración
sino de deseo por parte de ladrones, falsificadores
o simples nuevos ricos que quieren adornar sus salones con obras maestras, no
meras copias. Todo ello se refleja en los relatos de Fuensanta Niñirola o
Dolores García.
Más
inquietante es el mundo del que nos habla José Luis Rodríguez-Núñez en el que
el coleccionismo y el crimen de guerra posan unidos. También Rafa Sastre nos da
cuenta del valor de las obras de arte y su curioso y paradójico destino.
El
Arte también atrae a excéntricos de todo tipo. María Tordera nos relata el
espantoso final de un club e aficionados a escenificar los cuadros más famosos
del Museo del Prado.
Es
indudable que la idea de Belleza está íntimamente unida a la del Arte y que
aquélla es una de las principales metas de toda obra. Belleza y sensualidad
tienen fronteras difusas, de ahí que el erotismo haya sido tan frecuente en la
pintura y escultura, cuando estaba
vedado en otros campos. De esta fuerza nos hablan Sergio Barce e Isabel
Muñoz.
Pero
los autores no se contentan con planteamientos tradicionales del Arte. En su
futurista relato, Javier Lacomba nos lleva a un tiempo en el que se debatirá
sobre la utilidad del Arte y, por tanto, la conveniencia de su supresión
definitiva en nombre de la racionalidad.
Y
es que el Arte supone un exponente máximo de la especie humana, al igual que
los más sorprendentes avances científicos. Pero lo que cada uno entiende por
Arte puede variar y no debemos ceñirnos solo a lo que puede albergar un museo. Víctor
San Juan nos propone una obra de ingeniería naval tallada en madera yacente en
el Océano como inmejorable ubicación. Mario
Reyes por su parte nos habla de un cuadro cuyo valor parte de su ubicación en
la Sala de Fumadores del Titanic antes que en su propia valía artística.
Los
aficionados al arte son gente normal, si bien, como en todas partes, hay
obsesivos, paranoicos o, simplemente, gentes que quedan absorbidos por una obra
más allá de lo razonable. Isabel Barceló y Franz Kelle nos hablan de ello con
magníficos ejemplos.
¿Por
qué admiramos un cuadro o una escultura?¿Qué es lo que nos atrae de esas
imágenes congeladas en un óleo o atrapadas en los pliegues del mármol?
Probablemente sea la capacidad de despertar nuestra imaginación, de poder
fabular sobre lo que para cada uno representa. Así, esa portentosa facultad
evocadora del Arte se refleja en la bellísima historia de Susi Bonilla
imaginando la historia detrás de la muchacha en la ventana de Dalí.
En
la misma línea Herminia Luque e Isabel Peral escriben sobre el Arte desde la
ficción que lo alienta.
Igual
ocurre con el relato de Felicidad Batista sobre un lienzo de Hopper en el que
la protagonista quedará cautivada al ver la representación de un entreacto en
un teatro marcando su vida y la de sus amantes.
Y
si de Hopper hablamos, no quedará más remedio que referirme a mi colaboración
para este volumen en la forma del relato Visiones
de Hopper en el que se desvela la historia que puede haber tras su cuadro Habitación de Hotel. Y nada mejor para
poner de manifiesto esa libertad para imaginar que nos brindan las grandes
obras que leer Óleo sobre lienzo, el
relato que sobre el mismo cuadro ha escrito Rosa Pastor y que en poco o nada
coincide con el mío salvo el punto de partida.
Para
cerrar este repaso a los relatos contenidos en Por Amor al Arte, he
dejado (al igual que ha hecho el editor) el escrito por la benjamín del grupo
(me refiero tan solo a edad, no a mérito literario). Anna Asensi, continuadora
de la saga familiar, en su aproximación impresionante al mundo impresionista del
París de finales del siglo XIX.
Poco
más queda por decir y mucho por leer, que no sea por falta de autores en busca
de lectores.
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